Capítulo XIV

Parecía fácil. Un pájaro mueve las alas arriba y abajo, y gira al sur, o al norte o donde sea que quiera ir. Sigue la bandada hasta que alcanzan su destinación, y luego aterriza fácilmente en un árbol, por ejemplo en un olmo con muchas cómodas ramas donde escoger. Pero no era tan fácil como esto.

Una parte ocurría instintivamente: batir las alas, cabalgar en la corriente, sentirse ligero y como una sombra, estar lejos y cerca, ser cálido y frío y ajustarse a todo ello mientras iba avanzando. Pero algo andaba mal. Así era el peligro. Estaba lejos de la comida, el refugio y mi tierra natal. Y estas cosas parecían llamarme, como un fuerte aviso. ¡Vuelve! ¡Vuelve atrás! ¡No así! Y esta vez no había un pequeño del Más Allá para hacerme de guía. Estaba sola, una diminuta pizca de plumas y huesos a la deriva en el mismísimo aliento del aire, planeando alto por encima de las congeladas y grises aguas del mar del norte donde los pequeños botes, conducidos valientemente, alimentaban el oleaje en mar abierto. Los barcos. La misión. En algún lugar ahí abajo estaba mi primo, el hijo de la profecía, embarcado en la gran campaña de su vida. En algún lugar ahí abajo estaba un viajante que apenas podía distinguir en una espada la punta de la empuñadura. Y ahora, por mi culpa, estaba yendo a la guerra. No debía olvidar quién era, y qué era. La paloma era solamente un disfraz. La paloma me llevaría hasta ahí.

No debía interiorizar demasiado en la criatura, o todo estaría perdido. Seguir moviéndome, seguir trabajando, ya que los barcos se movían veloces a través del océano, llevados por el mismo viento del norte que me perseguía a través del pálido cielo. El mar estaba muy abajo, mucho más que la caída desde una torre alta, mucho más que un chapuzón desde un acantilado: una zambullida que te mataría antes de que el congelado empuje del agua pudiera hacer su trabajo, o que los dientes de cualquier criatura de mar destrozara y desgarrara a una pequeña víctima. Visto así, una caída podía ser afortunada.

Mis ojos veían un mundo diferente: más ancho, más brillante, más claro. Era confuso, ya que no veía objetos sino más bien pautas de luz y oscuridad, sombras por encima mío que podían representar peligro, parcelas por debajo de mí que podían ser buenos lugares donde descansar. Sentía mi cuerpo suspendido en el aire, electrizado por la corriente. Parte humano y parte criatura. Veía con ojos de pájaro y tenía que recordarme constantemente cómo eran las cosas y cómo debía actuar. Barcos. Velas. Seguirles, decía mi parte humana. A casa, decía el pájaro. Da la vuelta hacia casa. Demasiado lejos. Pero seguía volando, ya que uno de los miedos que no me abandonó ni un segundo era el de ir demasiado lento, o ser demasiado débil. Tenía miedo de perderlos y de perderme a mí misma.

Era un largo recorrido. No había pensado en cuán largo sería y no lo había calculado en ninguna carta o mapa. Esto demostraba una lamentable falta de autodisciplina. Mi padre nunca habría emprendido un viaje tan largo con tan mala preparación. Debía seguir, no podía dejar que mi abuela ganara esta batalla. La profecía presagiaba una gran victoria con mi primo liderando las fuerzas de Sieteaguas y recuperando las Islas. Ahora Johnny navegaba hacia allí, y yo debía seguirle, ya que al final me necesitaría. Sentí una calidez en las plumas de mi pecho, el amuleto seguía ahí pese a mi transformación en pájaro, así que ella también seguía ahí. Sus ojos bien abiertos de nuevo, con su presencia haciéndome sombra. Pues que así sea; la llevaría detrás de mí hasta el momento en el que me daría la vuelta y me enfrentaría a ella. Ya que al final estaría ahí, de eso no había ninguna duda. Estaría ahí para observar y regodearse en su victoria. Debía seguir. Pero estaba cansada, y el viento era cada vez más fuerte, y el aire era cada vez más frío. ¿No estaban los curraghs más lejos ahora, no justo delante de mí pero más a la izquierda, y yo más hacia la costa y siendo arrastrada sin cesar hacia el este? Movía mis alas, intentando encontrar un nivel donde las corrientes me ayudaran, y cada vez que miraba los botes parecían más pequeños y la tierra más allá de ellos más distante. ¿Me llevaría este viento cruel más allá de las costas de Alba?

Una sombra se movió por encima de mí. Larga, veloz: un eco de esa presencia que había asustado al caballo de Sibeal y casi causado la muerte de la niña. Miedo, peligro. Con las alas desplegadas, me incliné y descendí, y luego revoloteé hasta otro nivel, fuera de su alcance.

La sombra se movió, suspendida en el aire, moviéndose arriba y abajo, esperando. Terror, muerte. Volé más bajo, con menos destreza, ya que el pánico amenazaba con desbaratar el poco control que tenía de este vuelo desbocado. Las grises olas parecían más cercanas y ya me imaginaba los monstruos de dientes afilados debajo de la mar picada. La presencia amenazadora sobre mí me empujaba de vuelta al oeste, y quedaba justamente fuera de mi alcance de visión, pero cerca. Muy Cerca. Tan cerca que podía sentir sus garras extendidas y el pico desgarrador de un depredador hambriento. Aleteé, aterrorizada, mientras soplaban ráfagas de viento y el mar de un oscuro color pizarra se acercaba cada vez más a mí. Da la vuelta; vuelve a casa antes de que sea demasiado tarde, me decían mis instintos. Espera, decía la parte de mí que todavía podía pensar. Control. Ésa es la clave.

Pero no era nada fácil mantener el control mientras se tiene la muerte tan cercana como el chasquido de un pico. El terror quitaba fuerza a mis alas; mi mecánico aleteo finalmente se volvió un bateo más seguro: arriba y abajo, arriba y abajo. Mantuve la dirección suroeste, volando bajo por encima del oleaje, y la invisible presencia mantuvo el ritmo como si fuera mi propia sombra. A cada instante temía por un golpe fatal, una zambullida final para agarrar y matar. Seguí volando, y ahora los curraghs estaban más y más cerca cada vez. Hasta podía ver claramente los pedazos de negro, marrón y crema que eran las pequeñas velas, y el hundirse y centellear de los remos. Finalmente, hasta podía reconocer algunas de las figuras: el Jefe con sus intrincados ramajes. Gull con sus oscuros rasgos y Johnny de pie en la popa de una de las pequeñas embarcaciones, protegiendo sus ojos del sol mientras miraba hacia el sur.

Detrás y encima de mí, algo recuperaba fuerzas, a lo mejor preparándose para atacar. Rápido. Debo aterrizar, debo encontrar un lugar en el bote, entre los hombres, antes de que estas mandíbulas se hagan un festín conmigo, y termine como un frágil manojo de carne y hojas sin vida. Rápido. Pero ¿dónde? ¿Dónde era seguro? A lo mejor aterrizaba y nada más pisar tierra me cazaban y cocinaban para la cena.

No había elección. La criatura descendió en picada, un oscuro, veloz y resuelto destructor. Yo giré hacia un lado, escapando por los pelos de sus garras, y me posé torpemente, no en el borde del pequeño curragh, ni en una cuerda tensada, ni en un trozo de madera sino en el hombro de un hombre, con mis pequeños pies de pájaro agarrándose fuertemente a las suaves ropas de su capa. La cosa detrás de mí pasó de largo e hizo un preciso aterrizaje en la popa del barco, justo detrás de mi primo. Ahí se quedó inmóvil y silencioso, con sus ojos grises fijados en el océano que teníamos por delante. Era Fiacha: el Fiacha de plumas oscuras, ojos brillantes y pico de cuchillo era quien me había perseguido hasta que yo me había posado en un lugar seguro. Ahora que yo también era un pájaro me gustaba todavía menos su manera de hacer las cosas.

—¡Ah! —exclamó el hombre en la espalda del cual me había posado, mientras alzaba la mano para alcanzarme. La paloma captó peligro. Me alejé lentamente con las garras clavadas todavía en sus ropajes. Y ahora pude ver su cara: incluso con los ojos de pájaro pude reconocer esos pálidos y demacrados rasgos: esos ojos sombríos y sin color. Aun sin el destello de las plumas blancas debajo de esos harapientos ropajes, supe quien era.

—Una larga travesía —dijo Finbar suavemente. Se debía estar refiriendo a mí, o a él mismo, o a los dos.

Así que había ido. Contrariamente a lo que me esperaba, había hecho caso a mi llamada.

Gareth jalaba un remo, con la frente arrugada por el esfuerzo.

—Los vientos fuertes la deben haber arrastrado —observó—. Una criatura así pertenece a un bosque abrigado, y no al mar abierto.

—Mi madre solía hacer un pastel de pichón riquísimo, con puerros y ajo —añadió Godric.

—Esta vez no. —Finbar movió cuidadosamente su brazo. Yo volví a trepar y me posé en su espalda, erizando las plumas. Fiacha me había conducido al lugar más seguro donde podía estar en medio de esos inexorables guerreros—. Es una tierna criaturita; podemos permitirnos darle refugio.

—Inusual —remarcó Gareth.

—¿Qué? —dijo reprobadoramente Godric doblándose con el movimiento del reino.

—Se refiere a las plumas. —La voz de Finbar era plácida—. Una paloma de roca tiene unos colores muy simples, solamente diferentes gamas de gris, y nada más. Pero nunca antes había visto una cresta de un rojo tan brillante como la de este pájaro. Una señal de buena suerte, a lo mejor. La diosa le sonríe a nuestros esfuerzos.

—Mm —dijo Godric, mirándome con cierta decepción. Indudablemente el esfuerzo de guiar el curragh a través de este mar sacudido por el viento abría apetitos abundantes.

