15. ME HABLA MI AMA
Me arrojaron al suelo ante la figura reclinada en la silla curul.
—Ésta es tu ama —dijo uno de los hombres señalando a la hermosa figura reclinada, ricamente vestida y velada, sentada con pose real en la silla curul.
Me arrodillé y alcé los ojos. Me habían quitado las esposas y me ataviaron con una escasa túnica blanca sin mangas.
Era todo lo que llevaba. Estaba descalza.
—Dejadnos —dijo la mujer. Los dos hombres se marcharon.
Yo alcé la vista atónita.
—¿No me conoces, Judy? —preguntó la mujer.
—No, ama.
La mujer echó hacia atrás la cabeza y rió alegremente.
Mi mente se desbocó. No podía conocerla, y a pesar de todo ella hablaba como si yo debiera saber quién era. Y me había llamado Judy. No me habían llamado Judy desde que abandoné la Tierra.
—Judy Thornton —rió la mujer. Por su risa supe que era joven, que, igual que yo, no era más que una chica, tal vez un poco mayor que yo. Mi ama era una chica. ¡Yo era la esclava de una mujer!
—¿Ama? —pregunté.
—¿Ha sido muy dura la esclavitud para ti, adorable Judy? —preguntó.
—Oh, sí, ama.
—¿No te gustaría ser libre?
—¡Sí, ama! —exclamé.
Con un gracioso gesto, la mujer se levantó el velo sonriendo, revelando su rostro.
—¡Elicia Nevins! —grité sollozando de gozo. Me arrojé llorando en sus brazos. Y ella me abrazó. No podía controlar mis emociones. La ordalía había llegado a su fin. Me estremecí, medio riendo medio llorando. Detrás de mí quedaban ahora el acero de las esposas de esclava, el temor del látigo, el dolor y la degradación de una esclava—. ¡Te quiero, Elicia! —grité—. ¡Te quiero! —Ahora sería libre. Pronto, con la ayuda de Elicia, volvería a salvo a la Tierra. ¡Me había rescatado!—. ¡Te quiero, Elicia! —sollocé.
La mujer me apartó de ella y yo retrocedí atónita, perdiendo pie y cayendo al suelo. Quedé de rodillas.
La miré sorprendida.
—Está bien que una esclava quiera a su ama.
—Por favor, no bromees —supliqué.
—¿No me estás agradecida? —me preguntó.
—¡Sí! ¡Sí! —grité—. Te estoy agradecida, te estoy muy agradecida, Elicia.
—Está bien que una esclava sienta gratitud porque su ama permite que viva en vez de hacer que la maten.
—¿Elicia? —pregunté.
—Sigue de rodillas —dijo fríamente.
—¿Cuándo me liberarán para volver a la Tierra? —pregunté.
—Siempre fuiste una estúpida —dijo ella—. Siempre me he preguntado qué es lo que los chicos veían en ti.
—No entiendo.
—Por eso tú eres una esclava y yo soy libre.
—Seguramente —musité—, no pretenderás mantenerme como esclava. ¡Tú eres de la Tierra!
—Esto no es la Tierra.
—Oh, por favor, Elicia…
—Silencio —dijo ella.
Guardé silencio.
—Fuimos grandes rivales, ¿verdad? —preguntó.
—Sí —dije yo.
—Va a ser muy divertido tenerte como esclava de servicio.
—¡Oh, no, Elicia! —supliqué.
—Incluso en la Tierra te veía como una esclava —dijo ella fríamente—. Cuando te veía en las clases, en la cafetería, en la biblioteca, caminando por el campus, asistiendo a las funciones, saliendo con chicos, riendo, aplaudiendo, tumbada junto a la piscina, adoptando poses para los chicos, encantadora y hermosa, intentando ser más bonita que yo, te veía como eras verdaderamente y como merecías ser, y como algún día serías: tan sólo una pequeña y adorable esclava.
—¡Libérame! —supliqué.
Ella rió.
—Me preguntaste si quería ser libre —gemí.
