CAPÍTULO 5
GENÉTICA FORENSE. ESTE CURA SÍ ES MI PADRE
Si ha habido una revolución en los últimos años en el campo de la ciencia forense, esta es sin duda la de la genética forense. Esta disciplina ha permitido reabrir casos olvidados y sacar a inocentes de la cárcel, identificar cadáveres de fosas comunes y víctimas de catástrofes. La confirmación definitiva de que el cadáver de Mengele era realmente el suyo se hizo gracias a la genética forense. La genética también ha permitido que la gente encuentre a su verdadero padre… o que descubra que su padre no era el que pensaba. Junto con los análisis químicos, pocas técnicas hay tan precisas y menos sujetas a la subjetividad que el análisis genético. Los errores que se pueden producir son básicamente debidos a fallos humanos. Esta técnica, bien aplicada, es tremendamente fiable. A esto hay que añadirle que la molécula de partida, el ADN, al contrario que otras moléculas biológicas, es muy estable, por lo que pueden hacerse análisis a partir de muestras muy antiguas. Para que nos hagamos una idea, hay científicos que están analizando ADN de neandertales. También es verdad que en ocasiones se habla de estas pruebas como algo infalible, pero, como todo análisis, tienen sus limitaciones, entre ellas la calidad del ADN y, en especial, la referencia. Para identificar un cadáver por una prueba de ADN o para una prueba de paternidad, necesitamos tener a alguien con quien comparar; si no, poco podremos hacer. No obstante, a pesar de estos inconvenientes, sus aplicaciones son múltiples y cada día se desarrollan más.
Y ESTO DEL ADN, ¿QUÉ ES?
Para entender cómo funciona la genética forense hay que remontarse al siglo XIX y meterse en un monasterio. Un monje agustino, Gregor Mendel, dedicado a hacer experimentos con guisantes en el pequeño huerto de su abadía en Brno (en la actual República Checa), había descubierto que los caracteres genéticos se heredan independientemente. Es decir, que nada impide que puedas tener el pelo igual que tu madre y los ojos igual que tu padre, o viceversa. Por otra parte, Charles Darwin y Alfred Rusel Wallace habían descubierto casi a la vez que las especies no son fijas, sino que van cambiando y unas dan lugar a otras, idea que fue recibida con escepticismo si no con indignación en muchas partes del mundo. Sin ir más lejos, un icono de la cultura popular española, el Anís del Mono, ¿os acordáis de la etiqueta con un mono de rasgos humanos? La etiqueta era una caricatura del mismo Darwin como un mono burlándose de su teoría. El propio Mendel leyó la obra de Darwin en su segunda edición en alemán y dejó interesantes anotaciones al margen.
Mientras eso pasaba, en Basilea un injustamente desconocido Friedrich Miescher descubrió una molécula que se acumulaba en las vendas manchadas con el pus de los heridos de la guerra francoprusiana. Como esas moléculas estaban en el núcleo de la célula, se las llamó ácidos nucleicos.
Después descubrimos cómo se replica el ADN y que transmite la información genética. Y finalmente, para completar la información, James D. Watson, Francis Crick y Maurice Wilkins —con los datos de la nunca suficientemente valorada Rosalind Franklin— desvelaron que el ADN, donde se almacena la información genética, es una larga cadena formada por dos hebras que se orientan de forma antiparalela, es decir, cada una mirando en un sentido (para entendernos, el 69 es la disposición antiparalela de una misma grafía… ¡He dicho «grafía», a ver en qué estabais pensando!).
A efectos prácticos, toda la información necesaria para hacer una bacteria, un cangrejo, un eucalipto o un cuñado que lee prensa conservadora está codificada en el ADN. De la misma manera que podemos decir que el lenguaje escrito es una cadena de información formada por la combinación de las letras del alfabeto y los signos de puntuación que se combinan para formar palabras, podemos simplificar diciendo que el ADN está formado por un alfabeto de cuatro letras diferentes que se combinan para formar palabras que siempre tienen tres letras. Estas letras son unas moléculas llamadas adenina, timina, guanina o citosina, las famosas cuatro bases del ADN. Las bases nitrogenadas se orientan hacia el interior de la cadena y se enfrentan y enlazan con las bases de la otra cadena, pero siempre de la misma manera, una adenina con una timina y una guanina con una citosina. Cuando hablamos de secuenciar una molécula de ADN, nos referimos a leer el ADN como si fuera un texto escrito con cuatro letras (A, C, G y T). Por cierto, en un capítulo de la alocada (en cuanto a sus guiones) serie Expediente X se ponían todos muy nerviosos ante un erlenmeyer —un tipo de frasco de vidrio que se utiliza en el laboratorio— que contenía un líquido verde de origen alienígena (el contenido, no el frasco) porque el ADN de ese fluido asqueroso contenía una quinta base. Desde luego el guionista se lució. Si hemos dicho que en el ADN cada oveja va con su pareja, una quinta base no tendría con quién aparearse y la molécula sería inviable. Podría haberlo solucionado de forma más o menos honrosa diciendo que tenía una quinta y una sexta base y que el código genético no era humano. Se ve que el presupuesto no les llegaba para un asesor medianamente competente.
