Capítulo 11

11

Era agradable volver a ponerse las espadas. Casi habían transcurrido dos semanas desde que Anok había caminado por última vez por las calles de Odji. Se había sentido como un niño inválido todo este tiempo y esa sensación lo había crispado constantemente. Sin embargo, sabía que no podía dejarse ver hasta encontrarse en plena forma para luchar. Tenía demasiados enemigos en las calles.

Lo sabía bien. De hecho, contaba con ello.

Oyó cómo la trampilla que conducía al piso superior chirriaba al abrirse y los suaves pasos de Sheriti al descender. Se ajustó el cinturón, cuadró los hombros y se puso derecho. Incluso las sandalias le resultaban extrañas a los pies. ¿Cuánto tiempo hacía que no iba correctamente vestido?

Sheriti se asomó con cuidado por el otro lado de las cortinas que separaban su espacio privado del resto.

—¿Estás vestido?

El le dedicó una amplia sonrisa.

—Sí, la verdad es que sí.

La joven traspasó la entrada. Vestía una amplia túnica color púrpura de irisada seda. La prenda, que llevaba atada a la estrecha cintura, la cubría desde los tobillos hasta los hombros, dejando únicamente al descubierto los brazos, el cuello y un seductor escote triangular. Un tocado rosado le tapaba el cabello, sujeto mediante un delgado anillo de latón que le rodeaba la frente. Se trataba de un atuendo de ciudad, más apropiado para una escriba que para una picara de las calles.

Sheriti lo recorrió con la mirada, sonriendo.

—Hoy estás particularmente guapo. Mi fuerte guerrero ha regresado.

Aquel cumplido lo conmovió más de lo esperado. Sin embargo, Anok seguía fascinado por el aspecto de Sheriti.

La muchacha notó su mirada y bajó la vista hacia sus prendas.

—¿No te gusta?

Anok se masajeó el mentón y apartó la vista avergonzado.

—No es eso. Sólo estoy sorprendido. Nunca te había visto vestida así. Pareces de la nobleza, no basura de los bajos fondos como el resto de nosotros.

—Anok…

El la hizo callar con un gesto.

—Ya sabes lo que quiero decir. Sabía que llegaría este día, pero nada podría haberme preparado para ello. Vas a dejar atrás estas calles oscuras para siempre.

De pronto, Sheriti pareció vacilante, preocupada.

—Sólo para cambiarlas por oscuras torres y castillos habitados por estigios de pura sangre nacidos para hacer el mal.

—A pesar de todo, es mejor que esto.

La muchacha inclinó la cabeza.

—No estoy segura de que deba irme, Anok. Este es el sueño de mi madre, no el mío. Ella quiere que lleve una vida tranquila y segura a cualquier precio. Yo no estoy tan convencida de querer pagar el peaje de este viaje. Me esperan de regreso en el Templo de los Escribas, sin falta, dentro de dos días. Los escribas superiores ya están furiosos a causa de mi ausencia, y únicamente los abundantes sobornos que ha enviado mi madre han logrado su condescendencia. Tal vez sea mejor que no vaya.

Anok negó con la cabeza.

—Eso es una tontería. Es lo mejor, Sheriti. No queda nada para ti en Odji. ¿Qué será de ti si te quedas aquí? ¿Te convertirás en un bribón perseguido y despreciado como yo? ¿Te convertirás en una puta como tu madre?

La rabia cruzó el rostro de la joven ante la mención de su madre.

—¿Y qué si me hago puta? ¿Sería tan terrible?

Anok se la quedó mirando largo rato.

—Sí —respondió al fin—. Sería un desperdicio terrible. Tu madre lo sabe, y sea lo que sea tu madre, también es una mujer inteligente.

Sheriti evitó su mirada y observó con el entrecejo fruncido un oscuro rincón de la habitación.

—Un bribón, entonces.

—Acabarás muerta o algo peor.

—¿Y tú?

—Muerto, lo más probable. Simplemente, muerto.

La mujer apretó la mandíbula.

—No se suponía que iba a acabar así, Anok.

—Te vas a marchar de esta pocilga. —Hizo una pausa, eligiendo las palabras con cuidado—. Eso compensa cualquier precio, cualquier sacrificio.

