6. EL FUERTE DE TABUK
Mi amo tendió la copa hacia mí y yo me arrodillé para llenársela de Paga de sul. Llevé los labios a la copa y luego se la ofrecí con los ojos brillantes, casi borracha con los vapores.
Luego me retiré.
—Excelente —dijo mi amo bebiendo el sul.
—Vino, esclava —dijo Marla tendiéndome la copa.
Dejé el sul de mala gana, y fui a buscar la jarra de Ka-la-na de Ar para llenarle la copa. Ella no me miró ni me dio las gracias, porque yo era una esclava. ¿Acaso no lo era ella también? La miré, envuelta en sus blancos ropajes, poniendo cuidadosamente el vino en los brazos de mi amo. Se había convertido en la favorita entre los amos, desplazando incluso a Eta. Desde el principio yo había temido que fuera demasiado popular. Aparentemente mi amo estaba encantado con ella. Yo la odiaba. Eta tampoco la miraba con mucho afecto.
Marla me miró y sonrió.
—Eres una esclava muy bonita —me dijo.
—Gracias, señora —le respondí conteniéndome. Puesto que ahora era la primera chica del campamento, estábamos obligadas a servirla y a tratarla de «señora». Aunque no llevaba ornamento alguno ni ropas finas, era la primera esclava del campamento.
Habían pasado meses desde el ataque al campamento de Lady Sabina. La mayor parte de ese tiempo lo habíamos empleado en un largo viaje.
—Dame de beber —me dijo Thurnus.
—Sí, amo. —Le acerqué la jarra de Ka-la-na.
Thurnus era un hombre corpulento de anchos hombros, desgreñados cabellos rubios y enormes manos. Era jefe de casta en el Fuerte de Tabuk. El Fuerte de Tabuk era una gran ciudad que albergaba a unas cuarenta familias. Estaba rodeada de una empalizada y se alzaba como el eje central de sus campos, que eran lenguas de tierra largas y estrechas que salían de la ciudad como los radios de una rueda. Thurnus poseía cuatro de estas franjas. El Fuerte de Tabuk debía su nombre al hecho de que el campo Tabuk, en un tiempo, solía atravesar el Verl, tributario del Vosk. El Verl estaba al noroeste del Vosk. Nosotros habíamos cruzado el Vosk hacía dos semanas. Ahora el campo Tabuk cruzaba a unos veinte pasangs a noroeste del Fuerte de Tabuk, pero la ciudad, fundada en el área por la que primariamente cruzaba el campo, conservó el nombre original. El Fuerte de Tabuk es una villa muy rica, pero es más conocida por sus ganados de eslín que por su abundante agricultura, debida a los oscuros y fértiles campos del sur de Verl. Thurnus, de la Casta de los Campesinos del Fuerte de Tabuk, era uno de los ganaderos más conocidos de Gor.
Thurnus me miró y gruñó:
—Te he dicho que me des de beber, preciosa —dijo, poniendo énfasis en la palabra «beber».
—Perdóname, amo. —Volví a llenarle la copa de Ka-la-na.
Thurnus levantó la copa y yo me dispuse a escanciar el sul. Entonces él sostuvo la copa muy cerca de su cuerpo y yo tuve que acercarme más.
—Acércate más, preciosa —dijo Thurnus.
Yo me acerqué de rodillas, llevando el Paga. Iba vestida con la provocativa y escasa Ta-Teera, que tanto realza los encantos de una chica.
Tenía miedo de Thurnus. Le había visto fijarse en mí muchas veces.
Vertí el sul en su copa, inclinando la cabeza muy cerca de él. Mi pelo había crecido mucho desde que llegué a Gor, aunque aún lo tenía más corto que la mayoría de las esclavas, que llevan los cabellos largos y sueltos, o recogidos a veces con una cinta en cola de caballo. Mi pelo caía ante mis hombros sobre la Ta-Teera.
Mi amo y sus hombres se sentaban con las piernas cruzadas en el gran barracón de Thurnus. La cabaña era alta y de forma cónica, con suelo de tablas levantado algunos centímetros sobre la tierra para evitar la humedad y para proteger la casa de insectos y sabandijas. Ante la puerta de entrada había unos escalones estrechos y bastos, similares a los de la entrada de la mayoría de las cabañas de esta villa. Thurnus era jefe de casta. En el centro de la cabaña había una pieza redonda de metal en la que colocaban los braseros o unos pequeños hornos de cocina. Junto a las paredes se alineaban las pertenencias del señor de la casa. En algún lugar de la villa estarían los almacenes y los establos. El suelo estaba cubierto de esterillas. En las paredes colgaban pieles y enseres. En el techo había un agujero para dejar salir el humo. La cabaña, probablemente debido a su construcción, no era de ambiente cargado, y a pesar de no tener ventanas y de disponer de una sola puerta, no estaba oscura a esa hora del día. A través de la paja del techo y las paredes se filtraban los rayos del sol. En verano la cabaña es luminosa y aireada. Está construida de Ka-la-na y madera de tem. El tejado y las paredes se rehacen cada tres o cuatro años. En el invierno, que no es muy duro en estas latitudes, las cabañas se cubren de lonas pintadas o, entre las familias ricas, con pieles de bosko ricamente ornamentadas y barnizadas con aceite.