* * *

La cena llegó mucho después, y no hubo pastel de pichón. Ya estaba anocheciendo, y hasta el más fuerte de esos hombres estaba exhausto. Durante un tiempo viajamos avistando tierra: una larga y verde isla al este. Me pregunté si eran las costas de Bretaña, cerca de Harrowfield. La casa de Bran y Liadan, que curiosamente habían escogido de asentarse ahí, como vecinos del archi-enemigo de la familia.

—No es Northumbria —observó Finbar. Es la Isla de Manannan, donde montaremos el campamento, descansaremos un poco y conoceremos a nuestros aliados. No nos tomará mucho tiempo.

Él se mantuvo imperturbable mientras los hombres le lanzaban extrañas miradas por explicar lo que todos ya sabían. De hecho, él estuvo calmado y quieto toda la travesía como si, ahora que había decidido enfrentarse a sus miedos, éstos hubieran dejado de preocuparle. Yo estuve posada en su espalda todo el tiempo para que Fiacha no pudiera alcanzarme. Observé cómo anclaban los curraghs en el muelle y cómo los hombres se estiraban y maldecían sus doloridos cuerpos mientras descargaban los botes veloz y silenciosamente en la oscuridad.

Se habían formado nubes durante el día, y la lluvia empegó a caer tan pronto como los hombres empezaron su frugal comida, cocinada en un pequeño luego. Hubo una retirada general hacia cualquier refugio que se pudiera encontrar. Johnny había colocado unos guardas bien armados a lo largo de todo el perímetro del campamento, pero debido al diluvio, pensé que solamente las ranas podían querer estar fuera esa noche. Finbar se puso la capucha en la cabeza, y yo me acurruqué en su cuello, bastante seca en el pequeño refugio. Nos trasladamos a un lugar donde las rocas ofrecían un cierto abrigo. Allí uno se podía sentar en el suelo y estar más o menos seco mientras los cielos descargaban afuera.

Otros habían encontrado este rincón antes que nosotros. Tres de los jóvenes guerreros estaban sentados en el suelo, casi invisibles en la oscuridad, bien envueltos con sus capas para resistir el frío. Eran Waerfrith, Godric y Darragh. Se movieron para hacerle sitio a Finbar, que mientras se sentaba se quitó la capucha y alargó la mano para comprobar que yo estuviera a salvo. Si hubiera sido yo misma, habría usado la magia. Con la magia hubiera hecho un fuego para secarnos y mantenernos calientes. Hacía frío; la primavera era sólo un pensamiento en el corazón de la tierra y la tormenta parecía estar justo encima de nuestras cabezas. La parte de mí que era paloma estaba asustada. Asustada de la oscuridad, dándome cuenta del error que era estar ahí fuera despierta, y tan cerca de los seres humanos. Movía mis patas intranquila en el hombro de Finbar, deseando un sitio seguro donde dormir, escondida en las ramas de un inmenso árbol, o en las hendiduras y grietas de alguna ladera rocosa. De vuelta a Kerry, en el sol, debajo de los menhires, picoteando las migas dejadas por los niños al comer: ahí era donde una paloma debería estar, y no en este lugar.

Por un rato la lluvia cesó, y un pálido brillo lunar entró en nuestro estrecho refugio.

—Aquí —dijo Finbar en un murmullo—. Aquí. No hay razón para tener miedo. Estás a salvo, entre amigos.

—Esta criatura parece que se ha pegado a usted, señor —dijo Godric riendo—. Es divertido, yo pensé que un familiar sería un lobo, o un águila y no este pedacito de pájaro tembloroso.

—Los druidas no tienen familiares, estúpido —dijo Waerfrith dándole a su amigo en las costillas—. Esto son los hechiceros. Mi señor es casi uno de ellos.

Darragh no hablaba, sólo les miraba atentamente con el ceño fruncido.

—Yo no soy un druida —dijo Finbar lentamente—. Mi hermano acompaña a Sean de Sieteaguas en su aventura; él es el más sabio de esta antigua tradición, y el que realizará los presagios y preparará los rituales que una empresa así requiere. Yo estoy aquí… Estoy aquí porque…

—Porque fuiste llamado a venir —dijo Darragh lentamente. Todavía me miraba fijamente, y empezó a alargar el brazo suavemente para no asustarme, hasta que sus largos dedos casi acariciaron mi pecho, pero no del todo—. Venga, pequeñín —me persuadía—. Ven aquí, venga. No te haré daño. Sabes que nunca haría eso.

Había algo en su voz que me aliviaba y me llamaba al mismo tiempo. A lo mejor la misma cosa que había atraído al pequeño poni fuera de su manada. La misma cosa que le hizo el único amigo de una solitaria niñita en la ensenada. Entonces, tuve miedo de ser vista, y aun así, no podía esperar a verle, en ese día mágico cuando los viajeros vuelven a Kerry. Había estado incómoda con Dan y Peg y los pescadores, pero Darragh había compartido mis más profundos secretos. Había temido al tacto, pero no al suyo.

—Venga, Curly dijo suavemente. Vamos, ven.

Di un pasito con mis pies de pájaro, y luego otro, y otro hasta posarme cuidadosamente en sus dedos. Luego sentí el calor de su mano, agarrándome seguro mientras me acariciaba la cabeza con un dedo, y oí su voz en un murmullo. —Eso es. Eso es, chiquitita.

—¿Curly? —inquirió Waerfrith—. ¿Qué clase de nombre es ése?

—A ella le queda bien —dijo Darragh, con una voz muy tranquila—. ¿Ves? Tiene unas cuantas plumas rojas en la cabeza, todas rizadas.

—¿Ella? —Godric levantó una ceja.

—Sin duda, ella —dijo Finbar—. Ahora será mejor que descansemos un poco, ya que sólo tenemos un día para reunimos, y luego todos estaremos muy ocupados durante un tiempo. Esto no es muy cómodo, pero al menos está seco.

Una vez antes me había dormido en los brazos de Darragh, y había deseado no despertarme. Esta vez, mientras restaba cálidamente en sus manos, tan cerca de su cuello que podía sentir su firme respiración despeinándome las plumas, deseaba algo distinto. Esta extraña noche era un regalo inesperado, ya que pensé que se había acabado cuando él me dio la espalda en nuestra despedida, en la oscuridad de Inis Eala. Entonces era un regalo el hecho de estar tan cerca, de sentir su suave tacto y compartir su sueño inocente. Pero deseé, oh, cuánto deseé ser una niña otra vez, y que los otros se fueran. Había un anhelo en mí que casi destruía mi pobre corazón, un anhelo de poder abrazarlo entre mis brazos, de devolverle esa dulzura que concedía tan generosamente, sin pensar nunca en sí mismo. Deseé tener voz de mujer, y no de pájaro, para poder murmurarle al oído. Le diría… Le diría…

Dormimos, y llegó el amanecer. Un pájaro cantaba, y avanzaba hacia el día, buscando luz y calor, comida y agua. Pero no era un pájaro, pese a su apariencia. Cuando un hechicero se transforma, no se transforma de verdad sino simplemente parece otra cosa, para engañar los ojos de los humanos. Cuanto más exitosa era la transformación, más se sentía la esencia de la cosa escogida, los instintos, los cambios de balance, vista y oído. Y aun así, los mejores hechiceros mantienen su propia conciencia al cien por cien. Un balance delicado. Cuando se está transformado no se puede usar la magia. Una vez me transformé en la mujer de un granjero e hice frente a un embustero en la feria de caballos. Había usado solamente la fórmula del Sortilegio menor, y en muy poca cantidad, por lo que había podido practicar hechizos y encantamientos. Como convertir un pájaro en serpiente, o soltar cerraduras para casi ahogar a un hombre. Pero no podía hacer eso aquel día. Lo único que podía hacer era observar y escuchar.

Sólo podía esconderme de Fiacha, y observar a los hombres, intentando estar lista para lo que vendría a la mañana siguiente.

Dejé el refugio que me daban las manos de Darragh y el dulce calor de su cuerpo. Finbar estaba despierto, de pie y completamente quieto fuera del refugio de roca, con la mirada fija en el claro cielo. La tormenta había pasado, sólo se oía el ligero murmullo de una brisa del oeste. La expresión de Finbar era rara, con los ojos intensos y brillantes. Cuando me posé en su brazo sentí cómo respiraba acompasadamente, lenta y deliberadamente: un patrón. De esta manera calmaría su corazón a la carrera, su cabeza llena de visiones, pensé. No podía hablarle, pero si hubiera podido, le habría ofrecido palabras de reconocimiento. Sé lo difícil que esto ha sido para ti; venir aquí; enfrentarte al terror que los dos compartimos; y te felicito por tu coraje.

—Bueno, Fainne —dijo Finbar suavemente—. Otra mañana. La última antes de que empiece nuestro mayor esfuerzo. Si mi hermano lee las señales y le parecen justas. Tú mantén hábilmente esta forma, creo que te va muy bien. Hoy es un día de observación, creo yo, para mirar y aprender. Con esta forma eres vulnerable a los elementos, a los depredadores y a la negligencia de los mismos hombres. De todos los que estamos aquí, solamente hay dos que pueden reconocer quién eres realmente. Tu joven muchacho sufre al verte con esta apariencia, porque sabe que así no puede protegerte. No hay sitio para una criatura tan chiquita en el corazón de una gran batalla, ni tampoco en sus secretos esfuerzos a través del mar. Por mi parte, te vigilaré tan bien como me sea posible. Compartimos el mismo enemigo y el mismo miedo, tú y yo. Pero no sé cuál es exactamente tu propósito aquí. Sin duda, puedes volar de regreso cuando te plazca. Que sepas que yo estoy cerca, y que intentaré protegerte en la medida de lo posible.

