CAPÍTULO 5

 

Becca sonrió cuando oyó el cierre de la puerta, sujetando la caja con la estatuilla de la diosa egipcia Isis en su versión alada con una mano, volvió la silla de ruedas con la otra para recibir a su amiga, le había sorprendido que Lexa enviase la pieza por mensajero en vez de traerla con ella, pero toda desconfianza se había esfumado en el momento en que vio la figura y la tuvo en sus manos. La puerta del piso se abrió dejando entrar a una rabiosa Lexa, las lágrimas resbalaban y mojaban su cara, pero sus ojos ardían con rabia y desesperación, sorprendida por aquel inesperado estado, Becca dejó la caja de nuevo sobre la mesa y se dirigió hacia su amiga.

—Lexa, ¿Qué ocurre? ¿Qué ha pasado?

— ¡Es un hijo de puta! ¡Un maldito hijo de puta! —Clamó ella entre lágrimas y rabia—. Eso es lo que pasa.

Becca no entendía nada. ¿De quién estaba hablando? ¿Se habría encontrado con Bernard?

— ¿Quién? ¿Has visto a Bernard? ¿Esa babosa del paleolítico te ha hecho algo?

—ahora era Becca la que empezaba a encenderse. Aquel hombre era un gusano, si le había dicho o hecho algo a su amiga, lo castraría.

—No fue esa comadreja de Bernard, fue Mark.

— ¿Mark? —la sorpresa que apareció en el rostro de Becca era genuina—. ¿Quién es Mark?

— ¡Le odio! —Clamó alzando los brazos y chillando para luego sacarse el bolso y tirarlo contra el sofá de la sala—.

Y ese hijo puta de Bernard… a ese lo despellejaré vivo la próxima vez que lo tenga delante. ¡A él no le interesaba la estatuilla! Dios, fue bochornoso.

Prácticamente me llamó una puta.

— ¿Bernard te dijo qué? —clamó Becca alucinada.

—Bernard no, Mark —exclamó angustiada.

Becca alzó las manos al aire formando la letra “t”.

—Tiempo muerto, Lex, no me estoy enterando de nada.

Lexa dejó las llaves en la bombonera sobre el mueble junto a la puerta, su combustible parecía haber empezado a ceder dejándola agotada y enrabietada.

—Todo ha sido un auténtico desastre — respondió volviéndose hacia su amiga, entonces vio la estatuilla y su rostro empezó a enrojecer, al tiempo que recuperaba sus fuerzas—. ¡Ese imbécil ha pagado casi dos mil dólares por eso!

— ¡¿Qué?! —Ahora fue Becca quien chilló— ¿Cuánto has pagado por ella?

—Yo no… —negó Lexa, sus ánimos volvieron a decaer nuevamente, era como si estuviese en una montaña rusa—. La adquirió Mark, y me la dio.

Becca se llevó las manos a la cabeza, no entendía ni media palabra.

—Para, para, para… soy incapaz de seguirte, no entiendo nada —aseguró y respiró profundamente antes de señalar el sofá—. Siéntate y empieza a contarme todo lentamente, paso a paso.

Lexa suspiró y se dirigió a su amiga, empuñando los manguitos de la silla para conducirla hacia el sofá, entonces se sentó, quedando frente a su amiga.

—No sé por dónde empezar… — aseguró enterrando la cabeza en las manos.

—La Isis Alada —respondió Becca señalando la caja—. ¿Quién la ha comprado?

Lexa volvió la mirada en dirección a la caja y sacudió la cabeza.

— ¿Recuerdas el hombre del que te hablé? ¿El que se metió con los atracadores y acabó preso? —su amiga asintió con la cabeza, con lo que Becca continuó—. Se llama Mark Kenway — respondió con un hastiado suspiro.

— ¿Kenway? —repitió Becca como si el apellido significara algo para ella.

