EXAMEN MENTAL
El comisario que le recibió en Jefatura era joven y tenía aspecto militar. Probablemente sería un teniente o capitán que había pasado a la Policía.
—Se están extralimitando conmigo -dijo Rido.
—Es posible -aceptó el comisario-. Cuando terminemos puede presentar cuantas reclamaciones quiera. Todas serán debidamente cursadas e informadas.
—¿Y rechazadas? -preguntó Rido.
—Desde luego. Pero saldrá usted ganando si dice la verdad. Si miente, lo sabremos.
Sobre una mesita con ruedas había un detector de mentiras. Lo conectaron con la muñeca izquierda de Rido, y el comisario pregunto:
—¿Ha hecho trampas en el juego?
—No -dijo, aburrido, el capitán.
—¿Sabía que las cartas estaban marcadas?
—Sí.
—¿Se ha aprovechado de ello?
—No.
—¿Por qué?
—Porque no habiendo marcado yo las cartas, no podía saber lo que representaba cada marca.
—¿Sabía usted que nadie puede ganar en ese juego?
—Lo imaginaba.
—¿A qué ha venido a Naique?
—Eso es asunto mío.
—Ha venido a espiarnos.
—Usted lo dice todo.
—¡Es la verdad!
—Pruébenla.
—¿Es verdad o no que ha venido a sabotear nuestras industrias?
—No.
—¡Miente!
Rido miró a los dos policías que habían reforzado a Manuk. Le estaban encañonando con sus atomizadoras.
—Así cualquiera es valiente -dijo al comisario.
Este le abofeteó dos veces, retirándose en seguida y apuntándole también con una atomizadora.
Rido sonrió desdeñosamente.
—¿Quiere hacer más preguntas?
—¡Diga que ha venido a destruir nuestras industrias!
—No.
—Le daremos dinero...
—No me interesa.
El comisario volvió a pegarle. Lo hacía con miedo, a pesar de que Rido no demostraba intención de rechazar su ataque.
—¡Le mataré! -gritó al capitán.
—No me matará, porque sabe que si lo hiciera, crearía un conflicto entre Tierra y Naique, en el cual se pondrían del lado de Tierra todos los pueblos y razas de la Galaxia.
—Mire la cinta registradora -ordenó el comisario a Manuk.
Este se acercó al detector y examinó el gráfico. Abrió de par en par los ojos, y levantando la cabeza, exclamó, aturdido:
—No ha registrado nada, comisario. Ni verdad ni mentira. Está en blanco, como si él fuera capaz de dominarlo...
El comisario y los otros dos agentes se precipitaron hacia el detector de mentiras que, por primera vez en su larga historia de éxitos, se demostraba ineficaz. Era tan inverosímil que la máquina tan perfecta no hubiera registrado ni un simple latido del corazón de Pablo Rido, que los cuatro policías se miraban esperando una explicación que aclarase aquel misterio.
Rido había sido despojado de su atomizadora, cuando le detuvieron en la sala del Asteros; pero hora el arma estaba sobre la mesa del comisario. Nadie se acordaba de ella, y Rido no tuvo más que alargar la mano y de nuevo se encontró convertido en el más fuerte.
—Colóquense de cara a la pared, con las manos en alto -ordenó-. Si uno de ustedes se mueve, tendré que disparar, y ya saben lo que ocurre con estas armas. Uno sólo quiere castigar al culpable; pero todos pagan con él.
Los cuatro obedecieron sin protestar. Le consideraban un superhombre. Había ganado en el juego. Había dominado al detector de mentiras. Era capaz de todo.
De encima de la mesa del comisario, Rido recogió su documentación. Al hacerlo, vio una comunicación encabezada: URGENTE Y MUY RESERVADO.
La cogió, viendo que iba unida a una serie de mensajes parecidos y varias fichas. Lo guardó todo en un bolsillo y del cajón central de la mesa del comisario saco una pequeña granada de mano. Era del tamaño de una mandarina y estaba pintada de verde. Antes de cerrar la puerta del despacho, la tiró contra el suelo, después de haber apretado el resorte que la disparaba por simple choque. Una ahogada explosión marcó el estallido de la granada. El despacho se llenó de verde humo. Era una bomba soporífera, y sus electos durarían varias horas.
Rido bajó por la escalera sin que nadie le interceptara el paso. Nadie había huido nunca de Jefatura. Quienes vieron al capitán dieron por lógico que se trataba de un visitante que se marchaba.
En una próxima parada de aerotaxis tomó uno y se hizo conducir al Palace. Por el camino examinó lo que se había llevado del despacho del comisario.
