UNA PUERTA AL VACÍO
Rido llegó a una amplia sala circular, de techo liso, reforzado con vigas de acero. Estaba situada inmediatamente encima de las cámaras de combustión. Era el departamento de la tripulación y los miembros de ella estaban instalados en las literas suspendidas de las paredes.
—Esta es la suya -dijo un suboficial, señalando una de las literas de red-. Sujétese bien para el despegue, y no se mueva hasta que salgamos de la atmósfera. ¿Tiene experiencia en esta clase de vuelos?
—Mi niñera me paseaba de la Tierra a Venus para curarme la tosferina -respondió Rido.
El suboficial le miró, indignado.
—¿Se considera gracioso? -preguntó.
—Probablemente lo soy. ¿Por qué?
—Porque aquí nos molestan los tipos como usted.
—¿Por eso los planchan antes de aceptarlos a bordo?
—No presuma. Si yo hubiera estado en la máquina, no le habría salvado nadie ni nada.
—Recordaré sus buenos deseos, amigo -dijo el joven tendiéndose en la litera, sobre la elástica red contra la aceleración, sujetándose con las correas que había para ello.
Mirando al compañero de navegación que estaba, en la litera de abajo, preguntó:
—¿Qué tal se viaja en este cacharro?
—Bien -dijo el otro-. Se come aceptablemente y no hay ningún trabajo. Tenemos tiempo de aburrirnos del todo en los veintiséis días que dura el viaje. Usted les ha caído mal. Quisieron aplastarle, ¿No?
—Me echaron encima una caja de hierro de un sin fin de toneladas; pero el campo magnético de un poste la detuvo. No sé cómo fue; pero lo consiguió.
—Les tiene intrigados -dijo el tripulante-. Esos naiqueanos son odiosos. No cambian ni dos palabras con nosotros. Los de Tierra nos vemos tratados como piojosos. Nos mantienen a un lado y sólo hablan entre sí. Somos treinta de Tierra. Buena gente. Le gustarán. Cuando salgamos de la zona de gravedad, podremos movernos y los conocerá a todos. No se moleste en hacer amistad con los de Naique. Son huraños y se portan como si lamentasen no ser los únicos habitantes de la Galaxia. No quieren trato alguno con nadie.
—¿Cuál es nuestro trabajo a bordo? -preguntó Rido.
—Sentarnos, jugar a las cartas y esperar que pasen los días. No hacemos nada. Lo poco que se hace a bordo lo hacen los indígenas.
—¿Y la sección de máquinas?
—Nadie ha podido visitarla jamás. La guardan como si la hubiesen hecho de platino. No pierda el tiempo tratando de llegar hasta la sala de máquinas. No lo conseguirá. Yo también fui encargado por el Servicio Secreto de descubrir el misterio de esas máquinas de propulsión; pero no conseguí nada.
Les interrumpió el estruendo de la inyección del carburante en los tubos de combustión. Cuando el ruido convirtióse en aullido ensordecedor, el NIKAROS empezó a moverse. Rido comentó dirigiéndose a su compañero de viaje:
—Esto es lo mismo que los demás. Una mezcla de ácido nítrico y un gas hidratado.
—Luego paran los motores y en todo el viaje no se oye ni un suspiro -replicó el otro.
La gravedad terrestre tiraba de los viajeros como si la irritase el verlos escapar de sus garras. A pesar de su experiencia en estos viajes, Rido estuvo a punto de perder el sentido. La sangre silbaba en sus oídos y las sienes le latían violentamente.
De pronto la presión desapareció y el cuerpo se hizo ligero. Era la entrada en el vacío, donde el deseo desaparecía por completo.
—Ya puede soltarse -dijo el de abajo.
Rido lo hizo y empujando con la mano salió de la litera, quedando flotando en el aire. Se impulsó hacia abajo y descendió suavemente como un globo de goma lleno de aire. Metió los pies en las correas que había en el suelo y de un armario señalado, cogió unas sobresuelas magnéticas, alimentadas por pequeñas pilas. Con aquello debajo de los pies podía caminar sobre el piso de acero, sin flotar de un lado a otro. Los demás tripulantes estaban haciendo lo mismo. Al cabo de un instante pudieron ir de un lado a otro, sujetos al suelo por los electroimanes de sus suelas. Rido observó que, en vez de aprovechar la ocasión para mezclarse unos con otros, los tripulantes que pertenecían a Tierra iban a un lado de la sala, mientras los de Naique se reunían en el otro extremo, como si entre ambas razas hubiera un odio mortal.
