—Vamos, Doll, es mi turno.
—Y una mierda va a ser tu turno. Yo aún no he terminado.
—Ya llevas mucho rato, me toca un poco.
—¡No llevo tanto!
Jimmy y Dolly empezaron a forcejear por la pistola. Estaban disparando a las botellas vacías mientras los demás bebían y cruzaban el fuego con las motos. Por un momento, Garrett vio cómo el cañón apuntaba a la frente de Jimmy y meneó la cabeza, suspirando.
—Son como niños.
«Pero los niños no empuñan armas. Al menos, no en América. Estos pirados sí». Al final Doll apartó el revólver de la frente de su amigo y les vio reír y empujarse amistosamente.
Sentado en un escalón polvoriento, Garrett fumaba, ajeno a la diversión de los demás. No del todo, en realidad. Para ser justos, había pasado un buen rato cruzando la hoguera en su Victory y luego había compartido unos tragos de whisky con Rick, pero no le gustaba beber demasiado. Nunca se emborrachaba, salvo en casos muy excepcionales. La fiesta pronto había perdido interés para él. Había otras cosas ocupando su mente, y no todo eran las preocupaciones.
También pensaba en Emily.
En realidad, había dejado de beber por culpa de ella. Años antes, durante su loca juventud, no había tenido problemas en beber bourbon hasta quedarse inconsciente. En una de esas ocasiones, la policía le detuvo por conducir borracho, aunque en realidad ni siquiera se había subido a la moto. Pero lo intentaba. El problema era que la moto se movía demasiado y no sabía cuál de aquellas cuatro era la suya.
Pasó la noche en una celda y al día siguiente le vino a buscar una agente que había pagado su fianza. Por lo visto, conocía a su padre.
—No me puedo creer que seas el hijo de Connor —le había soltado ella la primera vez que le vio—. ¿No te da vergüenza? ¿Qué pensaría si te viera ahora?
Sus palabras, teñidas de desprecio, habían sido como un puñetazo en el estómago.
—Probablemente no me reconocería.
—No te hagas la víctima.
Emily era implacable. Aquel día lo había sido con él, desde luego.
Su padre, Connor McNeill, sufría la enfermedad de alzheimer. La semana anterior a aquella borrachera, Garrett había tenido que internarle en un centro de Nueva York, lo cual era la causa, en parte, de aquel exceso de bebida. Pero a Emily no le parecía excusa. Por lo que hablaron, entre reproches de ella y vagos intentos de defenderse por parte de Garrett, el padre de la muchacha era Adam Tibor, un buen amigo de Connor. Ambos habían sido compañeros en el cuerpo de policía de Nueva York, lo cual hacía el encuentro con su hija mucho más extraño.
—¿Qué haces en Detroit?
—Me destinaron aquí. ¿Y tú?
—Algo parecido.
La implacable Emily le había dejado marcharse al día siguiente pero desde entonces no le había quitado el ojo de encima. Y Garrett a ella tampoco.
Recordando los momentos compartidos, el hombre no podía evitar sonreír. Sí, era realmente dura. Siempre discutían. Tenían choques constantemente, y sin embargo, no eran capaces de dejar al otro a su suerte. Por más que Emily se empeñara en negarlo, Garrett ya había asumido que aquello no tenía que ver solo con honrar la amistad de sus progenitores. Y sin embargo…
Ahora, con la guerra de bandas a las puertas, Garrett deseaba haber sido capaz de separarse de ella. «No se conformará con quedarse al margen», supo. «Ella querrá protegerme».
¿Y qué podía hacer para impedírselo? ¿Acaso no actuaría él del mismo modo si la situación fuera al contrario?
Suspirando, se puso en pie. Necesitaba dar una vuelta y despejar sus ideas.
Fue entonces cuando les vio.
No necesitaba ver los parches de sus chalecos para saber quiénes eran. Raymond y Bill, de los Angry Souls.