Capítulo 7

 

 

Kane entró en la oficina al día siguiente y miró a su secretaria con gesto de reconvención. Era una mujer muy lista y trabajadora, pero no tenía por qué sonreír así.

—Sí, me he tomado un día libre, ¿y qué?

—Nada. Que es una sorpresa para todo el planeta.

Él la fulminó con la mirada.

—Digamos que mis prioridades han cambiado.

—Ya, ya —rió Libby.

Kane estaba tan acostumbrado a los sermones de su secretaria como a los de su familia... pero no a los de Beth. Lo que no sabía era por qué le importaba tanto lo que dijese una flacucha de Crockett. Pero sí sabía que esa flacucha tenía la capacidad de excitarlo más que nadie.

Además, no era tan flacucha. Tenía todo lo que debía tener. Y sus pechos lo habían excitado mucho más que... otros más llamativos. Además, era divertida, simpática, generosa y besaba de maravilla.

Pero seguía siendo demasiado ingenua. Demasiado joven.

Kane dejó escapar un suspiro. No podía casarse con ella porque se merecía un marido que no fuera adicto al trabajo. Y tampoco podía tener una aventura porque... porque su padre lo castigaría desde el más allá. Había cosas que un hombre de verdad no podía hacer.

Como el matrimonio estaba fuera de la cuestión, solo les quedaba ser amigos. El problema era que no dejaba de recordar los besos y los gemidos de Beth cuando la acariciaba...

Maldición.

—Por cierto, Libby, me marcho dentro de una hora. Cancele todas mis reuniones de aquí a dos semanas. Voy a tomarme unas vacaciones.

Ella se quedó boquiabierta. Literalmente. No podía articular palabra.

Menos mal que aún podía dejar a alguna mujer sin palabras, pensó, entrando en su despacho. No lo conseguía con su madre, ni sus hermanas... ni con Beth.

—¿Y qué hago si... hay algo urgente? —preguntó Libby, cuando recuperó el uso de sus cuerdas vocales.

Kane pensó durante una fracción de segundo.

—Hable con Neil. Es mi mano derecha, ¿no? Pues que trabaje un poco.

Neil era uno de sus hermanos, graduado en la universidad de Harvard. Era un gran negociador y conocía bien el mercado, de modo que no le sería difícil solucionar cualquier conflicto que surgiera en la empresa.

—Voy a imprimir una autorización con su firma —dijo Libby entonces.

—Muy bien. Dígale que puede usar mi despacho mientras yo estoy fuera. A menos que usted no quiera...

La secretaria parpadeó.

—Yo no tengo nada que decir.

Neil y Libby habían salido a cenar una noche y, por lo visto, había sido un desastre de proporciones gigantescas. Desde entonces, su relación podría denominarse como abiertamente hostil.

—¿Seguro que no le importa?

—Claro que no. Que lo pase bien, señor O’Rourke.

Pensando en la casa de Beth, en el huerto, en el balancín y en el albergue, Kane sonrió. ¿Quién habría pensado que pintar paredes podía ser tan divertido?

Beth Cox lo hacía sentir bien consigo mismo. Hacía años que no dormía tan bien. Seguía incomodándolo fingir un romance con objetivos publicitarios, pero su hermano lo necesitaba... y ella era irresistible.

—Lo pasaré bien. Eso seguro, Libby.

 

 

Beth se metió en la ducha suspirando. Le gustaba levantarse tarde y, además, tenia unos días de vacaciones, pero estaba madrugando mucho. Más bien no podía pegar ojo. Por eso se levantaba tan temprano.

—¿Por qué he dejado que volviera a besarme? —murmuró para sí misma.

Llevaba una hora trabajando en el jardín y eran las nueve de la mañana. Y por si eso fuera poco, había visto la foto del beso en el periódico. La única razón por la que estaban interesados en ella era porque pensaban que Kane O’Rourke lo estaba.

Qué risa.

Kane sentía cierta atracción por ella, pero no duraría. Seguramente no volvería a verlo.

¿Por qué lo había besado? ¿Por qué era tan tonta?

