PENÚLTIMO CAPÍTULO

—¿Crees que ese era el doctor "Muerte"? —preguntó Susana.

Duke movió negativamente la cabeza.

—No lo era.

—Pero... parecías convencido.

—Lo parecía.

Estaban en casa de Duke, frente a una colección completa de todos los periódicos de la mañana y los primeros de la tarde. Estos últimos completaban la información de la muerte del misterioso doctor "Muerte".

—¿Te has fijado en el parecido entre el muerto y Bob Marty? —inquirió Susana.

—Sí. Y eso es lo que me hace creer que el doctor "Muerte" sigue vivo y que la historia que me contó Félix era cierta. Le eligieron por su parecido. Bob Marty tenía un tipo completamente latino. No parecía norteamericano. El doctor "Muerte" es muy listo. No ha querido desaparecer sin dejar atrás su cadáver. ¿Y qué cadáver mejor fue uno parecido a Bob Marty? Así todo se explicaba. Un hermano o un pariente de Marty tomaba a su cargo la tarea de vengar a la víctima de los federales.

—Pero todos los testigos afirman que ese hombre hizo todo lo que cuenta Owen. Intentó acuchillarle.

—Eso se puede conseguir de diversas maneras: mediante el hipnotismo, por ejemplo. Dominado por la fuerza hipnótica, aquel hombre pudo ir adonde le ordenaba el doctor "Muerte", matar a la víctima señalada, lo cual explica el detalle del retrato de Owen marcado con lápiz azul. Y como no tenía orden de hacer nada más, después de cometer su crimen se hubiese dejado matar.

—¿Crees de veras todo eso?

Duke sonrió ante la pregunta de Susana.

—Si no lo creyese no lo diría.

La joven movió, dudosa, la cabeza.

—Me parece que no dices todo lo que sientes.

—Escucha, Susana. Vas a hacerme un favor y a demostrar que mi teoría del cebo no era falsa. Pero esta vez yo haré de trampa y te prometo que no fallaré. Esta noche van a venir una colección de personas a quienes he citado. Cuando entre una de esas personas, Butler te avisará por teléfono, tú llamarás también por teléfono al cabo de unos diez minutos, ni antes ni después, y me dirás:

"Rodger Hugdson" dice que está seguro. Sabe quien es el verdadero hermano de Marty y lo dirá a cambio de diez mil dólares".

“Puedes agregar que no se acepta ni un centavo menos.

—¿Quién es ese Hugdson?

—Fue un amigo de Marty. El doctor "Muerte" debe de saberlo. Por poco que oiga comprenderá, temerá y actuará.

—No entiendo nada.

—Yo si. Es el general el que debe entender. Yo soy el general. Si tú supieses todo lo que pienso hacer seguramente no querrías ayudarme.

—Está bien, señor misterios. Haré, obedeceré y callaré. ¿Y a quien vas a llamar?

—A todos los que estaban aquella noche viendo morir a Tony Corbin.

*****

Max Mehl miró, irritado, a Duke.

—¿Por qué crees que el doctor "Muerte" no ha muerto?

—Porque sé que no ha muerto.

—¡Bah! A vosotros los detectives geniales siempre os gusta complicar las cosas. No estáis nunca conformes con la explicación lógica, con la solución clara.

—El doctor "Muerte" que murió en la estación se llamaba en realidad Félix García, era uruguayo y llegó hace un mes a Nueva York.

—Esa explicación no se funda en ninguna base sólida. Las huellas dactilares del muerto son las mismas que encontraste en la empuñadura del cuchillo con que fue asesinado Raban, y luego se encontraron en el cuchillo con que mataron a Guerin. Las mismas huellas estaban en la camioneta y en el Diario del doctor "Muerte".

—¿Que diario?

—El que llegaba anotando todos sus crímenes.

—¿Por qué no pregunta en la Oficina de Inmigración si registraron la entrada en la ciudad de un uruguayo llamado Félix García? —propuso Duke.

Max, por toda respuesta, alcanzó el teléfono, marco un número y después de dar su nombre pidió hablar con el capitán O'Keefe, a quien expuso su deseo, agregando que en cuanto tuviese aquella información se la comunicara a casa de Duke.

—Cuénteme ahora lo del Diario, y dónde lo encontraron.

—En primer lugar examinamos la camioneta que tú dijiste era del doctor "Muerte" y comprobamos la coincidencia de las huellas dactilares. Un examen del barro que había en los neumáticos permitió a los agentes localizar el lugar de procedencia. Una vez allí costó poco averiguar, gracias a los informes de los vecinos, la casa en la que entraba y salía la camioneta. Era un edificio de ladrillo bastante bueno, muy amplio y en él encontramos todas las pruebas que nos faltaban de la culpabilidad de aquel hombre. Sus huellas estaban distribuidas desde la planta baja al primer piso, en la cocina, en el dormitorio, en el Diario, en las plumas. Encontramos varios trajes, dinero y, entre otras cosas, la funda de la daga que utilizó para matar a Pomeroy.

—¿Se explica en el diario cómo se las compuso para matar a Pomeroy?

—No da detalles; pero dice que lo consiguió sin que nadie se diese cuenta.

—Eso ya lo sabíamos.

—También se encontró un carnet falsificado a nombre de John Pomeroy.

El timbre del teléfono recordó a los dos hombres que aún no se había recibido la respuesta del Departamento de Inmigración. Max respondió a la llamada y después de escuchar un momento anunció a Duke:

—No hay ninguna ficha a nombre de Félix García; pero —y aquí sonrió el Jefe—, me dice que el nombre le suena familiarmente. ¡En el mundo hay cientos de miles de Garcías!