Era inconcebible que semejantes documentos estuviesen tan oportunamente allí; pero cuando se supiese que él los tenía, todas las fuerzas armadas de Naique se reunirían contra él para impedirle la salida.
Si Rido podía volver a Tierra, todo el servicio de espionaje y sabotaje de Naique quedaría anulado. Mas, ¿podría salir de Naique?
Debía hablar con Sibila. Ella le estaba ayudando, no cabía duda. Gracias a su intervención él había logrado sortear muchos peligros. Ahora lo comprendía mejor que nunca. Y también comprendía que los poderes que se atribuía en su trabajo eran reales y no fingidos, como él había supuesto. Ella hizo levantarse en el aire la copa de vino. Ella hizo que la moneda cayese de su lado. Ella le avisó de que le estaban tendiendo una trampa ante el Club. Ella provocó a distancia la avería de la casa de Madrid. En fin, ella tuvo que ser la que dominó la caja del tractor que iba a caer sobre Arnell y él en Nueva York. El proceso era siempre el mismo. Idéntico sistema de levitación.
Entró en el hotel y pidió el número de la habitación de Sibila Riner.
—¿Para qué? -preguntó el encargado.
—Quiero hablar con la señorita Riner. Es urgente.
El encargado señaló una cabina telefónica.
—Pregúntele si desea recibirle y pídale que lo confirme.
Rido entró en la cabina que le habían señalado. El televisor estaba estropeado y sólo reproducía vagamente la silueta del rostro de Sibila. El color de su cabello era inconfundible y su voz también.
—¿Que tal, Pablo?
—Sibila, escúchame. Tenemos que irnos juntos en seguida. Arréglalo todo y vámonos. Tú me ayudarás una vez más.
—Sí; pero...
—No hables. Ya sé que gracias a tus poderes mentales me salvaste de morir ante el Asteros, luego me libraste de lo que me preparaban en Madrid y hace un momento has inutilizado el detector de mentiras. Temo que te descubran y te castiguen. Nos iremos juntos. Sé de alguien que nos ayudará. Subo en seguida.
—Pero...
Rido cortó la voz a Sibila y colgando el auricular fue al ascensor y se hizo conducir al piso cuarenta. El encargado del ascensor sabía el número de la habitación de Sibila y lo vendió por cien escudos.
Llamó frenéticamente a la puerta, extrañado de que no estuviese ya abierta. Cuando se abrió encontróse delante de Krina, sin lentes, vestida con un deportivo traje de corta falda y ajustado corpiño de ante. Estaba tan preciosa, que Rido quedó deslumbrado.
—¿Usted... es así? -preguntó.
—Sí; pero... ¿Qué ocurre?
Krina entornó los ojos y Rido oyó en su mente una voz inconfundible, que ya había escuchado varias veces antes de aquel momento:
—¿Qué sucede? ¿Un nuevo peligro?
Esta vez la sorpresa fue superior a todo. Para no quedar como un tonto embobado, Rido preguntó la muchacha:
—¿Dónde está Sibila? ¿Se ha arreglado ya?
—Está en su baño regenerador de los tejidos -explicó Krina-. Pase...
Le guio hasta la amplia sala de belleza. En un lado se erguía una enorme ampolla de cristal, asegurada con bandas de platino. Era como un inyectable gigantesco. Dentro de él estaba Sibila Riner, rígida, vestida con un breve trajecito de hielo. Una serie de cordones llevaban la energía al interior de aquella ampolla haciendo correr a lo largo del cuerpo de Sibila una serie de amoratados círculos como de vapor.
—Es el baño que necesita todos los años -explicó Krina-. Dura cuatro horas. Estará lista dentro de dos...
—¿Lleva dos horas ahí dentro? ¡No es posible!
—Lo es.
—¡Pero si yo he hablado con ella hace un momento! Por el teléfono. ¿Cómo ha podido ser?
—No ha sido -dijo Krina-. Hace dos horas se encerró ahí para regenerar sus tejidos. Si no lo hiciera se destruiría toda su hermosura. Los años...
—¿Qué‚ años?
—Muchos...
—¡Krina! -gritó Rido-. Diga la verdad. ¿Quién me ha ayudado? ¿Quién me ha salvado la vida...? Usted. Ahora lo comprendo. Siempre ha sido usted; pero estaba junto a ella...
—Contrarrestaba su poder -dijo Krina, sencillamente.
—¿Era ella la que me tendía las trampas...?
Krina asintió con la cabeza.
Rido se estremeció.
—¡Pero si parecía quererme!
