CAPÍTULO 7
BIOLOGÍA FORENSE. LOS BICHOS SON UNOS CHIVATOS
La vida, además de frágil, es compleja. Y de hecho es el producto de ir complicando cada vez más una idea básica. Empezando por los átomos, que se unen para formar moléculas como los lípidos, proteínas, azúcares o ADN y ARN. Estas moléculas forman orgánulos, que a su vez forman parte de las células, que formarán tejidos, que luego forman órganos y todo junto forma un organismo vivo. Algunos de estos organismos son personas, y un porcentaje muy bajo de estas personas es la gente que comete delitos. Y cuando la gente hace cosas que no debería hacer tiene la costumbre de tocarlo todo, de dejar manchas de semen, de sangre, o huellas de dedos o pisadas o incluso cadáveres que luego los bichos se comen. Por si fuera poco, no solo deja, sino que también se lleva. Un delincuente suele mancharse con fluido vaginal o sangre de la víctima (las violaciones de mujer a hombre son extremadamente infrecuentes), o llevarse en la ropa polen, hojas, semillas o pelos de animal. De modo que el estudio de las muestras de origen biológico, o de los organismos vivos relacionados con un crimen, es una parte importante de la ciencia forense y en numerosos casos ha ayudado a descifrar los crímenes.
LA SANGRE MANCHA
Todo el mundo sabe que la sangre mancha. Al cincuenta por ciento de la humanidad no le hace falta cortarse, sino que la naturaleza se lo recuerda periódicamente. Uno de los rastros más evidentes de un crimen de sangre es precisamente los restos de la ídem. En Macbeth, lady Macbeth trata de lavarse las manos repetidamente para borrar las manchas de sangre que solo ella puede ver y que delatan el asesinato del rey Duncan. «Out, damn’d spot! Out, I say!» («¡Fuera, maldita mancha! ¡Fuera, te digo»), grita. El propio Macbeth, después del crimen, dice: «Will all great Neptune’s ocean wash this bloodclean from my hand?» («¿Podrá todo el gran océano de Neptuno lavar esta sangre de mi mano?»). Y en otro pasaje, clama: «It will have blood, they say. Blood will have blood» («Ello reclama sangre, dicen. La sangre llama a la sangre»). Dicho de otra manera, Shakespeare tenía claro que la sangre mancha mogollón. Sin que se te vaya la olla como al personaje de la tragedia shakesperiana, las manchas de sangre son un problema para el criminal y una herramienta útil para el investigador. Un adulto contiene aproximadamente entre cuatro y cinco litros de sangre, que representa el ocho por ciento del peso del cuerpo, lo cual quiere decir que si la forma de matar a alguien implica la rotura de piel y vasos sanguíneos (apuñalamiento, disparo, golpe con objeto contundente), vas a montar un buen estropicio. Cualquiera que haya tenido un accidente doméstico con una garrafa de agua o aceite sabe que cinco litros esparcidos por el suelo requieren mucha fregona o agachar el lomo con el trapo y recoger mucho líquido. Pues con la sangre ocurre algo parecido, siempre deja huella. Por muy bien que limpies, siempre te vas a dejar alguna mancha delatora. Y además ahora, con las pruebas de ADN, ya no es como antes, cuando una mancha de sangre podía considerarse un indicio que sirviera para excluir pero no para probar la culpabilidad. Hoy en día ya se puede hallar ADN e individualizar la muestra. De hecho, el cine y la televisión nos han mostrado ejemplos de asesinos muy cuidadosos y que plastifican todo antes de cometer un asesinato, como en la serie Dexter —protagonizada por Michael C. Hall— o Christian Bale en American Psycho (Mary Harron, 2000).
Resumiendo mucho, podemos decir que la sangre consta de una parte líquida, que tiene una composición determinada, incluida la cantidad de sales y el pH, y de una serie de células que cumplen diferentes funciones: los glóbulos blancos se encargan de la defensa; los glóbulos rojos transportan oxígeno y CO2, y las plaquetas se encargan de la reparación. La sangre es la que se encarga de llevar todo lo que necesitan las células de un sitio a otro. Los diferentes análisis forenses de las manchas de la escena de un crimen se basan en detectar la presencia de algunos de sus componentes, sobre todo de la hemoglobina, la principal proteína que contienen los glóbulos rojos y la responsable que les da el color.
Durante la inspección visual del escenario de un crimen, el investigador puede ver una mancha sospechosa de ser sangre. Como todo en la vida, la sangre y las manchas de sangre no se parecen en nada a como las vemos en la películas. La sangre en las películas es roja brillante y muy fluida. La sangre que transporta oxígeno es más brillante que la que transporta CO2, pero en contacto con el aire se oxida y se vuelve marrón y finalmente negra. Además, las plaquetas empiezan a aglomerarse y la sangre coagula, por lo que espesa de forma muy rápida. Por tanto, una mancha marrón o negra en el escenario de un crimen es sospechosa de ser sangre. Los análisis de sangre se pueden dividir entre pruebas presuntivas o de confirmación. Las pruebas presuntivas son análisis rápidos para comprobar si no es sangre. Es decir, si sale negativo no es sangre; si sale positivo, hay que confirmar que es sangre y sobre todo si es humana o animal.
El test más antiguo es el de la tetrametilbenzidina, que se descartó porque sus reactivos son muy cancerígenos. El de la leucomalaquita también da una reacción de color verde en presencia de sangre, pero su uso presentaba el mismo problema que el de la tetrametilbenzidina. Más popular es el de Kastle-Meyer, utilizado con un indicador de pH muy usual, la fenolftaleína. La prueba consiste en añadir fenolftaleína y agua oxigenada a un bastoncito de algodón que se ha frotado en la mancha. Si la muestra tiene sangre, la fenolftaleína se volverá rosa; si no se colorea, en principio no es sangre. Esta prueba es preliminar, ya que existen diferentes compuestos como metales o incluso vegetales que pueden dar positivo. Las pruebas más frecuentes últimamente son las del luminol y la fluoresceína. A diferencia de las anteriores aquí no se ve un cambio de color, sino la emisión de luz. El luminol tiene la ventaja de ser muy sensible, detectar cantidades mínimas, e interferir poco en posteriores análisis, pero, como toda prueba, puede dar falsos positivos y falsos negativos. Por ejemplo, si la mancha tiene hierro, dará positivo sin ser sangre; si se ha utilizado lejía, dará negativo. En caso de que dé negativo se puede utilizar otra prueba, la de Bradford, que detecta la presencia de proteínas. Esta técnica se basa en utilizar un colorante, el azul de Coomassie, que en presencia de proteínas y en un medio ácido cambia de color marrón a azul brillante por reaccionar con alguno de los aminoácidos que forman las proteínas. El método de Bradford es bastante fiable, aunque puede fallar si la muestra se ha tratado con un detergente muy fuerte o con líquidos orgánicos como el fenol o el cloroformo.
