LA VÍCTIMA NÚMERO SEIS
Herbert Raban salió del hotel Cumberland, en el cual se había instalado inmediatamente después de su llegada a Nueva York. Raban era un agente de historial poco brillante. Poseía más voluntad que inteligencia. Era una especie de perro de presa que mordía donde le indicaban que mordiese, y una vez dada la primera dentellada permanecía aferrado a su presa sin soltarla para nada. Se le utilizaba en aquellos casos que exigían sólo valor y energía sin ninguna sutileza.
Había llegado a Nueva York cumpliendo órdenes de sus jefes, para ponerse en contacto con Owen y con el jefe local. A la mañana siguiente debía entrevistarse con éste último, con quien había hablado por teléfono, recibiendo el aviso de que cuidara mucha su seguridad, pues corría un grave peligro.
Después de la llamada de su jefe recibió otras dos llamadas telefónicas; la de un tal Duke Straley y la de un periodista local. Sabía algo de Duke Straley, no mucho; sólo que era multimillonario y aficionado a investigar crímenes y resolver misterios.
—Estoy trabajando en el caso del doctor "Muerte" —le había dicho el comunicante—. Estoy seguro de que ese misterioso hombre tiene alguna relación con Bob Marty, el que fue enemigo público número uno. Me interesa mucho hablar con usted. ¿Puede ir a mi casa?
Herbert Raban le había respondido afirmativamente. Podía ir a casa del señor Straley y prometió estar en ella antes de media hora. El sueldo de un agente federal es tan reducido que no permite tomar taxis, excepto en los actos de servicio. Además a Raban le gustaba mucho caminar. Por eso iba a pie a la dirección que el señor Straley le había dado.
Mientras caminaba iba pensando en la oferta de aquel periodista. Los agentes federales deben huir de la publicidad, pero no tienen formalmente prohibido conceder intervius. Sus declaraciones no comprometerían a la organización. No diría nada que no se supiese ya. Seguramente se sabría demasiado, pero no importaba. Al fin y al cabo lo realmente importante era que lo dijese él, uno de los amenazados por el doctor "Muerte".
Al llegar a este punto, Herbert Raban se detuvo y dirigió una inquieta mirada a su alrededor. De acuerdo con todas las suposiciones, antes que él debía morir Israel Owen—Irish; pero este orden podía ser alterado. El doctor "Muerte" no había dicho nunca que pensase matar por un determinado orden a determinados agentes federales.
Reanudó la marcha. Era muy desagradable la impresión de que de un momento a otro pudiera caer sobre él un loco armado con un cuchillo y, tal como había hecho con los otros, le matase.
Faltaba poco para llegar a casa del señor Straley. ¿Qué querría de él aquel multimillonario que entretenía sus ocios jugando a ser detective?
Por fin llegó a la vista de la casa. Duke Straley vivía bien. Jugaba a ser detective, pero vivía como un millonario.
De pronto, de entre las sombras, surgió la figura de un hombre que avanzó hacia él. Llevaba la mano derecha tendida hacia delante. Herbert Raban se detuvo y llevó la mano derecha a la culata de su pistola. Luego, cuando el desconocido estuvo más cerca y la luz de uno de los faroles le dio de lleno en el rostro, Herbert Raban retiró la mano de la culata de su Colt automática y la tendió hacia la otra mano que avanzaba hacia él.
El grito de agonía llegó hasta Duke Straley en el momento en que éste acababa de abrir el volumen tercero de la Enciclopedia Británica. Tirando el libro sobre la alfombra, el joven se puso en pie y corrió hacia la puerta a la vez que recogía una pistola de encima de una mesita.
Un brevísimo examen del cuadro de alarma le permitió comprobar que no había nadie en las inmediaciones de la casa. Abriendo la puerta, salió al exterior y llegó a la acera después de cruzar el jardín. Deteniéndose un momento, escuchó unos lejanos y rápidos pasos que se perdieron por una calle transversal. Cuando reanudó la marcha, Duke lo hizo en dirección al cuerpo tendido en la acera, a unos veinticinco metros de la casa.
La luz del farol al pie del cual estaba el cuerpo daba de lleno en su rostro y Duke comprendió en seguida cuál era la identidad de aquel hombre. Cogiéndolo en brazos lo llevó velozmente a su casa.