Bajo el traje de chaqueta había otro hombre completamente diferente. Un hombre que aceleraba su pulso y la hacía desear algo que no tenía. Lo cual era ridículo. Había tenido suerte de encontrar el amor una vez. No podía volver a pasar.

Entonces sonó el timbre y Beth salió de la ducha envolviéndose en un albornoz. Emily solía pasar por su casa a esa hora, de modo que abrió la puerta sin pensarlo dos veces.

—¡Oh, no!

—Café y roscas de melocotón —dijo Kane, mostrando dos bolsas de plástico—. He pensado que podríamos discutir qué vamos a hacer a partir de ahora.

Beth se cerró el albornoz como pudo.

—¿Qué?

—Qué vamos a hacer con nuestro supuesto romance.

—¿Lo de anoche no fue suficiente?

El la estaba mirando de arriba abajo, perdido en sus pensamientos.

—¿Cómo?

—He preguntado si lo de anoche no fue suficiente. ¿Es que no has visto la foto del periódico?

—No.

—Pues mírala —dijo Beth, entrando en la cocina. Pero al darse la vuelta, se chocó contra algo. Kane, por supuesto.

Ella le puso el periódico en la cara y volvió a cerrarse el albornoz.

Aquel hombre era imposible. Para ser sincera, no estaba enfadada por el artículo ni por la foto. No le hacía gracia tanta notoriedad, pero esperaba algo así cuando aceptó aparentar que había algo entre ellos. Y todo terminaría la próxima vez que Kane llevase a alguna modelo a la ópera o a cenar.

La idea era deprimente.

—¿No es horrible?

—No creo —murmuró él, doblando el periódico.

—¿Multimillonario corteja a belleza local? Yo diría que es una hipérbole.

—Soy multimillonario.

—Pero yo no soy una belleza —replicó Beth.

—Yo creo que sí.

—Pues tendrás que ir al oculista.

—Veo perfectamente —sonrió Kane.

No le molestaba nada el artículo, aunque habría preferido mantener el beso en secreto. Besar a Beth era algo que quería hacer a solas, no con gente mirando.

Y en cuanto a lo de ser guapa... tenía una belleza serena, tranquila, sin estridencias. Excepto cuando llevaba un albornoz mojado bajo el que se marcaban sus pezones y la suave curva de su trasero.

Casi le había dado un ataque al corazón cuando Beth abrió la puerta.

—Por cierto, no deberías abrir medio desnuda.

—No suelo hacerlo, pero pensaba que era otra persona.

Otra persona. ¿Quién? Kane sintió una punzada de celos. Un sentimiento completamente nuevo para él.

—¿Quién?

—Emily Carleton, mi socia. Suele venir a desayunar conmigo.

Una mujer.

Kane se relajó. Pero no tenía derecho a ser posesivo, especialmente después de decirse a sí mismo que no podía casarse ni tener una aventura con ella.

Aquella confusión de sentimientos no era lo que había previsto. Pero con Beth Cox nunca podía estar seguro de nada. Además, le gustaba que fuera impredecible.

Y cuando se trataba de su aspecto... No era Miss Universo, pero, ¿quién piensa en Miss Universo al lado de una chica como ella? Beth tenía algo más importante, tenía corazón.

Una mujer así se merecía un hombre que estuviera pendiente de ella las veinticuatro horas del día. Kane sabía que no era ese hombre, pero lo lamentaba porque lo hacía sentir especial.

—¿Café? —preguntó, sacando dos tazas de plástico de la bolsa—. Lo he traído con leche y sin leche.

Beth lo miró durante unos segundos, sin contestar.

—Con leche —dijo por fin—. No piensas irte, ¿verdad?

—No.

—Pero ese artículo ya es suficiente publicidad. No tenemos que seguir aparentando.

—No estoy aparentando que somos amigos — dijo Kane.

Beth parpadeó.

Cada día estaba más confusa. Kane O’Rourke no tenía tiempo para hacer amistad con una chica como ella y tampoco estaba interesado en un romance. Además, ya había explorado sus menos que generosas curvas, de modo que no eran un misterio.

—No funcionará. Ni siquiera sé porque alguien cree que puedes enamorarte de mí.