El luminol se utilizó por primera vez en España en octubre de 2001 en el caso del cuerpo de una mujer que apareció en una zanja de la Casa de Campo de Madrid. La inspección ocular determinó que el cuerpo había sido trasladado allí post mortem. La policía empezó a investigar el entorno de la víctima. Al aplicar luminol en la trastienda del comercio donde trabajaba, aquello se iluminó como unos grandes almacenes en Navidad, a la vista de lo cual el sospechoso se derrumbó y confesó.
Otra alternativa es utilizar la fluoresceína, cuya reacción no se anula limpiando la mancha con lejía. En el caso del luminol la reacción produce una luz azulada; en el de la fluoresceína, como su nombre indica, es fluorescente, es decir, tienes que iluminar con luz de una longitud de onda determinada, y el compuesto emite luz en otra. No esperes ver un foco de discoteca. Para observar la reacción hace falta, en un caso, oscuridad y, en otro, iluminar con una longitud de onda determinada. A pleno sol, por mucha fluoresceína o luminol que pongas, no verás nada. ¿Obvio, no? En el capítulo cuarto de la quinta temporada de Bones sospechan que el arma homicida ha sido uno de los carteles que la gente pone en su jardín, y a plena luz del día se ponen a echar luminol… Pues eso, que difícilmente van a pillar así al malo si no esperan a que oscurezca.
Una vez que sospechamos que es sangre porque las pruebas presuntivas han dado positivo, hay que confirmarlo. Para esto se suele hacer la prueba de Teichmann, que consiste en coger la sustancia sospechosa, añadirle sal y un poco de ácido acético, y calentarlo. Al enfriarse, si es sangre se formarán cristales de hemina que serán fácilmente observables al microscopio. Otra alternativa es el test de Takayama, en el que como reactivos se utilizan agua, glucosa, sosa y piridina. También hay que calentar y observar al microscopio, aunque en este caso se forman cristales de hemocromógeno. La hemina y el hemocromógeno son productos de degradación o de la reacción de la hemoglobina con los reactivos. La prueba de Takayama suele funcionar mejor en muestras muy antiguas, de hecho se ha llegado a utilizar en las manchas de sangre del uniforme de un soldado canadiense de 1812 con resultado positivo.
Ya tenemos el positivo con el test presuntivo y el positivo con el confirmativo, pero nos falta algo más… ¿la sangre es humana o animal? Aquí hay varios tests, pero todos se basan en una premisa: los anticuerpos (no, no me estoy refiriendo al hijo de una conocida folclórica en bañador), las moléculas que utiliza nuestro sistema de defensa para reconocer sustancias extrañas y eliminarlas. Por ejemplo, si te infectas con algo, tu sistema inmune no lo reconoce al principio, pero va probando anticuerpos por un sistema combinatorio hasta que uno es capaz de bloquearlo, y la línea de células que produce este anticuerpo además se mantiene. A grandes rasgos así es como funcionan las vacunas. Tú inyectas a una persona sana el virus o la bacteria que produce la enfermedad, aunque atenuado o muerto, de forma que sea incapaz de infectar pero que genere los anticuerpos. Eso hace que si en algún momento esa persona se infecta, su sistema inmune ya tenga la defensa lista, lo cual hace que no desarrolle la enfermedad o que sea más fácilmente defendible que si no tuviera los anticuerpos ya generados. Los anticuerpos se producen contra prácticamente cualquier sustancia extraña que entre en tu cuerpo, no necesariamente tiene que ser algo que produzca una enfermedad; por ejemplo, cuando te trasplantan un órgano, los anticuerpos pueden reaccionar contra él y se produce el rechazo. Por ejemplo, podemos conseguir anticuerpos contra la hemoglobina humana o contra otra proteína del suero como las globulinas. Si eso lo inyectas en un conejo, su sistema inmune lo reconocerá como algo raro y se pondrá a producir anticuerpos. Si le haces varias inyecciones, acumulará muchos anticuerpos. Luego, puedes obtener la sangre del conejo, coagularla para eliminar todas las células y el suero será rico en anticuerpos que, si entran en contacto con la proteína que has utilizado, se quedarán pegados y precipitarán.
La primera descripción de un test basado en anticuerpos se hizo pública el 7 de febrero de 1901. El primer caso en el que se utilizó el test de Uhlenhuth para determinar si los restos de sangre eran humanos fue hecho por el propio Uhlenhuth a solicitud de la policía en el mes de julio de ese mismo año. Ludwig Tessnow era un carpintero sospechoso de haber asesinado a dos chicos y de mutilar ovejas. Sin embargo, cuando revisaron sus ropas, Tessnow alegó que las manchas no eran de sangre, sino de un barniz que utilizaba en su trabajo. Uhlenhuth examinó más de cien manchas en la ropa del sospechoso y fue capaz de distinguir las manchas de barniz de las de sangre de cordero y de las de sangre humana, lo cual fue decisivo para procesar a Tessnow.
La producción de anticuerpos no es solo interesante en la ciencia forense, sino también en la investigación en biología molecular básica. Ahora hay bastantes empresas que se dedican a producir anticuerpos, ya sea a partir de animales como conejos, cabras o ratas (policlonales), donde produces una serie de anticuerpos que pueden reaccionar contra varias cosas, o bien de líneas celulares (monoclonales), que serán muy específicos. En la época en que preparaba mi tesis doctoral nos hizo falta conseguir anticuerpos para una proteína de levadura que estaba estudiando, con lo que me tocó purificar la proteína y pasarme tres meses inyectando a dos conejas de la granja que la universidad utiliza para las prácticas de producción animal. No voy a contar mis batallitas para poner una inyección a una coneja. Dejémoslo en que no tengo aptitudes innatas para ser veterinario. Lo peor es que, cuando me disponía a recoger los frutos de tanto esfuerzo, por un error se extravió una de las conejas inyectadas… Supongo que alguien se debió comer una paella con mis anticuerpos. Espero que estuvieran buenos.