—¿Qué ocurre, señor? —preguntó el atribulado Butler, a quien los muchos años de servicio en aquella casa no habían logrado hacerle ver como normales las anormalidades que allí sucedían.
—Abre el laboratorio —ordenó Duke.
Sobre una mesa de operaciones colocó el cuerpo de Herbert Raban. Un brevísimo examen le indicó que ya no quedaba ninguna esperanza de salvación. El cuchillo hundido en el pecho de Raban había atravesado el corazón, a pesar de lo cual, Duke hizo un postrer esfuerzo. Sin perder tiempo en desinfectar la aguja ni la epidermis, aplicó dos inyecciones al cuerpo de Raban. Una de ellas intravenosa, sin que se produjera la reacción, en la cual no confiaba Duke.
—Está muerto —dijo a Butler, que le observaba desde la puerta.
—¿Quién le habrá matado, señor? —preguntó Butler.
—El doctor "Muerte". Estoy seguro.
Duke registró velozmente los bolsillos del abrigo de Raban y, como esperaba, en uno de ellos encontró este mensaje.
Sr. Duke Straley
Aquí tiene la víctima número seis. La siete será Owen Irish y la octava usted.
Doctor Muerte
Dejando el mensaje a un lado, Duke examinó el cuchillo que había servido para matar a Herbert Raban. Era de larga y estrecha hoja, parecido a un cuchillo de caza. Con ayuda de unos ganchos pasados por la cruz lo extrajo, teniendo que recurrir a toda su fuerza, ya que el arma se había incrustado en unos huesos, lo cual explicaba que el doctor "Muerte" no lo hubiera podido arrancar.
Yendo hacia el tablero de mármol donde hacía los experimentos científicos, Duke espolvoreó con diversos polvos la empuñadura del cuchillo y luego, con un pulverizador de cobre, semejante a los que se utilizan para los insecticidas líquidos, lanzó indirectamente sobre el cuchillo un líquido amarillo que al posarse sobre la empuñadura se fue tornando azul en algunos puntos. Esta operación la repitió Duke sobre el mensaje del doctor "Muerte", pero la reacción azul sólo se produjo en los lugares donde se habían posado sus manos, y como Duke conocía sobradamente el dibujo de sus huellas dactilares, no necesitó más para comprender que en aquel punto el doctor "Muerte" no había cometido ningún error. Quedaba sólo la vaga posibilidad de que alguna de las huellas que habían quedado en la empuñadura del cuchillo estuviese lo suficientemente bien conservada para permitir, en su día, la identificación del culpable.
Cogiendo la máquina fotográfica especial, Duke fotografió todas las huellas dactilares y mientras ponía a revelar las placas impresionadas fue al teléfono y llamó a Max Mehl, a quien no pudo localizar hasta la tercera llamada.
—¿Qué sucede? —preguntó, alarmado, el jefe de Policía.
—Han asesinado a Herbert Raban frente a mi casa. Lo ha matado el doctor "Muerte".
La noticia, descargada con tanto ímpetu y tan sin preparación, hizo vacilar a Mehl que tras un silencio consiguió preguntar:
—¿Estás seguro de que ha muerto?
—Venga a mi casa y cuando lo haya visto podremos decidir si está totalmente muerto o no.
—¿Qué quieres decir?
—No pierda el tiempo y no diga nada a nadie.
Max Mehl no se entretuvo ni un instante más, y en menos de veinte minutos llegó a casa de Duke, quien le guió hasta donde se encontraba el cadáver del agente federal.
—¡Es espantoso! —murmuró el jefe de Policía—. Ese hombre está rematadamente loco. Sólo así se concibe que cometa tantos crímenes.
—Diciendo que está loco no remediamos nada —interrumpió Duke—. Creo que por primera vez hemos conseguido algo contra él. Al clavar el cuchillo en el corazón de Raban lo hizo con tanta fuerza que el acero atravesó parcialmente la columna vertebral. Al querer el doctor "Muerte" arrancar el arma, no pudo hacerlo, por estar el cuchillo incrustado allí. Tuvo que dejarlo, porque ya estaba yo abriendo la puerta. Sólo tuvo tiempo de borrar con un pañuelo las huellas que había dejado su mano en la empuñadura del arma. Pero... con las prisas sólo las borró parcialmente y dejó una huella completa de su dedo meñique, otra huella casi completa del pulgar y dos huellas parciales del índice y del corazón. Si alguna vez cogemos al doctor "Muerte" esas huellas le llevarán a la silla eléctrica.
