Capítulo 9

9

—Está vivo.

La voz provenía de muy lejos.

A Anok se le ocurrió que la voz no estaba lejos de él. Era él quien estaba muy lejos de la voz, al otro extremo de un oscuro túnel.

¿Vivo? Suponía que eso era una buena noticia. ¿Quién estaba vivo?

—Lo veo, Rami. Ayúdame a desenterrarlo.

Anok también quería ayudar, pero no lograba encontrar sus brazos ni sus piernas.

—Lo encontré. Excava, Teferi. Yo me estoy muriendo.

—Total, si te vas a morir de todas formas, también podrías cavar.

«Yo también me estoy muriendo, pero sigo sin encontrar los brazos ni las piernas.»

—Estupendo, pero si sufro un colapso tendrás que llevarnos a los dos.

Le pareció sentir algo a una gran distancia. Parecía encontrarse a kilómetros de él, pero algo lo estaba tocando. ¿Podría tratarse de su pie?

El túnel negro pareció volverse más largo; los sonidos y las sensaciones (tal como eran), más lejanas.

Hasta que desaparecieron.

Regresaron al instante, pero Anok sentía que, de alguna forma, había pasado el tiempo durante el intervalo. Tal vez mucho tiempo.

—Este arco pesa. ¿Por qué no lo llevas tú?

—Porque yo llevo a Anok, chacal holgazán. Sin duda, es lo mínimo que puedes hacer.

«Lleva a alguien que se llama como yo. Interesante.»

Entonces, el túnel se extendió nuevamente hasta el infinito.

Pasó el tiempo.

Cuando Anok regresó, alguien estaba tosiendo y algo parecía estar intentando succionarlo hacia el cielo.

—Lo que pasa es que vomitó.

—Bendito sea Bel. Teferi, ¿qué comió? Huele a veneno.

—Esas arañas muertas que encontramos. Creo que tuvo que comérselas. Es un milagro que esté vivo. Jangwa vela por él.

—Ahora está vivo. Aún queda una larga caminata hasta el campamento y no tiene buen aspecto.

Nuevamente oscuridad.

Regresó para descubrir que sus brazos y piernas habían vuelto. Alguien se los había llevado y los había maltratado duramente. Parecía que no servían para nada salvo para causarle dolor. Por suerte, los martilleos en la cabeza y los calambres en las tripas le proporcionaban una gran distracción. Si alguien no le hubiese llenado la garganta de espinas y fragmentos de cerámica, se quejaría.

Al parecer, estaba tumbado de espaldas.

¿Estaba muerto?

Obligó a sus ojos a abrirse, una tarea difícil, ya que aparentemente le habían cosido los párpados. Alguien se inclinó sobre él.

Estaba muerto, casi con certeza, y lo habían llevado a algún paraíso de ensueño. Sólo eso podría explicar el hermoso rostro que le sonreía.

—¡Teferi! Creo que está despierto. —El rostro se acercó más—, Anok, ¿me oyes?

Con esfuerzo, parpadeó. Parecía respuesta suficiente. Estaba cansado.

Otra cara se agachó junto a la primera. Un hombre. De piel oscura como el cuero curtido. En cierta forma, conocido.

—Anok. Hemos venido a buscarte, hermano. Te encontramos al borde de las dunas, medio muerto.

Antes de poder pensar, sus labios agrietados estaban intentando formar palabras. Lo que surgió fue un seco susurro.

—¿Qué… mitad?

El hombre moreno parpadeó sorprendido, luego soltó una carcajada.

—¡Nuestro hermano ha regresado! Ni siquiera las fuerzas de la muerte pueden derrotarlo.

La bella mujer miró al hombre de piel oscura con el entrecejo fruncido, pero seguía pareciendo hermosa.

—No hables de muerte. Está vivo. —Volvió a bajar la mirada hacia él.

Sheriti. Se llama Sheriti.

La joven continuó.

—Se va a curar. —Acercó la mano y le acarició el pelo.

La caricia lo hizo estremecer. Había olvidado lo que era sentir otra cosa que no fuera dolor.

—Bien —consiguió decir con voz ronca. Entonces, sus ojos volvieron a posarse sobre el hombre moreno—. Teferi. Tenías… razón. Vi… dioses en el desierto.

—Fui un tonto, Anok. Tuviste visiones causadas por el veneno. Eso es todo.

—Sé lo que vi. —Los ardientes párpados le pesaban—. Ahora, voy a dormir.

Sheriti le acarició el pelo.

—Duerme —le dijo.