37
Una especialista táctica golpeó el panel de control con el puño en la sala de operaciones de la Instalación de las Fauces.
—¡Los escudos están empezando a fallar, general Antilles! —anunció.
Un ingeniero llegó corriendo por el pasillo y entró en la sala. Estaba jadeando, y tenía el rostro enrojecido. El sudor le había pegado los cabellos a la frente, y sus ojos azules estaban vidriados por el pánico.
—¡Los sistemas de refrigeración temporal que instalamos en el asteroide del reactor se han averiado debido a los repetidos impactos! No esperábamos que tuvieran que aguantar un castigo semejante... El reactor va a estallar de un momento a otro, y esta vez no hay ninguna posibilidad de improvisar algún tipo de control.
Wedge apretó los dientes, miró a Qwi y le estrechó la mano.
—Bien, creo que le vamos a ahorrar unas cuantas molestias a Daala —dijo—. Ha llegado el momento de evacuar el complejo. Luke había estado inmóvil a su lado, pero giró bruscamente sobre sí mismo en aquel instante.
—¡Eh! ¿Dónde está Kyp?
Pero el joven había desaparecido.
—No lo sé —respondió Wedge—, pero no tenemos tiempo de buscarle.
El corazón de Kyp Durron latía con un palpitar ensordecedor dentro de su pecho, pero usó una técnica de relajación Jedi y se obligó a calmarse. Necesitaba que todo su organismo funcionara de la manera más eficiente posible proporcionándole energías cuando las necesitara, y no podía permitir que el miedo o el agotamiento le impidiesen alcanzar su objetivo.
La algarabía de las alarmas y el estrépito del ataque exterior hacían vibrar toda la Instalación. Soldados de la Nueva República iban y venían a la carrera por los pasillos, recogiendo equipo y apresurándose para volver a sus transportes.
Nadie se detuvo a mirar a Kyp. Si alguien se hubiera tomado la molestia de preguntarle qué estaba haciendo allí, Kyp habría utilizado un sencillo truco Jedi para distraerles y nublar sus memorias, haciéndoles creer que nunca le habían visto.
El Maestro Skywalker no se había dado cuenta de su marcha, y eso le complacía. La repentina aparición de la Estrella de la Muerte y las repetidas andanadas que llovían desde el Gorgona habían hecho que Kyp comprendiera lo que debía hacer.
También sabía que el Maestro Skywalker intentaría detenerle, y Kyp no podía perder ni un segundo discutiendo con él.
Había utilizado sus poderes —y esperaba fervorosamente que fuesen poderes del lado de la luz— para distraer a todos los que le rodeaban mientras salía al corredor. Kyp había envuelto sus pensamientos y sus intensas emociones en un velo de neblina, y eso haría que Kyp pasara desapercibido entre el caos a menos que el Maestro Skywalker hiciera un esfuerzo claramente dirigido a dar con él.
El compás de la batalla que se estaba librando en el exterior se fue acelerando mientras corría por los pasillos, y Kyp comprendió que la Instalación de las Fauces no podría aguantar mucho más tiempo. Si el prototipo de la Estrella de la Muerte conseguía disparar su haz superláser aunque sólo fuera una vez, todos quedarían aniquilados en un instante. La Estrella de la Muerte se había convertido en la principal amenaza de la nueva situación.
Kyp siguió corriendo por los túneles abiertos en la roca que llevaban hasta el hangar de mantenimiento donde había posado el Triturador de Soles, y recordó cómo él y Han habían huido de las minas de especia de Kessel. Pensar en Han hizo que se sintiera desgarrado por una punzada de dolor y pena.
La Estrella de la Muerte había vuelto a aparecer en el centro de las Fauces, pero Kyp no había visto ni rastro del Halcón Milenario. ¿Significaría eso que Han había muerto, que había sido destruido durante su intento de sabotaje?
