UNA TRAMPA

Al quedar solo, Duke abismóse de nuevo en el examen de una de las fotografías que publicaba el periódico. Por fin guardó la hoja gráfica y salió de casa, advirtiendo a Butler:

—Volveré tarde.

En su auto dirigióse a la Jefatura de Policía y subió directamente al despacho de Max Mehl. Éste se hallaba conversando con Owen, y al ver a Duke, comentó:

—No te esperaba tan pronto.

—Se me han ocurrido algunas soluciones para terminar can el doctor "Muerte" —dijo Duke—. Creo que ya sé quién va a ser la próxima víctima.

—¿Quién? —preguntaron a la vez Owen y Mehl.

—Usted puede ser la próxima víctima, Owen —dijo Duke.

—Puede serlo cualquier agente federal —gruñó Owen—. Eso no es ningún descubrimiento.

—Es que estoy casi seguro de que el asesinado será usted, Owen —insistió Duke.

—¡Mala suerte! —replicó el agente federal, encogiéndose de hombros—; sin embargo, dicen que hombre prevenido es difícil de cazar.

—Por muy prevenido que esté puede morir. El doctor "Muerte" puede herirle a usted a traición, disparando sobre usted. No necesita acercarse, como hizo con los otros. Cometió un grave error al asesinar a Lockwood Baxter.

—¿Por qué cometió un error? —gruñó Max—. Si deseaba crearme una situación comprometida, lo ha logrado plenamente. Estoy recibiendo toda clase de insultos y se me aconseja que me dedique a criar gallinas en lugar de seguir como jefe de Policía, para lo cual dicen que no he nacido.

Sonriendo Duke dejó sobre la mesa la doble hoja gráfica y señalando una fotografía en la cual aparecían siete hombres, dos de ellos armados con ametralladoras Thompson y los otros con carabinas de repetición.

—Aquí hay algunos conocidos —dijo Duke—. Escuche lo que dice el pie de la fotografía:

"El agente federal Lockwood Baxter junto con los demás agentes federales que dieron muerte al entonces enemigo público número uno, Bob Marty".

“Usted figura entre ellos, Owen, y también está John Pomeroy. ¿Quienes son los otros?

Owen se inclinó sobre la fotografía y explicó:

—Este es Taylor, este otro es Story. Aquí está John Potts. Estos son Baxter, Pomeroy y yo y el último es Herbert Raban.

—O sea que de todos ellos sólo quedan dos vivos usted y Raban —dijo Duke—. El primero empezando por la izquierda es Taylor, o sea el primero a quien asesinó el doctor "Muerte", quien ha ido siguiendo ese orden. Ahora le ha llegado el turno a usted, Owen.

Max se puso violentamente en pie y se inclinó sobre la fotografía.

—¡Es verdad! —gritó—. ¡Y hasta que ha venido uno de fuera a nadie se le ha ocurrido que el doctor "Muerte" puede estar vengando a Bob Marty! Por lo visto estamos durmiendo.

—¿Cómo se le podía ocurrir a nadie una cosa así? —preguntó Owen—. Parecía que el doctor "Muerte" era un loco; pero ahora su locura ya tiene cierta explicación,

—Ya sabemos cómo va a actuar —dijo Max—. Owen, le rodearé de agentes y no tardaremos en tener en nuestras manos a ese loco o lo que sea.

—No me interesan tantas precauciones —replicó Owen—. Si el doctor "Muerte" quiere matarme lo intentará siguiendo el sistema utilizado con los demás, o sea utilizando un cuchillo. Para matarme se tendrá que acercar, y yo no dejaré a nadie que se acerque a mi persona a menos de tres metros.

—A pesar de su seguridad en sí mismo, creo que el doctor "Muerte" le asesinará, Owen —dijo Duke—. Por eso insisto en mi idea que aun no le he expuesto.

—¿Qué idea es esa? —preguntó Max.

—La existencia del doctor "Muerte" ha dejado de ser un secreto —siguió Duke—. Los periódicos la conocen y no dejarán de publicar su próximo crimen. ¿No es así?

—Por desgracia es así —replicó Max.

—Bien. Cuando el señor Owen haya sido asesinado, la Policía deberá intervenir activamente y lograr la cooperación de la Prensa.

—Tendremos demasiada cooperación de la Prensa y de los reporteros.

—Tenga en cuenta, señor Straley, que yo aun no he muerto —recordó Owen.

—Sin embargo, yo no apostaría ni un centavo por su vida. Le creo inevitablemente muerto. Pero su muerte nos puede ser muy útil.

—Déjate de rodeos y explica tu plan —pidió el jefe de Policía.

—Es inmensamente sencillo. Bastará lograr que los reporteros informen al público que, por una vez, el doctor "Muerte" ha descargado en vano su golpe.

—¿Y qué lograremos con eso? —preguntó Max.

—Mucho. Los periódicos anunciarán que Owen o Raban, si fuese éste la víctima, no ha resultado muerto, sino tan sólo herido de mucha gravedad.

