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El hombre camina por la terminal del aeropuerto. Washington National, esta vez. El tercer vuelo en tres días, todos ellos bajo un nombre distinto.
Lleva unos vaqueros oscuros y una sudadera gris, de la mano una bolsa de fin de semana de piel negra. Tiene el pelo rubio oscuro, muy corto. Rasgos anodinos, un rostro poco memorable.
En lugar de dirigirse al área de recogida de equipaje, sale directamente y se acerca a la calzada. Hay un coche esperando, un todoterreno negro enorme, con las ventanillas oscuras, tintadas. Abre la puerta de atrás y sube.
Una mampara asimismo tintada separa los asientos delanteros de los traseros. Permanece cerrada. El coche se separa del bordillo.
En el asiento de atrás hay un bolso de tipo mensajero negro. Lo coge. Levanta la solapa, abre la cremallera. Busca algo dentro. Finalmente saca una carpeta de papel manila, la abre.
Ve una fotografía. Trece por dieciocho, en blanco y negro. Tomada mientras se vigilaba al sujeto. El hombre centra su atención en ella. La mira fijamente.
Es un chaval. Con una mochila colgada de un hombro. La cámara lo ha pillado justo cuando volvía la cabeza. El pelo le cae por la frente. Mira a la izquierda, sin darse cuenta de que allí había alguien, de que alguien lo estaba fotografiando.
El hombre cierra la carpeta. Después ladea la cabeza y mira por la ventanilla. Ahora están cruzando el Potomac. Delante se alza el Monumento a Jefferson. Tras él, el Monumento a Washington.
El mapa del resto de la ciudad está grabado en su memoria. La cúpula del Capitolio. La Casa Blanca. La central del FBI.
Una sonrisa asoma a sus labios.
Ha llegado el momento.