4. Roman Parker

 

Algunos dirían que acostarse con un desconocido que conocieron una noche en el parque es jugar con fuego. Sin embargo, acostarse con alguien después de una noche de fiesta no sorprende a nadie. Rigurosamente, una es juzgada como chica fácil, pero no inconsciente. Bueno, al menos no demasiado...

¡Oh, y además no me importa! De todas formas, Jacob no es un desconocido. Es... Jacob.

Son las 3:30 a.m., Jacob duerme a mi lado y me estoy peleando con mi consciencia. Me siento culpable, sin saber realmente por qué. Tal vez porque entre sus brazos sentí un placer insospechable. « Un acostón inhumano », como diría Sybille. Me agito entre las sábanas. Verifico por enésima vez que haya puesto la alarma de mi iPhone a las 7 de la mañana. No pienso dejar pasar mi última oportunidad de pillar a Roman Parker. Jacob pone su mano sobre mi vientre:

—Si necesitas despejar tu mente, puedo prestarte mis tenis, murmura. Diez vueltas al parque deberían calmarte. 

Su palma llega a aprisionar mi seno. Este simple contacto me electriza. Mi cuerpo me recuerda los dos orgasmos explosivos que el dueño de esa mano me regaló durante la noche. Respondo con un suspiro, comenzando ya a ondular bajo su caricia:

—No son de mi número. 

—Hmm… lástima. Tendré que encontrarte otra ocupación entonces, dice jalándome hacia él.

Me aprisiona entre sus brazos, hunde su rostro en mi cuello, me cubre con todo su cuerpo. Me envuelve. Él se convierte en mi caparazón, mi coraza. Me siento invulnerable, al abrigo de todo. Arqueo mi espalda y su cuerpo se enreda alrededor del mío como una liana. Guardo este instante en mi top diez de los mejores momentos de mi vida.

Luego siento entre mis nalgas toda la expresión de su deseo que regresa y me dispongo, contenta, a retomar el camino al séptimo cielo... 

 

***

 

 

Cuatro horas más tarde, Jacob desapareció, no pude encontrar a Roman Parker, y Edith debe estar ya reservándome un boleto de regreso para Paris-Charles-de-Gaulle.

Como tenía previsto, me desperté a las 7 de la mañana en punto. Por el contrario, lo que no estaba previsto era este vacío inmenso en la cama al lado de mí. Un vacío grande como el océano Atlántico y más o menos igual de helado que Alaska. Es como si me hubiera despertado en Groenlandia. Jacob, visiblemente mañanero, se fue lo más silenciosamente que pudo. Busqué en la habitación una nota, una explicación, una señal de que simplemente se fue a comprar el desayuno o algo así. Nada. Por más que inspeccioné cada centímetro cuadrado de mi pequeño universo, no conseguí ningún índice. Simplemente desapareció. No estaba él ni sus cosas. Finalmente, no tenía ni siquiera pruebas de su presencia esta noche, de no ser por la deliciosa inflamación entre mis piernas, el cansancio inhabitual de mis miembros y, en general, de todo mi cuerpo. Sin embargo, todavía me quedaba una oportunidad de que este día no estuviera completamente arruinado y esa oportunidad se llamaba Roman Parker y tal vez en ese momento se estaba paseando en barco alrededor de la isla. Salté a la ducha, me tardé tres minutos con quince segundos y luego me puse un pantalón de mezclilla, mis botines y un sweater de angora. No tenía tiempo de entristecerme por mi destino o de deshacerme en lágrimas; aun cuando ganas no me faltaban.

Después de recorrer el muelle n° 17, recorrí todos los puentes del puerto de South Street. Pero finalmente tuve que rendirme ante lo evidente: hay tanto Roman Parker aquí como vitamina C en la Nutella. O si no, no quiso hablar conmigo, lo cual viene siendo lo mismo.

Regresé al Sleepy Princess abatida y desmoralizada.