No pude contestar, por eso, mientras el cielo se despejaba y una bandada de gaviotas cruzó por encima de nuestras cabezas, desplegué mis alas y volé, sin saber hacia dónde iba ni por qué propósito.

Aunque era muy pronto, los hombres ya estaban revueltos, saliendo de los diferentes refugios y juntándose en pequeños grupos, para encender fuego y preparar la comida con eficiencia.

Encontré un lugar donde posarme en una de las ramas de un viejo manzano. A lo mejor era poco disimulado, pero seguro por el momento, y bien situado para escuchar y ver. No sentía la necesidad de comer ni beber; a lo mejor no lo haría hasta volver a ser yo misma.

Delante de nosotros había una bahía, no extensa y abierta como la cala de mi infancia, pero un lugar seguro y secreto, con aguas profundas y protegido por altos brazos de tierra a cada lado. Ahí estaban los curraghs anclados y las embarcaciones más pequeñas eran arrastradas hacia la playa de guijarros. Había muchos más botes que el de Johnny algunos hechos con piel estirada sobre una carcasa y otros completamente de madera, pero todos eran embarcaciones bien moldeadas y robustas. Entre ellos, como cisnes estáticos en medio de una bandada de patos comunes, se hallaban los tres barcos más grandes. Verlos formando una elegante línea era una visión asombrosa, tabla sobre tabla en un balance perfecto, con las proas altas y esbeltas con la figura esculpida de una sirena o una princesa o un dios con un cuerno de guerra que los hacía parecer embarcaciones místicas de alguna antigua leyenda: el mismo barco en el cual el gran viajero navegó para encontrar el fin del mundo, la nave en donde un legendario guerrero navegó para ir a ganarse a su amada y a su reino. Nunca antes había visto ese tipo de barcos. Cada uno era suficientemente grande para transportar una fuerza de guerreros considerable. Con todos los remeros y un viento favorable, se podían emplear en ataques relámpago a barcos más lentos, o bien en costas desprevenidas, navegando rápido y soltando su tripulación de hombres armados mientras los desvalidos habitantes todavía se frotaban los ojos de sueño. No había duda de que estos eran barcos de Finn-ghaill, naves de los vikingos a los que mi padre había desolado una vez, en Kerry.

No se sentía pánico en el ambiente. Debajo de mi árbol, los guerreros de Johnny comían su desayuno y preparaban sus armas como si fuera un día cualquiera, también los hombres mayores, Snake, Gull y el Jefe hablaban unos con otros sin ni siquiera mirar la temible vista que ofrecían las quietas aguas donde los barcos estaban anclados. Era como si nadie hubiera visto la amenaza, salvo yo.

Luego llegaron otros hombres, y Johnny les dio la bienvenida. Vi que algunos llevaban el símbolo de dos antorchas entrelazadas, el emblema de Sieteaguas. Otros tenían otro símbolo, una serpiente enroscada que devoraba su propia cola. Y estaban los hombres de verde: los hombres de Eamonn. La mañana se hacía más intensa. Después de la tormenta el aire parecía más limpio y la tierra un profundo suspiro, como si la primavera no estuviera lejos. Debajo de la rama donde estaba posada había un viajero comiéndose su magro desayuno distraídamente mientras miraba aquí y allá por todo el campamento, como si hubiera pedido algo. Me desplacé un poco en mi rama; él miró arriba y frunció el ceño. Unos segundos después, Finbar estaba a su lado hablándole lentamente.

—Tengo entendido que hay un consejo; un encuentro de líderes con una decisión final que tomar. Debes dejar que Fainne haga lo que desee. No puedes alterar el curso de los acontecimientos y no puedes protegerla a partir de ahora. Tenemos que confiar, simplemente, en que ella tenga la fuerza suficiente para hacer lo que se debe hacer.

—Pero no está bien —la voz de Darragh sonaba presa de los sentimientos. No me gustó oírle angustiado.

—Aun así —dijo Finbar cuidadosamente—, no hay nada que puedas hacer respecto a esto. Debes dejarla y ella seguirá su propio camino.

—Eso es justamente de lo que tengo miedo —dijo Darragh.

El consejo se celebró a cubierto, protegido por guardias. Al fin busqué la ayuda de Finbar, ya que casi no podía volar dentro del largo recinto donde se reunieron y colocarme en las vigas como por casualidad para poder oír su intercambio secreto. Entré sobre el hombro del vidente, medio escondida entre los pliegues de su túnica y envuelta en su largo pelo. Y vi, a lo lejos, por qué no había habido gritos de alarma ni movimientos precipitados de flechas al ver esos elegantes barcos anclados en la bahía. En la mesa del consejo al lado de Sean de Sieteaguas y mi tío Conor y al lado de los jefes de Uí Néill y los mismos hijos de la profecía estaban sentados varios hombres de rostros anchos y bellos con largo pelo rubio cuidadosamente trenzado. Llevaban oro en los cuellos y en los cinturones de sus vestiduras. Un oro finamente forjado en forma de martillos de guerra, de cabezas de perro a de sol naciente. Eran los líderes de Finn-ghaill, los señores de la guerra, vikingos que habían asaltado y saqueado las costas de Erin y de Bretaña durante todos estos años. ¿No era ésa una alianza malvada? ¿Podía un hombre como mi tío Sean compartir el pan con esos salvajes, incluso para asegurarse la victoria sobre su más antiguo enemigo? Pero entonces, ¿no había dicho mi tío algo sobre una disputa arreglada a través de la boda del lord de Tirconnell con una mujer vikinga? A lo mejor, después de todo, no era tan imposible. Me senté muy quieta, escuchando y dándole muchas vueltas al tema.

Era un consejo muy selecto. De nuestra parte sólo Johnny y su padre estaban ahí, y Snake.

Sean y Conor representaban Sieteaguas. Mi tío estaba sombrío pero resuelto; Conor miró una vez hacia Finbar y movió la cabeza en señal de asentimiento. Los Uí Néill parecían cautelosos: los vikingos hablaban entre ellos, y uno de los hombres de Bran, uno alto con una barba oscura llamado Wolf, apareció de la nada hablándoles en su propia lengua.

—Wolf traducirá para nosotros —dijo el Jefe tranquilamente—. Ahora, ¿podemos empezar? La mañana está pasando; seguro que hay algo más que resolver en este punto. Cada uno de nosotros conoce su parte en esto.

Uno de los vikingos hizo un comentario sordo.

—Hakon pregunta por qué hay estos lugares vacíos en la mesa —traducía Wolf—. Las decisiones tomadas en este consejo deben estar al gusto de todos, ¿o corremos el peligro de acabar con una cuchillada en la espalda?

Sean frunció el ceño.

—Eamonn ya está aquí en la isla, acampado no lejos de aquí. Él vendrá. Deberíamos esperar un poco más, Hakon habla sabiamente. Como todos nosotros. Eamonn ha traído a sus hombres aquí gradualmente, y por varias rutas para no atraer atención innecesaria de la magnitud de nuestra empresa.

Luego uno de los capitanes de los vikingos aplaudió y un chaval trajo un gran cuerno para beber, que se fueron pasando.

Se me ocurrió que esos vikingos no solamente eran un tipo de aliados en esta empresa, sino que además ese lugar les pertenecía, todo el emplazamiento quizá, en los márgenes de la Isla de Manannan. Alguien había conseguido una buena ganga ahí. Estaba claro que tenía todavía mucho que aprender sobre la guerra.

Hubo un revuelo en la entrada y tres hombres irrumpieron en la sala: hombres de verde. Observé cómo Eamonn caminaba airadamente a través de la estancia para tomar su asiento en la mesa del consejo. Sus hombres se sentaron a su derecha y a su izquierda, como separándole del resto. Levantó la mirada a través de la mesa y la clavó directamente en los ojos grises y fijos de Bran de Harrowfield.

—Bien, bien, bien —dijo Eamonn afable, sonriente—. Ha pasado mucho tiempo. ¿Cómo está tu encantadora esposa? Siempre he pensado que era una chica con talentos únicos.

El Jefe no contestó. En lugar de eso, su mirada traspasó a Eamonn, como si no existiera. Se volvió hacia Sean y Conor.

—El tiempo pasa rápido —les dijo—. Vamos a tomar nuestra decisión y a seguir adelante.

—Ya estamos todos reunidos —dijo Sean gravemente—. En este encuentro confirmaremos nuestro plan de acción y renovaremos nuestro compromiso de apoyarnos unos a otros en esta alianza. Mi tío, el druida, efectuará los presagios, y si la diosa nos sonríe mañana al anochecer presenciarán la promulgación de nuestra estrategia. Una gran victoria la precederá. —Miró a Johnny—. Mi sobrino liderará esta campaña. Johnny es el heredero de Sieteaguas y a la vez ha nacido en Harrowfield, el estado británico de mi padre. La profecía que nos ha llevado hasta este encuentro final solamente nombra a un líder ordenado para llevarnos a la victoria. En Johnny ha nacido el hijo del que habla la profecía; en él presenciaremos el cumplimiento de la antigua verdad. Él es la brillante luz que nos guiará hacia el triunfo sobre Northwoods. Las Islas serán nuestras otra vez, nuestro enemigo desaparecerá para siempre de estas costas y nunca más volverá a poner sus descarados pies en nuestra tierra sagrada.

—No cuestiono la habilidad del muchacho para dirigirnos —dijo uno de los hombres que llevaban el símbolo de la serpiente en la túnica—. Pero ¿qué pasa con su padre? ¿No hay lugar para la duda cuando uno de tu propia clase es un bretón, y además vecino cercano del mismo jefe al que nos oponemos? Bran de Harrowfield comparte frontera con Edwin de Northwoods. De hecho, hay algún tipo de parentesco, según tengo entendido. ¿Qué seguridad nos permite saber que la alianza se mantendrá firme cuando enfrentamos a bretones contra bretones?