— ¿Lo conoces? —preguntó Lexa. No le sorprendería que así fuera, debido a su trabajo, Becca era anticuaria y llevaba una pequeña galería de arte en Los Ángeles, poseía tantos contactos que a veces le recordaba a la NASA.

—Es posible —respondió dándose golpecitos con el índice en los labios—.

¿Fue él quien compró la Isis Alada?

Lexa asintió lentamente antes de explicarle lo que había sucedido.

—Bernard estaba allí, me vio admirando la pieza, aunque casi estoy segura de que me siguió en cuanto supo que estaba en la subasta, el caso es que hizo todo lo posible por quitármela en la puja —respondió ella entre dientes—.

Esa pulga sanguinolenta no quería la estatuilla, sólo se interesó en ella porque sabía que si yo estaba allí, es porque la queríamos.

— ¿Y qué ocurrió? —preguntó. Aunque estando esa babosa de por medio, podía suponerlo.

—Cada vez que yo hacía una nueva oferta, él la superaba, en realidad éramos los únicos pujando, siempre uno por encima del otro, hasta que Mark hizo una oferta y nos dejó a todos con un palmo de narices. Adquirió la estatuilla de bronce por mil doscientos dólares.

— ¡¿Qué?! ¡Mil doscientos dólares!

Lexa asintió.

—Creo que nos quedamos tan estupefactos que nadie más articuló palabra —respondió con un mohín antes de añadir—. No es como si alguien pudiera superar realmente la puja con ese precio teniendo en cuenta la pieza a subastar. Digamos que no me lo tomé muy bien.

Oh, no, pensó Becca. Cuando Lexa no se tomaba las cosas bien, hacía estupideces.

—No quiero saberlo —aseguró la joven en la silla de ruedas.

Lexa hizo un mohín y se rascó una ceja con una de las uñas.

—Prácticamente le acusé de robarme la estatuilla en mis narices —respondió ella avergonzada, ahora que podía pensar claramente lo de su arrebato—. Así que… me la dio.

— ¿Cómo que te la dio? —Su voz sonaba tan incrédula y sorprendida como se veía.

Lexa asintió y señaló la caja de madera con un gesto de la mano.

—Pidió que le remitieran a él la factura, y que la figura me la enviasen a mí. Negando con la cabeza se dejó caer contra el respaldo del sofá, entonces volvió la cabeza en dirección a la caja.

—No pensaba que fueran a enviarla con tanta rapidez —aceptó con un nuevo suspiro, entonces se cubrió el rostro con las manos y ahogó un gemido—. Oh, Becca. He metido la pata y bien.

—No me digas —le respondió su amiga e un tono irónico.

—No es eso —negó Lexa, incorporándose de nuevo para mirar a su amiga—. Cuando salió del edificio, lo seguí. Quería decirle que no podíamos aceptarla, o por lo menos que aceptara lo que nosotras íbamos a pujar por ella.

—Estás loca, eso no es una novedad — aseguró su amiga asintiendo—. ¿Qué pasó?

Lexa volvió la mirada hacia su amiga y frunció los labios.

—Hablamos, se negó a coger el dinero, nos insultamos y terminamos dándonos el lote en un callejón.

Becca rompió a reír a carcajadas, como si aquel fuese el mejor chiste del día, pero al ver que su amiga no se reía su risa empezó a desvanecerse hasta que sólo quedó su mirada incrédula.

—No lo hiciste.

Lexa resopló nuevamente y alzó las manos en un gesto desesperado.

—Sí lo hice, le llamé de todo… y después… bien —dejó escapar un suspiro de fastidio—. Es que no lo entiendo, me toca y ¡puf! Todo mi sentido común se desvanece…

— ¡Te lo follaste en un callejón! —el grito de su amiga reverberó por la planta del edificio.

— ¡Baja la voz! —Clamó señalando hacia el techo—. Y no… por supuesto que no.

— ¿Es que has perdido el juicio por completo? —Becca había notado la pena en la voz de su compañera, como si le doliera que no hubiesen ido más adelante, y eso si era una locura.