—Jugaba con usted, capitán. Nunca le amó. Fue a Tierra para dirigir los servicios de sabotaje contra las Industrias Galácticas. Luego, cuando le escogieron a usted... ella hizo que le enviaran al Asteros...
Rido fue hacia la ampolla.
—¡Hágala salir, Krina! -gritó.
—No es posible hasta que termine el tratamiento. Si saliese ahora se desintegraría. Se convertiría en polvo. Tiene más de trescientos años. Antes se regeneraba los tejidos cada cinco años. Ahora lo tiene que hacer cuatro veces al año. Llegará un día en que tendrá que hacerlo diariamente.
Rido había oído contar a algunas mujeres el proceso de aquel baño regenerador de los tejidos. Una de ellas se lo explicó gráficamente:
“Es como si desmontases un reloj, lo limpiaras, le pusieses aceite y lo montaras de nuevo. Lo mismo ocurre con el cuerpo de la mujer mientras está en el baño. Por eso necesita la protección de la ampolla, porque un soplo de viento bastaría para destruirla. Durante cuatro horas no se puede salir de allí...”
—Debe huir, Pablo -dijo Krina-. Sus perseguidores se están acercando y llegan al hotel. Ahora hablan con el encargado despacho de recepción, quien les dice... ¡Oh! Les está contando su conversación con Sibila. No habló usted con ella, sino con una agente que se puso una peluca verde y representó el papel de Sibila. Interfirieron la comunicación televisada y usted sólo pudo ver una silueta vaga que tenía el cabello verde y hablaba con el acento de Sibila. Usted dijo... ¡Oh, pobre! Vamos.
—¿La dejamos aquí? —preguntó Rido, señalando a Sibila, inconsciente y rígida dentro de la alta y estrecha ampolla. Un anillo de neblina violeta subía y bajaba recorriendo todo el cuerpo de Sibila Riere.
—Ahora no se la puede sacar de aquí. Moriría.
Bruscamente los movimientos de ascenso y descenso del anillo se precipitaron. Oyese un estridente silbido que brotaba de los de la base y del extremo superior de la ampolla.
—¡Vamos! -gritó Krisna-. ¡Pobre Sibila!
—¿Qué sucede? ¿Qué es esto?
Señalaba hacia los tobillos de Sibila. Se estaban transparentando los huesos en una neblina amarillo rojiza blanquecina.
—¡Está ardiendo! -grito Rido.
Miró hacia el bello rostro de Sibila, visible a través del cristal. La mujer sonreía plácidamente, como si no le estuviese ocurriendo nada. Se hallaba como anestesiada.
Krisna le arrastró hacia la ventana. En la escalera ya se escuchaban los pasos de los policías que llegaban a la habitación de Sibila.
El aullido de la energía dentro de la ampolla alcanzaba una potencia atronadora. Rido pensó que nunca podría olvidarlo.
En la ventana, Krina estaba abriendo la portezuela de un aero que flotaba, inmóvil, allí misma.
La puerta de las habitaciones de Sibila se abrió impetuosamente. El comisario que había abofeteado a Rido entró el primero, empuñando un arma. Rido levantó la suya y se anticipó un quinto de segundo al disparo del otro.
La conmoción del estallido de la energía condensada en la atomizadora de Rido hizo que toda la habitación se conmoviese y obligó a replegarse a Manuk y los demás.
Rido entró en el aero con Krina y ésta dio una orden en extraño idioma al operador que gobernaba el aero.
Cuando se alejaban del hotel sonó otra explosión y por los aires volaron proyectados, fragmentos de fachada en el lugar que correspondía al cuarto de Sibila.
—Ha estallado la ampolla -explicó Krina-. Son tratamientos muy peligrosos.
—¡Pobre Sibila! -suspiró Rido.
—Lo que hizo no pudo evitarlo -explicó Krina-. La tenían dominada. No podía hacer otra cosa que obedecer.
—¿Adónde vamos? -preguntó Rido a su compañera, cuya belleza se acentuaba por momentos.
—Nos espera un aparato. Intentaremos huir; pero será difícil. Saben lo que usted ha cogido y no están en condiciones de hacer frente al cataclismo que significará para ellos la destrucción de su servicio de espionaje en los distintos planetas. Si a los demás agentes les convenía hacerlos callar, a usted mucho más.
—¿Qué clase de aparato tiene, Krina?
—No es gran cosa. Lo único que se puede tener escondido cerca de la ciudad. Un caza rápido; pero de poco radio de acción.
