DIECISIETE

El Doctor se había ido. Pero Repple y Melissa estaban esperando en el rellano de abajo cuando Wyse salió de la habitación del reloj y cerró la puerta de golpe tras él. Melissa dio un paso adelante al mirar Wyse hacia abajo.

¡Vassily! —gritó. 

Él la miró directamente, y ella levantó el arma en forma de tubo y disparó.

La cantería de la puerta más cercana a la cabeza de Wyse explotó en fragmentos cortantes. Éste apenas se estremeció, se tomó su tiempo, y apuntó con el revólver.

El sonido del disparo resonó con fuerza en el reducido espacio. Melissa dio un grito de sorpresa y dolor cuando la bala le arrancó el dispositivo tubular de la mano. Una línea de color rojo le cruzó la palma de la mano y el tubo cayó al vacío. Cuando los ecos se apagaron, Repple lo oyó hacerse añicos en el suelo, unos 90 metros más abajo.

Wyse había dado un paso adelante hasta la barandilla, fuera de la habitación del reloj. Volvió a apuntar. En el descansillo inferior de las escaleras, el resto de los Mecánicos levantaron los brazos.  La hoja reflejó la luz conforme un cuchillo diminuto giraba en dirección a Wyse. Movió la cabeza lo suficiente para que pasara y se incrustara en la puerta que tenía detrás. El arma apuntaba directamente a Melissa.

Disparó, se dio media vuelta y echó a correr en un solo movimiento. Melissa ni se inmutó.

Pero Repple sí. Saltó delante de ella y la bala le alcanzó en el pecho, haciendo que cayera por las escaleras. Se dejó caer al suelo, cerca de donde Melissa estaba de pie.

Su rostro inexpresivo ni le miró. Subió a toda prisa las escaleras y, mientras, iba gritando a los Mecánicos que la siguieran.

Repple se quedó allí tumbado, jadeante, escuchando los rápidos golpeteos de los pies mientras corrían tras Wyse.  Tanteó en busca de la herida y encontró el agujero que la bala le había abierto en el chaleco y la camisa.  Con dedos temblorosos, se adentró en el irregular agujero. Y sacó la cabeza aplanada que había impactado en su pecho metálico cubierto de carne. Se la quedó mirando fijamente.

¿Por qué no sangro? —murmuró— Luego arrojó lo que quedaba de la bala por la barandilla y se puso de pie. La bala rodó por las escaleras y se precipitó por el hueco de la escalera, rebotando, hasta perderse en el abismo. El sonido del descenso, de los saltos y del impacto final contra el suelo en el piso de abajo le llegó a Repple a los oídos mientras se apresuraba en pos de Wyse. Y cuando el sonido se apagó, por primera vez en su vida, Repple imaginó que podía oír el monótono tic-tac de un reloj procedente de algún lugar dentro de su propia cabeza. 

Wyse tan solo había recorrido un tramo corto de las escaleras cuando se agachó al abrigo de otra puerta de madera, la empujó y cerró tras él. Se puso en pie y escuchó, pegado a la puerta. Sonrió cuando Melissa y sus Mecánicos pasaron corriendo hacia el campanario.

Su sonrisa se congeló cuando oyó la voz del Doctor detrás de él:

Hola. 

La puerta daba a una estrecha galería que se adentraba en una de las caras del reloj que, con sus seis metros de diámetro, ocupaba la totalidad de una de las paredes. Más de 300 piezas independientes de vidrio se mantenían en su sitio gracias a la carpintería metálica.  Una gran biela de una de las salas del reloj adyacentes cruzaba la pared y se insertaba en el centro del reloj para manejar las manecillas.

La otra pared era una masa de bombillas que lucían brillantes, iluminando la esfera del reloj y arrojando las sombras del Doctor y de Wyse contra el opalino cristal. Un poco más allá de la posición de las seis en punto, se había abierto un gran panel de vidrio.

Wyse sabía que estaba sujeto con bisagras para poder acceder al reloj y poder realizar las tareas de mantenimiento. Dejaba un espacio apenas lo suficientemente grande para que un hombre menudo pasara a través de él. El Doctor estaba de pie junto a él, empujándolo para cerrarlo y  sonriendo con satisfacción.

