NUEVE

Solo hubo silencio cuando el Doctor terminó su historia. No lo había contado todo, por supuesto. Solo lo suficiente. Si hubiera comenzado a parlotear sobre cosas sin sentido como ser un alienígena del futuro, podría perderlos del todo.

Así que se quedó con lo esencial de la historia: misteriosos asesinos mecánicos enviados por una mujer enmascarada para asesinar al hombre equivocado. Suficientemente sencillo.

El personal que se había reunido con Crowther para escuchar la última parte de la historia del Doctor intercambiaba miradas, algunos preocupados, algunos divertidos, otros simplemente confundidos. Varios invitados estaban sentados cerca, escuchando con atención.

Aske y Repple eran los únicos que el Doctor conocía por su nombre. Repple en particular estaba observando al Doctor detenidamente, con el rostro inexpresivo. Aske miraba alternamente a Repple y al Doctor mientras se preguntaba cómo afectaría todo aquello a la mente de su paciente, o ¿acaso lo asimilaría a sus propios delirios?. Wyse levantó su copa e hizo girar las últimas gotas del pálido líquido que quedaba en el fondo de la copa. Se la terminó y se levantó.

Me alegro de haberme tomado ese brandy —dijo—. Creo que me tomaré otro. ¿Alguien más? —levantó las cejas inquisitivamente hacia el Doctor, y luego se giró para incluir al personal en su invitación—. ¿No?. Excúsenme, entonces. 

Aske se unió a él en los decantadores y dejó que Wyse vertiera una generosa cantidad en sendas copas. Le llevó una a Repple. Crowther se aclaró la garganta.

Disculpe, Doctor, pero ¿qué está sugiriendo que hagamos?. Si lo he entendido correctamente, cree que estos asesinos emprenderán el camino hasta aquí tan pronto como anochezca. 

Eso creo, sí —convino el Doctor—. Así que nos toca elegir qué hacer —y contó con los dedos—. Quedarnos y luchar. Levantar barricadas en las puertas y tratar de ahuyentarlos. Esconderse bajo las mesas —todavía le quedaba un dedo y chasqueó la lengua, como si tratara de recordar cuál era la otra opción—. Huir —decidió por fin—. Dejar que arrasen todo esto y que causen problemas ellos solos. Podríamos tratar de guiarlos hasta el exterior, pero dudo que eso funcionara. 

No voy a huir —anunció Repple—. Creo que todos sabemos a quién están buscando estos asesinos en realidad —se puso en pie, el brandy en una mano y la otra en el bolsillo de su chaqueta. Aske estaba de pie junto a él, reflejando su postura—. Siempre he sabido que este momento llegaría —continuó Repple—. Que las fuerzas del mal que se oponen a mí en casa tratarían de darme caza. 

No podemos estar seguros de que lo buscan a usted —puntualizó el Doctor cortésmente. 

Repple lo ignoró.

¿Quién estará a mi lado en estos momentos de necesidad?. ¿Quién de ustedes tiene el coraje y el honor para presentar batalla ante las fuerzas alzadas contra nosotros? —levantó la copa—. Por la victoria —declaró—. Y por 

Dastaria —Repple y Aske bebieron, y volvieron a tomar asiento.

Wyse tomó un sorbo a medias de su brandy.

Sí, bueno, sea como fuere —dijo—, me temo que es miércoles, así que no creo que pueda prestarles mi ayuda. Un compromiso anterior, ya saben. Pero —añadió—, me daré prisa en volver, en caso de que pueda serles de ayuda. 

El Doctor lo miró fijamente.

¿Un compromiso anterior? 

Wyse parecía un poco avergonzado.

Data de largo. No puedo faltar bajo ningún concepto. Es cada miércoles —sacó un reloj con cadena del bolsillo del chaleco, se puso el monóculo en su sitio y comprobó la hora—. Tengo una hora o así antes de que me vaya, si sirve de ayuda. Pero todos los miércoles juego al ajedrez con un amigo justo a lo largo del terraplén. No falto nunca. Lo siento. Volveré enseguida —añadió con una sonrisa de disculpa—. Es que no podemos dejar que esos canallas se salgan con la suya, ¿no?. No se puede dejar que establezcan las reglas y nos dicten cómo tenemos que pasar el tiempo que tenemos. 

Este último comentario pareció tocarle a Repple la fibra sensible, pues asintió vehementemente mostrando su acuerdo.

Mientras Wyse había estado hablando, varios miembros del personal y algunos invitados habían aprovechado la oportunidad para escabullirse. Ahora la habitación se había vaciado bastante. El Doctor contó la gente que quedaba: Aske y Repple, Crowther y dos de sus hombres. El resto de huéspedes eran dos hombres de avanzada edad, uno de los cuales, a juicio del Doctor, estaba tan sordo que no sabía si quiera de lo que se estaba hablando, y un caballero de mediana edad de generosa cintura, quien sonreía con gran expectativa.

