Cuando los Angry Souls llegaron al Kennel, Johnny apenas había podido beberse tres cuartas partes de la jarra. Vio entrar a Mark, Sean y Zachary, y detrás de ellos, a los demás. Ahí estaban los dos idiotas con los que se había peleado, pero…
«Mierda…»
No recordaba que la pelea les hubiera dejado tan hechos polvo. Bill “Dos Cilindros” llevaba un brazo en cabestrillo, y Raymond, una venda en la cabeza.
«¿Pero qué cojones…?».
Johnny podía ser impulsivo, pero no era idiota. Garrett aún estaba en la improvisada oficina de la trastienda, así que entró a toda prisa para advertirle.
—Van a fingir que les he dado una paliza —dijo tras cerrar la puerta.
Los tres hombres se volvieron hacia él. Garrett se estaba guardando una pistola bajo el chaleco, una Beretta de color azul metalizado con algo grabado. Frente a él estaba Caleb, alto, pelirrojo y de expresión fría, peligroso de verdad. También iba armado. «Esto no es normal». Al otro lado, Jimmy “The Machine”, con la barba y la melena negras y las gafas de sol, el pañuelo en la frente y sus anillos de oro, sonreía con aire autosuficiente y un subfusil al hombro.
—Deberías llamar antes de entrar —dijo simplemente Garrett, terminando de esconderse la pistola.
—¿Qué…? —Les miró a todos, incrédulo—. ¿Qué hay de lo de resolverlo por las buenas?
—Esa sigue siendo mi intención.
—Ya. ¿Y las armas?
—Es mi intención, pero quizá no sea la suya. ¿Qué estabas diciendo cuando entraste?
Johnny tardó un rato en volver en sí. Lo hizo cuando Caleb le puso una automática en la mano. Cerró los dedos en ella, sintiendo la adrenalina correr por sus venas a toda velocidad.
—Vienen como si les hubiera dado una paliza…—Meneó la cabeza—. No lo entiendo. ¿Qué demonios pretenden?
Garrett sonrió a medias con una mueca amarga, cortante. «No le sorprende». Claro que no le sorprendía. Garrett siempre parecía ir un paso por delante de los demás, o al menos, de él.
—Ven aquí, Johnny. —Obedeció. Garrett le echó el brazo sobre los hombros y acercó su rostro para hablarle en un susurro, como si fuera su padre o su hermano mayor, de forma que nadie más pudiera escucharle—. No me hagas preguntas ni te delates con aspavientos de los tuyos, solo escucha. Si las cosas se ponen feas, lárgate. Nada de hacerte el héroe. La pistola es para que te defiendas si hace falta. —Cada una de sus palabras le congelaba aún más la sangre en las venas—. Coges la moto y sales de aquí echando hostias, después pasa unos cuantos días moviéndote a menudo, de motel en motel… Si puedes, sal de la ciudad. No tiene por qué pasar nada, pero más vale prevenir.
«No hagas preguntas ni te delates con aspavientos». Había muchas cosas que a Johnny se le daban mal, pero obedecer no era una de ellas. Palideció, pero no hizo nada que pudiera alarmar a los demás. Asintió con la cabeza.
—Garrett, ¿de verdad crees que no va a pasar nada?
—No. Pero soy un tipo optimista.
Cuando se apartó de él y le guiñó el ojo antes de dirigirse a la puerta, Johnny sintió deseos de agarrarle y obligarle a quedarse dentro. Saldría y solucionaría las cosas por sí mismo. Al fin y al cabo, era culpa suya, ¿no?
«Pero no podré solucionar nada. Yo no significo una mierda para Angry Souls, quieren a Garrett… Joder, ¿cómo he sido tan incauto? Debería haberme guardado las manos en los bolsillos. Debería haber dejado que me pegaran, si se atrevían. Todo esto es culpa mía. Maldita sea».
Apretó los dientes y salió tras ellos al bar, donde el capítulo madre de los Angry Souls al completo bebía y esperaba. Todas las miradas se volvieron hacia ellos.
