CAPÍTULO 8

 

Mark abrazaba a Lexa como si tuviese miedo de que ella huyese en sus sueños.

Se había pasado las últimas horas escapando de ella como si se tratara de la peste y ahora era incapaz de concebir su vida, su futuro, unas simples horas más allá sin ella, sin su compañera. Una compañera humana, que nada sabía de lo que había ocurrido entre ellos, ¿Quién sabía cómo iba a reaccionar cuando lo supiera? ¿Cómo iba a explicarle quien era él, qué era? ¿Cómo podía exponerla al exilio que él mismo se había auto impuesto por el color de su piel?

Mark era un Tigre de las Nieves, una mutación genética, un paria dentro de su propio clan, y ahora, la había atado a ella a tal vergüenza.

Su mirada contempló el delicado cuerpo femenino que permanecía acunado junto a él, Lexandra se había dado la vuelva en su sueño y se había acurrucado contra su pecho, disfrutando del calor.

Estaba agotada y sabía que todavía dormiría unas horas, las compañeras parecían necesitar un tiempo de descanso después del primer emparejamiento, nunca había entendido el motivo hasta ahora mismo. Él también había estado sumergido en la rabiosa pasión, incapaz de detenerse ni aunque su vida dependiese de ello, su propio cuerpo estaba notando los efectos de la unión, su tigre estaba totalmente calmado, durmiendo y ronroneando feliz, sus músculos se sentían cargados y todo lo que le apetecía era estirarse, abrazar a aquella muchachita y dormir una pequeña siesta, pero antes, se ocuparía de ella, Lexa estaría incómoda y dolorida cuando se despertara, y no sólo eso, Mark sabía que tendría que enfrentarse a lo que había pasado entre ellos, lo mínimo que podía hacer era lograr que ella descansara cómoda y tuviese fuerzas para enfrentarse con su nueva realidad cuando despertara.

Deslizándose lentamente de la cama, bajó los pies al suelo y se sorprendió de lo vigorizado que se sentía, notaba los excesos en su cuerpo, sí, pero pese a ello, se sentía mucho más liviano, más tranquilo. Sacudió la cabeza y se dirigió al baño, ya habría tiempo después para que pensara en ello, ahora, debía cuidar de su tigresa. Una sonrisa curvó sus labios, desde luego, la pequeña Lexa había hecho honor a ese apodo en su cama.

 

Lexa se desperezó lentamente, sentía la cabeza embotada como si hubiese estado bebiendo más de la cuenta, ¿Se habían pasado ella y Becca de nuevo con las cervezas? Ella odiaba aquella maldita bebida, la primera vez que la había probado había vomitado casi al instante sobre los zapatos de su acompañante, la cita más breve y desastrosa a lo largo de su vida. Se movió tratando de volverse sólo para darse cuenta que además del cuerpo entumecido, tenía una sorda incomodidad que se había instalado entre sus piernas y en su pecho izquierdo.

La desconfianza empezó a filtrarse en sus huesos al tiempo que abría los ojos y una ligera sensación de estar desorientada acudió a ella, las sombras que se perfilaban bajo la tenue luz que se filtraba a través de las cortinas no coincidían con su dormitorio. Su mirada bajó entonces hacia su cintura, encontrándose un bronceado y fuerte brazo que la rodeaba por encima de una sábana de suave algodón blanco, su estómago eligió ese momento para unirse a su aprensión encogiéndose mientras giraba lentamente la cabeza sobre la almohada para encontrarse repentinamente consciente del enorme y desnudo cuerpo masculino que se presionaba contra su espalda y que la envolvía como una cuchara.

Lexa abrió los ojos desmesuradamente al tiempo que la respiración se le quedaba atascada en la garganta, con movimientos lentos empezó a girarse e incorporarse en la cama para ver al hombre que dormía plácidamente a su lado. Su estado de desnudez era tan obvio como el suyo propio, y su rostro… imágenes de lo ocurrido entre ellos empezaron a deslizarse rápidamente en su mente haciéndola dar un respingo, sus mejillas coloreándose de un intenso rojo al igual que el resto de su cuerpo.