—No creo que esto sea un problema —añadió Eamonn suavemente, antes de que Sean o el Jefe pudieran intervenir—. Nunca ha sido difícil para este hombre en el pasado cambiar a sus aliados, o girarse en contra de su misma clase. Sólo aseguraros que tenéis plata suficiente para un incentivo. Este es el único lenguaje que entiende.

Hubo un silencio difícil. Los ojos de Snake se empequeñecieron hasta formar unas peligrosas hendiduras, y su mano se movió hacia la empuñadura de su espada. Se oyó un roce de metal. Wolf no hizo ademán de traducir. Bran, con la mandíbula apretada mantuvo el control y no habló. Fue Johnny quien se puso en pie.

Señor —dijo—, no hay dudas sobre la fuerza de esta alianza, ni dudas sobre la lealtad de sus socios. El rol de mi padre en esto no es el de líder de batalla. Él se ha ganado para nosotros el apoyo de estos grandes jefes. Hakon y Ulf, y el generoso préstamo de sus fuertes embarcaciones. Pero seré yo quien dirigirá la batalla y no Bran de Harrowfield. Estos hombres están bajo mi mando. Hoy mi padre vuelve a casa, a Bretaña, no luchará contra Northwoods excepto en tiempos de amenaza contra sus fronteras. —Me di cuenta de que no mencionó nada sobre nadar, y hacer agujeros en los barcos. Parecía que esa parte era secreta incluso para sus propios aliados—. Y ahora —continuó Johnny tranquilamente—, dejadme que os explique la ruta de esta operación, ya que cada uno debe entender perfectamente su cometido. Cada parte es vital. Cada parte estará separada hasta el final, y debe desarrollarse independientemente y con precisión. Cada uno es responsable de sus propias fuerzas. Sin confianza, esta gran empresa está condenada al fracaso.

Hubo murmullos y ruidos de asentimiento alrededor de la mesa. Eamonn esbozó una sonrisa torcida y el Jefe siguió impasible.

—Si la diosa quiere —dijo Johnny—, la empresa empieza esta misma noche. Al anochecer debemos estar en posición de ataque…

Le observé mientras caminaba arriba y abajo y gesticulaba ilustrativamente, y cómo sus ojos grises brillaban de esperanza iluminando la solemne estancia con la llama de su entusiasmo.

Y yo miraba a los hombres allí reunidos, todos ellos líderes de batallas curtidos, hombres mucho más mayores y experimentados que él; hombres acostumbrados a su propio mando, a tomar sus propias decisiones. Lo escuchaban transfigurados. No se movía un músculo y no se oía ni un murmullo. Con su voz de confianza y la esperanza ardiente en su cara, Johnny los mantuvo silenciosos mientras les explicaba el plan que les llevaría a la victoria sobre su viejo enemigo. De hecho, yo estaba tan impresionada por la autoridad y el saber estar de mi primo, que perdí el hilo de sus palabras un rato y no me enteré de todos los detalles. No contó nada de la peligrosa aventura planeada para esa misma noche. No les dijo que los botes pequeños navegarían en la oscuridad de la noche, portando un grupo de hombres selectos, entre los que estaban él y Bran de Harrowfield. A lo mejor su padre no pondría un pie en las islas ni sería visto empuñando una espada contra Edwin de Northwoods, pero probablemente participaría en el intento de hundir los cinco barcos de la flota de Northwoods aquella misma noche. Yo lo sabía, pero era obvio que ninguno de esos hombres debía saberlo. Johnny solamente dijo que un barco iría primero y que si todo era correcto, se enviaría una señal. Bandera roja para avanzar. Antes del anochecer los tres barcos de Finn-ghaill estarían colocados en su lugar, tripulados no sólo por guerreros vikingos sino también con nuestros propios hombres. Los hombres de Sieteaguas e Inis Eala, los guerreros de Uí Néill y las fuerzas de Sídhe Dubh y Glencarnagh, los hombres de verde. El sol saldría y los bretones se levantarían de la cama sin sospechar nada. Luego, de la dirección menos esperada, desde el peligroso canal entre las rocas afiladas como un cuchillo, rodeando el remolino llamado La Boca del Gusano aparecerían los mortales barcos llenos de guerreros. Hakon y Ulf tomarían un barco cada uno, y Gull tomaría el tercero. Su habilidad guiaría los barcos por vías fluviales hasta ahora consideradas imposibles. Irían veloces, atacarían a los bretones ferozmente antes de que estos pudieran organizar una defensa. Yo sabía, aunque Johnny no lo hubiera dicho, que no había salida para las fuerzas de Northwoods. Sus barcos habrían desaparecido y deberían rendirse o ser aniquilados. Los hombres de Uí Néill desembarcarían en la Pequeña Isla, para dominar a las fuerzas menores ahí situadas. El resto iría a la Gran Isla y rodearía el campamento enemigo. Mañana al anochecer se habría acabado todo.

Johnny terminó su exposición, y se confirmó la alianza cuando el primero de los hombres se levantó y con apretones de manos y golpecitos en la espalda, y con fieras sonrisas y palabras de lucha, sellaron su compromiso. Los vikingos y los ulsterman, los bretones y los jefes de la sangre real de Erin. Conor ya salía, pero todavía había profecías que predecir y orientación que buscar más allá de lo meramente humano antes de tomar la decisión final de hacerlo esa noche, o esperar. Todavía era muy pronto en la estación, tanto que sólo se podía predecir la imprevisibilidad de los elementos. Por otro lado, cuanto antes se movieran, más efectivo sería el factor sorpresa.

Desde mi punto de mira en el hombro de Finbar, vi como Eamonn se dirigía hacia el Jefe con la mano extendida en un gesto de amabilidad.

—Vamos a sellar este trato, entonces —dijo con una extraña sonrisita—, ya que parece que te has vuelto respetable y ahora negocias en una mesa de consejo y no con sigilo en la oscuridad.

Pero Bran sólo le miró un instante con sus calmados ojos grises y esos rasgos marcados y vacíos de expresión, y luego se dio la vuelta, como si lo que hubiera visto le pasara desapercibido como si fuera algo sin ninguna importancia. Observé la cara de Eamonn, y su mirada me hizo estremecer. Ira, ofensa o rencor era lo que esperaba ver en sus ojos, pero nunca pensé que vería una mirada de satisfecho triunfo en esos oscuros ojos.

Fuera del recinto de encuentro había una llana extensión de arena cuidadosamente rastrillada. Alrededor del perímetro había dispuestos muchos hombres, todos guerreros, cada uno vestido con el color de sus líderes. Algunos llevaban banderas: la serpiente enrollada que aparentemente era el símbolo de Uí Néill, las antorchas de Sieteaguas, la torre oscura en un campo verde que era el emblema de Eamonn de Sídhe Dubh y Glencarnagh. La casa de Harrowfield no estaba representada, estaba claro que el Jefe no era un aliado en esta empresa y que deseaba esconder la misión de esta noche y su parte vital en ella.

Conor volvió a aparecer, con una asta de abedul, y empezó el lento caminar, las solemnes palabras de un ritual de augurio. Una columna de humo acre se elevó en el aire: hierbas de la adivinación estaban siendo quemadas. Dejé el hombro de Finbar y volé al techo del árbol, pues era un mejor punto de mira. El druida dibujó un círculo, buscó la bendición de las cuatro partes y expresó el respeto por todo el poder de los elementos, y todas las deidades a las que pertenecen. Algunos de los presentes no compartían la antigua fe; había visto cruces colgando en algunos cuellos y también a un hombre que parecía ser un pastor entre las fuerzas de Uí Néill. Aun así, todos restaron en silencio mirando cómo Conor se situaba en el centro del círculo y sacaba una pequeña bolsa de piel atada con una cuerda dorada. Sacó los coelberns, esbeltos bastones de clara madera de abedul con los símbolos grabados de Ogham y, haciendo una invocación a la diosa, los esparció delante de él en la tierra rastrillada. Todos los ojos estaban clavados en el druida, menos los de un hombre. Eamonn estaba de pie en un lado, flanqueado por sus guardias de verde. Una extraña sonrisa seguía estampada en su rostro; una engreída mirada anticipatoria, como la del gato que mantiene al ratón vivo pero indefenso entre sus garras. La multitud miraba a Conor mientras se doblaba para estudiar la caída de las varas del augurio. Pero Eamonn miraba hacia mí. Me estremecí insegura en mi rama, preguntándome cómo era posible que lo supiera o que lo hubiera adivinado. Extendí el pico para arreglarme las plumas nerviosamente y estiré y doblé las alitas como se lo había visto hacer a aquel viejo búho. Intenté parecerme a cualquier otro pájaro, preocupándose de sus asuntos una mañana cualquiera. La sonrisa de Eamonn se amplió; parecía divertirse. Asintió con la cabeza, si dejar de mirarme. Me acordé de cómo se comportaba en Sieteaguas, siempre mirando, observando silenciosamente como si estuviera juntando piezas de un rompecabezas para tener un poco de ventaja. Pensé que no podría guardar su secreto, pero le había subestimado nuevamente.

El silencio se hizo más profundo a medida que Conor se arrodilló delante de las varas, sin moverlas. El augurio debería haber sido simple, ya que sólo se necesitaba una respuesta: ir ahora, o esperar. Pero el druida se puso pálido y con el ceño fruncido. Los hombres empezaron a murmurar entre ellos. ¿Por qué no les decía lo que había visto? ¿Mostraba la adivinación mala marea y por eso no se levantaba para hablarles?