Johnny se encontró rezando mentalmente. «Al menos estamos todos», se dijo. No serían demasiado inferiores el número. Rick “The Boss” pasó por su lado, palmeándole el brazo. Parecía tan seguro de sí mismo como siempre. Los chicos empezaron a moverse al ver a Garrett, que dominaba la situación con su carisma habitual: se acercó a Zachary y le estrechó la mano. Ambos se saludaron con exquisita educación antes de sentarse en las mesas con sus respectivos guardaespaldas alrededor.
—Paddy, da fe del encuentro —dijo Garrett en voz alta.
—Doy fe de lo que sea —gritó el dueño del Kennel—. Y de paso os advierto que como la jodáis en mi bar, os destrozo a todos. ¿Queda claro?
—Tranquilo, Patrick… no creo que ensuciemos nada aquí —aclaró Zachary con su tono jovial de siempre—. Pero si hay problemas, te pagaré.
—No quiero que me pagues. Quiero que no me jodáis.
Johnny miraba a unos y otros mientras la reunión comenzaba entre las quejas amargas de Big Pat, que aun así no se privó de repartir cervezas para todos. Puede que les amenazara y fingiera que su presencia allí le desagradaba, pero él haría negocio a toda costa. Una vez se hubo apartado un poco, Garrett hizo un gesto a su rival.
—Los dos sabemos por qué estás aquí, así que vayamos al grano.
Zack dejó ver su sonrisa de dentista. Era un hombre alto y fornido, de rasgos muy americanos, rostro cuadrado y barba cerrada. Lucía gruesas patillas y el pelo liso, castaño, con mechones aclarados por el sol.
—Me gusta que seas tan directo —exclamó entusiasmado—. De acuerdo entonces. Ya sabes que tus chicos… —Señaló a Johnny y a los demás— se encontraron con un par de los míos en Mexicantown. Iban a comprar tacos, según me han dicho. Cruzaron algunas palabras y los tuyos se propasaron con los míos. Me los has dejado hechos un cromo, Garrett.
«¿Por qué habla en plural?».
—¿Pueden identificarlos?
Zack hizo un gesto a los dos tipos vendados, que se acercaron y señalaron a Johnny y a cuatro más. Estos se miraron, confusos, encogiéndose de hombros. Nadie dijo nada; cuando los jefes hablaban nadie podía hacerlo sin permiso, pero Johnny tenía que morderse la lengua. Aquellos cabrones estaban mintiendo. ¡Mentían como bellacos!
—Ahí lo tienes.
—Pues hay un problema. —Garrett se echó un poco hacia atrás en la silla y miró a Zack con sus ojos de serpiente—. No es eso lo que Johnny me ha contado a mí. Según su versión, estaba solo cuando se cruzó con Randall y Tom.
—Pues Randall y Tom dicen que eran seis.
—¿Podéis volver a señalarles? —pidió Garrett a los heridos. Estos de nuevo apuntaron a Johnny con el dedo y a los cinco hombres que había alrededor de él—. Qué oportuno que todos estén colocados en el mismo sitio justo ahora, ¿verdad?
—Oh, vamos… no estarás llamando mentirosos a estos caballeros —dijo Zachary aparentando decepción—. Esperaba que al menos tuvieras agallas para admitir que habéis roto la tregua. No tenía a los Wolfhounds por cobardes…
Hubo murmullos entre los Wolfhounds, que se sentían ofendidos con la provocación, pero cesaron a un gesto de su Presidente. Ambos líderes sonrieron, aunque parecían matarse con las miradas.
—Lo mismo digo, Zack. Eso de haceros las víctimas no os va nada. Aunque reconozco que es una estrategia ingeniosa… al menos más ingeniosa que lo que acostumbráis a hacer. En fin, vienes dispuesto a romper la tregua, eso me queda claro. ¿Qué estás dispuesto a aceptar a cambio de mantenerla?
Zachary levantó las cejas. Al parecer, eso no se lo esperaba. De pronto, Johnny empezó a ver con otros ojos la situación. Estaban en su territorio, en su cuartel general, de hecho. Garrett se anticipaba a los movimientos de Zack y le pillaba con la guardia baja. Por un momento pensó que las cosas podrían salir bien.
—¿De qué estás hablando?