— ¡Me echó como si fuese un perro! — Exclamó ella entonces también en voz alta —. ¡Después de besarme como si se fuese a acabar el mundo y dejarme más caliente que un horno, me mandó a casa!

— ¡Baja la voz! ¿Quieres que nos escuche todo el edificio? —ahora fue el turno de Becca de hacerla callar.

—Prácticamente se deshizo de mí y fue él quien me arrastró al callejón —se quejaba Lexa—. No es más que otro perro en celo, como todos los hombres.

Becca volvió entonces la mirada hacia la estatua y dejó escapar un profundo suspiro.

—Se la devolveremos.

Lexa miró con fastidio a su amiga y luego a la estatuilla.

—Pero es tu estatuilla.

—No, Lex. Nadie le hace eso a mi amiga y se queda tan ancho —aseguró saliendo en su defensa—. ¿Sabes donde vive?

Lexa negó con la cabeza.

—Creo que está sólo de paso. Vino nada más a la subasta por lo que pude entender.

— ¿Y cómo dices que se llamaba?

—Él se presentó como Mark, y oí como el recepcionista de la subasta le llamaba Sr. Kenway —aceptó ella con un suspiro —. Todo esto es culpa de él y de esa maldita comadreja de Bernard. Voy a hacer que se coma toda su jodida colección de arte.

—Lo primero es devolver eso, no podemos aceptar algo por lo que un extraño ha pagado el triple de su valor.

—También puedo hacérsela comer — murmuró repentinamente Lexa—. Se lo merece.

—Lo primero es averiguar dónde está —le aseguró y le indicó la habitación con el pulgar—. Porque no calientas los macarrones que hay en la nevera mientras yo hago algunas llamadas, podemos investigar mientras comemos.

Lexa asintió y se levantó del sofá.

—Prepararé la cena.

Sonriendo Becca siguió a su amiga con la mirada, aquella era la primera vez que veía a Lexa tan hundida, ella no era de las que se iban con el primer hombre que pasaba, y mucho menos de las que se liaba en un callejón, ese hombre debía ser alguien realmente importante y atrayente para que su amiga hubiese reaccionado así, pero no le perdonaría haberla hecho llorar. Lexa no era de las que se permitía llorar, y el que ahora lo hiciera por un estúpido neandertal, no se lo perdonaría.

Decidida, cogió el teléfono de encima de la mesa adyacente al sofá y empezó a hacer unas llamadas.

 

Jasmine había notado como de repente la casa se había vuelto demasiado grande, demasiado silenciosa, desde la partida inesperada de Markus, el ambiente parecía haberse enrarecido, Dimitri seguía siendo tan atento y amoroso como siempre, pero con todo seguía habiendo cosas que se reservaba para sí, no es que aquello le molestara, ella misma tenía sus propios secretos, cosas que tampoco había compartido todavía con el que era hoy su marido. Un marido contra el que había luchado con todas sus fuerzas nada más conocerlo y sin el que ahora no concebía su vida, Mitia había tenido razón al referirse a ellos como una sola alma, había sido al encontrarle que había encontrado realmente su lugar, con él se completaba. Pero no siempre había sido así, ella no se lo había puesto fácil a su tigre, se había resistido con todas sus fuerzas hasta el punto que había estado a punto de perderlo. Afortunadamente, Mitia había sido tan paciente como insistente y al final no le había quedado más remedio que rendirse, la pasión y el fuerte vínculo que unía a las parejas de los Tygrain era prácticamente imposible de sortear cuando se establecía.

Suspirando descolgó el bendito teléfono que había estado sonando y sonando, el número no lo conocía, pero por el prefijo, no era de la zona.

— ¿Sí? —respondió nada más llevarse el auricular a la oreja.

Hubo una ligera vacilación en la línea hasta que una suave y melosa voz femenina respondió.

—Sí, hola… Yo… verá, estaba buscando al señor… Dimitri Kenway — insistió la voz con más confianza—. Es sobre unas piezas que adquirió en la subasta de esta tarde en Glendale, California.