¿Qué has hecho? —siseó Wyse. Levantó el arma. 

Pero el Doctor ya no estaba, se había apresurado hasta alcanzar el final de la habitación y doblaba la esquina hacia la siguiente cara del reloj. Wyse salió corriendo tras él. Se detuvo en el centro de la galería y empujó el panel de vidrio. ¿Acaso el Doctor se las había ingeniado para detener el reloj? ¿Estaba tratando de atascar el minutero antes de que pudiera dar las doce? ¿De verdad había trepado por la cara exterior del reloj y había vuelto dentro?

Se asomó a través del cristal. El viento le azotaba el pelo, haciendo que se arremolinara frenéticamente. Se inclinó tanto como se atrevió, tanto como pudo. Pero no era suficiente para ver la posición de las manecillas del reloj. Si hubiera sido de día, sabía que desde dentro se podía ver el largo minutero recortado contra el vidrio. ¿Dónde estaba ahora?

Incapaz de alcanzar nada a través del panel, Wyse soltó un gruñido tanto de satisfacción como de disgusto. Si él no podía, entonces el Doctor tampoco. Wyse se había descolgado, se había demorado en comprobaciones y le había dado al Doctor unos preciosos minutos más para lo que fuera que estuviera haciendo de verdad. Empezó a arrastrase hacia el interior.  Y descubrió que no podía moverse.

El Doctor esperó a que Wyse estuviera asomado al panel, después, retrocedió a toda prisa y lo sujetó con fuerza con las dos manos, evitando que pudiera volver al interior. Aunque así no evitaba que el reloj diera la hora, al menos resolvería un problema.

¡Melissa! —llamó, alzando la voz tanto como pudo— ¡Aquí, rápido! 

Wyse se había dado cuenta de lo que ocurría y forcejeaba por volver dentro. El Doctor lo visualizó encarando el arma en un ángulo tal, que pudiera dispararle. Aun así, el sonido del disparo, seguido inmediatamente por el ruido de cristales rotos, lo sorprendió. La bala rebotó en la pared interior. Los cristales llovieron sobre el Doctor, lacerándole la cara y las manos. Vio que la puerta del final de la galería se abría y que los Mecánicos lo miraban fijamente. Entonces la bala rebotó en el suelo y desgarró un cable vital. Las luces se apagaron, sumiendo al Doctor en la más completa oscuridad.

Dejó de sujetar a Wyse con fuerza cuando los cristales le arañaron las manos. Y Wyse renovó sus esfuerzos, empujando hacia atrás para deshacerse de su captor.  En ese mismo instante, algo chocó contra el Doctor y lo tiró al suelo, dejándolo desmadejado. El Mecánico parecía estar tan confuso como él con el apagón.

Hubo un pálido resplandor procedente de la siguiente galería, donde las luces todavía funcionaban. Una vez sus ojos se acostumbraron, el Doctor distinguió la alta silueta de uno de los Mecánicos por encima de él, tratando de alcanzar el lugar donde había estado Wyse. Pero el hombre ya no se encontraba allí. El Mecánico dio un paso atrás, como si estuviera perplejo. El Doctor se puso de pie, mirando a su alrededor con la esperanza de captar un atisbo de Wyse.

Lo que captó, en cambio, fue la fuerza de su ataque. Wyse descargó el hombro en la parte baja de su espalda, obligándole violentamente a dirigirse hacia la cara del reloj.

El cristal se hizo añicos al estrellarse el Doctor de cabeza contra él. Varios puntales metálicos se retorcieron y se rompieron. El aire frío y la niebla húmeda estallaron en la cara del Doctor, él mismo se sintió retorcerse, precipitarse y caer. A través del reloj. Al vacío. Unos 90 metros hasta el suelo.

Nadie la oía, estaba segura. Rose aporreó la puerta. Tiraba y empujaba, pero sin éxito. Tenía las mejillas mojadas y se las restregó, distraída, con el dorso de las manos mientras gritaba y gritaba, y rezaba para que alguien viniera a ayudarla.

¡Se está muriendo! —gritó. 

Pero no hubo respuesta.

En la esquina de la habitación, Freddie apenas respiraba ya, y cada vez más rápido. El reloj mecánico más preciso del mundo marcaba los segundos, implacable, conforme la sangre se le iba escapando lentamente del cuerpo.