—¿De veras tienes fe en tu idea? —preguntó Max.
—¿Se refiere a la de dar sólo por herido a Raban?
—Sí. Me da miedo.
—Sería la única forma de atraerle a nosotros. Llame al jefe de los federales y a Owen—Irish. Creo que lo conveniente sería limitar a los menos posible el conocimiento de la realidad de lo que vamos a hacer.
Max Mehl fue al teléfono y marcó un número. Un momento después hablaba con el jefe de los federales en Nueva York a quien dio cita para lo antes posible en casa de Duke Straley, encargándole que fuera acompañado de Israel Owen—Irish.
Los dos hombres llegaron media hora después, y cuando entraron en el laboratorio de Duke, éste, después de saludarles, retiró la sábana que cubría el cadáver de Herbert Raban.
Owen expresó con un profundo suspiro la emoción que debía de haberle producido el espectáculo del cadáver de su compañero. El jefe de los federales ni siquiera acusó así sus sentimientos. Si en vez de tratarse del cuerpo de uno de sus hombres hubiera sido el de un famoso criminal, seguramente habría sonreído. Siendo el muerto uno de sus agentes, sólo el silencio expresaba su emoción.
—¿Ha sido el doctor "Muerte"? —preguntó.
Duke le tendió el mensaje. Antes de tomarlo, Arthur Atchinson, el jefe de los federales, preguntó:
—¿No hay ninguna huella?
—Ninguna —respondió Duke—. Ya lo he comprobado. El papel es de la clase más vulgar. Lo venden a miles de hojas en todas las papelerías. Por esa parte es imposible seguirle el rastro. En cuanto a la tinta, es más selecta, de la casa Conklin; pero tan popular, que anualmente se venden varios millones de tinteros. Tampoco por ahí se puede averiguar nada. Lo único que nos puede dar alguna pista es el cuchillo. En él hay unas huellas dactilares.
El interés de Arthur Atchinson aumentó ante esta noticia. Examinó las copias fotográficas que ya había sacado Duke y, tendiéndolas a Owen, le encargó:
—Averigüe si están en los archivos. Envíe telecopia a Washington, al archivo general —volviéndose hacia Duke, agregó:— ¿Puede darnos más copias fotográficas?
Duke le entregó tres copias más.
—Examine usted su archivo, Max —dijo Atchinson al jefe de Policía—. Yo haré lo que pueda. Ahora estudiemos su plan, señor Straley. Usted cree que si ahora comunicamos a los periódicos que Herbert Raban ha resultado herido por el doctor "Muerte", éste no perderá ni un momento en ir al hospital donde se encuentre Raban para matarle definitivamente. ¿No es cierto?
—Estoy casi seguro —replicó Duke.
El timbre del teléfono interrumpió a Duke.
—Es para usted, señor —dijo Butler—. De parte del señor Brice.
Duke tomó el teléfono, preguntando de mala gana:
—¿Qué quiere, Brice?
—Que no entretenga tanto a Raban —replicó el reportero del Herald—. Estamos a punto de meter en máquina el número y aún no tengo el reportaje que me prometió.
—¡Ah! ¿Le prometió Raban un reportaje? —preguntó Duke a la vez que con un ademán señalaba dos auriculares que colgaban a ambos lados de la caja del teléfono. Max Mehl tomó uno y Atchinson el otro, pudiendo aún oír la respuesta del reportero:
—Sí. Le telefoneé para ofrecerle cien dólares por cada reportaje. Me dijo que antes de hablar conmigo tenía que hablar con usted.
—Me extraña mucho —replicó Duke—. Le encargué que no dijese a nadie que yo le había telefoneado.
La mirada de Duke se tropezó con el asombro que reflejaban los ojos de Max, Atchinson y Owen—Irish. Movió negativamente la cabeza y dedicó de nuevo toda su atención a lo que decía Brice.
