Farid Al Mungi

ODIO AMÉRICA. Odio a los americanos. Tienen el gusto en el culo con esas camisas a cuadros. En la universidad hay chavales a los que no trago, y esto está lleno de tíos así. No sé cómo papá puede vivir aquí. Encima me dice que si es gente majísima, que si es el pueblo más amable del mundo… ¿quién querría dejar Europa y vivir en un país como este, sin ningún estilo, todo lleno de highways, calles, calles y más calles? Por todos lados hay big malls… en mi vida he visto un sitio con menos personalidad. ¡Qué asco me da este país! Menos mal que solo me quedo unos días y después ciao bambino. Lo único bueno de aquí es el chico este, Tifo; ¡qué voz tiene! Ayer cantó «Por cuenta del amor de mi corazón», y lo hizo impresionante. A mí me también me encantan las canciones orientales, pero solo sé cantar las occidentales. ¡Menuda mierda!

* * *

En Farid Al Mungi cohabitan todas las contradicciones posibles del mundo. Es un chico cariñoso pero cruel, toca la guitarra y practica boxeo; es un ladrón pérfido, pero también bondadoso. Miente pero es sincero. ¿Cómo conviven tantas contradicciones en un crío que no tiene ni veintiún años? Sencillamente porque es producto de la sociedad cairota. Llegó a los Estados Unidos anteayer, el 22 de agosto de 2005, desde el aeropuerto de Heahthrow. Pasará casi dos semanas con su padre antes de volver para el comienzo del curso en la Universidad Americana Richmond, en Londres.

Al siguiente día de llegar, Abdel Latif lo despertó a la una de la tarde, cuando llamó a la puerta. Había llegado a un acuerdo con Akram Bek para que este le subiera a dos mil tres cientos dólares al mes, teniendo en cuenta que se encargaría de todas las tareas domésticas, incluyendo carpintería, fontanería, mecánica del coche y lo que surgiera.

—Buenos días, señor. Soy Abdel Latif, el nuevo cocinero.

—¿Es que había uno antes? Entra, entra. Papá me dijo que vendrías hoy. Esa es tu habitación. Deja las maletas y ven, que te enseño la casa.

Farid le llevó hasta una habitación pequeña junto a la cocina y le esperó junto a la puerta para que dejara las maletas.

—Akram Bek me dijo que tenían un cocinero.

—Sí, una filipina enana que no medía ni medio metro, pero se marchó. Y si no podía cocinar era por una sencilla razón: no llegaba al fuego. Eso sí, lo que se le daba muy bien era abrir las latas de atún. Papá me ha dicho que cocinas de maravilla. Estoy muerto de hambre; llevamos años comiendo en restaurantes y nos apetece comida casera.

—Por eso no se preocupen. Únicamente tengan cuidado al chuparse los dedos, ¡de eso no me responsabilizo!

—¿Tifo, verdad? Me ha dicho papá que te llaman Tifo.

—Sí, así es.

—Dime, Tifo: ¿sabes dónde conseguir hachís?

—Es que yo no fumo.

—Pues pregúntales a tus amigos. Enróllate, Tifo, alégrame el día y sé cool.

* * *

Farid se marchó a Londres sin ni siquiera haber cumplido los dieciséis años. Se subió al barco igual que hizo Ingy, su única hermana, cuando terminó la carrera y se casó con un profesor suyo de la Universidad Americana de El Cairo especializado en historia moderna de Medio Oriente. Poco después su madre desistió de su lucha contra el monstruo insaciable que se había esparcido por todo el cuerpo y le había devorado con crueldad el alma, a pesar de haber recorrido todo el planeta en busca de algo con que aplacarle y salvarla. Unos meses después de fallecer ella, Akram Al Mungi echó números e hizo sus cuentas, tal y como le había aconsejado a Abdel Latif. Llegó a la conclusión de que si arreglaba las cuentas de sus negocios no podría llevarse la cantidad que consideraba justa tras tantos años trabajando en el mundo de las finanzas y los negocios, una cantidad que le garantizara llevar una vida digna hasta que muriera. No tuvo que pensarlo mucho: tomó la decisión y diseñó un plan de trabajo de cuatro meses durante los cuales vendería todas sus posesiones e inmuebles en Egipto y transferiría todo lo que pudiera a cuentas en el extranjero. Este proyecto, que había sido cuidadosamente diseñado, implicaba, obviamente, que acabara emigrando para siempre.

* * *

—Soy el padre más feliz del mundo. ¡Por fin nos hemos reunido todos! ¿Sabéis, hijos, que llevamos más de tres años sin estar todos juntos? Cuando Ingy va a Egipto, Farid se queda en Inglaterra; cuando Farid viene aquí, yo estoy en no sé dónde. Incluso cuando murió mamá tú llegaste el mismo día en que Farid se marchó.

—Es que tú siempre vienes a Londres, papá. Ingy siempre está que si «mi marido tiene clase en no sé dónde», que si «a mi marido le pica la cabeza en no sé dónde», que si «mi marido se está rascando el cogote». ¡Qué esposa tan sumisa!

—No tienes ni idea, chaval. Además, desde que vinimos Kevin no para de trabajar: tiene clases en la universidad, el libro que está escribiendo sobre Hezbollah y la situación en El Líbano desde 2003, y cada poco le invitan a dar conferencias sobre la situación en Medio Oriente. Si ni siquiera yo tengo tiempo de venir a visitar a papá, y vivimos al lado.

—Yo no lo entiendo. Kevin está muy ocupado, vale. ¿Y tú? ¿Por qué lo utilizas como excusa para no venir?

—Déjame, Farid. Llevo toda la vida diciéndote, desde que eras pequeño, la misma frase: «¡eres un burro!».

—Ingy, eso no está bien. Farid no es un burro, es un borrico.

—¿Qué pasa, que estáis todos contra mí?

—Disfrutemos hoy que estamos todos juntos. Le he pedido a Tifo que para la cena prepare pato con trigo y leche, arroz con fideos y una fuente de bamia con rabo de búfalo. Os he preparado un menú que ni en vuestros sueños.