A las 9:10, me encuentro de nuevo en el bar del hotel, frente a un desayuno demasiado copioso, con el corazón hecho pedazos y la moral por los suelos. Anthony está sirviéndole a la pareja de enamorados que lo llamaron desde una mesa en la esquina del salón. Espero su regreso con impaciencia: se escabulló justo en el instante en el que me iba a dar información sobre Parker. No me doy por vencida. Mientras que no haya regresado a Boston, considero que sigue habiendo una oportunidad ínfima de encontrar una pista interesante. Saco mi bloc y mi pluma, lista para anotar todo lo que pueda decirme sobre el hombre que llevo cuatro días persiguiendo en vano.

¿Y el otro hombre? El que se fue esta mañana.

¿Pienso en él?

Sí, por supuesto. ¿Cómo no hacerlo?

Pero no tanto porque me da miedo que me duela.

 

Jacob, mierda, ¿a dónde te fuiste? ¿Qué hice para que huyeras así? ¿O qué no hice? ¿Qué buscabas? Creí que los dos estábamos bien. Quiero decir: no solamente en la cama. Parecía algo mágico. Las confidencias en el sillón, la discusión que se estiraba pero nunca se rompía. Las miradas. ¿Me imaginé esas miradas tuyas? ¿Y tus palabras dulces? No eran necesarias. Pudiste haberte conformado con puro sexo, no necesitabas esforzarte tanto, ya me tenías. ¿Entonces por qué? ¿Acaso te despertaste esta mañana y te dio miedo? No, en serio: Jacob, ¿por qué te fuiste?

Estoy hundida en mis pensamientos obscuros cuando Anthony llega conmigo, seguido por un hombre de unos cuarenta años, vestido de chofer, con una gorra en la mano, que se planta frente a mí. Parece un militar, regordete y pausado, con la cabeza rapada, las piernas ligeramente separadas y las manos agarradas frente a él. Tiene la pose de un típico soldado en reposo:

—¿Señorita Lenoir? me pregunta. 

—Sí. 

—Me llamo Joshua, señorita. Trabajo para el Sr. Parker. Me encargó que la condujera hasta él. 

Me quedo sorprendida un instante, incapaz de decir una palabra. Esperaba todo menos esto.

¡Roman Parker! ¡Roman PARKER! ¡ROMAN PARKER!

Al fin reacciono:

—¡Encantada! Lo sigo. Iré por mi fotógrafo y regreso. Me tardaré tres segundos. Menos de eso. No se vaya. Ya regreso. 

Con mi bolso cruzado sobre el cuerpo, salto de mi taburete y me lanzo hacia la habitación de Simon cuando la voz suave de Joshua me detiene en seco:

—Tengo instrucciones de llevarla sólo a usted, señorita. 

—Pero... no puedo hacer una entrevista sin fotógrafo. Eso no tendría sentido. 

—No sé mucho de periodismo, señorita. Pero algo es seguro: el Sr. Parker se enojaría si tomara la iniciativa de imponerle la presencia de una persona que no pidió expresamente. 

—Ok, asiento con pesar. Nada de fotógrafos, entonces. 

—Se lo agradezco, señorita. Sígame, por favor. 

Después de haberle pedido a Anthony que le informara a Simon, que se tomara la mañana libre, le sigo el paso al chofer. Me sigue costando trabajo creer que lo estoy logrando. No importa mucho lo que salga de esta entrevista, ¡seré la que se acercó a Roman Parker!

Dentro del Bentley que me conduce a través de las calles de Manhattan, intento imaginarme mi encuentro con él. Durante todo el tiempo que ha ocupado mis pensamientos, me hice una imagen de él, y al fin podré ver cómo es en realidad. Me lo imagino castaño rubio, como su padre, el famosos Jack Parker, pero menos apuesto, menos carismático. El hijo que nunca logró salir de la sombra de su padre. El niño serio y necesitado que tuvo éxito en la vida a base de trabajo arduo, que sacrificó todo por su carrera. El patito feo que se refugia detrás de sus billones. ¡El genio mortalmente aburrido que se resfría en cuanto sale de su caparazón! Pero eso no importa: ¡al fin lo voy a conocer! La emoción casi me hace olvidar a Jacob.

Casi.

El Bentley me deja frente al jardín zen triangular alrededor del cual se encuentran las Parker Towers. Joshua me guía a través de la grava y los guijarros; admiro los dibujos en la arena de color verde, blanco, rojo, combinado con los vitrales de las torres. Seguimos un sendero de piedra volcánica. Rodeamos algunas rocas. Me gusta el minimalismo y la sobriedad de este lugar, donde todo está en su lugar y nada está de más. Me siento reflejada en este rigor.