Conor levantó la cabeza y miró a su hermano. El miedo de Finbar se podía palpar mientras caminaba lentamente para colocarse al lado de su hermano, el druida. Menudo y erguido, con su túnica andrajosa y su capa, tenía en un costado las blancas plumas para que todos las pudieran ver a la luz del día de esa mañana de primavera. Hubo unos cuantos gritos sofocados de sorpresa y unas cuantas exclamaciones que se ahogaron rápidamente. Vi a un hombre hacer la señal de la cruz furtivamente. En algún lugar un perro ladró, y el hombre con el ala de cisne se paralizó por un instante. Sentí el terror que le recorrió el cuerpo como si fuera el mío propio; yo también era medio animal salvaje hasta que llegara el momento de la transformación. Pero Finbar no pudo cambiar. Sé fuerte —pensé—. Sé fuerte como fuiste antaño.

Finbar se movió de nuevo acuclillándose al lado de su hermano. Los dos hombres estudiaron el diseño de los coelberns de cerca. Ninguno de los dos habló. A lo mejor no hacía falta. Se hizo el silencio de nuevo y los guerreros reunidos empezaron a revolverse inquietos.

—Dinos. —Fue Sean de Sieteaguas el que rompió el silencio hablando tranquilamente desde su posición expectante entre todos sus hombres. ¿Cuáles son las señales? ¿Nos sonríen los dioses en nuestra empresa?

—¡Vamos, hombre, dilo ya! —El líder de guerra de los, Uí Néill, probablemente cristiano, sabía bien que el tiempo era un factor muy importante en este asunto, ya que los que guiarían esa campaña no la empezarían si las señales no les eran favorables.

Conor se levantó, con el rostro grave pero calmado. Me pareció que esa máscara de serenidad sólo se mantenía en su sitio gracias a una gran fuerza de voluntad y que debajo había una gran desazón. Sus ropas blancas se revolvían y sus pliegues se veían llenos de sombras incluso a la luz del día.

—Os diré la verdad —dijo en una voz que parecía calmada, pero que, aun así, llegó a toda la asamblea de hombres allí reunidos—. Las señales no son buenas. Veo oscuridad y unas tinieblas que nublan el camino de nuestra empresa. Y que ocultan todo nuestro plan. Parece como si ni siquiera los poderes del Más Allá pudieran estar seguros de cómo se va a revelar. A pesar de todo, el mensaje de los augurios es claro: debemos movernos ahora y no entretenernos. Mañana al anochecer nuestra flota estará tocando las costas de las islas, y antes de que el sol se ponga la tierra se teñirá de rojo con la sangre de esos que se atrevieron a poner los pies en nuestra tierra sagrada. Los apartaremos de ahí, o los veremos perecer bajo nuestras flechas y espadas, hasta el último hombre. Lo juramos por todo lo que representa la verdad.

Hubo una gran ovación por parte del público. Las palabras de Conor habían sido escogidas con cuidado para conseguir tal efecto, pensé. La reserva sobre el augurio pronto se olvidaría ya que los hombres olían la victoria y ahora tensaban la correa como perros de caza. A lo mejor había muerte y sangre en ello, pero ¿qué guerrero joven y valiente de veinte y tantos cree que será la suya propia? Había una luz en sus ojos, un brío en sus pasos mientras se marchaban hacia sus distintos campamentos, para preparar las armas, hacer los ajustes finales a los barcos, velas e instrumentos de guerra. No vieron la palidez del rostro de Conor, ni la sombra en los extraños y claros ojos de su hermano Finbar, mientras los dos hablaban con Sean de Sieteaguas, Johnny y el Jefe. No se dieron cuenta de la severidad marcada en las mandíbulas de Sean ni la fiera y penetrante determinación en las bellas y jóvenes facciones del hijo de la profecía. Pera yo si lo hice, y oí la voz de mi abuela mientras estaba ahí sentada en el techo de ese recinto de encuentro. Una voz largamente silenciada, y despierta ahora de nuevo dentro de mí como un amuleto brillando cálidamente en mi pecho, Bien, Fainne. Bien, niña. Todo está en su lugar. No me falles ahora, tan cerca del final.

Mi corazón dio un vuelco. Yo tenía razón, ella me observaba, me seguía incluso en mi forma de pájaro. Conor había visto una oscuridad; yo sabía lo que era y de dónde venía. Mi abuela formaba parte de ella, y yo también, me gustara o no. Un miedo terrible me recorrió, recordando cómo había dormido la noche pasada, bien resguardada en el calor de las manos de Darragh. No debía acercarme a él, no hasta que todo hubiera terminado. Y tampoco la llevaría a ella cerca de Finbar, que ya había sufrido bastante su crueldad. Ese día y su noche, los debería pasar completamente sola.

No había por allí mucha variedad de árboles. Había unos matorrales bajos y unos manzanos sin hojas. Había edificios medio escondidos por los accidentes del paisaje, construidos excavando la tierra y cubiertos con gran cantidad de turba y un montón de tierra, para resguardarlos del viento y el frío. Eso no era un buen escondite para un pájaro pequeño para evitar zorros o gatos, o los ojos indiscretos de algún jefe con demasiado interés por resolver rompecabezas. Y luego estaba Fiacha. Entendí que él estaba a mí lado de alguna forma, pero aun así todavía temía su afilado pico, sus garras y su rapidez. A lo mejor cerca de Fiacha hubiera estado a salvo de otros depredadores. Pero mi yo-pájaro se paralizaba de terror cada vez que divisaba su oscura forma siguiendo a Johnny por todo el campamento, arriba y abajo, siempre observando. No era capaz de acercarme.

Encontré un lugar entre los arbustos cerca de la pasarela que llevaba al sitio de anclaje. No era un sitio para pasar inadvertido, así que me mantuve tan quieta como pude para no llamar la atención. Maldito penacho rojo. El hechizo que usé para transformarme no decía nada sobre esto, había sido obra de algún poder maligno para que fuera tan fácil identificarme para aquellos que me conocían. Incluso Darragh lo adivinó, y él no sabía nada de magia.

El día iba pasando y los hombres seguían con sus cosas, con caras serias y concentradas o con brillante determinación. No había miedo a morir en esas miradas. Pasaban cerca de mí pero ni me miraban. Pero de repente, mientras los guerreros de verde subían a los barcos, flotando suavemente en el agua tranquila, el jefe de Sídhe Dubh y Glencarnagh hizo un alto en la pasarela y ordenó a sus hombres a seguir adelante. Estuvo ahí de pie haciendo visera con la mano, como si inspeccionara los barcos, o la gran extensión de mar a través de la bahía.

—Bueno, Fainne —dijo por lo bajo—. Un encuentro curioso, sin duda. Mis hombres pensarán que estoy loco si me vieran conversar con un animal. Pero no podía dejar pasar la oportunidad. Imagino que has estado esperando aquí para esto. Tengo contigo la más grande de las deudas, querida mía. La información que me mandaste me ha servido más de lo que te puedas imaginar. Esta noche al fin lo tendré y mañana éste será un mundo mejor a causa de su fallecimiento. ¡Oh, Fainne! Lo que has hecho por mí no tiene precio.

Sus extrañas palabras me hicieron temblar. La mirada en sus ojos me despertó un terror muy profundo. ¿Qué información? No había espiado para él ni le había mandado nada. ¿A qué se refería?

—Será fácilmente explicado —siguió—. No hay ningún dedo que me pueda señalar. El hombre simplemente era demasiado viejo para esta empresa. Esto es lo que se comentará por la mañana. Estará oscuro y frío, y la distancia es larga. Una tarea exigente incluso para un hombre joven en su mejor momento. Hubiera sido mejor que hubiese enviado a otro pero todavía es un tipo que quiere estar al frente de todo. Pero para entonces ya será demasiado tarde.

Sonrió y vi una chispa de locura en sus ojos. Me imaginé que oía la voz de mi abuela: Oh, sí. Sigue con esto.

—Se me hace raro verte con esta forma —dijo Eamonn, mirándome de todos los ángulos y de vuelta al mar—. Pero tampoco tanto. Nuestra sociedad nos procurará grandes ventajas a los dos. Pero la forma que has escogido es vulnerable, querida. Debes tener cuidado, no me gustaría que corrieras ningún peligro. La expectación de la cama matrimonial me remueve el cuerpo incluso ahora. Tenemos todo un mundo por descubrir. De hecho, tenemos toda una vida por delante nosotros dos.

Me revolví nerviosamente en mi rama, deseando que se fuera, ya que no estaba preparada para alejarme yo misma volando, y ni siquiera tenía adónde ir. Sus palabras me habían inquietado profundamente, e intentaba desesperadamente encontrarles algún sentido.

Otros hombres aparecieron detrás de Eamonn en el camino. A Finbar o a Darragh no les hubiera importado que le vieran hablar con un insignificante pájaro gris si este les pudiera entender, pero Eamonn se creía demasiado majestuoso para ser pillado haciendo tal estupidez.

—Ahora me despido —murmuró—. Ten cuidado, querida. Quiero que estés a salvo. —Luego descendió por la plataforma con el resto de hombres detrás de él.

Lo sabía, entonces. Sabía de la travesía y del terrible riesgo que sufrirían esta noche los cinco hombres, para asegurar que los bretones estuvieran mutilados incluso antes de que la flota de los aliados se acercara a las costas de las Islas. Él lo sabía y planeaba atacar cuando el Jefe estuviera más vulnerable. Pero ¿cómo había descubierto el secreto? ¿Y por qué me había agradecido a mí habérselo contado? Yo no le había dicho nada. No le había dicho a nadie lo que sabía. A nadie excepto… Excepto a mi abuela. Recordé de pronto cómo le había hablado de la travesía, porque era necesario convencerla de que todavía seguía sus órdenes y trabajaba para su propósito. De alguna forma se aseguró que Eamonn lo descubriera y se creyera que la información venía de mí. Se podía hacer fácilmente, con una señal en la oscuridad, un mensaje sin firmar, como si fuera un sueño. Una garantía, como diría ella. Necesito una garantía. Y cuando nadie se lo esperaba se había buscado una, por si acaso yo no actuaba al fin. No se fiaba de mí, y probablemente nunca lo había hecho.