—¡Pobre Sibila! -dijo, al cabo de un momento, la joven-. A ella no le gustaba este juego tan peligroso. Quería ser feliz y vivir alejada de todo riesgo. En su juventud fue agente del Servicio Secreto de Naique. Ganó mucho dinero. Era rica. Pensó que nunca más la obligarían a actuar; pero llegó un momento en que faltaron agentes especializados. Se necesitaba una mujer como ella para un hombre como usted. La enviaron a Tierra y atrajeron a usted al Asteros. Sibila tenía que escrutar su cerebro y descubrir todos los secretos.
—En Naique todos son telépatas, ¿no?
Krina movió afirmativamente la cabeza.
—Pueden transmitirse el pensamiento y además captan el de los demás. Algunos proyectamos los mensajes mentales con tanta fuerza, que podemos hacernos obedecer a distancias enormes. Yo lo comprobé cuando le previne de lo que iban a intentar aquellos asesinos que le aguardaban ante la puerta del Club. También conseguí interrumpir el suministro de energía a su casa de Madrid cuando supe lo que allí preparaban...
—¿Y luego detuviste en el aire la caja aquella?
—Sí; pero sólo pude sostenerla un momento. Era muy peligroso. Estaba al lado de Sibila y mi voluntad luchaba contra la suya. Entonces ella se dio cuenta de mi verdadera identidad.
—¿Qué identidad? -preguntó Rido-. ¿Es que todavía hay más secretos?
—Sí. Yo no soy de Naique, sino de Pali.
Rido la miró con renovado interés.
—Yo había leído que los habitantes de Pali debían de ser simples humanoides, inteligentes pero monstruosos.
Krina se echó a reír.
—Es todo lo contrario. Los habitantes de Naique son los humanoides de Pali. Hace cientos de siglos fueron sacados de Pali y conducidos a Naique. Eran pobres seres monstruosos. En este planeta debían regenerarse o perecer. Consiguieron sobrevivir y formar una civilización; pero les falta iniciativa creadora. Pueden copiar; pero no crear originales. Nos hemos preocupado mucho por ellos. Mientras pudimos impedirles que tuviesen acceso a las armas de guerra, su regeneración, a través de sucesivas generaciones, fue bastante firme. Creaban una civilización agrícola; pero de pronto llegaron los hombres de Tierra. Trajeron armas. Algunas de ellas se quedaron aquí cuando ellos regresaron a su planeta. Tuvieron que abandonar dos aeronaves inutilizadas y parte de sus suministros y armamento. Al cabo de veinte años regresaron los que estuvieron aquí procedentes de Tierra. No pudieron volver antes a causa de algunas guerras que sostuvieron con otros planetas de la Galaxia. Por entonces Naique ya había asimilado la civilización de los hombres de la Tierra. Ya tenía armas tan buenas como las de aquellos que esperaban encontrar todavía un pueblo de campesinos.
—No parece posible que un pueblo asimile en veinte años la civilización que a nosotros nos costó tres mil años de esfuerzos. ¿Y sólo gracias a unas pocas armas abandonadas?
—Eso fue lo de menos. En una de las aeronaves quedó una gran biblioteca de libros científicos. Los de Naique los estudiaron con ayuda de tres expedicionarios que se quedaron aquí enamorados de sus mujeres. Ellos aprendieron el idioma de Naique y enseñaron el suyo. Se comprendieron los libros aquellos y no hubo que empezar de la nada, como el hombre. Ellos tenían un punto de partida muy elevado. Además, eran descendientes de una civilización superior a la terrestre. Pali es superior a Tierra. La degeneración de la raza no fue tan grande como parece indicarlo la palabra degeneración. Lo que leyeron despertó en ellos lejanos atavismos y recuerdos que dormían en su sangre.
»Lo peor fue que algunos hombres y mujeres de Pali fueron atraídos por este planeta y desertaron de nosotros. Vinieron aquí y completaron la enseñanza de este pueblo. Ellos descubrieron parte de los secretos de la telepatía, del dominio del pensamiento, de la transformación de la voluntad en energía.
—¿Qué clase de energía?
—La más perfecta y pura de todas -respondió Krina-. La misma que sostuvo aquella caja cargada con varias toneladas de acero. Y... la misma que le hizo ver un lavabo donde sólo había una puerta de escape. Y la misma fuerza que le sostuvo sin dejarle caer al vacío. La misma fuerza que leyó en el pensamiento del croupier cuáles eran las cartas que usted debía descubrir para ganar y le transmitió la orden de cogerlas.
—Ahora comprendo. Él me ordenaba que cogiese las cartas que no me convenían; pero tú me dabas contraorden y tu voluntad era superior a la del croupier.
