1 - Los Seres Humanos Son Criaturas Sociales

“Si hay algo que he aprendido es que la piedad es más inteligente que el odio, que la misericordia es preferible aún a la justicia misma, que si uno va por el mundo con mirada amistosa, uno hace buenos amigos.”

Philip Gibbs (1877- 1962) Periodista y novelista británico

Hemos aprendido en la escuela que los seres humanos somos criaturas sociales, así como lo son las hormigas o las abejas. No podemos vivir en soledad. Tenemos que vivir en la compañía de otras personas. Las personas que viven en soledad son consideradas algo “poco normales” y la verdad es que el mundo no trata a estas personas tan amablemente. Al mismo tiempo, la gente que vive en compañía de otros no siempre sabe cómo aprovecharlo al máximo.

Los seres humanos somos frecuentemente descritos como criaturas sociales. Casi nunca se nos encuentra solos, e incluso cuando estamos físicamente solos, estamos constantemente pensando acerca de otras personas que comparten nuestra vida. ¿Cuándo fue la última vez que se te ocurrió hacer algo que no involucrara a otra persona?, ¿Cuándo fue la última vez que tuviste un sueño en el cual no había otras personas además de ti? Todo lo que hacemos, consciente o inconscientemente, necesita incluir a otras personas. La naturaleza ha dispuesto sabiamente que así seamos.

Desde que nacemos hasta nuestro último respiro, queremos tener personas alrededor nuestro. Tal vez el único momento en nuestras vidas en el cual no queremos tener personas alrededor es cuando dormimos, aunque sin embargo eso no es enteramente cierto, ¿verdad? Incluso cuando dormimos “solos”, queremos que otras personas duerman en el mismo cuarto en el que nosotros pernoctamos. ¡Conozco a tantas personas que no pegarían un ojo durante la noche si tuvieran que dormir solos en un cuarto!

Pero lo que encuentro más asombroso acerca de esta sociabilidad en nuestro comportamiento es que podemos inducir hábitos en otras personas. La manera en la cual vivimos —la parte social de nuestro vivir— influencia a las demás personas sin importar si queremos que suceda o no. De hecho, ocasiona algún cambio en sus vidas, por más pequeño que sea.

Hubo una etapa en mi vida durante la cual con mi familia nos mudamos a un campo exuberante, con todo el verde que uno pudiera encontrar. Era un lugar idóneo para vivir y realmente disfruté los pocos años que pasé en ese refugio silvestre. Todo acerca de ese lugar era verdaderamente precioso, pero había algo en particular que me molestó en mis primeros días allí.

Siempre me gusta comenzar el día con una taza de café caliente y un periódico local para leer, que todavía tenga consigo el olor a la prensa de impresión. Es mi costumbre. No me agrada demasiado poder saber qué sucede en el mundo exterior —confío más en el Internet para eso— pero leer el diario es un hábito de la niñez del cual no puedo deshacerme incluso ahora.

Entonces, cuando vivía en esa hermosa casa, todo satisfacía muy bien mis necesidades, pero mi abastecimiento frecuente de periódicos había sido eliminado por completo. Ningún vendedor de periódicos se trasladaría tan lejos como para entregar un diario en mi casa, aunque el pueblo cercano estaba lleno de puestos de venta.

Cuando ya no pude soportarlo más, fui hasta el pueblo una tarde y me encontré con los chicos de reparto de periódicos de la zona. Hablé con algunos de ellos y les pedí que entregaran el periódico en mi casa. Tuve que convencerlos e incluso al principio se negaron. Pero eventualmente, conseguí encontrar a un chico que estuvo de acuerdo en ir todas las mañanas a entregar el periódico.

¿Cómo describir la mañana siguiente? Fue pura y exclusivamente una dicha celestial. Tengo otro hábito molesto, el de levantarme a las 6 en punto cada mañana, y para las 6:15, este muchacho venía en su bicicleta, pedaleando sin detenerse por el camino de entrada a mi casa, y arrojaba el periódico, apuntando perfectamente hacia mi porche. El café supo mucho mejor ese día.

