Capítulo 21
Aunque protestando porque quería ayudarla más, Diana dejó a Claire junto a su coche y se volvió a Seattle.
Inmediatamente, Claire fue a la comisaría. Necesitaba que Aaron la acompañara a la cabaña a recoger sus cosas.
Cuando entró, saludó a la telefonista, Peggy. La señora, de expresión dulce y pelo blanco, alzó la vista desde detrás del mostrador.
- Querida, pase -le dijo emocionada, poniéndose de pie-. Todo el mundo estaba tan angustiado por el sheriff y por usted… Estábamos cortando lazos amarillos para atar en todas partes cuando los encontraron.
- Muchas gracias, Peggy. Estamos muy agradecidos a todos por como nos han apoyado. No puedo quedarme. Tengo que pasar por mi casa, pero le prometí al sheriff que vendría a buscar al ayudante Curtis para que me acompañara.
- ¡Oh, querida! Aaron ha tenido que ir al escenario de un accidente al norte del pueblo. No sé qué hacer, porque acabo de recibir otra llamada del viejo Sam Dos Garras, diciéndome que alguien entró en su casa y lo agredió, así que estaba a punto de llamar por radio a Aaron. También he llamado a Mike Woods, pero hoy tiene el día libre, y se ha ido a ver a un amigo y…
- ¡Dígale a Aaron que lo veré en casa de Sam! -dijo Claire, y salió corriendo por la puerta.
Si antes tenía la tensión alta, en aquel momento debía de tenerla por los aires, pensó Nick, después de hablar con Peggy. Ella le había contado que Aaron estaba en un accidente en el norte del pueblo, que Sam había llamado al nueve-uno-uno y que Claire había salido corriendo para casa del anciano.
Nick decidió llamar de nuevo a Peggy para pedirle el número de Sam. Si Sam había telefoneado pidiendo ayuda, quizá respondiera, y Nick podría averiguar quién lo había atacado. Si la agresión de Sam tenía relación con lo que le había ocurrido a Claire durante aquellas semanas, eliminaría a Dos Garras como sospechoso y podría servir de ayuda para atrapar al culpable. O quizá Claire respondiera al teléfono de Sam, y él podría ordenarle que saliera de allí y que no se metiera en el peligro ella sola. Claro, como si Claire fuera a prestarle atención.
De todos modos, Nick llamó a Peggy.
- Peggy, soy yo otra vez. Necesito el número de Sam Dos Garras -le dijo en cuanto la telefonista respondió la llamada-. ¿Y qué aspecto tenía Claire cuando estuvo allí?
- Parecía que estaba exhausta, y estaba muy mojada, como si se hubiera caído al río -dijo Peggy; después le dio el número de teléfono de Sam.
- Gracias. Tienes mi número de la habitación, así que estaremos en contacto -dijo Nick antes de colgar.
Claire… Mojada… Como si se hubiera caído al río…
Marcó el número de Sam, pero la línea estaba cortada.
A las cuatro y cinco de aquella tarde, Claire llegó a casa de Sam. La combinación del atardecer y la tormenta hacía que estuviera oscuro, casi tanto como si fuera de noche. Claire detuvo el motor del coche, y se dio cuenta de que no había luz en casa de Sam. Quizá la tormenta hubiera cortado la electricidad.
Claire estaba muy angustiada al pensar en que alguien había herido a aquel anciano independiente y fuerte, y que podía estar tirado en el suelo a oscuras, por mucho que siempre estuviera recorriendo las orillas del río, de forma casi obsesiva por las noches, y por mucho que pudiera saber sobre la muerte de Keith, aunque no lo hubiera admitido.
Claire tomó la linterna que siempre llevaba bajo el asiento del coche y salió. Era evidente que el equipo de rescate aún no había llegado, y quizá Aaron tardara un buen rato en volver de la zona norte del pueblo. Sabía que Nick se pondría furioso al saber que ella estaba allí sin el ayudante, con todo lo que estaba ocurriendo.
