Capítulo 7

Al amanecer del domingo, Claire aparcó el coche junto a la puerta del cementerio y entró. Rápidamente, recorrió el camino de gravilla hasta la tumba de Keith. La tierra estaba desnuda y oscura allí, en comparación con el césped que la rodeaba. Claire sólo había dejado el ramo de ChinPak sobre la tumba y había donado el resto de los ramos a la iglesia, para el altar.

Pero, ¿quién había esparcido aquellas rosas amarillas, doce en total, sobre la tierra? Claire no había visto rosas amarillas el día del entierro.

Aquellas flores estaban muy frescas. Ella se inclinó y movió algunas en busca de alguna nota. Nada. No había ninguna floristería en el pueblo en donde pudiera preguntar, pero se sentía agradecida de que alguien más se preocupara por Keith, alguien que debía de haber ido al cementerio después del entierro o debía de haber enviado las rosas después. Quizá quien las había enviado se pusiera en contacto con ella más tarde.

Observando la tumba, Claire se dio cuenta de que pronto necesitaría elegir una lápida, pero quería pensar en algo que a Keith le hubiera gustado.

- Sé que alguien tiene la culpa de esto, Keith. Y te juro que de algún modo, averiguaré quién es. Conseguiré ayuda para demostrarlo… -de repente, un sollozo le quebró la voz-. Volveré -susurró.

Y cuando se dio la vuelta se tropezó con la tumba siguiente, porque tenía los ojos llenos de lágrimas y la visión borrosa.

Claire se dirigió hacia el este, hacia la ciudad de Redmond, donde vivía el investigador privado que le había recomendado Sam Dos Garras.

Redmond era una ciudad en sí misma, aunque mucha gente lo consideraba un barrio de Seattle. Claire se perdió dos veces intentando encontrar la dirección de Sam Perlman en Sammamish Lake, pero llegó a su cita a las diez en punto, tal y como habían quedado. Él le había dicho que estaría junto al lago, paseando con su perro. Ella vio a un hombre corpulento que estaba lanzando un palo al agua para que su perro labrador fuera a buscarlo.

- ¿Es usted Sam Perlman? -le preguntó ella, mientras se acercaba.

- Sí, soy yo. Y usted debe de ser la señora Malvern, ¿verdad? -preguntó él, y ella asintió-. Bien, vayamos a mi oficina. Mose nos seguirá. Así que es usted amiga de Sam Dos Garras, de Portfalls, ¿eh? Pese a su nombre, esperaba que fuera una nativa americana, pero parece usted una nativa irlandesa. La genealogía es una de mis pasiones -le fue contado por el camino el investigador-. Bueno, ¿y qué puedo hacer por usted?

Claire respiró hondo y miró directamente a Perlman a los ojos.

- Mi marido ha muerto recientemente. La policía de Portfalls y el juez de instrucción del condado insisten en que fue un suicidio, pero yo no lo creo ni puedo aceptarlo.

- Lo siento mucho -dijo él, con el ceño fruncido-. ¿Fue un disparo?

- No. Dice que se tiró desde un puente, pero…

- El supuesto suicidio del puente de Portfalls, ¿verdad? Lo he leído en el periódico.

- No me importa lo que digan en los periódicos ni en las noticias, señor Perlman. Keith no se suicidó. Y a menos que fuera un accidente, pienso que alguien tuvo que matarlo.

- ¡Ah! -dijo él.

Claire le agradeció que no descartara su afirmación con un comentario sobre que a los familiares de una persona que se había suicidado siempre les costaba aceptarlo.

Perlman le hizo un gesto hacia su despacho, que tal y como le había explicado a Claire por teléfono, estaba en la parte trasera de su casa. Incluso antes de que él abriera la puerta, Claire oyó el sonido de la música clásica; cuando entraron, una apasionada pieza orquestal los envolvió.