* * *

Ingy Akram Al Mungy había llegado un día después de que Tifo empezara a trabajar. Había traído consigo a sus tres hijos: Joseph (Yusef), Maya (Mai) y Alan (Alaa), además de un millón de zapatos para combinar con su estado de ánimo. Aunque había decidido no visitar nunca a su padre, echaba tanto de menos a Farid que había roto la promesa.

Miraba con cariño a su hermano: «Farid, no entiendo cómo puedes estar tan orgulloso de papá. Yo es que no puedo ni soportar la idea de que nuestro padre sea un ladrón. Robó dinero a los bancos y se marchó: más claro, agua. Da igual lo bonito que quiera pintarlo papá, el pintalabios y la mascarilla que le ponga o la colonia con que lo perfume. ¿Cómo puedes creerte eso de que tuvo problemas para pagar las deudas y los imprevistos que le surgieron? Desde que se instaló no lo he visitado ni una vez. No hago más que repetir las mismas tonterías, y probablemente ya se me vea el plumero: “Es que Kevin tiene mucho trabajo, papá”… “Kevin está escribiendo un libro”… y cuando él se ofrece a venir a visitarnos, le suelto que nos vamos de viaje, a una conferencia o a donde sea. Kevin no quiere ni hablar del tema, y si lo hace me suelta una de sus clases magistrales en plan académico y llena de estadísticas sobre las posturas intermedias. Él nunca tiene en cuenta los sentimientos.

»No puedo soportar la idea de que mi padre sea un ladrón… Da igual, no puedo seguir más, Farid, estoy agotada».

A pesar de ser tan inteligente, Ingy era incapaz de ver más allá de la capa superficial del alma de su hermano. Probablemente nunca hubiera hecho por ver, y seguramente cada vez que él se hubiera encontrado en un aprieto ella hubiera estado demasiado ocupada con sus quehaceres, sus sentimientos y sus nuevos amigos. El resultado era que ella no lo conocía mejor que cualquier desconocido que pasara de repente a dar los buenos días.

* * *

Varias semanas antes, mientras fumaban hachís en casa del padre de uno de sus amigos británicos, un compañero español en el que Farid no se había fijado antes le preguntó: «¿Cuál es el recuerdo más antiguo que puedes rescatar de lo más recóndito de tu mente?».

Farid quería dar una respuesta rápida, pero la belleza del humo azul lanzó su imaginación a nadar en el agua eterna del proceloso océano de su inconsciencia.

Estaba sentado junto con otros tres niños en el arenero del parque infantil del club El Gezira, en Zamalek. Mientras jugaban, se intercambiaban entre empujones, golpes y gritos el rastrillo, la pala, el cubo y el cedazo de plástico. Volvió a cerrar los ojos, inspiró profundamente y oyó la voz punzante de su madre gritándole mientras lo sacaba del arenero en el que estaba jugando con los demás niños. Cuando levantó la vista vio cómo, enfadada, se giraba y se encaraba con una de las madres: «¡Tu hijo ha cogido uno de los juguetes de Farid! ¡Que se lo devuelva inmediatamente! ¡Y a ver si les compráis a vuestros hijos sus propios juguetes, para que no tengan que robar los de los otros niños!».

La otra madre respondió sorprendida a Siha:

—¡Pero déjales que jueguen solos!

—¡Yo quiero que mi hijo juegue con su juguete él solo!

—¡Pero si es normal que todos jueguen con los de los demás!

—¡Pues no me da la gana que nadie toque los juguetes de mi hijo! ¡Y ya está!, ¡punto!

—Pero deja al crío aprender a defenderse solo… dentro de unos años empezará el colegio y entonces no te tendrá al lado para que lo defiendas.

—¡Como alguien moleste a mi hijo en el colegio, le construiré el suyo propio!

¿Cómo podía acordarse de eso?

De nuevo inspiró profundamente, para sumergirse otra vez en su memoria.

Su madre lo cogió y se lo llevó a otro arenero en el que no había niños… y ahí se quedó, quieto, sin moverse.

Abrió los ojos y le respondió a su compañero que el recuerdo más antiguo que tenía era justo ese: estar ahí sentados unos enfrente de otros.

Sintió que los ojos le ardían, si bien no sabía si era por el humo tan denso, por el miedo a su madre o por el terror que le infundió cuando se puso a chillar en el arenero del club. Lo que en ese momento entendió Farid era que había cometido un gravísimo error, y como castigo había sido separado de los otros niños, para sentarse solo a reflexionar sobre en qué se había equivocado.

Ese instante, que había quedado grabado a fuego en lo más recóndito de la memoria de Farid, le había transmitido la percepción de que era diferente, de que era más rico y de mejor clase que sus compañeros. Lo apuntaron a un colegio de Zamalek que seguía el sistema americano, y desde luego no le construyeron uno ex profeso para él, tal y como le había prometido su madre en más de una ocasión. Allí, con las interminables broncas con todos sus compañeros, fue donde se dio cuenta de que no era ni el más rico ni el más fuerte ni el mejor estudiante, ni siquiera el más corrupto de los chicos de su clase, y eso supuso un shock del que nunca pudo sobreponerse. La única cosa en la que destacaba frente al resto de compañeros era en cómo tocaba la guitarra.

Como de costumbre, todo empezó por amor.

Estando en segundo de instituto, Mariam apareció en clase como un lucero. Ella lo deslumbró desde un primer momento y en cuanto la vio se quedó sin respiración. Se había enamorado. ¿Qué podía hacer? Inmediatamente decidió que le compondría una canción y se la dedicaría a ella, al amor, a la belleza, a sus ojos y a su pelo castaño. Una canción que la hiciera enamorarse de él en cuanto la escuchara. Era inusual que un chico pensara así, pero todo tiene su explicación. En este caso la explicación era uncle Aziz, de quien, la noche antes de que surgiera la que sería su luna, escuchó una nueva melodía para un poema de Bayram Al Tunsi:

París dice que acortaron el faldón… acortémoslo.

