DIECIOCHO

El Mecánico levantó el brazo. Una hoja cortó el aire, pero falló en dar a Wyse mientras salía corriendo escaleras arriba fuera de la habitación. El Mecánico llegó a la puerta y se volvió para disparar de nuevo. Pero se oyó un sordo chasquido en su brazo cuando el resorte se activó y se encontró con que no quedaban cuchillas.

Wyse se levantó de un salto. El Mecánico estaba ahora en las escaleras, cortando la retirada de Wyse a su nave y obligándole a subir de nuevo a la parte superior de la torre.

Espera —le gritó el Doctor al Mecánico—. ¡Ayúdame a sacar a Rose! Encuentra algo para trabar la rueda. 

Repple estaba de pie al lado de la maquinaria. Observó a la rueda dentada presionando hacia arriba, los dientes encajándose entre sí, Rose siendo arrastrada a la boca de cierre de hierro.

Demasiado tarde, Doctor. 

Dio un paso hacia delante mientras el hueco comenzaba a cerrarse alrededor de la mano atrapada de Rose y el destornillador sónico. Se inclinó tan lejos como pudo en el mecanismo. En un único movimiento fluido, Repple empujó la mano y el brazo entre los penetrantes dientes, en la ranura de encima de donde estaba atrapada la mano de Rose.

La maquinaria gimió y se estremeció. Repple gritó. Rose logró ponerse en pie mientras la plataforma aminoraba y se detenía. Se accionó un poco hacia delante, haciendo que se  tambalease. Pero su mano estaba libre y tenía el destornillador sónico.

Pasando trepando a Repple, el Doctor agarró a Rose por la cintura y tiró de ella hacia fuera. Miró a Repple, asintió con la cabeza en señal de agradecimiento y después corrió tras Wyse.

Ayúdale —le dijo al Mecánico que esperaba al pasar—. Detén el giro de la rueda. 

Rose estaba pálida y débil.

Gracias —se las arregló para decirle a Repple. 

Ayuda a Freddie —jadeó Repple en respuesta. La rueda se esforzaba por girar. Repple fue arrastrado más hacia el interior del mecanismo mientras los dientes le mordían más profundamente en el brazo—. No debe estar solo. 

Ella dudó un instante, viendo como Repple era arrastrado un paso más hacia el interior de la maquinaria. Preguntándose por qué no había sangre, por qué en lugar de la contracción del hueso lo que podía oír era el desgarro de metal. Entonces, el Mecánico la apartó suavemente a un lado. El hechizo se rompió, se volvió y echó a correr. Repple miró al Mecánico.

Hazlo —dijo y cerró los ojos contra el dolor. 

El Mecánico dio un paso adelante. Agarró el hombro de Repple firmemente con una manopla y la parte superior del brazo atrapado con la otra.

Rose estaba en la puerta de la habitación de arriba, agarrando el destornillador sónico con tanta fuerza que le dolía la mano. Se quedó mirando en silencio el rastro de sangre por el suelo, desde la esquina, a través de la puerta y hacia las escaleras. El reloj marcaba los segundos que se quedó allí parada.

Sabía que no podría haberse movido él solo. Pero la habitación estaba vacía. Freddie se había ido.

 

El Doctor irrumpió en el campanario. Se arrojó bajo las campanas, rodando por la plataforma de madera.

Aquí —la voz era tranquila. Melissa estaba de pie al lado del Big Ben. Llevaba los restos del dispositivo que Wyse había unido al martillo. No estaba mirando al Doctor, sino que miraba a la pared de atrás de la torre, a las sombras entre una de las entradas en forma de arco. 

Donde, en el borde de la torre, se encontraba Wyse. Había recuperado el arma. La sujetaba delante de la cara de susto de Freddie. El muchacho apenas podía mantenerse de pie. El Doctor vio el torniquete alrededor de su muslo, la sangre fluía lentamente de su arañada pierna. Gota a gota. Segundo a segundo. Como el tic-tac de un reloj. Recordó el rostro de Rose cerca del suyo, su apremio. De repente se sintió muerto por dentro.