El Doctor suspiró. No era exactamente un ejército, pero no cabía esperar que la gente se arriesgara por él. Incluso si se daba la remota posibilidad de que esos asesinos mecánicos vinieran a por él. Lo que más le entristeció fue lo de Wyse, pero supuso que el hombre sencillamente no le había creído. Como de costumbre, era demasiado educado como para decir algo así abiertamente, tampoco estaba dispuesto a renunciar a su preciosa noche sólo para seguirle la corriente al Doctor. Comprensible, pero triste.

He dicho a las damas que se fueran —confesó Crowther—. Espero que haya hecho bien. 

El Doctor asintió.

Supongo. Ahora es demasiado tarde, en todo caso. Aunque Rose es siempre de ayuda en caso de... —se interrumpió, mirando en derredor—. ¿Dónde está Rose? —se preguntó en voz alta. 

Más por instinto que por intención, Rose agarró a la criatura en el aire, asiéndola del cuello con ambas manos y girándola, de forma que aquellos rayos mortales trazaron sendos surcos negros y abrasadores por la pared que tenía detrás.

Sentía cómo aquella cosa se retorcía mientras ella luchaba por resistir. Su cuerpo era como un saco de huesos quebradizos y duros bajo la piel. Bufaba y luchaba. Las garras buscaban a Rose y ella trababa de mantenerlas a distancia. Sabía que no podría resistir mucho más.

Y se volvió de lado, asiendo aún al gato del cuello y apretando tan fuerte como era capaz, pero sin ningún resultado aparente. Los haces eran como lanzas que arrancaban la pintura y el revestimiento de madera con el frenético movimiento de la cabeza en su intento de alcanzar a Rose. La idea de que aquello era un gato real de carne y hueso se había esfumado de su mente. Rose aseguró los pies en la escalera y golpeó la cabeza de aquella cosa contra la pared tan fuerte como pudo. Se oyó un chasquido desagradable y el gato dio un gemido sobrenatural Lo volvió a aplastar contra la pared y se desplomó con el impacto, desencadenando otra andanada de lascas de yeso y pintura.

Uno de los ojos aún disparaba, ennegreciendo la pared según Rose balanceaba los brazos.

La luz del ojo se apagó. Pero todavía tanteaba con sus garras y bufaba por la boca de una cara abollada. Rose soltó el cuello con una mano y agarró al gato por la cola en su lugar. Volvió a asegurar la postura y soltó la otra mano. Ahora asía al gato por la cola con ambas manos, lo balanceó y lo estrelló con todas sus fuerzas contra la pared. Con un ruido desgarrador, como el de un coche al que despojan de sus engranajes, el gato quedó inerte en sus manos. Lo volvió a balancear, para asegurarse, para bajar la adrenalina, pues no se atrevía a creer aún que aquella cosa estaba muerta.

El pelaje del gato se abrió, como si estuviera mal cosido. Ruedas dentadas, engranajes, palancas, pequeñas piezas de metal se cayeron del interior y rodaron por el suelo. Saltaron escaleras abajo y se colaron por entre las tablas del suelo. Rose dejó caer lo que quedaba del gato. Se abrió paso entre las piezas de latón y acero que se habían desparramado por las escaleras. Tan pronto como pudo, salió corriendo.

En el rellano, todo estaba en silencio. Entonces, el panel de la puerta de las dependencias del señor Pooter se volvió a abrir. Y apareció un gato, examinando la escena que tenía frente a sí con unos ojos de color esmeralda. Era un gato negro, con un triángulo de color blanco bajo la cabeza. Se detuvo con la cabeza inclinada hacia un lado como si estuviera escuchando. Entonces el panel de la puerta se cerró y el gato bajó corriendo las escaleras. Tras Rose.

Incluso desde fuera, era evidente que algo estaba pasando en el Club Imperial. La figura que observaba desde las sombras más profundas, conforme el final de la tarde se convertía en noche, observó con interés.

Las persianas estaban cerradas en las ventanas. La puerta principal estaba cerrada con llave. Freddie oyó el chirrido de metal contra metal conforme los pernos se deslizaban. Se sentó en la acera, con cuidado, asegurándose de que no había nada afilado o áspero, y observó con interés. Vio al Doctor, recortado al contraluz de las ventanas antes de que se desenrollaran las persianas. Vio a Rose mirando desde una de las ventanas de los pisos superiores, escudriñando la calle. Freddie arrastró los pies hacia atrás con cuidado, hacia la oscuridad, esperando que ella no lo viera.

Se preguntó qué pasaría si el Doctor o Rose lo vieran. ¿Le invitarían a entrar, lejos del peligro y de los caballeros mecánicos cuya visita obviamente estaban esperando?. ¿O lo mandarían de vuelta a casa?. Seguramente llamarían a su padrastro para que viniera a por él, pensó. Lo mejor era que no lo vieran. Lo mejor era observar y esperar, y ayudar cuando pudiera. Si podía.

