21

El Bentley de Rehv abandonó la carretera 149 norte y dobló por una estrecha entrada sin pavimentar. John se inclinó hacia el parabrisas para observar mejor el panorama. Los faros del coche iban iluminando los troncos de los árboles a medida que el vehículo zigzagueaba hacia el río. El paisaje se hacía cada vez más exuberante y agreste.

Apareció ante ellos una cabaña insignificante. Pequeña, oscura y sin pretensiones. Una construcción de estilo rústico con garaje independiente. Estaba, eso sí, en perfectas condiciones.

John abrió la puerta del coche Bentley incluso antes de que se detuviera por completo. Se bajó y se encaminó a la cabaña sin que Rehv se hubiese apeado aún. El miedo que le había invadido era en realidad una buena señal. Lo mismo había sentido en la colonia symphath. Sin duda Xhex protegía su casa con uno de sus campos de fuerza.

Sus propias pisadas le retumbaron en los oídos al atravesar el camino de entrada, pero se hizo el silencio cuando entró en el pequeño jardín rodeado de césped seco. John no llamó. Puso la mano sobre la cerradura y trató de abrirla con el pensamiento.

Pero la cerradura no se movió ni un milímetro.

—No podrás entrar aquí con tu fuerza mental —dijo Rehv, que se acercaba con una llave de cobre. La metió en la cerradura y abrió la puerta.

John frunció el ceño al no poder distinguir nada. Todo era oscuridad. Se puso en guardia, a la espera de que sonara una alarma.

—Xhex no cree en la utilidad de las alarmas —dijo Rhev en voz baja, leyéndole el pensamiento. Le sujetó para impedirle que entrase. Luego, en voz más alta, llamó a su amiga—: Xhex, Xhex, baja el arma, no dispares, somos John y yo.

Curiosamente, en aquella cabaña la voz de Rehv sonaba muy rara, pensó John.

No hubo respuesta alguna.

Rehv encendió las luces, soltó el brazo de John y los dos entraron en la cabaña. La cocina sólo tenía lo esencial: unos quemadores de gas, una vieja nevera y un fregadero de acero inoxidable. Nada sofisticado, pero útil al fin y al cabo. Todo parecía muy limpio y no había desorden por ninguna parte.

Miraron la estancia principal. No había correo ni revistas. Ningún arma a la vista.

Olía a moho, eso sí.

Al fondo había un espacio con un ventanal que daba hacia el río. Los muebles eran escasos: sólo un par de sillas de mimbre, un tosco sofá y una mesita.

Rehv siguió hasta el fondo, hacia una puerta cerrada que había a mano derecha.

—Xhex, ¿estás ahí?

Otra vez la voz le sonó muy rara a John.

Rehv puso la palma de la mano sobre la puerta y se inclinó hacia delante cerrando los ojos. De pronto, experimentó una especie de estremecimiento y dejó caer los hombros.

Xhex no estaba allí.

John se le adelantó, puso la mano en el picaporte y abrió la puerta de la habitación. En efecto, estaba vacía. Al igual que el baño.

—Maldición. —Rehv dio media vuelta y se marchó.

Cuando John sintió que una puerta se cerraba, se imaginó que Rhev había salido al porche. Maldijo para sus adentros. Miró a su alrededor. Todo estaba limpio y ordenado. Nada fuera de lugar. Las ventanas estaban cerradas y no había indicios de que las puertas hubiesen sido abiertas recientemente.

El polvillo fino que lo cubría todo era una prueba concluyente.

Era posible que Xhex hubiese estado allí, pero tiempo atrás. Y, si había estado hacía poco, procurando no tocar nada, no se había quedado mucho tiempo, porque John no podía detectar su aroma.

Estaba a punto de hundirse. Era como si la hubiese perdido otra vez.

Al principio, la noticia de que ella estaba a salvo le pareció suficiente para hacerle feliz, pero ahora, la simple idea de que estuviera escondida lejos de él le resultaba extrañamente dolorosa. Además, se sentía impotente. No había manera de averiguar lo sucedido.

Cada vez se sentía peor.