—¿A qué velocidad marchamos? -preguntó Rido a sus compañeros.
Estos se encogieron de hombros.
—Aquí no dan ni el parte meteorológico -dijo uno-. Nos echan de comer y no dicen nada más. Si quiere jugar a la canasta... ¿Lo conoce?
—Sí; pero más tarde.
El que ocupaba la litera de debajo de la suya advirtió a Rido:
—Todo lo que puede ver del NIKAROS, ya lo ha visto. No le enseñarán nada más. Aquí empieza el viaje y aquí termina.
Rido intentó ir hasta la puerta que había de conducir a la sala de máquinas. El suboficial que le había indicado cuál era su litera, le cerró el paso.
—Pierde el tiempo -dijo con su inconfundible acento-. Vuelva con sus compañeros.
—¿Puedo preguntar dónde estamos?
—Sí.
—¿Dónde?
El suboficial se echó a reír.
—Adivínelo. Ya ha hecho la pregunta.
Rido volvió al grupo de tripulantes pertenecientes a Tierra. Estaban sentados en torno de varias mesas que habían armado. Los bancos en que se sentaban tenían correas para sujetar los cuerpos a ellos y aumentar el efecto de los imanes de los pies.
Durante un par de días jugaron a cartas Se resucitaron todos los antiguos juegos y se inició un campeonato de bridge y otro de cesta. A media mañana del tercer día, llegó a la sala el oficial que había permitido la entrada a Rido. Era el primer oficial de a bordo y no se esforzaba demasiado en disimular el odio que sentía hacia Rido.
—El comandante quiere verle -dijo yendo hacia él-. Es usted muy tenaz. Al fin consiguió lo que deseaba. Venga.
Rido siguió al primer oficial por un pasillo en espiral y en rampa, cruzando varias puertas vigiladas por centinelas armados con atomizadores de reducido alcance. El comandante estaba en su despacho y le recibió a solas. Era un hombre de unos sesenta años, de aspecto fuerte y simpático. Rido comprendió que era un capitán de la flota aérea militar. Sin duda mandaba el NIKAROS para hacer práctica y ganar experiencia en los vuelos a Tierra.
—Siéntese, capitán -invitó-. ¿Quiere fumar? ¿Prefiere tabaco habano o de Venus?
—Prefiero el de Venus -dijo Rido, aceptando el cigarro que el comandante le ofrecía. Al inclinarse para coger el puro vio sobre la mesa un retrato del comandante con una mujer y dos hombres vestidos con el uniforme de la flota aérea de Naique. En aquella fotografía, el comandante lucía el uniforme de almirante.
Las miradas de los dos hombres se encontraron. Rido sonreía burlonamente. El comandante sonreía irónico.
—¿Le degradaron, almirante Akathos? -preguntó Rido.
—Eso dicen. Pero quizá me han ascendido. El NIKAROS es una aeronave excelente.
—El que usted la mande era un secreto hasta ahora.
—Nadie se ha esforzado en ocultarlo. Naique es un país pobre y sus almirantes tenemos que hacer nuestras prácticas en las naves de transporte. No podemos derrochar el combustible en vuelos de prácticas. Como no es muy digno que un almirante mande un aparato de línea, el Ministerio me ha degradado temporalmente y por motivos no deshonrosos. Ustedes, los de la Galaxia, están acostumbrados a un lujo que nosotros, los de Naique, no podemos permitirnos. Nada de vistosas maniobras...
—Por lo menos no podrán atribuirle la destrucción del Hokan -dijo Rido.
La rápida mirada que le dirigió el almirante-comandante convenció a Rido de que lo ocurrido al gran crucero marciano no era desconocido para Akathos.
—¿Qué ha ocurrido? -preguntó éste.
—Lo sabe tan bien como yo; pero no espero que me lo cuente. ¿Qué desea de mí?
Akathos tardó un instante en responder. Parecía estar temiendo que Rido descubriese sus pensamientos.
