Capítulo 11

A la mañana siguiente, Claire iba conduciendo hacia el Acuario de Seattle, que se encontraba en los muelles del centro de la ciudad.

Había pasado la noche en un hotel económico para no tener que quedarse en casa de algún amigo y tener que responder a las preguntas, que sin duda le harían.

Cuando había llamado a la oficina de Ethan Nance había sabido por su secretaria que él iba a estar fuera de la ciudad durante dos días, y se sintió consternada. Claire estaba desesperada por hablar con él. Sin embargo, la secretaria había podido fijarle una cita para comer con Diana Nance en el acuario, donde trabajaba voluntariamente una vez a la semana, ayudando en la tienda de regalos.

Claire tenía casi una hora antes de la comida, así que compró una entrada para el acuario y lo recorrió viendo las atracciones y los animales. Cuando estaba embelesada viendo una instalación subacuática que reproducía la madriguera de las nutrias, oyó una voz de mujer tras ella.

- ¡Claire, has venido pronto!

Claire se sobresaltó. Era Diana Nance. Llevaba el pelo recogido en un moño y una traje de cuero de color gris perla.

- Diana, me alegro tanto de que la secretaria de Ethan te localizara con tan poca antelación… -le dijo Claire mientras se daban un beso en la mejilla y DeeDee le daba un ligero abrazo.

- Y yo me alegro de que seamos sólo las chicas por un día, y no tengas a ese sheriff a la zaga esta vez -le dijo Diana, indicándole que debían subir las escaleras hacia la salida.

- Él me ha ayudado mucho, y por eso estaba en la subasta el otro día. Sólo quería apoyar a su causa benéfica favorita. Su mujer murió muy joven, de cáncer.

- ¡Qué horrible! No me extraña que formara parte de esa absurda subasta. Escucha, aunque está lloviznando, si quieres podemos ir a comer algo al mercado. Algunas veces, estos pesados muros de agua me deprimen.

Ignorando la llovizna, ambas salieron del acuario y se dirigieron apresuradamente hacia el Mercado de Pike's Place. Claire se sobresaltó al oír la bocina de un ferry.

- Llevas demasiado tiempo lejos de Seattle, en la paz de aquel lugar -le dijo Diana con una sonrisa-. A mí me vendría bien un poco de eso ahora. Algunas veces, Ethan y yo nos agotamos.

- Como te he dicho, los dos estáis invitados a la cabaña cuando queráis. Este mismo fin de semana, si os apetece.

- Si estás segura, como querías hablar con Ethan, quizá podamos ir a pasar allí una noche.

- ¡Estupendo! Sólo tienes que decirme cuándo vais a ir, después de que hables con él.

- Ethan se ha marchado a pasar unos días con mi padre; una especie de vacaciones de trabajo. Mi padre aún sigue presidiendo el consejo asesor. Ahora, su título es presidente del consejo de administración y consejero delegado, en vez de director. ¿Podrás creerte que le ha llamado Xanadú a su nueva casa de retiro de las Cascadas? -le preguntó Diana, aludiendo al poema de Coleridge sobre el fantástico palacio del antiguo emperador Kubla Khan.

Sí, pensó Claire, la riqueza y el poder de Howard Chin, incluso su ascendencia china, eran comparables a las del emperador.

- Es apropiado -le dijo a Diana-. En cuanto a mi humilde cabaña de pesca, me encantaría enseñaros la zona a los dos. Hay una granja de arándanos cerca, y es casi el tiempo de la cosecha. Inundan los campos y usan grandes bombas de succión. ¡Oh! Y hay una tienda de artesanía de los balleneros en la plaza, que tiene reproducciones de piezas chinas y un caballo real de Tang a la venta -añadió, complacida y agradecida que el matrimonio fuera a visitarla incluso después de la muerte de Keith.

- Te llamaré -le prometió Diana-. Y ahora, ¿te apetece un bocadillo de salmón ahumado y fruta fresca para comer? Me muero de hambre. No cocino demasiado cuando Ethan no está.

- Deberías haber ido con él. Estoy segura de que la casa de las Cascadas es una maravilla.

- No me necesitan cuando están inmersos en ChinPak -dijo ella con una sonrisa-. Además, yo tengo mis compromisos aquí, y como he dicho, algunas veces deseo estar tranquila.