—No se me ocurre el secreto que convierte eso en una gran idea —dijo Owen.

Duke encogió furiosamente los hombros.

—Parece imposible que no vean claro —dijo—. El doctor "Muerte" descarga un golpe. Mata a un agente federal, sea quien sea ese agente. Una vez cometido el crimen se pierde en la oscuridad y nos deja frente a un problema insoluble. ¿Cómo sacar a ese zorro de su cubil?

—Ahumándolo, si fuese realmente un zorro —dijo Max Mehl.

—Algo por el estilo debemos hacer. Tenernos que lograr atraer al doctor "Muerte" a un lugar donde podamos cazarlo. Ese lugar puede ser...

—¿Cuál? —preguntó Owen.

—La habitación de un hospital.

—¿Qué?

—Sí, la habitación de un hospital será un lugar magnífico para cazarlo —continuó Duke—. Si el doctor "Muerte" lee los periódicos después de cometido su crimen y se entera de que el agente federal a quien apuñaló no ha muerto, su reacción sólo puede ser una: la de completar su crimen. Forzosamente habrá de ir al hospital donde se diga que se encuentra el herido, y una vez allí le apuñalará de nuevo. Si no la hace se expone a que el herido descubra su identidad.

—Pero si no habrá herido —protestó Max Mehl.

—Lo importante es que el doctor "Muerte" crea que existe ese herido y vaya al hospital a rematarlo. Para ello se deberá contar con la complicidad de un médico. Los demás del hospital deben creer que el herido existe. Se puede colocar a un agente federal en la cama y cubrirlo de vendajes. El médico fingirá que le hace las curas, y todos creerán en la existencia del herido. Si el doctor "Muerte", que puede ser un médico, pues no hay que olvidar el caso de nuestra lucha contra Equis, investiga en el hospital, conviene que todos los informes coincidan en el punto de que hay un agente herido hospitalizado allí. También habrá vigilancia lo más disimulada posible, a cargo de algunos agentes disfrazados de enfermeros. En la habitación siempre habrá otro agente de vigilancia. Cuando el doctor "Muerte" vaya a visitar a su paciente el lazo se cerrará en torno a él.

—¿Y si no va? —preguntó Owen.

—Puede no ir —asintió Max Mehl.

—Estoy seguro de que irá. Hasta ahora, ha demostrado una audacia sin límites. Ha asesinado a un hombre en plena cámara de la muerte, delante de más de veinte testigos. Pudo haber elegido otro momento y otro lugar y una oportunidad mejor. No lo hizo porque deseaba demostrarnos lo que era capaz de hacer. En cuanto le demos una oportunidad de repetir su hazaña, la aprovechará sin vacilar.

—Empiezo, a creer que tienes algo de razón —dijo Max Mehl.

—Pero no se puede hacer nada en tanto que el doctor "Muerte" no cometa otro crimen —dijo Owen—. Y aún entonces depende mucho de que lleguemos antes de que los reporteros hayan fotografiada el cadáver.

—Es desagradable eso de estar esperando un nuevo cadáver para utilizarlo como cebo contra el asesino —comentó Max Mehl.

—Lo importante es que el asesino sea detenido —dijo Duke, en tanto que Owen salía del despacho, para regresar un momento después, anunciando:

—El jefe le espera, Max. Ya ha terminado la conferencia con Washington.

—Con tu permiso, Duke —dijo Max, tendiendo la mano al millonario—. Explicaré al jefe de los federales tu idea y creo que la aceptaremos, a menos que se nos ocurra algo mejor, cosa de la cual dudo mucho. ¿Aguardas aquí o te marchas?

—Me marcharé. Ya he dado mi idea y todavía es pronto para ponerla en práctica.

—¿Y si el doctor "Muerte" no se presenta? —preguntó Max—. ¿Qué hacemos con el herido?

—Bastará con matarlo oficialmente y enterrarlo con todos los honores. Se puede decir que ha fallecido a consecuencia de la herida.

Mientras Max Mehl y Owen se dirigían al despacho donde esperaba el jefe de la Policía Federal, Duke salió del despacho, y ya iba a abandonar la Jefatura cuando un ordenanza le anunció:

—Señor Straley, han telefoneado de su casa diciendo que le llaman urgentemente desde Washington. Si usted quiere pediremos que pongan aquí la conferencia.

Duke asintió; unos segundos más tarde sonaba en sus oídos la voz de Susana Cortiz.

—Oye, he descubierto algo sensacional —empezó, atropelladamente.

—¡Calma! —pidió Duke—. Explícate mejor. ¿Qué es lo que has descubierto?

—¡Ya sé por qué ha matado el doctor "Muerte" a Lockwood Baxter!

—¿Es posible que lo sepas? —preguntó Duke.