—Hemos hecho lo imposible para evitar que usted embarcase en esta nave. Pocas veces nos hemos tomado tanto trabajo y tan inútilmente, como en su caso.
—Creo que han hecho todo lo posible para matarme. ¿No es cierto, almirante?
—Sí, desde luego. Su visita no es grata; pero no podemos evitarla legalmente. Tampoco podemos matarle cuando llegue a Naique. Sinceramente, hemos de procurar que muera usted por el camino. Resultará molesto tener que dar explicaciones; pero esas explicaciones serían más difíciles si muriese usted en Naique.
—¿Cree que podrán asesinarme a bordo?
—Será muy difícil.
—Máxime después de avisarme acerca de sus intenciones.
—Usted ya las conocía. El que yo las callase no significaba ninguna ventaja para nosotros. Se lo he dicho, entre otros motivos, porque deseaba asegurarle que en todo aquello que yo intente contra usted no debe ver ningún motivo ruin ni personal. Lo hago por mi patria. Particularmente y personalmente, le admiro, capitán. Es usted un hombre magnífico, listo y lleno de recursos. Lamentaré contemplar su cadáver.
—Lo mismo digo, almirante. Si alguna vez nos encontramos frente a frente, cuando dispare contra usted pensaré que voy a perder un buen amigo.
—Gracias, capitán Rido -el almirante lanzó un sincero suspiro-. Es lamentable que las circunstancias nos conviertan, en enemigos. Si le interesa instalarse en el departamento de viajeros, puede hacerlo. Irá más cómodo que en la sala de tripulación. ¿Le interesa?
Rido pensó en Sibila Riner.
—Me encantaría -dijo, sin variar de pensamiento.
—Y a nosotros. Así ahorramos la comida de un tripulante, y el sueldo. Tendrá que pagar su pasaje, pero no creo que ello le importe.
—No -dijo Rido-. No me importa; pero me asombra su buen sentido de la economía. No desdeñan un escudo.
—Si podemos ganarlo fácilmente, ¿por qué hemos de despreciar un escudo, o medio siquiera?
—Es verdad. Todo es dinero. ¿Se lo pago a usted?
—Se lo cobrarán cuando escoja camarote; pero...
El almirante inclinó la mirada hacia la mesa y preguntó, sin mirar a Rido.
—¿Podría explicarme el truco de que se valió para detener la caja que iba a caer encima de usted? Tal vez olvidáramos lo del precio del camarote...
Pablo se echó a reír.
—¡Almirante! -exclamó-. Yo pagaría doble pasaje a cambio de ese mismo informe que usted me pide. ¿Cree que fui yo quien detuvo en el aire la caja?
—Sí. Lo creía; pero ahora... veo que algo funcionó mal. ¡Muy lamentable!
—¿Fue suya la idea?
Akathos movió afirmativamente la cabeza.
—Y estaba orgulloso de ella hasta que fracasó -dijo-. Lo más curioso es que no podía fracasar. No debía fallar.
—¡Los malditos imprevistos! -dijo Rido-. Siempre estropean los mejores proyectos. ¿Puedo ir a mi nuevo alojamiento?
—Cuando quiera. Fuera le están esperando para guiarle.
Rido cambió un cordial apretón de manos con el almirante y salió del despacho, siguiendo a un camarero que le aguardaba fuera. Le enseño los camarotes de lujo y cobró los quince mil escudos que costaba el viaje hasta Naique. Luego le indicó dónde estaba el salón principal.
Cuando entró en él, Rido observó que la aeronave no llevaba pasaje completo. La mayoría de los pasajeros eran de Naique. Sólo un par de Tierra, además de él. En un ángulo del salón vio a Sibila Riner y a su compañera. Acercóse a ellas. Sibila le recibió con una burlona sonrisa.
—No esperaba verte tan pronto aquí -dijo.
—Me entretuvieron un poco abajo. Parecían tener interés en que no hiciese el viaje.
—Vi el incidente de la caja. Os librasteis de milagro.
—Eso creemos todos -observó Rido-. Sólo un milagro pudo salvarme. ¿Quién tendrá interés en hacer milagros en mi favor?