Claire notó que la gravilla del suelo crujía bajo sus pasos. Atravesó la entrada que marcaban los dos enormes osos disecados, alzados como centinelas que protegían el lugar; Sam, probablemente, pensaba que sus espíritus lo protegían. Oyó el lejano retumbar de un trueno, y tuvo la sensación de que los osos la rugían.
Preparándose para encontrar una escena fea, empujó la puerta de la casa, que estaba entreabierta.
- ¿Sam? ¡Soy Claire Malvern! El equipo de rescate está de camino, pero yo he venido a ayudar.
No obtuvo respuesta. No oía ningún sonido. No había ningún interruptor en la pared, pero con la ayuda de la linterna, vio un cordel que colgaba de una bombilla; tiró de él, pero la luz no se encendió.
- ¿Sam? ¡Soy Claire Malvern! -repitió.
Recordó que Keith le había contado que la casa de Sam estaba construida de habitación en habitación, sin pasillos, así que no se sorprendió al encontrarse la siguiente estancia directamente detrás de la puerta. Había en ella estanterías con varios animales disecados, entre ellos, un halcón con las alas extendidas que parecía preparado para abalanzarse sobre ella. Percibió varios olores desagradables: El de la lejía, la laca, el vinagre y quizá de aguarrás también, como el que ella utilizaba para limpiar los pinceles.
Cuando entró en la tercera habitación, Claire olió a pintura. Sobre una mesa de trabajo, vio pinceles metidos en un frasco de mantequilla de cacahuetes. ¿Sam era pintor?
Entonces, recordó que la piel del salmón perdía sus matices de color y su brillo cuando se colocaba a los peces sobre los moldes de escayola, y había que repintarlos y lacarlos antes de montarlos sobre las bases de madera, como los cuatro ejemplares que Keith tenía en la cabaña.
- ¿Sam? ¿Dónde estás?
Notó algo bajo los pies, bajó la mirada y vio que había un saco de polvo de escayola abierto. Había huellas, evidentemente de una pelea, por todo el suelo, marcadas sobre el polvo; eran pistas sobre quien hubiera atacado a Sam, así que ella caminó a su alrededor para no alterarlas.
Por fin, oyó las sirenas del coche de policía. Aliviada, Claire respiró profundamente y gritó hacia la parte delantera de la casa:
- ¡Aquí! ¡Deprisa!
En aquel momento, el haz de luz de su linterna pasó sobre Sam y después volvió a él. En uno de los rincones de la siguiente habitación, con una bata de rayas, el anciano estaba en el suelo, sentado sobre sus rodillas.
- ¡Está aquí! ¡Ayuda! -gritó Claire, y corrió hacia él.
Se quedó asombrada al ver que la piel bronceada de Sam estaba blanca, hasta que se dio cuenta de que estaba cubierto de polvo de escayola. Estaba sangrando por la nariz y la boca, y ella recordó aquel momento en que estaba en su terraza intentando llamar al espíritu de Keith, con jugo de sanguinaria fluyéndole de la nariz. Pero claramente, él no podía haberse inflingido aquellas heridas a sí mismo.
Claire vio su teléfono, un aparato negro antiguo con una rueda para marcar los números; estaba tirado junto a él, en el suelo. El cordón había sido arrancado de la pared. ¿Acaso Sam había tirado de él después de llamar al nueve-uno-uno? ¿O acaso alguien había llamado en su lugar? Sin embargo, Peggy había dicho que quien había llamado había sido Sam.
Oyó el ruido de los hombres del equipo, que entraban en la casa, y les gritó:
- ¡No estropeen las huellas que hay en el suelo de la tercera habitación! -después, se dirigió a Sam-. ¡Sam! Sam, ¿qué ha ocurrido? -le preguntó, con miedo de tocarlo.