—¿Y quieres?
—¡Sí! ¡Sí! —exclamé.
—Eso hace que poseerte sea más gozoso —dijo ella—. Pero no serás libre. Eres una esclava por naturaleza, como muchas mujeres de la Tierra.
—¡Tú eres de la Tierra! —grité.
—Sí, pero no soy una esclava por naturaleza. Yo soy distinta.
Bajé la cabeza.
—¿Conoces los deberes de una esclava de servicio? —me preguntó.
—¡Elicia!
—¿Los conoces? No quiero malgastar mucho tiempo aleccionándote.
—Hasta cierto punto —dije fríamente.
—Para eso es para lo único que sirve una cosita como tú. Voy a sacar mucho partido de ti.
—Por favor, Elicia —dije rompiendo a llorar.
—Ve a mi habitación —dijo—, por esa puerta a tu derecha. En la pared hay un collar de esclava abierto y un látigo de esclava. Tráelos.
Entré en una sala muy hermosa, llena de arcones y espejos, y con un baño excavado. Cogí el collar y el látigo y volví.
Le di el collar y el látigo.
—De rodillas —me dijo.
Yo retrocedí y me arrodillé.
—Estabas muy hermosa en la tarima —dijo.
—Me viste —gemí.
Bajé la cabeza. Me había visto cuando me exhibían desnuda y me vendían.
—¿Por qué no me compraste entonces? —le pregunté.
—Había excelentes razones para no hacerlo. Me bastaba con conocer tu paradero y saber dónde podía adquirirte.
—No comprendo.
—Para asegurarme que no te seguían otros.
—No entiendo.
—Tu búsqueda ha sido muy larga.
—Has tenido muchos problemas —dije— para asegurarte los servicios de una esclava.
—Tu nombre es Judy —dijo ella, poniéndome nombre.
—Sí, ama.
—Por supuesto, ya entenderás que ahora es un nombre de esclava.
—Sí, ama. —Mi nombre podría ser cambiado a su voluntad.
—Me llamarás Lady Elicia, mi ama, o, como ya lo has hecho, simplemente ama.
—Sí, Lady Elicia, mi ama.
—Excelente, Judy —dijo—. Aprendes deprisa. —Se inclinó hacia atrás—. Oh, voy a disfrutar mucho teniéndote. Te rebajaré y te humillaré, te haré trabajar y haré contigo lo que quiera.
—Sí, Lady Elicia, mi ama —musité. Mi anterior rival ahora me poseía.
Se levantó sin esfuerzo de la silla curul y se irguió ante mí, sosteniendo el collar abierto. Era un collar de hierro, delgado pero sólido, decorado con pequeñas flores rosas, un collar adecuado para la esclava de una mujer. Había una diminuta escritura en el esmalte.
—¿Ves la escritura? —me preguntó.
—Sí, ama.
—Ya sé que no sabes leer, así que te la leeré yo. Dice: «Soy Judy. Devuélveme a Lady Elicia, de las Seis Torres». —Luego añadió—: Agacha la cabeza, esclava.
Me arrodillé, baja la cabeza, y el collar se cerró en torno a mi cuello.
Ella dio un paso atrás.
—La señorita Judy Thornton —dijo— con un collar a mis pies. —Se dio la vuelta con la deliciosa túnica que llevaba, alzados los brazos y cerrados los puños y los ojos—. ¡El triunfo! ¡El placer del triunfo! —gritó.
—¿El collar tiene mi nombre? —susurré.
—Sí —contestó mirándome—. Lleva mucho tiempo esperándote.
—Es un collar de diez horts —musité.
—Justamente tu talla —rió ella.
Me pregunté cuándo me había tomado la medida. Por lo que dijo, supuse que el collar no había sido hecho últimamente, que había sido hecho antes de que me vendieran en Casa de Publius, antes de la subasta en la que se habían hecho públicas mis medidas de esclava.
La miré.
—Se te tomaron medidas cuando estabas inconsciente —sonrió—, antes de que abandonaras la Tierra.