—Sólo hay una persona capaz de hacer milagros -recordó Sibila-. Tal vez un escape de fuerza antimagnética... lo explique todo.
—Eso creen ellos. Yo, me conformo con la duda.
—La otra noche, cuando saliste del Asteros, te esperaban para matarte, ¿no? -preguntó Sibila.
—Y luego me tenían reservado un cálido recibimiento en mi piso de Madrid -dijo Rido-. Hay mucha gente que se está esforzando en quitarme de la circulación.
—Afortunadamente, sus esfuerzos resultan inútiles.
—Afortunadamente para mí.
—Lo celebro; porque al principio pensé que yo te traía mala suerte.
—Creo que ha sido todo lo contrario -respondió el capitán-. Nunca había disfrutado de tan buena suerte. Y eso me impulsa a no apartarme de tu lado. Eres mi protectora.
Sibila se echó a reír alegremente.
—¡Me encanta oírte decir eso! -comentó-. ¿Verdad que el capitán Rido es encantador Krina?
Esta sonrió con timidez. Era una muchacha poco expansiva y a veces parecía no encontrar las palabras para las más sencillas respuestas o comentarios.
—Creo que sí -dijo por fin.
—¿Por qué lleva esos lentes, señorita Kartin? -preguntó Rido-. No creo que sean necesarios.
—Forman parte de su indumentaria teatral -dijo Sibila-. Como no le estorban, los lleva siempre. Así se acostumbra a ellos y trabaja con más naturalidad.
—Me gustaría conocer algunos secretos de su trabajo -dijo Rido.
Krina miró, alarmada, a Sibila. Esta tomó la palabra, diciendo:
—Secreto profesional. Si lo divulgáramos, perdería todo interés y emoción. Hay algo de ciencia y mucho de práctica.
—¿Conoces bien Naique?
Sibila arqueó una ceja.
—Es un planeta muy grande. No he vivido mucho allí. Viajo siempre... Pero tal vez pueda darte algunos informes turísticos si me preguntas acerca de las principales ciudades...
—No voy en viaje turístico.
—¿De negocios? ¿O no debo preguntarte nada?
—Negocios. Industrias Galácticas quiere instalar una fábrica en Naikopolis. He de ver de...
Interrumpióse, notando la sonrisa de Sibila. Ella no creía ni una sola de sus palabras.
—No tienes por qué mentirme -dijo la joven-. No he preguntado nada. Olvídalo.
—¿Has leído mi pensamiento?
—Saltaba a la vista que estabas mintiendo. Tengo experiencia, trabajando en contacto con el público se aprende mucho. A veces lo único que necesitamos es echar una mirada a un rostro y ya sabemos cómo es su dueño, lo que piensa y lo que no quiere pensar. ¿No es cierto, Krina?
—Sí.
—Tú trabajas con los ojos tapados y lejos del público -recordó Rido.
—No siempre. A veces... trabajo cerca.
Sibila se mostraba tremendamente serena, con una respuesta fácil para todo, sin turbarse por nada. El punto débil de aquel par de hermosas mujeres, debía de ser Krina Kartin. Rido pensó que tal vez cercando a la joven ayudante de Sibila obtuviese mejores resultados.
—¿Usted también es de Naique? -preguntó a Krina.
—Sí.
—¿Es fácil viajar desde Naique a Pali?
—No.
—No es fácil -dijo Sibila-. Esa gente de Pali se encierra tras una barrera muy dura. Hay quienes pretenden haberla atravesado; pero yo no he conocido a ninguno. Ni siquiera conozco el aspecto de las gentes de Pali. Dicen que son muy atractivos. Especialmente los hombres. Hace siglos pelearon con nosotros.
—¿Quién ganó la pelea?
—Ellos. Nos dieron una paliza, y cuando se creía que se iban a apoderar del país, se retiraron al suyo.
—Me gustaría visitar Pali.
—Dudo que lo consigas. Es peligroso ser demasiado curioso. En Naique se castiga con la cárcel y los trabajos forzados en algún asteroide, a quienes intentan pasar a Pali.
—Me parece que en Naique vuestro gobierno se toma demasiadas molestias prohibiendo cosas y castigando a la gente por todo.