—Sí. Y luego, cuando te sometieron a la prueba del detector de mentiras, logré que la máquina no registrase sus respuestas. Esto fue superior a cuanto se ha logrado jamás en Naique, y ellos comprendieron que había aquí una presencia enemiga. Sólo una persona de Pali podía superarles en dominio de la mente. Por eso, cuando supieron lo que usted había hablado con la mujer que se imaginó Sibila, comprendieron la verdad. Actuaron salvajemente. Por el contador del hotel supieron que ella o yo estaba en el baño regenerador. Aumentaron la potencia de la corriente para matar a la que estuviese allí. No quieren hacer prisioneros. Quieren matar. A usted y a mí. A usted desde que se apoderó de la documentación secreta. ¿La ha examinado bien?
—No del todo -suspiró Rido-. Lo primero que he visto me ha dejado deshecho. Es increíble.
—Los agentes de Naique en Tierra han actuado con la ventaja de tener acceso a todos los cerebros principales. Han averiguado grandes y pequeños secretos. Se han valido de sus descubrimientos para dominar a gentes muy importantes. Los sabotajes se han realizado casi siempre desde los despachos de los directores. Luego se ha simulado un ataque exterior.
El aero se detuvo al llegar al final de su onda magnética. No podía seguir más adelante. Para que le fuera prolongada la onda tenía que pedirlo a la central y dar detalles que hubiesen puesto sobre su pista a todas las fuerzas de Naique.
Krina y Rido bajaron del coche que, girando en redondo, regresó hacia Naikopolis.
—Es de toda confianza -dijo Krina-; pero debe volver. Un aero abandonado en una carretera sería una pista para ellos. Ahora procure pensar en árboles y plantas; pero no piense ni una sola vez en usted, ni en mí, ni en Tierra. Yo puedo bloquear fácilmente mis pensamientos contra los esfuerzos de ellos; pero a usted le será difícil. Es necesario que no deje de pensar en algo distinto. Cuando lleguemos al aparato podremos descansar.
Caminaron carretera adelante. Rido pensaba continuamente en lo grandes que eran los árboles, en lo verde que estaba la hierba y lo frondoso de los matorrales. A veces, para descansar, pensaba en los pájaros, en las piedras y en las nubes.
De cuando en cuando volvía a sentir, brevemente, la escalofriante sensación que había experimentado en el pasillo del NIKAROS, cuando se apoderaron de sus pensamientos y le hicieron ver lo que no era. Entonces sentía como si unos helados dedos palpasen su cerebro hurgando en él, tratando de arrancar su secreto. Pero en seguida el peligro pasaba. Rido comprendía que Krina le ayudaba con todo su inmenso poder.
—Ya llegamos -le dijo llevándolo fuera del camino, hacia una granja-. Ahí está el aparato.
Lo tenía en el pajar, oculto bajo montones de heno. Los campesinos les ayudaron a sacarlo. No era mayor que una canoa rápida. Había sitio para dos personas, unos cuantos instrumentos y víveres y nada más.
Krina levantó la cubierta de cristal sintético y entro en el aparato. Rido la siguió, acomodándose junto a ella. ¿Dónde estaban los tubos de combustión y los depósitos de carburante?
De pronto el aparato se empezó a mover. Primero muy despacio; pero en seguida tomó velocidad y elevóse hacia las nubes.
—¿Qué energía utiliza? -preguntó Rido.
—Mental -explicó Krina-. Le parece imposible porque a pesar de su progreso, ustedes, los hombres de Tierra, se mueven dentro de unas barreras que no pueden salvar porque las han levantado ustedes mismos. Conocen la velocidad de la luz y no usan la luz como vehículo5. Sin embargo, nosotros usábamos la luz como medio de viaje hace varios miles de años, hasta que al fin conseguimos utilizar con todo su inmenso valor, la energía mental. Nada es tan rápido como el pensamiento. A su lado la luz es lenta como un caracol.
Krina siguió explicando:
—Mientras estamos dentro de la atmósfera, tenemos que obtener una velocidad prudente. No podemos correr demasiado, porque sufriríamos los efectos de la gravedad planetaria; pero cuando dejemos atrás la atmósfera...
Rido señaló por encima del hombro dos puntos oscuros en el firmamento.
—Creo que ya han dado con nosotros -dijo a Krina.
Esta volvióse y asintió con la cabeza.
—Son sus acorazados. Los mismos que destruyeron a tantas aeronaves de transporte. Nada podremos contra ellos.
—¿También usan la misma energía?
—Sí. Este es el secreto de Naique. Tienen tres monstruos como ésos y los han lanzado contra nosotros.