—Quizá lo que se preguntan es cómo puedes tú enamorarte de mí—sugirió él—. Eres una chica estupenda y yo, solo un tipo con mucho dinero.

¿Lo decía en serio? Beth empezaba a preguntarse si era así como Kane se veía a sí mismo.

—Pero si eres un hombre maravilloso —dijo, exasperada—. Eres inteligente, cariñoso, rico, cuidas de tu familia... Puede que seas un poco anticuado en cuanto a las mujeres, pero eso es agradable... a veces. ¡Y, además, eres el hombre más guapo que he visto en mi vida!

Kane sonrió de oreja a oreja.

—Entonces, ¿por qué no quieres que seamos amigos?

—Yo no he dicho eso.

—O sea, que podemos ser amigos, pero de romance nada.

Beth hubiera querido ponerse a gritar y besarlo al mismo tiempo. Pero le daba miedo. Kane podría destrozar su vida. No lo haría a propósito, pero ocurriría de todas formas. Lo que sentía por él era aterrador y maravilloso a la vez. Y acabaría con el corazón roto, estaba segura.

—No podemos ser amigos —dijo, intentando ser razonable—. Piénsalo. Vivimos en mundos diferentes...

—Hay carreteras, teléfonos, correo electrónico...—la interrumpió Kane.

—Eres multimillonario. Y yo tengo la mitad de una tienda de ropa para niños.

—¿Ves? Los dos somos negociantes. Eso nos dará algo de qué hablar, aunque no creo que nos quedemos sin tema de conversación.

Beth dejó escapar un suspiro de impaciencia.

—No estás escuchando.

—Estoy escuchando y contradiciéndote.

—Yo no tengo familia, tú tienes una familia enorme. Tú madrugas, yo odio madrugar.

Él sonrió.

—Seguro que podría hacerte cambiar de opinión.

La sugerencia, nada sutil, hizo que Beth perdiera la concentración. La imagen de cómo podría hacerla cambiar de opinión era imposible de ignorar. Y le daba escalofríos.

Por supuesto, no lo decía en serio. Quería ayudar a su hermano, nada más. Pero, ¿cómo podía negarse? Ella no tenía familia y apreciaba el cariño que Kane mostraba por la suya.

—¿Qué dices, Beth? Podemos ser amigos. Los demás pueden creer lo que les dé la gana.

Amigos. Imposible. Kane O’Rourke era demasiado... de todo. La tentación en carne y hueso.

—De acuerdo. Pero nada de besos —dijo entonces.

—Eso no te lo puedo prometer.

—¿Por qué no?

—Porque yo siempre cumplo mis promesas y no estoy seguro de poder cumplir esa en concreto. Vístete y hablaremos de lo que vamos a hacer hoy.

—Estaba pensando en adoptar un gatito —dijo Beth entonces.

—Estupendo —sonrió Kane, sacando su móvil del bolsillo—. Voy a llamar a mi secretaria. Supongo que habrá alguna tienda de animales...

—Quiero un gato abandonado.

—¿Qué?

—Un gato callejero—explicó ella.

No sabía por qué lo había dicho. Aunque, en realidad, le encantaban los animales y llevaba mucho tiempo pensando en adoptar uno.

—¿Y de dónde sacamos un gato callejero? Vale, intentaré cazar uno y...

Beth soltó una carcajada.

—Desde luego, vives en otro mundo. En el refugio para animales de Crockett hay muchos gatos abandonados. No tienes que cazarlo, bobo.

—¿También eres voluntaria del refugio?

—Hemos organizado algunos actos para conseguir dinero. No es fácil mantener un veterinario en nómina, ya sabes.

Kane sonrió. Beth Cox era la mujer más tentadora y más dulce de la tierra.

—De acuerdo. Ponte algo de ropa e iremos a rescatar a un gato callejero.

Mientras la esperaba en la cocina tomando el café, sacudió la cabeza. ¿Cuándo se había olvidado de los gatos callejeros? ¿Desde cuándo pensaba solo en gatos de pura raza, comprados en las mejores tiendas?

Beth lo hacía pensar en todo eso. Ella tenía lo que les faltaba a otras mujeres mucho más guapas. Tenía corazón, tenía personalidad. Y Kane quería ser mejor persona para ella.

