CAPÍTULO 6
Mark abrió su segunda cerveza y lanzó el tapón de modo descuidado sobre el mueble, la noche había caído sobre la ciudad y a través de la ventana sólo entraban los sonidos propios de una ciudad nocturna, el ajetreo, aquella mezcla de olores que molestaban tanto a su felino como a él, y en algún lugar ahí fuera estaba ella, Lexandra, la única mujer a la que deseaba desesperadamente y la única a la que no quería tener, no podía, hacerlo sería condenarse, encadenarse a ella.
Aquello no era una bendición como había asegurado Mint tantas veces, era la peor de las maldiciones, atarse a una única mujer durante el resto de su vida no podía ser nada bueno, las mujeres sólo servían para una cosa y había ocasiones en las que ni siquiera para ello, su manada se había encargado de dejárselo bien claro. Quizás debería alegrarse incluso de que le hubiese tocado una humana como compañera y no una de las zorras de su propia raza, aquellas tigresas sólo estaban interesadas en su maldito pellejo, y el suyo ya había sufrido demasiado a lo largo de los años.
Sus ojos se reflejaban en el cristal de la ventana, azules, brillantes y anhelantes, los ojos de un paria, de un mestizo.
¿Cómo podían Dimitri y él pertenecer a la misma camada? ¿Cómo podían ser hermanos? Ellos no podían ser más diferentes, el día y la noche, y con todo, no podían ser más iguales.
Apretando la botella con fuerza la hizo estallar en sus manos, el líquido ambarino se mezcló con el color rojo de la sangre mientras discurría por su mano. Siseando, tomó el resto del cascote y lo estrelló con fuerza contra la pared rompiéndolo en mil pedazos. Su humor no mejoró.
— ¡Maldición! —Masculló con furia contenida, la desesperación corriendo por su cuerpo excitado y salvaje—. No la quiero, no la necesito… aléjala de mí.
Un puño salió disparado contra la misma pared descascarillándola y dejando una mancha de sangre en el lugar, pero el dolor no importaba a Mark, todo lo que contaba en aquel momento era deshacerse de la rabia y desesperación, del deseo insatisfecho, de la pasión animal que lo llamaba y perseguía guiándole una y otra vez a su recuerdo, a su sabor, a su olor a caramelo.
El teléfono empezó a sonar sacándolo de su autodestrucción, por un momento estuvo a punto de arrancarlo de raíz y lanzarlo también por la ventana, pero algo le decía que si lo hacía, Mitia se presentaría allí en aquel mismo momento, aunque tuviese que venir a pie.
—Tus malditas piezas van de camino —respondió nada más descolgar el teléfono, su mirada fija en su ensangrentada mano. Haciendo una mueca, puso el teléfono en manos libres y caminó hacia el pequeño cuarto de baño adyacente al dormitorio. No había necesidad de mirar el número, sabía que sería su hermano.
—Yo también me alegro de oír que estás bien, hermanito.
— ¿Cómo esperabas que estuviese? — siseó abriendo al grifo para depositar su mano debajo.
— ¿Mark? —la voz de Mitia sonaba preocupada.
—Dame un jodido segundo —pidió rebuscando en el botiquín del baño—. He tenido un pequeño encuentro con una botella rota.
—Gilipollas —oyó suspirar a Mitia—. ¿Estás bien? ¿Quieres que te envíe a Mint?
—Mantén a esa maldita bruja de pelo violeta lo más lejos que puedas de mí — su voz fue un rugido, más animal que humano.
—Maldito seas, Mark. ¿Cuánto tiempo llevas sin ella? ¿Qué coño estás haciendo? No puedes seguir así, tienes que salir a buscarla.
—No voy a salir a buscar a nadie — masculló entre dientes mientras se limpiaba la herida y empezaba a vendarla precariamente con unas cuantas gasas y un trozo de venda que había encontrado.