La villa de Tabuk se extiende unos cuatrocientos pasangs. El camino del Vosk fue el camino utilizado muchos años atrás por las hordas de Pa-Kur cuando se aproximaban a la ciudad de Ar. Nosotros habíamos viajado por el camino del Vosk antes de cruzar el río en barcas. El camino es muy ancho, y está señalado con piedras que marcan los pasangs. Supongo que, dada su naturaleza, es un camino militar que lleva hacia el norte, lo bastante ancho para que avance un batallón de guerra, con los miles de carros de suministros y las máquinas de asedio. Estos caminos permiten el avance rápido de miles de hombres, y son muy útiles también para la defensa de fronteras, para el encuentro de dos ejércitos, o para la expansión del imperialismo y la conquista de los débiles.
Thurnus me miró.
—Besa mi copa, esclava —me dijo.
Puse los labios en la copa que sostenía en la mano.
—Y no separes los labios de la copa —dijo Thurnus— hasta que te lo diga.
Me mantuve con los labios en la copa y la cabeza inclinada. Una esclava goreana no se atreve a desobedecer.
—Thurnus —dijo su compañera, una corpulenta mujer libre que estaba arrodillada a su lado. No parecía muy contenta.
Cerca de allí había una especie de corral donde Thurnus tenía a sus chicas. No atendía los campos él solo.
—Calla, mujer —dijo.
A un lado de la cabaña, sobre una pequeña mesa, había una piedra de formas irregulares que Thurnus había cogido de sus propios campos hacía años, cuando fundó la villa que sería la comunidad del Fuerte de Tabuk. Después de muchos meses de vagar con el arco a la espalda, la vara en la mano y el cinto lleno de semillas, había llegado, hacía ya muchos años, a un lugar que le agradó, situado en la cuenca del Verl. Había sido expulsado de la villa de su padre por cortejar a una mujer libre del lugar. Le había roto los brazos y las piernas a su hermano, y la mujer le había seguido convirtiéndose en su compañera. Con él habían ido también otros dos hombres y dos mujeres que vieron en él los rasgos de un jefe de casta. Habían vagado durante meses, siguiendo la cuenca del Verl, hasta llegar a un sitio de su agrado, donde los animales vadearon el río. No les siguió más allá, sino que clavó en el oscuro suelo la estaca amarilla de propiedad y permaneció allí junto a la estaca con las armas en la mano hasta que el sol alcanzó su cenit y luego se puso lentamente. Fue entonces cuando cogió de sus propias tierras la piedra que ahora descansaba en su cabaña. Era la Piedra del Hogar de Thurnus.
—Thurnus —dijo su compañera.
Él no prestó ninguna atención. Habían pasado muchos años desde que ella le siguiera desde la villa de su padre. Él la mantuvo a su lado, como es costumbre entre los campesinos. Ahora era una mujer descuidada y gorda, y no podría volver a la villa de su hermano.
Yo seguía con los labios en la copa de Thurnus, que se la acercó más a sí.
Thurnus era un hombre fuerte y necesitaría muchas mujeres, o pediría mucho de una sola mujer. Yo suponía que su compañera ya no le resultaba atractiva o tal vez, debido a su orgullo de mujer libre, fuera demasiado distante para merecer su atención. Para un hombre es más fácil ver a una mujer que está a sus pies suplicando atención.
—Eres una esclava muy bonita —me dijo Thurnus, tocándome la pierna.
Yo no podía hablar con los labios en la copa.
—¿Cómo se llama? —le preguntó Thurnus a mi amo.
—No tiene ningún nombre —respondió.
Melina, la compañera libre de Thurnus, se levantó enfadada y salió de la cabaña.
—Tal vez deberíamos darle un nombre —sugirió Marla.
—Quizá —dijo uno de los hombres mirándome.
—¿Qué tal Chica Estúpida? —preguntó Marla.
Los hombres se echaron a reír.
—O Chica Torpe —continuó ella.
—Sí, mejor —dijo un hombre.
Yo estaba furiosa con Marla, y celosa de ella. Era una esclava muy insolente. Si yo hubiese hablado tan frescamente y sin permiso, me habrían azotado.
Pero ella era la primera esclava.
—Tienes razón —dijo mi amo—. Es torpe y estúpida, pero también es cada vez más inteligente y más bella.
Enrojecí de placer al oírle.