Jasmine se sorprendió, Mitia había pasado prácticamente todo el día con ella, cuando no se encerraba en su despacho y refunfuñaba por la tozudez de Mark. ¿Podría ser…?

— ¿De dónde está llamando, señorita…?

—Rebecca, Rebecca Martínez — respondió la chica con un suave acento hispano—. Y estoy llamando desde Los

Ángeles. Disculpe si la molesto, pero estaba buscando a alguien que estuvo esta tarde en la recepción… su nombre es Mark. Supusimos que trabajaría para el señor Kenway.

Aquello consiguió atraer toda la atención y curiosidad de Jasmine.

—Mark es el hermano de Mitia, ¿Le ha ocurrido algo?

La ansiedad en la voz de la mujer tomó a Becca por sorpresa, volvió la mirada atrás y se encontró con los ojos inquisitivos de su amiga y suspiró.

—No, no… él está bien, o lo estaba la última vez que mi amiga habló con él. Es que verá, ha adquirido una figurilla en la subasta por un valor bastante elevado y se la ha entregado a mi amiga y no podemos aceptarla. Querríamos devolverle la estatuilla, el precio que ha pagado por ella triplica su valor real.

—Puedes decirle que se la meta por el… —masculló Lexa lamiendo la cuchara del postre.

— ¡Lexa!

—Sólo pregúntale su dirección, si sabe dónde diablos está hospedado y yo misma se la haré tragar —le aseguró en voz baja, señalándola con la cuchara antes de volver a hundirla en la taza.

— ¡Shh! —la hizo callar Becca.

Jasmine sonrió al escuchar la vehemencia en aquella segunda voz reconociéndose a sí misma algunos meses atrás, al poco tiempo de conocer a Mitia.

Pondría la mano en el fuego por que aquella voz pertenecía a la compañera de Markus. Nuevamente, la realización de que ambos se hubiesen encontrado y Mark no la hubiese reclamado ensombrecía aquella repentina averiguación, por la voz de la muchacha y la animosidad que oía en ella, estaba claro que sí quería hacerle comer esa estatuilla… Interesante.

—Si os la ha entregado, es porque ha querido hacerlo —le aseguró la mujer con suavidad—. No hay necesidad de que se la devolváis.

— ¡No quiero la maldita estatuilla! — oyó nuevamente la voz de aquella chica por atrás.

—Lexa, por favor —pidió la mujer que se había identificado como Rebecca—. Discúlpeme, pero nos sentiríamos mucho mejor si pudiésemos hablar con él y aclarar este asunto.

—Por supuesto —aceptó Jasmine con cierta simpatía hacia la muchacha cuya voz había sonado alta y clara—.

Concédame un segundo, avisaré a mi marido y él podrá darle los datos que necesita.

—Gracias, y disculpe las molestias.

—No es ninguna molestia, querida, al contrario —respondió Jasmine dejando el teléfono a un lado—. Sin duda te estaremos agradecidos por mucho tiempo.

Sin perder un segundo, cubrió el micrófono del teléfono y atravesó la pequeña sala y el corredor en dirección a la habitación situada al final del corredor a mano derecha, donde Dimitri tenía su despacho. Jasmine no se molestó en llamar, abrió la puerta y se deslizó cerrándola a su espalda de un puntapié llamando la atención de Mitia. Él estaba guapísimo sentado tras el escritorio, la camisa desabotonada, la chaqueta del traje colgando del respaldo de la silla y sus profundos y brillantes ojos verdes brillando a través de las gafas cuando levantó la mirada y la reconoció.

Su sonrisa correspondió a la de su esposa, quien caminaba hacia él con un movimiento tan sensual que siempre lo endurecía, estuviese donde estuviese.

—Una amiga de la compañera de Markus está al teléfono —le respondió sin darle tiempo a decir nada—, la chica está con ella y a juzgar por lo que he oído de fondo, quiere la cabeza de tu hermano en una bandeja… o para ser precisos, quiere hacerle tragar cierta estatuilla que él adquirió en la subasta… y acabó por regalársela a ella.

