2

Leia Organa Solo salió corriendo del Halcón Milenario apenas se hubo posado sobre Yavin 4 y agachó la cabeza mientras bajaba por la rampa de descenso. Después alzó la mirada hacia la imponente masa del Gran Templo massassi.

El frescor de la mañana impregnaba la luna de las junglas, y la neblina brotaba del suelo y se aferraba a las copas de los árboles y rozaba los flancos de la pirámide escalonada de piedra, envolviéndola como un tenue sudario blanco. «Es como si estuviera tejiendo una mortaja fúnebre para Luke...», pensó Leia.

Había transcurrido una semana desde que los estudiantes de la Academia Jedi habían encontrado el cuerpo inmóvil de Luke Skywalker en la cima del templo. Le habían llevado dentro y habían intentado cuidarle lo mejor posible, pero no sabían qué hacer. Los mejores médicos de la Nueva República no habían descubierto ningún daño físico. Todos estaban de acuerdo en que Luke seguía con vida, pero parecía hallarse sumido en un peculiar estado de éxtasis. No había respondido a ninguna prueba o sondeo.

Los gemelos bajaron por la rampa del Halcón, dejando caer los pies sobre el metal con todas sus fuerzas en un intento de averiguar cuál de los dos podía provocar un estrépito mayor con sus pequeñas botas. Han caminaba entre Jacen y Jaina cogiéndolos de la mano.

—No hagáis tanto ruido, pareja —les dijo.

—¿Vamos a ver al tío Luke? —preguntó Jaina.

—Sí, pero está enfermo —respondió Han—. No podrá hablar con vosotros.

—¿Está muerto? —preguntó Jacen.

—¡No! —exclamó secamente Leia—. Venid, entremos en el templo.

Los gemelos bajaron corriendo por la rampa.

Los penetrantes aromas de la jungla trajeron cálidos recuerdos a la memoria de Leia mientras cruzaba el claro. Los olores de los árboles caídos, de las hojas que se iban pudriendo poco a poco y de las flores se confundían unos con otros para acabar creando una potente sinfonía olfativa. Leia había propuesto aquellas ruinas vacías como sede para la academia de Luke, pero nunca había podido visitarlas..., y cuando por fin venía a ellas, era para ver el cuerpo inmóvil de su hermano.

—Esto no me apetece en lo más mínimo —murmuró Han.

Leia extendió el brazo para apretarle suavemente la mano. Han le devolvió el apretón durante más tiempo y con más fuerza de lo que ella había esperado.

Siluetas envueltas en túnicas surgieron del templo y parecieron avanzar flotando hacia ellos por entre las sombras de primera hora de la mañana. Leia contó rápidamente una docena, y reconoció el rostro naranja oscuro de Cilghal, la embajadora calamariana, en la primera de ellas. Leia había sabido percibir el gran potencial Jedi de la alienígena anfibia, y había insistido en que debía ir a la academia de Luke. Una vez allí, Cilghal había logrado utilizar las habilidades diplomáticas de que había dado muestras una y otra vez a lo largo de su carrera como embajadora para mantener unidos a los doce estudiantes durante los días terribles que siguieron a la caída de su Maestro Jedi.

Leia reconoció a algunos de los aspirantes a convertirse en Jedi que avanzaban sobre el suelo humedecido por el rocío del amanecer. Streen, un anciano de cabellera despeinada medio recogida bajo el capuchón de una túnica Jedi, había sido buscador de gases en Bespin, donde había llevado una existencia de ermitaño escondiéndose de las voces que oía resonar dentro de su cabeza. También vio a Kirana Ti, una de las brujas del planeta Dathomir a las que Leia y Han habían conocido durante los días llenos de emociones y peligros en que Han cortejó a Leia. Kirana Ti fue hacia ellos y saludó a los gemelos con una gran sonrisa. La bruja de Dathomir tenía una hija un año mayor que los gemelos, y la había dejado al cuidado de sus compañeras de clan en su mundo natal.

Leia también pudo identificar a Tionne, la joven de larga cabellera plateada que caía en cascada por la espalda de su túnica. Tionne era una estudiante de la historia de la antigua Orden Jedi que ardía en deseos de llegar a ser una Jedi.