—Supongamos que me creo toda esta gilipollez de que mis hombres han emboscado a los tuyos en el puto barrio latino y les han dado la paliza de su vida. Bien, según nuestro código, el uso de la violencia no justificada y por cuenta propia está castigado. ¿Qué te parece si les marco? ¿Te quedarías contento con eso?
Zack levantó la ceja y empezó a pensárselo. Johnny tragó saliva. Por una parte temía que los Angry Souls aceptaran, pero por la otra, temía aún más que no lo hicieran.
—No. No me quedaría contento.
—Me lo temía. ¿Entonces? ¿Qué tengo que hacer para que no salgamos de aquí disparándonos?
Zack volvió a sonreír.
—Otra vez directo al grano… —El motero dio una calada al cigarrillo y tiró la ceniza al suelo sin cuidado—. ¿Sabes, Garrett? La verdad es que te admiro. No tienes nada, pero te comportas como si lo tuvieras todo. Eres orgulloso. Digno. Me gusta, sí… me gusta. Pero… —Hizo una pausa y chasqueó la lengua—. Estás cortado con un patrón ya viejo. He conocido a tíos como tú, pero todos tienen más de sesenta años o están bajo tierra. Eres obsoleto, y tu forma de ver las cosas también lo es. Tenemos que adaptarnos, camarada. Adaptarse o morir.
—¿Adónde quieres llegar con el sermón?
—No vamos a salir de aquí disparándonos, pero necesito que te largues de mi ciudad. Llévate a los que quieras —añadió señalando vagamente hacia el resto—, los demás se pueden unir a nosotros si les apetece. Estoy seguro de que agradecerán un poco más de libertad que la que tú les das, con tus códigos de conducta y tus leyes estrictas. «La violencia no justificada y por cuenta propia está castigada»… Vamos, por favor. Eso es propio de los años cincuenta.
Garrett suspiró, como si tuviera que volver a explicar algo a un niño pequeño.
—No voy a irme. Detroit no es tuya. No es de nadie.
—¿Ves? Por cosas como esas eres un problema. Un problema para mí y un problema para mis socios. Estás molestando a mucha gente con tu forma de ver las cosas y tus absurdas pretensiones de Robin Hood.
—¿A quién he molestado?
—A los amarillos.
—¿Ahora te asocias con los chinos? No te pega nada.
—Déjate de mierdas, Garrett. Tienen a las mejores putas en la calle, y tú no dejas que ejerzan en tus barrios, y tampoco quieres llegar a acuerdos con ellos. Estás empezando a molestarles en serio.
—Como si eso me importara.
Zack se puso en pie de golpe y su gesto hizo que la tensión aumentara varios grados. Gesticulaba mucho al hablar, tanto que Johnny se preguntó si no tendría ancestros italianos.
—¿Por qué demonios crees que eres mejor que el resto del mundo, eh? ¿De dónde has sacado esa arrogancia? Si hubieras hecho algo importante en tu vida lo entendería, pero...
A pesar de todo, al igual que Garrett, permanecía hasta cierto punto sereno, conversando como si aquello fuera una reunión de negocios un poco acalorada. Fingiendo a la perfección, como si no supiera que todos estaban armados hasta los dientes y no esperase que los tiros volaran en cualquier momento. Todos los demás esperaban la señal para saltarse al cuello unos de otros.
«Al menos, Big Pat estará de nuestro lado».
—¿Así que es eso? ¿Una cuestión personal? —repuso Garrett, aún sentado—. ¿Estás enfadado porque piensas que me creo mejor que tú?
—¿No te das cuenta del daño que estás haciendo a esta ciudad? No, claro que no. No te das cuenta. —La risa amarga de Zack sonó de nuevo—. Tú haces creer a nuestra gente que existe otra forma de hacer las cosas. Que se puede estar al margen de la ley y estar limpio. Ayudar a las viejecitas, cuidar los barrios… Basura. Tú eres igual que yo. Robas, traficas y matas.
—¿Y qué es lo que te molesta? ¿Que intente darle un sentido?
—¡No, maldito estúpido! Lo que nos molesta es el precedente.
