CAPÍTULO 4

 

Markus no estaba seguro de si aquella muchacha tenía instinto de supervivencia, claramente no lo estaba demostrando al seguirle. En el estado en el que se encontraba ahora mismo, no estaba seguro de poder contenerse y no podía dar rienda suelta a su felino, no podía emparejarse, no quería emparejarse… y menos con una mujer que olía a caramelo y que hacía que todo su cuerpo rabiase por probarla, por poseerla.

—Deberías aceptar mi ofrecimiento e irte a casa, Lexandra —le dijo revelando que sabía que lo estaba siguiendo.

Ella apresuró el paso hasta ponerse a su lado.

—Mark, ¿verdad? Mira… no tengo la menor idea de quién eres, ni de dónde has salido —le aseguró antes de continuar vacilante—. Lo que hiciste esta mañana… eso fue muy raro, ¿sabes? Por si no te paraste a pensar en ello, esos dos imbéciles iban armados.

—No tenían derecho a tocarte —él se volvió hacia ella mascullando la respuesta en voz baja, la cual pareció un letal gruñido.

Lexa dio un respingo al oír el tono en su voz.

— Bueno, chico, quien tiene derecho o no de tocarme, eso lo decido yo — respondió empezando a cuestionarse qué demonios estaba haciendo discutiendo con él.

—Ya no… —masculló apretando los dientes y las manos. Entonces se detuvo y se volvió hacia ella, el fuego brillando en sus ojos—. Vete a casa, Lexandra… no te conviene estar cerca de mí.

Ella arqueó una ceja ante ello y sonrió con ironía.

— ¿Por qué? ¿Piensas morderme?

Mala pregunta. Pensó al ver como cambiaba su mirada, como se iluminaba de forma peligrosa.

—De acuerdo, esa no ha sido una buena pregunta —aceptó ella dando un paso atrás, pero había algo más que le impedía seguir retrocediendo, algo que le decía que aquel hombre no era peligroso, no para ella. Algo totalmente fuera de lugar si se tenía en cuenta la mirada febril que había en sus ojos azules—. Qué te parece si te doy el dinero que te había comentado por la estatuilla y nos despedimos, ¿eh?

Mark cerró los ojos y respiró profundamente tratando de calmarse, pero lo único que consiguió fue empaparse aún más de su aroma haciendo que la bestia que moraba en su interior ronronease y se moviese inquieta, consiguiendo que su sangre corriese aún más rápido.

Las palabras que no había querido escuchar volvieron a cazarlo ahora que estaba frente a su compañera.

“Cuando la encuentres, no podrás escapar de ella, todo tu mundo girará en torno a ella, su olor se grabará a fuego en tu cerebro, en tu cuerpo, tu felino la reconocerá y deseará marcarla, tu apetito aumentará y sólo podrás pensar en poseerla, en mantenerte cerca de ella.

No te resultará fácil huir, en ocasiones será del todo imposible, y cuanto más tiempo estés alejado de ella, más la desearás hasta que la bestia tome tu lugar y en todo lo que puedas pensar es en aparearte. Los instintos de tu tigre tomarán las riendas, Mark y una vez lo haga… Déjame decirte que lo mejor sería que te emparejases con ella siendo todavía tú”

—No quiero una compañera — murmuró en voz baja haciéndose eco de la misma respuesta que le había dado a Mint.

“Si ella es inteligente, tampoco querrá nada contigo. Pero la atracción es la atracción y ni siquiera ella podrá resistirse a ti, incluso si es humana”

Markus sacudió la cabeza. Aquel había sido su peor temor, que su compañera resultase ser una mujer humana, no era la primera vez que sucedía como lo había comprobado con la compañera de su hermano, si bien era poco común que los de su especie se emparejaran fuera de su raza, había excepciones, y parecía que aquellas excepciones habían ido a caer todas encima del Clan Kenway.

— ¿Disculpa? —le preguntó ella, devolviéndolo al presente.

Markus se encogió interiormente al escuchar su voz, cada palabra que abandonaba la boca femenina era como un dardo de erotismo y ansiedad que se esparcía rápidamente por su torrente sanguíneo.

— ¿Por qué demonios las mujeres no hacéis caso a lo que se os dice? —gimió apretando las manos con fuerza a sus costados para evitar que éstas se extendieran por si solas hacia ella. Quería tocarla, se moría por acariciar su piel.

¡No! ¡No la quieres! ¡Ella es la culpable de todo!—. ¡Márchate de una maldita vez, Lexandra! No quiero tu dinero, no quiero nada de ti —respondió con voz quebrada, tratando por todos los medios de alejarla de él antes de que fuese demasiado tarde.