Si cambia y dice que lo estiraron… alarguémoslo.

Si en invierno lucen escote… luzcámoslo.

Si en verano se abrochan el albornoz… abrochémoslo.

Ciegos y encima quieren embaucarnos.

Si nos toca sufrir, disfrutamos.

A nuestras mujeres, por conocernos, encantamos.

Farid estaba sentado junto a su tío Aziz Al Mungi, como de costumbre, en un salón amplio rodeado por todas partes de altos ventanales de madera que daban a un jardín interior. Cada uno se sentaba en un almohadón mullido en el suelo y él, recostado además sobre una alfombra persa, se imaginó que era un león mítico, con alas teñidas de un seductor naranja. Farid aspiraba la melodía de su tío, que se mezclaba con el polvo acumulado en la casa desde hacía más de un siglo. Aziz tocaba el piano y él cantaba, acompañado por el compás del latir de su corazón. Cada vez que iba a la casa de Hadayek Al Obba se transportaba a un mundo paralelo al suyo… Viajaba de galaxia en galaxia. Salía de sí mismo, de su tristeza, de su memoria y se transportaba al universo de la música y las melodías.

El chico memorizó gracias a su tío innumerables canciones que nadie de su clase conocía, lo que le hizo sentirse por primera vez especial ante sus compañeros. Cuando apareció Maryam, se le antojó regalarle algo de esa galaxia desconocida para todos salvo para él.

* * *

Aziz Al Mungi es el primo de Akram Al Mungi, pero como Akram era hijo único, Aziz era para él como un hermano, a pesar de los infinitos cielos y océanos que los separaban. Aziz vive solo en la casa de los Mungi, en el barrio de Hadayek Al Obba. Es un chalé rodeado por un pequeño jardín cuyos anteriores inquilinos ya no viven o se mudaron hace mucho tiempo. Aziz, que es soltero, decidió seguir viviendo en soledad en la casa de la familia.

Durante muchos años ejerció de profesor en la universidad, pero fue incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos y decidió retirarse a la tranquilidad y refugiarse en su piano, el último placer que le quedaba.

Cuando Farid le pidió a su tío que le diera clases de solfeo, Aziz se alegró tanto que ese mismo día le compró un piano nuevo. Tras su primera clase Farid hizo sus primeros intentos de escribir poesía en inglés, pero acabó fracasando por tres razones:

Primera: fue incapaz de aprender a tocar el piano. Era más complicado de lo que imaginaba y nunca en la vida se había esforzado de verdad por nada. Lo único que aprendió fue a tocar medianamente bien la guitarra.

Segunda: fue incapaz de escribir poesía. Esos primeros versos parecían más bien tartamudeos.

Tercera: Mariam acabó enamorándose de Karim, la estrella del equipo de balonmano del club El Gezira, quien además había heredado de su madre, inglesa, esa melena rubia que le caía por la frente. Farid estaba convencido de que su pelo negro, corto y rizado era su peor enemigo, y el causante de que hubiera perdido la luz que guiaba su vida.

* * *

El viento trae tu amor… lo trae por cuenta suya.

Deambulo errante con las manos vacías…

Farid estaba tocando con la guitarra una canción de Balig Hamdi, uno de los favoritos de su tío. Cerró los ojos para aspirar el polvo que residía bajo las anaranjadas alas de los leones recostados en el gran salón, que mostraban una obediencia ciega hacia su tío. También se empapó de la voz egipcia de Abdel Latif, que insuflaba tristeza y olía a limo del Nilo. Uno vez que hubo llenado el pecho de nostalgia abrió los ojos y se encontró a su hermana dormida en el sofá y a Akram Bek fumando con la mirada perdida.

No cabe duda: él es de otro mundo distinto de aquel en el que viven su hermana y su padre. Pertenece a otra galaxia, y su único hermano en este mundo de camisas a cuadros americanas es Tifo.

Le miró rogándole que volviera a cantar y Tifo aceptó, pues era algo que le apasionaba.

* * *

A duras penas y gracias a la ayuda de Al Sherbini, Abdel Latif consiguió comprar una piedra de hachís afgano. Lo que abundaba en el mercado eran la marihuana y la heroína, pero el hachís o bien no tenía demasiados adeptos por esa zona o bien era un mercado tan desconocido para Al Sherbini como lo era para Tifo. Abdel Latif intentó escaquearse del favor que le había pedido Farid, para lo cual le explicó que pedir a alguien como él que comprara droga era como pedirle que supiera dónde comprar un helicóptero. Cada dólar que empleaba en comprar algo de lo que no entendía acababa malgastado, y las drogas no eran una excepción. Pero Farid insistió y se empeñó tanto que acabó consiguiendo lo que quería.

—Tifo, así sí que eres cool. Hoy tenía que ponerme a punto. Si no, no habría habido forma de aguantar esta noche.

—Ya sé dónde conseguir más, Farid Bek. Cuando quiera más, no tiene más que pedirlo.

—En Londres hay un nigeriano que se llama Kalu; le llamas por teléfono y te lleva ipso facto tema de la mejor calidad.

—¿Es que todos los nigerianos se llaman Kalu o qué? Que Dios se apiade de él.

—¿Qué pasa? ¿Kalu ha muerto?

—Que descanse en paz.

—Sería una desgracia que el Kalu mío muriera… No puedo vivir sin hachís.

* * *

A las once y cuarto de la noche del viernes 31 de diciembre de 1999, mientras se dirigía a una fiesta de fin de año para celebrar la llegada del nuevo siglo, Farid fumó su primer porro de hachís; tenía catorce años y once meses. Ese día coincidía con el 23 de ramadán, y todos habían acordado no beber alcohol esa noche. Pero en lo que a fumar hachís durante el ramadán se refería, creían que la ofensa cometida sería menor que si bebieran whisky, «así que mejor ir sobre seguro». El camello que se les había acercado esa mañana a la salida del colegio fue el que les lio los porros, pues ellos le confesaron que eran unos novatos y no sabían. Cada uno de ellos se llevó veinte canutos. Farid sacó uno tras otro en medio de todo el gentío de la fiesta, que se celebraba en un club a orillas del Nilo, en Guiza. La sala estaba tan abarrotada que ni veía dónde pisaba. Se quedó atrapado, presa de cuerpos y más cuerpos que bailaban dando vueltas, ocupando toda la sala. Por efecto del hachís, la cabeza también le daba vueltas y así sigue desde entonces, en ese círculo pernicioso, dando tumbos sin parar.