Al cabo de un rato se reunió con Rehv en el porche. Sacó su libreta, garabateó algo rápidamente y rogó al cielo que el symphath pudiera comprender sus sentimientos.

Rehv miró por encima del hombro y leyó lo que John había escrito. Al cabo de unos instantes, respondió.

—Sí, claro. Les diré que ella no estaba aquí y que fuiste a comer conmigo al local de iAm. Eso te dará por lo menos un margen de tres o cuatro horas.

John se llevó la mano al pecho e hizo una reverencia.

—Pero no vayas a meterte en un lío. No necesito saber adónde vas, eso es asunto tuyo. Pero si te pasa algo, me pondrás en una situación muy difícil. —Rehv volvió a clavar los ojos en el río—. Y no te preocupes por ella. Ya tiene experiencia. Ésta es la segunda vez que… que… se la llevan de esa forma.

John agarró con fuerza el brazo de Rehv. Pero el symphath no hizo ningún gesto… probablemente no podía sentir nada debido a lo que hacía para controlar su lado symphath.

—Sí. Como lo oyes, es la segunda vez. Ella y Murhder habían estado paseando… —Al ver que los colmillos de John se alargaban, Rehv esbozó una sonrisa—. Eso pasó hace mucho tiempo, olvida los celos. No hay necesidad de preocuparse por ello. En fin, ella terminó yendo a la colonia por razones familiares, pero su familia la engañó y la retuvieron allí. Cuando Murhder fue a rescatarla, los symphaths lo atraparon también y la situación se volvió crítica. Tuve que negociar con ellos para rescatarlos a los dos; pero el caso es que su familia la vendió en el último minuto, justo delante de mis narices.

—¿A quién? —preguntó John por señas.

—A unos humanos. Xhex se escapó, sin embargo, igual que esta vez. Y se mantuvo alejada de todos nosotros por un tiempo. —Ahora los ojos de color amatista de Rehv brillaron en medio de la oscuridad—. Ella siempre fue una hembra fuerte, pero después de lo que esos humanos le hicieron, se volvió de acero.

—¿Cuándo ocurrió? —dijo John modulando las palabras con los labios y tratando de controlarse.

—Hace unos veinte años. —Rehv volvió a mirar el agua—. Tiene que quedarte claro que ella no bromeaba en ese mensaje. A Xhex no le haría ninguna gracia que nadie pretenda convertirse en héroe liquidando a Lash. Tiene que hacerlo con sus propias manos. ¿Quieres ayudar? Déjala que se acerque a nosotros cuando esté lista… y mientras, mantente alejado.

Desde luego, lo más probable era que ella no tuviera ninguna prisa por buscarlo, pensó John. Y en cuanto a Lash, ¿qué podía hacer él? No estaba seguro de poder contener su sed de venganza. Ni siquiera por ella.

Trató de no pensar en aquellas cosas. Los dos machos se dieron un rápido abrazo y luego John se desmaterializó.

Cuando tomó forma, estaba otra vez en Xtreme Park, detrás del cobertizo, observando las rampas y las pistas vacías. El principal traficante no había regresado. Y tampoco se veían chicos con monopatines. Era de esperar. ¿Quién iba a aparecer por allí después del jaleo de la noche anterior, con los disparos y todos aquellos policías por husmeando?

Durante una temporada, el parque iba a ser como una ciudad fantasma.

John se recostó en la tosca madera del cobertizo, con todos los sentidos alerta. Comenzaron a pasar los minutos. John fue consciente del transcurso del tiempo tanto por el movimiento de la luna en el cielo, como porque su cerebro fue pasando de la tensión casi maniaca a una situación más serena, ansiosa pero razonable. Seguía torturándose, pero la tormenta interior era más fácil de soportar.

Xhex estaba libre y él ni siquiera sabía cómo se encontraba. ¿Estaría herida? ¿Necesitaría alimentarse?

Suspiró. Tenía que apartar de sí aquellos pensamientos.

Además, debería marcharse. Wrath había sido bastante claro en su advertencia de que no se metiese en peleas sin Qhuinn y, aunque desierto por ahora, el parque todavía era un sitio peligroso.

De repente, John cayó en la cuenta de adónde debería ir.

