CAPÍTULO 7

 

El calor del cuerpo masculino no hacía más que encender su propio calor, llevándola a cotas tan altas que le resultaba inconcebible que no se incinerara en cualquier momento. Todo aquello estaba resultando una absoluta locura, pero no quería detenerse a pensar, el hacerlo sólo le traería complicaciones, prefería con mucho sentir y ceder su voluntad a aquel hombre que con su sola presencia le robaba el aliento. Lexa se limitó a gemir cuando sintió su boca sobre los sobreexcitados pezones, sus manos se deslizaban sobre su cuerpo dejando un reguero de fuego que se iba concentrando en la unión de sus muslos, estaba caliente, mojada y desesperada por aquel hombre al que apenas conocía. Él parecía tener la palabra justa, el susurro perfecto cuando se trataba de borrar su nerviosismo, o aumentar su placer, todo en él era apasionado, abrasador y absolutamente tierno, si no fuese por ello, quizás hubiera permitido que su conciencia recuperara su lugar.

Un sofocado jadeo abandonó sus labios entreabiertos cuando sintió la mano masculina deslizándose entre sus piernas, su cálida piel pegada a la de ella, no estaba segura de cuando se había desnudado por completo, ni cuando la había desnudado a ella, pero ya no había ni un solo fragmento de tela que se interpusiera entre ellos.

—Entrégate a mí, caramelo, baja tus defensas y sólo siente, será bueno, te lo prometo —la voz masculina sonaba ronca, decadente.

Mark hundió uno de sus largos dedos en el estrecho canal sorprendiéndose por la calidez y humedad que lo acogían, todo su cuerpo se estremeció en respuesta, especialmente aquella parte de su anatomía que llevaba tiempo demandando su atención, con el pulgar descubrió los pliegues de su sexo y buscó la pequeña perla escondida frotándola con suavidad.

Estaba tan apretada, tan caliente, que su incursión no tardó mucho en encontrar aquello que había estado buscando y que confirmaba lo que ya había olido en ella, la barrera de su virginidad estaba intacta.

Una oleada de orgullo masculino lo invadió, aquel dulce caramelo era todo suyo, sería únicamente suyo, nunca antes había pertenecido a nadie, y jamás pertenecería a nadie más que a él.

Manteniendo la mano entre sus piernas, sus dedos atormentando su sexo, se alzó sobre ella lamiéndole los pechos, el cuello y finalmente enterrando la lengua en su boca, deseaba saborearla entera, hacer que se corriera varias veces y entonces tomarla profundamente, marcándola para siempre tal y como su felino exigía. Deseaba cabalgarla con fuerza, hundirse en ella hasta rozar su útero, grabarse el sabor de su cuerpo, el sonido de sus gemidos en su mente para que lo acompañasen cada uno de sus días.

Deseaba a la mujer a la que había intentado resistirse con todas sus fuerzas.

Su dedo emergió de la férrea carne sólo para entrar de nuevo acompañado de un segundo dedo, ensanchándola, abriéndola para lo que se avecinaba. Deseaba ser dulce con ella, contemplar primero su placer, pero su tigre se negaba a esperar, había estado reprimiéndolo demasiado tiempo y la necesitaba, la necesitaba desesperadamente. Su pene se había engrosado y endurecido cada vez más, su olor había desatado a la bestia y cada dulce gemido salido de su boca sólo había contribuido a enardecerlo.

Podía verse como un humano, pero no lo era, no por completo, por ello estaba mucho mejor dotado que la mayoría de los hombres, algo que hasta ese mismo instante no le había preocupado, no hasta que encontró a su compañera y la contempló en sus brazos, ella era pequeña en comparación con él, era tan alta como las propias mujeres de su raza, pero su constitución era más menuda, más delicada, temía hacerle daño.

El felino rugió en su interior, exigiendo, demandando el apareamiento, la quería, necesitaba unirse con ella, si lo que había dicho su hermano era verdad, el felino se relajaría por completo después de la primera posesión, después de que la marcase como su compañera, también le había advertido que no esperara más, cuanto más tiempo se mantuviese alejado de ella, más se rebelaría su naturaleza.