La muchacha dio un respingo ante el desesperado y cruel tono de su voz, mientras sus palabras decían una cosa, sus ojos hablaban de otra muy distinta. ¿Por qué no le hacía caso, daba media vuelta y se marchaba en dirección contraria? Por el amor de dios, había sido arrestado por la policía esa misma mañana.

— ¿Por qué me odias? —Ya está. La maldita pregunta había salido disparada de su lengua antes de que pudiera contenerla.

Él le miró de nuevo, sus palabras saliendo en un siseo entre sus apretados dientes.

—Yo no te odio.

Ella arqueó una de sus delicadas cejas con ironía.

—Cuesta creerlo, cuando me hablas entre dientes.

Mark realmente llegó a resoplar. ¿Por qué simplemente no se largaba y se alejaba de él?

—No tienes la menor idea de lo que está pasando aquí… no sabes quién soy y definitivamente, tú no eres en absoluto lo que yo quiero, ni deseo —le espetó con dureza, acompañando sus palabras con una mirada insultante—. Deja de humillarte siguiéndome y rogando como una perra en celo que necesita que la monten. Haznos un favor a los dos… márchate a casa ahora.

Ella jadeó sorprendida y dolida por sus crueles palabras. ¡Cómo se había atrevido a decirle algo tan cruel! Sus manos subieron de forma nerviosa a su cuello antes de aferrar con fuerza el bolso y dar un nuevo paso atrás, éste menos vacilante que los anteriores.

—Te das más importancia de la que realmente mereces —masculló ella dando otro paso a un lado encima de aquellos altísimos tacones, entonces se enderezó y alzando la barbilla hacia él escudándose en su orgullo femenino le dedicó una fulminante mirada—. Te enviaré el maldito dinero de alguna manera, no me gusta, ni quiero tener que deberte nada…

Señor Kenway.

—Haz lo que quieras —le respondió dando media vuelta antes de echar a andar de nuevo. Podía sentir su mirada clavada en su espalda, como sentía el dolor que sus palabras le habían causado, ofendiéndola. Dando un paso delante del otro se obligó a seguir avanzando, su felino rugió de dolor ante la separación suplicándole que se quedara con ella, la quería, la necesitaba… No la dejes ir parecía estar gritándole. Cada paso se convertía en una profunda tortura, como si un hondo cuchillo se clavase profundamente en su corazón con cada paso que daba en la dirección equivocada. No la necesito, no quiero una compañera. Él seguía repitiéndose esa letanía una y otra vez, como si al hacerlo consiguiera convencerse a sí mismo de que aquello era lo mejor, lo que realmente quería.

Apenas había alcanzado la esquina del primer edificio cuando el aroma a caramelo volvió a golpearle con fuerza un instante antes de que el sonido de los tacones ahogara el latido del corazón en sus oídos y una pequeña y delicada mano de dedos largos se aferrara en la parte de arriba de la manga de su camisa y diera un par de secos tirones. ¿Es que aquella mujer no entendía un no por respuesta?

— ¿Sabes qué? No tienes derecho a tratar a la gente así, como si el mundo te perteneciese y nosotros no fuésemos más que unos indeseables mosquitos que zumban en tu camino —le espetó ella, sus ojos refulgían de indignación—. Soy un ser humano, y merezco un poco más de consideración antes de ser tratada como un felpudo. Me importa un comino lo que pienses de mí, dios sabe que yo no pienso mucho mejor de ti, pero me has quitado esa maldita estatuilla para luego devolvérmela, yo no te pedí que la compraras, ni que pagaras una maldita fortuna por ella. No eres más que un…

—Por todos los diablos, esto es todo culpa tuya —masculló él arrancando lentamente su mano de la camisa para tirar de ella hacia su pecho e inclinarse sobre ella, a escasos centímetros de su boca, aspirando su aroma, regocijándose en el infierno al que aquella mujer lo había condenado—, y si yo estoy condenado, por todos los infiernos que tú también lo estarás.

Antes de que Lexa pudiese pensar en la estupidez que había cometido, se encontró en la presa de unos brazos masculinos, siendo saqueada por una boca pecaminosa y exigente, besada con una maestría que no había conocido jamás y todo ello en plena calle. Sí, había perdido la cabeza por completo.

Ella le echó los brazos al cuello, apretándose más contra él, aceptando la pasión que inflamaba su cuerpo y se equiparaba con la de él. Pronto sus manos se estuvieron moviendo por su espalda, su cuerpo empujándola hacia la pared del edificio, sometiéndola, buscando la manera de seguir degustando aquel pecado. Mark dejó de luchar y aceptó aquello que su cuerpo y su tigre le pedían y la maldijo por permitirse sucumbir. No la necesitaba, no podía necesitarla… pero la naturaleza era más fuerte que cualquiera de sus intenciones.