Cuando el reloj anunció la llegada del nuevo siglo, los labios de su imaginación besaron la boca de su amada. Estaba ansioso por verla. A las cinco y media de la mañana salió del bar y se fue al hotel Jolie Ville, donde había quedado con todos su amigos para celebrar el cambio de milenio.

Mientras conducía por la calle de las pirámides repasaba la frase que había preparado para dar el pésame a su amada por el fallecimiento de toda la familia de su tío. Habían mantenido todavía algo de esperanza hasta que ese mismo 31 de diciembre de 1999 los periódicos publicaron que Jim Hall, el presidente del Consejo Nacional para la Seguridad en el Transporte, había anunciado la suspensión de las tareas de búsqueda de los restos del Boeing 767 de Egyptair que se había estrellado el mes pasado en la costa de los Estados Unidos, mientras hacía el trayecto Nueva York-El Cairo.

Todos dieron el pésame mientras estaban sentados para romper el ayuno. Mariam lloraba sin cesar y Farid comentó que lo ocurrido era un gravísimo error por parte del gobierno egipcio, por haber puesto en un mismo avión a todo un grupo de pilotos militares de alto rango. Era absurdo haber colocado todos los huevos en una sola cesta, mejor habría sido repartirlos. Fawziya, su mejor amiga, le dijo que había oído que en ese mismo sitio ya se habían estrellado más aviones. Mariam, por su parte, les contó que su prima Mahitab se le había aparecido el día anterior en sueños y había dejado en la habitación el olor al perfume que siempre se ponía.

Ya de mediodía, Farid notó en Mariam ademanes de querer marcharse. El humo del hachís, que bailoteaba en el ventrículo izquierdo del hemisferio derecho de su cerebro, le provocó efectos contrarios: por un lado, el corazón le latía a duras penas por la tristeza del recuerdo de Mahitat y Riyad, dos de las víctimas de ese desgraciado accidente; por otro, se le derretía lentamente al contemplar a Mariam.

Se despidió de todos apresuradamente, se adelantó a Mariam y se metió en su Golf para esperar frente al hotel a que saliera. La vio asomarse y quedarse frente a la recepción, esperando a que llegara su chófer. No quería marcharse sin antes saciarse del brillo que irradiaba, pero vio a dos chicos que se estaban acercando a Mariam y tuvo que correr hasta ella para que los otros se marcharan. Se quedó a su lado y esperaron unos minutos. Luego le ofreció acercarla a su casa.

—No sé por qué se está retrasando tanto el chófer. Le dije a las once y media y el muy idiota tiene el móvil apagado. ¿Para qué se lo hemos comprado entonces?

—No puedes quedarte aquí sola, los niñatos esos te van a acosar.

—Seguro que el chófer llega ya en cualquier momento.

—Cuando llegue y no te vea seguro que te llama al móvil. Ven, no pienso dejarte aquí sola.

Nada más arrancar el coche Farid saca el iPod y le pone la canción sobre todo lo que le gustaría decirle pero es incapaz de poner por escrito, o siquiera de insinuárselo.

—Te voy a poner la canción All I want is you, de Bryan Adams. ¡Me encanta!

Esa canción fue el pistoletazo de salida para que Farid se marchara de Egipto.

* * *

Entre tragos y caladas Akram, rodeado de su familia en el salón de su casa de Nueva Jersey, comenzó a narrar cómo había pasado la fiesta del milenio. Estaban sentados alrededor de una mesa rectangular y frente a ellos Abdel Latif había servido unos dulces que él mismo había preparado. Se reclinó para contemplar cómo el humo ascendía hasta el techo, chocaba, se dividía en dos y cada mitad seguía su propio camino:

«¡Qué momento tan esperado! En solo unos minutos terminaría uno de los siglos más grandiosos de todos los tiempos. Vuestra madre y yo esperamos el cambio de milenio con las manos entrelazadas, rodeados de las personas más importantes del país, con el presidente Hosni Mubarak y la primera dama Suzzane Mubarak a la cabeza. Presenciamos el cambio de siglo frente a las pirámides de Guiza, una de las maravillas de la Historia. Fue una fiesta sin parangón a la que asistieron unas cincuenta mil personas, entre extranjeros y egipcios, la mayoría de ellos atónitos ante semejante espectáculo. Esa noche tocó Jean Michel Jarre. Recuerdo como si hubiera sido ayer el colofón de la fiesta de bienvenida para el nuevo milenio. Terminó tal y como empezó: con un mosaico de luces y fuegos artificiales que atravesaron la densa niebla que cubría la meseta de las pirámides. Todos los presentes se quedaron estupefactos ante semejante acontecimiento, que costó nada menos que nueve millones y medio de dólares. ¡Cómo le gustaba a vuestra madre Jean Michel Jarre y su inimitable forma de tocar!».

Ingy cogió el turno y empezó a narrar cómo había pasado ella el cambio de milenio. Esa noche había agarrado un enfriamiento y no pudo levantarse de la cama. La llamó su amiga Mayson, destrozada porque había cortado con su prometido después de cinco años de llevar ese horrible anillo de oro. Ingy la invitó a ir y pasaron toda la noche llorando juntas por el amor, por los fracasos, por la tristeza y la nostalgia, hasta que se durmieron sin darse cuenta. Fue también un recibimiento épico para el nuevo siglo.

Farid probó un trozo de la basbusa: «Tifo, lo has bordado», le agradeció mientras saboreaba el dulce.