Kyp había sido maldecido con el defecto de ser tan impulsivo que tomaba las decisiones y las llevaba a la práctica sin detenerse a pensar en las consecuencias, pero en aquellos momentos el defecto se había convertido en una virtud. Tenía que combatir a los enemigos de la Nueva República, y no podía pararse a pensar y sopesar los resultados finales de sus acciones.
Kyp sabía que tenía muchas culpas que expiar. Había prestado oídos a las enseñanzas oscuras de Exar Kun, y había estado a punto de acabar con su instructor y Maestro Jedi. Había arrancado los recuerdos de la mente de Qwi Xux. Había robado el Triturador de Soles y había destruido sistemas estelares enteros..., y había causado la muerte de su hermano Zeth.
Estaba decidido a hacer cuanto pudiera para salvar a sus amigos, y no sólo para aliviar su conciencia culpable, sino también porque merecían vivir y poder continuar su lucha para que la libertad acabase reinando en toda la galaxia.
Kyp contempló la lustrosa textura metálica de los flancos facetados del Triturador de Soles. El blindaje cuántico reflejaba la luz despidiéndola en direcciones imprevisibles y distorsionándola, con el resultado de que creaba la impresión de que la superarma había sido construida con haces de una extraña luz lenta.
Trepó por los peldaños de la escalerilla izándose con manos temblorosas hasta la cabina. Han Solo y Chewbacca habían subido por aquellos mismos peldaños para entrar en el Triturador de Soles durante su huida de la Instalación de las Fauces. El hermano de Kyp había intentado trepar por ellos antes de que la estrella de Carida estallase..., pero Zeth no había conseguido llegar hasta la cabina.
Kyp cerró la escotilla como si se estuviera separando del resto de la galaxia para toda la eternidad. No sabía si volvería a ver el exterior o si regresaría algún día a Coruscant, y ni siquiera sabía si volvería a hablar alguna vez con Han Solo o con el Maestro Skywalker.
Se dejó caer en el asiento de pilotaje y utilizó una técnica Jedi para calmar la frenética agitación de sus pensamientos. Hacía sólo unas horas él y Luke habían estado viajando a bordo del Triturador de Soles, dos compañeros que charlaban tranquilamente de sus vidas y de sus esperanzas. Todo eso pertenecía al pasado, y Kyp ya no podía pensar en nada que estuviera mas allá de los sencillos controles del Triturador de Soles.
Fue haciendo elevarse la nave en forma de espino sobre sus haces repulsores, y después la pilotó por el largo túnel de lanzamiento hasta el vacío donde se estaba librando el encarnizado combate espacial.
Kyp avanzó hacia la gigantesca esfera esquelética de la Estrella de la Muerte. Ya había sido testigo de lo efectivo que podía llegar a ser el blindaje ultra resistente del Triturador de Soles cuando Han Solo lo lanzó a toda velocidad contra la torre del puente del Hidra, pero ni siquiera la armadura cuántica podía ser capaz de soportar un disparo del superláser de la Estrella de la Muerte.
Kyp aún disponía de dos torpedos de resonancia que podían crear una supernova. Dudaba que pudiera llegar a provocar una masa crítica en la estructura del prototipo, pero un impacto directo seguiría causando una reacción en cadena de considerable magnitud.
Kyp imprimió un poco más de velocidad al Triturador de Soles, aquella nave diminuta que era un mero puntito luminoso casi perdido sobre el inmenso lienzo de gases multicolores que giraban alrededor de los agujeros negros de las Fauces.
Y una deslumbrante flor naranja y blanca apareció de repente en el núcleo de energía que ocupaba el centro de la Estrella de la Muerte, indicando que se acababa de producir una pequeña explosión; y un instante después el Halcón Milenario emergió de la superestructura y fue adquiriendo velocidad a medida que se alejaba en dirección opuesta.
