44

Después de que los Childe se fueran en sus correspondientes coches con Eddie y Adrian pisándoles los talones furtivamente, Isaac y Jim se quedaron en la casa de los mil pasadizos secretos que el capitán Childe le había mostrado uno por uno a este último.

Tras las despedidas, la casa se quedó a oscuras tanto dentro como fuera, y ambos permanecieron alerta.

Jim pensó que era como si los viejos tiempos hubieran vuelto.

Sobre todo cuando se llevó el teléfono al oído y esperó que Matthias respondiera la llamada. Aunque, si de verdad hubieran regresado a esos días, el muy cabrón cogería el puto teléfono.

Jim estaba desesperado por ponerse en contacto con él antes de que apareciera allí pegando tiros.

La voz de su antiguo jefe se disparó en su oído.

—Isaac.

—No —dijo Jim lentamente. Dios sabía que había cabos sueltos por todas las esquinas—. No soy Isaac.

Se produjo un silencio que llenó un sutil zumbido de fondo. ¿Un coche? ¿Un avión? Era difícil estar seguro, pero seguramente sería un coche.

—¿Jim? ¿Eres tú? —preguntó mecánicamente, con una voz más muerta que muerta. Obviamente, hacía falta algo más que un saludito desde el más allá para impresionarlo, aunque aquello no parecía fruto de la impasibilidad de una mente privilegiada. Era más bien como si aquel hombre estuviera paralizado.

Jim eligió cuidadosamente sus palabras.

—Estoy más interesado en cómo estás tú. En eso y en la foto que has recibido. Me gustaría hablar de ella.

—No me digas. Pues ahora mismo tengo otras cosas en la cabeza… como por qué estás hablando conmigo por teléfono. Estás muerto.

—En realidad, no.

—Qué curioso, he soñado contigo. Te disparaba y no te morías.

Joder, estar a caballo entre dos mundos era realmente complicado.

—Ya lo sé.

—No me digas.

—Te llamo por lo de tu segundo de a bordo. Isaac no lo mató.

—¿Ah, no?

—Fui yo. —Mentira y gorda. Menos mal que nunca había tenido problemas con ese tipo de mierdas.

—Y yo te vuelvo a repetir que creía que estabas muerto.

—No del todo.

—Evidentemente. —Hizo una larga pausa—. Y si estás vivito y coleando, ¿por qué ibas a hacerle eso a mi mano derecha, Jim?

—Te confesé en aquel sueño que no permitiría que nadie se acercara a mi colega Isaac. Sé que me oíste.

—¿Me estás diciendo que debería empezar a llamarte Lazarus en lugar de Zacharias?

—Puedes llamarme como quieras.

—Bien, pues sea cual sea tu puto nombre, acabas de meterle una bala en la cabeza a tu «colega». Enhorabuena, porque con el único con el que pienso ajustar cuentas es con Isaac. Y ya me conoces, lo haré a mi estilo único e inimitable.

Mierda: Grier Childe. Apostaba cualquier cosa.

—No es lógico.

—Es totalmente lógico. O lo hizo Isaac y lo estás encubriendo esperando indulgencia, o de verdad fuiste tú, en cuyo caso tengo una cuenta pendiente contigo. Y la forma en que pienso saldar esa deuda será cargar un asesinato sobre tu conciencia. Teniendo en cuenta que odias los daños colaterales, eso será una auténtica putada.

—Rothe me ayudó a salvarte en aquel desierto polvoriento en el que casi te matas.

—No me des otro motivo para ir a por él —dijo casi gruñendo.

«Bingo», pensó Jim mientras apretaba con fuerza el teléfono. Había descubierto un punto débil para atacarle, y aquello era más importante que cualquier discusión sobre quién se había cargado a aquel demonio.

—Pareces resentido, Matthias. Muy resentido. ¿Sabes? Has cambiado.

—En absoluto.

—Claro que sí y ¿sabes qué? Ya no tienes el corazón para estos trotes. No sé si ya habrás caído en la cuenta, pero el antiguo Matthias no vendría en persona a hacerlo. Para él, esto no sería más que un mero trámite.

—¿Y quién ha dicho que vaya a ir?

—Yo. No te queda más remedio. Aunque esto tampoco lo sabes, te están obligando a venir aquí para matar a un hombre inocente. —El silencio subsiguiente le demostró que estaba sobre la pista correcta—. No entiendes por qué tienes que hacerlo tú mismo. No entiendes por qué estás pensando como piensas. Y sabes que estás perdiendo el control. Estás tomando decisiones y haciendo cosas que no tienen ningún sentido. Pero yo puedo decirte la razón: estás siendo empujado por algo que, si te dijera que existe, no me creerías. Todavía no te controla por completo, pero tiempo al tiempo.