- Una de las razones por las que trabajo en casa -le dijo él, levantando la voz-, es que puedo disfrutar de mi música. Esto es de Mussorgsky -añadió, mientras el perro, que había entrado corriendo a la casa tras ellos, se dirigía a beber agua de su cuenco.

Claire observó la oficina. Las paredes estaban forradas de madera oscura, y había aparatos eléctricos muy modernos por todas partes: unos grandes altavoces, un equipo de música, un reproductor de DVD, cintas, una pantalla de televisión enorme en una pared… También había archivadores, un fax, una impresora, dos ordenadores y cientos de libros en las estanterías. En otra de las paredes había grandes corchos llenos de mapas, listas y fotografías. Desde las enormes ventanas de la habitación se divisaba el lago y el jardín de la casa. El escritorio de Perlman estaba lleno de pilas de papeles.

- Tengo que ser franco con usted, señora Malvern -le dijo él, tamborileando con los dedos sobre los brazos de su butaca de cuero-. Normalmente, trabajo con abogados para investigar el pasado de alguien, o con empresas para localizar a personas, no con clientes privados. Pero usted me pareció tan decidida por teléfono, que me imaginé que debía escuchar lo que tenía que decirme.

- Se lo agradezco. ¿Eso es lo que hace usted generalmente? ¿Localizar a gente?

- Sí, encontrar a personas que han desaparecido, que han escapado de algo o de alguien, o en el caso de la tribu sammamish, intentar encontrar los límites históricos de sus tierras. Yo ya no hago investigación -añadió con el ceño fruncido-. Es demasiado peligroso y difícil. Principalmente, hago mi trabajo sobre el papel o a través de Internet; pero cuando me cruzo con un caso verdaderamente interesante, como el suyo…

- Sinceramente, estoy desesperada por conseguir ayuda. La policía no quiere escuchar mis sospechas acerca de que la muerte de mi marido se debió a un accidente o a un acto delictivo.

- En ese último caso es donde podría tener un problema de procedimiento. Los casos criminales son para la policía, no para un investigador privado como yo.

- Lo cierto es que la policía no cree que sea un caso criminal, así que tengo que demostrar que sí lo es. Pensé que usted querría estudiar la situación económica de Keith. He traído información para darle algo con lo que empezar -dijo Claire, sacando un sobre de papeles del bolso.

- Pero, si acepto el caso -dijo él-, necesitaré los nombres de los amigos y compañeros de trabajo del difunto, sobre todo aquellos con los que ha trabajado últimamente, y tengo que saber cuál era su lugar de trabajo anterior.

- ¿Tendría que investigarlos a ellos también? -preguntó Claire, agarrando con fuerza el sobre.

- Necesitaría hablar con ellos, averiguar si él tenía problemas, si debía dinero, si era inestable en algún sentido.

- No me gustaría nada tener que molestarlos, sobre todo a algunos de ellos -dijo Claire, pensando en los Nance.

- Señora Malvern, me da la sensación de que no entiende lo que hace y no hace un investigador privado. No es como lo que hacía el viejo Perry Mason. Yo no llevo pistola, y no soy detective. Tengo que admitir que las novelas de misterio y las viejas series de detectives son una afición mía, pero esos personajes no son investigadores de la vida real.

Ella asintió.

- En realidad, la mayor parte de los días -continuó él-, no salgo de esta habitación salvo para prepararme la comida. Hago el noventa por ciento de mi trabajo por Internet, y algunas visitas ocasionales al juzgado. ¿Verdad, Mose? -le preguntó al perro, que se había tumbado junto a su butaca, mientras le acariciaba la cabeza.

- Realmente, pensé que podría ayudarme -dijo ella, intentando recuperarse de aquella decepción-. Venía preparada para darle un adelanto.