Johnny dio un par de pasos hacia atrás, escurriéndose entre la multitud. Lo que estaba sucediendo ahí ya no era una discusión por una pelea de moteros. Zachary estaba dejando sus cartas boca arriba y después de eso, no se iría en paz. De un modo o de otro, la guerra empezaría. «Si la cosa se pone fea, lárgate» le había dicho Garrett. Pero… ¿cómo saber cuándo estaba realmente mal? Aunque después de las cosas que estaban diciéndose, no habría vuelta atrás, Johnny lo sabía.
—No vamos a dejar que tus ideas de mierda den fruto aquí. Ya te hemos permitido jugar a los vaqueros suficiente tiempo, muchacho. Es hora de que vuelvas por donde viniste… o asumas las consecuencias.
—¿Esas son mis opciones?
Johnny se detuvo. Estaba en el extremo de la sala, a punto de separarse del todo del grupo, cuando escuchó la voz de Garrett, fría, peligrosa. «Mierda». Se dio la vuelta. Tenía que decir algo.
—Esas son tus opciones, sí. Si no estás fuera de la ciudad mañana por la noche, tendremos que vernos las caras de una forma mucho menos amistosa. ¿Entendido?
—¿Me estás declarando la guerra?
Zachary resopló, exasperado.
—¿Qué quieres, una declaración formal?
—Sí.
—De acuerdo. ¡Estamos en guerra!
A una señal de Zack, los Angry Souls sacaron las armas. A los Wolfhounds no les hizo falta más para desenfundar. Los cuerpos se inclinaron hacia delante, cada uno encañonando al rival más cercano, pero nadie disparó.
Garrett seguía sentado. Era el único que no había empuñado su pistola y miraba fijamente a Zachary, que a su vez le miraba a él, con una mezcla de rencor e incredulidad. Zach solo tenía que apretar el gatillo y le volaría la cabeza a Garrett. Este en cambio parecía desafiarle a hacerlo, sabiendo que con un acto así perdería el respeto de todos. Era una jugada magistral, pero terriblemente arriesgada. Johnny no entendía de dónde sacaba su amigo esos putos nervios de acero.
—¡Fuera de aquí! —gritó Pat—. ¡Fuera de aquí todos, maldita sea!
Su escopeta amenazaba a unos y a otros por igual. La tensión en el ambiente parecía vibrar, como si estuvieran dentro de una caldera a presión.
—Guardad las armas. Nos largamos —ordenó Zachary finalmente. Como si sus palabras fueran un conjuro, la tensión comenzó a disiparse. Los Angry Souls obedecieron y, todos a una, abandonaron el local—. Estás avisado, Garrett.
El líder de los Wolfhounds no se movía de su asiento. Cuando al fin lo hizo, una vez los Angry Souls hubieron salido del bar, se encendió un cigarrillo y suspiró. Parecía cansado.
—Tanta pantomima para nada.
Johnny volvió a guardar la pistola. Odiaba aquella mierda, pero ahora sabía que tendría que llevarla encima cada día. Estaban en guerra, ya era oficial. Al menos, nadie había muerto allí… y Garrett no había tenido que castigarle.
—¿Y ahora qué? —preguntó Rick “The Boss”—. ¿Les dejamos ir, sin más?
—Sí. Ya nos han declarado la guerra. Ahora que la empiecen ellos si tienen agallas. Nosotros no daremos inicio a ningún conflicto.
—¿Y por qué no puedo salir detrás de ese imbécil y meterle un tiro en la espalda?
—Porque el Código lo prohíbe.
Rick resopló y se acercó a la barra, la cruzó de un salto y agarró una botella de whisky ante la protesta airada de Big Pat, que al menos veía cómo la reunión terminaba sin cadáveres y con su bar intacto.
—A veces me dan ganas de quemar tu maldito código, jefe.
—Eso también lo prohíbe el Código.
Rick se echó a reír, y poco a poco, algunas risas más se elevaron bajo los altos techos.
Tenían una noche. Una noche para abandonar la ciudad. Detroit no era de nadie, eso decía Garrett. Y sin embargo, él mismo llevaba diez años afincado allí. Sí, salían a rodar habitualmente y recorrían el Estado, yendo de ciudad en ciudad, y a veces cruzando los límites hasta Indiana, Ohio e Illinois. Pero su hogar, si podían llamarle así, era Detroit, con sus barrios abandonados, sus teatros, sus casinos… con esa mezcla mal removida de depravación y belleza.