Has perdido, Wyse —dijo el Doctor. Esperaba que los temblores que sentía no resonasen en su voz. 

No lo creo, amigo —Wyse parecía haber vuelto a su actitud caballerosa anterior—. Esos imbéciles de la planta baja no podrán detener el mecanismo. Oh, podrían reducir su velocidad. Darle algo para masticar, por así decirlo. Pero como me gustaría poder oírlo ponerse en marcha de nuevo, ¿verdad? 

El Doctor podía. Había un gemido de energía, de ruedas y engranajes poniéndose en marcha chirriando, resonando desde el conducto de ventilación. ¿Lo habría desarmado Melissa? Y si lo había hecho, ¿sería suficiente?

Deja que el chico se vaya —dijo. 

¡Oh no! Necesito a este pequeño muchacho para que me saque de aquí. Para pasar a tu amigo mecánico de las escaleras. 

¿Y si no te dejamos marchar? —preguntó Melissa. 

Wyse negó con la cabeza, aparentemente decepcionado.

Realmente no tienes nada de imaginación en absoluto, ¿verdad? —dijo con tristeza. Su rostro se retorció bruscamente en una máscara salvaje y arrastró a Freddie hacia atrás, hasta el borde mismo de la torre del reloj, inclinado sobre él. Los ojos del chico estaban muy abiertos a causa del miedo, su rostro estaba blanco como el papel. 

Prefiero no gastar más balas —dijo Wyse—. Después de todo, puede ser que las necesite para vosotros —devolvió a Freddie a sitio seguro, aunque aún peligrosamente cerca del borde—. ¿Lo oyes? —susurró—. Las ruedas están girando una vez más. Comienza el proceso. 

La enorme rueda dentada se sacudió y giró de nuevo. Los restos del brazo de Repple, en apariencia humano, todavía en la manga de su chaqueta, pero tornillos de bronce se derraman y los engranajes crujían bajo el peso. Otro bandazo y la maquinaria volvió zumbando a una vida más saludable.

Está empezando de nuevo —dijo Repple—. Necesitamos algo más sustancial —dio un paso hacia la rueda, cerrando los ojos y extendiendo el brazo que le quedaba. 

Una mano se cerró pesadamente en su hombro bueno, haciendo que se volviese. Repple abrió los ojos y vio la cara gris plomo del Mecánico cerca de a la suya. Entonces, el mundo pareció ponerse boca abajo cuando fue lanzado por el cuarto, lejos de la maquinaria.

El Mecánico observó como Repple chocaba en la pared y se deslizaba hasta el suelo. Esperó el tiempo suficiente para ver que no había sufrido daños, pero que estuviese lo suficientemente sin sentido para no interferir. Después se volvió hacia la masa de maquinaria. Avanzó y metió la mano en las ruedas y engranajes, que comenzaban a girar libremente. Su voz era un raspado mecánico, apenas audible por encima del forzado mecanismo.

Incluso las máquinas… —dijo. 

Entonces el chirrido de rasgamiento de metal, de engranajes forzados, de maquinaria golpeando hasta parar y desgarrándose ahogó el resto de sus palabras. Si es que alguna vez llegaron.

El engranaje se balanceó ligeramente, tratando de moverse. Luego, con una explosión final de hierro roto, su enorme eje se rompió y la rueda cayó de lado. Se derrumbó hacia Repple, la parte superior golpeó contra la pared de encima de él. Dientes de metal penetraron en la mampostería.

 

Silencio.

Excepto por el sonido del tic-tac de un reloj.

Había un olor a quemado. En los segundos de silencio que siguieron al conmovedor y desgarrador sonido de abajo, Wyse se había puesto de pie atónito y con la boca abierta. Ahora estaba lívido. Apuntó con el arma directamente al Doctor.

