Capítulo 17

17

Ramsa Aál era alto, incluso para ser estigio, delgado aunque musculoso, y su afilado rostro destacaba por la piel marfileña de la mayor parte de las antiguas familias nobles. Tenía los ojos azul pálido y en ellos brillaba la clase de placer que se podría encontrar en alguien que saludase a un viejo amigo o en un niño malvado a punto de torturar a un bicho.

—Deberías saber que hay muchos más custodios esperando fuera —dijo el sacerdote—. Si intentases escapar, no darías cinco pasos con vida, ni siquiera si me tomases como rehén. Pero no has venido para eso, ¿verdad?

Anok se puso en pie, despacio, manteniendo las manos apartadas del cuerpo y de las armas.

—Vine para rogar que me acepten como acólito en el Culto de Set.

—Eso he oído. He leído con mucho interés las cartas que le has enviado a tu amigo.

—Y, sin embargo, le habéis prohibido responder.

Dejal lo fulminó con la mirada.

—¡Anok! ¡Muestra respeto ante el sacerdote!

—Si me nombran acólito, seguiré todas las costumbres de deferencia y respeto a la autoridad. Pero hasta entonces me comportaré, y si es necesario moriré, como un hombre.

Ramsa Aál esbozó una leve sonrisa.

—Tienes orgullo…, temple. Respeto eso. Y por ello responderé a tu pregunta a mi manera. Quería ver qué harías cuando tus mensajes no obtuvieran respuesta. A pesar del apoyo de Dejal, me preguntaba lo fuerte que sería tu deseo de unirte al culto. ¿Eras digno de tal honor? ¿Lo desearías con la suficiente intensidad?

Anok le sostuvo la mirada sin inmutarse.

—¿Y…?

—Y no sólo has demostrado tus deseos, sino también tu inventiva. Es realmente extraordinario que te hayas adentrado tanto en el templo. —Su tono se volvió frío—. Es más que extraordinario. Es imposible para un simple ladrón, no importa con cuánta inventiva cuente. —Se acercó a Anok con la mano extendida y la palma hacia abajo, como si comprobase el calor de una llama. La agitó frente al joven—. Has estado cerca de un artefacto de poder místico. —Agitó la mano un poco más y, a final, la mantuvo sobre el corazón de Anok—. Hace muy poco. ¿Así es como has escapado de nuestros guardianes de la oscuridad?

Anok no dijo nada. ¿Sabía de la existencia de la Escama de Set? ¿Su engaño iba a quedar al descubierto con tanta facilidad?

Ramsa Aál bajó la mirada, fijándose en el bolso de Anok, Se agachó y agitó la mano por encima. Luego, lo recogió y comenzó a rebuscar en su interior. Los ojos del sacerdote se abrieron de par en par y sacó un pequeño objeto que brilló bajo la luz de la lámpara.

¡Se trataba del anillo de oro que había encontrado en los conductos de ventilación! Anok se dio cuenta de que debía de haberse caído dentro del bolso cuando Sheriti y él lo habían hecho caer de la mesa en el Nido.

Ramsa Aál le dio la vuelta, examinando el tallado.

—El Anillo de las Mentiras. Uno de nuestros ancianos lo perdió hace más de dos años. —Miró a Anok—. ¿Cómo ha llegado esto a tus manos?

—Lo encontré en los conductos de ventilación en lo alto del templo, entre los restos de un ladrón al que las serpientes habían limpiado los huesos.

El sacerdote soltó una carcajada.

—¿Los Dedos de Set? Estupendo. ¿Los viste y lograste sobrevivir? —Volvió a contemplar el objeto—. Este anillo no cuenta con ningún poder que hubiera podido salvarte allí. ¿Cómo lo lograste, Anok Wati? —Nuevamente agitó la mano frente a él—. Fuiste tú, ¿verdad?

—Les dije que se fueran —respondió Anok con total naturalidad.

—¿Tú, un novicio sin formación, ahuyentaste a los Dedos de Set con magia? —Se rió como si aquello lo llenara de satisfacción.

—Les dije que se fueran, y se fueron. Llamadlo como queráis.

—Dejal dijo que prometías, pero esto lo supera con creces.

—Entonces, ¿me aceptáis como acólito?

El sacerdote sonrió levemente.

—Tal vez. Dime, Anok Wati, ¿por qué deseas unirte a nuestro culto? ¿Para honrar al gran dios Set? ¿Para obtener conocimientos?