—¿Cómo llegué hasta aquí?
—Inconsciente, desnuda, en una cápsula de esclava.
Me estremecí.
—¿Sabes —continuó— quién te eligió para esclava, quién te designó para llevar el collar, quién te escogió, entre otros cientos de chicas, para ser atrapada?
—No, ama.
—Fui yo.
—¿Pero por qué, ama?
—Porque me complacía, y porque quería que fueras mi esclava.
Yo la miré horrorizada. Me acercó el látigo a la boca.
—Pon los labios en el látigo —me dijo.
Obedecí.
—¿Cuál es el deber de una esclava? —preguntó.
—Obediencia absoluta —musité.
—Besa el látigo.
Obedecí.
Ella volvió a la silla curul y se sentó sin dejar de mirarme. Sostenía el látigo en la mano derecha, las correas caían en la izquierda.
—Estoy segura de que nos llevaremos bien, ¿verdad, Judy?
—Sí, Lady Elicia, mi ama.
Me miró intensamente.
—¿Cómo es en realidad la esclavitud?
—Horrible, ama.
—Quiero decir, ser la esclava… de un hombre.
—Es horrible, ama.
—Me figuraba que una chica como tú, no como yo, habría disfrutado con ello.
—Oh, no, ama —dije—. Es humillante, degradante y terrible. Debemos obedecerles en todo. No puedes imaginar lo que eso significa.
—¿No eres lo que se dice una «esclava ardiente»? —preguntó.
—¡Oh no, ama! —protesté.
—Como mujer libre —dijo—, tuve pocas oportunidades de ver abusar de una esclava.
Me miró con curiosidad.
—Tellius —llamó—. ¡Barus!
Los dos hombres que me habían comprado entraron en la habitación.
Lady Elicia hizo un gesto hacia mí.
—Divertíos con ella —dijo.
—¡Ten piedad de tu esclava! —supliqué.
Me cogieron por los brazos y me arrojaron al suelo.
Sollocé. Me habían arrancado la túnica, y mi cuerpo rojo y desnudo se agitaba sobre los azulejos.
—¿Se puede seguir? —preguntó con curiosidad Lady Elicia.
—Todavía no ha experimentado ni el primer orgasmo de esclava —dijo Tellius agachado junto a mí, alzando la vista.
Miré dolorida a uno y otro lado. Alcé los ojos hacia él. Intenté quedarme quieta, pero mi cuerpo saltaba al tocarlo él. Grité desesperada.
—¿Falta poco? —preguntó ella.
—Sí —dijo Tellius—. Advierte su respiración, el sudor en su piel, sus movimientos, sus ojos.
—¡Oh, por favor, ama, ten piedad de mí! —gemí—. No dejes que me siga tocando. ¡Por favor, por favor, ama!
Entonces grité echando atrás la cabeza. Me aferré a Tellius.
—¡Tú eres mi amo! —susurré roncamente—. ¡Eres mi amo!
—No te muevas —me dijo él.
—Oh, por favor, amo —gemí.
—No puedes moverte.
Yo grité y me aferré a él con los ojos cerrados, arañándole, intentando unir más nuestros cuerpos. Entonces eché hacia atrás la cabeza con una mirada salvaje, abiertos los labios, y grité, rindiendo mi cuerpo a mi amo.
—Es el primero de los orgasmos de esclava —dijo Tellius.
—¡Te quiero, amo! —gemí abrazándole. La presencia de Lady Elicia había desaparecido. Yo, una esclava, estaba en brazos de un macho goreano. Le cubrí de besos y caricias mientras gemía:
—Por favor, toca a tu esclava, amo.
—Puta —exclamó Lady Elicia.
—¡Tócame más, amo! —supliqué.
—Sabía que serías así. Incluso cuando estábamos en el colegio. ¡Adorable Judy! ¡Una putilla!
Yo lamía el vello del brazo de Tellius.
—Por favor, amo —le supliqué.
—Eres menos que una puta —dijo Lady Elicia. Me miró furiosa—. ¡Eres una esclava!