Sheriti se volvió y lo fulminó con la mirada.

—Entonces, ¿porqué sigues aquí?

Como Anok había esperado que ocurriera.

En aquel oportuno momento, Teferi entró a toda prisa con una sonrisa. No lo podría haber calculado mejor si hubiera estado escuchando fuera, lo que tal vez había hecho. Se detuvo y los miró.

—¿Molesto?

—No —respondió Anok—, Sólo estábamos hablando. —Le dio una palmadita a su amigo en el hombroMe alegra verte. Este sitio se ha convertido en una prisión para mí. Ansio escapar.

—En ese caso, vayámonos —repuso con alegría, aunque Anok sabía que la mayor parte era fingida.

El plan establecido era simple: un paseo por el Gran Mercado, algunas compras, algo de entretenimiento, una buena comida y pasar la tarde bebiendo en su taberna favorita. Al menos, eso era lo que le habían contado a Sheriti. Pero lo cierto era que Anok y Teferi habían pensado en un escenario bastante diferente.

Hacía un día muy agradable. El cielo era azul y delgadas nubes parecidas al encaje lo recorrían como si se tratase de surcos en el campo de algún agricultor celestial. Desde el Océano Occidental llegaba una brisa fresca que devolvía el calor al desierto y arrastraba la nube de humo y el hedor que algunas veces pendían sobre Odji y los reemplazaba con un penetrante olor a sal.

El humor en las calles era un reflejo del clima. Odji no era un lugar alegre, pero hoy la gente actuaba casi como si fuera día de fiesta, Los niños se perseguían unos a otros chillando mientras daban vueltas alrededor de las carretas, y cabras y gansos hurgaban contentos entre las pilas de basura de los callejones buscando sabrosos bocados.

El mal humor de Sheriti desapareció con rapidez, y mientras estudiaba el rostro de la joven, Anok comenzó a inquietarse con lo que iba a hacer. «Es un día demasiado bonito para mentir», pensó. Pero Teferi y él sólo estaban intentando protegerla de la única manera que sabían.

El mercado estaba concurrido, aunque el ritmo parecía menos frenético de lo habitual. Los curiosos se tomaban su tiempo, observando a los mercaderes. Algunos vendedores se habían subido a altas plataformas para pregonar su mercancía, otros cantaban o aporreaban tambores y campanas para captar la atención.

Había grupos de artistas itinerantes (músicos, bailarines, malabaristas, acróbatas, magos…) que vivían de los donativos y de los sobornos de los mercaderes para que se quedasen cerca de sus tiendas o para que se marchasen, dependiendo de la calidad de la actuación.

Los Cuervos se detuvieron en una marroquinería, donde Anok compró un juego de vainas que le permitirían llevar las espadas cruzadas a la espalda. Se lo explicó a Sheriti describiéndole las ventajas que suponían al permitirle moverse con sigilo en espacios reducidos. Lo cierto era que esperaba que el arreglo fuera más compatible con la túnica de un acólito.

Sin embargo, mientras probaba las vainas, incluso pensar en llevar esa túnica lo asqueaba. «Esto será lo más difícil que haya hecho nunca. Hasta el Usafiri parecerá una insignificancia en comparación.»

Se alegró de seguir adelante.

Como a la mayor parte de las mujeres, las cosas brillantes atraían a Sheriti de manera singular, y al igual que había hecho a menudo en otras ocasiones, arrastró a sus acompañantes masculinos hasta la tienda de un platero. Lo raro fue que lo que llamó su atención fue una bandeja de anillos para hombre. Rebuscó entre ellos hasta que encontró uno que le gustó.

Se lo mostró a Anok. Estaba grabado de manera elaborada, como si lo rodeasen antiguas enredaderas, y decorado con una extraña criatura de dos caras.

El platero, un jorobado con el pelo largo y negro y manos muy cuidadas, se acercó rápidamente a ella.

—Sí —dijo con voz aguda y nasal—, la preciosa doncella ha hecho una elección interesante. —Tomó el anillo de manos de Sheriti, se lo puso en el meñique extendido, y señaló las caras—. Este es Jani, un demonio poco conocido al que veneran algunos de los nómadas que vagan por el Mar de Arena. Su culto es reducido, pero se dice que da buena suerte a aquellos que se enfrentan al peligro. Tiene dos caras, ¿veis?, y puede detectar el peligro que se aproxime desde cualquier dirección.