—La estás poniendo en peligro, hermanito.
—Me iré antes de que eso suceda.
—Mark…
—Creo que emprenderé ese viaje que he estado posponiendo.
— ¡Maldito seas, pedazo de mula, escúchame! —Oyó el grito de su hermano desde el otro lado de la línea—. No conseguirás nada marchándote, lo sé, Jasmine intentó mantenerme lejos de ella y todo resultó un maldito desastre. No cometas mis mismos errores, Mark, ella no merece que sueltes a tu felino… y es lo que ocurrirá si la sigues negando… tu gato la ha olido, sabe que le pertenece, no puedes dejarle tomar las riendas.
—No la quiero —volvió a repetir, su voz era puro veneno, pura desesperación —. No quiero ninguna maldita mujer cerca de mí, y mucho menos a ella. ¿Qué crees que puedo ofrecerle? ¿Una vida a medias? ¡Ella es humana y yo soy… soy… un paria!
— ¡Deja de llamarte a ti mismo así! Tú eres mi hermano, perteneces al clan.
— ¡No soy uno de vosotros! ¿Ya lo has olvidado, Mitia? Tu piel y la mía distan mucho de ser iguales, sólo nos hermanan las rayas.
— ¡Maldito tigre cabezota! ¡Aférrate a ella! Es lo único que necesitas en estos momentos, deja que sea ella la que decida… no la alejes de ti… va a necesitarte tanto como tú a ella.
— ¡No! —Gritó haciendo temblar las paredes—. Encárgate de tu maldito clan, de tu maldita esposa y déjame a mí en paz.
Dicho esto arrancó el cable de cuajo y cortó la comunicación.
Dimitri miró el teléfono en su mano con una mezcla de odio y desesperación antes de lanzarlo él mismo contra el suelo dejando que se hiciera pedazos.
—No podrá huir por demasiado tiempo.
Mitia se volvió con los ojos brillantes, su naturaleza felina arañando la superficie, para ver a Mint, su chamán de pie en el umbral de la puerta mirando los trozos del teléfono esparcido por el suelo.
—Ella no se lo permitirá.
Los ojos del jefe del clan se estrecharon.
— ¿Qué es lo que sabes, Mint? ¿Qué has visto? Mint sonrió y caminó hacia el jefe de su clan.
—Ella es una guerrera, Dimitri. Una verdadera Valquiria.
Lexandra miró nuevamente la puerta de la habitación en la que se alojaba aquel hombre y volvió a preguntarse qué diablos hacía allí. La caja con la estatuilla que sostenía entre sus brazos no era suficiente para desear exponerse de nuevo a su desprecio, a sus insultos, él le había dejado bien claro que no la encontraba más atractiva que una mujer de la calle, la había tratado igual que a una puta, la había despreciado para luego besarla con desesperación antes de volver a echarla de su lado. ¿Por qué se molestaba? Él no era nada para ella, en realidad sólo era un desconocido con el que se había topado en la calle en dos ocasiones, alguien que la había hecho despertar a la pasión como ningún otro antes… ¡Maldición! ¿Qué estaba mal con ella? ¿Desde cuándo le ponían los gilipollas? Por todo lo que sabía ese hombre podía ser un asesino en serie… y allí estaba ella, derritiéndose cada vez que pensaba en sus besos, en sus manos deslizándose por su piel.
Lexa sacudió la cabeza con fuerza tratando de hacer a un lado aquellos pensamientos, debía concentrarse en el motivo de su presencia allí, en entregarle la estatua que iba en la caja y decirle “No, gracias” y “Que te aproveche”. Aunque, realmente esperaba que se le atragantara.
—Quizás debiera dejar simplemente la caja junto a la puerta e irme —murmuró mirando el paquete en sus brazos—. Puedo tocar el timbre y que lo recoja cuando le venga en gana.