Mientras subían las escaleras hacia el mercado desde el muelle, los olores y sonidos de aquel lugar familiar envolvieron a Claire. Percibió una mezcla de especias que seguramente provenía del café aromatizado de Starbucks. Allí estaba su local original.

- Llevo varios días sin tomar cafeína porque me altera más de lo normal últimamente, pero hoy tengo que tomar un café con leche -dijo.

- Después del vino -le dijo Diana mirando hacia atrás. Sin embargo, después se detuvo entre la gente y le dio a Claire otro abrazo, esta vez más afectuoso-. Perdóname si continúo como si todo estuviera normal en tu vida, sólo porque has vuelto a Seattle durante unos días. Estoy segura de que la pérdida de Keith ha sido devastadora.

- Si intentara explicártelo ahora, me echaría a llorar.

Con un asentimiento de comprensión, Diana la condujo hasta un puesto de pescado que tenía letreros pintados a mano indicando que vendía salmón ahumado; tuvieron que esperar un poco en la cola.

- Podrías volver a vivir aquí -le sugirió Diana-. Tengo un par de amigos que están construyéndose una casa o mudándose, y yo estaría encantada de recomendarte como decoradora, o de recomendar a Kallile's, si quieres volver a trabajar allí.

- Aún no he decidido mi futuro -respondió Claire-. Pero te agradezco muchísimo tu ofrecimiento, y el apoyo que Ethan y tú siempre me habéis dado… nos habéis dado, cuando éramos dos.

- Vamos, vamos -le dijo Diana, y la empujó suavemente para animarla cuando a Claire se le llenaron los ojos de lágrimas-. Conozco el lugar perfecto para comer y charlar.

Después de comprar la comida, DeeDee condujo a Claire por un laberinto de puestos y calles hasta que llegaron a una diminuta plaza y se sentaron en la mesa de un pequeño restaurante, bajo cuyo toldo se refugiaron de la llovizna. Diana compró una botella de vino, aunque costaba más de lo que Claire habría pagado por un vestido. Diana conocía al camarero; Claire la vio darle diez dólares de propina.

A media comida, con la esperanza de que a Diana le pareciera una ocurrencia del momento, Claire le preguntó lo que había querido preguntarle desde el principio.

- Diana, ¿te dijo algo Ethan sobre las últimas impresiones de aquel día en que murió Keith? Ya sabes, cuando Keith lo telefoneó. Estoy atesorando todos los recuerdos que pueda.

La mujer hizo girar el vino en su copa, mirándola como si estuviera buscando las respuestas en los posos del café.

- Aunque no debería hablar por Ethan -respondió-, creo que me dijo que Keith estaba un poco frenético.

- ¿Frenético? ¿En qué sentido?

- No había bebido nada, ¿verdad?

- Sólo un par de cervezas con la pizza. Tenía mucha energía, estaba deseando acabar las habitaciones de huéspedes para abrir la cabaña al público. Por eso no creo que el suicidio tenga sentido en su caso.

- Prefiero que hables con Ethan sobre los altibajos de Keith.

Claire se quedó asombrada de nuevo. Se sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.

- ¿Altibajos? -repitió.

Recordó el modo en que el psiquiatra de su madre había descrito sus cambios de estado de ánimo. Después de que su padre se hubiera casado de nuevo, Claire había encontrado el informe psiquiátrico entre las cosas de su madre y lo había conservado, aunque hacía años que no lo leía.

- Claire -dijo Diana, interrumpiendo sus pensamientos-. ¿Sabes? Keith era una persona muy intensa, muy ambiciosa, como Ethan. ¿No crees?

Claire estuvo a punto de decir que un hombre que era capaz de dejar un trabajo bien pagado y con posibilidades de ascenso profesional rápido no era realmente ambicioso. Sin embargo, Keith estaba totalmente decidido a cambiar de vida, a escapar, así que era ambicioso en aquel sentido. Claire decidió no decir nada, al menos por el momento.

- Es raro como algunas veces, no conocemos de verdad a las personas con las que vivimos -admitió, mirando más allá de Diana, hacia la gente que pasaba por la plaza-. Sólo espero que Ethan y tú podáis venir este fin de semana a la cabaña. Sé que me ayudará a aclarar las cosas hablar con Ethan, ya que Keith y él eran tan amigos.