Jim se quedó callado y dejó que aquella información se asentara en el cerebro de su ex jefe. Lo que Matthias necesitaba era un exorcismo, pero para eso era preciso su consentimiento. El objetivo era hacer que fuera a la casa para ponerse manos a la obra.

Hablando del tema…

—Al que tú considerabas tu segundo de a bordo no era lo que creías que era, Matthias. —Jim decidió ir más allá y forzar la situación—. Cuando hablaba contigo te parecía que tenía toda la razón del mundo, ¿verdad? Te influenciaba sutilmente, te dirigía y estaba siempre ahí cuando lo necesitabas. Al principio era algo imperceptible y confiaste en él, delegaste en él y empezaste a prepararlo para que se convirtiera en tu sucesor.

—No tienes ni puta idea de lo que dices.

—Y una mierda. Sé exactamente lo que estoy haciendo. A decir verdad, ibas a dejar que Isaac volviera a Operaciones Especiales, ¿verdad? Ibas a intentar encontrar la forma de no matarlo, ¿no es cierto? ¿Matthias…? Matthias, responde a la maldita pregunta.

Tras un largo silencio, Matthias respondió en voz baja.

—Es cierto.

—Y no se lo contaste a tu mano derecha porque sabías que él te habría hecho cambiar de idea.

—Y habría tenido razón.

—No, habría sido diabólico. Así era él. Piénsalo. Tú intentaste dejar Operaciones Especiales, pero él te empujó para que volvieras.

—Por si no lo sabías, estás hablando con un sociópata. Estoy en mi elemento.

—Sí, ya. Los sociópatas a los que todo les importa una mierda no ponen bombas en la arena y saltan encima de ellas. Admítelo, querías quitarte de en medio en el desierto y aún sigues queriendo hacerlo.

Por un instante, no se oyó más que el zumbido de fondo. Y luego Matthias dejó caer otra bomba, por así decirlo.

—Es por el hijo de Childe.

Jim frunció el ceño y retrocedió un poco.

—¿Perdona?

—El hijo de Childe lo cambió todo. Vi la grabación, vi a Childe llorando mientras su hijo se moría delante de él. Mi padre nunca habría hecho eso si fuera yo el que hubiera estado en aquel sofá. Él más bien me habría clavado la aguja en la vena. No podía sacarme eso de la cabeza. La manera en que el pobre cabrón miraba y lo que decía, que había amado a aquel chico como un buen padre.

Vaya, en cierto modo era difícil de imaginar que Matthias hubiera tenido un padre. Tenía más pinta de haber brotado por esporas.

Jim sacudió la cabeza y sintió compasión de Matthias por primera vez desde que lo había conocido, hacía ya años.

—Te lo pido, deja ir a Isaac. Olvida la venganza. Olvida Operaciones Especiales. Olvida el pasado. Te ayudaré a desaparecer y a ponerte a salvo. Déjalo todo atrás… y confía en mí.

Se hizo el silencio. Un silencio larguísimo durante el que únicamente se escuchó el monótono sonido del coche en marcha.

—Estás en una encrucijada, Matthias. Lo que hagas esta noche con Isaac puede salvarte y también a él. Tienes más poder del que crees. Únete a nosotros. Ven aquí, siéntate y charlemos un rato.

Probablemente era mejor guardarse por el momento lo de abrirlo en canal con un cuchillo de cristal y sacarle a la peste de Devina por la garganta.

Matthias suspiró entrecortadamente.

—No creía que fueras de esos de haz el amor y no la guerra.

—La gente cambia, Matthias —dijo Jim bruscamente—. La gente puede cambiar. Tú puedes cambiar.

* * *

Al otro lado de la cocina, Isaac no estaba seguro de haber oído bien: ¿había sido el propio Matthias quien había puesto la bomba que le había hecho saltar por los aires?

Dios santo. Recordó que aquel día tuvo que conducir el Land Rover a través de las dunas, para regresar al campamento. En cuanto bajaron a Matthias, los muchachos de las bolsas de sangre y los guantes de látex se arremolinaron a su alrededor y aquello fue todo lo que Isaac supo del tema.

En resumidas cuentas, que ni Heron había abierto la puta boca para contarle ni el cómo ni el dónde ni el porqué de la explosión, ni Isaac le había preguntado. Proporcionar «la información justa y necesaria» era la máxima de Operaciones Especiales: ¿que el jefe y un agente aparecían el uno hecho picadillo y el otro arrastrándolo por la arena en plena noche?

Pues vale. Problema suyo.

Después de todo, a veces la información que llevabas contigo era más peligrosa que un arma cargada apuntándote a la sien.