Abdel Latif se había sentado junto a la puerta de los críos de Ingy. Hablaban entre sí en el idioma de los niños, pues él apenas chapurreaba algo de inglés y ellos no hablaban árabe; sin embargo, era una lengua de comunicación que no se basaba en las letras sino en la competencia de quienes todavía no han cumplido los diez años y Tifo, en su fuero interno, seguía siendo un niño de cuatro. Las voces y las carcajadas llegaban hasta Ingy, que estaba sentada fuera, y también ella se reía al oírlas.

—A saber la de palabras que les estará enseñando y que yo ni siquiera conozco.

—Lo importante es que aprendas de él a cocinar algún plato.

—Lo importante de verdad es que por fin voy a poder salir un poco por la noche sin preocuparme por los niños.

—Desde que has convertido a Tifo en baby sitter no quieres más que llamar y salir e ir y venir… ¡No paras quieta!

—Es verdad, Abdel Latif es genial. Papá, ¿es cierto que le pagas dos mil dólares al mes? Nunca he visto a nadie que cobre eso; si contrataras a una filipina te cobraría una cuarta parte.

—Mi vida, lo he contratado únicamente para vosotros, para que comáis comida egipcia hecha en casa como la de antes, para que flote en el ambiente ese olor a frito. Hoy nos va a preparar mulujiya, y no hay ninguna filipina que sepa cocinar mulujiya.

—No me aclaro: ¿no lo vas a mantener?

—Por supuesto que no. Un par de meses y después lo despido.

Ingy se hizo la firme promesa en ese mismo instante de que no volvería a ver nunca jamás a su padre, y que tendría que aguantar el dolor de la distancia. En cualquier caso eso era menor que el odio y el asco que sentía en ese momento hacia él.

Esa noche no salió a dar una vuelta tal y como había planeado. Era incapaz de encargar a Abdel Latif que cuidara de los pequeños sabiendo que le estaba engañando. Al siguiente día dijo que le habían surgido unos imprevistos de última hora y se marchó con los niños. Farid también se marchó después de ella y regresó a Londres, dejando así a Akram otra vez solo y sin compañía.

El 2 de enero fui al colegio como si nada. Llegué a las ocho menos diez de la mañana; me llevó Ibrahim, el chófer que me llevaba todos los días. Al llegar ya estaban esperándome Karim y parte del equipo de balonmano, además de otro grupo de amigos suyos. Aún no me había bajado del todo cuando vino Karim gritándome como un loco: «¡Pero cómo te atreves a llevar en tu coche a Mariam, hijo de la gran put…!», a lo que yo le contesté: «¿Preferías que la hubiera dejado sola en la calle para que los niñatos le metieran mano?». Nada más gritarme «¡y encima le pones All I want is you cuando sabes que she is mine!» me soltó tal puñetazo que me metió dentro del coche. Ibrahim salió quemando rueda y me sacó de allí.

Le hice jurar que no le diría nada a mis padres. Yo no podía volver, así que envié unos sms a mi gente para contarles lo que había pasado y me monté en el Golf, para darme una vuelta. Cuando me entró hambre saqué el dinero que tenía: setecientas libras. Perfecto, desayuno en el McDonald’s y después ya veré qué hago hasta que sea la hora de volver del colegio. Justo después, al pasar por el Thomas de Zamalek, vi a Karim y algunos de los suyos en el Cherokee de Ismail frente a la gasolinera, en la acera de enfrente. Ellos también me vieron. Nos insultamos y salí en dirección a la fábrica de mi padre en Sitta October y que pasara lo que pasara. Confiaba en que mi coche, un Golf de 2400 cc, fuera más rápido. Subí al puente y me dirigí a la circunvalación. Me seguían de cerca sin poder quitármelos de encima. Ese día conduje haciendo todos los zigzags que pude y aunque ellos me imitaban no me alcanzaron, como había previsto. Entré en la fábrica y avisé a los de seguridad para que no dejaran pasar a un Cherokee con chavales de mi edad.

* * *

Como su padre no estaba en la fábrica, le contó lo ocurrido al director, el señor Taha, que mandó a tres trabajadores enormes que lo acompañaran en el coche para que pudiera llegar a casa sin percances. En realidad, con uno habría bastado para tragarse el colegio entero.

Farid pasó toda la tarde llamando uno por uno a su cuadrilla para saber quién estaría de su parte en la pelea del día siguiente. Antes de irse a dormir ya había organizado a su ejército y tenía listo el plan de ataque.

* * *

Farid despegó de Nueva York en dirección a Londres el sábado 3 de septiembre de 2005, para llegar a tiempo al inicio del curso en la Universidad Richmond de Londres, que comenzaba sus clases el lunes siguiente. En el aeropuerto estaba esperándole Julia, su novia, que era de Rumanía. Había ido a recogerle en el Jaguar de él. Ambos vivían internos en la residencia de la universidad, que tenía cabida para ciento catorce alumnos e incluía servicio de comedor con tres comidas calientes al día, una biblioteca, una sala con cincuenta y un ordenadores con conexión de alta velocidad a internet, una sala de billar, salones y una sala de cine con películas en dvd gratis.

La universidad abarcaba una superficie amplísima y el campus incluía numerosos edificios, desde castillos antiguos hasta campos de deporte, pasando por aularios y otros donde estaban las habitaciones de la residencia. Los alumnos de esta universidad provienen de más de setenta países diferentes. Por eso siempre hay grupos de unos contra otros. Estaban los árabes, que no aguantaban a los americanos. Los turcos estaban siempre enfrentados con los árabes, pero si surgía cualquier discusión entre un árabe y un americano, se ponían automáticamente de parte de los árabes. Estaba la comunidad hispana, que incluía a todos los hispanohablantes, como también la facción de los chicos contra las chicas.

Farid era el único egipcio de la universidad; el resto de países árabes estaban representados al menos por dos alumnos, si bien los kuwaitíes y los emiratíes eran los predominantes. El año pasado Farid compartió habitación con un compañero afgano, mientras que Julia lo hizo con una chica ecuatoriana. Después de que Farid y Julia se declararan amor mutuo, decidieron que conseguirían fuera como fuera que el afgano se enamorara de la ecuatoriana para que se fueran a vivir juntos, y así poder compartir ellos la habitación.