- ¿Antes has querido decir que no crees que Keith se suicidara? -le preguntó Diana, sirviendo en las copas lo que quedaba de vino-. ¿Crees que fue algo como un… accidente?

- ¿Accidente? ¿En mitad de la noche, en aquel puente? -gritó Claire-. Cuando vengas, te lo enseñaré. ¡Él nunca hubiera ido por sí solo a aquel lugar!

- No -dijo Diana, en un tono tan controlado como la expresión de su rostro-. Yo… Nosotros no podríamos soportar ver ese puente, por muy magnético que sea para aquellos que quieren terminar con todo -declaró. Se puso en pie, tomó su bolso y se lo metió bajo el brazo-. No me había dado cuenta de que se había hecho tan tarde, y tengo que volver. Hablaremos pronto. Claire, yo… Lo siento muchísimo -susurró.

Se inclinó hacia Claire y le apretó el hombro. Después se alejó y desapareció entre la multitud.

¡Demonios!, pensó Claire. Después de aquella súbita reacción, probablemente no volviera a ver a los Nance.

- DeeDee, tengo que hablar contigo ahora mismo -le dijo Nick al entrar en la comisaría al día siguiente, mientras se dirigía a su despacho.

- ¡Oh, claro! -dijo ella, agradada, pero también con algo de cautela-. Si llama alguien puedo oírlo desde allí. ¿Se encuentra bien, sheriff?

- Perfectamente -dijo él con brusquedad, sentándose en su escritorio. La muchacha lo siguió a la oficina y Nick añadió-: Cierra la puerta y siéntate.

Tímidamente, DeeDee obedeció.

- Me he enterado de que ayudaste a Claire Malvern a buscar entre los informes de incidentes el otro día. El lunes, creo…

- Sí, es verdad. Fue el lunes, la mañana que usted tuvo el desayuno en la Cámara de Comercio. Lo siento por ella, y es muy agradable. No dejé a un lado mi trabajo mientras ella estuvo aquí, de veras, y…

- Eso no es lo que quiero decir. Está bien que la ayudaras. Pero ella dijo que no encontrasteis nada. En realidad, dijo que tú hiciste la búsqueda por ella.

DeeDee abrió los ojos un poco más, pero después los entrecerró.

- Eso es cierto. ¿Qué ocurre?

- Lo que ocurre es que Aaron dice que él hizo un informe de incidentes sobre Keith Malvern por exceso de velocidad, y que está seguro de que te lo contó. Yo sé lo cuidadosa que eres con el trabajo de la oficina, y también sé que tienes muy buena memoria, y nunca he visto que hayas cometido un error de ese tipo antes. ¿Acaso ella te pidió que no divulgaras lo que encontraste entre los informes? ¿Dejaste que se lo llevara o lo destruiste?

Ella se quedó sorprendida.

- No quiero que la culpe a ella -balbuceó, apretándose la libreta que había llevado consigo contra sus enormes pechos-. Es culpa mía, y ella no necesita más problemas en su vida.

- Estoy seguro de que ella te lo agradecería, pero dime lo que ocurrió.

- Saqué el informe que escribió Aaron sobre Keith Malvern antes de que ella pudiera verlo y le dije que no había ninguno.

- ¿Dónde está?

- Lo tiré a la basura. Bueno, me imaginé que como algunos se pierden de todos modos, no tenía tanta importancia, y ese hombre está muerto.

Nick soltó un juramento entre dientes. Intentó no perder los estribos.

- ¡Demonios! Precisamente porque está muerto, ese informe tiene el doble de importancia. No puedo permitir que mis empleados destruyan pruebas. ¡Ya es lo suficientemente difícil cuando lo hacen los criminales! -A ella se le llenaron los ojos de lágrimas-. Vamos, DeeDee, eres telefonista y secretaria de la comisaría, y a menudo eres mi mano derecha, así que no quiero lágrimas, quiero la verdad.

- Después de que ella rellenara el formulario de seguridad y me dijera lo que estaba buscando, se marchó a la tienda de Noah Markwood a hablar con él. Estuvo allí una media hora, quizá un poco más. Mientras, yo encontré ese informe y lo tiré a la basura.

- ¿Y por qué razón? ¿Por qué le mentiste sobre el informe?