¿Realmente era tan cobarde? De ninguna manera, si algo le gustaba de sí misma, es que era capaz de enfrentarse a los problemas, aunque estos midieran más de metro noventa, tuviesen unos ojos azules fuera de serie e hiciera que se le cayesen las bragas con solo una mirada.
—Oh, qué mierda —masculló y tras tragar una fuerte bocanada de aire, se enderezó y acometió contra la puerta.
Mark levantó la mirada de lo que estaba haciendo y estiró el cuello hacia donde provenía el sonido, el timbre de la puerta volvió a sonar nuevamente y con insistencia. Gruñendo decidió ignorarlo y se concentró en el corte que tenía en la mano, un tajo bastante feo al que había tenido que ponerle unos puntos adhesivos que había encontrado en el sorprendentemente completo botiquín después de desinfectar la herida, pues el improvisado vendaje que le había puesto pronto se había manchado con su sangre.
Sabía que en un par de días su herida desaparecería pero no dejaba de ser molesta como el diablo, la mano le latía haciendo juego con su exaltado humor.
Tras cubrirla nuevamente con unas gasas, abrió con ayuda de los dientes el otro rollo de venda y empezó a envolverla como buenamente pudo alrededor de su mano, apenas había dado una segunda vuelta cuando el timbre de la puerta volvió a escucharse seguido de unos contundentes golpes, frunciendo el ceño dejó todo esparcido sobre el lavabo y salió del cuarto de baño, no hubo recorrido ni dos pasos cuando un ramalazo de calor lo recorrió de arriba abajo instalándose pesadamente entre sus piernas, endureciéndolo incluso más de lo que ya estaba, el aroma a dulce caramelo se filtró nuevamente hasta sus fosas nasales y todas sus buenas intenciones volvieron a volar, en su mente aparecieron imágenes de aquella hembra, desnuda, revolviéndose en su cama y el felino en su interior ronroneó de felicidad, despertándose y arañando por tomar el control, por salir a la superficie y reclamar aquello que era suyo por derecho.
No podía estar ocurriendo aquello, no a él, no ahora. Esa mujer no podía ser tan estúpida como para meterse en la boca del lobo.
— ¿Qué diablos haces aquí? —masculló él elevando la voz, ni siquiera se atrevió a acercarse más a la puerta por miedo a que ésta se abriera sola, o peor, que la abriese él y se desatara el infierno.
Lexa dio un respingo cuando oyó el rugido procedente del otro lado de la puerta, porque eso era lo que había sido.
Ningún ser humano podía responder de semejante forma, con tal profundidad, fuerza y rabia en la voz.
—Espero que no seas tan neandertal como para esperar que hable contigo con la puerta cerrada —musitó ella para sí misma, entonces alzó la voz—. Sabes, en mi país por lo general, la gente abre la puerta para hablar con las personas.
Mark maldijo en voz baja. No era posible, aquello no estaba sucediendo, ella no podía estar al otro lado de su puerta.
— ¿Me has seguido hasta aquí? ¡Contesta! —aquella parecía ser la única explicación lógica de que ella supiese su paradero. No había dado sus señas en ningún sitio, ni siquiera en la subasta.
Lexa resopló.
—Quizás lo haga cuando abras la puerta, mentecato —murmuró nuevamente para sí antes de alzar nuevamente la voz —. Al contrario que tú, no voy por ahí acosando a la gente. Te he traído la estatuilla, no la quiero. Si no abres, te la dejo delante de la puerta y ya la recogerás
—y en voz baja añadió—. Idiota.
Mark entrecerró los ojos fijando su mirada en la puerta, su fino oído captaba perfectamente cada una de sus frases, incluso aquellas que decía en voz baja.
¡Se había atrevido a llamarle Neandertal e idiota!
— ¡Llévate contigo esa maldita estatuilla y márchate a casa! —Clamó negándose a pronunciar si quiera su nombre. ¿Cómo podía ser tan inconsciente? ¿Es que no se daba cuenta del peligro al que se estaba exponiendo al acercarse a él?