—Vamos a darle un nombre más apropiado para una esclava que quizá algún día pueda complacer a los hombres.
Mis labios seguían en la copa de Thurnus, y no podía evitar sus caricias. Comencé a sentirme violenta.
Thurnus rió. Y entonces sugirió dos nombres, ambos bastante descriptivos y embarazosos.
Moví las piernas. ¡Estaba furiosa! Era una esclava, y no podía hacer nada.
Me enfurecieron igualmente las risas que despertaron las sugerencias de Thurnus, porque sabía que si me daban alguno de esos obscenos nombres, tendría que llevarlos.
—Pensemos un poco más —bromeó mi amo. Era Clitus Vitellius, de la Casta de los Guerreros, de la ciudad de Ar.
Thurnus se acercó un poco más la copa, obligándome a adoptar una postura más forzada. Me apoyaba con las manos en el brazo que sostenía la copa que yo cogía con los dientes.
—Marla es un bonito nombre —dijo mi amo mirando a Marla entre sus brazos—. ¿No crees que Marla es un nombre muy bonito para una esclava?
—Oh, sí, amo —susurró ella—. Marla es un nombre estupendo para una esclava —y empezó a besarle en el cuello y en la barbilla.
—Tal vez debería llamarla Marla —dijo él.
Y en ese instante supe que mi nombre sería Marla. Me estremecí.
—Pero ya tenemos a una Marla entre nuestras esclavas —sonrió mi amo.
Yo no sabía qué nombre me pondrían.
—Si esta esclava sin nombre te interesa —le dijo mi amo a Thurnus, señalándome con la cabeza—, puedes hacer con ella lo que quieras.
—Pero tú has venido para inspeccionar el eslín —dijo Thurnus riéndose.
—Es cierto —mi amo se encogió de hombros.
—No perdamos más tiempo jugando con las esclavas. —Thurnus me miró—. Puedes apartar los labios de la copa —me dijo.
Retiré los labios de la copa, y él dejó de tocarme y se levantó.
Me arrodillé en el suelo con los ojos muy abiertos. Hubiera querido rascar con las uñas las esterillas del suelo.
Mi amo se levantó también y con él sus hombres. Marla, enfadada, se arrodilló. Éramos sólo chicas, y los hombres tenían asuntos que atender más importantes que nosotras.
Yo hubiera querido rodar gritando por el suelo.
Miré la Piedra del Hogar. En esta cabaña Thurnus era el soberano. En esta cabaña, aunque Thurnus hubiera sido un rufián o un ladrón, era el Ubar, porque aquí estaba la Piedra del Hogar. Un palacio sin Piedra del Hogar no es más que una barraca, y una barraca con una Piedra del Hogar es un palacio.
En esta casa, en este palacio, Thurnus era el jefe supremo. Podía hacer lo que gustara. Sus derechos y su supremacía eran reconocidos por todos los huéspedes, que compartían la hospitalidad de su Piedra del Hogar.
Si Thurnus me hubiera reclamado a mi amo, me habría tenido de inmediato. Una negativa de mi amo habría supuesto una grosería inexcusable, una traición, una falta de hospitalidad y de buenas maneras.
Pero Thurnus, aunque yo estaba segura de que tenía bastante interés por mí, no me reclamó. Me pregunto si con su actitud hacia mí no habría estado probando a mi amo, con el fin de conocerle mejor. Thurnus me había impresionado por su astucia. Mi amo había respetado su casa y su soberanía. Satisfecho con el reconocimiento de su poder, Thurnus no me había reclamado. Habiendo conformado el respeto de mi amo por sus derechos, había preferido, magnánima y noblemente, no hacer uso de ellos. Y yo seguía siendo propiedad de mi amo. De esta forma los dos hombres se habían mostrado respeto, a la manera goreana.
Eta me había advertido que en la fiesta que se celebraría esa noche habría un intercambio de esclavas, y que las chicas de la villa estarían a la disposición de los hombres de mi amo, mientras que sus esclavas, entre las cuales me encontraba, estarían al servicio de los hombres de la comunidad.
Los hombres se disponían a salir de la cabaña. Mi amo chasqueó los dedos y Marla se levantó de un salto y se dirigió hacia la puerta. Los hombres la siguieron.
Me quedé a gatas con los ojos llenos de lágrimas. Extendí la mano hacia mi mano.
—Siento haberte hecho enrojecer, esclava —dijo Thurnus volviendo la cabeza hacia mí.
—Por favor, amo —susurré yo.
—No tiene importancia —dijo él. Luego se encaminó a las escaleras—. Vamos a ver el ganado.
Cuando me quedé sola en la cabaña empecé a dar puñetazos a las esterillas. Al poco tiempo entró uno de los hombres de mi amo y me ató las manos a la espalda.
—Enfurécete y agítate hasta la fiesta, bomboncito —dijo—. Y entonces estarás preparada.