Un jardín como yo... al menos hasta esa noche loca.

Para terminar, un sendero nos lleva hasta un puente de piedra que atraviesa un río de grava negra. Joshua me acompañó hasta una entrada privada detrás de la Red Tower y que da directamente a un inmenso ascensor.

—El Sr. Parker la espera en el último piso, señorita. 

—Muchas gracias, digo un poco nerviosa ahora que me encuentro frente a la pared. 

Entro al ascensor, lo suficientemente amplio para recibir una manada de cebras. Éste se mueve con suavidad, sin que se sienta nada. La vista de Manhattan que se puede apreciar a través de los vitrales rojizos me incomoda. Ciertamente es increíble, pero eso me da la sensación de que mi vida cuelga de un hilo.

Cuando llego hasta la cima, llevo tiempo ya sin atreverme a mirar hacia abajo. Estas torres son gigantescas, tocan las nubes, no me sorprende que los hombres que trabajan en ellas se sientan dioses.

Las puertas se abren y es con alivio que entro a la oficina de Roman Parker. Él se encuentra de pie detrás de un inmenso escritorio, al otro lado de la habitación. Avanzo directamente hacia él, como un robot, indiferente a todo lo que me rodea que no sea él. ¡Roman Parker! Al fin. Está clavado en la lectura de un archivo espeso como un código civil y no me presta nada de atención. De lejos, se parece bastante a la imagen que tenía de él, pero entre más me acerco, más constato que es mucho más interesante de lo que imaginaba. De estatura mediana, castaño, su cabello cae en rizos delicados alrededor de su rostro con rasgos regulares. Tiene unas manos muy bellas con manicura en las uñas.

 

Los ojos que eleva hacia mí cuando advierte mi presencia son de un extraordinario verde brillante con franjas negras.

—Buenos días Amy, dice con una voz grave y familiar a mi izquierda, deteniendo en seco mi impulso. ¿Dormiste bien? 

Como decía mientras leía mi horóscopo, hay personas con una predisposición para meterse en situaciones complicadas. Y, a pesar de todos mis esfuerzos para mantener mi vida bajo control y no separarme del buen camino, yo soy una de esas personas.

Dividida entre la alegría de volver a verlo y la preocupación por haberme metido de nuevo en una de esas situaciones improbables como sólo yo lo hago, me volteo hacia Jacob.

¿Qué está haciendo aquí? ¿En qué me metí ahora?

Estoy como en shock.

Cambió su atuendo deportivo por un traje negro impecablemente cortado y una camisa color crema que lo vuelve casi irreconocible. Increíblemente apuesto, todavía, pero frío como el viento nórdico. Su cabello está peinado sin un sólo mechón fuera de lugar, su pómulo lleva un discreto vendaje. No logro creer que el hombre frente a mí sea el mismo que me tomó entre sus brazos anoche, que besó mis senos con pasión, que se vino entre mis caderas. No es posible. Hasta su postura es diferente. Este hombre en traje es un modelo que se ha escapado de las páginas de una revista hype. Es probablemente a causa de esta impresión de irrealidad que le respondo de inmediato: 

—Hola Jacob. Tu traje es muy elegante. No como tu huida esta mañana. 

Marca una pausa.

Touché.

—Me alegra constatar que se repuso perfectamente de sus desventuras en el parque, señorita. Esa combatividad le queda de maravilla. 

 

No es sino hasta que lo escucho emplear ese tono protocolario que recuerdo la presencia de Roman Parker en la oficina. Toman Parker, mi Santo Grial a quien, tan obnubilada por Jacob, ni siquiera tuve la cortesía de saludar.

Me merezco una bofetada...

—Le ruego que me disculpe, señor Parker, digo volteando hacia el hombre detrás del escritorio, quien todavía no ha dicho ni una palabra pero que nos observa con un aire intrigado y vagamente molesto. Le agradezco infinitamente que me haya concedido esta excepcional entrevista. Pondré manos a la obra para que no pueda más que 

alegrarse de haber tomado esta decisión.