—No me hables de política -pidió Sibila-. Y es mejor que te reserves tus opiniones. La gente vive tranquila en la situación actual. Ha aprendido a no hacer comentarios adversos. Si tú los haces causarás muchas molestias a muchos infelices que se verán obligados a escucharte por cortesía...
Acercóse un camarero para anunciar a Rido, después de solicitar permiso para interrumpir la conversación:
—Capitán: Se acaba de recibir una llamada desde Tierra para usted. El señor Bermúdez desea hablarle por radiovisor.
Rido se levantó.
—Permíteme un momento -dijo a Sibila.
Siguió al camarero que le debía conducir a la cabina desde la cual podía recibir la llamada y la imagen de Bermúdez.
—A mitad del pasillo, a la izquierda -indicó el camarero-. Ya verá la indicación. Cuando cierre la puerta, se establecerá automáticamente la conexión.
Rido siguió pasillo adelante. Nunca se había visto afectado por el mareo que produce en los no habituados el caminar por una aeronave en movimiento a través del vacío. En este momento, cuando menos lo esperaba, el estómago le envió una sacudida a lo largo del cuerpo, y Rido sintió un comienzo de violentas náuseas. Las paredes a ambos lados del pasillo vacilaron y parecieron a punto de unirse por arriba y luego por abajo. Tal vez el cigarro que había fumado en el despacho del almirante... El tabaco de Venus era delicioso; pero a veces estaba cargado de opio...
Probó de mantenerse erguido, pero no pudo lograrlo. Dio unos pasos más y encontróse frente a los lavabos. Afortunadamente no le veía Sibila Riner. ¿Qué hubiera pensado de él viéndole en aquel estado?
Empujó la puerta de los lavabos y precipitóse a través de ella.
Súbitamente sintióse sujetado por la cazadora de piel y, al mismo tiempo, desapareció su malestar, su dolor de cabeza y de estómago. Al recobrar la claridad de visión se encontró en el principio de un metálico embudo que se precipitaba hacia el fondo, liso como un espejo o, mejor dicho, como un tobogán.
Un frío sudor inundó el rostro del joven. ¿Cómo seguía allí? Estaba en el principio del embudo de una salida para caso de necesidad. Era una de las muchas que había en el aparato. Por ella se salía con traje de alta presión para realizar en pleno vuelo reparaciones en el casco externo de la nave. El tripulante que debía llevar a cabo la reparación se lanzaba por aquel embudo y, atravesando tres compuertas automáticas, llegaba al exterior, donde el cuerpo era retenido por una red metálica. Soltada la red, el tripulante podía ir pegado al casco de la nave, asegurado a ella por medio de una larga cuerda de seguridad.
Pero si alguien caía por allí, sin ir protegido por la escafandra de alta presión, su muerte sería instantánea en cuanto llegase al vacío sideral. La red no serviría para nada más que para sostener y conservar un cadáver.
¿Qué había ocurrido?
Lo de haber llegado hasta allí, tenía alguna explicación. Lo inexplicable era seguir donde estaba, sin precipitarse en el metálico pozo que conducía a la muerte.
Con ambas manos, procurando hacer presión en las resbaladizas paredes, alivió el peso de su cuerpo que estaba gravitando en su cazadora de cuero. Los pies, calzados aún con los electroimanes, se adherían al suelo.
Mirando hacia atrás, poco a poco, vio que su cazadora estaba cogida entre la puerta y el quicio.
Era un milagro mayor, aún, que el de la caja cayendo sobre el jefe del aeropuerto y él.
Acentuó la presión de sus manos contra las paredes del pozo. El sol debía de lucir por el otro lado de la aeronave, o ésta había adoptado en el exterior la cubierta blanca que repelía los rayos solares, haciendo que imperase allí un frío bastante intenso. Este frío fue la salvación de Pablo. De reinar el calor que hubiese imperado allí con el sol dando sobre la cubierta negra, las manos del joven hubieran estado en seguida bañadas en sudor y, resbalando por las metálicas y bruñidas paredes, hubieran intentado inútilmente regresar hacia la puerta.