El joven vaciló. ¿Qué esperaba oír Ramsa Aál? Respiró hondo.

—De niño, conocí la riqueza, el confort y el prestigio social. Mi familia tenía poder. Lo perdí todo. Me vi huérfano, perdido, y sufrí en las calles de Odji durante años. Quiero recuperarlo.

—¿El confort? ¿El prestigio social?

—¡El poder!

La sonrisa de Ramsa Aál se ensanchó.

—Sabio es el hombre que sabe lo que quiere y no tiene miedo de decirlo. El Camino de Set ofrece poder, es cierto, para aquellos que son dignos, aquellos lo bastante fuertes, aquellos que le sirven bien. Para los que no lo son, para aquellos que le fallan, hay dolor, sufrimiento y muerte. ¿Lo entiendes?

—Sí.

—Entonces, arrodíllate, Anok Wati, y acepta la bendición de Set.

Anok se dejó caer sobre una rodilla e inclinó la cabeza, como había visto hacer a otros acólitos ante los sacerdotes.

La mano de Ramsa Aál se le posó sobre el hombro.

—Por los antiguos textos y las grandes serpientes que son su encarnación en la Tierra, ¿juras servir a Set? ¡Júralo!

—Juro servir a Set.

La mano le apretó el hombro, los delgados dedos se le clavaron dolorosamente en la carne.

—¿Entregas tu vida y tu corazón, incluso ofreces gustoso tu sangre como sacrificio en su altar?

—Entrego mi vida, mi corazón y mi sangre.

Los dedos, inhumanamente fuertes, apretaron aún más, hasta que Anok pensó que se le iban a partir los huesos del hombro.

—¡Eres el instrumento de Set! ¡Eres el esclavo de Set! ¡Eres el sirviente de Set!

—Soy el instrumento de Set, su esclavo, su sirviente.

El sacerdote retiró la mano de repente y la sostuvo sobre la cabeza de Anok de manera teatral.

—Has sido honrado, Anok Wati. ¡Eres uno de nosotros! ¡Perteneces a Set!

Mientras se lo llevaban, lo único que perduraba en los pensamientos de Anok era la expresión en el rostro de Dejal. Lógicamente, este resultado no era lo que el antiguo Cuervo había esperado, ni siquiera deseado.

Tampoco era lo que Anok había esperado. Había pensado que tal vez tendría que suplicar para que lo dejasen entrar en el culto. De hecho, las bravuconadas que había empleado antes al enfrentarse a Ramsa Aál habían sido pensadas sobre todo para hacer que la humillación posterior pareciese aún mayor. Había aprendido mucho tiempo atrás que el orgullo, y sobre todo la vanidad, eran malas herramientas en una negociación. Había puesto su vida, por el momento, en las manos del templo y su pose debería reflejar ese hecho.

Un par de custodios de Set lo alejaron de allí, aunque no desenvainaron las armas y se comportaron más como guías que como guardias. Lo condujeron más allá del área de los dormitorios, a través de una gran zona común decorada con fuentes, pinturas en las paredes y estatuas glorificando a Set. Ascendieron por una amplia y curva escalera que conducía al nivel principal del templo y, luego, se dirigieron hacia el fondo.

Anok tenía una vaga idea de dónde se encontraban gracias a su estudio del mapa; pero como había pensado evitar esas áreas, no las había memorizado. Cruzaron un amplio pasillo que Anok reconoció como una zona pública del templo contigua a la sala ceremonial principal; a continuación se dirigieron hacia la parte posterior del edificio.

Entraron en una habitación grande en cuyo centro había una enorme bañera rectangular con azulejos azules incrustados. Una capa de vapor flotaba sobre el agua y sobre las albercas de limpieza, redondas y más pequeñas, que la rodeaban. Una isla de roca en el centro de la bañera, de la que brotaba agua humeante formando un arroyo continuo, sugería que el templo había sido levantado sobre una fuente termal natural.

Uno de los custodios comenzó a golpear una serie de puertas al pasar.

—¡Despertad! ¡Despertad! Por orden de lord Ramsa Aál, ¡despertad!

Las puertas se fueron abriendo una a una y asomaron bellos rostros femeninos con los ojos muy abiertos.

—Salid —gritó el guardia.