¡Qué demonios había hecho! Ahogando un jadeo, empezó a resbalarse por la cama sin soltar la sábana y sin quitarle la mirada de encima a aquel hombre, su retroceso se vio rápidamente interrumpido por un ligero gritito cuando se sintió cayendo de la cama y aterrizando en el duro suelo llevándose la sábana consigo.

El rostro se le encendió cada vez más cuando fijó su mirada en quien se limitó a gruñir y volverse de lado, dejándole una esplendida vista de su bronceada espalda y prietas nalgas, demonios, no había ni un solo centímetro de aquel cuerpo que no estuviese totalmente bronceado, ¿Acaso sería uno a los que le gustaba el nudismo?

Con ese cuerpo, bien podía permitírselo.

Tragando saliva recogió la sábana y se envolvió con ella sin poder apartar la mirada de aquel hombre mientras se ponía de pie lentamente, su cuerpo se resentía con los bruscos movimientos, especialmente con el de caminar. A estas alturas estaba segura de que estallaría en llamas por el calor que estaba sintiendo sobre su cara, cubriéndole todo el cuerpo, un calor motivado por la vergüenza. Con cuidado de no hacer ruido, trató de situarse, de recordar qué había ocurrido con su ropa… ¡El salón! Ella había llegado dispuesta a entregarle la maldita estatuilla, y en vez de eso, había acabado en la cama con él. ¡Estupendo!

Lexa sujetó la sábana con una mano y se pasó la mano por el pelo despeinado en un gesto desesperado, tenía que salir de allí, no podía enfrentarse a él después de lo que había ocurrido, de la manera en que había reaccionado a un completo desconocido. ¡Se había acostado con él! ¡Maldición, se había acostado con él!

Trastabillando hacia atrás, pisando la sábana, estuvo a punto de caerse nuevamente al suelo, la recogió en su brazo y atravesó rápidamente la corta distancia entre la cama y la puerta, por lo poco que había visto el día anterior sabía que el lugar no era muy grande. Tomó el pomo de la puerta y lo giró lentamente sin quitar la vista de la cama y del hombre que parecía totalmente inconsciente a su huída.

Lexa tuvo que protegerse los ojos al entrar en el salón radiantemente iluminado, parpadeando con una mano cubriendo su mirada trató de dar con su ropa y sus gafas, sin las cuales su visión empezaba a emborronarse por momentos.

Encontró su blusa y sujetador tirados en el suelo a escasos metros de la puerta, su falda no estaba mucho más lejos, uno de sus zapatos descansaba en mitad del salón y otro junto a la puerta del dormitorio.

— ¿Dónde están mis bragas? —gimió oyendo la angustia en su propia voz. Su ropa interior al igual que sus medias habían desaparecido. Su mirada voló inmediatamente hacia la puerta del dormitorio, tenía una ligera idea de donde había terminado su tanga y las medias.

Gimiendo interiormente por lo que no podía recuperar, se puso rápidamente la ropa que todavía conservaba, se envolvió en el abrigo y abandonó aquella habitación como alma que lleva el diablo.

Una luminosa mañana le recibió nada más poner un pie en la calle, una jodida y luminosa mañana. Lexa volvió a gemir, volviendo la mirada hacia el edificio a su espalda. ¡Había pasado la noche con él!

—Ay, no… no, no, no… —masculló sintiéndose como una auténtica estúpida —. ¿Qué tontería has hecho ahora, Lexandra Catrisse? Becca va a matarme…

Lexa estiró la mano en busca de su bolso para coger su teléfono pero se quedó congelada en el acto… Su bolso… sus cosas… Su mirada voló de nuevo hacia uno de los pisos más altos del edificio.

— ¡Seré estúpida! ¡Estúpida, estúpida, estúpida! —masculló pegándose repetidamente con la mano en la frente. En su prisa por marcharse había dejado el maldito bolso en el apartamento de él—. Soy una absoluta y completa estúpida.