Una vez que el reloj diera la hora y que los pesos cayeran, Wyse sabía que el proceso comenzaría. Tendría unos quince minutos para llegar a la nave antes de que el ambiente se volviera inestable. Diez, por seguridad. Se arrastró lentamente a lo largo de una de las galerías tras la esfera del reloj. Las luces todavía funcionaban aquí, pero escuchaba atento, en busca del menor atisbo de un mecanismo que no fuera el del reloj principal.

Tenía dos opciones. Podía ir a la nave ahora y esperar que los amigos del Doctor fueran incapaces de detener los mecanismos. Si todo iba según lo previsto, estaría a salvo en la nave para cuando estuviera a su máxima potencia, listo para abandonar este patético planeta atrasado.  O si no, al menos, sería libre y podría volver a intentarlo, si es que podía escapar de la Dama Pintada y de sus Mecánicos.

Por otra parte, podía quedarse hasta que el mecanismo se activara. Así se aseguraba de que todo funcionaba y todavía tendría tiempo de escapar a la nave. Había un elemento de riesgo, pero Shade Vassily no era de los que evitaban el peligro. Había permitido que lo marginaran una vez al aceptar el exilio en lugar de una muerte casi segura. No eludiría sus responsabilidades, su destino, otra vez.

Salió de la galería. Hizo una pausa para saborear la brisa fresca proveniente de la esfera rota del reloj que soplaba por la galería adyacente, y para escuchar los chillidos y gritos de ayuda de Rose. Los otros seguramente le estarían prestando más atención a ella que a darle caza a él. Sonrió y empezó a subir las escaleras hacia el campanario.

El viento hacía agujeros en la niebla. El aire estaba todavía frío y húmedo, pero a través de la niebla hecha jirones había una magnífica vista de Londres. En otras circunstancias, el Doctor se habría impresionado.

Pero en esos momentos colgaba de la parte inferior de la cara del reloj, tratando de agarrarse, con los dedos cansados. Bajo el reloj, la torre sobresalía ligeramente. Apenas una repisa, pero lo suficiente para que el Doctor chocase con ella mientras caía. Había rebotado, resbalado, gateado y por fín había conseguido agarrarse.

Casi ni eso. Se aferraba al borde de la cantería con los dedos.

Cantería que estaba resbaladiza por la niebla y la mugre de Londres que la recubría.

Una mano se desprendió. El Doctor frunció el ceño. Se retiró, tratando de encontrar un asidero.  Pero estaba demasiado lejos. Lo volvió a intentar, llegando tan alto como pudo, sintiendo que la costura de la chaqueta le cedía bajo los brazos. No podía morirse si necesitaba otra chaqueta. El Doctor apretó los dientes, listo para un último intento.

Su mano se balanceó de nuevo, agarrando el aire, sin encontrar nada. Al mismo momento, sintió que los dedos de la otra mano se resbalaban de la cornisa.

Lo siento, Rose —dijo en voz baja. 

Entonces la mano libre golpeó algo sólido. Instintivamente, lo agarró, sosteniéndose con fuerza. A fuese lo que fuese que le estaba sosteniendo. El Doctor se estaba moviendo, no caía al vacío sino que lo estaban arrastrando hacia arriba. Un momento después se encontraba sentado en la cornisa que había intentado agarrar tan desesperadamente. Era sorprendentemente amplia. Sentado a su lado estaba Repple. —Parecía que necesitaba que le echasen una mano.

Varias —el Doctor levantó la vista y comprobó que era fácil volver a escalar hacia el interior de la torre por la cara rota del reloj. Se puso de pie con cuidado y le dio una palmada en el hombro a Repple—. Gracias. Te debo una. 

Tenemos que detener a Wyse —dijo simplemente Repple mientras subía tras el Doctor. 

El Doctor ya estaba bajando con cuidado por el marco de metal roto y los restos de cristales rotos.

Tienes toda la razón. No hay tiempo para haraganear. 

Permanecieron juntos en la oscura galería, haciendo crujir el cristal roto con los pies. El sonido apagado de los gritos de Rose les llegaba desde la habitación del reloj, pero era imposible distinguir sus palabras.