—Sin duda no debió de recordar su consejo. Cuando yo le telefoneé ofreciéndole, ese dinero, él me dijo que aceptaba, siempre y cuando no se tratase de nada comprometedor. Luego me dijo que iría al Herald tan pronto como hubiera hablado con usted. Me explicó que usted le había telefoneado citándole en su casa. Al ver que no llegaba me he tomado la libertad de llamarle. Perdone si he hecho mal...
—Está usted perdonado, Brice, y para que lo comprenda, le daré una noticia. Aguarde un momento, pues antes de dársela he de consultar a otras personas.
Dejando el teléfono, Duke llevó con un ademán a los otros hacia un rincón. Tras una breve conversación en voz baja, el joven escribió unas notas en un papel y lo entregó a Atchinson, quien después de leerlo asintió con la cabeza. Duke volvió al teléfono y después de comprobar que Brice no se había apartado, le leyó la nota:
—"Esta noche, a las diez y media, cuando el agente federal Herbert Raban se dirigía a entrevistarse con el señor Duke Straley, fue agredido a traición por el doctor "Muerte", que le hirió con un cuchillo, dejándole por muerto. La feliz casualidad de que el atentado se cometiera cerca de la residencia del conocido millonario, permitió que el señor Straley saliera de su casa y trasladase el agente federal a su laboratorio, sometiéndole a una afortunada cura de urgencia que sin descartar toda posibilidad de un fatal desenlace permite abrigar ciertas esperanzas, ya que Herbert Raban aún vive y se confía hacerle recobrar el conocimiento a fin de obtener por él alguna información acerca del misterioso doctor "Muerte" que, como en los casos anteriores, dejó encima de su víctima uno de sus mensajes".
—¿Adónde trasladarán al herido? —preguntó Brice.
—Eso no se puede decir —replicó Duke—. Es necesario guardar la máxima reserva, para evitar acontecimientos desagradables.
—Muchas gracias por el informe —dijo Brice—. ¿Lo tienen los demás periódicos?
—Aún no; pero lo tendrán a tiempo de publicarlo en la tercera edición.
Colgando el aparato, Duke se volvió hacia los otros, que también estaban colgando los auriculares.
—La suerte ya está echada —medio sonrió Atchinson—. Ahora sólo falta llevar adelante la trama. ¿Quién hará el papel de Raban?
—Yo puedo hacerlo —dijo Owen.
Atchinson movió negativamente la cabeza.
—Tu estatura es casi doble que la de Raban. Ha de ser un hombre de su misma estatura. El mejor seria... ¡Eso es!
Fue al teléfono y marcó un número, después de consultar el listín. Tras un par de intermediaciones habló con quien deseaba.
—Oye, Guerin, soy Atchinson. Dirígete en seguida a casa de Duke Straley. No pierdas ni un momento.
Dirigiéndose a loa otros declaró:
—Daniel Guerin representará a Herbert Raban. Tendremos que vendarle la cara, pues aunque de tipo se parecen, físicamente no pueden ser más distintos. En cuanto al cadáver de Raban, ¿qué podemos hacer con él?
—Pueden dejarlo en mi casa —propuso Duke—. No sería la primera vez que he guardado un cadáver en la cámara frigorífica.
Una hora más tarde una ambulancia se detenía ante la casa de Duke y dos enfermeros entraban con una camilla a recoger al herido. Un momento después la ambulancia partía en dirección al Hospital General.
"Extracto de un diario íntimo"
"Ya ha caído otro. Tampoco fue difícil. No esperaba que le llegase tan pronto su turno. No comprendo cómo he podido aguantar tanto tiempo sin terminar con Raban. Cuando mi pobre hermano salió de la casa, ya muy herido, pero aun vivo, levantó las manos, pidiendo que le permitiesen rendirse. Y fue Raban quien le llenó el cuerpo de balas, matándolo como a un perro. ¡Qué asombro expresó su rastro cuando le hundí el cuchillo en el corazón! Lo malo es que la emoción duró muy poco. En seguida quedó muerto. Y ya no puedo matarle de nuevo. Pero aun morirán otros. Ya lo he anunciado. Cuando pueda hundir el cuchillo en el cuerpo de Duke, me sentiré muy feliz. Más feliz que nunca, a pesar de que él nada tuvo que ver con el asesinato de mi pobre hermano".