Mientras Jim le colgaba bruscamente al jefe, Isaac decidió aclarar un par de cosas con aquel hijoputa.

—En primer lugar, no necesito que te hagas el mártir por mí, así que corta el rollo ese de «lo maté yo». Y en segundo, ¿qué demonios estabas diciendo? ¿Matthias intentó suicidarse?

—En primer lugar —lo imitó Jim—, no me gustan los daños colaterales, así que te jodes y te aguantas con lo que tenga que hacer para salvarte el culo. Y en segundo lugar, sí, lo intentó. Era un artefacto de los nuestros y tenía muy claro dónde tenía que pisar. Me miró a los ojos mientras bajaba el pie y murmuró algo —dijo, negando con la cabeza—. No tengo ni idea de qué. Y luego ¡pum!, la mayor parte del detonador se volatilizó. Pero no todo. No todo.

Fascinante.

—¿Cuánto tardará en llegar?

—No lo sé, pero está en camino. No le queda más remedio.

Ya, ¿era algo así como lo del segundo de a bordo? Pues no le interesaba en absoluto, la verdad. Ya tenía la cabeza como un bombo de tanta información. Lo único que le importaba era que aquella noche se acabara de una vez.

—Estoy hasta las pelotas de esperar —murmuró.

—Bienvenido al club.

Isaac miró a su alrededor. El sistema de alarma estaba desconectado, al igual que el aparato que había detrás del armario de Grier. Sin embargo, todas las puertas estaban cerradas con llave, así que era muy probable que se enteraran si entraba alguien.

—Voy a ir arriba —dijo—. Echaré un ojo por allí.

—Vale. —Jim volvió a clavar los ojos entornados en el jardín como si esperara que alguien apareciera en cualquier momento—. Yo cubriré el patio de atrás.

Isaac estaba a punto de subir las escaleras de la parte trasera, cuando se detuvo y se inclinó hacia atrás para mirar hacia la cocina. Heron estaba delante de la cristalera con las manos en las caderas y el ceño fruncido. Definitivamente no estaba muerto. Y la verdad era que no parecía preocuparle el hecho de que una bala pudiera atravesar los cristales en cualquier momento.

—Jim.

—¿Sí? —El tío volvió la cabeza para mirarlo.

—¿Tú qué eres? Dime la verdad.

El silencio se alargó y la palabra «ángel» flotó en el aire que los separaba. Pero aquello era imposible.

Jim se encogió de hombros.

—Simplemente soy.

«Ya», pensó Isaac.

—Bueno… gracias.

Jim negó con la cabeza.

—Aún no estamos fuera de peligro.

—Da igual. Gracias. —Isaac se aclaró la garganta—. Nadie se había jugado el cuello por mí de esta manera.

En realidad, aquello no era cierto. Grier lo estaba haciendo, aunque de otro modo. Dios, el mero hecho de pensar en ella hizo que le ardieran los ojos.

Heron hizo una sutil reverencia y pareció realmente emocionado.

—De nada, amigo mío. Ahora déjate de sensiblerías y vigila el tercer piso.

A Isaac no le quedó más remedio que sonreír.

—Puede que después de esto necesite un trabajo nuevo.

En el rostro de Jim se dibujó una sonrisa que se desvaneció con rapidez.

—No creo que quieras pasar por el proceso de selección que yo tuve que hacer. Es muy duro.

—Menuda novedad.

—Eso fue lo que yo pensé.

Cuando Jim acabó de hablar, Isaac subió las escaleras.

En teoría, iba a vigilar desde el piso de arriba, pero aquélla no era la única razón por la que subía. Había otro motivo. Entró en el dormitorio de Grier, fue directo al armario y se quedó de pie ante el montón de ropa que quedaba sobre la alfombra de color crema. Ésta había dejado a medias la tarea de volver a colgarla porque un capullo se había volado la tapa de los sesos en el vestíbulo delantero.

Pero él solucionaría aquel problema.

Mientras esperaba a ver si aquello se convertía en una estrambótica reunión con Matthias o en un tiroteo que acabara con ambos muertos, fue recogiendo una por una las blusas, las faldas y los vestidos para poner orden en el caos.

Por fin podía recoger algo en su casa. Dios sabía que aquel cuerpo seguía aún allá abajo, aunque envuelto en plástico como si fuera un paquete listo para ser enviado por mensajería.

De todas formas, ya tendría tiempo para deshacerse de él más tarde.

Sin embargo, para ocuparse de las cosas de ella no habría ninguna otra oportunidad.

Además, el «sensiblero» que había en él necesitaba un último contacto con ella y lo más parecido que podía hacer era tratar con cuidado lo que en su momento había estado sobre su preciosa piel.