—Permítame —pidió Duke.

Tomó el teléfono y, después de presentarse, inquirió:

—¿No es cierto que todas las fichas llevan un número de orden?

—Sí, desde luego —respondió O'Keefe.

—¿No podría ir reuniendo las fichas extendidas desde hace un mes?

—Esas fichas están todas en un mismo fichero y parte de otro, aunque agrupadas por orden alfabético.

—¿No se podrían colocar por orden de números?

—Sí; pero nos dará mucho trabajo. ¿Qué beneficio cree que reportara eso?

—El descubrir que falta alguna ficha.

—¡Imposible!

—Véalo.

—Eres muy terco —sonrió Max.

—Sólo cuando sé que tengo razón. Explíqueme ahora las otras cosas que descubrieron.

—Unos ojos verdes.

—¡Eh!

—Sí. Unos ojos de cristal para ser colocados encima de los naturales y darles un aspecto distinto. ¿No te acuerdas del enfermero que asesinó a Guerin?

—¿Explica en el diario los motivos que le impulsaron a esos delitos?

—Da a entender que quería vengar a su hermano. Es una explicación lógica.

—Sí. ¿Y dónde está el dinero?

—¿Qué dinero?

—El que le dejó su hermano. Se supone que Marty era muy rico.

—Se encontraron once mil dólares.

—¿Así todo está resuelto?

—Todo, y por mi gusto ya está bien resuelto. Y por el de los demás también. Atchinson pierde su puesto, y a Israel Oven—Irish, en atención a que gracias a su idea y a que expuso su vida para llevarla a la práctica, se le admitirá la dimisión. La muerte de Guerin no se perdona a nadie.

—¿Me permite un momento? —pidió Duke.

Descolgó el teléfono de encima de la mesa y rápidamente marcó un número.

—¿Es usted, Atchinson? —pidió—. Gracias —y al cabo de un momento, siguió:— Oiga, Atchinson, me ha dicho Max que le han expulsado del Cuerpo. Sí, ya sé que la culpa no fue del todo suya; por eso quiero ayudarle. ¿Puede visitarme dentro de... sí, dentro de una hora? Gracias. Estoy seguro de hacer mucho por usted.

Después de esto llamó a Owen—Irish y le hizo la misma petición; pero citándolo para dentro de dos horas. Por último telefoneó a Hugh Brice, a quien citó para tres horas después.

Cuando terminaba de hablar con Brice sonó de nuevo el teléfono y Duke respondió a la llamada del Departamento de Inmigración. Después de escuchar las palabras del capitán, inquirió:

—¿No puede haber otra explicación?... Bien, muchas gracias.

Volviéndose hacia Max explicó:

—Falta una ficha que corresponde a la llegada del "Santa Rosa" de Montevideo. Han desaparecido las huellas dactilares impresas en ella, de un pasajero que entró en Nueva York hace un mes. Ahora telefonearemos a la agencia del "Santa Rosa" y allí nos dirán el nombre. Puede usted telefonear si quiere.

—No hace falta —suspiró Max—. Ya sabía que no podía ser verdad que hubiéramos terminado con ese doctor "Muerte".

Duke dio de nuevo las gracias al capitán O'Keefe y luego colgó el aparato, desconectando los timbres para, como explicó a Max, que no les molestasen si volvían a sonar.

—Por su gusto el doctor "Muerte" no volvería a actuar —siguió luego Duke—. Ya ha terminado su trabajo y no quiere seguir atrayendo la atención de los federales, a quienes ha causado muchas más bajas que ningún enemigo público. Ahora quiere vivir en paz y disfrutar de la herencia de su hermano; pero no le dejaremos. Le obligaremos a que de de nuevo la cara, y entonces lo cazaremos.

—¿Quieres que yo haga de cordero en esa nueva trampa?

—No. En esta caza no habrá cordero. Sólo habrá trampa. Usted me ayudará porque la solución del misterio va a ser poco agradable y se deberán tomar decisiones muy importantes y graves. Yo solo no me atrevería a tomarlas.

*****

A las cinco de la tarde llegó Arthur Atchinson a casa de Duke. A las cinco y cuarto entró Butler anunciando que la señorita Cortiz deseaba comunicarle una noticia urgente.

—Dile que telefonee en otro momento —refunfuñó Duke.

—Es que se trata de un asunto muy importante —insistió Butler—. Se refiere a lo del doctor...

—¡Está bien! —interrumpió vivamente Duke. Fue a descolgar el teléfono de sobremesa, pero, conteniéndose, dijo:— Telefonearé desde el vestíbulo. Con su permiso, Atchinson.

Y salió a telefonear, seguido por Butler, y dejando a Arthur Atchinson frente a los auriculares conectados con el teléfono central.

A las seis y cuarto esta misma escena se repitió, punto por punto, en el caso de Israel Owen—Irish.

A las siete y cuarto la escena se repitió por tercera vez en el caso de Hugh Brice.

A las siete y media, después de la precipitada marcha de Brice, Duke partía en su auto, acompañado por Max Mehl, en dirección a una de las calles que discurren a la sombra del puente colgante de Brooklyn. A mitad de camino se detuvo para recoger a un hombre que aguardaba impaciente, y que, sin pronunciar ni una palabra, se sentó en la trasera del coche, acomodando sobre sus piernas una ametralladora "Thompson" con su cargador circular de cincuenta cartuchos del 45.

Aquellos tres hombres iban a la caza definitiva de la más difícil presa que habían perseguido jamás.

Era un enemigo peligroso cuya zarpazo podía ser fatal, aún, para alguno.