Kyp comprendió que Han Solo había sobrevivido, y se sintió invadido por una deliciosa oleada de alivio y triunfo que derritió todo el hielo de sus temores. Ya podía atacar a la Estrella de la Muerte sin ninguna preocupación aprovechando que acababa de sufrir nuevos daños, y después iría a por Daala.
Conectó los sistemas de puntería y armamento. Sus sentidos Jedi le permitieron percibir el repentino aflujo de energía que inundó el generador toroidal de torpedos debajo de él, y Kyp supo que esa energía bastaría para hacer añicos una estrella.
Tendría que utilizarla por última vez.
La explosión producida en el núcleo de energía hizo que toda la Estrella de la Muerte se bamboleara. El soldado que había estado intentando desmantelar los detonadores salió despedido hacia atrás y quedó convertido en un amasijo de huesos incinerados y fragmentos de armadura de plastiacero.
El detonador había abierto una hendidura en el cilindro del núcleo, y un chorro de fuego radiactivo empezó a brotar por entre los dientes de sierra de las planchas destrozadas.
Las colas cefálicas de Tol Sivron se tensaron bajo los efectos de la indignación.
—¡Di la orden de que esos dos soldados impidieran el sabotaje! —gritó, y giró sobre sí mismo para encararse con el líder de división devaroniano—. ¡Apunte sus números de servicio y haga una anotación disciplinaria especial en sus historiales, Yemm! —Sivron tabaleó con las garras sobre el brazo de su sillón hasta que se hubo calmado lo suficiente para poder recordar que aún debía ocuparse de un pequeño detalle—. Ah, sí... —añadió—. Y también quiero una evaluación de daños, ¿entendido?
Doxin fue corriendo hacia una consola de diagnóstico y solicitó un informe visual.
—Por lo que sé de los diseños del prototipo, parece haber una brecha relativamente insignificante en el núcleo de energía, director —dijo unos instantes después—. Podemos repararla antes de que los niveles de radiación lleguen a ser demasiado elevados. Es una suerte que sólo uno de esos detonadores estallara, desde luego, ya que de lo contrario no podríamos taponar la brecha.
El capitán de las tropas de asalto se había puesto en pie y estaba dando órdenes a toda velocidad por la radio de su casco.
—Ya he enviado todo un escuadrón de soldados abajo para que se pongan los trajes de vacío, señor —dijo—. También les he ordenado que reparen la avería cueste lo que cueste sin preocuparse de su seguridad personal.
—Excelente, excelente —dijo distraídamente Tol Sivron—. ¿Cuándo podré volver a disparar el superláser?
El capitán estudió sus paneles de control. El casco de plastiacero blanco ocultaba todas sus expresiones.
—Los soldados ya se han puesto los trajes y van hacia allí —dijo—. Están bajando por las pasarelas. —El capitán volvió la cabeza y contempló a Sivron con sus visores negro mate—. Si los trabajos de reparación siguen el curso planeado, podrá volver a disparar dentro de veinte minutos.
—Pues entonces ordéneles que se den prisa —dijo Sivron—. Si Daala se me adelanta y destruye la Instalación de las Fauces antes de que yo haya podido hacerlo... Bueno, capitán, le advierto de que en ese caso me enfadaré muchísimo.
—Sí, director —respondió el capitán.
Tol Sivron contempló con creciente frustración cómo el Halcón Milenario se alejaba de ellos, siguiendo un rumbo que lo llevaría a desaparecer entre las naves que estaban combatiendo dentro de las Fauces. Se dio cuenta de que las naves de la Nueva República habían conquistado su complejo, y observó con expresión pensativa la aglomeración de planetoides en la que había pasado tantos años de su carrera. Después volvió la mirada hacia el Destructor Estelar de la almirante Daala... Daala, a la que aborrecía, que había dejado abandonado a Sivron y había abandonado su puesto en el momento en que Sivron más la necesitaba.
—Tantos blancos y tan poco tiempo... —murmuró para sí mismo mientras se removía nerviosamente en el sillón de pilotaje.