Epílogo
—Cierra los ojos, cariño.
—Pero no veo nada...
—Por eso, tonta —rió él.
Con su novia en brazos, Kane apretó el botón del ascensor.
—No me lo digas. Vamos a merendar en la suite. Perritos calientes, hormigas de plástico, sidra... —murmuró Beth, besándolo en el cuello.
Él dejó escapar una mezcla de suspiro y rugido que no presagiaba nada bueno... o al revés.
Se habían casado relativamente rápido, cuatro semanas después de proponérselo, pero a Kane le pareció una eternidad. Aparentemente, hasta la más sencilla de las bodas requería un montón de pruebas, ensayos, horas mirando revistas... Y eso solo su madre. Sus hermanas habían sido mucho peor.
Beth sonreía todo el tiempo, mostrándose nerviosa solo cuando se quedaban a solas.
Y por fin la espera había terminado. Tenía a su esposa para él sólito.
Completamente, porque había reservado un piso entero del hotel Emperatriz para su luna de miel.
—No vamos a merendar perritos calientes — rió Kane—. ¿Qué te parece el champán francés?
—Muy caro —contestó Beth.
Kane sonrió. Le costaría trabajo acostumbrarse a ser la esposa de un multimillonario, pero a él le gustaba recordarle las cosas buenas que podían hacer con su dinero.
—¿Le he dicho lo guapa que es, señora O’Rourke?
—En los últimos cinco minutos, no. ¿Puedo abrir los ojos?
—Espera un poco más.
Cuando salieron del ascensor, Kane la llevó hasta la suite, pasando al lado de dos guardias de seguridad a los que había contratado para asegurarse de que nadie los molestaría.
—¿Dónde vamos, a Mongolia?
—No —contestó él, entrando en una de las románticas suites del ático—. Ya puedes mirar.
Cuando Beth abrió los ojos, dejó escapar un grito de alegría.
—Es preciosa.
—Aquí era donde debíamos haber pasado nuestra primera noche. En habitaciones separadas, por supuesto —dijo él, besando a su esposa.
Su esposa. Dos palabras que lo hacían desear caer de rodillas.
Cuando por fin la tumbó sobre la cama con dosel, respiraba agitadamente. Pero como no le parecía correcto pedirle que se desnudase inmediatamente, tuvo que dar un paso atrás, intentando armarse de paciencia.
—Voy a... abrir el balcón.
Beth lo observó, sonriendo. Seguía sin creer que estaban casados. Era como un sueño. ¿Quién habría pensado que encontraría al hombre de su vida?
La romántica suite estaba llena de rosas blancas... y una roja en la mesita de noche, al lado de la botella de champán francés.
Sin dejar de sonreír, sirvió dos copas y se levantó para llevarle una a su marido.
—Hola, señor O’Rourke.
Kane sonrió. Habían organizado una boda sencilla, como Beth quería. Sin fotógrafos, sin curiosos. Solo la familia, los amigos íntimos y ellos dos.
—Sigues sin contestar a mi pregunta.
—¿Qué pregunta?
—Nunca has dicho: sí, me casaré contigo. Eres una mujer imposible, ¿lo sabes?
Beth sonrió. Pero empezó a temblar cuando él se inclinó para besarla. No podía dejar de pensar que Kane tenía mucha experiencia mientras que ella... no tenía ninguna.
Siempre había deseado una noche de bodas tradicional y sabía que él había tenido que hacer un esfuerzo durante aquellas cuatro semanas. Un esfuerzo sobrehumano.
Le habló mucho de Curt. No quería fantasmas en su matrimonio. Curtís Martín fue un buen hombre, pero no era Kane O’Rourke. Kane le había mostrado un amor más allá de lo que nunca hubiera imaginado posible y su corazón le pertenecía por entero.
—Voy a... cambiarme —dijo entonces, tomando el camisón que había sobre la cama.
Estaba nerviosa. Hacer el amor era un misterio para ella. Sabía lo que pasaba, pero... saberlo y hacerlo eran dos cosas muy diferentes.