Sheriti sonrió.

—Eso suena bien. ¿Cuánto?

El comerciante dio un precio y la sonrisa de la joven se transformó en un mohín.

—Sólo es un anillito de plata.

El platero se llevó la mano al pecho.

—No lo fabriqué yo. Es muy antiguo, está muy bien trabajado y viene de muy lejos. Puedo mostraros otros anillos.

Sheriti estiró la mano y lo cogió por la muñeca mientras el vendedor comenzaba a darse la vuelta.

—Me gusta éste.

Acercó más la mano del hombre y, mientras lo miraba a los ojos sin inmutarse, se agachó y se metió el meñique en la boca. Apartó la cabeza despacio de la mano del platero. La sonrosada punta de la lengua se movía entre los labios ligeramente separados de la joven mientras se levantaba.

—¿Cuánto dijisteis que valía?

El hombre parpadeó, con la boca abierta, tragó con fuerza, Dio un precio mucho más bajo, poco más que el peso en plata del anillo.

Sheriti asintió, sacó las monedas de su bolsa y las puso en la palma del platero, permitiendo que sus dedos acariciaran los de él mientras retiraba la mano.

El comerciante pareció ahogarse con su propia saliva y se sacudió con un ataque de tos. Cuando se hubo recuperado, Sheriti ya había deslizado el anillo en la mano derecha de Anok.

—Un regalo —le dijo, dándole una palmadita en la mano—. Un recuerdo.

Antes de que él pudiera negarse, la muchacha se dirigió a la puerta con Teferi siguiéndola a pocos pasos.

Anok esperó un momento, observando primero el anillo y luego al platero.

El comerciante lo miró con inquietud.

—No fue mi intención ofender a vuestra mujer, buen señor. Ella fue… muy atrevida.

—No es la mujer de nadie, sólo se pertenece a sí misma. Este anillo no estará maldito, ¿verdad?

—¿Maldito? No. Como dije, da buena suerte.

Anok hizo un gesto de asentimiento y se dio la vuelta para marcharse.

—Sólo que…

El joven se detuvo y lo miró por encima del hombro.

—Jani, como puede ver todo a su alrededor, sólo viaja en círculos. Nunca puede salir del desierto.

Contempló de nuevo el anillo que llevaba en el dedo extendido. Las dos caras parecían burlarse de él. Estuvo a punto de devolverlo.

Pero Sheriti lo había escogido para él y no quería herir los sentimientos de la muchacha. Al final, cerró la mano formando un puño.

—Salir del desierto es más difícil de lo que parece —le dijo al platero a modo de despedida.

Abandonó la tienda y alcanzó a sus compañeros con rapidez. Captó la mirada de Sheriti mientras caminaban.

—¿A qué vino eso?

La aludida inclinó la cabeza, claramente perpleja ante su mal humor.

—¿El qué? ¿Que por una vez me comportase como una mujer? Quería comprarte un regalo. Utilicé todo mi poder de persuasión para conseguir un buen precio.

—Tú no eres así.

—Ya no soy una niña, Anok. ¿O no te habías dado cuenta?

—Sí que me había dado cuenta. Lo que ocurre es que normalmente no lo demuestras con tanto descaro.

Sheriti soltó una dura carcajada.

—Tal vez no estuvieras prestando atención.

Teferi volvió la mirada hacia ellos con una ceja arqueada. Negó con la cabeza y se alejó.

Caminaron un rato en silencio. Un mendigo ciego estaba sentado al borde de una fuente y agitaba su sonajero sobre una copita de cuero con algunas pequeñas piezas de plata en su interior. Sheriti se detuvo para lanzar una moneda de oro dentro de la copa.

Al oír el pesado golpe de la moneda contra el cuero, los ojos empañados del mendigo se abrieron de par en par.

—Muchas gracias, amable desconocido. ¡Que Set os sonría!

Anok sintió que le temblaba el rostro ante la mención de Set, pero no dijo nada.

Sheriti lo miró.