Maldición. No podía volver allí. No podía llamar al timbre y decirle a ese pedazo de hombre… Hola, Mark. Me moría de vergüenza por haber pasado la noche contigo y me largué a todo trapo, pero sabes, me dejé mi bolso. ¿Te importaría devolvérmelo? Oh, quería morirse.

—Soy una estúpida —gimoteó empezando a patalear allí mismo, delante del maldito edificio.

No podía volver, no ahora. Demonios, ¿Por qué había ido a llevarle esa maldita estatuilla? ¿Por qué había permitido que la desnudara y se la llevara a la cama?

Por que se moría por sus huesos, por eso mismo, se recordó a sí misma. No lo conocía ni de hacía un día, pero todo en él la había puesto caliente, húmeda, deseosa de sexo, de sexo con él para ser exactos. ¿La habría drogado? No… no había tomado nada en su presencia.

— ¡Oh… qué demonios pasa conmigo!

—Gimoteó de nuevo y empezó a caminar alejándose del edificio, pero con cada paso que daba estaba más incómoda, más enfadada consigo misma, pues todo lo que deseaba hacer era volver con él—. Nada de eso, Lexandra Catrisse, ya la has jodido y bien, ahora te va a ir a casita.

Con una última y lastimera mirada hacia el edificio, respiró profundamente y se arrastró de vuelta a su hogar.

Una carrera de taxi después, Lexa hundía el dedo en el timbre, estaba hecha polvo, cansada y anímicamente desinflada, su mente no hacía más que pensar en el hombre cuya cama había abandonado y la estúpida necesidad de volver a su lado.

La puerta se abrió lentamente mostrando a una cansada Becca en su silla de ruedas, con un bate de beisbol sobre el regazo.

— ¡Lexa! ¡Gracias al cielo! —Exclamó la chica abriendo la puerta del todo para dejar pasar a su compañera—. ¿Qué demonios has hecho con tu teléfono? He sido incapaz de localizarte. Estaba a punto de llamar a la policía, ¿Qué ha pasado? —La mirada de la muchacha recorrió a su amiga de arriba abajo y frunció el ceño—. ¿Lexandra?

Lexa cerró la puerta tras ella y se apoyó en ella suspirando profundamente antes de alzar la mirada hacia su amiga y encogerse de hombros.

—Creo que he metido la pata. Becca la miró nuevamente de arriba abajo, temiendo la respuesta de su amiga.

— ¿En qué sentido? Lexa suspiró y echó la cabeza contra la puerta, quedándose mirando hacia el techo.

—Le entregué la estatuilla. Becca inclinó la cabeza.

— ¿Y? Lexa suspiró nuevamente. Parecía que aquello era lo único que podía hacer, suspirar.

—No quiso la maldita estatuilla — respondió ella llevándose ambas manos a la cara, frotándosela como si pudiese borrar las imágenes que corrían por su mente.

Becca aguantó la respiración tras preguntarle.

— ¿Qué es lo que quería, Lexa?

La chica volvió su mirada a su amiga y sonrió de medio lado.

—A mí. Ha sido la sesión de sexo más explosiva e increíble de toda mi vida.

Becca jadeó ante la respuesta de su amiga, no por sus palabras si no por el tono de satisfacción que había en ellas.

— ¿Te has acostado con él? ¿Te has acostado con un tipo que prácticamente te había llamado ramera y al que querías arrancar la cabeza?

Lexa se encogió interiormente al oír el reproche en la voz de su amiga, que rivalizaba con su profunda sorpresa.

—Dicho así no suena demasiado bien…

— ¡Te has vuelto completamente loca! —clamó Becca señalándola con un dedo, incrédula—. ¡Tú… tú… tú nunca has sido así!

— ¿Crees que no lo sé? —Respondió ella alzando la voz a su vez con un pequeño gemido—. Esto es una completa locura, ¿Vale? Mark es… él… no lo sé… simplemente estoy cerca de él y en todo en lo que puedo pensar es en lo bueno que está, en lo caliente que me pone, y en lo mucho que me gustaría acostarme con él.