Siempre tan impaciente —dijo el Doctor—. Tú te ocupas de Rose y Freddie. ¿Vale? 

Muy Bien, Doctor. 

Se apresuraron por la galería, de vuelta hacia las escaleras.

Y después mira si se puede atascar de alguna manera el mecanismo desde las habitaciones de debajo. Lo que sea para frenarlo. ¿Dónde está Melissa cuando la necesitamos? 

No lo sé. ¿Qué vas a hacer? 

El Doctor empezó a subir las escaleras, saltando los escalones de dos en dos, arrastrándose por la barandilla.

La caída de los pesos cuando el reloj suena es el detonante. Debe de tener una llave en ese sistema, en el campanario —desapareció por la esquina de las escaleras, su voz se convirtió en un eco, resonando por encima de los gritos de Rose—. Voy a desconectarlo. 

 

Rose estaba casi ronca de tanto gritar. Le pareció oír al Doctor, llamando desde fuera, y se detuvo a escuchar. Pero no había nada. Volvió a mirar a Freddie que parecía muy pálido. Trató de no mirar el charco rojo que crecía junto a él. ¿Cuánta sangre había en el cuerpo de un niño? Debían ser varios litros. Tres, tal vez. Trató de imaginar cuánto era eso, recordando una vez en que se le había caído una botella de leche en la cocina, cuando una jarra de cerveza se volcó en el pub...

Freddie le sonrió débilmente. Ella trató de devolverle la sonrisa.

Detrás de ella, la puerta crujió con un estruendo. Rose corrió hacia Freddie y juntos observaron cómo la madera se astillaba y se rompía alrededor de la cerradura. Alguien estaba forzándola para entrar.

¿Amigo o enemigo? —se preguntó Rose en voz alta. 

La cerradura cedió con un chirrido de metal rasgándose. Los tornillos cayeron al suelo, seguidos después por la propia cerradura. La puerta se abrió y Repple entró en la habitación.

¿De qué lado estás? —preguntó Rose— Y ya que estamos ¿quién se supone que eres? 

Se dirigió rápidamente hacia ellos y se arrodilló junto a Freddie, examinándole la herida de la pierna.

Estoy de tu lado —dijo—. Y empiezo a descubrir quién soy —levantó la vista hacia Rose—. ¿Por qué no se cura? 

Porque es hemofílico. Debería haberme dado cuenta —y fue entonces, cuando lo dijo en voz alta, cuando Rose empezó a llorar. Recordó a Freddie diciéndole que su padrastro no se atrevería a golpearle, diciéndoselo incluso antes de que el niño supiera que era un príncipe. Podía ver el rostro torturado de su madre y se preguntaba cómo afrontaba cada día, sabiendo que el más mínimo rasguño podría matar a su hijo. Pensó que era lo único que la gente recordaba de los Romanov. Eso y el hecho de que estaban muertos. Ahora su inocente estupidez estaba matando a Freddie. 

A través de las lágrimas, vio que Repple le había arrancado la pernera de los pantalones a Freddie y utilizaba el material empapado como torniquete. Ni siquiera había pensado en hacer eso.

Le ayudará —dijo Repple—. Pero no lo detendrá. Tenemos que cerrar la herida. Cauterizarla de alguna manera. 

Rose parpadeó para contener las lágrimas y se limpió la cara con la manga.

El destornillador sónico —recordó—. El Doctor dijo que puede cauterizar heridas. 

Encuéntrale. Consíguelo. 

Repple corrió con ella hacia la puerta, con la mano en su hombro.

Deprisa —dijo en voz baja, para que Freddie no oyera—. No le queda mucho tiempo. 

Las escaleras conducían a una gran área abierta en la parte superior de la torre. Las campanas colgaban en el centro. La más grande, el propio Big Ben, estaba en el medio, con cuatro campanas de cuartos más pequeñas agrupadas a su alrededor. Había una plataforma de madera bajo las campanas, ligeramente elevada del suelo de piedra que bordeaba la habitación. En las paredes se abrían unas arcadas abiertas que ofrecían distintas vistas de Londres.