—No tienes la sensatez de un mendigo.

—¿Qué?

—Te compro un regalo y no dices nada.

Anok miró el anillo. Cualquier otro día le habría agradado, pero hoy no le proporcionaba nada de placer. De hecho, empeoraba el presentimiento que tenía. A pesar de todo, ella tenía razón.

—Gracias. Es un regalo muy bonito. Lo llevaré siempre.

—O hasta que lo rompa contra la cara de alguien en una pelea —añadió Teferi.

El otro hombre casi sonrió.

—Hasta entonces, por lo menos.

—Tendrá que bastar con eso —comentó Sheriti. Un puesto situado más adelante captó su atención y se dirigió con decisión hacia él, dejando a sus compañeros atrás—. Necesito algo del fabricante de venenos.

En otro reino, esa simple frase podría haber provocado miradas o, al menos, cierta preocupación, pero Anok simplemente asintió con la cabeza y Teferi, distraído mirando a una joven esclava shemita desnuda a la que exhibían en un puesto cercano, apenas pareció darse cuenta.

Estigia era célebre por sus fabricantes de venenos, a los que se trataba como a respetados artesanos y que actuaban a la vista de todos. Éste en cuestión era uno típico: un puesto cubierto de cientos de pequeñas botellas y tarros que contenían extractos de loto mezclados, hervidos y destilados, veneno de serpiente, las glándulas venenosas de diversas criaturas y diferentes plantas tóxicas. Aunque ellos no trataban con pociones mágicas, algunas veces aquellos que practicaban la hechicería compraban los ingredientes básicos en tiendas como ésta.

Cada recipiente llevaba cuidadosamente señalado tanto el contenido como el uso para el que había sido creado, pues cualquier error podría ser mortal, y ésa no era siempre la intención. Naturalmente, un fabricante de venenos vendía venenos mortales, para matar a un enemigo o, simplemente, para eliminar las ratas de un granero. Pero también ofrecían venenos mezclados y diluidos para producir otros efectos. Sus pociones podían tranquilizar a un esclavo terco, calmar la fiebre, aliviar la sífilis o, incluso, según se decía, curar un cuerpo que estuviera corrompiéndose. Un sorbo amargo de la botella adecuada podía hacer que una persona se librase de los piojos y las pulgas durante semanas o despejar unos intestinos aquejados de gusanos.

También vendían antídotos para venenos, sacando así dinero de ambos extremos del negocio. Naturalmente, cada fabricante tenía su propio (y muy caro) veneno especial para el que aseguraban que no había antídoto, y, naturalmente, el fabricante del otro lado de la calle siempre afirmaba vender un antídoto para eso.

Así que Anok no le dio ninguna importancia a que Sheriti fuera a comprarle algo al fabricante de venenos. Al menos, claro está, hasta que vio que ya había otra dienta en el puesto.

—Dioses —masculló, mientras apretaba el paso.

El plan de hoy incluía un «encuentro fortuito» concertado, pero no se trataba de éste.

Casi había alcanzado a Sheriti cuando la mujer del puesto se dio la vuelta. Anok la había reconocido de espaldas, pero Sheriti sólo se dio cuenta ahora de quién se encontraba allí.

Se detuvo al borde del puesto.

—Es la bárbara —exclamó.

—Eso parece —respondió Anok con desaliento.

Fallón, del clan Murrogh, lo reconoció y le dedicó una amplia sonrisa. Se situó entre Sheriti y él, le sostuvo la cabeza con las manos y lo besó con fuerza en los labios, lo que le hizo sentir vergüenza.

—¡Anok Wati!, esperaba volver a verte antes de marcharme de esta ciudad. —Frunció ligeramente el entrecejo—. Pareces pálido. ¿Has estado enfermo? —Se limpió los labios, como si hubiese notado algo desagradable.

Sheriti se mantuvo firme, mientras los observaba de manera burlona.

—Estuve… —Pasó la mirada de Fallón a Sheriti y se preguntó por qué esto lo molestaba tanto—. Estuve perdido en el desierto muchos días y casi muero.

La sonrisa de la mujer bárbara regresó a su rostro.