Los ojos verdes de Mitia se abrieron desmesuradamente y tendió la mano en busca del teléfono.

— ¿Estás segura de que es su compañera?

La mujer sonrió entregándole el aparato.

—Ha amenazado con hacerle tragar la estatuilla, lo cual, teniendo en cuenta que es tu hermano, hace que sí, esté segura de ello. Vosotros tendéis a provocar esa sensación en vuestras compañeras.

Mitia sonrió a su esposa y le dedicó una mirada que prometía hacerle lamer todas y cada una de sus palabras.

—Sí, Dimitri Kenway al habla — respondió poniéndose al teléfono—. ¿En qué puedo ayudarte?

Becca dio un respingo al oír la voz profunda y sexy de aquel hombre al otro lado de la línea. Durante un breve momento se olvido de lo que tenía que preguntar.

—Sí, Señor Kenway, buenas noches, disculpe que le moleste a estas horas — balbuceó ella, ganando seguridad poco a poco—. Le llamo desde Los Ángeles, es por una estatuilla que su hermano adquirió en la subasta de Glendale y le entregó a mi amiga… nosotras…

— ¿Está ella ahí contigo? —la interrumpió con suavidad.

Becca se sorprendió por la pregunta y volvió la mirada a Lexa, quien seguía sentada degustando su helado.

—Sí —le respondió con cautela mirando a la muchacha al tiempo que señalaba el teléfono.

— ¿Te importaría ponérmela al teléfono?

—Sí, claro —Becca señaló a Lexa el teléfono, indicándole que era para ella—.

Un momento, por favor —cubriendo el auricular con la mano, le dijo a Lexa—. Quiere hablar contigo.

— ¿Conmigo?

Becca asintió lentamente tendiéndole el teléfono.

— ¿Conmigo por qué?

—Y yo que sé. Sólo ponte.

—No —se negó ella sacudiendo la cabeza.

—Lexa… vamos…

—Oh, demonios. ¿Es que no sabe dónde está ese pedazo de imbécil? —masculló Lexandra en voz baja, dejó su taza con la última bola de helado sobre el mueble y tomó el teléfono en sus manos para finalmente llevárselo al oído y responder.

— ¿Sí?

Mitia ahogó una sonrisa al oír la voz de la muchacha, había oído el intercambio entre las dos y no podía si no divertirle que aquella molesta chiquilla fuese la compañera de su hermano.

—Hola, soy Mitia, el hermano de ese pedazo de imbécil… —no pudo evitar hacer mención a que la había oído—.

Intuyo que mi hermano no ha causado una buena impresión en ti.

Lexa se mordió la lengua y maldijo interiormente por haberse dejado llevar.

—No tengo nada contra usted… Mitia —aseguró ella tratando de relajar su voz —. Yo quisiera arreglar un pequeño asunto con su hermano, pero me temo que su partida ha sido algo precipitada… y no ha dicho donde está hospedándose.

Dimitri se recostó en el asiento de su silla y le guiñó un ojo a su esposa, quien se había sentado en una esquina de la mesa.

—Puedo imaginarlo —aceptó él haciendo un rápido estudio de la voz de la muchacha, sin duda tenía fuerza y a juzgar por su tono, Jasmine tenía razón al sugerir que quería la cabeza de su hermano en bandeja—. Verás, Lexa… ¿Puedo llamarte así?

—Sí… por supuesto… ese es mi nombre —aceptó ella con un mohín mirando a su compañera con un ligero encogimiento de hombros.

—Bien, pues verás Lexa, si todavía no ha cogido un avión de vuelta y estoy por apostar que en estos momentos se estará muriendo… por hacerlo —Dimitri sonrió para sí, oh, sí, seguramente en estos momentos Mark querría morirse, no era nada agradable para el hombre encontrar a su compañera y alejarse de ella, no cuando ni siquiera había presentado su reclamo sobre ella—. Mark se está hospedando en un pequeño hotel cerca del Parque McArthur, en Willshire Blvd, Hotel San Diego, creo que se llama.

