CAPÍTULO 1

 

Markus siempre había huido de las ciudades ruidosas, no se sentía a gusto entre la polución y el ajetreo de las grandes urbes, quizás en parte por su naturaleza felina y quizás simplemente porque los humanos no eran una de sus razas favoritas. Con todo, el acabar en la ciudad de Los Ángeles para asistir en nombre de su hermano a una subasta, era definitivamente la última de las venganzas. Dimitri sabía perfectamente lo mucho que odiaba encargarse de estas fruslerías, Markus no era hombre que prosperaba en medio de las multitudes, muy al contrario, tendía a ponerse nervioso y sacar las uñas.

Suspirando profundamente echó un rápido vistazo a su alrededor, el calor parecía ser la temperatura común en aquel estado, acostumbrado a las frías estepas en las que había nacido, no acababa de acostumbrarse a la pegajosa sensación que empapaba su piel haciéndolo transpirar, ni siquiera con la camiseta de manga corta que llevaba puesta y los jeans parecía encontrarse a gusto, empezaba a pensar que el que la gente fuera medio desnuda por la calle era la mejor de las ideas.

Dejando a un lado el calor volvió a fijarse en el escaparate de la bombonería frente a la que se había detenido, sus ojos brillaron ante la gran variedad de chocolates que había expuestos. Para él era un misterio como podían conservarse los chocolates con tal calor, pero pronto el pensamiento quedó relegado a favor del rugido de su estómago. Adoraba el chocolate. Con nueces, oscuro y puro, con leche, blanco… cualquiera que fuese su variedad, lo amaba. Aquel era un pequeño placer que solo se permitía cuando estaba a solas, un pequeño secreto que nunca había compartido con nadie, excepto Mint. Después de todo, ¿Cuándo se había visto que a un felino le gustase el chocolate?

Echando mano al bolsillo trasero de su pantalón extrajo su billetera junto con un pequeño trozo de papel multicolor arrugado que cayó al suelo a sus pies. Su mirada se fijó en el papel como si la caída se reprodujese a cámara lenta, sus ojos siguieron el movimiento hasta que éste permaneció a sus pies, cual infalible recordatorio en el que no había vuelto a pensar desde su salida de Virginia.

Tenía una compañera. Había una mujer en esa maldita ciudad que estaba destinada a él, que encajaba sólo con él y que robaría algo más que su independencia si tenía la mala suerte de cruzarse en su camino. Una compañera que no deseaba.

Soltando una baja maldición se agachó a recoger el papel y metiéndoselo en el bolsillo entró en la bombonería a darse el primer placer del día.

Lexa no había pensado cuando salió de la cafetería en la que había estado trabajando con el sobre con su liquidación que las cosas pudiesen ir a peor. Después de casi año y medio trabajando para el tirano de su jefe, la habían echado a la calle y el muy desgraciado no se había molestado ni en decírselo él mismo, se había limitado a dejarle el desagradable trabajo al cocinero, junto con el sobre de su liquidación. Al principio había pensado en protestar, pero después de pensarlo un poco, decidió que no merecía la pena, en cierto modo se había quitado incluso un peso de encima.

El mal humor la había llevado a dirigirse de inmediato al banco a hacer efectivo su cheque, no quería más que recoger su dinero y mandar todo a volar.

Unos días libres quizás le viniesen bien incluso, así podría despejarse y pensar en lo siguiente que podría hacer.

Bien, su suposición había sido errónea, las cosas sí podían ir a peor como lo demostraban los dos hombres con máscara de lucha libre y armas en las manos que habían elegido aquella gloriosa mañana para atracar el banco.