—¡Sin embargo, estás vivo! Puede que tengas un poco de sangre cimmeria. Somos más duros de matar que los estigios, o eso es lo que he podido comprobar en el tiempo que llevo aquí. Busquemos una taberna y levantemos un vaso. ¡Te contaré muchas historias!

Anok miró incómodo a Sheriti, a quien Fallón pareció ver de repente por primera vez.

La bárbara inspeccionó a la otra mujer.

—No te había conocido con esa ropa. Ibas vestida como una guerrera la última vez que nos vimos. Esto —estiró una mano y tomó un poco de tela del vestido de Sheriti entre los dedoste hace parecer una puta.

—¡Fallón! —Anok la fulminó con la mirada.

La aludida le devolvió la mirada ceñuda.

—No pretendo ofender. No estoy acostumbrada a las galas de la ciudad. Supongo que las putas de la zona no llevan nada, de todas formas, así que éste no es el caso. Simplemente quería decir que no le pega.

—Sheriti está estudiando para ser escriba.

—¿Escriba? ¿Cómo puede alguien que ha probado la batalla conformarse con una vida de escriba?

La otra mujer la miró fijamente a su vez.

—Algunos de nosotros no vivimos para matar, bárbara. Una vida tranquila me irá muy bien.

Fallón se rió.

—Bueno, tú lo sabrás mejor. —Volvió a mirar a AnokCedes ante esta mujer. ¿Estás comprometido con esta… escriba y su vida tranquila?

El joven miró nervioso a Sheriti. Tras una larga pausa, respondió:

—No, no estoy comprometido con ella. Ni con nadie.

—Mejor así, Anok. Tienes la sangre demasiado caliente para una vida de plumas y pergaminos. —Se acercó un paso y estiró la mano para tocarlo, deslizándole la yema de los dedos por los pelos del brazo, lo que hizo que le hormiguease la piel.

Teferi se apartó, observando la escena desde una distancia segura.

Sheriti parecía estar más desconcertada que enfadada.

—¿Qué quiere decir con eso, Anok?

Fallón la ignoró.

—Tengo una propuesta de negocios. Abandona esta apestosa ciudad conmigo.

Anok se sentía más atrapado que si se encontrase rodeado por una docena de guerreros.

—¿Te marchas? —Intentó no sonar demasiado interesado ni demasiado agradecido.

—Me he enterado de la existencia de ciertos bienes, compactos y fáciles de transportar, que se pueden obtener baratos en la fuente para luego venderlos con un cuantioso beneficio en las tierras del norte.

Anok estaba sorprendido.

—¿Comercio?

La mujer bárbara cruzó los brazos sobre su abundante pecho y frunció el entrecejo.

—Soy una orgullosa cimmeria. ¿Piensas que, simplemente porque soy bárbara, no puedo encontrar un medio mejor de hacer dinero que cortar gargantas y romper cabezas?

El interpelado parpadeó.

—Bueno… Sí, eso es exactamente lo que…

—Según he podido comprobar, cortar gargantas (normalmente por detrás y simplemente como un atajo hacia la riqueza) es más el método de los supuestos hombres civilizados. Mi código es «coge lo que puedas y mata cuando debas». —Le dio una palmadita a la empuñadura de la espada para poner más énfasis—. Lo que propongo es una expedición comercial, cierto, pero una expedición más llena de peligro que de trabajo duro, pues ansio lo primero y me desagrada lo segundo.

—Comercio —repitió Anok, esforzándose por ocultar su escepticismo.

—Comercio peligroso —insistió Fallón.

—¿Comercio de qué?

La pregunta pareció detenerla. Le clavó la mirada. Parpadeó. Lo miró de nuevo. Al fin, dijo:

—Eres un hombre. Dudo que lo entendieras.

Sheriti no pudo controlarse y estalló en carcajadas.

—¿Qué quieres decir con que no lo entendería? ¿Esperas que me vaya contigo a una expedición que ni siquiera puedo entender? —El día no se estaba desarrollando según lo planeado.

Fallón pensó en ello.

—Bueno —respondió, formando las palabras con cuidado, como si hablase con un niño—, los fabricantes de venenos de la zona ofrecen una poción que, al tomarla, impide que una mujer se quede encinta, sin importar las veces que se acueste con un hombre.