Tras varios intentos fallidos, una cuidada planificación, misivas falsificadas que transmitían suspiros no exhalados y una convincente descripción de cómo el afgano soñaba con darle un beso rápido a su amada ecuatoriana, consiguieron que ellos también se enamoraran el uno del otro y los cuatro intercambiaron las habitaciones sin que se enterase la administración.

* * *

¿Te acuerdas del Dream Team, el equipo de baloncesto norteamericano? Cuando participaron por primera vez en el mundial dijeron que ganarían a cualquier equipo marcando más de cien puntos. Y lo hicieron, los tíos. Bueno, pues Julia es como el Dream Team, es la chica perfecta con la que cualquiera soñaría: una chica deportista que corre todos los días cinco kilómetros, se cuida la salud y el cuerpo, no fuma y estudia cuatro horas todos los días. Pero si hasta se enfada conmigo si yo no estudio lo suficiente. Además de prepararme resúmenes de los libros, es simpática, buena persona, me quiere, me es fiel y la tía más puntual que puede haber. Su madre es alemana, y me jugaría el cuello a que su padre, aunque es rumano, en realidad se apellida Hitler. ¿Cómo si no habría salido tan estricta?

Pero ahí se acaba lo bueno. Julia es gélida, es fría como el hielo. Al periodo se le llama menstruación porque viene cada mes… pues a ella le viene cada seis meses; vamos, que en su caso se podría llamar «semestruación». Y si hace muchísimo frío, puede incluso retrasarse más. No entiendo por qué le ocurre eso. Siempre que intento acostarme con ella pasa algo: cuando no está estudiando, está leyendo; cuando no está preparando un trabajo en el ordenador, quiere ver una película o acostarse pronto porque quiere estar despierta en la clase de mañana por la mañana… Cuando por fin llega el momento y llevo yo las riendas, justo cuando estoy súper excitado, casi llegando al clímax, todo concentrado y creyéndome Antar Ben Shaddad… a punto de correrme va la tía y me pregunta todo seria: «¿Mañana a qué hora tienes clase? Es para ver cuándo te despierto». ¡Le he explicado mil veces que soy egipcio y tengo una frustración sexual acumulada de miles de años! Y que esa frustración la llevamos en los genes y que no va a desaparecer, que somos una clase de hombres que necesitamos realizarnos sexualmente, o si no perdemos la confianza en nosotros mismos y suspendemos en los exámenes… Pero nada, no hay nada que hacer. Es como Björn Borg en estado puro. Es un iceberg rumano.

Lo peor de todo es que yo soy justo lo contrario de todo ese rigor: soy un cabrón, un sinvergüenza, y me paso el día entero fumando porros.

* * *

En una película que vio en los Estados Unidos había una escena en la que la protagonista rubia se acostaba con su amante. Ella era una chica súper caliente y no paraba de gritar y de gemir. Fue en ese momento en el que decidió cortar la relación con Julia; no podía continuar con ese bloque de belleza gélida. Pero al mismo tiempo tampoco quería herir sus sentimientos, por lo que durante largo tiempo su única preocupación fue encontrar la forma ideal de dejarla plantada. Dos semanas después de regresar a Londres le vino la inspiración y empezó a preparar el plan que había urdido.

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Yo adoro a Farid: tiene un toque de artista, es simpático, inteligente, tiene una voz preciosa, el pelo rizado, la tez morena y un cuerpo atlético. ¿Qué más podría pedirse? Pero a pesar de haber hecho lo humanamente posible por intentar entender algunos de sus comportamientos, al final me he dado por vencida. Nunca he podido comprender por qué se piensa que es más listo que los demás. ¿Por qué trata al resto de la humanidad como si fuera un genio? ¿Por qué se piensa que es el más astuto? ¿Por qué siempre se deja en evidencia intentando engañar a los demás? ¿No ve que acaba siendo objeto de mofa de todo el mundo? ¿Te puedes creer que ayer le compró al cockney mercancía robada para vendérsela a sus compañeros de la universidad con la excusa de estar recaudando fondos para un acto benéfico? ¿Falta de dinero? Imposible: incluso el más pobre de los alumnos de esta universidad es millonario. ¿De dónde, si no, habría sacado el Jaguar que tiene? Al margen de los gastos de matrícula y de la habitación, de los viajes a los Estados Unidos y de todo lo que me regala. Si no está necesitado de dinero, ¿cómo es capaz de engañar y mentir para convencer a sus compañeros de que participen en un acto benéfico que solo beneficia a su bolsillo, creyéndose al mismo tiempo que es un juego y que él gana por ser el más espabilado? Ayer me crucé con la profesora de economía y me dijo que le encantaba el bolso de piel de cocodrilo que le había regalado Farid, pero que fuera consciente de que ese regalo no le iba a subir ni medio punto en la nota. ¿Quién se cree que es?, ¿un traficante de armas que tiene que sobornar a unos funcionarios corruptos? ¿Es posible que no sea consciente de que no es más que un estudiante en una universidad y que el objetivo es que aprenda, no que soborne? Antes de empezar con él, Margot, una amiga, me dijo que Farid había hecho creer a una camarera de una pizzería de Wellington que la quería; después de llevársela a la cama le soltó la grosería de que no valía nada y que solo había jugado con sus sentimientos para acostarse con ella. La pobrecilla intentó suicidarse cortándose las venas.

Yo me negué en rotundo a creerme esa historia, pero hoy, tras un año de relación y por triste que parezca, me la creo. No porque sea un mal tío, sino porque él lo ve como una victoria a su favor en una lucha completamente normal entre un chico y una chica. Lo triste es que no ve que eso es una ignominia, sino que se piensa que es una picardía. Colar a los estudiantes lo que vende es un negocio, y como tal requiere un cierto embellecimiento comercial. Si no, ¿con qué moral podríamos juzgar la publicidad? Y por supuesto los regalos a los profesores, quieran o no, influirán en la nota final. Por lo que respecta a las chicas, no es más que el instinto de caza innato de todo hombre.