Junto a ella estaban el siempre callado y hosco Kam Solusar, un Jedi que había caído en la corrupción y al que Luke había conseguido llevar de vuelta al lado de la luz, y Dorsk 81, un alienígena de piel lustrosa y carente de vello que había sido clonado generación tras generación porque su sociedad creía que ya había conseguido crear la civilización perfecta y no deseaba que se produjera ningún cambio en ella.

Leia no reconoció al otro puñado de estudiantes Jedi, pero sabía que Luke había llevado a cabo su búsqueda de candidatos con una gran diligencia. La llamada seguía resonando de un confín a otro de la galaxia, invitando a todos aquellos que poseyeran el potencial necesario para llegar a convertirse en nuevos Caballeros Jedi.

A pesar de que su instructor yacía sumido en un profundo coma...

Cilghal alzó una mano-aleta.

—Nos alegra mucho que hayas podido venir, Leia —dijo.

—Embajadora Cilghal... —murmuró Leia—. Mi hermano... ¿Ha habido algún cambio?

Fueron lentamente hacia la gigantesca y opresiva masa del templo massassi. Leia ya creía saber cuál iba a ser la respuesta a su pregunta.

—No. —Cilghal meneó su gran cabeza cuadrada—. Pero quizá tu presencia pueda surtir algún efecto que la nuestra es incapaz de producir.

Los gemelos ya habían captado la solemnidad de aquellos momentos, y no sólo no estaban correteando de un lado a otro entre risitas como solían hacer, sino que tampoco intentaron explorar las salas de paredes de piedra que olían a moho. El grupo entró en la penumbra del hangar que ocupaba una gran parte del nivel inferior del templo massassi, y Cilghal llevó a Leia, Han y los gemelos hasta un turboascensor.

—Vamos, chicos —dijo Han, y volvió a coger a Jacen y Jaina de las manos—. Quizá podáis ayudar a recuperarse al tío Luke.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Jaina, abriendo mucho sus grandes ojos de un marrón líquido que se habían llenado de una repentina esperanza.

—Todavía no lo sé, cariño —replicó Han—. Si se te ocurre alguna idea, házmelo saber enseguida.

Las puertas del turboascensor se cerraron y la plataforma fue subiendo hacia los niveles superiores del templo. Los gemelos se abrazaron con repentina inquietud. Aún no habían superado el temor a los turboascensores que habían desarrollado desde que uno de ellos les transportó hasta los oscuros niveles inferiores abandonados de la Ciudad Imperial, pero el trayecto terminó en un momento y salieron del turboascensor para encontrarse en la gigantesca sala de audiencias del Gran Templo. Los tragaluces derramaban rayos de sol sobre una espaciosa avenida de piedras pulimentadas que llevaba hasta un estrado.

Leia recordó cómo había subido a ese estrado hacía ya bastantes años después de que la Estrella de la Muerte hubiera sido destruida para entregar medallas a Han, Chewbacca, Luke y los otros héroes de la batalla de Yavin; pero volver a verlo en aquellas circunstancias hizo que sintiera una dolorosa opresión en el pecho. Han dejó escapar un gemido ahogado junto a ella, un sonido ronco y lleno de dolor que Leia nunca había oído surgir de sus labios con anterioridad.

Luke yacía sobre la plataforma ceremonial que se alzaba al otro extremo de la sala..., como un cadáver expuesto para un funeral en una gran sala vacía y repleta de ecos.

Leia sintió un miedo repentino que le aceleró el pulso. Quería darse la vuelta para no tener que verle, pero sus pies la obligaron a avanzar. Fue hacia el estrado, moviéndose con rápidas zancadas que se convirtieron en una veloz carrera antes de que hubiese llegado al final de la avenida. Han la siguió llevando un gemelo en cada brazo. Tenía los ojos enrojecidos mientras intentaba contener el llanto. Leia ya sentía las mejillas húmedas.

Luke estaba envuelto en los pliegues de su túnica Jedi. Le habían peinado, y tenía las manos cruzadas sobre el pecho. Su piel estaba grisácea, y parecía más plástico que piel humana.

—Oh, Luke —murmuró Leia.

—Si se le pudiera descongelar como hiciste conmigo cuando me rescataste del palacio de Jabba... —dijo Han.