La imagen de Samantha se le vino a la mente sin previo aviso. Al pensar en ella, el temor de no volver a verla le sacudió violentamente.
Los Wolfhounds bebían y jugaban al billar, y pronto unos cuantos comenzaron a movilizarse. Hablaban de ir al viejo parque industrial de las afueras, un montón de edificios abandonados con calles desiertas donde solían reunirse para beber, disparar, correr y saltar con las motos. La idea ganó fuerza y finalmente hasta Garrett se apuntó a la escapada.
—¿Vienes, John? —le preguntó Jimmy “The Machine” con aquella voz grave como una tumba.
—Sí, ahora voy —dijo él—. Primero tengo que recoger a una chica.
. . .
Estaba dormida cuando escuchó el ruido de las piedrecitas golpeando en su ventana. Soñaba con una playa gris y con un sombrero de paja con cintas azules. El viento lo había hecho volar y ella lo encontraba. Buscaba a su dueño por la playa desierta, sin éxito. Finalmente, lo arrojaba al mar.
Cuando despertó, le costó trabajo distinguir el sonido. Al darse cuenta de lo que era, pensó inmediatamente en Amy. Su amiga vivía calles más abajo y a veces se presentaba en su casa en plena noche, llamándola a la ventana. Apartó las sábanas y se levantó a toda prisa para comprobarlo. Al asomar el rostro casi perdió el equilibrio por el asombro.
Santo Dios, era él. Era Johnny. Estaba allí abajo, en su jardín, mirándola con sus ojos azules y ardientes como si...
Recordó lo que había hecho esa misma noche, un par de horas antes, y sintió un hormigueo por dentro. Johnny. Su Johnny. El hombre que la había besado, que la había hecho sentir un deseo auténtico, algo verdadero, algo que nacía de ella y no le era arrebatado.
—¿Qué haces aquí? —susurró intentando hacerse oír por él.
—¿Tú qué crees? He venido a buscarte.
Sam se quedó atónita, asomada a la ventana.
—¿De qué estás hablando?
—No podré acudir a la cita de mañana, pero no soporto la idea de que te quedes esperándome. —Aquellas palabras agitaron de nuevo el calor en el vientre de Samantha—. Ven conmigo esta noche. Hay una fiesta. Te gustará.
La muchacha lo pensó apenas un momento antes de volver dentro de la habitación. «¿Qué me pongo?», pensó, nerviosa como una cría. Rápidamente se dirigió al armario. Sacó unos pantalones cortos, unas botas altas de cowboy y una camiseta holgada y se vistió. Luego se echó unas gotas de perfume tras las orejas, en el escote y detrás de las rodillas y los brazos. Por último, se enfundó una cazadora vaquera y regresó a la ventana. Johnny seguía abajo. Sintió los ojos del hombre fijos sobre ella mientras bajaba por el canalón y al poner el pie en el césped, él ya estaba a su lado.
—Estás muy guapa.
Los ojos azules la miraban, presa del mismo embrujo que había visto en ellos la pasada tarde.
—Gracias. —No se había maquillado, pero no lo echaba de menos. Por alguna razón, no le importaba que él la viera así—. ¿Ha ido todo bien? —Johnny hizo una mueca, no parecía entender a qué se refería—. Dijiste que tenías algo importante esta noche.
—Sí. Ha ido bastante mal, la verdad. Pero ahora no importa. —Sonrió—. ¿Vienes conmigo?
La muchacha volvió el rostro hacia la mansión. ¿Cómo habría cruzado Johnny la verja?¿No había tenido miedo de que sonaran las alarmas?
«Tal vez no le tiene miedo a nada».
—Sí. Voy contigo.
Los dedos del hombre acariciaron su cabello. Luego acercó la otra mano para tomar la suya. Sus gestos eran dulces, estaban llenos de auténtica devoción. No se parecía en nada a lo que Samantha había vivido hasta entonces.
—No sabía si aceptarías. Nunca sé lo que estás pensando. Creo que eres la chica más misteriosa que he conocido nunca.