Esta, que se debía haber cerrado automáticamente cuando el cuerpo de Rido la cruzó hacia el abismo, lo hizo en falso, aprisionando un trozo de ante de la cazadora del capitán. De haberse cerrado, aunque Rido hubiera podido sostenerse unos minutos en aquella difícil posición, el resultado hubiera sido, fatalmente, la caída al fondo del pozo y fuera del NIKAROS. Abrir, desde allí, la puerta era imposible. La cerradura quedaba al otro lado de la puerta.
Aumentando la presión de las manos a ambos lados, Rido echó hacia atrás la cabeza y empujó hacia atrás la puerta. Cuando la tuvo entreabierta, probó dos o tres veces de llevar un pie hasta el pasillo. Tenía que hacerlo muy despacio. Le estorbaban los electroimanes, pues llevaban su pie derecho hacia el metal, sujetándolo contra el suelo y la pared del pozo.
Cada vez que creía estar a punto de retirar el pie del pozo y llevarlo hasta el pasillo, el maldito electroimán se adhería como una ventosa al metal más próximo.
Si hubiera podido soltar una mano y quitarse con ella una de aquellas suelas, todo se habría resuelto; pero tenía que estar con los brazos en cruz, una mano a cada lado, contra la pared y confiar en la suerte y en otro milagro mayor.
A pesar del intenso frío que reinaba en aquel sitio (seis grados bajo cero), Rido tenía la sensación de estar sudando. Sus fuerzas eran humanas y tenían un límite. Cuando llegase a él, caería como un plomo.
Pensó que si gritaba, le oirían; pero no acudiría nadie en su ayuda.
—¡Si ella supiese, realmente, captar una llamada mental!
Pensaba en Sibila y en su actuación en el Club Asteros. Decidió llamarla, y mentalmente le dijo:
—Sólo necesito que vengas y me arranques estos malditos imanes que no me dejan mover los pies. Esto, y tener abierta la puerta. ¡Date prisa, Sibila, por favor!
Probó una vez más de meter un pie por la puerta hasta el pasillo, y esta vez, cuando menos lo esperaba, notó un chasquido y sintió que el pie le quedaba libre. Se había roto la correa de la suela magnética y ésta había quedado adherida al pozo. Con el pie libre, consiguió, al fin, llegar hasta el pasillo y, en cuanto pudo pisar un suelo firme y recto, le fue fácil salir de la horrible trampa tirándose de bruces contra el suelo del pasillo. La puerta se cerró automáticamente, y en seguida Rido se levantó para explicarse cómo había podido confundir aquella puerta de escape con la puerta del lavabo.
Era inexplicable, porque encima del dintel había un letrero luminoso que anunciaba:
“Puerta de escape al exterior, para casos de apuro o peligro. No debe abrirse.”
La llave que abría aquella puerta estaba dentro de una caja de cristal sintético, a un lado del quicio. Un cartelito anunciaba cómo se podía conseguir aquella llave. Se pegaba un fuerte puñetazo a la caja de cristal, sin miedo a producirse herida alguna. El cristal saltaba en pedazos de bordes suaves y se podía alcanzar la llave. Nadie había roto la caja pero la puerta debía de estar abierta cuando Rido en su malestar, la confundió con la puerta del lavabo.
Mas, ¿cómo pudo estar abierta y cerrarse luego tan oportunamente?
Era una más de las cosas sin explicación lógica que estaban ocurriendo desde que aceptó ocuparse de los asuntos de la I. G. Contra una serie de bien, urdidas trampas, se presentaba otra serie de oportunísimas ayudas.
Cuando oyó pasos en el corredor, volvióse y vio al primer oficial acompañado por el segundo. Los dos iban hacia él; pero al verle, se detuvieron sobresaltados e incrédulos. En seguida, cometieron el error de llevar instintivamente las manos hacia sus atomizadoras.
Rido había tenido la misma idea apenas oyó los pasos de los otros. Su atomizadora estaba ya empuñada cuando los otros quisieron anticiparse a él.
—¡Quietos! -ordenó.
Los dos oficiales quedaron rígidamente inmóviles. Sólo sus alocados ojos giraban angustiadamente en sus cuencas.
—¿Me creíais convertido en un helado satélite del NIKAROS, flotando en el vacío pegado al casco del aparato? Me gustaría saber cómo me tendisteis la trampa.