Las mujeres salieron en fila, todas eran jóvenes y hermosas, y Anok notó que ninguna era de sangre estigia pura. Por un momento pensó que llevaban ajustadas prendas de encaje negro o de transparente seda estampada, pero en seguida se dio cuenta de que estaban completamente desnudas. Llevaban cubierto todo el cuerpo (desde los tobillos hasta las muñecas y el cuello) con tatuajes con un elaborado diseño que él había confundido con ropa. Prostitutas del templo.

El custodio se dio la vuelta y se dirigió a las mujeres.

—Este extraño ha sido recibido como un sirviente especial de Set. Limpiadlo y vestidlo con una túnica de acólito. Luego, mandadnos llamar.

Las mujeres asintieron e inclinaron las cabezas; a continuación, lo condujeron en silencio hacia una sala lateral, donde le quitaron la ropa y, lo que le preocupó más, sus armas y pertenencias. Una de las prostitutas lo hizo desaparecer todo como por arte de magia antes de que él tuviese ocasión de poner objeciones o, incluso, de suponer adonde se llevaban sus cosas.

Una mujer se situó a cada lado de él y ambas entrelazaron los brazos con los suyos. Tenían la piel excepcionalmente suave y resplandeciente debido a algún aceite que olía a especias exóticas. Lo llevaron a una de las albercas de limpieza más pequeñas y Anok entró en el agua, que estaba caliente, aunque se había enfriado un poco tras pasar por la bañera más grande en su camino desde la fuente termal. Las dos mujeres se introdujeron en el agua con él y comenzaron a lavarlo con total naturalidad.

Sus modales no mostraban vergüenza, como cabría esperar de unas prostitutas, aunque también resultaban, de una manera extraña, estudiados e indiferentes. Intentó mirarlas a la cara, pero ellas no le devolvieron la mirada; además, sus ojos parecían extrañamente vacíos. Se movían como animales entrenados ejecutando un complicado truco, y Anok comenzó a sospechar que las mujeres se encontraban bajo el efecto de una droga, de un encantamiento, o de ambos.

Aunque eran atractivas, el joven encontró su comportamiento inquietante y decididamente poco erótico. Se recostó y las dejó hacer su trabajo sin protestar…, pero sin disfrutar mucho tampoco.

Su mente retrocedió hasta el encuentro con Ramsa Aál. ¿Por qué mostraba el sacerdote tanto interés por él? Sin duda, no podía basarse únicamente en la descripción de Dejal. Y ¿cómo había sabido que había entrado en el templo y que podría encontrarlo en la celda de Dejal? Que él supiera, no había dejado ningún rastro, no había activado ninguna alarma.

—¿Esto es lo que querías, acólito?

La voz de Ramsa Aál lo sacó de sus pensamientos. Alzó la mirada y vio al sacerdote de pie sobre él.

—Deseas lujos, comodidades —acercó la mano hacia una de las prostitutas y se enrolló uno de los mechones escarlata del cabello de la mujer alrededor del dedo antes de soltarlo—, esclavos obedientes que te sirvan. Set ofrece esto, y mucho más, a sus sirvientes más leales y útiles. Esto no es sino una muestra… si pruebas que eres digno de tal favor.

—Serviré a Set lo mejor que pueda. Ruego ser capaz de demostrar que soy digno.

—Roguemos todos que así sea.

Anok no se atrevía a formular la pregunta que más quería hacer: ¿por qué se interesaba Ramsa Aál en él? En lugar de ello, pasó a algo menos provocador.

—¿Cómo supisteis que había entrado en el templo y dónde encontrarme?

Ramsa Aál sonrió con astucia.

—La más grande de las hijas de Set, con la que te encontraste en el conducto de ventilación, me llamó.

Anok parpadeó, sorprendido e incrédulo. Había oído historias que decían que las grandes serpientes eran inteligentes, puede que tan listas como un hombre, pero nunca lo había creído. Sin embargo, si la criatura había dado el aviso, unos ojos ocultos podrían haber estado observándolo mientras salía de las catacumbas y avanzaba hasta la celda de Dejal.

—La serpiente me perdonó la vida. No fue como con las pequeñas. No lo hice yo.

El sacerdote echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.

—Haría falta un hechicero más poderoso que tú, o incluso que yo, para controlar a las grandes serpientes. Hablan sin intermediarios con Set y son sus representantes en el mundo mortal. Se te perdonó la vida porque el propio Set así lo quiere. Estás aquí porque Set así lo quiere. —Sus labios se curvaron formando una cruel sonrisa—. Lo supieras o no, siempre le has servido.