—Sí —se apresuró a responder Susana—. Está clarísimo; pero nadie lo ha comprendido antes que yo. He encontrado una fotografía en la cual aparece Lockwood Baxter entre un grupo de agentes federales, y lo más asombroso es que de los siete hombres que figuran en la foto, ya han muerto cinco. Y todos por orden correlativo, de izquierda a derecha. El próximo será Owen—Irish.

—No entiendo —dijo Duke con voz seria y rostro sonriente.

—Si, sí. Es muy sencillo y muy claro. Se trata de una foto que hicieron cuando mataron a un tal Marty, que era enemigo público número uno. Baxter fue uno de los que lo mataron y estaba retratado allí. Seguramente en los periódicos de Nueva York estará esa foto. En Washington la han publicado casi todos. ¿No llevas ninguno encima?

—Desde luego —replicó Duke.

Hizo como que hojeaba el periódico, oyendo entretanto la enfurecida voz de Susana que repetía a la telefonista que no sólo estaba comunicando, sino que pensaba estarlo mucho más, por lo cual, si alguien esperaba, tendría que esperar muchísimo.

—¡Ya lo tengo! —exclamó al fin Duke—. ¡Es formidable! ¿Cómo es posible que se te haya ocurrido una idea tan magnifica? Ahora todo está claro. Voy corriendo a decirlo a Max. No te muevas de Washington. Sigue averiguando algo acerca de la vida de... (¿De quién podía encargarle un escrutador examen?) ¡Ah, sí! Averigua todo cuanto puedas acerca de Bob Marty.

(Sin sospecharlo, Duke había encargado a Susana la única investigación que podía conducir al aclaramiento de la verdad y al desenmascaramiento del doctor "Muerte".)

—¿Del enemigo público número uno?

—Sí. Lleva las investigaciones hasta el máximo. ¡Si supieses la idea que acabas de darme!

—¿De veras te sirve de algo eso?

—De muchísimo. Parece mentira que a ninguno de nosotros se nos haya ocurrido. Voy volando a decirlo a Max y a los demás.

Con una amplia sonrisa, Duke colgó el receptor y salió de Jefatura con paso lento. Mientras Susana estuviese haciendo descubrimientos, no corría ningún riesgo.

Al llegar a este punto, Duke, que se había llevado la mano al bolsillo, interrumpió sus pensamientos para sacar, muy despacio, un papel que estaba seguro de no tener allí al entrar en el edificio. Lo sacó cuidadosamente y vio que era un mensaje del doctor "Muerte" redactado en los siguientes términos:

"Métase en sus asuntos y no quiera complicar su vida y la de su novia. Para usted las dos valen mucho. Para mí no valen nada. Absolutamente nada. Doctor "Muerte".

Duke permaneció inmóvil unos instantes. Aquella amenaza del doctor "Muerte" no era una simple amenaza vana. Nadie mejor que Duke sabía lo mucho que le había inquietado aquella admitida posibilidad de que el doctor "Muerte" le atacara por su punto más débil: el corazón. ¿Y aquel mensaje, el primero que el doctor "Muerte" enviaba escrito a máquina? ¿Cómo había llegado a su poder?

—¿Malas noticias, señor Straley? —preguntó una voz detrás del millonario.

Éste se volvió y al reconocer a Hugh Brice sonrió.

—No son buenas —dijo—; pero aún no son malas del todo. ¿Busca usted información?

—Sí. El doctor "Muerte" se está ganando una popularidad increíble. Dicen que en Hollywood ya están preparando una sensacional película acerca de sus hazañas.

—Puede que al fin alguno de los detectives que allí usan para las películas nos descubra en diez minutos al terrible doctor.

—Hay quien dice que usted ya sabe quién es el doctor "Muerte" — dijo Brice.

—¡Ojalá lo supiera! —replicó Duke—. De momento, no sé nada. O casi nada. Pero puedo asegurar que al doctor "Muerte" le queda muy poco tiempo para seguir con sus hazañas.

Hugh Brice miró burlonamente a Duke:

—Eso no es verdad —comentó.

—¿Por qué?

—Porque el doctor "Muerte" ha de dar aún mucha guerra. No le vencerán fácilmente porque todas las ventajas están de su parte, Él conoce a sus enemigos y está al tanto de sus movimientos. Él, en cambio, es una incógnita para todos. Se mueve en las sombras.

—Pero tiene que salir de ellas para descargar sus golpes, porque las sombras no son nada y necesitan adquirir consistencia para ser eficaces.

—Entonces diremos que el doctor "Muerte" está a punto de ser detenido.

—Puede decir que ya se sabe quién es —sonrió Duke.

—¿Quién es? —preguntó, afanosamente, Hugh Brice.

Duke Straley sonrió.

—A su debido tiempo lo sabrá. No sea usted impaciente. Tal vez le interese que ese descubrimiento se realice lo más tarde posible.

—¿Por qué me ha de interesar?

Duke se encogió de hombros y con una sonrisa se despidió del periodista, subiendo en su auto y alejándose velozmente.

Hugh Brice siguió con preocupada mirada el auto y por fin entró en la Jefatura de Policía.