El primer oficial empujó de pronto a su compañero contra Rido, esperando tener tiempo de sacar su atomizadora y dispararla contra ambos. Todo fue bien hasta que acercó la mano derecha a la culata del arma. Entonces, Rido disparó a través del segundo oficial la carga concentrada de su atomizadora de gran calibre.
Una vez más brilló el verdoso fogonazo de la atomizadora y su efecto sobre los dos cuerpos humanos fue idéntico al de otras veces. Una explosión verde, roja y blanca y los dos hombres desaparecieron dentro de ella, quedando sólo un poco de humo que desapareció dentro de los aspiradores que llevaban el aire hacia los regeneradores de oxígeno. Ni una huella de su pasada existencia. Con aquellas armas no quedaba el acusador cuerpo del delito.
Se dirigió al locutorio desde el cual debía haber hablado con Bermúdez. Preguntó por el micrófono si podían ponerle en comunicación con Tierra. Su pregunta debió de coger desprevenidos a los operadores de la radiovisión. Le daban por muerto y ahora aparecía en la cabina...
—Se... se ha cortado la comunicación -consiguió decir, por fin, uno de los radiografistas-. Ya le avisaremos cuando conectemos de nuevo.
Rido cerró la puerta de la cabina y regresó al salón. Sibila y Krina no estaban allí. Preguntó a uno de los camareros cual era el camarote de las dos jóvenes, y cuando lo supo, dirigióse hacia él.
Le divertía ver el asombro de los oficiales y suboficiales que se cruzaban con él. Le habían dado por muerto y no se explicaban que siguiese vivo. Tampoco se explicaban la desaparición del primer y segundo oficiales. Rido hizo como si no se diera cuenta del nerviosismo que producía en los de a bordo aquella ausencia doble y la presencia del capitán en el NIKAROS, cuando su sitio lógico tenía que ser el helado exterior, donde su cuerpo hubiera adquirido ya un grado de congelación tan grande que se hubiera podido quebrar como el cristal.
Al llegar cerca del camarote de Sibila, encontró a Krina.
—La señorita no puede recibirle -dijo la ayudante de Sibila-. Mañana le verá.
—Sólo quería darle las gracias -explicó Rido-. Tengo la sensación de que le debo la vida. ¿Se lo dirá?
Krina asintió con la cabeza y siguió hacia el camarote.
Rido fue al suyo, y durante toda la noche estuvo oyendo entre sueños como la tripulación buscaba por todas partes a los dos oficiales. Esto le produjo una beatífica sensación de alivio. Casi lamentaba que no supiesen la verdad acerca de cómo podía devolver los zarpazos que le dirigían. Pero a juzgar por la hostilidad con que le miraban todos al día siguiente, la verdad no debía serles desconocida. Lo difícil era probar que él había matado a dos oficiales de Naique en la nave. Tan difícil, que era imposible. Pero durante el resto del viaje, no volvieron a intentar precipitarlo fuera del NIKAROS.
Durante aquellos diecisiete días, Rido examinó todas las puertas de escape. No pudo abrir ninguna. Esto le acabó de convencer de que la puerta por la que se había precipitado estaba abierta y preparada para él.
¿Cómo pudo sentir náuseas, malestar y ver en aquella la puerta del lavabo? Probablemente hipnotismo a distancia. Nada imposible ni moderno. Tan antiguo como el mundo. En adelante procuró mantener el cerebro cerrado a toda influencia externa. Varias veces tuvo la sensación de que una fuerza misteriosa hurgaba en torno de su mente, como si hurgase buscando una grieta para entrar en ella. Rido pensaba entonces en canciones infantiles, en escenas deportivas o en cualquier cosa que mantuviera su pensamiento fijo. Al cabo de un rato la sensación de registro y escrutamiento cesaba, y Rido podía volver a pensar en sus problemas.
Las relaciones entre los viajeros, la tripulación y él se redujeron al mínimo, Se convirtió en un proscrito, e incluso Sibila le rogó, por mediación de Krina, que evitara hablar con ella.
—Siendo ciudadana de Naique, la amistad con usted puede perjudicarla mucho -le explicó la ayudante de Sibila-. Ya la verá en Naikopolis.
—¿Dónde actuarán?
—En la sucursal del Asteros.
Krina retiróse y Rido terminó en completa soledad y aburrimiento su viaje.