—Voy a ser caballeroso, señorita Lenoir, y aceptaré sus disculpas, por esta vez, me responde Jacob. 

Me quedo fija. Todo se mueve a mil por hora en mi mente, estoy entrando en pánico: un millón de preguntas y respuestas se acumulan y mi cerebro se niega categóricamente a aceptar lo que implica esta respuesta.

No. ¡No! ¡No, no, no! ¡No-no-no-no-no! ¡Es imposible! ¡Está bromeando! Jacob no puede ser Roman Parker. O esto es una pesadilla. Eso es: mi despertador no sonó esta mañana. Sigo en el Sleepy Princess, entre las sábanas. Maldita tecnología.

Cierro los ojos.

Los vuelvo a abrir.

Nada ha cambiado.

Me volteo hacia Jacob. ¿O debería decir Roman Parker? Éste pasa una mano por su cabello, destruyendo su bello peinado, y me sonríe. Una sonrisa a la Jacob, a medias. Mi corazón, a quien no le importa en lo absoluto este lío de identidades, da un brinco en mi pecho. Esta entrevista va a ser difícil...

—Puedo concederle media hora, señorita. Pero no más. Un imprevisto, un delicioso imprevisto, me retrasó esta mañana y ya me hizo perder dos citas. 

Hurgo en mi bolso, para darme valor, y le respondo farfullando:

—Media hora bastará. Gracias. 

Mientras tanto, el otro hombre rodeó el escritorio para llegar hasta mí, con su carpeta bajo el brazo; me extiende la mano, avergonzado:

—Encantado, señorita, dice con una voz demasiado fuerte. Le ruego que me disculpe por haber usurpado un poco del tiempo de su cita. Yo soy Maxime Weber, un socio de Roman. 

—Amy Lenoir. Encantada de conocerlo. 

Él me saluda cortésmente y le dirige una señal con la mano a Jacob (no: ¡Roman!), para después retirarse:

—Lamento haberme impuesto de imprevisto, Roman. Te agradezco que me recibieras tan pronto, era muy importante. 

—No te preocupes, Maxime. Nos vemos en un rato. 

Entonces es cierto: me acosté con Roman Parker, el multimillonario más codiciado de los Estados Unidos, y ahora debo entrevistarlo como si nada hubiera pasado.

 

Jacob (Roman, ¡maldición!) tomó asiento sobre un sillón y me hace una señal para que me siente frente a él:

—Si así lo prefiere, señorita, podemos olvidar todo, sobre todo el episodio donde comenta sobre mi atuendo, volvemos a empezar desde cero. 

Asiento con la cabeza, confundida y perturbada. Me encantaría saber si en ese « olvidar todo » está incluida nuestra noche, pero no me atrevo a preguntárselo. Jacob me perturbaba. Roman, por su parte, me intimida. Saco el bloc sobre el cual anoté mis preguntas, pongo mi grabadora en el centro del escritorio, me agito sobre mi asiento, subo las mangas de mi sweater y comienzo. Mis preguntas son precisas, profesionales y no dejan lugar a digresiones. Sin embargo, Roman logra meterme en apuros una docena de veces. Varío entre la exasperación y las ganas de esconderme bajo tierra. Cuando llegamos a la pregunta de su excepcional discreción y de su vida privada, él se sale por la tangente:

—Puedes estar segura que el día en que decida compartir mi intimidad, serás la primera en enterarse. 

No sé bien cómo tomar su respuesta.

¿Estoy alucinando o esa frase tiene un doble sentido?

Sin embargo, a pesar de ser extremadamente cortés, su tono glacial no me incita mucho a insistir con este tema, así que paso a otro. Sin tomar en cuenta ese pequeño incidente, todo continúa perfectamente bien cuando de repente la entrevista da un giro de 180 grados. Por mi culpa. Mientras que él me explica cómo se está desarrollando el terreno de la biotecnología y la implementación de nuevas becas para su crecimiento, le pregunto de repente:

—¿Por qué Jacob? 

Apenas hice la pregunta cuando ya me estaba arrepintiendo. Me atengo a que se retire, se enoje, me ponga en mi lugar o, mínimo, que alce una ceja sorprendido, pero se conforma con responder, tan impasible como siempre:

—Ése es mi segundo nombre. ¿Y tú? ¿Por qué Batman? 