- Serán noventa dólares la hora que no tendrá que gastar aquí, señora Malvern -dijo él-. Lo siento, pero si quiere que alguien demuestre que la muerte de su marido fue un asesinato, necesitará a la policía. Si ellos no la ayudan, y usted no tiene pruebas de que su marido hiciera algo ilegal…

- ¡Claro que no! -exclamó ella, irguiéndose en el asiento-. ¡Estoy interesada en descubrir que alguien le hizo algo ilegal a él!

- Escuche, señora Malvern, deje que la ayude de la única manera que puedo hacerlo. Ha de tener en cuenta que la vigilancia sin una licencia de investigador privado es acoso, pero usted misma es perfectamente capaz de charlar con amigos, familia y compañeros de trabajo de su marido para descubrir si su marido estaba deprimido.

- En otras palabras, si él pudo suicidarse. Pero yo estoy intentando demostrar justo lo contrario.

- Por favor, escuche. Quizá descubra que su marido tenía deudas que le habían granjeado enemigos, y entonces podría llamar a la policía. Pero primero, busque en los informes de incidentes de la policía. Esos informes están archivados en las comisarías de policía de los condados donde ha vivido su esposo, y los más recientes le serán especialmente útiles.

- Estoy segura de que Keith nunca ha sido arrestado.

- Los informes de incidentes no registran arrestos ni condenas. Son los informes diarios de cada parada o cada pregunta que hace un policía. Los informes no están en Internet, así que tendrá que ir a las comisarías y buscar en los archivos a mano -dijo él con un ligero gesto de horror, como si hacer aquello fuera lo peor que pudiera ocurrirle a alguien.

- Informes de incidentes. Está bien.

- Son minas de oro de información sobre quién estaba en un lugar, cuándo y cómo, aunque no hubiera ningún arresto.

- Así que esos informes son las anotaciones de los policías.

- Exactamente. Pueden decirle si su marido o alguien a quien él conociera estaban haciendo algo sospechoso o poco corriente. Es una herramienta para el descubrimiento, y funciona muy bien para dar pistas. Sin embargo, me gustaría hacerle una advertencia, señora Malvern: Si verdaderamente, alguien mató a su marido, debía de haber una razón, ¿verdad? Tiene que tener en cuenta que quizá descubra que la víctima no tenía las manos completamente limpias.

Claire se quedó mirándolo fijamente, y se le quedó la mente en blanco como si estuviera cayendo en el remolino de las cataratas y del río. Las palabras de Perlman estaban empezando a tener sentido para ella; un sentido terrible que la atemorizaba.

- Debe tener mucho cuidado -continuó él-, cuando remueva la información a su alrededor, porque puede toparse con algo muy oscuro o sucio bajo las piedras que tenga que levantar. Quizá el difunto resulte desprestigiado, y usted también. Como ya le he dicho, si cree que ha sido un acto delictivo, necesitará a la policía, pero quizá necesite conseguir antes alguna prueba que los atraiga al caso.

- Sí, ya lo entiendo. Necesito obligarles a que me ayuden.

- Exacto. Siento no poder comprometerme a esto, señora Malvern, de veras, pero lo que usted necesita no es comprobar cómo sucedieron hechos pasados, ni buscar información sobre dónde estaban los límites de las tierras sagradas de una tribu para poder ganar una demanda en su favor. Y por muy triste que me resulte decirlo, en aquella ocasión no encontré suficientes pruebas documentales para que los sammamish recuperaran sus territorios. Sin embargo, Dos Garras me dijo que encontraría otro modo de recuperarlas. Estoy seguro de que usted también encontrará la manera de investigar en el entorno de su marido y conseguir que la policía la ayude, si es realmente necesario, o de dejar todo esto descansar en paz, con él.

Sin embargo, Claire ya no estaba escuchando en aquel momento. Estaba elaborando mentalmente un plan desesperado que ya había pergeñado antes, cuando Aaron Curtís le había dicho dónde estaba el sheriff Braden aquel día. Sí, comenzaría la investigación aquel mismo día, pero quería que Nick la ayudara. Y sólo se le ocurría una manera de conseguirlo.