Leia extendió una mano para tocar a Luke. Utilizó sus capacidades con la Fuerza e intentó profundizar al máximo y establecer contacto con su espíritu, pero sólo encontró un agujero helado y un vacío tan enorme como si algo se hubiera llevado a Luke. No estaba muerto. Leia siempre había estado convencida de que si su hermano moría, ella lo sabría enseguida de alguna forma misteriosa.

—¿Está durmiendo? —preguntó Jacen.

—Sí..., en cierta manera —respondió Leia, no ocurriéndosele nada más que decir.

—¿Y cuándo despertará? —preguntó Jaina.

—No lo sabemos —dijo Leia—. No sabemos cómo despertarle.

—Quizá despierte si le doy un beso.

Jaina trepó al estrado y se estiró hasta que pudo besar los labios inmóviles de su tío. Leia contuvo el aliento durante un momento y se sintió invadida por la absurda esperanza de que la magia de la niña pudiera dar resultado. Pero Luke permaneció inmóvil.

—Está frío... —murmuró Jaina.

Ver que su tío no había despertado hizo que la pequeña inclinara la cabeza, visiblemente desilusionada.

Han apretó la mano de Leia con tanta fuerza que le dolió, pero no quería dejar de sentir el contacto de los dedos de su esposo.

—Lleva así desde hace días —dijo Cilghal detrás de ellos—. Trajimos su espada de luz con él. La encontramos al lado de su cuerpo en la cima del templo.

Cilghal pareció vacilar durante unos momentos, y después dio un paso hacia adelante y miró a Luke.

—El Maestro Skywalker me dijo que poseo un talento innato para curar mediante la Fuerza. Había empezado a enseñarme cómo desarrollar mis habilidades..., pero he intentado utilizar cuanto sé sin obtener ningún resultado. No está enfermo. No se trata de nada físico... Parece como si hubiera quedado atrapado en un momento del tiempo, como si su alma hubiera salido de su cuerpo dejándolo aquí para que espere su regreso.

—O como si estuviera esperando que encontremos una forma de ayudarla a regresar —dijo Leia.

—No se cómo conseguirlo —murmuró Cilghal con voz enronquecida—. Ninguno de nosotros lo sabe..., todavía. Pero quizá trabajando juntos podamos descubrirlo.

—¿Tenéis alguna idea de lo que ocurrió en realidad? —preguntó Leia—. ¿Habéis encontrado algún indicio?

Pudo sentir la repentina agudización del torbellino de emociones que se agitaban dentro de Han. Cilghal desvió la mirada de sus enormes ojos de calamariana, pero Han respondió con hosca convicción.

—Ha sido Kyp —dijo—. Fue Kyp quien lo hizo.

—¿Qué? —exclamó Leia, girando sobre sí misma para mirarle.

Han respondió con un torrente de palabras balbuceadas.

—La última vez que hablé con Luke, me dijo que estaba muy preocupado por Kyp. —Han tragó saliva con un visible esfuerzo—. Me contó que Kyp había empezado a investigar el lado oscuro. El chico había robado la nave de Mara Jade y se había esfumado, y Luke no tenía ni idea de adónde podía haber ido. Bien, pues creo que Kyp volvió y desafió a Luke.

—Pero ¿por qué? —preguntó Leia—. ¿Para qué iba a hacer algo semejante?

Cilghal asintió con un movimiento tan lento y cansado como si su cabeza pesara demasiado para que sus hombros pudieran sostenerla por más tiempo.

—Encontramos la nave robada delante del templo —dijo—. Sigue ahí, así que no sabemos cómo se marchó..., a menos que huyera a las junglas.

—¿Qué probabilidades hay de que lo hiciera? —preguntó Leia. Cilghal meneó la cabeza.

—Los estudiantes Jedi hemos unido nuestros talentos y las hemos sondeado. No detectamos su presencia en Yavin 4. La única explicación es que debió de marcharse en otra nave.

—Sí, pero... ¿De dónde pudo sacarla? —preguntó Leia.

Y de repente recordó el asombro de los astrónomos de la Nueva República cuando dieron la noticia imposible de que todo un grupo de estrellas de la Nebulosa del Caldero se había convertido en supernovas en el mismo instante.

—Me pregunto si Kyp puede haber sacado el Triturador de Soles del núcleo de Yavin... —murmuró.

Han parpadeó.

—¿Cómo puede habérselas arreglado para hacerlo?