Hay diferentes formas de identificar este precipitado. Se puede poner con un anticuerpo trucado que reconozca el anticuerpo del conejo y a su vez esté unido a una molécula fluorescente, por lo que verás luz. O que el anticuerpo trucado produzca una reacción química que puedas seguir. Esto se puede ver separando las proteínas de la muestra y transfiriéndolas a papel, o directamente en una placa. Un test típico para ver si la sangre es humana es el de doble difusión de Ouchterlony, que consiste en coger una placa con gelatina de agar y hacer dos pequeños agujeros, en uno de los cuales se coloca la muestra que se supone que es sangre y en el otro los anticuerpos, que con el tiempo se irán difundiendo por la gelatina. Si al encontrarse los anticuerpos del conejo con la proteína de la sangre se forma una línea de precipitado observable a simple vista, la sangre es humana.
Por lo demás, os podéis preguntar qué sentido tiene hacer tantos análisis cuando te encuentras una mancha… ¿no sería mejor ir directamente a las pruebas con anticuerpos? Quizá sí se podría, pero resultaría caro, largo y farragoso. El truco es ir eliminando. Si en una de las pruebas presuntivas sale negativo, se descarta. Las pruebas presuntivas siempre se hacen in situ y de forma fácil. Después los positivos se hacen con las confirmativas, las cuales requieren microscopio y laboratorio, y finalmente se realizan las serológicas, que son más caras y largas. Si tuvieras que hacer una prueba serológica a la brava con cualquier mancha que te encontraras, las investigaciones se eternizarían y los presupuestos se dispararían.
La sangre no es el único fluido corporal que podemos encontrar en la escena de un crimen. Las manchas de semen o saliva pueden ser útiles para resolver el caso. Ambas manchas se pueden detectar mediante luz violeta o ultravioleta si son recientes, o con ensayos químicos específicos basados en la presencia de diferentes compuestos o de diferentes enzimas, como la fosfatasa ácida en el semen o la amilasa en la saliva. Para ello se emplea la luz forense, unas lámparas que contienen leds de diferentes longitudes de onda y permiten identificar manchas de fluidos biológicos y observar huellas dactilares o pisadas.
Todo hay que decirlo, muchas de las técnicas que he explicado en este apartado están en desuso. Ahora existen dispositivos parecidos a los de las pruebas de embarazo que sirven para detectar en el lugar del crimen si una mancha de sangre es humana o no. La policía española utiliza uno denominado Hexagon Obti. Dado que este tipo de dispositivos se pueden utilizar para detectar drogas, y otros elementos, los describo en detalle en el siguiente capítulo (tened un poco de paciencia).
TENEMOS LA SANGRE Y ES HUMANA, ¿AHORA QUÉ?
La sangre tiene una marca fundamental, que son los grupos sanguíneos. Su descubrimiento se lo debemos al médico austríaco Karl Landsteiner, quien a principios de siglo XX logró averiguar por qué las transfusiones sanguíneas eran un desastre hasta entonces. En el año 1667 Jean-Baptiste Denis trató de introducir sangre de cordero en un humano, pero falló. A principios del siglo XIX James Blundell experimentó con la transfusión de humano a humano, pero en unos casos el paciente sobrevivía y en otros moría, por lo que se consideró un método arriesgado. En 1875 Leonard Landois encontró la explicación a por qué la gente se moría. Descubrió que si mezclabas sangre de humano con sangre de animal el fluido resultante se ponía a flocular —palabreja que utilizamos los científicos para hablar de la formación de copos—, pero que estos flóculos eran diferentes de los coágulos. Afinando más, descubrió que esto también pasaba si mezclabas el suero de un animal con los glóbulos rojos de otro o si mezclabas suero animal con glóbulos rojos humanos. Si esta reacción se daba en los vasos sanguíneos, estos copos bloquearían la circulación sanguínea y así se produciría la muerte. Veinte años después el belga Jules Border descubrió que esta floculación era debida a una reacción del sistema inmune y, gracias a esto, Landsteiner pudo explicar el fenómeno y atar todas las variables. Landsteiner descubrió que en la superficie de los glóbulos rojos había determinadas proteínas antigénicas (reconocidas por anticuerpos), la A o la B. Una persona del grupo A tenía anticuerpos contra el grupo B, de forma que si entraba sangre B en su torrente circulatorio sería atacada por su sistema inmune. De la misma manera, alguien con grupo sanguíneo B tiene anticuerpos contra el A. Lo más curioso es que estos grupos no son excluyentes ni obligatorios, en el sentido que existe un grupo 0 que no tiene antígeno A ni B, pero tiene anticuerpos contra ambos, por lo que no puede recibir sangre ni A ni B, pero sí puede dar a cualquiera, puesto que no tiene ninguna proteína en su superficie que desencadene la respuesta inmune. Al revés, la gente del grupo AB no tiene anticuerpos contra ninguno de los antígenos, por lo que puede recibir de todos, pero solo puede dar a los AB. Por si fuera poco, se complica más con el factor Rh, llamado así por haber sido descubierto en un mono, el macaco rhesus, por el propio Landsteiner y Alexander Weiner. Si tienes este antígeno serás Rh+ y no tendrás anticuerpos, pero si careces de él, serás Rhy no podrás recibir sangre positiva porque tendrás anticuerpos que reaccionarán frente al Rh+. De hecho, antiguamente esta era la causa de que muchos embarazos no se llevaran a término. Si la madre era Rh– y el feto Rh+, el primer embarazo iba bien, pero en el segundo, si también era Rh+, ya tenía anticuerpos y su sistema inmune acababa con el feto. Hoy en día eso se puede solucionar con una inyección de inmunoglobulina anti-D. También existen otros grupos sanguíneos como los M, N y P, que descubrieron Landsteiner (no le gustaba perderse una fiesta) y Levine, aunque estos no son relevantes para las transfusiones. Por supuesto este descubrimiento permitió desarrollar las transfusiones de sangre y salvar millones de vidas, pero ¿qué tiene que ver con la ciencia forense?
La sangre O–, el donante universal, la comparte solo un cinco por ciento de la población mundial, pero no es el grupo más raro. Recientemente se descubrió un nuevo grupo sanguíneo llamado Rh nulo debido a una mutación en el factor Rh. En 2010 solo se conocía a cuarenta y tres personas en todo el mundo con este grupo, de las cuales solo seis eran donantes de sangre habituales. Además cada uno estaba en un país diferente. La vida de estas personas es normal, salvo si en algún momento necesitaran una transfusión de sangre, puesto que sería casi imposible conseguirla en muchas partes del mundo. La mayoría de ellos decide no hacer actividades de riesgo y no viajar a países donde no hay reservas de esta sangre disponible.