Claire se puso en pie bruscamente, sobresaltando al perro, que se levantó ágilmente, como si fuera hora de jugar otra vez.

- Le agradezco muchísimo que haya hablado conmigo -le dijo a Perlman.

Él la acompañó hasta la puerta justo cuando la música cambiaba.

Ella hizo un gesto de dolor cuando salía, porque reconoció la composición: Era el Vals de la Viuda Alegre.

El Club Marítimo Pacific Lights estaba al norte de la Bahía de Elliot. Claire condujo allí directamente desde casa de Perlman, encontró un sitio para aparcar en el aparcamiento de visitantes y se miró en el espejo retrovisor para ver qué aspecto tenía.

¡Era un desastre! Parecía un muerto viviente; tenía churretes de máscara de pestañas bajo los ojos enrojecidos y estaba pálida, y debería haber parado en algún sitio a comer algo, porque se sentía mareada. De ningún modo podría conseguir aquello si no tenía mejor aspecto antes de entrar a intentar hablar con Nick antes de que empezara aquella subasta de solteros. Pero si él no la escuchaba…

Claire entró al club y pasó al servicio para arreglarse el maquillaje. Después, salió al vestíbulo y la señorita encargada del guardarropa le indicó que la subasta iba a celebrarse en el Salón Comodoro, al final del pasillo. Después de darle las gracias, Claire se dirigió hacia el salón, y a medida que se acercaba, oía con más claridad el ruido, la charla y los tintineos de los cubiertos de los comensales. El olor de la deliciosa comida le invadió los sentidos y comenzó a salivar.

El evento ya había comenzado, así que sin llamar demasiado la atención, Claire miró a su alrededor para encontrar algún sitio libre mientras escuchaba la voz de la presentadora.

- Mientras disfrutan de su ensalada, señoras y señores, permítanme que les recuerde que nuestro evento de hoy está en la línea de la mejor tradición de Seattle. Después de todo, en mil ochocientos sesenta y cinco nuestra ciudad ya había sido establecida, pero los ocupados solteros que la habían levantado no tenían mujeres para formar sus familias. Asa Mercer fue al este y volvió con once mujeres jóvenes y valientes, y más tarde, trajo a cincuenta y siete mujeres más en un segundo viaje, entre las cuales se encontraba su propia prometida.

Claire se dirigió hacia la mesa número catorce, donde había una silla sin ocupar, después de dejar los cuarenta dólares de la comida bajo la lista de nombres de los solteros que iban a ser subastados, en la mesa de la entrada. La subasta iba a celebrarse por orden alfabético, así que Nick era el primer soltero en ser subastado.

- Hoy, por supuesto, señoras, vamos a darle un poco la vuelta a la tradición… -prosiguió la presentadora mientras Claire tomaba asiento en la mesa, donde había otras seis mujeres y un soltero, un hombre de pelo plateado y piel bronceada. Sus compañeros sonrieron y la saludaron inclinando la cabeza-. Nuestros veinte solteros han venido hoy para contribuir en esta magnífica causa. Disfruten de los platos de la comida, porque estos caballeros de diversas edades, intereses y vocaciones serán el postre… eh, es decir -continuó astutamente, cuando las risas se acallaron-, compartirán sobre la cubierta de un yate el champán y el postre con cada una de las damas que ganen la subasta esta tarde.

A Claire se le encogió el estómago mientras devolvía el saludo a los demás comensales de la mesa, que afortunadamente, estaban concentrados en su comida y sus conversaciones. Miró por la sala en busca de Nick, y finalmente lo vio al otro extremo del salón, sentado de espaldas a ella.

Necesitaba tener la cabeza clara para hacer lo que quería hacer, así que se obligó a comer algo. No tomó vino, sólo bebió té frío. Respondió a las amables preguntas de sus compañeros y mentalmente, rezó para que Nick Braden no la denunciara, ni la matara, por lo que estaba a punto de hacer.