Su felino rugió en su interior, clavando las uñas con fuerza en sus terminaciones nerviosas, deseaba a su compañera, quería tenerla… y aquellas ansias no hacían sino aumentar las suyas propias, forzándolo a aceptar el aroma que lo llamaba, a aceptar la marca que había visto en el cremoso pecho femenino, llamándolo de forma inexorable hacia un destino que no deseaba y que no era capaz de evitar.
—Márchate… maldita sea… márchate, niña estúpida —musitó en voz baja, luchando con todas sus fuerzas con su bestia interior que sólo se hacía ecos de sus propios sentimientos y emociones llevándolas al límite—. ¡Vete a casa, Lexandra!
Y ahí estaba, el error que antes o después iba a cometer, pronunciar su nombre, por que al hacerlo la identificaba ya como parte de él, una parte que quisiera o no, le pertenecía y que ya nada ni nadie podía evitar que consiguiera. Su mirada se volvió más profunda, felina, sus ojos azules se oscurecieron con deseo, el aroma a caramelo lo perfumaba todo llenándolo, haciéndole hervir la sangre y endureciéndolo más allá de toda posibilidad de retroceso. La deseaba y era suya, su compañera.
Sus movimientos se hicieron sigilosos, felinos, con una profunda carga sensual, su mano de dedos largos alcanzó el pomo de la puerta y la abrió siendo alcanzado casi al instante por una bocanada de suave y caliente caramelo y nata, un delicioso tofe femenino que estaba esperando a que lo saboreara.
Ella alzó la mirada sorprendida, se había agachado para dejar la caja en el suelo justo en el momento en que él abrió la puerta, con una irónica sonrisa se alzó de nuevo con la caja en las manos.
—Vaya, ya era hora —respondió ella y estiró los brazos hacia él, haciéndole entrega de la caja—. Toma. Es toda tuya.
Puedes hacer lo que quieras con ella, incluso comértela.
Mark siguió cada uno de sus movimientos con interés, se había apoyado en la puerta sin soltar el pomo y la contemplaba como si fuese un dulce que ser saboreado.
— ¿Qué tal si la coges? —Sugirió ella alzando de nuevo la caja con obvia intención—. Así podré marcharme.
El felino en su interior gruñó en respuesta. No, ella no se iría. Ya no había vuelta atrás.
—Después de aporrear mi puerta y gritar como si estuvieses en un mercado callejero, creo que el que entres no hará más daño a mi reputación de la que ya habrás conseguido hacer —le respondió mirando la caja y luego a ella—.
Adelante, Lexandra… pero luego, no digas que no te lo advertí.
Lexa le miró de arriba abajo y tragó saliva, el calor volvió a su cuerpo en forma de corrientes eléctricas, la sola mirada de aquel hombre la excitaba y la ponía tan caliente como no lo había estado en toda su vida. Si fuese inteligente, le lanzaría la caja a la cabeza y saldría huyendo, desgraciadamente su grado de inteligencia parecía desvanecerse en su presencia. Lamiéndose los labios con nerviosismo, echó un rápido vistazo a la espartana habitación y finalmente alzó la mirada hacia él.
—Sabes, es tarde… sólo coge tu estatuilla y me iré.
Mark chasqueó la lengua y negó con la cabeza para finalmente apartarse un instante de la puerta y cogerla del brazo, haciéndola entrar con un traspié en la habitación. Lexa apretó con fuerza la caja evitando que ésta cayese al tiempo que volvía la mirada sobre él con sorpresa. Su mirada era mucho más intensa de lo que ella recordaba, más exótica y le provocó un involuntario escalofrío.
Lentamente, Mark deslizó la mano por su brazo y retiró la caja de sus brazos, dejándola sobre el pequeño mueble que había junto la entrada, Lexa siguió sus pasos con la mirada hasta que se dio cuenta de su mano, la cual estaba vendada.