- ¡Porque ella habría averiguado que su marido no la quería! -explotó DeeDee-. ¿No le dijo Aaron con quién lo encontró, y cuándo? Estoy segura de que sería mejor para ella tener un buen recuerdo de él que tener resentimiento, cuando…

- Nosotros tenemos que concentrarnos en lo que debes y no debes hacer tú. ¡Tú no puedes alterar propiedad de la policía y posibles pruebas de un caso criminal! -gritó él.

- ¿Qué? Sólo era un informe por exceso de velocidad.

- De ese informe, tú dedujiste que Anne Cunningham y Keith Malvern tenían una aventura, ¿no es así?

- Bueno… Supongo que es posible que la tuvieran. La señora Malvern podría haberlo pensado, sí. Yo no le conté esto, pero una vez los vi salir a los dos del motel Bide-A-While.

- Así que tú sacaste esa conclusión no sólo del informe, sino de otras pruebas -murmuró Nick.

- Sí, creo que sí. Y también de la reputación de Anne, aunque supongo que eso sólo son habladurías.

- Cuéntamelas, de todos modos.

- Bueno, he oído decir que tiene reputación de ser un poco ligera de cascos, por decirlo suavemente. ¿Ella ha estado… coqueteando con usted? -le preguntó a Nick.

Él no daba crédito. DeeDee, cuyo color rosado había desaparecido, volvió a ruborizarse bajo su mirada fulminante.

- Limítate a responder a mi pregunta.

- Sé que salía con Noah Markwood y con otros hombres, y creo que a veces con dos a la vez. En realidad, yo la vi con Keith Malvern dos veces en el pueblo, y tenían una actitud muy amistosa. Eso, aparte de cuando los vi saliendo del motel. Y una vez, oí a Noah Markwood decirle que era una zorra por engañarlo, y por tomarle el pelo a Keith también. Noah estaba muy enfadado con Keith y con ella.

Nick farfulló otra maldición y se pasó los dedos por el pelo. Su mente trabajaba febrilmente. Aún no podía creer que Keith hubiera sido asesinado, y que hubiera gente del pueblo, como Noah y Anne, que resultaran sospechosos. ¿Y Claire?

Nick intentó hablar con un tono calmado.

- ¿Y no crees -le preguntó a DeeDee-, que deberías haberme contado todo esto, después de que Keith Malvern muriera? DeeDee, yo confío en ti, y no puedo permitir que mi personal haga algo así. Necesito poder creer en todos vosotros. Voy a suspenderte sin empleo y sueldo hasta nuevo aviso.

Ella abrió y cerró la boca como un pez.

- Yo… ¿Sólo por intentar ayudarla? Usted también está intentando ayudarla, así que pensé que…

- DeeDee, el informe que tiraste a la basura podría darnos pistas sobre la causa de la muerte de un hombre, quizá conducirnos hasta sus asesinos.

- ¿Eso es lo que cree, después de haber cerrado el caso como suicidio? -gritó ella-. ¡No puede estar pensando que Noah lo mató, o que la señora Malvern averiguó que tenía una aventura con otra y que entonces…!

- ¡Ya está bien! Tu trabajo en la comisaría no consiste en resolver crímenes, como tampoco consiste en destruir pruebas.

Ella había empezado a llorar, a pesar de que estaba muy enfadada. Él se sentía mal por aquello, porque sabía que el trabajo y la gente de la comisaría tenían un papel muy importante en la vida de aquella muchacha.

- ¿Durante cuánto tiempo? -le preguntó ella con la cabeza baja-. ¿Estoy despedida definitivamente?

- No. Estaría el doble de enfadado si no fueras tan importante aquí. Y en cuanto al tiempo de la suspensión, ya te avisaré.

- Es como cuando suspendió a Aaron. ¡No quería que el personal mezclara su vida personal con las víctimas ni los testigos, pero todos somos humanos, todos hacemos eso cuando se supone que no debemos hacerlo!

Él leyó entre las líneas de aquel mensaje que se refería a Claire y a él, pero se hizo el desentendido. No tenía por qué responder a aquella acusación.

Sólo rogaba que si Keith y Anne habían tenido una aventura y Claire se había enterado, no hubiera usado aquel arma que él había descubierto en su bolsillo para obligar a Keith a saltar del puente, y después, con insolencia, hubiera utilizado la ayuda del amigable sheriff local para encubrir su crimen.