Dejamos a Mulder y Scully buscando alienígenas (me da que no los van a encontrar, más tiempo lleva Iker Jiménez y lo único extraterrestre que ha salido en su programa es su peinado). ¿Por qué tiene tanta importancia el ADN en la investigación criminal? En el núcleo de todas y cada una de nuestras células existen dos copias de toda la información genética (bueno, hay alguna excepción, como los glóbulos rojos maduros que pierden el núcleo). Por eso las pruebas de ADN se pueden hacer a partir de muchos y diferentes tipos de fluidos biológicos, puesto que prácticamente en cualquier cosa que toques, escupas o te suenes, o en la ropa sucia que vas dejando por ahí, repartes tu ADN cual obispo esparciendo agua bendita con el hisopo. Cuando Locard dijo aquello de que «todo contacto deja una traza», no imaginaba que esta podía ser tan precisa como un genoma entero. Por cierto, ¿cómo cabe toda la información genética en algo tan pequeño como el núcleo de una célula? Pues como cuando haces una maleta para volar en una compañía aérea low cost, enrollando y plegando. Y todo esto, bien apretujado, forma unas estructuras visibles en un microscopio óptico a las que llamamos cromosomas. El número de cromosomas es propio de cada especie, desde uno a varios cientos. Además, tenemos dos copias de cada cromosoma, por lo que tenemos veintitrés pares de cromosomas. Esto lo descubrió Joe Hin Tijo, un investigador nacido en Java pero que trabajaba en Zaragoza, aunque lo hizo durante una estancia de verano en Suecia. Las células germinales (espermatozoides u óvulos) solo tienen una copia de cada cromosoma y así, cuando se forma un embrión, hereda una copia de los cromosomas de la madre y otra del padre. A toda la información genética que tiene un organismo, contenida en los cromosomas, la llamamos genoma, o más concretamente genoma nuclear ya que existe otro que veremos más adelante.
En lo de los óvulos y los espermatozoides hay una diferencia fundamental. Los cromosomas se pueden clasificar en cromosomas sexuales, que son solo una pareja pero determinan el sexo del individuo (si será macho o hembra), y los veintidós restantes, que llamamos autosomas. En los óvulos el cromosoma sexual siempre será X. En cambio, en los espermatozoides pueden tener el cromosoma sexual X o bien el Y. Si el espermatozoide que fecunda es un X, tendremos una nena; si es un Y, la abuela hará los patuquitos azules. ¿Esto qué implica? Que el cromosoma Y se transfiere de padre a hijo, nieto, etcétera, y además, en la mayoría de los países, el apellido que se transmite es el paterno (España y muy pocos países son la honrosa excepción a que la mujer no pierda el apellido al casarse, algo que es norma en prácticamente todo el mundo). Esto quiere decir que, dentro de una misma familia, todos los que tengan el mismo primer apellido tendrán el mismo cromosoma Y (suponiendo que no haya adopciones, cambios de apellidos o noches locas camufladas de paternidades mal atribuidas). Esto también tiene su utilidad en la ciencia forense.
Bueno, ya tenemos empaquetado el ADN, pero ¿cómo codifica la información? El código genético es un idioma con palabras de tres letras, llamadas codones. Cada codón codifica la información que en algún momento se puede copiar en otra molécula, llamada ARN, y que luego se traducirá en una proteína. Ya he dicho antes que en el momento de la concepción el nuevo ciudadano recibe una copia de los cromosomas de la madre y otra de los del padre. Esto significa que recibe una copia de los genes del padre y otra de la madre, porque en la secuencia del ADN contenida en los cromosomas se encuentran los genes. Si los dos genes son idénticos, diremos que para ese carácter es homozigoto; si son diferentes, será heterozigoto. Por tanto, en un análisis genético de paternidad, los genes o el ADN de un individuo deben coincidir con el del padre o el de la madre… si no, algo falla.