Comenzaba a hacer frío y Freddie se arropó más con el abrigo y comenzó a tararear para hacerse compañía. Era una canción que su padre le había enseñado. La habían silbado juntos mientras caminaban por la nieve aquella última noche, antes de que se refugiaran en el granero. Una melodía melancólica y cadenciosa. Si tenía letra, no la sabía. Pero sentía la emoción y la tristeza que la acompañaba. Se secó los ojos con el dorso de la mano y se imaginó a su padre de pie, detrás de él mientras vigilaba.

El hombre gordo se llamaba Wensleydale. Como el queso, había señalado el Doctor divertido. Había sido teniente fusilero, le dijo al Doctor y Rose.

En mis años jóvenes —añadió, acariciando su enorme estómago. 

Gracias por quedarse —dijo Rose. 

Él se rió.

No podía defraudarles. De todos modos, no tengo nada mejor que hacer, y no puedo dejar a gente decente en la estacada. 

No como Wyse —comentó Rose. Se volvió hacia el Doctor—. ¿Cómo pudo irse sin más? 

El Doctor se encogió del hombros.

Dijo que volvería. 

Sí, como Schwarzenegger. 

Pero él volvió —señaló el Doctor—. Tal vez Wyse regrese y salve el día. 

Es un buen tipo, de verdad —les aseguró Wensleydale—. Pero el miércoles es su noche de ajedrez. Todo el mundo lo sabe. Juega con algún tipo que se llama Ben o algo así. No sé dónde vive, pero Wyse me dijo una vez que su casa se veía desde el Embankment. Parecía resultarle divertido eso, pero, bueno, siempre está de buen humor. 

¿Qué pasa con el gato? —le preguntó Rose al Doctor una vez Wensleydale los hubo dejado. 

Muerto el perro... 

No, el gato. Pero sí, está bien muerto. Si es que los animales mecánicos se mueren. 

Preocupémonos de eso después. 

¿Crees que guarda relación con Melissa Heart y sus caballeros mecánicos? 

El Doctor frunció los labios y la miró fijamente.

Bueno, es una gran coincidencia si no lo es, ¿verdad? 

Verdad. 

¿Y de verdad crees que ella viene a por nosotros? —mantuvo la misma expresión, por lo que Rose suspiró y añadió—. Vale, es otra pregunta estúpida. Olvida que estoy aquí, como de costumbre. 

Él se sintió mortificado

Nunca me olvido de tí. ¿Cómo podría olvidarte, Rose Taylor? 

Es Tyler —le corrigió ella. 

Ambos sonreían ahora. La puerta trasera del Club se cerró con un golpe sordo, de lo más satisfactorio. Casi tan satisfactorio como el clic del la llave girando en la cerradura. Wyse se metió la llave en el bolsillo. Era una pena tener que marcharse y perderse toda la diversión, suponiendo que iba a haber diversión de verdad, pensó. Conocía al Doctor lo suficientemente bien y también confiaba en él lo suficiente como para creer que el Doctor pensaba que la amenaza que describió era muy real. Pero era, decidió, una cuestión de prioridad. Se apartó de la puerta, sin sorprenderse en absoluto al ver que el gato se había escapado con él. Sus ojos brillaban verdes en la oscuridad circundante. Wyse se agachó y le hizo cosquillas debajo de la barbilla. Sus ojos se estrecharon, pero no se opusieron.

Bien, es hora de irse. 

Wyse se enderezó, levantó una mano y la ondeó a modo de despedida, diciéndole adiós a la parte posterior del Club Imperial. Tarareó para sí, desafinando, al salir a la calle. Parecía que iba a ser una bonita noche, pensó. Un poco nublada, quizá lloviera después. La niebla y la neblina de Londres. Inevitables. Aunque por lo general estaba bien. Balanceó feliz el monóculo en su cadena conforme se alejaba hacia el Embankment, aparentemente sin que hubiera nada en el mundo de qué preocuparse. Detrás de él, el gato le seguía por la acera. Sus ojos no se apartaban de la figura que tenía delante. Cuando Wyse se paró para escuchar cómo daban la hora, también lo hizo el gato. Cuando avanzó, el gato se mantuvo a su ritmo. Wyse no miró atrás. Se detuvo, saludando con la cabeza a dos figuras con las que se cruzó y que caminaban por el lado contrario de la acera, y el gato se detuvo también. Pero no les dedicó ni una mirada. No pareció que se diera cuenta de que caminaban con rigidez, mecánicamente. Al menos, no más que Wyse. No le importó que parecieran más unas armaduras medievales que seres humanos. No se preguntó por ese rítmico tic-tac que acompañaba a las dos oscuras figuras que se dirigían hacia el Club Imperial.