Claire no quiso quedarse otra noche en Seattle. Después de su almuerzo con Diana, oyó por la radio del coche que habían recuperado el cuerpo de la mujer que se había suicidado en el río Bloodroot. Aunque la noticia le encogió el corazón al imaginarse a la familia de la pobre mujer, supo que aquello significaba que el equipo de búsqueda había abandonado su propiedad y que podía volver.

Llegó a la cabaña justo antes de que anocheciera, y se sintió contenta cuando entró y dejó la bolsa de viaje y el bolso en la cocina. Hizo un circuito por la casa, encendiendo las luces, mirando bajo las camas y en los armarios. Comenzó a llover ligeramente, y el ruido de las gotas en el tejado le resultó reconfortante. De repente, tuvo ganas de salir a dar un paseo.

Cuando salió a la terraza, vio a un pescador que estaba atrapando un salmón con una red a orillas del río. Era Joel Markwood, con su tupé. Pese a que se estaba mojando, Claire lo llamó.

- ¿Has pescado algo?

- Hola -respondió él, aparentemente sorprendido de verla-. Tess te envía un estofado, pero llamé a la puerta y no estabas.

- Acabo de llegar de Seattle. Tess y tú os habéis portado muy bien conmigo. Voy a hacer un café. ¿Te apetece una taza?

- Gracias, pero tengo que volver a casa. Ni siquiera debería haberme marchado tan cerca de la cosecha, pero nos viene bien el pescado. Voy a sacar la cazuela del coche.

Claire lo esperó en la terraza, aunque ya estaba muy mojada, y Joel volvió a los pocos instantes.

- Aquí tienes -le dijo, entregándole una cazuela envuelta en una bolsa de papel-. Siento haber salido así el otro día de la tienda de mi hermano -añadió, metiéndose las manos en los bolsillos después de entregársela-. A veces discutimos.

- No tienes por qué disculparte. Todos los hermanos discuten. Joel, en el funeral me dijiste que no conocías mucho a Keith, pero ahora que ha muerto, estoy intentando recopilar todos los recuerdos que la gente tenga de él. ¿Recuerdas alguna conversación en particular que tuvierais?

- Hablábamos sólo de pesca. Y quizá del tiempo, y de como iba esta cabaña y mi granja. Cosas cotidianas. Bueno, tengo que volver a casa.

- A propósito, tengo invitados de Seattle este fin de semana, y me gustaría llevarlos a que vieran los cultivos de tu granja -le dijo Claire cuando él ya se alejaba.

- Mucha gente piensa que los arándanos se recogen de un arbusto -dijo él, volviendo la cabeza-. Algunas veces, creo que los niños se creen que crecen en sacos de plástico en los supermercados -sentenció.

Después, desapareció entre los abetos. Debía de haber aparcado más abajo.

Ella metió el estofado al horno y lo puso a fuego lento. Después, como ya estaba mojada de todos modos, decidió salir a la terraza de nuevo. Algunas veces, tenía la extraña sensación de que la vigilaban, y aquella carcasa de ciervo no había hecho más que empeorarlo. Sin embargo, no permitiría que aquello la amedrentara. Tenía que ser sólo su inseguridad y su imaginación.

Con un sentimiento de desafío, recorrió el camino del río dentro de los límites de su propiedad, para hacer un poco de ejercicio y mitigar su frustración. Finalmente, dejó de lloviznar; ella se detuvo en la parte más elevada de su finca para tomar algunas hojas recién lavadas por la lluvia para hacer un centro y colocarlo sobre la mesa.

Cuando se inclinó a recogerlas, oyó un ruido entre las ramas de los abetos, que estaban cargadas de agua, o quizá fueran los rápidos del río, que corrían muy cerca.

Sin embargo, no pudo evitar imaginarse al ciervo desollado de nuevo; se incorporó y se volvió, intentando ver algo entre los árboles, entre las sombras que eran cada vez más pronunciadas; se quedó inmóvil para conseguir escuchar algo, pero no lo consiguió. Sería mejor que volviera a la cabaña. El estofado ya estaría listo.

Cuando comenzaba a caminar hacia la casa iluminada, sintió una agonía violenta y repentina que oscureció el mundo.