¡Cuántas anécdotas, comentarios —sabiduría popular, en definitiva—, guardará la memoria de esta discreta mujer, verdadero baluarte de las esencias de toda una época! Ella seguramente estaba a lo suyo, que es cocinar como aprendió de su tía Luisa, esposa de Ciriaco, quien dio nombre a la taberna, y sobre todo de su querida hermana Ángeles. Las tres han dado vida y brío durante un siglo a la cocina de Ciriaco.

Doña Amparo Moreno no es persona de alharacas, ni de airear las intimidades de nadie, ni tan siquiera de presumir de saber más que el resto de los mortales, y eso que ejerce con suma maestría y no menos esfuerzo, porque tantas horas de pie en los fogones durante más de cuarenta años son difícilmente soportables ya para sus huesos.

Casa Ciriaco es todo un arquetipo de taberna ilustrada; cenáculo de pintores, escritores, toreros, políticos y demás gente de buen vivir que hicieron de esta santa casa, fundada por el segoviano Ciriaco Muñoz en 1917 y regentada en la actualidad por Godofredo Chicharro en solitario, al fallecer desgraciadamente hace tan sólo unos años su hermano Ángel. Sobre lo que un día comentó el pintor Zuloaga; de lo que pudieron decir los toreros Juan Belmonte o Domingo Ortega; de lo que pudo contar la madre del Rey Don Juan Carlos, los propios Reyes o los Príncipes; también del destripe que, seguramente, hacían de los personajes de la época en las largas sobremesas de las comidas que en este lugar celebraba el eminente periodista y escritor Julio Camba y después, a su muerte, sus amigos; del conocimiento que destilaba el gran Antonio Díaz-Cañabate… de todo ello seguramente podría hablar doña Amparo, pero no es su estilo. A ella siempre la verás a lo suyo, adoptando un discreto segundo plano en la cocina; elaborando, como siempre se ha hecho en esta casa, la excelente gallina en pepitoria, o las lentejas, por no hablar del cocido madrileño, los callos o las fabulosas alubias con perdiz.

Me gusta llegar a Ciriaco y, tras saludar a Paco y al resto de los excelentes camareros con los que cuenta el establecimiento, y por supuesto a Godo, buscar siempre a Amparo para, como hacía de pequeño con mi madre, olfatear sus guisos y alumbrar el festín, siempre honesto y humilde, que voy a darme. Ella me indica qué tiene para comer y sus palabras son religión para mí.

—Yo, ya sabe, doña Amparo, lo que usted me diga.

Luego, tras comer, normalmente con el café, suele acercarse a mi mesa para despedirse y recordarme que le toca masaje para aliviar sus dolores de espalda y el cansancio que acumulan sus castigadas piernas. Doña Amparo no ha acaparado titulares, ni artículos periodísticos, pero sus platos han merecido loas de cientos, de miles de personas, ilustres o no, que han visitado, con asiduidad o sin ella, este venerable lugar. Un lugar que se hizo célebre allá por 1906, siendo entonces ya una casa de comidas y fonda, aunque sin llamarse aún Ciriaco, porque desde una de las ventanas de la hospedería un anarquista llamado Mateo Morral intentó acabar con la vida de Alfonso XIII y su esposa Victoria Eugenia el mismo día de su boda. La bomba de fabricación casera lanzada al paso de la comitiva no acabó con la vida de los reyes, pero sí con la de decenas de personas. El lugar parecía estar predestinado a coquetear con la historia, a tener la aureola del acontecimiento muy presente.

Casa Ciriaco

Calle Mayor, 84

28013 Madrid

Tel. 915 480 620

Porque Ciriaco es historia y es un acontecimiento disfrutar de un almuerzo en sus salones. Estancias que si hablaran, como doña Amparo, seguramente nos revelarían detalles insólitos del último siglo en Madrid. Lugar para aprender lo que hemos sido y por lo tanto lo que somos. Lugar, también, para imaginar, olfatear, saborear…

Ciriaco es pura vida, como lo ha sido siempre la taberna. Ruidoso lugar donde se conspira o se escriben íntimos y secretos momentos de sana golfería. Un santuario de la memoria que con celo guardan sus actuales moradores. Porque allí resuenan hermosas palabras, pensamientos, ideas y reflexiones que seguramente cambiaron el rumbo de España. Y, sobre todo, porque perduran — gracias a doña Amparo— recetas de todos los tiempos que la modernidad no ha podido solapar con sus siempre vertiginosos aires de cambio. Todo sigue igual en Ciriaco desde hace ya casi un siglo.

El próximo 2017 cumplirá cien años desde que le diera su actual nombre Ciriaco Muñoz. Les apuesto que la crisis puede que para entonces haya cambiado muchas cosas, pero no la esencia de Ciriaco. Hay lugares que afortunadamente nada puede cambiar. Porque el cambio acarrearía su desaparición. Algo que no nos podemos permitir.