Arrancando la lengua de su boca se deslizó sobre su cuerpo hasta sus pechos, la idea de hacerle daño de cualquier manera lo mataba, podía ser que apenas la hubiese conocido esa misma mañana, pero en su interior, en su alma, llevaba demasiado tiempo esperando por ella, la conocía como si fuese su otra mitad, algo que necesitaba para vivir.

Intensificó sus caricias, ella se arqueaba bajo su cuerpo, gemía y se retorcía absolutamente entregada en sus brazos, tan trasparente e inocente como un sacrificio, sus dedos se hundieron una vez más, su canal cediendo a su paso, haciéndole sitio. Dedicándole una ardiente mirada se cernió sobre ella y le lamió uno de los pezones antes de llevárselo por completo a la boca succionándolo con fuerza al mismo tiempo que retiraba los dedos y los volvía a introducir con fuerza, rompiendo la barrera que les impedía ir más allá.

Ella gritó, un jadeo más de sorpresa que de dolor, su cuerpo se tensó alrededor de sus dedos los cuales había dejado quietos durante un instante, mientras seguía lamiendo y chupando su pecho como un niño hambriento, tratando de remontar el dolor de la pérdida de su virginidad con el placer. Su mano libre le acarició el costado, jugueteó con el otro pezón mientras volvía de nuevo a su boca, viendo la pasión que llenaba sus ojos y la delicadeza con la que se mordía el labio inferior. En la esquina de su mirada castaña un par de lágrimas se deslizaban por sus mejillas.

Él las besó, lamiéndolas, acariciándola con la nariz, rozándose contra ella.

—Lo siento, caramelo, pero era necesario —le susurró mimándola—. Ahora todo irá bien, cuidaré de ti todo el tiempo.

Ella no respondió, pero tampoco hacía falta. Mark empezó a darse cuenta entonces que sólo necesitaba mirar sus hermosos ojos para leer todo lo que había en su mente. ¿Cómo podía haber pensado por un solo momento que ella no era hermosa? ¿Qué su pelo era anodino y sus ojos comunes?

La besó suavemente en los labios y movió nuevamente los dedos en su interior mientras seguía excitándola jugueteando con sus pechos, recuperando esos pequeños jadeos que sonaban como música celestial en sus oídos, por a poco empezó a respirar con más fuerza, su cuerpo se combaba bajo el suyo y por fin, las paredes de su canal se estrecharon alrededor de sus dedos, sus pequeñas manos se aferraron con fuerza a sus brazos, las uñas clavándose profundamente en la carne mientras se corría.

—Sí, pequeña… eso es… déjate ir… —le susurró al tiempo que retiraba los dedos y se hacía hueco entre sus piernas, posicionándose en su entrada, la gruesa longitud de su pene destacando entre los rizos castaños—. Mírame, Lexandra… eso es, pequeño caramelo, mírame… así.

Mientras la engatusaba con sus ronroneos empezó a penetrarla lentamente, los jugos de su liberación hacían más fácil la penetración en su estrecho canal, centímetro a centímetro fue introduciéndose en el cuerpo de su mujer, la única compañera que existía para él, sus delicados lloriqueos lo llevaron a besarla, susurrándole, calmándola. Sólo cuando estuvo a mitad de camino se inclinó sobre ella, a medias arrodillado entre sus piernas, sus brazos la rodearon y con suma facilidad la alzó contra su pecho, el movimiento logró lo que se proponía y la empaló por completo.

Mark la sujetó contra su pecho, acariciándole la espalda y susurrándole al oído cuando escuchó su gemido y la sintió quejarse, en aquella postura la llenaba completamente, quizás demasiado para su primera vez. Sus manos y sus palabras surgieron el efecto deseado y poco a poco sintió como se relajaba, la férrea presión que las paredes femeninas ejercían sobre su pene lo estaban volviendo loco, amenazando con romper su última barrera humana y ceder paso a la bestia que no dejaba de rugir y agitarse ante el apareamiento.

—Rodéame con tus piernas —le susurró en un ahogado jadeo. Diablos, ella estaba tan apretada. Tan exquisitamente apretada—. Suave caramelo, suave —le indicó cuando ella hizo lo que le pedía y gimió a su vez—.

Todo va bien, Lexandra…

—Es… Lexa… —gimió ella sintiéndose absolutamente llena y estirada, no de una manera dolorosa, el dolor había quedado atrás y ya sólo existía un fuego que lo consumía todo.