Mi corazón latía rápido y mi cuerpo temblaba. Debía avisarles. Había poco tiempo, ya que el día pasaba deprisa y yo no sabía cuándo los pequeños curraghs soltarían las velas para que los nadadores alcanzaran el anclaje británico y se pusieran a salvo antes del anochecer. Debía avisarles que había un traidor entre ellos, que interpondría su loca búsqueda de venganza al balance de una gran campaña. ¿Pero cómo? ¿Cómo se lo diría? Yo era una paloma, no podía hablar, y no me podía transformar todavía. Era la batalla de mañana lo que decidiría el curso de las cosas, y hasta entonces debía permanecer en esta forma, para poder seguirlos volando, y ser fuerte. Si cambiaba ahora mi tío Sean me devolvería a la seguridad de Erin sin importar lo que le dijera. SÍ eso pasaba no podría cumplir con mi deber, e impedir que lady Oonagh llevara a cabo su atroz trabajo de destrucción. Ése era mi trabajo y sólo mío. Y a largo plazo, era más importante que cualquier otra cosa.

¿Cómo podría avisarles? No sabía lo que Eamonn planeaba. No podía ser que pretendiera unirse al grupo. Me podía imaginar qué diría el Jefe sobre eso. ¿Qué planeaba? A lo mejor debería seguirlo, y escuchar. Aun así, estaría impotente, pues no tenía palabras para usar, ni siquiera el poder de la mente. Y sólo había dos hombres que supieran mi identidad, aparte de Eamonn. Finbar y Darragh. Y no me podía acercar a ellos, ya que no quería atraer el interés de mi abuela hacia ellos, esto les pondría en un gran riesgo y le daría a ella unas poderosas armas contra mí.

Volé de vuelta al campamento central, frustrada por no poder ser yo misma de nuevo. Me posé en un árbol; en un poste; en una cuerda. Los hombres trabajaban calmadamente, o descansaban preparándose para un gran esfuerzo sin dormir. Se escuchaban plegarias, de un tipo u otro. Sean estaba sentado con Eamonn y los líderes de guerra de Uí Néill estudiando las cartas de navegación. El pálido rostro de Eamonn estaba calmado y serio, sus ojos no revelaban ningún signo de locura ahora. Se veía como cualquier otro jefe que planea una incursión con sus aliados de hace mucho tiempo. Parecía, en pocas palabras, un hombre en el que se podía confiar.

Johnny estaba dedicado a pasatiempos más activos. Lo vi dejar el área resguardada con otros tres hombres, los que iban a nadar en la noche: Sigur, Gareth y Darragh. Se escabulleron discretamente, a lo mejor para el ensayo final de la peligrosa maniobra nocturna que llevarían a cabo. Un rato más tarde, descubrí al Jefe en la caleta con Snake y Gull a su lado, inspeccionando el pequeño curragh con sus oscuras velas. En ese barco se habían movido de una a otra isla ahí en Inis Eala, balanceando la nave como un pájaro del mar en el rápido flujo y reflujo de la marea. Volé a través de las salpicaduras saladas para situarme tan cuidadosamente como fuera posible en la popa del curragh. Una vez allí, no se me ocurría ninguna manera de pasarles el mensaje. Una paloma no puede dibujar en la arena, ni lanzar los coelberns para mostrar una desgracia. Una paloma no podía hacer nada más que mover desesperadamente sus alas, y soltar pequeños y preocupados gorjeos.

—El pájaro parece enojado —observó Snake con media sonrisa mientras ajustaba fuertemente una cuerda—, saltando arriba y abajo como un pollo que sabe que lo van a echar a la olla.

—Vino desde Ulster con los barcos, o eso es lo que he oído —dijo Gull—. A lo mejor es una profecía.

—De buena suerte, espero —dijo Snake—. La criatura está bastante agitada, casi como si nos intentara decir algo, ¿no son normalmente tímidos estos animalitos?

—No necesitamos buena suerte ni profecías. —El rostro estampado del Jefe era solemne y los ojos grises claros y resueltos, como los de su hijo. El sol le iluminaba la parte de su cara sin tatuar, y por un momento me pareció que estaba viendo a Johnny ahí de pie—. Habilidad, planificación y buena preparación son lo que asegurará nuestro éxito, como lo han hecho en todas nuestras anteriores empresas. No hagáis caso del pájaro, a lo mejor se ha perdido, empujado por el fuerte viento del oeste. Nuestra fuerza es suficiente, no necesitamos de augurios ni presagios.

—Aun así… —dijo Gull mirándome de nuevo. Pero no fue más allá, y me di cuenta de que era imposible que les pudiera contar nada. Entonces, de repente. Gareth llegó corriendo, con su amigable rostro trasfigurado y blanco. El Jefe bajó lentamente de donde se encontraba ajustando unas cuerdas.

—¿Y bien? —pidió—. ¿Qué hay?

—Sigurd está enfermo. Parece disentería. Le ha venido de repente y no creo que pueda nadar. La boca del Jefe se estrechó.

—Gull, ¿hay algo que podamos hacer para aliviarle? ¿Tienes alguna poción para eso?

—¿Cómo es de grave? —Gull abandonó lo que estaba haciendo y se dirigió al campamento, con el rostro fruncido y ensombrecido.

—Muy grave. Está purgando y vomitando como si hubiera tomado veneno. Tendrías que obrar un milagro para que estuviera bien a tiempo.

Sentí que se me hacía un nudo en el estómago. Veneno. Solamente había cinco nadadores, y uno de ellos era Darragh.

—¿Y qué hay del reserva? —preguntó el Jefe tranquilamente. Como guerrero curtido que era no se puso nervioso sino que valoró las posibilidades rápida y calmadamente.

—¿Mikka? No lo creo, jefe. Se cortó en la mano esta mañana en un combate de práctica y todavía no la puede usar al cien por cien. Lo hará bien mañana en la batalla, pero no creo que pueda hacer esto. Johnny dice que no lo pondrá en riesgo.

Snake profirió un juramento por lo bajo.

—¿Es que no tenemos más que inválidos aquí? —preguntó el Jefe suavemente—. ¿Tan fácilmente estamos acabados? No puedo creerlo.

—Cormack dice que lo hará si le das la oportunidad —aventuró Gareth titubeante—. No ha nadado este trecho antes pero es fuerte y dice que lo puede hacer.

—No lo creo. —El tono del Jefe sonó como definitivo; parecía cerrar cualquier tipo de argumento—. Puedo arriesgar un hijo en esta empresa, pero no dos. Cormack es demasiado joven y poco curtido. Él tomará su lugar con honor mañana contra los hombres, pero no formará parte de esto. Debemos encontrar otro, ya que deben ser justamente cinco, uno para cada embarcación. Si la aventura es ya arriesgada de por sí, con un hombre menos es simplemente una locura. Ningún hombre desearía que le pillaran cerca de los barcos de los bretones, con una máscara en la cabeza y una afilada punta de hierro en su mano. Con cinco, atacamos juntos y nos retiramos juntos.

Gareth asintió, con su adusto rostro muy serio.

—Johnny está preguntando discretamente. A lo mejor hay algún hombre entre los de Uí Néill o los de lord Eamonn que lo podrían hacer.

Bran escupió a un lado del camino.

—Uno de los de Uí Néill, a lo mejor, o de los vikingos —dijo—. Pero yo no me fío de ninguno de los hombres de verde.

Y así fue como los cinco hombres navegaron en la oscuridad hacia su misión encubierta, y uno de ellos era el asesino. Así fue como les vi marchar y no pude hacer nada para detenerlos. Encontraron un hombre de los Uí Néill que era un buen nadador, sus compañeros respaldaron sus gestas y hablaron muy bien de su fuerza y resistencia. Tenía el pelo largo y claro trenzado a su espalda, y estaba mal formado, con un hombro más alto que el otro. Pero esto no impedía que nadara bien, dijeron. Johnny lo probó en el frío abrazo del agua, fuera de la bahía, y se mostró satisfecho. El Jefe estaba de todo menos feliz. Aun así, no les quedaba otra opción que aceptar al compañero, no podía esperar que Sigurd se recuperara. Era un amasijo de temblores y sudor que no podía mantener nada más en su estómago que no fuera agua. Y no iba a estar mejor ni mañana, ni el día siguiente, ni el otro. Y el druida había dicho que ya era el momento.

Por mi parte, había visto al nadador anteriormente. A lo mejor era uno de los hombres de Uí Néill, ya que llevaba el símbolo de la serpiente enroscada. Pero en Glencarnagh le había visto a través de la rendija de una puerta en un consejo secreto con Eamonn. Sabía que era su espía y el asesino.

Así que cuando se fueron navegando no tuve otro remedio que seguirles. Estaba atardeciendo y hacía frío. Mi instinto de paloma me decía que buscara refugio y me escondiera de los depredadores nocturnos. Pero en lugar de eso volé en la tenue luz con mi corazón palpitando de miedo: de las olas, de la oscuridad, del frío, de los búhos y de cualquier criatura cazadora, de perderme y de volar a mar abierto hasta quedar extenuada, y caer al agua ahogándome. Debía ir aunque no pudiera hacer nada para ayudarlos. Si salía mal, sería mi culpa. ¿Por qué no me había guardado el secreto?

Los cinco hombres no estaban solos. La incursión dependía del apoyo del pequeño barco, con seis remeros. Los nadadores estaban de pie en el barco vestidos completamente de negro y con las capuchas puestas. Debajo de sus ropajes de lana, sus cuerpos habían sido cubiertos con grasa de ganso, para ayudarles a soportar el frío. A la plateada luz de la luna casi no se podía distinguir a uno del otro. Cada uno llevaba atado a su espalda un extraño instrumento hecho de madera, con una afilada punta de hierro al final, y un pequeño gancho detrás. Cada uno llevaba en su cinturón un cuchillo, ya que para un guerrero, el ataque inesperado es siempre una posibilidad, incluso en la más planeada de las misiones. Además, también estaban los monstruos marinos.

