Hacía casi una hora que los chicos se habían marchado. Garrett estaba solo en el Kennel, degustando una cerveza de importación mientras reflexionaba acerca de lo ocurrido, y sobre todo, acerca de lo que aún estaba por suceder. Siempre había sabido que Zachary terminaría enfrentándose a él. En el fondo, lo había temido desde que le conoció, al poco de llegar a Detroit.
Lo peor de todo era que no le caía mal. Zach tenía muchas cualidades dignas de admiración: determinación, inteligencia, habilidades sociales, carisma... Era un líder nato, alguien a quien él mismo podría haber seguido si no tuviera unos principios tan arraigados. Una pena que tuvieran que ser enemigos. Una auténtica pena, sí.
Cuando sonó el teléfono móvil, a Garrett le costó desconectar de su propio hilo de pensamientos, pero al ver la pantalla del móvil en la que ninguna foto brillaba, únicamente un nombre, sintió que algo se removía incómodo en su pecho.
Emily.
Se tomó unos segundos antes de descolgar, sin saber muy bien qué esperar.
—¿Qué ocurre, Em?
—Dímelo tú. ¿Qué ha pasado en el Kennel?
Garrett no pudo evitar que una media sonrisa se dibujara en su rostro. La voz de Emily, grave y suave pero a la vez tajante, parecía el ronroneo de una pantera. Agradable, pero con una amenaza velada. De fondo se escuchaban los teléfonos constantes y el barullo de la comisaría. Detroit era una ciudad con mucha delincuencia. Emily siempre tenía trabajo.
—¿Cómo demonios lo haces? Es imposible que te hayas enterado ya. ¿Tienes un espía en los Wolfhounds? —inquirió sin disimular una risa.
—¿Además de ti?
—Yo no soy un espía, no seas ridícula. Soy un colaborador. —Al otro lado de la línea solo había silencio—. Vale, no me lo digas. Lo adivinaré. Tienes a alguien pillado por los huevos en los Angry Souls. —Más silencio—. Entonces tiene que ser Big Pat. Me quedo sin opciones.
—Vamos, Garrett, deja los juegos. ¿Qué es lo que ha ocurrido?
El Presidente se acomodó en el taburete, acodándose en la barra y suspirando. A Emiliy no le iba a gustar.
—¿Qué es lo que sabes?
—Sé que Zachary y tú os habéis apuntado a la cara. Que él te ha apuntado, para ser exactos. ¿Es cierto?
—Sí, es cierto.
—Y que no sacaste tu arma.
—Es cierto.
Los interrogatorios de Emily podían resultar agobiantes para otros, pero a Garrett le gustaban. Ella tenía una voz hermosa.
—Creo que hiciste bien, pero fue muy arriesgado.
—Vaya, gracias. —Sonrió de nuevo con algo de sarcasmo—. Es extraño que me digas que hago algo bien.
—No seas tonto. Haces bien muchas cosas.
—¿Quieres que hablemos de ellas? Puedes tomarte un descanso y relajarte un poco en algún lugar privado mientras te hablo de esas otras cosas con detalle.
La risa de la mujer resonó al otro lado del auricular. Siempre tenía un efecto extraño en él, como un abrazo muy cercano al corazón, cálido y suave. Le hacía sentir algo de vergüenza por sí mismo. Como si de pronto estuviera relleno de algo líquido y dulce, como si fuera blando por dentro.
—En otro momento, tal vez. Te la jugaste, Garrett… ese enfrentamiento podría haber terminado muy mal.
—Tal vez. —Hizo una pausa antes de añadir—: ¿Recuerdas lo que decía tu padre? No hay que sacar las armas en vano. Yo nunca lo hago. Cuando desenfundo es para disparar.
Hubo un instante de silencio, luego ella volvió a hablar, la voz teñida por una suave melancolía.
—No creo que papá quisiera decir eso, Garrett. Pero comprendo lo que has hecho y me alegro de que nadie haya salido herido. En cualquier caso, parece que ahora estáis en guerra, ¿no?
—Eso parece.
—Quiero que me mantengas al tanto.
Garrett suspiró. Emily. Emily la sabiondilla, la que siempre quería tener toda la información, Emily la que no soportaba estar al margen de algo.
Ella era inspectora de policía en Detroit y los Wolfhounds estaban fuera de la ley. Deberían haber sido enemigos, sin embargo, eran aliados. Los Wolfhounds trabajaban a su manera para conseguir una ciudad mejor: echaban a los delincuentes de las zonas que ellos dominaban, protegían a los más débiles de las presiones y extorsiones de los mafiosos… Emily les encubría, les ayudaba y hacía la vista gorda ante sus deslices. A cambio de información y cooperación, ella les protegía. Pero también se ponía en peligro al hacerlo. Ponía en peligro su puesto de trabajo y también, a veces, su propia vida. En más de una ocasión, Emily había acudido con sus hombres a poner fin a un tiroteo entre bandas rivales. Los Wolfhounds no solían protagonizar escenas de ese tipo, pero ahora, con el frente de batalla abierto contra los Angry Souls, todo era posible. ¿Y si ella salía herida?
«¿Hasta cuándo lo vas a permitir, Garrett?», dijo una voz en su interior.
—Oye Em, no te va a gustar oírlo, pero esta vez deberías mantenerte al margen.
—Sabes que no puedo hacer eso.
—Pues inténtalo.
—Garrett, no me jodas. Soy policía. Si quieres que sigamos colaborando, tienes que darme algo sobre esto. Podremos parar a los Angry Souls y…
—¿Qué te hace pensar que quiero pararlos? —Casi pudo sentir la sorpresa de Emily al otro lado de la línea—. No voy a darte nada esta vez, Em. Tienes más informadores, que hagan ellos el trabajo sucio. Si esto te salpica, no lo llevaré sobre mi conciencia.
—¡¿Qué?! ¿Es eso? ¡No seas idiota, Garrett! No puedes protegerme de mi maldito trabajo.
—Sí que puedo.
—¡Garrett!
Con el corazón en un puño, el Presidente colgó el teléfono. Apuró la cerveza, intentando quitarse a toda prisa el desagradable sabor que se le había pegado al paladar, pero no sirvió de mucho. Aquella sensación seguía ahí. Pesada, espesa, con el matiz agrio del miedo.