—Eso está a una media hora de aquí — murmuró ella para sí en voz alta, haciendo un rápido recorrido mental por la zona—. Creo que sé cuál es ¿No tendrá su teléfono, verdad?

Mitia chasqueó la lengua a propósito.

—Si lo que buscas es hablar con él, te sugiero que vayas personalmente —le aseguró Mitia con tibia calidez—. No guarda mucho cariño por los teléfonos de ninguna clase. Además, por lo que comentó tu amiga… ¿Parece que se trata de devolverle alguna cosa?

Lexa suspiró y asintió aunque sabía que él no lo habría visto.

—Ha adquirido una pieza en la subasta de esta tarde, se trata de una figura de bronce de la Diosa Egipcia Isis, la cual está valorada en mucho menos de lo que su hermano pagó por ella. Me ofrecí a entregarle el importe real de su valor… pero… hemos llegado a la conclusión de que lo mejor sería devolvérsela. No podemos aceptar…

—Si Mark te la ha entregado, no la querrá de vuelta, mon feline —murmuró para sí, pensando en la descripción que Lexa había hecho sobre la estatuilla, por algún motivo se le hacía conocida—. Sin duda, lo mejor será que lo trates con él, estoy seguro de que si te la ha cedido es porque así lo deseaba.

—No se ofenda, Mitia, pero le devolveré la mal… la estatuilla… a su hermano —aseguró ella, mordiéndose la lengua antes de decir maldita. Entonces añadió para sí. “Y se la haré comer”.

Una suave risa le llegó desde el otro lado de la línea telefónica.

—Estoy seguro de que serás un buen desafío para él —aseguró el hombre con jocosidad, entonces su voz bajó ligeramente de tono y se volvió más grave —. ¿Me aceptarías un consejo, pequeña Lexa?

¿Pequeña Lexa? Nadie la llamaba así, y por algún motivo, aunque siempre le había molestado aquel apelativo, en los labios de aquel desconocido, sonaba cálido, amigable.

— ¿Qué consejo?

—No huyas de él —le susurró en voz baja—. El tigre necesita una mano que lo domestique, sobre todo cuando se siente como un paria dentro de su propia manada.

Lexa frunció el ceño ante sus palabras, y al mismo tiempo, una imagen de Mark se formó en su mente superponiéndose con la del enorme felino que Mitia había mencionado. Sí… aquella era una descripción adecuada, las pocas veces que Lexa había coincidido con Mark había notado algo extraño, algo que no acababa de descubrir, ahora sabía que era, el hombre se había estado moviendo como un auténtico felino.

— ¿Lo harás?

La pregunta la trajo de vuelta de sus pensamientos. ¿Qué le había preguntando?

Ah, sí. Que no huyera de él.

—No tengo por costumbre huir — murmuró sin saber muy bien por qué.

Mitia sonrió al teléfono y asintió.

—Gracias —respondió de la misma manera—. Y Lexa, si tienes algún problema… no dudes en ponerlo en su sitio.

— ¿Nunca le han dicho que es usted un poco raro? —respondió ella frunciendo el ceño al oír la extraña respuesta del hombre.

La risa clara y profunda del hombre llegó a sus oídos.

—Sólo busco lo mejor para mi hermano, y tengo la impresión, de que tú lo eres —le aseguró—.Buena suerte con él.

Lexa se quedó escuchando el pitido intermitente que daba la llamada como terminada, alejó el teléfono de su oído y lo miró como si fuese una serpiente de cascabel dispuesta a clavarle las uñas con fuerza.

— ¿Qué ocurre? ¿Qué te ha dicho? —se interesó Becca moviendo su silla con las manos sobre el parqué del suelo.

—Los Kenway son un poco raritos.