La brisa era moderada. Izaron la vela y el curragh se deslizó por el agua tan veloz y silencioso como un morador de las profundidades. Les seguí, maldiciendo la vista de pájaro, que era más bien de criatura diurna. El instinto del animal hacía vibrar cada parte de mi pequeño cuerpo sabiendo lo peligroso que era estar ahí fuera sola en la noche y casi sin ver a dos pasos de mí. La luna brillaba y yo seguía el hilo de espuma que dejaba la popa del curragh, que partía el oleaje, en donde estaban las pálidas caras de los remeros, alzando los remos todos a una. Solo los nadadores llevaban capuchas, puesto que la misión les llevaría hasta el corazón del territorio de los bretones. Si les vieran, seguramente les cogerían, ya que tan cerca de la orilla era de esperar que les superarían en número. No hacía falta una gran imaginación para saber lo que pasaría después, cuando los Northwoods descubrieran su verdadero propósito. Maldito Darragh, ¿por qué tenía que haber venido? ¿Tan ingenuo era que no podía entender lo que implicaba pretender ser uno de esos fieros y despiadados guerreros en lugar de un simple nómada, que es lo que en realidad era? ¿No se daba cuenta de que por la mañana podía estar muerto?

Me estaba cansando. La noche era gélida, y el frío del océano se sentía muy cerca mientras volaba tenazmente. No podía aterrizar en el bote porque Darragh me vería, y ya tenía suficiente de qué preocuparse sin esto. ¿Y acaso no era probable que mi abuela estuviera mirando, incluso ahora? Me dolía el cuerpo, ya casi no podía ni batir las alas. Si caía todo estaría perdido. Debía seguir. No era una paloma sino la hija de un hechicero. Debía ser fuerte, como mi padre me había enseñado.

Cuando Johnny lo ordenó calmadamente, los hombres empezaron a descender del bote. El movimiento de los remos cambió. Se oía un ruido ensordecedor, como si fuera la voz desafiante del mismo océano: un profundo y amenazador espiral de mido. ¿Quién anda ahí?

Acercare si te atreves.

No muy lejos de nosotros, bajo la luz de la luna pude ver al fin tierra, una isla rocosa tan estrecha y alta que su pináculo parecía agujerear el oscuro cielo. El agua hervía y burbujeaba en su base, blanca y traicionera. Y había más rocas en las inmediaciones, con sus abruptas formas casi invisibles excepto cuando la superficie brillaba en la fría luz de la luna, o las olas las golpeaban en una cortina salvaje. Los remeros mantuvieron el bote estable. Esta maniobra era pan comido para ellos, ensayada tantas veces que seguramente lo hacían sin pensar.

—¿Listos? Ya es la hora. —La voz de Johnny era calmada—. Remad fuerte hasta La Aguja, y recordad lo que os han dicho sobre esta corriente. No dejéis que la visión de estos acantilados os desvíe demasiado, porque os rasgarán y os succionarán. Esto ya no es el campo de prácticas, sólo tenemos una oportunidad. La Boca del Gusano no perdona. Usar su fuerza para empujaros. Podemos hacerlo. Armaos con todas vuestras fuerzas y lo conseguiremos. Y esperemos que la mano de la diosa nos guíe.

Nadie respondió, pero los remeros empujaron con más fuerza, como si se prepararan, y de repente, tan inesperadamente que mi corazón dio un vuelco, dirigieron sus palas hacia las rocas afiladas que rodeaban la alta y empinada isla. El curragh salió disparado, tan rápido como era humanamente posible. Una corriente tremenda les empujaba hasta desaparecer en el oscuro vacío donde el único punto de referencia era el agua, agitada y furiosa y la única señal, su inacabable rugido. Por unos instantes revoloteé, en vano por encima del embravecido mar. Seguro que el agua se los había tragado y los escupiría en un torbellino de madera astillada y huesos esquirlados. Ningún hombre podía sobrevivir a esa caldera hirviendo de poder. Se habían ido. Estaba sola en la noche. Una vez tuve miedo de darme un baño en las aguas calmadas de un pequeño lago, por si me resbalaba y hundía. Por debajo de mí el mar hervía y rugía. Detrás de mí quedaba el largo recorrido de vuelta al campamento. ¿Cómo encontraría el camino de vuelta, sin nada a que seguir? Y ante mí estaba el canal imposible, el pasaje secreto hacia el anclaje de los bretones. Obviamente nadie lo había usado antes, parecía impenetrable, el mero acto de intentarlo parecía una soberana estupidez. Pero Johnny no era estúpido. El Jefe no era un loco. Y también estaba Darragh, que de no ser por mí no estaría allí. Allí abajo, en algún lugar había un hombre con un cuchillo en su cinturón; y muerte en su pensamiento. Con una plegaria silenciosa a Manannan, reuní todas mis fuerzas y volé tras ellos, directamente hacia la furiosa vorágine y hacia mar abierto.

El barco estaba ahí, había pasado el estrecho canal, y los hombres de negro ya estaban saltando por la borda hacia el frío abrazo del mar. Había unas islas más grandes no muy lejos de allí, que se alzaban como inmensas criaturas marinas. En algún lugar cerca de la resguardada bahía, la flota de los bretones permanecía anclada. En algún lugar de esas verdes laderas estaba el campamento fortificado de Northwoods, con un fuerte contingente de guerreros hechos a la batalla. Habría arqueros en las torres y guardias por todo el perímetro. Los nadadores se acercaban al corazón del territorio prohibido. No les podía seguir ahí; no debía hacer nada que pudiera desviar su atención. Además, estaba muy cansada y no podía avanzar más. A regañadientes, aleteé de nuevo y me pose en la proa del curragh.

Los remeros permanecían quietos. Mantenían el pequeño barco inmóvil en el agua.

—Tú de nuevo —murmuró Waerfrith, que tenía el remo más cerca de mi posición.

—¿Qué? —siseó Goldric.

—El pariente del druida —dijo Waerfrith—. El amiguito del calderero. Sigue con nosotros. Buena profecía. Hay esperanza.

—Necesitarán todas las buenas profecías que puedan conseguir, observó alguien. —Se acerca el momento. Dentro, hacer el trabajo, fuera, y a sus puestos para mostrar la señal al amanecer que lleve a la flota hasta aquí. No hay margen de error.

—Johnny no comete errores. —El tono de Godric era de confianza, pero aun así mantenía su voz en un susurro—. Estarán de vuelta a tiempo. Será un golpe triple para Northwoods. Primero la flota, luego el ataque por el flanco, contra todos los pronósticos, y finalmente nuestro pacto con los vikingos. No se lo esperan.

—Se le tiene que agradecer al Jefe el apoyo de Hakon —dijo Waerfrith. Esto demuestra que los antiguos favores pueden ser muy útiles en algunos casos.

—¡Shhhh! —dijo otro, y se quedaron de nuevo en silencio.

El tiempo pasaba. Hacía mucho frío debajo de la luna de primavera. Estiré mis plumas pero el viento golpeaba con fuerza. Los jóvenes guerreros esperaban sin quejarse. Estas privaciones eran parte de su largo entrenamiento y de la disciplina integral de su estilo de vida. Lo entendía muy bien, recordando el invierno en Honeycomb. La noche se volvió todavía más fría. Pensé en esos hombres en el agua, entre el gélido golpe del mar, los vigilantes guardias de Northwoods y un traidor entre ellos, parecía que tenían pocas posibilidades. Si el asesino atacaba, el Jefe moriría y mi tía Liadan perdería al hombre al que consideraba su amante, su marido y su alma gemela. Sería ella quien cargaría con el peso de la terrible venganza de Eamonn. A lo mejor ése era el propósito desde el principio, castigarla por no preferirle a él. Y yo le había ayudado.

Esperé, temblando mientras la noche avanzaba. No habría descanso para esos hombres. Cuando rompiera el amanecer, la flota de irlandeses navegaría hacia allí, y los hombres descenderían a las islas para atacar con arcos y flechas, y hoces y espadas, hasta que los bretones se rindieran de rodillas, o perecieran todos. Era una larga noche, y sería un largo día también.

Al fin la luna desapareció del cielo y éste empezó a clarear hacia el apagado gris que presagia el amanecer. Aquellos hombres no expresarían ninguna duda. Johnny era su líder, y el hijo de la profecía. Y todos sabían de la reputación del Jefe. Nunca había fallado en una misión, por más difícil que hubiera sido. Volvería. Debía volver. Por eso nadie dijo Donde están, o Se está haciendo tarde. De hecho, nadie dijo una palabra, pero mientras el mar se tornaba negro tinta a una onda expansiva de los más profundos verdes, y las gaviotas volaban en círculos encima del curragh, vi en sus rostros unas miradas de desaliento y unas mandíbulas apretadas que me alarmaron. ¿Quién sabía mejor que yo lo que había demorado a los nadadores? Todavía posada en la proa del bote y temblando de frío y miedo, vi como las sombras de las Islas se volvían más claras mientras el cielo se iluminaba, y dudé de tener las fuerzas necesarias para volar cuando llegara el momento.

A lo mejor mi vista de pájaro era finalmente una ventaja. Les vi primero, solamente unos puntos en el agua moviéndose hacia nosotros en el subir y bajar de la marea. Estiré mis maltrechas alas y me moví por el borde del bote intentando llamar la atención de los hombres, pero la voz de una paloma no está hecha para estrepitosas alarmas ni llamadas a la acción, Pronto vieron al grupo de nadadores, y movieron los remos paca acercar los curraghs. El retorno era casi demasiado tarde, pues ya deberían estar donde la flota pudiera ver la señal de avanzar, la bandera roja de la acción. Si se demoraban demasiado y Northwoods se daba cuenta del plan, les daría la oportunidad de montar una defensa sólida, con o sin barcos. Y eso no formaba parte del plan.