—Te quiero, amo —le susurré a Tellius.
—Acaba con ella —dijo Lady Elicia levantándose enfadada de la silla curul—. Y cuando hayas terminado, asegúrate de que la asean y la arreglan, y que se presente ante mí con una túnica limpia.
—Sí, ama —dijo Tellius.
Lady Elicia salió de la habitación.
Miré a Tellius con terror.
—Por favor, no termines deprisa con tu esclava, amo —supliqué.
—No temas, zorra —dijo él.
Y no terminaron conmigo deprisa, sino que me infligieron los deliciosos castigos de mi esclavitud.
Cuando Barus se levantó de mi lado, dándome una patada, había abusado bien de mí.
—De rodillas —dijo Lady Elicia.
Estábamos en su dormitorio. Me arrodillé ante ella con mi túnica limpia.
—Has tardado mucho —dijo.
—Perdona a esta esclava.
—¿Albergas alguna duda —me preguntó— con respecto a tu condición de esclava?
—No, ama —dije con la cabeza gacha. Recordé a Tellius y Barus.
—Prepárame el baño.
Fui a sacar agua de la cisterna, y encendí el pequeño fuego en el trípode debajo del termo.
—El baño está listo, Lady Elicia, mi ama —dije arrodillándome ante ella.
—Desata mis sandalias —dijo sentándose en la cama—, y desnúdame.
Obedecí.
—Quítate la túnica.
Me quité la túnica.
—Ahora mira el gran espejo, ¿quién es la más bella?
Me arrodillé mirando al espejo y reprimiendo una lágrima. Siempre había pensado que tal vez yo era la más hermosa, pero ahora que estábamos desnudas, veía que mi ama era más hermosa que yo. Elicia Nevins, que había sido mi rival en belleza, era realmente superior a mí en hermosura. Yo no lo había sabido hasta entonces.
—¿Quién es más hermosa? —preguntó.
—Tú, Lady Elicia, mi ama.
—¿De verdad? —Sonrió.
—Sí —dije con la cabeza gacha—, Lady Elicia, mi ama.
Caminó hasta el borde de la bañera.
—Tráeme el látigo —dijo.
Cogí el látigo y se lo di.
—Ahora eres la esclava de una mujer.
—Sí, ama.
—Te comportarás con dignidad —dijo—. No harás que me avergüence.
De pronto me pegó con el látigo, y el golpe me hizo dar la vuelta. Volvió a pegarme y caí contra la pared. Me pegó otra vez y caí de rodillas, la cara y las manos contra la pared. Y me pegó de nuevo.
—Si miras siquiera a un hombre —me dijo—, te arrancaré la piel a latigazos.
Me acurruqué junto a la pared.
—Sí, Lady Elicia, mi ama.
—Ahora atiéndeme, me voy a bañar.
Entró graciosamente en el agua, envueltos los cabellos en una toalla, gozando de las multicolores espumas de belleza. Levantó los miembros, lavándose con indolencia, con elegancia.
Me arrodillé junto a la bañera para esperar sus órdenes, por si necesitaba alguna cosa.
—¿En qué estás pensando, Judy? —me preguntó.
—Libérame, ama —supliqué yo—. Libérame.
—¿De verdad crees que fuiste traída a Gor para ser liberada y devuelta a la Tierra?
—No sé por qué me trajeron a Gor.
—Yo sí lo sé.
—¿Solamente para ser tu esclava?
—Podía haber sido por eso.
—¿Pero hay algo más?
—Por supuesto —dijo ella—. Necesitábamos una chica, una chica que llevara un mensaje. Sería colocada, y atada, en un punto determinado. La recogerían cuando no hubiera riesgos, y la entregarían al contacto adecuado. Allí entregaría el mensaje. —Me miró—. Por desgracia, Tellius y Barus te perdieron.
—¡Iban a matarme! —exclamé.