Su pregunta me toma por sorpresa y comienzo a farfullar:

—Pues... bien... yo... 

—Ya veo, dice con toda la seriedad del mundo. Efectivamente, ésa es una excelente razón. 

Incómoda, por fin logro explicarme:

—Fue un regalo, de mi vecino de pupitre, cuando estaba en la preparatoria. Un pelirrojo con lentes al que todos los abusivos de la escuela molestaban. Batman era su héroe. Quería que yo fuera su princesa. 

 

—¿Y aceptaste? 

Me lo pregunta sin sonreír, como si la conversación siguiera siendo acerca de las becas o de la genómica estructural. Primero tengo ganas de mandarlo al diablo.

¿Para qué quiere saber eso?

Pero su interés por mí, tan clínico como pueda parecer, me gusta. Eso me recuerda al ambiente tan particular de nuestra noche juntos, cuando hablábamos sentados en el sillón.

—Sí. Era muy buen dibujante. En esa época, para mí era una cualidad indispensable en un novio, que supiera dibujar. 

—¿Y ahora? ¿Ya no te parece tan sexy? ¿Un hombre tiene posibilidades de enamorarte si no es un Van Gogh o un Vermeer? 

—Sí, por supuesto. No soy tan selectiva. Basta con que sea Batman. 

Él deja escapar una sonrisa franca y luminosa que me deslumbra y me vuelve loco el corazón. Roman es apuesto, eso es innegable: podría ilustrar la expresión « belleza diabólica » en el diccionario. Pero cuando sonríe, podría ilustrar « tentación irresistible », o « fantasía femenina absoluta ». Hago como si revisara mis notas para no dejarle ver mi perturbación, pero obviamente no lo logro:

—Cuando te sonrojas eres igual de encantadora de día que de noche. 

Ok… Estoy perdida, no hay duda.

Después de pensarlo por un instante, agrega:

—De hecho, también cuando no te sonrojas. 

Preocupada por volver a orientar nuestra conversación hacia un terreno menos peligroso, retomo el control de la entrevista:

—Hmm… Gracias. Entonces. Para regresar a lo de las terapias genéticas...

Roman parece divertirse con mi desviación pero me sigue la corriente y responde a consciencia las pocas preguntas restantes.

Nuestras digresiones sobre el hombre murciélago me hicieron perder la noción del tiempo y cuando la entrevista llega a su fin, la media hora que me había asignado se pasó por mucho, desde hace tiempo. Roman, por su parte, no parece preocuparse del horario; es amable y relajado. Aprovecho su buena disposición para intentar ir más lejos:

 

—Señor Parker, digo, consciente de que puedo chocar contra un muro. ¿aceptaría que me tome una foto con usted? Para mi artículo. 

Él me observa sonriendo, como si hubiera hecho una broma:

—¿Qué opina usted? 

—No, suspiro. 

—Pero fue un buen intento, me dice acompañándome hasta la salida del jardín zen, donde me espera Joshua con el Bentley. 

Nos dejamos con un apretón de manos que me deja frustrada y decepcionada.

¡Un apretón de manos! En serio. Como si fuera una compañera de golf. Mientras que la noche anterior, esa misma mano me defendió, cargó, acarició, tomó, penetró... 

Me esfuerzo en pensar en otra cosa, por miedo a volverme a sonrojar. Quisiera preguntarle cómo contactarlo, pero sigo confundida entre Jacob y Roman, y finalmente me desanimo. Cuando le dije que le enviaría un ejemplar de la revista en cuanto saliera. se conformó con agradecerme indicándome que la enviara a la Red Tower.

Eso es lo que se llama « mandar a volar a alguien ».

Me abre cortésmente la portezuela del Bentley y me pregunta:

—¿Qué sucedió con tu joven Picasso, locamente enamorado? 

Su pregunta me sorprende:

—Sus padres se mudaron al otro lado de Francia y nunca nos volvimos a ver. 

—Sin embargo conservaste el Batman... 

—Sí. 

—A los adultos no les importa el corazón de los niños, dice con un tono de amargura en la voz que me deja perpleja.