Sus labios abandonaron la dulzura de su boca, descendiendo por su cuello, saboreando la cremosidad de su piel, empapándose de ese sabor a caramelo que la envolvía. Ésa era su marca, su distintivo único y personal, por el que la reconocería en cualquier lugar, por muy lejos que estuviese. El cuerpo femenino de gráciles y llenas curvas se pegaba al suyo, encajando perfectamente en su lugar, como si hubiese sido hecho para él, los llenos pechos apretados contra su fuerte torso, podía sentir los duros y excitados botones de sus pezones rozándose contra su camisa, la necesidad de acariciarla y saborearla inundaba sus sentidos.

Sus manos cobraron vida propia bajando por los delgados brazos desnudos, deslizándose hacia los costados para finalmente reclamar el jugoso premio de sus pechos. Aquellas suaves y blandas montañas se adaptaban perfectamente a sus enormes manos, colmándolas con aquella promesa de placer desesperado.

Uno a uno los botones de su blusa fueron cediendo ante sus temblorosos dedos, por dios, parecía un adolescente con su primera mujer, poco a poco la suave y cálida piel de un suave tono dorado se fue abriendo a su visión y allí, en la curva que descendía hacia el canalillo de sus pechos, manchando la suave piel de su seno izquierdo, muy cerca de su corazón se revelaba la verdad que hasta el momento había intentado negarse con desesperación. Ella poseía la marca, su marca, un antojo exactamente igual al suyo en forma de una pequeña huella felina.

—Eres tú… realmente lo eres… — murmuró con dolorosa convicción.

Lexa estaba demasiado ofuscada para entender algo que no fuera el calor abrasador de su cuerpo, la incesante humedad entre sus piernas y el pedazo de queso derretido que la aprisionaba contra uno de los laterales de un edificio. Sabía que aquello era una locura, algo absolutamente ajeno a ella y con todo, era incapaz de pensar con claridad, todo lo que quería, todo lo que se encontraba necesitando era a él. ¡A un completo desconocido!

La presión que el cuerpo masculino ejercía sobre el suyo empezó a aliviarse, el calor empezó a dar paso a un ligero frío que acariciaba su enfebrecida piel, haciendo un verdadero esfuerzo alzó sus velados ojos castaños hacia él. Su mirada seguía puesta en sus pechos, una mirada desesperada que fue acompañada de aquellas poderosas manos que la habían estado acariciando hundiéndose profundamente en su pelo. Sus ojos se encontraron entonces con los de ella, y vio tanta desesperación y desprecio que un inmenso frío empezó a llenar los huecos que antes habían ocupado su calor, cayendo sobre ella como un jarrón de agua fría, devolviéndola a la cruda realidad. Al hecho de que tenía el pelo suelto cayéndole sobre los hombros, la blusa abierta mostrando sus pechos y la falda ligeramente subida por encima de la línea de las ligas de sus medias.

Mark gruñó al notar el rápido cambio en la mujer, advirtiendo la sombra de vergüenza que teñía sus ojos y la manera en que se mordía el labio inferior, encogiéndose como si hubiese sido cogida haciendo algo malo. Maldijo en voz baja y dio un nuevo paso atrás aumentando la distancia entre ambos, sintiendo una profunda agonía con cada paso que daba, abrazándola como un propio y merecido castigo por lo que acababa de permitirse hacer.

No la necesitas… no es lo que buscas… ni siquiera te gusta.

¿No le gustaba? Antes había pensado que era así, ella no era su tipo, pero bajo aquellas horribles gafas había encontrado unos hermosos ojos castaños, su anodino pelo cobraba vida al liberarlo de los confines de su soso moño, y su cuerpo, todo su cuerpo era un templo de curvas y lujuria muy bien oculto bajo aquella anodina apariencia. Ella era como un diamante debajo de toda aquella capa de barro. Y era su compañera.

Tiene tu marca. La misma huella que portas tú. Tu emblema. Es tu compañera.

No. No lo era. No quería que lo fuese.

¡No la quería, maldita fuese!

No podía seguir luchando consigo mismo, no mientras ella estuviese presente, la tentación se hacía cada vez más fuerte, y no podía permitirse sucumbir a ella.

—Vete a casa, Lexandra… y no vuelvas a acercarte a mí.

Sin esperar respuesta, su voz podría echar todas sus fuerzas abajo, se alejó de ella y salió de aquel callejón, dando rienda suelta a sus instintos felinos, obligándose y obligando a su tigre a huir de la mujer a la que estaba predestinado.