El Doctor corrió hacia el campanario, saltando un pequeño puente de hierro que le llevó al otro lado de la habitación. Más escaleras le conducían a la galería superior pero las ignoró. En el lado opuesto de la habitación se encontró a Melissa, agachándose junto a una inmensa rejilla metálica que cubría la totalidad de un lado del campanario.

Un conducto de ventilación —jadeó—. Encienden un fuego en la parte inferior para sacar el aire a través del edificio —mirando a través de él, vieron la Torre Victoria, más corta y ancha, en el otro extremo del palacio—.Hay otro ahí dentro —añadió el Doctor con un guiño. Volvió a mirar hacia abajo—. Oh. 

Sí —dijo Melissa, mientras ambos miraban hacia el conducto. Estaba lleno de maquinaria—. Creí que quizá Vassily estuviese escondido en uno de estos conductos. 

Pues sí que ha echado horas aquí —comentó el Doctor. 

Melissa se enderezó. Señaló hacia el otro lado, hacia las campanas. Concretamente, hacia un pesado martillo que sobresalía ligeramente a un lado del Big Ben.

Ha fijado un mecanismo al martillo y de ahí a los pesos. 

El Doctor corrió a mirar.

Sí. Complicado. 

Puede desconectarse —dijo ella, uniéndose a él—. Pero, como dice, es complicado. 

Tenemos unos cinco minutos. Un paso en falso y los pesos caerán. El Big Ben tocaría una sentencia de muerte prematura. 

Una de las sombras cercana a la parte superior de la escalera se movió, separándose de la oscuridad y subiéndose al puente elevado sobre la plataforma de la campana.

Aléjese, Doctor —dijo Wyse. Estaba apuntándoles con el revólver—. Y tú —añadió, moviendo ligeramente la pistola hasta apuntar a Melissa. 

Entonces lo dejaré en tus manos —susurró el Doctor. 

Wyse recorrió lentamente el puente, sin apartar la pistola. La máscara negra y plata de Melissa se volvió para mirar fijamente al Doctor.

¿Confías en mi? 

Al final del puente, Wyse se detuvo. No podía acercarse más sin pasar por detrás de una de las campanas de los cuartos, lo que les daría una ocasión para escapar.

El Doctor mantuvo sus ojos fijos en Wyse mientras respondía a la pregunta de Melissa.

No eres una asesina. No realmente. Prefieres salvar vidas a perseguir monstruos, lo admito —el Doctor dibujó una sonrisa alentadora—.Todos lo preferiríamos. 

No debemos pretender ser lo que no somos — convino ella. Y Melissa Heart se quitó la máscara. 

Wyse se congeló al ver su rostro. No horrorizado, pero sí sorprendido. Melissa no le hizo caso y se volvió hacia el mecanismo fijado al martillo. El Doctor se lanzó por la plataforma, bajo la campana de  los cuartos, chocando contra el diafragma de Wyse.

La pistola cayó al suelo, rebotó y cayó al otro lado hasta detenerse cerca de una de las arcadas.

El Doctor envolvió con sus brazos las piernas de Wyse, derribándole. Uno de los pies se liberó y pateó salvajemente la cara del Doctor. Hizo una mueca de dolor por el impacto.

Lo mantendré ocupado —le gritó, jadeando, a Melissa. Soltó un brazo y buscó en su bolsillo mientras intentaba retener de Wyse con el otro brazo. ¡Necesitará esto! —se las arregló para sacar el destornillador sónico y arrojárselo a Melissa. 

Ella lo atrapó con facilidad y se puso a trabajar.

 

El vendaje le apretaba en la parte superior de la pierna y le dolía, pero Freddie pensó que estaba ayudando. Parecía que no sangraba tanto, aunque del rasguño seguía goteando sangre y el charco junto a él crecía.

He sido un héroe, ¿verdad? —preguntó con voz débil. 

Repple asintió.

Sí. 

Nunca supe que era un rey. Creí que sólo era una persona normal y corriente. 

Sí —Repple apartó la mirada. Freddie pensó que iba a decir algo más, pero se quedó callado. 

Eso es todo lo que quería en realidad. Pero está bien ser un héroe — añadió Freddie cuando Repple no dijo nada más. 

Repple se puso de pie.