Becca la miró incrédula.

—Por favor, Lexa, yo también creo que el jefe de mi galería está de toma pan y moja, ¡Y no por ello me lanzó a su cuello! —respondió Becca haciendo hincapié en lo obvio. Su amiga siempre había sido exigente con los hombres, no era de la clase de las que salían con el primero con el que se encontraban, no—. Además, tú no eres de esa clase… por favor, si estabas hecha una fiera y dispuesta a comerte su hígado.

Lexa se sonrojó al reconocer en ello una de sus previas amenazas contra Mark.

—Mira, Bec, ni yo misma sé qué demonios me ha pasado —aceptó por fin dejando la puerta—. Lo que sí sé, es que le he dejado mis bragas y mi bolso como recuerdo.

Si Becca iba a decir algo al respecto, no tuvo tiempo, pues Lexa ya había corrido hacia su dormitorio cerrando la puerta tras ella. La muchacha sacudió la cabeza tratando de dejar a un lado su incredulidad y volvió la mirada hacia la libreta posada a un lado junto al teléfono, la misma en la que todavía estaba el número al que había llamado la noche anterior.

Su mirada volvió entonces hacia la habitación cuya puerta se había cerrado, lo más extraño de todo aquello, es que Lexa no parecía demasiado molesta por haberse dejado llevar por la pasión o lo que quiera que hubiese propiciado aquel desenlace, ella parecía molesta por haber tenido que irse dejando su bolso y sus bragas allí.

—Se ha dejado las bragas —repitió lo que había dicho su amiga, y ante su propia estupefacción empezó a reírse—. Ay, Lex… tú sí que estás loca —girando la silla en dirección a la habitación de su amiga, se deslizó sobre el parqué y se detuvo junto a ésa, girando el pomo—. ¿Qué te parece si hago tortitas para el desayuno?

— ¿Con sirope de chocolate? — preguntó ella mirándola desde la cama. Lexa asintió.

—Pero primero date una ducha… la estás pidiendo a gritos.

Sonrojándose, Lexa se dejó caer hacia atrás en la cama y gimió interiormente, no era una ducha lo que necesitaba, y cuanto más pensaba en ello, más mortificada se sentía.

—Creo que voy a morirme.

—Demasiado tarde para eso, compañera —negó Becca con una compasiva sonrisa—. Ve a ducharte, anda.

Lexa levantó la mirada hacia su amiga y se fijó en el bate que todavía llevaba en su regazo.

—Sólo si prometes dejar eso en su sitio.

Al percatarse que todavía lo sostenía, Becca se sonrojó y esbozó una pícara sonrisa.

—Era sólo por si acaso.

—Sí, claro.

—Ve a ducharte. Ahora —le ordenó girando su silla.

Lexa se echó a reír y se dejó caer de nuevo hacia atrás.

—Que loca se ha vuelto mi vida.

 

Mark suspiró y contempló la pequeña pieza de hilo del tanga de su compañera, la muy insensata se había marchado a escondidas, pero en sus prisas había dejado tras ella sus bragas y el bolso.

Sacudiendo la cabeza miró nuevamente el contenido de su cartera, reparando en su carnet de identidad y la dirección que marcaba éste. No es que la necesitara realmente, ahora que estaban vinculados, que ella llevaba su marca, la fiebre que lo había mantenido al borde se había aplacado, su cuerpo y su felino estaban saciados y en paz, ella era ahora suya y no había nada ni nadie que pudiese apartarla de él.

Ahora, sólo debía hacerle entender eso a Lexandra. Valiente tarea la que tenía por delante.

Haciendo girar el diminuto tanga en su dedo, lo atrapó en su mano y lo metió en el bolsillo de su chaqueta, sería interesante ver el rostro de su compañera cuando se lo entregara… si es que no decidía quedárselo como recuerdo.

Con una felina sonrisa, se dirigió a la puerta de su apartamento y salió para enfrentarse a su tigresa.