Cilghal inclinó la cabeza en un gesto lleno de abatimiento.

—Si Kyp Durron ha conseguido hacer eso, entonces su poder es mucho más grande de lo que nos temíamos. No me extraña que pudiera derrotar al Maestro Skywalker.

Han se estremeció, como si temiera aceptar lo que sabía era la verdad. Leia percibió el remolino de emociones que oscilaba locamente en su interior.

—Si Kyp ha perdido el control de sí mismo y tiene el Triturador de Soles... Entonces tendré que ir a detenerle.

Leia se volvió rápidamente hacia el y le fulminó con la mirada, acordándose de que Han siempre se había lanzado de cabeza a todos los desafíos que se le ponían por delante.

—¿Es que vuelves a tener delirios de grandeza? ¿Por qué tienes que ser tú?

—Porque soy la única persona a la que quizá escuchará —replicó Han.

Volvió la mirada hacia el rostro cadavérico de Luke, y Leia vio que le temblaban los labios.

—Oye, si Kyp no me escucha... Bueno, entonces no escuchará a nadie, y estará perdido para siempre —siguió diciendo Han—. Si su poder es tan grande como piensa Cilghal, ese chico no es el tipo de enemigo que la Nueva República puede permitirse el lujo de tener. —Han miró a Leia y la obsequió con aquella sonrisa torcida que ella conocía tan bien—. Además, todo lo que sabe sobre el manejo de esa nave se lo enseñé yo. No puede hacerme nada, ¿verdad?

La cena con los estudiantes Jedi se desarrolló en un ambiente sombrío y lleno de tristeza.

Han utilizó los sintetizadores de alimentos del Halcón para crear un menú de platos corellianos bastante pesados y difíciles de digerir. Leia mordisqueó unas cuantas tiras de carne frita y sazonada con especias de una salamandra peluda que Kirana Ti había cazado en la jungla. Los gemelos se atiborraron de frutas y bayas, y consiguieron ponerse perdidos con los jugos y la pulpa mientras lo hacían. Dorsk 81 devoró una cena sosa y de aspecto nada apetitoso consistente en cubos de alimentos considerablemente procesados.

La conversación quedó reducida al mínimo y fue bastante forzada. Nadie se atrevía a hablar del tema que realmente les preocupaba a todos..., hasta que Kam Solusar empezó a hablar con su tono seco y cortante de costumbre.

—Teníamos la esperanza de que nos traería noticias, ministra Organa Solo —dijo—. Ayúdenos a descubrir lo que debemos hacer. Somos estudiantes Jedi sin un Maestro Jedi. Hemos aprendido algunas cosas, pero no las suficientes para poder seguir avanzando por nuestra cuenta.

—No estoy muy segura de que debamos tratar de aprender a controlar aquello que no entendemos —intervino Tionne—. ¡Fijaos en lo que le ocurrió a Gantoris! Fue consumido por alguna cosa maligna que descubrió por casualidad y sin darse cuenta de lo que era en realidad... ¿Y qué hay de Kyp Durron? ¿Y si nos vamos viendo atraídos hacia el lado oscuro sin darnos cuenta?

Streen se puso en pie y meneó la cabeza.

—No, no... ¡Está aquí! ¿Acaso no oís las voces? —Todo el mundo se volvió a mirarle, y Streen se sentó e inclinó los hombros hacia adelante como si estuviera intentando ocultarse bajo su túnica Jedi. Después resopló y carraspeó ruidosamente antes de seguir hablando—. Puedo oírle... Ahora mismo me está hablando en susurros.

Siempre me habla... No puedo alejarme de él.

Leia sintió una repentina oleada de esperanza.

—¿Luke? ¿Puedes oír a Luke hablándote?

—¡No! —Streen giró rápidamente hasta quedar de cara a ella—. Oigo hablar al Hombre Oscuro... Es un hombre hecho de oscuridad, una sombra. Habló con Kyp Durron. Haces brillar la luz, pero la sombra no se va nunca, y habla, y susurra...

Streen se tapó los oídos con las manos y empezó a apretarse las sienes.

—Esto es demasiado peligroso —dijo Kirana Ti frunciendo el ceño—. Vengo de Dathomir, y allí he visto lo que ocurre cuando todo un grupo sucumbe ante el lado oscuro. Las brujas malignas de mi planeta han hecho que Dathomir fuera un infierno durante siglos... y la galaxia se salvó únicamente debido a que no podían viajar por el espacio. Si las brujas hubieran logrado extender sus oscuras manipulaciones de un sistema estelar a otro...