Sus ojos castaños recorrieron tímidamente la amplia sala, aquellos dos chicos, por que por su altura y complexión no podía tratarse de nada más que dos estúpidos jóvenes que habían elegido atracar una sucursal pequeña, parecían haber visto demasiadas películas. Habían llegado cuando ella estaba en su turno de espera para acercarse a la ventanilla, con un par de gritos y las armas en alto habían anunciado su intención de atracar el banco, las cámaras de vigilancia habían sido rociadas con espray y las cuatro o cinco personas que había a aquella hora de la mañana en el reducido local, arrinconadas en una esquina mientras se ocupaban de las ventanillas y de las dos cajeras que había tras el largo mostrador.

Las sirenas de la policía captaron entonces la atención, empezando como un lejano ulular hasta terminar varios coches patrulla delante de la pequeña sucursal bancaria, Lexa se preguntó, y no por primera vez si la policía habría visto también demasiadas películas, ¿Quién en su sano juicio llegaría si no armando alboroto con las sirenas puestas y las luces cuando había unos atracadores en un banco, armados y con rehenes?

Suspirando con fuerza se llevó la mano a la frente, la cual empezaba a palpitarle.

—Esto no puede estar ocurriendo — murmuró para sí, mientras los dos chicos se miraban el uno a otro y empezaban a ponerse más nerviosos.

 

Markus levantó sus ojos azules del glorioso paquete que llevaba entre manos al escuchar el tumulto que se estaba formando en la calle, las sirenas de los coches de policía ululaban al compás de las danzarinas luces hiriendo sus sensibles oídos. Dos coches patrulla se apostaron frente a una pequeña sucursal bancaria, los agentes que salían de ellos empezaron a conducir y alejar a la gente que paseaba por la acera ajena a los sucesos que debían estar produciéndose en el banco. Frunciendo el ceño ante el insoportable sonido, volvió su atención al paquete que tenía entre manos, el dulce aroma del chocolate hacía que le salivara la boca, estaba deseando tomarse un respiro y disfrutar de aquel delicado manjar pero un olor dulce y decadente entró entonces en su nariz y sus sentidos, animales y humanos despertaron por completo.

Lentamente, como si estuviesen tirando de él con un potente imán, alzó la cabeza y olisqueó el aire, aquel aroma era como el del caramelo derretido y la nata unidas, dulce, suave y tan potente como cualquier afrodisíaco. Todo su cuerpo se tensó en respuesta, su lengua abandonó lentamente el interior de su boca para lamerse los labios como si ya pudiese degustar aquel aroma, la sangre que corría por sus venas empezó a diluirse y a correr más rápido, su corazón la acompañó con un latido frenético mientras sus instintos se intensificaban en una desesperada búsqueda por aquello que había captado su atención, la atención de su felino.

Y entonces la vio.

No era para nada su tipo. Con aquel pelo largo del color del chocolate con leche, sin brillo, saliéndole por debajo de la cinta de pelo amarilla que llevaba a juego con el trajecito de una pieza el cual contrastaba estrepitosamente con el tono bronceado de su piel. Su rostro era pequeño, ovalado y las pecas salpicaban gran parte de su nariz y pómulos y unas horrorosas gafas de pasta se movían precariamente sobre su nariz… pero, ella olía a caramelo, y tan apetitosa que daban ganas de comérsela… Ella era su compañera. ¡Su maldita compañera!

—No —gimoteó en voz baja, a pesar de que todo su cuerpo se encendía al verla, recordándole que no importaba lo que pensase, ella era suya y la necesitaba—.

Maldición… maldición… maldición… tú no… ahora no…

Un bajo gruñido salió de su garganta cuando vio a dos hombres saliendo inmediatamente tras ella, sujetándola y encañonándola con un arma. El animal en él rugió de rabia ante el hecho de que alguien se atreviese a tocar lo que era suyo, el aroma a caramelo se había metido en su nariz y era incapaz de sacárselo con nada, era suya, sólo suya, ningún hombre tenía derecho a tocarla.

Antes de poder detenerse, se lanzó a la calzada, su mirada salvaje puesta en el brazo que la sujetaba, uno que le encantaría desgarrar con los dientes.