¿De dónde ha heredado Farid toda esa mezcla de valores hechos fosfatina? Melanie, la profesora ayudante de psicología, cuando le pregunté sobre esto, me dijo que qué podíamos esperar de un chico inteligente del que su familia se desentendió cuando tenía quince años, apartándolo de su vida y mintiéndose a sí mismos creyendo que sus estimados profesores occidentales serían para él la familia que nunca había tenido. ¿Qué clase de vida interior puede tener este chico después de ver cómo sus padres rehuían de sus responsabilidades para con su educación?

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El 3 de enero fui al colegio y, como ya me los conozco, me llevé una navaja, para que no me pillaran desprevenido; me la había traído papá de Estados Unidos. Me escondí en el aula de quinto de primaria hasta que se hubieron marchado todos y luego me fui a la mía. No vi a Karim, pero sí a Mariam, que estaba a por uvas. Me fijé en que varios de los amigos de Karim sacaron el móvil por debajo de las mesas, seguro que para avisarle por sms de que estaba en la clase. No sé cómo consiguió entrar al patio, porque la puerta estaba cerrada. Yo, por si acaso, había acordado con mi gente que se quedaran conmigo. Cuando me atacó e intentó darme un puñetazo, uno le hizo la zancadilla, se cayó al suelo y entonces me lancé sobre él, saqué la navaja y se la clavé en la rodilla. Ismail, que no sé de dónde apareció, me pegó una patada en la cara. Karim se levantó, sacó también una navaja y justo en ese momento aparecieron los profesores de educación física; dos de ellos eran como armarios y en un segundo ya nos las habían quitado. Ismail fue a pegarle a uno de los profes y le dieron tal puñetazo que lo tumbaron y se quedó ahí roncando.

Avisaron a nuestras familias, se reunieron y todo acabó expulsándonos a cuatro, yo entre ellos, claro. A Ismail no pudieron hacerle nada porque su padre conocía a mucha gente.

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—¿Te has llevado una navaja a clase, Farid? ¡Mi hijo es un macarra! ¿Y ahora qué hago contigo?

—¿Que qué haces con él? Pues podías consolarle en vez de echarle la bronca. No ha hecho nada malo, se comportó como un caballero y acercó a la chica a su casa, en vez de dejarla en la calle.

—¡¿Pero cómo que un caballero?! Si hasta el chófer ha confesado que Farid le dio quinientas libras para que apagara el móvil y dijera que la rueda se había deshinchado. Pero vamos, que eso no es lo importante; lo preocupante es que el niño se ha llevado al colegio una navaja. ¿Qué se cree? ¿Qué está en una película americana y tiene a una banda de mejicanos para defenderse?

—¿Es que también quieres que no se defienda? El otro niñato también sacó un cuchillo. ¿Quieres que los otros chicos le peguen y él se quede de brazos cruzados? Suficiente que tú no hayas sido capaz de defenderlo. Pero yo soy su madre y sí voy a defenderlo.

—Tú cállate la boca. En cuanto a ti, Farid, voy a mandarte al extranjero para que acabes allí los estudios. He conseguido convencer a la escuela de que me den un traspaso de expediente con todas tus notas y en el que no figure nada de la expulsión… para la fecha del traslado podemos poner antes de Navidad.

—En Egipto también hay escuelas americanas buenísimas. Y los profesores son nativos.

—Cállate, Siha. Hay familias que se la han jurado; algunos tienen muy buenas influencias y no quieren que esto acabe así. Farid, he pensado enviarte a Inglaterra, aunque también sopeso colegios en Suiza, Canadá y los Estados Unidos.

—Yo prefiero Inglaterra, papá.

—Que te calles, macarra, que eres un macarra. Tú harás lo que yo te diga. De momento estoy buscando un colegio americano en Londres que te permita incorporarte a mitad de curso. Menos mal que el segundo semestre comienza después de las vacaciones de Navidad y de Año Nuevo.

—¿Pero voy a viajar tan pronto?

—Pues claro. De todas formas, eso es lo mejor, pues ya tenía pensado que el año que viene estudiaras fuera, para que aprendas en un buen país y no tengas problemas para entrar en la universidad allí. Así no acusarás tanto el salto a la universidad.

En cualquier caso, en este país no se puede hacer nada. Se está yendo al garete. Tienes que vivir fuera, y cuanto antes lo hagas, mejor. Al final ha sido para bien.

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Farid se metió en su habitación sin saber muy bien qué sentía. «¿Tengo que dejar mi colegio, mis amigos, mi club, mi mundo, mi familia, mi hermana? ¿Se supone que tengo que empezar a vivir yo solo, de repente? ¿Y cómo espera mi padre que le obedezca y no diga a ninguno de mis amigos a qué país voy a ir?».

No sabía si sentir miedo, tristeza, felicidad, si estar de acuerdo, si oponerse… Se tiró en la cama y lloró como un niño pequeño, sin tener la más remota idea de por qué lo hacía. Al momento descubrió que lo más sentía era miedo. Aterrado, decidió que al día siguiente iría a ver a su tío Aziz para intentar convencerlo de que le defendiera delante de todos para que no lo mandaran fuera.

A Siha, la idea de mandar a su hijo a estudiar fuera no la angustiaba. La mayoría de sus amigas habían enviado fuera a sus hijos después de que terminaran la secundaria: Ayten había mandado a su hijo a que cursara segundo de secundaria en un colegio internado en Suiza, y Shahd, su alma gemela, había mandado al suyo a un internado de Canadá. Después de la consabida reunión en el Rotary, se sentó con sus amigas y les contó lo que le había ocurrido a Farid, para saber qué opinaban y aclararse las ideas.

—Siha, da gracias de que esto haya pasado. Se le van a abrir muchas puertas y le estaréis haciendo un favor.

—Pero también estoy preocupada… No es más que un crío.

—Eso era antes. Acuérdate de cómo veías tú el mundo cuando tenías quince años y cómo lo veía Ingy con la misma edad. No se puede comparar, son otra generación. Ahora nuestros hijos saben mucho más que nosotros a su edad.