—Tu mano…
Mark no respondió, se limitó a caminar hacia ella, sobrecogiéndola con su altura, con el poder crudo que emanaba de él, animal y absolutamente sexy. La rodeó lentamente, aspirando suavemente su perfume, lamiéndose los labios ante el dulce caramelo que tenía en su territorio, ella solita se había metido en la guarida del tigre y el felino estaba de humor para jugar.
—Te pedí que te mantuvieses al margen —le susurró derramando su calor en su oído derecho, pero sin tocarla mientras la rodeaba lentamente, y aspiraba el aroma de su pelo—. Te dije en más de una ocasión que te marchases a casa —le acarició la oreja izquierda con la nariz—. ¿Siempre eres tan desobediente, Lexandra?
Ella se estremeció sobrecogida por la intensidad y el calor que su aliento provocaba en su piel, las descargas que provocaba su voz en su interior ¡Por todos los santos, se estaba excitando con tan sólo su cercanía! ¿Qué diablos pasaba con ella? Lexa se deslizó hacia atrás, escabulléndose de su contacto, los instintos de supervivencia eligieron ese momento para aparecer.
—Sabes, creo que te haré caso y me iré… —ella gimió cuando él la rodeó con el brazo, impidiéndole la huída—. Ahora.
Él hizo un ruido negativo con la boca, unos pequeños chasquidos que no hicieron sino ponerla nerviosa y más excitada aún.
Olía tan bien, como a hierba fresca, a cielo y libertad.
—Ya es demasiado tarde para eso, caramelo —le susurró al oído atrayendo su menudo cuerpo contra el más fuerte de él. Su espalda quedó pegada a su amplio pecho, y su trasero se encontró con una pesada y dura erección que la hizo estremecerse. ¿Miedo? No… aquello era pura excitación—. No hay vuelta atrás, Lexandra… has provocado a la bestia en su encierro, ahora, vas a tener que aplacarla.
Mark cerró la puerta antes de girarla en sus brazos haciéndola soltar un pequeño jadeo, sus ojos castaños lo miraban absolutamente abiertos bajo las toscas gafas, temerosos, pero más allá del temor había un brillo inequívoco de pasión, la misma pasión que lo estaba consumiendo a él, que lo ataba irremediablemente a aquella mujer. Lentamente deslizó una de sus manos por el pelo de ella, deshaciendo el horrendo moño y extendiéndolo por sus hombros, seguidamente retiró las gafas de su rostro y las dejó caer al suelo sin mucho cuidado, sus dedos acariciaron las pecas que había sobre su nariz y mejillas haciendo que ella jadeara en busca de aire, su mirada entrecerrándose ahora sobre él y buscando hacia el suelo.
—Mis gafas… yo no veo bien… sin…
—Estoy justo aquí —le susurró al oído, sus labios y la incipiente barba rozaron eróticamente su mejilla mientras descendía dejando pequeños besos por su cuello para fijarse luego en la uve que dejaba al descubierto la blusa de la chica.
Sus dedos se engancharon en los botones de su abrigo y los fue soltando uno a uno como si con ello desenvolviese el maravilloso regalo que sabía contenía.
Ella permitió que le sacara el abrigo deslizándolo por los hombros, después por los brazos, para finalmente cogerlo antes de que cayese al suelo y lanzarlo descuidadamente sobre un mueble cercano. Lexa podía sentir su mirada sobre ella, aunque sin sus gafas su visión se emborronaba ligeramente, era perfectamente consciente de lo que estaba haciendo Mark, y de lo que ella le estaba permitiendo y no podía dejar de preguntarse por qué demonios estaba haciendo aquello. Ella no era así, nunca cedía tan pronto, nunca permitía que nadie se acercase tanto a ella que derribara sus defensas, y ahí estaba él, dinamitando cada una de sus reservas. Cuando sintió sus manos deslizándose por su clavícula desabotonando la blusa, las suyas lo interceptaron.