Becca puso los ojos en blanco.

—Si yo tuviese el dinero y las propiedades que tiene esa familia, yo misma me consideraría rarita.

Lexa colgó el teléfono y la miró. Sabía que los contactos de Becca eran únicos, al igual que su curiosidad. Era capaz de sacarle información hasta a un muerto.

— ¿Qué has averiguado?

Becca sonrió con picardía y levantó su mano derecha para enumerar.

—La Compañía Kenway es una de las empresas más prósperas en el mercado de Antigüedades, con varias sucursales en Europa, Asia y recientemente aquí en Estados Unidos y Australia. Han financiado varias becas universitarias en Arqueología, y colaboran a menudo sufragando los gastos de expediciones en el Cairo y Grecia. Y eso sólo en la rama de las Antigüedades, ya que tienen una franquicia en Francia y otra en Alemania de una línea de ropa que abrieron recientemente, además de varias propiedades, una de las cuales es una importante plantación sureña que adquirieron recientemente en Georgia.

— ¿No sabrás también cuál es su color favorito? —Preguntó con ironía y admiración—. Eres mejor que la CIA.

—Y sobre ruedas, no lo olvides — añadió ella con orgullo.

Ambas chicas se echaron a reír ante la broma que solían compartir.

— ¿Y bien? ¿Qué te ha dicho?

—Tengo su dirección —aceptó Lexa mirando hacia la ventana pensativa—. Y sabes qué, éste es tan buen momento como otro para hacerle comer la estatuilla.

Becca jadeó y se rió.

—Lexa, son las diez de la noche.

La chica se encogió de hombros y se levantó del sofá, cogiendo la taza con el helado.

—Si no me quito esto de encima, no seré capaz de pegar ojo en toda la noche.

Su amiga le dedicó una mirada de duda.

—No creo que ésta sea la mejor hora para hacer una visita de esta clase.

Lexa se inclinó sobre ella y le revolvió el pelo con una sonrisa.

—Dime que tú no habrías hecho lo mismo.

Becca esbozó una mueca al ver que ella tenía razón, pero seguía sin gustarle. Ya era tarde.

—No sé, Lex, es tarde —le aseguró indicando el reloj de la pared—. ¿Crees que te reciba?

—Me da lo mismo que me reciba o no, lo único que quiero es lanzarle la figurita a la cabeza —aseguró moviéndose a dejar el tazón en el fregadero de la pequeña cocina cerrada por una barra americana y pasó a coger su bolso, comprobando que tenía todo dentro. Tomó las llaves de la bombonera en donde las había dejado y descolgó el abrigo del perchero junto a la puerta.

—Lánzale uno de tus tacones, le dolerá más —aseguró Becca mirando con una mueca la caja con la figura que Lexa recogía de encima del mostrador—. Es una pena que se haya adelantado.

Lexa bajó la mirada a la caja y luego miró a su amiga. Su enfado aumentó contra aquel estúpido, las antigüedades eran la única alegría que tenía Becca últimamente y había estado mucho tiempo tras esa figura. Ahora, por su culpa, Lexa tendría que ver nuevamente aquella mirada triste en los ojos de su mejor amiga. Sí, lo mataría también por aquello.

Volviéndose para darle un rápido abrazo a su amiga, se apresuró hacia la puerta.

—Cierra por dentro, yo me llevo las llaves —le recordó.

Becca puso los ojos en blanco.

—Sí, mamá.

Lexa sonrió y le lanzó un beso antes de alejarse rápidamente y despedirse lanzándole un beso con la mano antes de desaparecer por el pasillo. Aquella era su mejor amiga, su familia, no perdonaría a nadie que entristeciera a Becca.

—Mark Kenway —pronunció su nombre saboreando cada una de las palabras. Por algún motivo que no lograba entender, el solo pensar en aquel hombre la encendía, la dejaba temblorosa y anhelante, lo cual sólo la hacía enfurecerse aún más—. Haré que te comas la maldita figurita.