Esa era la clase de amiga que necesitaba un hombre. ¿O no?

Mientras iban al refugio, seguía dándole vueltas a la cabeza. Cuando llegaron y vio que los ojos de Beth se llenaban de lágrimas al ver aquellos animales enjaulados, su corazón se encogió. Parecía querer llevárselos a todos. Por fin, eligió un enorme gato pardo que ronroneó de placer cuando lo tomó en brazos. Se llamaba Smoke.

—¿Sabes lo que voy a hacer? Poner un anuncio en la oficina. Mis empleados pueden venir a Crockett para adoptar un animal de forma gratuita. Incluso podrán hacerlo en horas de trabajo.

—¿Lo dices en serio?

La mirada esperanzada de Beth hizo que deseara poner el mundo a sus pies. Le habría ofrecido la luna para verla sonreír.

Entonces un gatito asomó la pata por entre los barrotes, maullando. Era pequeño, atigrado, con los ojos verdes y cara de bueno.

—¿Qué te parece, Smoke? ¿Quieres tener un hermanito?

El gato pardo bostezó, desinteresado. Antes de que se viera asaltada por más pretendientes, Kane la sacó de allí e insistió en pagar por los dos gatos. El pequeño parecía incómodo en la jaula, pero Smoke se echó a dormir tranquilamente. Desde luego, el insomnio no era uno de sus problemas.

—¿Quieres sacarlo de la jaula?

—Sí, pobrecito... —murmuró ella, acariciándolo.

Por primera vez en su vida, Kane sintió envidia de un gato. Esos dos felinos iban a ser acariciados y mimados por Beth... como a él le gustaría ser mimado y acariciado.

—Supongo que necesitarás comida y todo lo demás.

—Ah, se me había olvidado. Hay una tienda de animales aquí cerca. Si no te importa parar un momento...

—Claro que no.

—Llevo dinero en el bolso...

—Solo es comida para gatos —sonrió él, deteniendo el coche—. Tú quédate aquí cuidando de los niños.

«Quédate aquí cuidando de los niños». Beth contuvo la respiración. Kane O’Rourke era un problema porque era el sueño de cualquier mujer: alto, fuerte, sensible y tan guapo que tenía que hacer un esfuerzo para no arrancarle la ropa. Y empezaba a sentir el absurdo deseo de tener niños con él.

—Pero no necesito un niño. Os tengo a vosotros, ¿verdad? —murmuró, acariciando al gatito.

Entonces vio a Kane salir de la tienda cargado de bolsas que guardó en el maletero.

—¿Qué has comprado? —preguntó, cuando volvió a sentarse frente al volante.

—Un par de cosas que te harán falta.

—Kane, no puedes comprar...

—Beth —la interrumpió él, imitando su tono—. Si quiero comprar regalos para mis ahijados, puedo hacerlo.

—No son tus... bueno, de verdad...

—Me gusta estar contigo —rió él—. No me aburro ni un solo momento.

A Beth le extrañaba que no se aburriese. Lo llevaba a pintar un albergue, a un refugio para animales... Desde luego, Crockett no era Las Vegas.

Le sorprendía que Kane disfrutase con cosas tan sencillas. A ella le gustaba su vida... o al menos le había gustado hasta que Kane O’Rourke apareció, poniéndolo todo patas arriba. El problema era cómo se sentiría cuando él volviera a su mundo, a Seattle.

Cuando llegaron a casa, Kane sacó del maletero comida para gatos, dos camitas, dos cajas de arena, juguetes, productos contra las pulgas...

—¿Dónde pongo todo esto? —preguntó, tan tranquilo.

Beth señaló la habitación de invitados.

Jamás en su vida habría podido imaginarlo llenando cajas de arena para gatos. Era raro que a un hombre con tanto dinero no le importase ensuciarse las manos.

Pero lo más raro de aquel día fue cuando se quedaron dormidos en la hamaca del jardín, con Smoke sobre el pecho de Kane y el pequeño en sus brazos.

Como no había nada relajante en Kane O’Rourke, Beth supuso que ambos estaban muy cansados.