—No —negó con apenas un hilillo de voz—. Esto… esto no está… no está bien… tú… tú… yo… yo no…
Mark sonrió con ternura al escuchar sus balbuceos, pero aquello no lo detuvo y con un único tirón abrió su blusa, haciendo volar los botones en todas direcciones.
—Todo lo que ocurra entre tú y yo, estará bien, Lexandra —le susurró con voz suave, melosa mientras sus manos la acariciaban y alejaban cualquier duda.
Ella había firmado su destino al ponerse a sí misma en sus manos, e iba a asegurarse de que no lo olvidara—. Eres mi compañera, todo está bien, caramelo.
Mark acarició la marca que yacía medio oculta en la curva de su seno y bajó los labios sobre ella, lamiéndola, saboreando su piel, probando el sabor a tofe en sus pechos, ronroneando de placer al probarla. El brazo que la sostenía rodeando su cintura se tensó atrayéndola más hacia él, alzándola sobre las puntas de sus pies para permitirse saborearla mejor, dejándole enterrar el rostro en la calidez de sus pechos, el felino en su interior ronroneó y gruñó todo al mismo tiempo deseando que la reclamase, que dejase en ella su marca.
Ella se estremeció en su abrazo, la sentía temblar y como su respiración se había hecho más acelerada cuando la lamía.
—Eres deliciosa, gatita —la arrulló mientras seguía su descenso y besaba su estómago, lamía su ombligo y volvía a subir mientras alcanzaba el botón trasero de su falda.
Ella parpadeó varias veces entrecerrando los ojos cuando lo tuvo de nuevo cerca de su boca.
— ¿Qué estás haciendo? —susurró ella, obviamente confundida y obnubilada por todo aquello.
Lexa lo oyó reírse suavemente un instante antes de que sus labios fueran tocados con los suyos en apenas un suspiro y su boca ascendiese con un cálido sendero de besos hacia su oído.
—Te desnudo —le susurró, haciendo hincapié en la palabra al tiempo que deslizaba la falda por sus piernas dejándola sólo con las medias de liga y un diminuto tanga a juego con el sujetador, en un tono champan que destacaba sobre el color de su piel—. Siempre he creído que las mujeres lleváis demasiada ropa. Tú, llevas demasiada ropa.
Ella sacudió la cabeza y sus manos, que hasta ahora habían permanecido quietas a los costados, se alzaron hasta su pecho, sus palmas abiertas sobre la cálida tela de la camisa que él llevaba.
—No puedes hacerlo.
— ¿No puedo?
Ella sacudió la cabeza.
—No puedes desnudarme —negó ella estremeciéndose entre sus brazos, apretando los muslos y mordiéndose el labio inferior como si de aquella manera pudiese aplacar el fuego que inundaba su cuerpo—. Piénsalo, apenas nos conocemos, esto es una locura y…
Mark la atrajo hacia él, apretándola contra su calor, acariciándole distraídamente la espalda, rozando el cierre de su sujetador con las yemas de los dedos.
—Hace unas horas no parecías pensar lo mismo…
Ella sacudió la cabeza y alzó la mirada hacia él, su mirada brillaba por el deseo y la decisión.
—No soy ni de lejos nada de lo que tú supones, es sólo… tú… me pones caliente… pero no soy ninguna puta — declaró de forma contundente—. Lo que dijiste fue brusco y horrible. Yo no soy una perra en celo que necesite que la monten.
Como respuesta, él le desabotonó el broche del sujetador y bajó la boca sobre la suya.