—Sólo veo a tres de ellos —dijo Godric mientras se acercaban—. No, tres no, cuatro, pero…

—Algo no encaja —dijo Waerfrith, y dio la señal de mantener la embarcación quieta en el agua. Los nadadores estaban a un costado del bote, y se podía oír el fatigoso jadeo de su respiración, y ver sus ojos sombríos a través de los agujeros de sus capuchas. Pude ver, que de los cuatro hombres que nadaban en la fría marea, había uno que flotaba indefenso y sin fuerzas, al que otro llevaba fuertemente agarrado por el tronco. Pude ver el hilo de sangre que manaba de él, roja como las amapolas en primavera, brotar en la oscura superficie del agua.

—¡Rápido! —dijo una voz. —¡Está herido! ¡Subidle al bote! Era Gareth, que nadaba a un lado, y que intentaba subir al hombre herido mientras Godric y Waerfrith lo alzaban para colocarlo dentro del curragh. La figura negra quedó tendida en los bancos donde lo dejaron. Waerfrith le quitó la máscara cuidadosamente, para revelar el rostro blanco ceniza y el rubio cabello del hombre de Eamonn. La clara luz del amanecer jugó con sus fijos ojos azules, y sus labios azules, y con el reluciente filo de la daga que se había clavado hondo en su pecho.

—Este hombre no está herido, está muerto —dijo Godric, arrastrándole de los bancos hasta el fondo del barco, quitándolo del medio—. Agarrad a los otros, rápido, se acerca la salida del sol.

Primero estaba Gareth, inquietantemente silencioso. Luego un hombre más alto, más flaco. Murmuré una plegaría de agradecimiento a la diosa, ya que no había ninguna duda de que ésta había querido preservar la vida de Darragh hasta ahora. Luego subió el último hombre, más bajo pero bien formado. Se quitaron las capuchas, Godric les pasó una cantimplora y los tres bebieron, jadeando y sacudiéndose.

—¿Dónde está Johnny? —alguien dijo al fin, preguntando lo que nadie se atrevía a poner en palabras.

—Perdido —dijo Gareth pesadamente. Tomó otro sorbo de agua y se frotó los labios con el reverso de la mano.

—¿Perdido? ¿Qué quieres decir con perdido? No puede ser. —Godric estaba incrédulo.

Gareth miró al Jefe, sentado a su lado en el banco, silencioso.

—Ahogado —dijo—. No sabemos lo que ha pasado. La tarea está hecha, cada uno de nosotros inutilizó un barco tal como planeamos. Pero cuando nos reunimos de nuevo para nadar de vuelta, sólo éramos tres. Les buscamos, pese a que había poco tiempo y un gran riesgo de que nos descubrieran. Encontramos a Felin flotando en la marea, con un cuchillo en su pecho, pero ni rastro de Johnny.

Mi corazón se enfrió. La lucha había terminado. Ella había ganado. Mi abuela había ganado, casi por accidente, antes de tener ni siquiera la oportunidad de enfrentarme a ella. No había conseguido la victoria con inteligencia o sigilo o con el astuto uso de los poderes mágicos. Había ganado simplemente porque el asesino de Eamonn había cometido un error y confundido a un hombre por otro en la oscuridad. ¿Quién podía imaginar cuánto tiempo habrían peleado en el agua antes de que uno abandonara, uno con una daga en su pecho y el otro barrido por la marea, estrangulado, ahogado o también víctima de un corte poco sutil de cuchillo?

—Debemos zarpar. —El Jefe habló con la voz rígida, como si estuviera haciendo grandes esfuerzos para controlarse—. Los barcos nos estarán esperando. No debemos retrasar el ataque o el factor sorpresa se perderá.

—¡Pero, Jefe! —La voz de Godric sonaba completamente indignada—. ¡No podemos dejarlo aquí!

Bran le miró a los ojos.

—Lo hemos perdido —dijo, y pese a sus esfuerzos, su voz flaqueó—. Créeme, le hemos buscado, hasta que ya no quedaba más tiempo para llegar hasta vosotros antes del amanecer. Se ha ahogado, y ha sido barrido por la marea. Ha habido una traición aquí, pero parece que el único testigo permanece en silencio. —Miró al hombre muerto tumbado a sus pies.

—¿Cómo nos podemos ir sin Johnny? —preguntó uno de los hombres con la mirada vacía—. ¿Cómo ganaremos la batalla sin el hijo de la profecía?

Se hizo el silencio.

—Este es el cuchillo de Johnny —dijo Waerfrith mirando al hombre muerto—. Lo reconocería en cualquier parte. Podría aventurar una respuesta a lo que ha pasado. Si os fijáis, la funda de la daga de este hombre está vacía.

—La verdad será descubierta, y se castigará al culpable. —El tono del Jefe estaba de nuevo controlado, el de un líder de batalla curtido—. Por ahora, debemos tomar una veloz decisión. Izad las velas, debemos partir de aquí sin demora. No podemos esperar que un milagro tenga lugar.

Por un momento pensé que los hombres no le obedecerían. Miraban el agua vacía con las caras pálidas por el golpe. No era tan sólo la pérdida de su líder sino cambien que sentían que su propósito se alejaba. Pero eran profesionales. Izaron las velas, empuñaran los remos y el curragh empegó a moverse rápidamente lejos de aquel lugar.

—Nunca hubiera llevado este hombre de vuelta a bordo, si no fuera por Darragh —dijo Gareth—. Lo ha remolcado todo el camino. Pensó que podría tener una oportunidad.

—No valió la pena el esfuerzo —murmuró Waerfrith—. El hombre está más muerto que una piedra. Los Uí Néill tendrán que responder a una o dos preguntas antes de que acabe el día.

Darragh estaba sentado en silencio. A lo mejor estaba cansado del esfuerzo de la noche o tal vez en estado de shock por haber visto su primera acción de traición y pérdida. Me quedé detrás de él, fuera de su vista. Nuestro pequeño bote surcó las olas, veloz como el vuelo de una gaviota, y pronto se daría la orden de levantar y esperar.

—Éste es el lugar —dijo Waerfrith—. Desde aquí podemos ser vistos por el barco principal, debemos dar la señal. Roja para avanzar o blanca si queremos que esperen, y retrasarlo hasta otro día.

Hubo un silencio.

—La flota está hundida. La misión está cumplida. Debemos alzar la bandera roja —dijo Gareth. Creo que vi lágrimas surcando sus mejillas.

—¿Cómo podemos hacerlo? —le espetó Godric, con la voz temblando de ira—. Hemos perdido a nuestro líder. El hijo de la profecía está muerto. Ahora entiendo por qué el druida no quería explicarnos que mostraba la adivinación. No podemos ganar esta batalla sin Johnny.

—Tiene razón —dijo Waerfrith pesadamente—. La profecía lo dice claramente, si vamos sin él, tendremos suerte si no hay una carnicería. Sin su liderazgo no puede haber victoria.

—Me parece —todos se volvieron con sorpresa cuando Darragh habló lentamente, con un tono calmado— que deberíamos seguir. Tenemos buenos barcos, buenos hombres, aliados fuertes detrás de nosotros. Hemos hundido la flota de los bretones, así que ya empiezan con desventaja. Y hay algo más importante. ¿Qué querría Johnny que hiciéramos? ¿Querría que sus hombres se echaran atrás por miedo al fracaso, o que mostraran su coraje y participaran en una buena lucha por las cosas que les importa? —Hizo una pausa—. Sé que no soy un guerrero, pero esto me parece simple sentido común.

Oh, no —pensé—. Sentido común, no, coraje de loco. Morirás. Todos morirán. Iros a casa. Salvaros vosotros, por lo menos, ya que parece que no hay nada más aquí que se pueda salvar.

Pero Gareth miró a Darragh con sorpresa, y asintió. Waerfrith se rascó la barbilla. Godric todavía era hostil; a su pesar, quizá, y eso alimentaba ahora su enfado.

—No tenemos líder —dijo severamente—. ¿Cómo podemos levantar este estandarte y llamar a las fuerzas de los aliados cuando ellos han perdido su poder de reorganización, su misma razón para seguir? La campaña entera seria una mentira.

—Yo os dirigiré. —El Jefe habló con calma, pero había una determinación férrea en su voz.

—¿Vos, mi señor? —preguntó Godric levantando las cejas—. Sois un gran caudillo, pero aun así sois bretón. ¿Acaso no habéis jurado manteneros fuera de esta lucha para no comprometer la tregua con Northwoods? ¿Cómo podríais guiarnos?

Bran volvió los fríos ojos grises hacia el joven guerrero.

—Mi hijo está perdido —dijo—. Yo os guiaré.

Godric enmudeció. Gareth respiró profundamente e irguió los hombros.

—Bien, hombres —profirió con firmeza, el agradable semblante todavía surcado por las lágrimas. Se lo dedicaremos a Johnny. Si hoy no puede blandir una espada lo haremos nosotros, para devolverle el honor. Si él no puede hacer realidad la profecía, nosotros podernos al menos asegurarnos de que los hombres de Erin no sean derrotados sin haber luchado. Y siempre existe la posibilidad de una victoria—. Al decir esto le lanzó una mirada al Jefe. —Bien dicho, muchacho—. Bran miró adelante, hacia la tercera isla, el pico rocoso alto y desnudo en cuya base estaba el curso de agua oculto, la Boca del Gusano.

—Iza la bandera roja —ordenó—. Ésta es el alba de nuestra gran empresa. Esta noche dormiremos el dulce sueño de la victoria, o el oscuro y eterno sueño de la muerte.