Se incorporó, se detuvo un momento y miró a su alrededor con el ceño fruncido. Otra vez tuvo la sensación de que alguien le observaba, que lo estaban siguiendo. Lo mismo le había sucedido al salir del salón de tatuajes la otra noche.

Esta vez, sin embargo, no se sentía con fuerzas para lidiar con su paranoia, así que se limitó a desmaterializarse. Quien lo estuviese siguiendo debería seguirlo por el éter o perderlo de vista. Allá el espía. Tampoco le importaba gran cosa lo que hiciera.

Se sentía completamente agotado.

Reapareció a sólo unas calles de la casa donde había masacrado al restrictor la noche anterior. Se sacó del bolsillo interior de su chaqueta de cuero una llave de cobre parecida a la que Rehv había usado en la cabaña.

La tenía desde hacía más o menos mes y medio. Xhex se la había dado aquella noche en que él le dijo que podía confiar en que no revelaría su secreto, su condición de symphath. Como ocurría con los cilicios, la llevaba con él a todas partes.

Al llegar junto a las escaleras de la cercana mansión antigua, insertó el trozo de metal y abrió la puerta. Las luces del sótano se activaban con el movimiento y de inmediato iluminaron un pasillo formado por muros de piedra pintada de blanco.

Una vez que hubo entrado, John cerró con cuidado y luego se dirigió a la única puerta que había en el interior.

Xhex lo había dejado entrar una vez a aquel refugio privado. Fue una noche en la que él necesitaba estar solo… pero aceptó su hospitalidad, y él perdió la virginidad.

Sin embargo, Xhex se había negado a besarlo.

La misma llave que había servido en la puerta principal abría la que llevaba a la habitación. La cerradura cedió sin oponer resistencia, las luces se encendieron y John entró…

Casi se muere al ver lo que había en la cama. Sintió que el corazón y los pulmones le dejaban de funcionar, que el cerebro suspendía toda actividad y que la sangre se le congelaba en las venas.

El cuerpo desnudo de Xhex estaba sobre las sábanas, hecho en un ovillo.

Cuando la habitación se llenó repentinamente de luz, la mano de Xhex se cerró sobre la pistola que reposaba sobre el colchón y, sin alzarla, apuntó a la puerta.

La hembra no tenía fuerzas para levantar la cabeza ni el arma, pero John estaba seguro de que sí podía apretar el gatillo.

Así que levantó los brazos con las palmas de las manos hacia delante, dio un paso hacia un lado y cerró la puerta con el pie.

La voz de Xhex sonó como un susurro.

—John…

Una lágrima roja como la sangre se formó en el ojo que estaba a la vista. John vio cómo se deslizaba lentamente por la nariz y caía sobre la almohada.

Xhex retiró la mano de la pistola y se la llevó a la cara, moviéndola lentamente, como si necesitara hacer un gran esfuerzo. Quería ocultar sus lágrimas.

Tenía marcas y cardenales por todo el cuerpo, en distintos estados de cicatrización, y había perdido tanto peso que los huesos se le marcaban. Tenía una tonalidad gris en la piel y su aroma natural casi había desaparecido.

Xhex se estaba muriendo.

John, horrorizado por lo que estaba viendo y sintiendo, tuvo que apoyarse en la puerta para no caerse.

Pero, pese a los temblores, reaccionó. Su mente entró en funcionamiento. La doctora Jane tenía que visitar a Xhex, y había que alimentarla cuanto antes.

No quedaba mucho tiempo.

Si quería que ella viviera, tenía que tomar la iniciativa.

John se quitó la chaqueta de cuero y se subió la manga, mientras se acercaba a Xhex. Lo primero que hizo fue cubrir la desnudez de su amada, doblando la sábana con delicadeza sobre el maltrecho cuerpo. Lo segundo, ponerle la muñeca junto a la boca… y esperar a que el instinto de Xhex la hiciera reaccionar.

Aunque ella no quisiera, su cuerpo no iba a ser capaz de resistir la tentación de tomar lo que él le estaba ofreciendo.

El instinto de supervivencia siempre se impone, incluso por encima de los sentimientos. John lo sabía muy bien.