 

Los pitidos y bocinazos que venían del otro lado de la calle llamaron la atención de Lexa por encima de todo el tumulto, aquellos dos idiotas la habían cogido a ella como rehén con la única intención de poder librarse de la policía, una de las armas de los atracadores se clavaba contra su costado mientras el hombre aferraba con fuerza su brazo, magullándoselo. Su acento al igual que la tez de su piel lo delataba, no le sorprendería saber que era alguno de los pandilleros que plagaban las calles de la ciudad haciendo de ésta su patio de juegos. Entrecerró los ojos y bajó la mirada para ver a través de las gafas que se deslizaban desde su nariz sin posibilidad de poder recolocárselas al hombre que atravesaba la calzada con paso decidido sin importarle el tráfico ni los bocinazos e insultos que le proferían.

El hombre se salvó por los pelos con un grácil salto de acabar sobre el capó del coche, su mirada estaba puesta al frente y maldito si aquel día no estaba resultando ser del todo espeluznante pues si tuviese que decir algo al respecto, juraría que aquel desconocido tenía la mirada puesta sobre ella, una mirada descarnada, salvaje, que prometía un infierno. Por primera vez en su vida sintió verdadero miedo, no sabía quién era él pero su mirada la atravesaba, la inmovilizaba con sus fervientes ojos azules, y no era una mirada amistosa, casi parecía… que la odiase. ¿Por qué? ¿Qué había hecho ella para ganarse ese sentimiento de su parte?

Sacudiendo la cabeza ante lo absurdo de aquella situación contempló al hombre, jamás lo había visto, de lo contrario lo recordaría, estaba segura. Había algo en él, en su forma de caminar, de moverse que lo hacía completamente letal y sexual, su pelo despeinado era de un castaño claro, mezclado con mechones mucho más oscuros y alguno que otro rubio más claro y enmarcaba un rostro de facciones cinceladas, una fuerte mandíbula espolvoreada con una sombra de barba que bajaba por un cuello fuerte y de músculos marcados, podía apreciarse la tensión en todo él. Pero eran sus ojos azules los que le daban escalofríos, a medida que se iba acercando y pasaba limpiamente del cordón policial sin que los agentes pudieran hacer nada por detenerlo sus ojos no se apartaban de ella, unos ojos fríos, glaciales que ardían con un fuego bajo y lento. Aquellos ojos se clavaron en ella como dos firmes y duros puñales, inmovilizándola y haciéndola temblar con algo que no había sentido nunca antes y que la dejó líquida por dentro.

— ¡Vuelva aquí!

— ¡Maldito loco!

Las exclamaciones llegaron a oídos de Lexa rompiendo el hechizo en que la habían mantenido prisionera esos ojos, sólo entonces se dio cuenta de que el hombre que la tenía aferrada tironeaba de ella con más fuerza y que su compañero lo encañonaba a él al tiempo que gritaba órdenes con una voz estridente cargada de un profundo acento.

— ¡Si das un paso más, me la cargo! — clamaba el hombre que la tenía sujeta.

— ¿Quién coño te crees que eres? ¿Superman?

— ¡Que no des un paso más, cabrón, o le lleno el cuerpo de plomo a la zorra!

Su mirada helada dejó entonces su rostro y contempló a uno y a otro hombre, Lexa se encogió interiormente y cerró los ojos con fuerza cuando leyó la muerte en su mirada. Estaba claro que aquel no era en absoluto su día, primero la habían despedido del trabajo y ahora iba a morir. Markus gruñó desde el fondo de su garganta cuando olió el miedo emanando del cuerpo de su compañera mezclado con una ligera excitación. La combinación era lo suficientemente poderosa como para hacerle perder el control, puede que no deseara una compañera, que odiase a aquella mujer por haberse atrevido a aparecer en su camino, pero nadie, absolutamente nadie tenía derecho a tocarle un solo pelo y mucho menos asustarla. Sólo por eso, merecían la muerte.