—Sí, deberíamos interrumpir todos nuestros ejercicios Jedi —dijo Dorsk 81, parpadeando y contemplándoles con sus grandes ojos amarillos—. La verdad es que no era una buena idea. Ni siquiera deberíamos haberlo intentado.

Leia dejó caer las dos manos sobre la mesa.

—¡Basta ya! —exclamó—. Luke se avergonzaría de oír decir estas cosas a sus estudiantes. Con ese tipo de actitud nunca llegaréis a convertiros en Caballeros Jedi.

Leia estaba cada vez más enfurecida.

—Sí, existe un riesgo —siguió diciendo—. Siempre habrá riesgos. Habéis visto lo que ocurre cuando alguien no es lo suficientemente precavido..., pero eso sólo significa que debéis tener cuidado. No os dejéis seducir por el lado oscuro. Aprended del sacrificio de Gantoris, aprended de la manera en que fue tentado Kyp Durron y aprended de todos los sacrificios que hizo vuestro Maestro Jedi cuando intentó protegeros.

Se puso en pie y dejó que sus ojos fueran recorriendo lentamente los rostros de todos los estudiantes. Algunos se encogieron, y otros le sostuvieron la mirada sin bajar la cabeza.

—Sois la nueva generación de Caballeros Jedi —dijo—. Es una gran carga, cierto, pero debéis soportarla porque la Nueva República os necesita. Los antiguos Caballeros Jedi protegieron a la República durante un millar de generaciones. ¿Cómo podéis rendiros después del primer desafío?

»Tenéis que ser los campeones de la Fuerza con o sin vuestro Maestro Jedi. Aprended tal como aprendió Luke: paso a paso. Debéis trabajar juntos, descubrir las cosas que todavía ignoráis y luchar contra aquello que debe ser combatido... ¡Pero lo único que no podéis hacer es rendiros!

—Tiene razón —dijo Cilghal con su firme tranquilidad habitual—. Si nos rendimos, la Nueva República dispondrá de un arma menos contra el mal que acecha en la galaxia. Aunque algunos fracasemos, el resto debe triunfar.

—Hazlo o no lo hagas... —dijo Kirana Ti.

—... porque el intentarlo no existe —concluyó Tionne, terminando la frase que el Maestro Skywalker les había repetido una y otra vez.

Leia se sentó lentamente, sintiendo que el corazón le palpitaba a toda velocidad y que se le formaba un nudo en la garganta. Los gemelos contemplaron a su madre con cara de asombro, y Han le lanzó una mirada llena de admiración mientras le apretaba la mano. Leia respiró hondo, empezó a permitir que la tensión se fuera disipando y que sus músculos se relajaran poco a poco...

Y de repente un terrible alarido de agonía resonó dentro de su espíritu haciéndolo añicos. Era como una avalancha impalpable en la Fuerza, o como el clamor de miles y miles de vidas aniquiladas en un solo instante. Los estudiantes Jedi, todos ellos sensibles a la Fuerza, se llevaron las manos al pecho o intentaron taparse los oídos.

Streen dejó escapar un largo gemido.

—¡Son demasiados, demasiados...! —protestó con voz quejumbrosa.

La sangre de Leia parecía arder en sus venas. Unas garras terribles se deslizaron a lo largo de su columna vertebral, tirando dolorosamente de sus nervios y enviando descargas eléctricas por todo su cuerpo. Los gemelos estaban llorando.

Han agarró a Leia por los hombros y la sacudió.

—¿Qué te pasa, Leia? —preguntó atónito—. ¿Qué ha ocurrido? —Al parecer Han no había sentido nada—. ¿Qué ha sido eso?

—Una gran... perturbación en..., en la Fuerza —logró responder Leia por fin con voz entrecortada—. Algo terrible acaba de ocurrir.

Leia pensó en el joven Kyp Durron, que se había vuelto hacia el lado oscuro y que estaba armado con el Triturador de Soles, y una gélida oleada de terror se fue adueñando de ella.

—Algo terrible... —repitió, pero no pudo responder a las otras preguntas de Han.