¡No! —Rose se abalanzó hacia el campanario y atravesó de un salto el puente sobre la plataforma. 

Wyse se volvió y le disparó en un solo movimiento. Pero Freddie le empujó el brazo hacia arriba y el disparo falló. La bala repicó en el interior de una de las campanas de los cuartos, repiqueteando y rebotando. El ruido era ensordecedor. Rose se tapó los oídos con las manos.

Sobresaltado y ensordecido, Wyse soltó a Freddie. Pero en vez de intentar escapar, el chico se apoderó de Wyse llevándolo hasta el borde de la torre.

¡Freddie! —gritó el Doctor cuando el sonido se desvaneció. 

De todas formas estoy muerto —dijo Freddie, su voz era tensa, débil, pero con determinación. Otro paso hacia el borde. 

¡No, Freddie! —le gritó Rose. Corrió para agarrarle, para tirar de él hacia atrás. 

Wyse se tambaleaba en el borde mismo de la torre, entonces logró apartar bruscamente a Freddie. Rose cogió al chico mientras se tambaleaba y caía. Cayó con él.

Has perdido, Wyse —dijo el Doctor. 

Se acabó —estuvo de acuerdo Melissa—. Demasiada gente ha muerto por ti, incluso aquí en la Tierra. 

Pero Wyse parecía haber recuperado la compostura.

Fuiste tú la que los mató. 

Un accidente —replicó—. Pensaba que merecía la pena. Pero estaba equivocada. No mereces la vida de nadie. Esto es el final. 

Por ahora, quizá —concedió Wyse. Tenía el arma apuntando a Rose mientras atendía a Freddie en el suelo enfrente de él—. Pero todavía puedo salir de aquí. 

Rose apenas le oía. Sostenía el destornillador sónico sobre la pierna herida de Freddie.

¿Qué hago? —gritó. Los ojos del chico estaban cerrados—. Doctor, ¿qué hago? 

Ven conmigo —le dijo Wyse—. Un rehén mucho más sólido y útil, ¿no cree Doctor? —soltó una breve carcajada— Me como a tu reina. Jaque mate. 

El Doctor no respondió Estaba mirando al suelo, como si estuviera deprimido, como si ya estuviese preparado para aceptar lo inevitable. Pero Rose podía ver lo que estaba mirando. Se dio cuenta de lo que estaba pensando, de lo que estaba planeando hacer. Y se agachó.

 

Había atravesado cojeando despacio y en silencio la plataforma bajo las campanas, deslizándose entre los pies del Doctor. Ahora, el gato estaba mirando fijamente a Wyse, sus ojos verdes brillaban. La patada del Doctor lo propulsó por el aire, directamente hasta Wyse. Directamente a la cabeza del hombre con las uñas sacadas, bufando de ira.

Wyse dio un grito de sorpresa. Dio un paso hacia atrás y levantó los brazos para protegerse mientras los ojos del gato brillaban débilmente. Las garras le arañaron la mano y el arma cayó olvidada a sus pies.

El gato gruñó dejando al descubierto sus afilados dientes en la boca completamente abierta. Arañó y desgarró a Wyse, pegándose a su cuello y rasgándole el rostro. Tenía al gato cogido por el cuello, tratando de evitar las garras que se agitaban.

Pero era demasiado tarde. Perdido ya el equilibrio, el renovado ataque del gato le hizo retroceder hasta el borde de la torre. Fue sorprendido por un breve instante, un tictac de un reloj, en el borde. Después se derrumbó hacia atrás, gritando, cayendo. La cara del gato estaba cerca de la suya. El aire les pasaba corriendo por delante, arrancándole el aliento.

Los ojos del gato fijos en la aterradora toma de concienciación de Wyse mientras caía a través de la niebla. Su voz era un chirrido metálico, como los engranajes protestando de un mecanismo roto.

¡Te pillé! —dijo el gato.