Landsteiner no estaba especialmente interesado en ese campo, pero gracias a su relación con Max Richter, profesor del Instituto de Ciencias Forenses de Viena, desarrollaron un método para identificar el grupo sanguíneo a partir de muestras secas de sangre, lo que abrió posibilidades en el estudio criminalístico.
Curiosamente ni lo de los grupos sanguíneos ni la identificación de sangre humana despertaron demasiado el interés de los científicos forenses. El primero que utilizó el análisis sistemático de grupos sanguíneos para resolver crímenes fue el italiano Leone Latte, que en 1922 publicó el primer tratado de serología forense. Latte optimizó los tests disponibles y consiguió que fueran eficientes a partir de muy poca muestra o de muestras muy antiguas. Poco después se descubrió que, en aproximadamente el ochenta y cinco por ciento de la gente, las proteínas que determinan el grupo sanguíneo aparecen, además de en la sangre, también en la saliva o el semen, por lo que la exclusión por grupo sanguíneo se puede hacer a partir de otras fuentes de material.
Como ya hemos dicho la sangre es algo que en muchos casos nos indica que se ha producido un crimen. Los grupos sanguíneos no se distribuyen de forma homogénea en la población, sino que hay diferentes porcentajes, que quienes estudian la genética de las poblaciones dicen que cumplen el equilibrio de Hardy-Weinberg. Cuando tenemos una identificación positiva de una mancha de sangre en el lugar de un delito, lo primero es determinar el grupo sanguíneo. Importante: el grupo sanguíneo no nos permite individualizar una muestra. Por ejemplo, alguien apuñala a alguien. Es bastante frecuente que el agresor se corte con el propio cuchillo o resulte herido por la víctima en el forcejeo. Si el grupo sanguíneo de los restos de sangre del agresor coincide con el de la sangre del arma homicida, esto en ningún caso nos permite probar la culpabilidad, pues aunque fuera el grupo sanguíneo menos frecuente, existen miles de personas con el mismo. No obstante, sí tiene carácter exculpatorio. Si el grupo sanguíneo no coincide con el del sospechoso, podemos descartarlo. Esto sigue siendo muy útil, por ejemplo, para hacer un cribado de sospechosos antes de realizar pruebas genéticas que sí nos permitan individualizar la muestra.
El grupo sanguíneo es un carácter genético como el color de pelo, el de ojos o tener la nariz más o menos ganchuda. Existen libros que pretenden relacionar el grupo sanguíneo con la personalidad, con la nutrición, con la pareja más afín u otros elementos. A ver, el grupo sanguíneo no es el horóscopo (que no sirve para nada, por cierto). En 2011 el primer ministro japonés Ryu Matsumoto dijo que había metido la pata porque su grupo sanguíneo es B y eso lo hace muy impulsivo. Es la excusa más floja desde «no he hecho los deberes porque se los ha comido el perro» o «he llegado tarde a casa porque la reunión de trabajo se ha alargado». Mendel demostró hace dos siglos que los caracteres genéticos se heredan de forma independiente, así que el grupo sanguíneo va por un sitio y todo el resto de particularidades genéticas por otro.
LA SANGRE MANCHA, PERO CON ESTILO
Ya sabemos que la sangre mancha debido a su composición. El contenido de la mancha de sangre nos puede dar información, pero estamos olvidando algo importante. Como decía Aristóteles, tenemos la materia y la forma. Independientemente de su contenido, la simple forma de la mancha de sangre puede ser muy útil. Como hemos visto en el apartado anterior toda la investigación forense sobre la sangre va a rebufo de la investigación médica o en ciencia básica. No obstante, hay un área de estudio en este campo que es propia, única y exclusiva de la ciencia forense: el estudio de las manchas de sangre.
Cuando se hace la inspección de la escena de un crimen, los forenses hacen una documentación fotográfica completa de todas las manchas que aparecen y sobre todo de su relación con la habitación (altura, ángulo) ya que pueden dar valiosa información de cómo se ha producido el crimen, como el tipo de arma usado, el número de golpes, el lugar del crimen y la altura de la víctima y del atacante.
Para empezar hay que fijarse en el tamaño medio de las gotas, ya que nos indican la velocidad del impacto que causó la herida. Un balazo o una explosión produce una nube de gotas pequeñas, normalmente menores de 1 mm. Un golpe con un arma contundente como un bate de béisbol o un apuñalamiento produce gotas de 1-4 mm, mientras que un puñetazo o un arma pequeña da como resultado gotas de 4-8 mm. También es importante ver la forma de estas gotas. En un disparo o golpe las gotas impactarán sobre la superficie en determinado ángulo. Eso produce una forma de gota tipo renacuajo o espermatozoide, con la cabeza grande y una especie de rastro trasero en forma de cola que apuntará hacia el origen de la sangre. Esto es muy útil porque, uniendo los ángulos hacia los que apuntan las diferentes gotas, por trigonometría sencilla se puede calcular desde dónde se produjo el ataque y el ángulo en el que se produjo, dándonos información sobre los hechos y la altura del tirador (suponiendo que fuera un disparo). Otra información útil son las famosas manchas gravitacionales que tantas veces le menciona Willows a Grissom en CSI Las Vegas. Una mancha gravitacional es producida por una gota de sangre que impacta en el suelo perpendicularmente, como una bola que dejas caer. Estas manchas no son propias del impacto o directamente del arma homicida, sino de alguien que está sangrando. La forma de la mancha es indicativa de la distancia desde la que ha caído. Si la mancha es redonda se debe a que ha caído de poca altura; si tiene como una corona de gotas más pequeñas alrededor, indica que ha caído desde más altura pues eso se debe al rebote, como las gotas de lluvia forman una corona distintiva al caer en el agua. Otra señal significativa es la de una forma como de sifón o de fuente; esto suele pasar cuando se secciona una arteria y la sangre sale impulsada por el bombeo del corazón.
Y hasta aquí la teoría, pero vayamos a la práctica. Los análisis de sangre presuntivos, confirmativos o para determinar si es humana o no, funcionan muchas veces a partir de trazas de sangre, aunque se haya limpiado. En cambio, tratar de reconstruir los hechos a partir de las manchas de sangre implica que la escena del crimen debe estar impoluta, sin contaminar, algo que no siempre se consigue. Una fregona o un trapo es suficiente para borrar todo el rastro de manchas y hacer inviable el análisis. Es más, la propia víctima o el agresor, simplemente con que haya lucha o forcejeo, pueden alterar los restos de sangre. Por tanto, esta técnica es muy potente pero no siempre podemos aplicarla.