En un par de rápidos movimientos, arrancó a la muchacha de manos del atracador que la sostenía fracturándole la muñeca al individuo en el proceso, su compañero intentó disparar, sólo para errar el tiro por poco y cabrearlo aún más. Con un ligero tirón acercó a la chica contra su cuerpo, protegiéndola mientras le arrebataba el arma al otro atracador con una limpia patada y lo enviaba al suelo con un golpe en la nariz. A juzgar por el crujido que sintió bajo su puño, supuso que se la había roto.

Los agentes de policía por fortuna parecían haber salido de su estupor y pronto se hicieron cargo de las armas, así como de esposar a los dos frustrados delincuentes que maldecían y escupían amenazas de muerte y de dolor en el suelo.

Mark bajó la mirada al pequeño y anodino cuerpo que permanecía pegado al suyo, ella apenas le llegaba a la barbilla, lo cual teniendo en cuenta que él rozaba el metro noventa y ocho ya era decir bastante, en su favor debía añadir que ni siquiera temblaba, ya fuese por el shock o por su propia naturaleza permanecía quieta y tranquila junto a él. El calor que emanaba de su cuerpo se filtraba en el suyo propio, así como el aroma dulce y goloso que la envolvía.

—Caramelo y nata —musitó aspirando profundamente, empapándose de su aroma.

Ella eligió ese momento para alzar la mirada y Mark contempló por primera vez unos bonitos y enormes ojos castaños con motas doradas ocultos bajo las horribles gafas.

—Tofe —se corrigió a sí mismo, al tiempo que retiraba las horribles gafas y dejaba al descubierto aquel par de joyas.

Sin la sombra del cristal, podía apreciar unas motas doradas.

— ¿Qué?

Las pecas cubrían buena parte de su nariz y pómulos y sin las gafas incluso podía pasar por bonita, si bien no era una beldad, tampoco era fea.

Arrastrado por su parte animal, se inclinó y capturó su boca, introduciéndole la lengua ante su jadeo de sorpresa y paladeando su sabor, un sabor que lo embriagaba y lo enardecía haciéndole desear más, mucho más.

Lexa estaba atónita por lo que ocurría, aquel chalado había atravesado la calzada en medio del tráfico, se había deshecho con una asombrosa facilidad de los atracadores y ahora la besaba como si ella fuese un platillo de leche y él un gato hambriento.

Un ligero carraspeo a su derecha empezó a incrementarse y hacerse más exagerado mientras el policía intentaba captar su atención. Ella se empujó de su abrazo para despegar sus labios de los masculinos con un arrebato de vergüenza que le iluminó la cara de rojo. ¿Qué demonios estaba haciendo besando a un completo desconocido en medio de la calle? Peor aún, después de acabar como rehén de unos atracadores.

—Disculpe señor… quisiéramos hablar con la señorita… —dijo el policía tendiendo la mano hacia Lexa.

Markus reaccionó por instinto, cogiendo el brazo que se dirigía a su compañera y retorciéndoselo al agente tras la espalda, ejerciendo la suficiente fuerza para inmovilizarlo pero sin causarle daño.

Ante el inesperado movimiento, la muchacha jadeó y el resto de los agentes desenfundaron nuevamente sus armas y lo rodearon, obligándolo a soltar a su presa, sólo para acabar inmovilizado contra el suelo.

—Sugiero que se calme, amigo —le susurró uno de los policías al oído mientras mantenía una rodilla contra su espalda y le esposaba las manos—. Lo de reducir a esos dos ha estado muy bien, pero lo de pegarle a un poli no ha sido muy acertado… vendrás a comisaría y aclararemos este asunto.

Markus gruñó, empezando a calmarse sólo cuando la muchacha fue acompañada por otro de los agentes a una ambulancia que había estacionado detrás del cordón policial.

Maldición, lo sabía, sabía que el encontrar a su compañera no iba a causarle otra cosa que no fuesen problemas.