Capítulo 11
De lo hermosa y noble que es la ciudad de San Cristóbal de la Laguna y de lo que en ella puede admirarse.
San Cristóbal de la Laguna es la capital y la principal ciudad de las Canarias. Asentada en el fértil valle de Agüere, lejos de la costa, para salvaguardarla de los frecuentes ataques de los corsarios, recibe su nombre de una gran laguna que se nutre con las aguas de lluvia que fluyen desde los montes cercanos. Es una ciudad señorial, elegante, cuyo plano fundacional fue trazado hace más de un siglo. Sus calles son rectas, amplias, se cruzan y discurren largas uniendo hermosas plazas, con casas altas y sobradas de fachadas importantes patios, espaciosos, zaguanes, grandes escaleras, caballerizas, bodegas… que son reflejo del poderío de los comerciantes, la nobleza y los agricultores ricos de la isla. Diríase que las construcciones se miran en las de Castilla; sobrias como ellas, aunque, dentro de su austeridad, algunas exhiben magníficas portadas de cantería, distinguiendo con ello a la familia que habita cada vivienda, pues la piedra resulta un material escaso y caro allí.
La fábrica de las abundantes iglesias, en cambio, es ostentosa. Resalta la concepción, magnífica en sus formas y en los materiales de su fábrica, o la de Nuestra Señora de los Remedios, con una espléndida torre mandada edificar por el obispo don Antonio Carrionero, cuya obra aún no ha sido concluida.
En definitiva, puede decirse que La Laguna es bien diferente al puerto de Santa Cruz, más tumultuoso y desordenado. En San Cristóbal todo es calma, limpieza y compostura; en cada esquina, en cada barrio, puede uno visitar bellas iglesias, conventos, ermitas o sencillas capillas de cruces y calvarios que le dan a la ciudad un aire señorial y devoto.