ZOOLOGÍA FORENSE
Analizar los bichos que rodean el entorno de un crimen es un campo relativamente nuevo y apasionante dentro de la ciencia forense. En el transcurso de un delito el criminal puede llevarse animalitos de la escena o dejar en ella otros que puedan ayudar a la reconstrucción de los hechos. Por ejemplo, en los cadáveres que aparecen flotando en el agua, las diatomeas (unas algas unicelulares) pueden ayudar a descifrar dónde se ahogó y las condiciones, ya que varían mucho en función de la localización geográfica. En el estudio de los cuerpos en descomposición también es muy importante el tipo de bichos asociados a los restos, sobre todo para datar la fecha de la muerte.
El estudio de insectos es relativamente reciente. Hasta el siglo XX solo podemos encontrar estudios sueltos sin continuidad. En la introducción he referido el caso de un asesinato en China que se resuelve por cómo las moscas son atraídas a los restos de sangre. Existen numerosas referencias en el arte en el que se ve la asociación de los insectos, principalmente gusanos, con la muerte y la descomposición. Sin embargo, se pensaba que los gusanos salían espontáneamente de la carne podrida. Francesco L. Redi demostró en 1668 que los gusanos de la carne putrefacta eran en realidad larvas de mosca. Y fue Pasteur quien descartó en el siglo XIX la teoría de la generación espontánea. Es decir, un bicho viene de otro bicho. No aparecen bichos de la nada.
En el siglo XIX Orfila (sí, el de los venenos) y Octave Lesuer estudiaron la presencia de insectos en cadáveres, pero no lo consideraron una forma de estimar la fecha de la muerte. No fue hasta 1855 que Bergeret trató de describir el primer intervalo post mortem fijándose en los insectos. El primer gran tratado de entomología forense es La fauna de los cadáveres (1894), de Jean-Pierre Megnin, quien hizo un análisis sistemático de la descomposición del cuerpo y de la presencia de los diferentes insectos. No obstante, algunos autores, entre ellos los españoles Antonio Lecha-Marzo, Antonio Piga y Arturo Álvarez Herrera, cuestionaron la validez de los resultados y señalaron sus errores.
En Estados Unidos, M. G. Motter examinó en 1890 ciento cincuenta cadáveres que fueron exhumados al trasladar un cementerio y describió los insectos que aparecían entre ellos, señalando que muchos quedaban atrapados en el propio cadáver. El estudio fue publicado con el elocuente título de Una contribución al estudio de la fauna de la tumba: Estudio de ciento cincuenta exhumaciones, con algunas observaciones experimentales adicionales, publicado en el boletín de la Sociedad de Entomología de Nueva York. En 1950 H. B. Reed, en Knoxville, hizo estudios sobre insectos en cadáveres de perros y, en 1960, Jerry Payne hizo un estudio similar utilizando cadáveres de cochinillos (vaya desperdicio).
Para un insecto, un cuerpo es como una enorme fuente de comida gratis. Por tanto, si se abandona un cuerpo a su suerte, en algún momento alguna mosca dejará su descendencia. Hay estudios detallados sobre la correlación en que los insectos ponen sus huevos, ya que hay una jerarquía. Las moscas ponen los huevos en las partes más accesibles, normalmente los orificios (ojos, nariz, oídos, ano) o las heridas o abrasiones que dejan la carne al descubierto. Los huevos eclosionan y salen las larvas, que empiezan a alimentarse de la carne de fuera hacia dentro. En general, durante este proceso el metabolismo de los insectos es muy activo y se desprende mucho calor. Según el tamaño de las larvas el entomólogo forense puede hacerse una idea de su edad y del momento de la puesta. Pero suceden más cosas. La abundancia de larvas llama a los insectos carnívoros, que se alimentan de estas larvas. Una vez completan su desarrollo, los insectos entran en la fase de pupa y luego eclosionan. Las pupas se quedan en el cadáver (lo que mi amiga la inspectora de policía llamaba coloquialmente «crispies») y son indicadoras de que el cadáver lleva por lo menos dos semanas en el menú.
Mientras Bill Rodríguez, discípulo de William Bass, hacía estudios en la granja de cadáveres organizada en Knoxville por su maestro, descubrió que la secuencia en la que aparecían los insectos en un cadáver siempre era la misma. Normalmente los primeros en llegar son las moscas verdes o azules de reflejo metálico y los moscardones, que tardan minutos. Las hembras embarazadas ponen los huevos y, en pocas horas, estos eclosionan y salen las larvas, que se desarrollan hasta alcanzar 1,27 cm más o menos. Avispas, hormigas, avispones vienen después para alimentarse de los huevos y de las larvas recién nacidas. Luego, llegan los escarabajos peloteros y otros coleópteros que se alimentan de la carne al descubierto y de los gusanos ya crecidos. Estos, a su vez, ponen huevos y las larvas de los carnívoros también se alimentan de cadáveres en una segunda oleada. Por último llegan los dermestos, que se alimentan de los jirones de carne pegada al hueso[34].