—Querían que les transmitieras el mensaje. Entonces no sabían de qué forma lo llevabas. Yo sí lo sé. Ha sido una suerte para nosotros, y para ti, que no te mataran al pensar que te habías librado del mensaje, ocultándonos su contenido.
—Querían cuentas de esclava —dije—. No tenía ninguna.
—Sí.
—No llevaba ningún mensaje.
—Sí, pero no lo sabías.
—¿Y no podía llevar el mensaje un hombre? —pregunté.
—Las esclavas llaman poco la atención, excepto por su cuerpo. Pueden ser compradas y vendidas, y cambian fácilmente de manos, Suelen ser llevadas a través de largas distancias. Si permanecen ignorantes, pueden ser magníficos correos. Ni siquiera ellas saben que llevan un mensaje, ni siquiera ellas pueden sospechar. ¿Por qué iban a sospechar los otros, que no ven más que a otra esclava encadenada?
—Eres muy lista, ama.
—Y además —añadió—, si el mensaje cayera en malas manos, está tan escondido que nadie sabría que es un mensaje, y aunque se supiera que lo es, está muy bien cifrado.
—Tu inteligencia es brillante, ama —musité.
Ella levantó un brazo, dejando que el agua resbalara por él.
—Estás envuelta en una guerra —dije.
—Sí. Soy agente de una potencia política y militar, una gran potencia cuya existencia no conoces, una potencia interplanetaria. Se llama el Kurii. Hay mundos envueltos en una guerra, fiera y silenciosa, desconocida para ti y para millones de personas. Gor y la Tierra también están implicados.
—En esta guerra serán importantes las comunicaciones —aventuré yo.
—Y difíciles. Los enemigos no son estúpidos.
—¿No se puede utilizar la radio? —pregunté. Presumí que dispondrían de tales dispositivos.
—Las señales pueden ser interceptadas —dijo—. Y además es peligroso introducir tales materiales en la superficie de Gor. El enemigo los localiza rápidamente y los destruye.
—¿Cuál es el mensaje que llevo? —pregunté.
—No lo sé.
—Cualquier chica podía haber llevado este mensaje.
—Cualquier pieza de carne de esclava —dijo Lady Elicia.
—¿Entonces por qué fui elegida?
Ella rió.
—En el colegio competías conmigo —dijo—, me desafiabas, te atrevías a erigirte en mi rival. Fue entonces cuando decidí que tú, una encantadora e insignificante estúpida, serías mi esclava de servicio.
—¿Qué vas a hacer conmigo?
—Por la mañana se te identificará, y serás transportada por un tarn, como esclava desnuda, al puerto de Schendi, desde el que un barco de esclavos te llevará a la isla de Cos.
—¿Identificada? —pregunté—. ¿Barco de esclavos?
—Una pequeña marca química que llevarás en la piel, una señal para que te identifiquen nuestros agentes en Cos.
—¿Una marca química?
—Será invisible hasta que se te aplique el producto adecuado.
—¿Y no puede quitarse?
—Sí, pero tú no te la podrás borrar. Para eso se necesita una mezcla determinada de productos químicos.
—¿Me la borrarán?
—Claro que sí, después de que haya cumplido su misión, identificándote ante nuestros agentes. Sería una estupidez dejártela grabada. Llamaría la atención de los curiosos y quizás revelaría tu identidad como mensajera ante los agentes enemigos.
—Sí, ama.
Levantó la mano llena de espuma y sopló, observando las burbujas elevarse en el aire.
—El barco de esclavos no será un lugar agradable.
—¿Qué me harán en Cos?
—Te quedarás en el Chatka y Curla, una taberna de Paga. Y allí entrarás en contacto con nuestros agentes.
—¿Entenderé el mensaje?
—No, no lo entenderás. No harás más que entregarlo.
—¿Y cuando entregue el mensaje?
—Entonces te devolverán a mí.
—¿Y luego?
—Luego —dijo reclinándose en la bañera, gozando del agua cálida y espumosa—, comenzarás tu vida como mi esclava de servicio, Judy.
—Sí, Lady Elicia, mi ama.