—Es verdad que la sociedad de la información ha avanzado a pasos agigantados y ha influido asimismo en la cantidad de información que reciben ahora estos niños. Ya apenas si son niños. El mundo, con internet y las parabólicas, los convierte en unos viejos mientras todavía están tomando el biberón.

—Con la historia esta de la educación se puede hacer una crónica de Egipto. En el siglo pasado, hasta 1990, enviábamos fuera a nuestros hijos para que completaran los estudios después de que acabaran la universidad; después, cuando la universidad se fue al garete, mandábamos a los críos nada más terminar la secundaria… sobre todo a Canadá. Con este nuevo siglo, ahora muchos mandamos a nuestros hijos a estudiar fuera después de la secundaria, a colegios internados, especialmente a Suiza. Y si esto sigue así, en diez años los enviaremos nada más nacer y punto.

—Tienes razón, Emad. Podrías escribir un libro sobre esto: Crónica de la educación de nuestros hijos en Egipto y en el extranjero. No es ninguna tontería.

—Yo he inscrito a mi hija en el bachillerato internacional. Lo único que tengo que pagar son los billetes de avión, y puede ir a cualquier colegio del mundo; ahora está en uno de Hong Kong.

—¡Qué buena idea!

—Mi mujer está que da saltos de alegría porque piensa que así la hemos salvado de tener que educarse aquí.

—¿Ves, Siha? Estás haciendo lo mejor para Farid.

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¿Cómo puedo salvarte, Farid? ¿Recuerdas las palabras de Mahmud El Meligy en la película Alejandría… ¿por qué?, que transcurre durante la Segunda Guerra Mundial? Egipto se encontraba al final de una fase y a punto de entrar en una nueva. El Meligy tranquilizaba a Ahmad Zaky diciéndole que era imposible que ganara su caso, y empezaba a enumerar los problemas económicos y sociales por los que atravesaba el país. Siempre acababa la frase repitiendo: «¡Y quiere que lo gane!», en alusión al caso del país. Tu tío es como Mahmud El Meligy, derrotado e incapaz de enfrentarse a una sociedad a la que no había sabido adaptarse. ¿Acaso esperas de mí que gane tu caso? Lo más probable es que Akram falsifique el certificado del colegio y que no se enfrente con ningún padre, pues podrían tener mejores influencias que él y eso afectaría a su entramado de negocios. La solución más lógica es mandarte fuera para que vivas solo ahora, mientras estés a tiempo, para que puedas formarte allí. Es totalmente normal que, estando en primero de secundaria, o como lo digan los americanos, te cueste horrores escribir tu nombre en árabe… pues ¿para qué te va a servir este idioma? Como también es normalísimo que conozcas la dilatada historia de los Estados Unidos de América, pero no sepas nada de Ahmad Orabi. ¿Y quieres que lo gane?

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Como era de esperar, Aziz no ganó el caso de Farid, a pesar de que lo defendió ante el tribunal que se convocó en el salón de Akram, contraviniendo el acuerdo del ocho de marzo que había alcanzado consigo mismo el Día Internacional de la Mujer. El primer y único punto de dicho acuerdo estipulaba que no saldría de Hadayek Al Obba «mientras esté viviendo por encima de este mundo». Aziz volvió decepcionado, tal y como había imaginado, y volvió a firmar consigo mismo una nueva copia del acuerdo para no salir de su barrio.

Farid viajó a Londres vía Ginebra, para despistar más. El billete era solo de ida a Ginebra, donde pernoctó dos noches en un hotel fantástico con vistas al lago Lemán, que tiene forma de cuarto creciente. Reservó un billete de tren hasta París y desde allí uno de avión hasta Londres. El sentido de la conspiración de Akram estaba muy desarrollado. Cuando por fin llegó a Londres, un familiar de su padre lo estaba esperando en el aeropuerto para llevarlo al colegio internado en el que lo habían matriculado.

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Echando un vistazo al calendario con las asignaturas de este año, me sorprendió ver que entre los profesores figuraba el nombre del Dr. Murtada Al Barudi. Hice mis pesquisas y averigüé que era egipcio. ¡Por fin!, ¡ya no era el único egipcio en la universidad! Lo busqué para saludarle y presentarme. Resultó ser un hombre muy académico, que vestía un traje clásico y hablaba pausadamente; me dio la bienvenida pero sin ninguna clase de recibimiento. Al salir de su despacho fui a ver al grupo de los árabes para hablarles sobre el Dr. Murtada y aparentar un poco, demostrarles que yo también tenía influencias en la universidad. Había un emiratí en el Consejo de Administración, y todos sus paisanos me daban por saco constantemente con eso. También había un kuwaití que era un pesado. Opté por chulearme y decirles a los kuwaitís que ellos tendrían mucho dinero, pero nosotros teníamos la sabiduría. Perdona, esto no viene al caso, era una anécdota; lo que quería era reunir al Arabic Team para planear con ellos cómo poner en práctica lo que había maquinado para deshacerme de Julia. El plan era sencillo: quedar todas las noches en mi habitación, cantando canciones árabes hasta que no aguantase más.

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El plan se puso en práctica a la perfección. Pasaba por Londres una borrasca con lluvias muy intensas, y dadas esas condiciones meteorológicas que no invitaban a salir, tuvieron vía libre para celebrar veladas de hachís y canto, con Farid tocando la guitarra y Faysal, un chico saudí con una voz preciosa, cantando. En la décima noche Miad, un joven yemení, propuso cambiar el hachís por el qat y cantar él canciones de El Yemen; pasaron una noche yemení maravillosa y el carrillo izquierdo de Farid se le adormeció por completo. La duodécima noche, mientras Farid cantaba las últimas canciones de Hakim, Julia decidió cortar la relación, después de que la falta de sueño le hubiera destrozado los nervios.

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Hace dos años que corté con Farid. Casi hemos acabado la carrera y mi cielo, el pobre, sigue perdido sin encontrar su sitio.