Dicho esto, hay que poner un poco de agua al vino con el tema de la entomología forense. En CSI, Grissom llega a la escena del crimen, se quita las gafas, pisa un bicho y dice que a la víctima la mataron el domingo después de la salida de misa de doce. En el mejor de los casos un análisis forense preciso únicamente puede indicarnos un margen de días, en algunos casos de horas. Pero establecer ese margen es complicado. Tenemos dos limitaciones fundamentales. La biodiversidad de insectos es brutal. Hay millones de especies de insectos. En el metro de Londres hay razas de insectos propios de cada línea[35], y posiblemente en los metros de Madrid, Barcelona y Valencia (sí, qué pasa, lo nuestro nos costó que lo construyeran, aunque no tanto como el tren de Gandía a Denia, que aún seguimos esperando) también encontremos variedades de insectos que nadie ha catalogado todavía (es lo que pasa cuando recortas en ciencia). Si el cuerpo se coloniza por una especie o variedad de insectos que no está suficientemente estudiada o cuyo ciclo vital no conocemos al detalle, esto generará un error en las estimaciones. Por ejemplo, si es una variedad de mosca poco conocida y que se desarrolla más lentamente que otra de su misma especie más estudiada, esa diferencia inducirá un error en el cálculo. Otro problema es la temperatura. Los insectos son bichos de sangre fría. Eso quiere decir que, a diferencia de nosotros, no tienen un sistema metabólico que permita regular la temperatura corporal, por lo que dependen de la temperatura del exterior, lo cual nos ahorra una pasta en insecticidas. Si las moscas y mosquitos fueran de sangre caliente, pasaríamos todo el año evitando las picaduras y no solo en verano. Un entomólogo sabe que para la estimación de la edad de la larva tiene que tomar en cuenta la temperatura a la que está el cadáver, ya que si hace más frío el desarrollo es más lento y al contrario si hace calor… Pero ¿cómo sabemos la temperatura? ¿Mirando el parte meteorológico? Aquí tenemos un serio problema. El parte nos indica la temperatura registrada en la estación meteorológica más cercana. Pero si el cadáver está en un descampado donde corre aire frío, la temperatura puede ser varios grados menor fácilmente, o mayor si está dentro de una cueva, por lo que en muchos casos solo podemos estimar la temperatura de manera aproximada, y esto es otra fuente de error importante. Un ejemplo de esta incertidumbre fue el caso de Danielle van Dam, una niña de siete años de edad que desapareció de su habitación y apareció tres semanas después en avanzado estado de descomposición. Se hicieron cinco análisis forenses diferentes, incluido el de Bill Rodriguez, uno de los padres de la entomología forense. Los cinco dieron márgenes de fechas diferentes para el mismo cadáver, lo que complicó la investigación puesto que el principal sospechoso, su vecino David Allan Westerfield, tenía coartada para algunos de esos días. Finalmente fue condenado a partir de evidencias adicionales.
No obstante, la entomología forense sí permite obtener información indirecta. Si la fauna es diferente a la existente en el lugar en el que ha sido encontrado el cuerpo, es señal de que ha sido movido. Si aparece flotando pero tiene insectos en los orificios, estuvo en tierra antes de que lo arrojaran al agua… Este aspecto fue muy útil en el caso de Omar Carrasco, retratado en la película Bajo bandera (Juan José Jusid, 1997). Omar era un recluta que hacía el servicio militar en Zapala, en la provincia argentina de Neuquén, cuando fue víctima de una novatada que se les fue de las manos. Los superiores quisieron tapar el asunto y declararon que había desertado. Sin embargo, su cuerpo fue hallado casi un mes después de su desaparición. El informe de la entomóloga forense Adriana Oliva demostró que el cuerpo había estado guardado casi veinte días y que fue depositado en el campo justo antes de ser encontrado. Este caso supuso el fin del servicio militar obligatorio en Argentina.
Estimar la fecha de la muerte no es la única aplicación de la entomología forense. Existe la entomotoxicología forense. Las larvas de insectos tienen un apetito voraz, de modo que cuando se están zampando el cadáver, si este contiene algún producto tóxico debido a que ha sido envenenado o porque es originario de una zona con contaminación ambiental, el insecto puede acumular estos contaminantes en su cuerpo, lo cual provocará que, sobre todo para cantidades muy pequeñas, sea más fácil analizar la composición del insecto que se ha comido los restos que el propio cadáver. En 1977 se pudo determinar que una víctima hallada en Finlandia no era natural de donde se había encontrado el cadáver porque las larvas no contenían apenas mercurio, un contaminante propio del suelo de la zona. Otro aspecto importante es su aplicación en el caso de cadáveres de toxicómanos, ya que las larvas permitirán detectar las sustancias que había en su cuerpo antes de la muerte. Aquí también es importante considerar que estas mismas drogas pueden tener efectos en el proceso que sufre el cadáver. Por ejemplo, un estudio realizado en 2014 demostró que la metanfetamina y el producto en el que se convierte al metabolizarla aceleran el crecimiento larval de la Calliphora stygia o mosca verde australiana, por lo que, si no se tiene en cuenta, este factor puede alterar la datación del cadáver. Al protagonista de la serie Breaking Bad podrían añadirle el cargo de delito medioambiental por drogar a los insectos. Eso debe estar perseguido, al menos en los parques naturales…
Con la utilización de la genética se pueden hacer análisis más precisos de la especie de insecto… y alguna cosa más. Por ejemplo, cuando una larva se come un cadáver, también acumula ADN del cadáver que puede servir para identificarlo, o si ese insecto aparece entre la ropa del sospechoso, puede relacionarlo con el crimen. De la misma forma, cuando un insecto te pica y te extrae sangre, esta lleva tu ADN y puede servir para relacionarte con un crimen. Por cierto, Parque Jurásico (Steven Spielberg, 1993) se basa en la premisa de que los insectos conservados en ámbar tenían ADN de dinosaurio. El ADN es estable, pero no tanto. Casi todos los dinosaurios se extinguieron hace sesenta y cinco millones de años, demasiado tiempo para que aguante el ADN, por lo que la historia imaginada por el escritor Michael Crichton no es factible. He dicho «casi todos» porque todos los dinosaurios no se han extinguido. Los pájaros son dinosaurios, los únicos que quedan.
También se ha intentado ver el potencial de los insectos como bioacumuladores de metales que puedan indicar los restos de un disparo. Los más frecuentes son plomo, bario y antimonio.
Por suerte, cada vez aparecen más estudios específicos sobre fauna local que ayudan a calcular la fecha de la muerte con mayor precisión. Además, desde el año 2002 existe la Asociación Europea de Entomología Forense, en la que participan miembros de la policía española.
PALINOLOGÍA FORENSE Y OTRAS PLANTAS ACUSADORAS
Siguiendo el principio de intercambio de Locard, en cualquier contacto te llevas algo y te dejas algo. Si a esto le unimos que el acto sexual siempre es muy pringoso, ya sea animal o vegetal, tenemos que el polen es muy efectivo quedándose pegado en los sitios más extraños, lo que ayuda en las investigaciones forenses. Eso quiere decir, que al más puro estilo de la película Algo pasa con Mary (Peter y Bobby Farrelly, 1998) y la impagable escena del fijador de pelo que no era tal, el polen, el equivalente a los bichitos cabezones del mundo vegetal, también se queda pegado al lugar más insospechado, incluida la gente que comete delitos y luego no quiere decir dónde ha estado. Por eso la palinología, es decir, el estudio del polen, cada vez está adquiriendo más protagonismo en la investigación forense. Otra circunstancia es que el polen es muy duradero. Ha habido casos que se han resuelto porque al delincuente se le quedó pegado en la ropa polen de un árbol que había sido talado hace más de setenta años. También se pueden rastrear varios años después los lugares donde se ha plantado marihuana.