Sheriti se rió aún con más fuerza.

Fallón le dirigió una mirada de enfado, pero no dijo nada.

Incluso Anok tuvo que sonreír.

—He pasado la mitad de mi vida debajo de un burdel, Fallón. Entiendo mucho más de «asuntos de mujeres» de lo que piensas. Conozco bien esa poción. El Paraíso la compra por jarras.

Sheriti pasó ante la mujer bárbara en dirección al puesto de venenos, puso una moneda de oro sobre la mesa y señaló algo con el dedo. El fabricante de venenos le pasó una botella pequeña y redonda con un cuello estrecho. El tapón estaba sellado con cera roja. La joven regresó y le mostró la botella a Fallón.

—Esto es lo que quieres. —Entonces, su voz se volvió burlona—. Oh, sí —dijo—, el peligro.

La otra mujer parecía un poco irritada.

—Soy bárbara. No pienses que soy estúpida. Lo he planeado cuidadosamente. Pagaste en oro por esa botellita. Aquí, el precio es muy alto. He averiguado que esta poción requiere ciertas plantas que crecen a lo largo de las fronteras de Darfar y Kush y que se destila y se mezcla en Kheshatta.

—La ciudad de los hechiceros —comentó Teferi, acercándose un poco—. Es un lugar malo.

Fue el turno de Fallón de soltar la carcajada.

—¿Y éste no lo es?

Anok asintió con la cabeza.

—Sí, pero Kheshatta es el centro de gran parte del comercio de los fabricantes de venenos. Muchos brebajes y extractos malignos se crean allí en medio de un gran secreto y se envían a toda Estigia y más allá.

—Eso es lo que dicen —continuó la bárbara—. En cualquier caso, no pienso quedarme mucho tiempo en ese «lugar malo». La planta se destila hasta crear un potente veneno, luego se mezcla con extractos de loto y otros ingredientes secretos. A continuación, se diluye con un té especial, una parte por cada mil, Esa botella no contiene más que una gota del extracto puro.

—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó Teferi, incrédulo.

La aludida sonrió.

—Hay muchos fabricantes de venenos en Odji. No fue difícil encontrar a uno con curiosidad y ansias por pasar una hora a solas con una mujer bárbara. Ansias suficientes como para compartir cierta información.

Sheriti sonrió con satisfacción.

—Y me llamas a mí puta.

Fallon no se inmutó.

—Dije una hora. No dije qué hice en esa hora. Puede que él esperase más de lo que recibió. ¿Qué es lo que dicen por aquí? «Cuando un hombre con una cabra atada a una soga te ofrece un trato, asegúrate de que te está vendiendo la cabra y no la soga.»

Anok sonrió, a pesar de sí mismo.

—Aprendes las costumbres locales con rapidez.

—Ya había oído la mayor parte de esto antes —intervino Sheriti—, Diluyen la poción antes de que salga de Kheshatta y la guardan celosamente hasta entonces. Todos los burdeles de la ciudad han intentado comprar directamente de la fuente en un momento u otro, pero es imposible. El secreto de su elaboración está muy bien guardado y los fabricantes de venenos de Kheshatta siempre exigen su pago.

—Y esto es Estigia —añadió Teferi—, Los custodios de Set cobran impuestos por los venenos y no ven con buenos ojos a los contrabandistas.

—Bueno —repuso Fallón—, hay que persuadir a los fabricantes de venenos en persona, y, en cuanto a los custodios, siempre están los sobornos, llegado el caso. —Se encogió de hombros—. Dije que sería peligroso. Si fuera fácil, ya se habría hecho.

Teferi hizo un gesto afirmativo.

—Suicidio. ¿A eso es a lo que llamas peligro?

La mujer bárbara lo fulminó con la mirada.

—No te he pedido que vinieras conmigo, kushita. Había pensado hacerlo, es cierto, pero ahora tengo que replanteármelo. —Se volvió hacia Anok—. Y tú, qué, ¿me acompañarás en este viaje?