Luego de hablar con ese chico, y durante los tres meses que permanecí allí, él no dejó de entregar el diario ni un solo día. Tal vez lo convencí demasiado bien, diciéndole que no podía empezar bien mi día sin leer el Daily Times. De todos modos, y que Dios lo bendiga, nunca dejó de venir ni un solo día.

En el día de mi mudanza, me hice un tiempo para encontrarme con él en la mañana, tomar el diario de su mano y pagarle lo que le debía. Se fue sin decir una palabra.

Unas semanas después visité aquel pueblo nuevamente. Me encontré con aquel joven muchacho por casualidad. Ya se veía más grande —los chicos jóvenes crecen muy rápidamente y se ven diferentes todas las semanas. Le pregunté cómo le iba. Lo que me dijo me impactó fuertemente.

Dijo que mi mudanza ocasionó un gran impacto en él. Notando que yo estaba confundido, me dijo acerca de cómo mi hábito de necesitar el periódico temprano en la mañana lo forzó a levantarse incluso más temprano que antes, y cómo eso le ayudó a repasar sus apuntes de la universidad (estaba estudiando para ser médico). Dijo que para él se había convertido en una costumbre levantarse de manera puntual, ir en bicicleta hasta mi casa con el periódico, entregar algún que otro periódico en el camino, e ir directo a casa y empezar a estudiar. Después de que me fui ya no necesitaba levantarse tan temprano, y debido a ello se volvió más perezoso con respecto a sus ciclos de sueño. Comenzó a levantarse más y más tarde cada día (su reloj mental le decía constantemente que no necesitaba levantarse temprano), y lentamente dejó de entregar periódicos por completo. Eventualmente, también redujo sus horas de estudio.

Estaba sorprendido por lo que me había dicho. No sabía cómo una idiosincrasia mía pudo crear un hábito en alguien más. Este pequeño acontecimiento me enseñó que todo lo que hacemos, sin excepción, genera un impacto en la gente que nos rodea.

Somos la suma total de la gente con la que vivimos. Ellos nos identifican; aquel concepto de la identidad individual es un mito. Nuestras identidades están conectadas de manera tan cercana a las personas con las cuales vivimos que tampoco podemos hablar sobre ellos en términos absolutos.

Piensa en ello. Las personas que viven en tu casa, ¿no hacen cosas para ti, desarrollando hábitos propios en el proceso? Una madre que se levanta temprano para preparar a su hijo para ir a la escuela está alterando su rutina por amor a su hijo. Si esperas a alguien para ir al gimnasio juntos, entonces estás alterando tus hábitos de acuerdo a la rutina de la persona que te acompaña. Y eso que hasta ahora ni mencioné las relaciones amorosas, en las cuales la gente se cambia a sí misma tan dramáticamente que ya no existe el concepto de individualidad en absoluto.

Necesitamos personas que nos rodeen para ayudarnos. Las necesitamos para realizar nuestras pequeñas y grandes tareas, y nosotros también hacemos cosas por nuestra cuenta. Necesitamos personas que vivan con nosotros. Necesitamos personas con las cuales podamos compartir nuestros pensamientos e ideas. Necesitamos gente con la cual trabajar, estudiar o hacer ejercicio. Estas son cosas que no podemos hacer solos.

Y al mismo tiempo sabemos que tenemos que hacer cosas para ellos también. Sin importar que lo aceptemos o no, en cada instante de nuestro día estamos haciendo cosas con otros en mente. Probablemente tú trabajas por el dinero que recibirás a fin de mes, pero al final del día sabes que lo que sea que estés vendiendo es una necesidad para alguien más. Los negocios no existirían sobre la faz de la tierra si no fuéramos seres sociales, porque la base de un negocio está en encontrar una necesidad y buscar suplirla. Para que haya una necesidad tiene que haber alguien necesitado. Y es con ese alguien que podemos empezar a interactuar socialmente

La amistad es sólo una pequeña parte de lo que significa ser social; es sólo un aspecto de ello. Pero en el siglo 21, el involucramiento de la amistad se ha convertido en un concepto mucho más amplio, como vamos a ver en los capítulos siguientes. Ya no es necesario eso de “en la necesidad se conoce al amigo.” La definición ha ido más allá de la “necesidad.” La amistad es ahora la representación de nuestras vidas en sí mismas.

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