Para estudiar estos diminutos granos, conviene tener en cuenta que las plantas autógamas se fecundan solas, y por tanto producen menos cantidad de polen, mientras que las cleistógamas acumulan el polen y no lo esparcen para favorecer la autopolinización. Por ejemplo, si aparece polen de una de estas plantas en las ropas del sospechoso, esto implicaría que estuvo en contacto directo con ella y podría demostrarse un forcejeo o una agresión sexual.
Hay que decir que hay muy pocos especialistas en palinología forense. En este campo el país puntero es el Reino Unido. Ya hemos dicho antes que la inspección ocular y la documentación fotográfica son aspectos claves para resolver un crimen. Los botánicos forenses se quejan de que, al hacer el reconocimiento ocular de la escena del crimen, en ocasiones no se realiza un reportaje fotográfico de las plantas presentes, que podrían ayudar a identificar con posterioridad si el sospechoso estuvo en la escena del crimen por los restos del polen.
Otra ventaja del polen es que, al contrario que los insectos, se queda pegado principalmente en la ropa y no se mueve; de esta forma, si alguien ha corrido por un campo de trigo o maíz, tendrá polen por el cuerpo a cierta altura. Si ha estado debajo de un pino, tendrá polen en la cabeza, y si se ha apoyado en una pared, se habrá adherido en la zona de la ropa que haya estado en contacto con ella. Además de dónde, el polen nos permite determinar el cuándo. El perfil de polen que hay en una zona determinada cambia muy rápido: en primavera y verano es abundante; en otoño, menos; y en invierno, apenas hay, salvo el que es muy pesado y se ha quedado en el suelo. Además, la vegetación va cambiando, por lo que los perfiles de polen también presentan variaciones entre un año y otro.
La forma más típica de analizar una muestra de polen es por microscopia electrónica de barrido y comparando la forma del grano de polen, distintiva de cada especie, con las descripciones en las guías o libros de referencia. Y aquí tenemos el principal problema, como con los insectos. El trabajo del palinólogo forense será más fácil cuanto más completa sea la guía, que no siempre es el caso. Lo mismo sucede para identificar un lugar a partir del perfil del polen, pues no siempre tenemos unos estudios detallados y, en ocasiones, a pesar de encontrarse muestras de este material —en general, todos tenemos polen a nuestro alrededor, por lo menos en primavera (pregúntale a un alérgico)—, no siempre se les puede sacar todo el partido.
El de la Sábana Santa es un caso arqueológico en el que se entremezclan historia y fe (y parece que se le hace más caso a esta última). La prueba del carbono 14 indica que es medieval, y curiosamente coincide con las primeras referencias históricas que tenemos de esta sábana en concreto, pero los defensores de su autenticidad alegan que, según un análisis de polen, estuvo en Palestina en el siglo I y luego hizo la peregrinación que se le atribuye. La cuestión es que, en arqueología, el análisis de polen no es una técnica de datación, al contrario que el carbono 14, porque no existen patrones fiables del polen que hay en cada sitio y en una determinada época histórica. Además, los pólenes tienen una movilidad muy diferente y las plantas, una distribución que no conocemos. También hay que tener en cuenta que una planta no se mueve, pero las poblaciones de plantas, incluso los bosques, sí lo hacen, creciendo hacia las mejores condiciones a medida que estas cambian. Lo realmente interesante es tener un yacimiento bien delimitado y con los estratos catalogados, así como con una cronología conocida. A partir de ahí podemos saber cómo era la cubierta vegetal en esa época histórica cogiendo una columna de tierra y analizando el polen de cada capa, que pertenecerá a épocas distintas, e incluso viendo la proporción entre el polen de árbol y el de arbusto o hierba podremos establecer si era una zona de estepa, de bosque o de pradera. Pero hacerlo al revés, es decir, decir que un objeto estuvo en la Palestina del siglo I a partir de una muestra del polen adherido a él… eso no hay arqueólogo serio que lo tome en consideración.
Tenemos ejemplos de investigación criminal en los que el polen ha sido determinante. En un caso de robo de coche, seguido de una colisión y la huida del sospechoso, este último alegó que no era el autor, pero escapó por un campo de kiwis (obviamente estaba en Nueva Zelanda) de una variedad muy rara y tenía las ropas cubiertas de su polen. En otra ocasión, una mujer acusó a un hombre de obligarla a practicar sexo oral detrás de un yate en un embarcadero. El acusado alegó que había pagado a la mujer y que el encuentro había tenido lugar en un parque frecuentado por prostitutas situado a trescientos metros. El polen de una planta rara que crecía en el embarcadero, y la falta de polen de las plantas del parque, demostró la culpabilidad del acusado[36].
Si juntamos las pruebas de polen o de restos biológicos con las pruebas genéticas, entonces tenemos una potentísima herramienta para llevar evidencias sólidas a un juicio. El primer caso en el que se utilizó una prueba de ADN sobre material vegetal tuvo lugar en el condado de Maricopa, Arizona, en el año 1992. El cuerpo de una mujer fue hallado en el desierto, y muy cerca de ella se encontró un busca, un aparato prácticamente olvidado que tuvo su efímero momento de fama a principios de los años noventa hasta que fue borrado del mercado por la telefonía móvil. El busca permitió identificar a un sospechoso, Mark Bogan, haciendo buena esa costumbre de los criminales de olvidarse cosas en el lugar del crimen. Donde estaba el cuerpo había un árbol de palo verde (una especie del género Parkinsonia). Se encontraron semillas de palo verde en la furgoneta de Mark, pero la defensa alegó que es un árbol muy común en la zona. De la misma forma que se puede hacer un análisis de ADN para ver si una muestra biológica es de una determinada persona, la prueba confirmó que las semillas de la furgoneta eran del árbol próximo al cadáver, lo que situaba al sospechoso en la escena del crimen. Por cierto, este tipo de pruebas genéticas, como la que llevó a la cárcel a Mark Bogan, también se utilizan en agricultura o ganadería en casos de disputas sobre la propiedad intelectual de ciertas variedades o semillas patentadas. Mientras redacto este libro, hay un lío importante montado en Valencia con la variedad de mandarina Nadorcott, pues la familia real de Marruecos asegura ser la propietaria de la patente y pide unas indemnizaciones millonarias como compensación por su comercialización ilegal.