El vestido de novia era de encaje antiguo y debía ser carísimo, pero su suegra se había negado a decirle el precio. Beth lo colgó en una percha y se puso el camisón de raso que Shannon le había regalado. Cuando se miró al espejo, tuvo que cerrar los ojos. Se pegaba a su piel de tal forma que no dejaba nada a la imaginación.
En fin, habían prometido amarse para siempre, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza... bueno, eso último no iba a pasar. Pero su marido tendría que ser paciente hasta que descubriese... todo lo que tenía que descubrir.
Tragando saliva, Beth abrió la puerta del cuarto de baño.
Kane la vio salir con aquel camisón de raso blanco y tuvo que tragar saliva. La luz de la lamparita le daba un aire tan delicado que parecía irreal.
Entonces recordó su brindis en el banquete y se le hizo un nudo en la garganta:
«Por mi extraordinario marido. Nunca había conocido a un hombre que mereciese tanto ser considerado un héroe. Te querré para siempre y ni siquiera eso será suficiente».
—¿Más champán? —preguntó Kane, con una voz irreconocible.
Beth negó con la cabeza.
—Voy a sacar mi vestido del baño para que puedas cambiarte.
—No —dijo él—. La verdad es que... estoy nervioso. Te quiero con toda mi alma y te deseo tanto que no puedo pensar. ¿Cómo quieres... cómo quieres empezar?
El corazón de Beth se llenó de ternura. Su marido estaba nervioso. Casi tanto como ella.
—Podemos empezar así —dijo entonces, bajándose lentamente una tira del camisón y luego otra.
La suave tela quedó apenas sujeta por sus pechos y Kane sintió como si lo hubieran golpeado.
—¿Quieres que me dé un ataque al corazón? Los viejos no deberían casarse con niñas preciosas como tú —murmuró, tirando del camisón hasta que cayó al suelo.
—No eres un viejo —rió ella—. Solo tienes treinta y siete años.
—Ah, vale. Entonces aguantaré —dijo Kane, tumbándola sobre la cama.
—Todo ha sido tan rápido... Debería haberlo hablado contigo, pero no estoy tomando la píldora.
—Me alegro —dijo él, sin dejar de acariciarla. Beth estaba nerviosa. Tenía una sensación rara y con cada roce sentía como una corriente eléctrica. Entonces se puso de rodillas sobre la cama.
—¿Te importa? —murmuró, desabrochando su camisa—. He esperado veintiséis años para hacer esto —añadió, frotando sus pezones contra el torso del hombre.
Kane se movió como un rayo y, un segundo después, estaba desnudo encima de ella. Cuando empezó a acariciarla entre las piernas, aquella sensación rara en el vientre se hizo más fuerte. Era una sensación nueva, un anhelo que no había conocido hasta entonces.
Él se colocó entre sus piernas, sin dejar de besarla.
—Tranquila, tranquila, cariño...
Un segundo después estaba dentro de ella. Al principio le hizo daño, pero la sensación desagradable desapareció enseguida para convertirse en una sensación placentera. Kane empezó a moverse, despacio al principio, más rápido después... y el roce la hizo cerrar los ojos y lanzar un grito de agonía, de gozo.
Mucho más tarde, Beth recuperaba el aliento con la cabeza apoyada sobre su pecho. Estaba abrumada y un poco avergonzada por haberse dejado ir sin esperarlo.
—Lo siento —dijo en voz baja.
—¿Por qué? —preguntó Kane.
—Por... no esperarte.
—No te disculpes —rió él—. Me gusta darte placer. Además, nos queda toda la noche.
—¿Siempre es así?
—Mejor, Beth.
—No sé si eso es posible.
Kane la miró a los ojos y vio en ellos la promesa de toda una vida.
—El amor hace que todo sea posible. Y ahora, dame un beso.
Beth sonrió y, por una vez, hizo lo que le pedía.