Nunca lo supe —dijo—, pero también quería ser sólo una persona normal. Ahora 

parece que todos somos héroes —miró a Freddie, su expresión tan vacía e ilegible como una máscara—. Ahora me tengo que ir. Estarás bien. Te lo prometo.

Por favor, no quiero estar solo. ¿Volverás? 

Repple se detuvo en la puerta. Se volvió lentamente para mirar a Freddie.

Volveré —dijo. Tal vez fuese un truco de la luz, pero a Freddie le pareció que el hombre estaba sonriendo. 

El Mecánico había comprobado metódicamente cada una de las galerías detrás de las cuatro caras del reloj. Pero no había encontrado su objetivo. Se detuvo al final de la última galería, examinando la figura envuelta en sombras al lado de la puerta.

Sólo un gato que se dirigía cojeando lentamente hacia las escaleras. El mecánico le pasó por encima y salió al hueco de la escalera. Alcanzó a ver una figura moviéndose rápidamente hacia los niveles más bajos de la torre. Repasó, chasqueando, las posibilidades y opciones, y después empezó a bajar las escaleras en su persecución.

Demasiado tarde el Doctor se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Wyse lo estaba arrastrando, gateando por el suelo. Habían caído y rodado por los escalones desde el puente y el Doctor aún se agarraba firmemente a la pierna del hombre. Wyse se estaba estirando hacia uno de los arcos. Hacia la pistola.

El Doctor tiró de él, alejándolo. Pero Wyse logró recuperar unos pocos centímetros. Rozó el arma con los dedos. Unos segundos más y la tendría.

Un rostro apareció cerca del Doctor, justo a su lado, en el suelo. Rose, arrodillándose y mirándolo con urgencia.

Necesito el destornillador sónico —dijo. Estaba chasqueando los dedos—. ¡Lo necesito ahora! 

El Doctor le devolvió la mirada. Echó un vistazo a Wyse, a la mano cerrándose en torno a la pistola.

¡Rose! —dijo con asombro molesto. 

¿Qué? —miró hacia donde había mirado el Doctor—. Oh. Espera —con un suspiro, se levantó, pasó por encima de los dos cuerpos que luchaban y pateó con fuerza la mano de Wyse mientras éste se las arreglaba para hacerse con el arma. 

El arma se deslizó por el suelo, atravesando el arco, hasta que desapareció.

Bien —estaba arrodillada junto a él de nuevo—. Destornillador sónico. 

Lo tiene Melissa —articuló el Doctor con los dientes apretados. Wyse le golpeaba la mandíbula con los puños, hundiendo el rostro del Doctor. Cuando volvió a mirar, Rose se había ido. 

Lo necesito —suplicó Rose. 

Tendrás que esperar. 

No puedo. Freddie se está muriendo. 

Todos moriremos si no termino esto —dijo Melissa. 

Rose tragó saliva, tratando de no mirar a la cara de Melissa. Podía coger el destornillador sónico, quitárselo a la mujer y después salir zumbando. Pero Melissa tenía razón, eso no ayudaría. Pero si esperaba...

¡Entonces, date prisa! 

Melissa la miró. Por una vez, Rose pudo leer cada matiz de su expresión.

 

La enorme rueda dentada principal brillaba de aceite y grasa. Repple caminó a su alrededor, examinando cada detalle. Resultaba bastante fácil atascar algunos de los componentes más pequeños. Pero si la rueda principal giraba, se rompería todo lo demás. Allí era donde tenía que hacer el daño. Detener esa rueda y todo lo demás se detendría.

Pero no había nada que pudiera ver que asegurase que detendría la rueda. Nada que soportase la enorme fuerza una vez comenzara a moverse. Por encima de él, oyó los primeros repiques de las campanas de los cuartos anunciando las diez. Con un gemido mecánico, la rueda dentada comenzó a moverse lentamente, los dientes mordiendo los engranajes y palancas que tenía que hacer funcionar.

El ruido en el interior del campanario era ensordecedor. Rose no alcanzaba a imaginar cómo sería cuando sonase el Big Ben dentro de unos pocos segundos.

Melissa entregó a Rose el destornillador sónico sin hablar.

¿Has terminado? —Rose jadeó de euforia entre las campanadas. 

No —gritó Melissa—. Es demasiado tarde. 