No solo el estudio del polen puede servir para descifrar un crimen. En el caso del hijo de Lindbergh, la prueba más determinante fue que la madera de la escalera era la misma que la del ático de su casa, lo que se confirmó determinando los anillos. Pero se puede afinar. Imaginemos el caso típico de un criminal que quema las pruebas o el cadáver en el campo. Viendo las plantas que han crecido donde estaba la hoguera y el tamaño de estas, es posible determinar la fecha en la que se produjo el incidente. De la misma manera, en un capítulo de CSI se analiza la madera de un árbol debajo del cual se sospecha que se realizó una fogata hace años, ya que un análisis químico puede permitir confirmar o desmentir este hecho.
CASO REAL: EL FUGITIVO
Pocos crímenes han dado tanto juego en el cine o la televisión como el caso en que se basó El fugitivo, cuyo protagonista es acusado del asesinato de su mujer y huye de la justicia tratando de probar su inocencia y encontrar al verdadero culpable. Esta popular serie tuvo un enorme éxito en la década de 1960, con David Janssen interpretando el papel de Richard Kimble y Barry Morse en el del mítico inspector Gerard, su incansable perseguidor. En el año 1993 se estrenó una versión en largometraje, con Harrison Ford en el papel de presunto asesino.
La historia real es bastante fiel a lo que se cuenta en el inicio de la serie y en la película. Cleveland, Ohio, 4 de junio de 1954. El médico osteópata Sam Sheppard, su esposa, embarazada de cuatro meses, y su primer hijo formaban el prototipo de familia feliz americana. Esa noche, se quedó dormido en el salón mientras su esposa Marilyn descansaba en la habitación. A media noche, Sheppard escuchó golpes y gritos que procedían de la habitación pero, mientras subía por las escaleras, un fuerte golpe lo dejó inconsciente. Se recuperó, persiguió al asaltante y forcejeó con él, aunque volvió a dejar inconsciente a Sheppard. Cuando despertó, su esposa había sido brutalmente asesinada. A pesar de su declaración, el hecho de que la policía no encontrara restos de una entrada forzada ni del forcejeo, ni más sangre que la de su esposa, hizo dudar de su versión y se decidió procesarle. En la realidad y a diferencia de la serie, Sheppard nunca huyó.
Su juicio fue seguido por una gran avalancha mediática, y salió a la luz que la aparente familia modélica no era tal, pues el doctor tenía numerosas aventuras e infidelidades a sus espaldas. Fue declarado culpable del asesinato y encarcelado. Sin embargo, doce años después, su abogado volvió a solicitar un nuevo juicio alegando que se habían conculcado sus derechos por la presión mediática sobre el jurado. El juicio fue repetido en 1966 y se consideró que no había suficientes pruebas para incriminarle, por lo cual fue declarado inocente y puesto en libertad después de haber cumplido doce años de condena. Su historia después de salir de la cárcel fue bastante triste. Justo al salir, Sheppard se casó con Ariane Tebbenjohanns, hermanastra de Magda Goebbels. Volvió a ejercer de osteópata, pero tuvo que afrontar varias demandas por mala praxis. Se divorció y, a los cuarenta y cinco años de edad, se volvió a casar, en esta ocasión con la hija de un luchador profesional. En agosto de 1969 empezó una carrera como luchador de wrestling (lucha libre americana) con el sobrenombre de El Asesino (The Killer), y participó en cuarenta combates profesionales antes de su fallecimiento en 1970 por un fallo hepático derivado del alcoholismo.
¿Pero realmente asesinó a su esposa? Su primera condena se basó en pruebas muy indirectas y circunstanciales, en parte porque el jurado fue bastante mediatizado al airearse los asuntos de su vida personal. No había ninguna prueba sólida, pues ni siquiera se encontró el arma del crimen. El segundo juicio no se basó tanto en determinar su culpabilidad o su inocencia, sino en señalar los fallos del primer juicio, y esto fue lo que determinó el veredicto de «no culpable», que no es lo mismo que inocente.
En 1992 su hijo, que tenía siete años de edad cuando ocurrieron los hechos, trató de reabrir el caso contratando a abogados y expertos forenses en genética y en manchas de sangre. Su intención era limpiar el nombre de su padre y demandar al estado de Ohio por una elevadísima cantidad. Su estrategia se basó en tratar de atribuir el asesinato a Richard Eberling, quien trabajaba en casa de sus padres limpiando ventanas y que poco tiempo después fue acusado del asesinato de una persona mayor a la que cuidaba. Pero repasemos los hechos. En la declaración original Sheppard dijo que, cuando se recuperó, vio a una persona abajo, la persiguió hasta fuera de la casa, forcejearon y el asaltante volvió a dejarle inconsciente. Cuando se despertó, tenía la mitad del cuerpo en el agua del lago. La casa aparecía desordenada y varios objetos fueron robados, aunque se encontró un saco con ellos detrás de la casa. Durante todo el tiempo, el niño siguió durmiendo y el perro no ladró. A las 5:40 de la madrugada, Sheppard se recobró y llamó a un vecino para que avisara a la policía. Se encontraba sin camisa y tenía una mancha de sangre en los pantalones. La historia de la primera declaración es muy contradictoria con la hipótesis de su hijo, ya que implica que forcejeó con el presunto asesino, del que solo pudo decir que tenía el pelo a lo afro (bushy hair). Si hubiera sido alguien conocido, se hubiera dado cuenta; además, cuando el que intenta robar en tu casa es alguien conocido (un empleado doméstico, por ejemplo), la primera información que recaba es cuándo no vas a estar.
Aunque la demanda de Sam Jr. contra el estado fue desestimada, hizo un documental y un libro explicando las pruebas que había recopilado. A pesar de ser un documental que ofrece solo una versión de los hechos, a mí me suscita más dudas sobre la culpabilidad de su padre que pruebas sobre su inocencia. Curiosamente, el fiscal del caso, Jack P. de Sario, publicó luego otro libro argumentando que su padre había tenido un juicio justo y que había pruebas fundadas de su culpabilidad. La verdad es que ninguna de las pruebas recabadas por su hijo, basadas en el análisis de las manchas de sangre y en el análisis genético, pudieron probar la presencia de una tercera persona en la casa esa noche. Hay que tener en cuenta que de ese supuesto asaltante con el que forcejeó Sheppard no tenemos nada, ni pelo, ni huellas ni marcas en la casa.
Por tanto, en esta ocasión, ni la sangre, ni los bichos, ni las flores del jardín pudieron servir para probar una culpabilidad y el caso sigue entre brumas. Y cuando los bichos no son suficientes, quizá hay que investigar algo más pequeño, como los átomos.