Gracias a Dios, estaba vivo; ella veía que su pecho subía y bajaba con la respiración. De debajo de su bata de manta, lentamente, sacó uno de sus salmones disecados y se lo tendió, con la base de madera hacia la cara de Claire.
- Malditos, todos malditos, hasta que la tierra vuelva al pueblo -dijo con una voz casi inaudible.
- Ya han venido a ayudarte, Sam. ¿Quién te ha hecho esto?
- No lo vi. Yo venía del río. Él estaba aquí. En el río… Te lo dije, el salmón tiene las respuestas -susurró el anciano-. Keith lo sabía, Keith usaba esto…
Dos médicos se arrodillaron junto a ella, y la apartaron para poder abrir sus maletines de metal. Claire le quitó el salmón a Sam de las manos y se quedó allí de pie mientras los médicos lo atendían.
Se preguntó si el anciano no habría estado delirando. A los pocos instantes, el ayudante Mike Woods apareció en la habitación.
- Señora Malvern, ¿ha dicho Sam algo de quién ha podido hacer esto? -le preguntó a Claire, señalándole la otra habitación, a la que estaba en la parte trasera de la casa.
Ella dejó el salmón disecado en una mesa y siguió al ayudante.
- No, y se lo he preguntado. Me dijo que su atacante debía de estar esperándolo cuando él volvió a casa. No lo entiendo -le explicó a Woods, sacudiendo la cabeza-. Me dijo que el salmón tiene todas las respuestas, y que mi marido lo sabía. Y que hay una maldición hasta que la tierra vuelva a su gente.
Con el ceño fruncido, Mike se encogió de hombros y dijo que iba a inspeccionar la casa y las puertas. Después de un rato, los médicos colocaron a Sam en una camilla y dijeron que lo habían estabilizado y que iban a transportarlo al hospital.
- Probablemente tiene hemorragias internas, pero es fuerte, señora Malvern -le dijo a Claire uno de ellos-. El anciano nos ha pedido que le dijéramos una cosa que no tiene mucho sentido: Que si muere, que le diga al cielo oscuro que le gusta la música. Eso es lo que creo que ha dicho -añadió.
Después se despidió.
Sam debía de haber dicho: «Dile a Cielo Oscuro que me gusta su música», pensó Claire. Aquella canción de rock que Sam estaba escuchando en el río. Keith le había contado que la nieta de Sam estaba en una banda de rock. De todo aquello había salido algo bueno: El severo y tradicional Sam quería a su nieta rebelde. Por primera vez en años, Claire se dio cuenta de lo desesperadamente que deseaba ver a su padre.
Al menos, parecía que Sam iba a recuperarse. Claire y Nick podrían hablar con él. Quizá los médicos lo llevaran en la ambulancia al mismo hospital donde Nick iba a pasar la noche.
Mientras Claire esperaba en la otra habitación a que Mike Woods terminara de hablar con los médicos, se dio cuenta de que Sam tenía allí sus cuchillos de disección, o quizá de limpiar el pescado y cocinar; estaban expuestos sobre el fregadero. En la balda de arriba había una pintura… Era una de las pinturas de Claire, una de las que habían robado de su cobertizo.
Asombrada y horrorizada, se acercó y se dio cuenta de que había algo más en la pintura. Una figura que ella no había pintado. Era una mujer, con el mismo color de pelo que ella, cayéndose o saltando del puente a los remolinos de la catarata.
Claire soltó un jadeo de terror. ¿Acaso había pintado Sam aquella figura, y la del hombre en el otro cuadro? ¿Era Sam quien estaba detrás de todo aquello?
Aunque apenas podía apartar la vista de la pintura, vio algo más en la balda. Algo que parecía una pistola espacial, muy distinta de cualquiera que ella hubiera visto nunca.
¿Una pistola Taser? ¿La pistola Taser?
- Ayudante Woods -dijo, temblando-, ¿podría venir un momento?