—Puede ser —repuso ella con una mueca ambigua—. Pero me has conocido esta tarde. Tal vez mañana te aburras de mí.
—Eso no pasará jamás.
Johnny tiró de su mano y la llevó hasta el lado posterior del jardín. La ayudó a trepar a un árbol cuyas ramas salían de la verja y después descendieron sujetándose a los barrotes de metal. La moto de Johnny estaba allí aparcada.
—¿Dónde es la fiesta?
—En el viejo polígono industrial abandonado. —Sam se detuvo en la acera mientras Johnny ponía en marcha el vehículo. Luego él le tendió la mano pero ella no la cogió. Le estaba mirando con renovada desconfianza. ¿Una fiesta en un lugar abandonado? Eso no tenía ningún sentido, y aunque Samantha estuviera loca e hiciera a veces cosas absurdas, pronto estaría en Las Vegas. No debería poner en riesgo su escapada por esta locura. ¿Y si él pretendía algo raro? ¿Y si sus padres la pillaban?—. ¿Sucede algo?
—Creo que he cambiado de idea.
El rostro de Johnny se demudó. Parecía desolado.
—¿Por qué? ¿Qué ocurre? ¿Qué es lo que no te gusta?
—Apenas te conozco, no sé nada de ti… y nunca he oído que se hicieran fiestas en el viejo parque industrial. Allí solo van…
Johnny frunció el ceño.
—¿Los delincuentes?
—No. Las bandas.
—Así es. Yo pertenezco a una banda, la fiesta es con ellos.
Samantha dio otro paso atrás. Recordó lo que había visto en la espaldera de Johnny, la leyenda con el nombre de su grupo y la silueta del lobo aullando al cielo. Un estremecimiento de miedo y emoción le recorrió la espalda. Era peligroso. Era muy peligroso.
«Pero Johnny es buena persona, estoy segura». Puede que Johnny fuera un buen chico, sí, pero ¿y los demás?
—¿Cómo sé que no…?
—Confía en mí.
Johnny, simplemente, se lo pidió. Sin darle ninguna prueba. Solo mirándola a los ojos con una expresión cercana a la desesperación. Y lo que debería haberla convencido tuvo el efecto contrario. Había escuchado muchas veces esas palabras en otra boca, una de labios sucios, de intenciones igual de sucias… «Confía en mí, Samantha. No pasa nada, esto está bien. Será nuestro secreto».
—Me pides demasiado —replicó ella dándose la vuelta para marcharse.
La mano de Johnny la detuvo. De pronto sintió que le daba la vuelta y que le ponía algo entre los dedos. Sintió el frío del metal y la forma seductora y agradable del arma antes de darse cuenta siquiera de lo que era.
—Cógela. Úsala si quieres, cuando quieras. Si mi palabra no te sirve, que te sirva esto.
Samantha se había quedado atónita. Miró la pistola y después a Johnny.
—¿Por qué tanto empeño?
La mirada azul de él se ensombreció un tanto. De nuevo le tocó el pelo, acariciándola con suavidad. La tocaba con una extraña confianza, como si supiera que ella ya no iba a rechazarle jamás, como si los besos apasionados que habían compartido hubieran derribado una barrera que nunca más pudiera alzarse.
—No sé lo que pasará mañana. Hemos tenido un problema con otra banda y nos han dado un día de plazo para dejar la ciudad.
Ella parpadeó. El pelo negro de Johnny brillaba bajo la luz de las estrellas y las farolas. Sus ojos parecían a su vez dos estrellas azules, de tanto como resplandecían. Sintió ganas de besarle de nuevo, pero se contuvo.
—¿Te vas a marchar?
—Aún no lo sé. Es posible.
Sam se recogió el pelo detrás de la oreja. Esa idea no le gustaba. Por alguna razón, de pronto creía que sería horrible si él se iba.
—De acuerdo, vayamos a esa fiesta. Pero me quedo la pistola.
—Para eso te la he dado.
Johnny volvió a sonreír y Sam sintió que las cosas se ponían de nuevo en su lugar. Subió a la moto tras él y se agarró a su cintura, apoyando el rostro en su espalda mientras surcaban la noche.