El aire mismo pareció estremecerse cuando el Big Ben dio la primera campanada de la hora.

Rose corrió. Saltó por encima de las formas que eran el Doctor y Wyse luchando. Ignoró la risa de Wyse. Sus pensamientos eran sólo para Freddie. No importaba que todo el mundo estuviera a punto de morir, de que el mundo a su alrededor estuviera llegando a su fin. Si salvaba a Freddie. Durante unos preciosos segundos al menos.

¡Rose!— le gritó el Doctor entre las campanadas—. Dile a Repple que detenga el 

mecanismo. Que detenga la rueda principal. ¡Que la detenga ahora!

 

Había emoción y anticipación en sus pasos mientras se precipitaba por la escalera a toda velocidad. No era demasiado tarde, todavía no. Tenía que llegar hasta Repple. Salvar a Freddie y al mundo. Sencillo.

El Doctor ahora luchaba por escapar de Wyse, no por aferrarse a él. Con un grito de rabia y determinación se liberó, se dio la vuelta y se puso en pie. Echó un vistazo a Melissa. Todavía estaba trabajando en el mecanismo fijado al martillo, escarbando en él con sus largos dedos en la fracción de segundo en la que el martillo se quedaba parado antes de chocar contra la campana al dar la hora. Esperando desactivar el dispositivo de Wyse de tal forma que, si sobrevivían esta vez, no volviera a empezar cuando llegara el próximo repique de campana.

Tal vez ella lo estaba haciendo porque no había nada más que pudiera hacer. O tal vez estaba segura de que el Doctor aún podría salvarles. Esa posibilidad de su retornada confianza le estimuló y con una última patada de furia a Wyse, el Doctor corrió hacia las escaleras.

Rose cayó más allá de la habitación del reloj.

Ya voy, Freddie —gritó, mientras seguía su camino, hasta llegar a la habitación del prisionero y al mecanismo principal. 

 

La enorme rueda dentada empezaba ya a girar. Repple y el Mecánico habían destrozado una pieza separada del mecanismo y empujaban una barra de metal entre los dientes de la rueda. Pero mientras Rose miraba, la barra se rompió y el extremo roto desapareció detrás de la rueda como si se lo hubiera comido algún

monstruo industrial.

¡Hay que detenerlo! —gritó. 

Detrás de ella, otra figura entró en la habitación. El Doctor.

¡Oh, por fin! —dijo Rose. Agarrando el destornillador sónico firmemente como un talismán, se volvió para salir corriendo, para ir junto a Freddie, el corazón saltándole en el pecho. 

Pero Wyse bajaba corriendo por las escaleras. Sus ojos ardían de furia. Instintivamente, Rose le clavó el destornillador sónico con la esperanza de hacerle retroceder, fuera de su camino. En vez de eso, se mantuvo firme. Cogió el destornillador sónico, se lo arrancó de las manos y lo arrojó al otro lado de la habitación.

Cayó al suelo, rodando y rebotando al corazón del mecanismo. Rose volvió corriendo, con las piernas a punto de ceder, sintiéndose mareada cuando vio el destornillador sónico descansando sobre una repisa, que era uno de los dientes de la enorme rueda dentada. Elevándose lenta pero inexorablemente hacia los dientes de una pequeña rueda más pequeña pero aún capaz de aplastar el destornillador y hacerlo pedazos.

Sin pensarlo, Rose se lanzó tras él. Aterrizó en una plataforma giratoria en el centro de la maquinaria. Tumbada sobre su estómago, se giró lentamente hacia los dientes de la rueda dentada, extendiendo la mano hacia el destornillador sónico, con la esperanza de sacarlo de la rueda antes de que fuese aplastado.

Sabiendo que sería demasiado tarde.

Su brazo quedó atrapado en el borde irregular de la rueda dentada, su mano cerrada entorno al destornillador sónico, pero incapaz de tirar hacia atrás. Retorcida dolorosamente hacia arriba, hacia el metal descendente que le aplastaría la mano y la muñeca.

Y la plataforma giró, atrayéndola bajo los dientes de la rueda dentada en el otro lado. Dientes a punto de atravesarla mientras la secuencia final se ponía en marcha con un chasquido y las últimas campanadas del Big Ben se desvanecían en la noche.