—Eres mi gata —respondió él con suavidad, ternura—, y aunque no estés en celo, eso no quita que no pueda sacarte las manos de encima. Eres mi compañera, caramelo, algo de lo que no puedo huir aunque lo he intentado con todas mis fuerzas, te deseo como no he deseado a nadie en toda mi larga vida, te huelo y eres el único perfume que me enciende, mi felino te reconoce y te desea tanto como yo, pero no tienes que preocuparte, no dejaré que te haga daño…
Lexa estaba hecha un lío, su cerebro parecía licuado, todo su cuerpo estaba en llamas y la voz de ese hombre actuaba como un afrodisíaco sobre ella, enarbolándola, llevándola al límite.
Apretando con fuerza los muslos gimoteó y empujó con sus palmas el pecho masculino.
—No soy nada de lo que dijiste — insistió ella—. No lo entiendes, no soy nada de eso en absoluto.
Mark acarició sus hombros, sus pulgares deslizando las tiras del sujetador por sus brazos, arrebatándolo de sus pechos con erótica suavidad, dejándola parcialmente desnuda a su mirada.
—Sé lo que eres caramelo, y eres mía —aseguró arrancándole el sujetador al tiempo que capturaba su boca y hundía su lengua con hambre, chupándola, lamiéndola, enlazándola con la de ella en un baile más antiguo que todo el universo, arrancando pequeños gemidos de su garganta, inflamando su pasión hasta que toda reserva voló de su mente—. Sólo mía.
Ella sonrió ante el orgullo que había escuchado en la voz masculina, nunca nadie había hablado así de ella, con orgullo, con propiedad y la hacía sentirse caliente, deseada y en cierto modo un poco querida.
—Esto es una auténtica locura — aseguró suspirando al tiempo que enlazaba sus brazos alrededor del cuello masculino y acercaba nuevamente la boca a la suya devolviéndole el beso con la misma hambre y pasión que exudaba de cada poro de su piel—. No sé quién eres… siento que me consumo por ti… y no lo entiendo… pero te necesito…
Mark correspondió a su beso con hambre, dejando su boca sólo para retomar el tortuoso camino sobre su piel hasta sus pechos desnudos, aquellas suculentas montañas hacían que se le hiciera la boca agua y la marca que ahora destacaba claramente en uno de ellos lo hizo sentirse incluso más posesivo. Su mirada recorrió lentamente aquella mujer que tenía en brazos, admirando y maravillándose de lo perfecta que era, de lo única que era para él, una perfecta desconocida… su compañera. Sin pensárselo se metió uno de los pezones en la boca, chupando y succionando como un hombre hambriento, deseando devorarla por entero, acarició su marca y el otro pecho arrancando de ella ruiditos de pasión. Sus suaves manos se habían hundido en su pelo y descendían a sus hombros de los que se agarraba con desesperación cuando él la succionaba con fuerza.
—Creo que voy a convertirme en un charco aquí mismo —musitó ella con voz entrecortada por sus jadeos.
Él sonrió con calidez ante su espontaneidad y sinceridad, Lexandra era todo dulzura y a juzgar por la carencia de olor masculino sobre su piel, estaba intacta. Aquello fue como echar leña a un fuego que ya ardía con llama propia, ella era su compañera, la mujer que le estaba destinada y le pertenecería por completo a él, sólo a él, sería el primero que la tuviese y la responsabilidad de aquello lo humillaba, pues no creía que un paria como él se mereciese tal regalo.
—Quiero que entiendas que lo intenté, de veras lo intenté, caramelo —le susurró alzando su mirada azul sobre ella—, pero no soy tan fuerte como para eludir el destino, no he podido eludirte a ti.
Mark sintió que el corazón se saltaba un latido cuando vio la tierna y suave sonrisa que extendió sus labios un instante antes de que ella respondiera hundiéndose en su abrazo.
—Me alegro —musitó ella abrazándole —, no me hubiese gustado que lo hicieras.
Sin poder decir nada en respuesta, la alzó en sus brazos y la llevó a la habitación, ya nada podía hacer, ella era suya e iba a poseerla aunque eso los enviase a los dos directos al infierno.