¿Por qué no? Una parte de él lo encontraba tentador; sin embargo, puede que Kheshatta no se encontrase lo bastante lejos como para escapar de los Escorpiones Blancos y, casi con toda seguridad, tendrían que regresar a través de Khemi de camino hacia el norte. Que Anok se pusiera a trabajar por su propia cuenta en un negocio tan lucrativo era precisamente lo que Wosret más temía que hiciera. Un negocio así, si es que era posible, podría financiar la creación por parte de Anok de otra banda rival en Odji, y Wosret nunca permitiría que eso ocurriese.

—¿Vas a alguna parte, Anok?

La voz que menos deseaba oír en el mundo en este preciso instante. ¡La voz de lord Wosret!

Pero claro que era Wosret. Anok sabía que el señor de las calles se encontraría hoy en el mercado y Teferi y él habían previsto un encuentro casual. Esa había sido la estrategia: enfrentarse a Wosret y enfrentarse lo suficiente como para que le planteara un ultimátum para que se uniera a su banda. Entonces, Anok podría anunciar de manera creíble sus planes de convertirse en acólito de Set.

Más tarde, le aseguraría a Sheriti que había recordado la anterior oferta de Dejal y que, simplemente, lo había utilizado como escapatoria. Ni siquiera los Escorpiones Blancos se atreverían a desafiar al Culto de Set; pero, tras haberlo dicho, tendría que cumplir con las formalidades durante… un tiempo. Esperaba que fuera suficiente para que Sheriti regresara al Templo de los Escribas. Cuando la muchacha se diese cuenta de sus verdaderas intenciones, sería demasiado tarde.

Ese era el plan.

Era.

Anok se dio la vuelta para enfrentarse a lord Wosret, que no sólo iba acompañado por sus siempre presentes guardaespaldas gemelos, sino también por dos altos mercenarios ofirios con armaduras de cuero y sables.

Wosret se acercó a él.

—¿Tienes algo que quieras compartir conmigo, Anok? ¿Un negocio lucrativo de alguna clase?

—No hay nada, lord Wosret. No sé lo que creéis haber oído, pero…

El otro hombre lo cortó, furioso.

—Oí lo suficiente para saber que estás conspirando a mis espaldas, Anok. He sido extremadamente paciente contigo porque te conozco desde que eras niño. Pero maté a mis propios hijos cuando intentaron llevarme la contraria. No sé por qué debería dudar en matarte ahora. —Desenvainó la espada—. Tal vez habría sido mejor para todos que hubieses muerto en el desierto.

El hombre de más edad se encontraba demasiado cerca de Anok, pero no se atrevió a mostrar miedo ni debilidad frente a sus hombres. A pesar de ello, Anok sabía que la espada era, sobre todo, para defenderse. Wosret dejaría que sus matones se encargasen del trabajo sucio.

Oyó cómo una espada abandonaba su vaina y alguien se situó a su lado. Se sorprendió al ver que no se trataba de Sheriti ni de Teferi, que se encontraba demasiado atrás para acercarse sin causar alarma. Era Fallón.

—¡Escuchadme! Quien intente derramar la sangre de Anok Wati también se enfrenta a Fallón, una cimmeria del clan Murrogh, compatriota de Conan, el rey guerrero de Aquilonia.

Los gemelos comenzaron a reírse.

Fallón les dedicó una sonrisa lobuna.

—Estáis pensando: «esta mujer no es Conan», y tenéis razón. Pero acercaos si os atrevéis y sabréis cómo nuestro duro reino nos ha hecho a cada uno de nosotros (mujeres y niños) rápidos, brutales y peligrosos. ¡Acercaos y dejad que sea vuestra última lección!

Los ofirios, que tal vez se habían encontrado antes con cimmerios en su tierra natal del norte, parecieron tomar la amenaza más en serio. Arrastraron los pies nerviosos.

Wosret pareció comparar ambas reacciones, y luego resopló.

—Esto no es asunto tuyo, bárbara. Márchate y no te ocurrirá nada malo.

—¡Un cimmerio nunca se retira de una batalla, hombre de ciudad!

Anok la miró con el rabillo del ojo sin permitir que su atención se apartase demasiado de la espada de Wosret. «¡No estás mejorando las cosas, mujer!» Sin embargo, no sabía cómo podrían empeorar. La situación se le había ido de las manos.

Ahora, Wosret planeaba luchar, no hablar, y no tenía intenciones de perder.