—Lexa —ronroneó él mordisqueándole el cuello con pereza—. Quiero que te muevas, Lexa… sólo cuando estés preparada…

—Yo… yo no… —musitó ella. Jamás había estado de esa manera con un hombre, no estaba muy segura de que debía hacer o como. ¿Y si le dolía? ¿Si le hacía daño?

Mark parecía leer sus pensamientos pues fue él quien se movió ligeramente, enviando una deliciosa oleada de placer por su cuerpo.

—Cuando te sientas lista… yo te guiaré… —prometió acariciándole el cuello, mordisqueándole los hombros.

Ella estaba nerviosa, podía sentirlo en la forma en que lo apretaba muy dentro de ella, en la tensión de sus músculos, y entonces lo sorprendió al rodearle el cuello con los brazos y apretar sus senos contra su pecho.

—Tengo miedo de decepcionarte.

Aquella única frase llenó a Mark con una extraña calidez y una fría y repentina sorpresa. Ella, su compañera tenía miedo de decepcionarle… ¿A él? Ella… Lexandra… Lexa… ¿Se estaba preocupando por lo que él pudiera sentir?

La bestia rugió con fuerza en su interior, reclamando su supremacía y tan sorprendido y humillado como se sintió Mark en ese momento, permitió que tomase las riendas y ambos reclamasen a su mujer.

Su mirada se oscureció cuando la apartó lo suficiente para mirarla, en sus ojos había un rabioso deseo, pero no era lo único, pues Lexandra descubrió también un ligero y tímido sentimiento de vergüenza. ¿Él estaba avergonzado? ¿De ella? ¿Por ella? Antes de que pudiese preguntar que había hecho mal, él capturó su boca en el más hambriento y desesperado beso que había recibido jamás, la empujó contra la cama y la poseyó hasta el mismo alma.

Ella se abrazó a él, apretándose contra él, encontrando su propio ritmo para salirle al encuentro, entregándose por completo a aquel hombre y sus pasiones, permitiendo que pusiera sobre sí un único reclamo, entregándose de una manera que jamás pensó posible.

—Mía —creyó oírlo gruñir mientras la embestía—. Mía… mía… mía.

Su sangre se había convertido en lava corriendo por sus venas, todo su cuerpo estaba sometido de una manera deliciosa e implacable a la pasión, y en su interior, su alma, por primera vez se sentía realmente completa.

—Mark… —gimió ella sintiendo que se acercaba un nuevo orgasmo—. Mark… mi dios… Mark.

Él gimió su nombre contra el hueco de su cuello antes de arrastrar sus calientes labios con pereza sobre su piel, sus manos se habían cerrado con fuerza en sus caderas, manteniéndola cerca de él, sujetándola en aquella salvaje cabalgada, su boca descendió por el valle de sus pechos hasta que su mirada encontró la marca que la proclamaba como suya, la misma marca que él poseía justo encima de la base de la columna, sobre las nalgas, se lamió los labios acariciando los desarrollados incisivos que ya notaba en su boca listos para el reclamo y sin pensárselo dos veces hundió los dientes, mordiéndola con suficiente fuerza para perforar la piel en el mismo instante en que ella se corría, aumentando su placer y enviándolo a él directamente a su propia liberación.

Lexa estalló en un caleidoscopio de colores, el placer multiplicado por cien y en medio de aquel efímero paraíso oyó lo que creyó era el rugido de pura satisfacción animal, un grito que más que asustarla la hizo sentirse caliente, deseada y orgullosa.

Mark lamió cuidadosamente la herida en su pecho una y otra vez, deteniendo el hilillo de sangre que había manchado su piel, en unos pocos días solo quería una pequeña cicatriz, su marca, la que la proclamaba como su tigresa, su única compañera. Saliendo cuidadosamente de su interior, dejando que su semen y la liberación de ella se deslizasen junto con él, la atrajo a su abrazo, acunándola de modo que su espalda quedase pegada a su pecho y pudiese envolverla.

Ella dejó escapar un gemido, mitad suspiro cuando la movió, pero se quedó quieta, apretada contra él, disfrutando de su calor.

Tal parecía, que el Tigre por fin había reclamado su premio.