El ADN es una prueba muy valiosa que nos permite individualizar una muestra, es decir, asignarla inequívocamente a una única persona. Veamos cómo se consigue esto. Si leyéramos (secuenciáramos, si usamos el término técnico) el ADN de dos personas diferentes no emparentadas entre sí, por ejemplo, el de un aborigen australiano y un esquimal, veríamos que el 99,9 por ciento es igual. Lógico, ¿no? Todos tenemos dos piernas, dos brazos, un hígado, una cabeza, etcétera. Si compartimos un mismo diseño, las instrucciones serán muy parecidas. La tasa de mutación es bastante baja, por lo que las partes no codificantes también se parecerán bastante. Hay zonas del genoma donde un cambio produciría que el organismo fuera inviable, de manera que el embrión fecundado directamente no avanzaría o, en caso de que lo hiciera, tendría alguna enfermedad genética que impediría su desarrollo. Por el contrario, hay otras zonas donde una modificación puede determinar un cambio de un carácter (diferente color de piel o de ojos) o, simplemente, nada. Es decir, que dé igual que una persona tenga una secuencia en una zona y que otra persona posea una diferente. Dos hermanos gemelos tendrán el cien por cien del genoma idéntico, tanto las partes fijas como las que no lo son. Un progenitor y un hijo tendrán el cincuenta por ciento de las zonas variables iguales, mientras que el otro cincuenta por ciento del hijo será del otro progenitor. A medida que nos separamos en la familia, más se va diferenciando, y si volvemos a nuestros amigos el esquimal y el aborigen australiano las zonas variables serán muy diferentes. Y ahí entra la ciencia forense. Las partes variables del genoma sirven para individualizar una muestra. Se puede hacer de diferentes maneras. Para entenderlo en números: dos personas diferentes comparten el 99,9 por ciento de la secuencia de ADN; si existen aproximadamente tres mil millones de pares de bases, eso implica que tres millones de pares de bases pueden variar entre dos humanos diferentes. Estas serán las que nos sirvan para identificar quién dejó su ADN en la escena del crimen.
El cambio más sencillo es el polimorfismo de nucleótido simple o SNP. Para entendernos, el SNP es una localización del genoma donde puede que haya una A, una G, una C o una T. Y, de hecho, las primeras pruebas del genoma se hicieron basándose en esta evidencia, descubierta por A. R. Wyman y R. White en 1980. Y la técnica utilizada fue el polimorfismo de fragmentos de restricción (RFLP, por sus iniciales en inglés) descubierto por Alec Jeffreys en 1985, que aprovechaba la tecnología de hibridación del ADN desarrollada por Edwin Southern. Según este método, los cambios en los SNP pueden producir que el ADN se corte de forma diferente en diferentes personas. En el momento en que aparece un patrón de corte que no tienen el padre o la madre, la paternidad se cuestiona y se mira al butanero. A este patrón de bandas de ADN que servía para identificar personas se le llamó DNA fingerprinting o huella dactilar de ADN.
Curiosamente, la primera aplicación de esta técnica no fue para solucionar una demanda de paternidad o un crimen violento, sino para solucionar un problema de inmigración por sugerencia de Susan Miles, esposa de Alec Jeffreys. Esa primera prueba de ADN se realizó en 1985 y estuvo relacionada con un caso centrado en un chico de Ghana, residente en Gran Bretaña con su madre y hermanos, que fue a su país natal para visitar a su padre. A la vuelta, las autoridades británicas lo acusaron de haber falsificado su pasaporte. El abogado de la familia sugirió utilizar la técnica de Jeffreys para demostrar que realmente tenía lazos de sangre con su madre y hermanos. Y así fue.
El éxito de la nueva técnica hizo que la policía se fijara en su potencial para identificar criminales. Y la oportunidad no se hizo esperar. En cualquier libro encontraréis que el primer criminal condenado por una prueba de ADN fue Colin Pitchfork, aunque la historia fue un poco rocambolesca y la afirmación es cierta a medias. En noviembre de 1983 apareció muerta y estrangulada la joven Lynda Mann, en Enderby, Gran Bretaña. En julio de 1986, cerca de donde apareció el primer cuerpo se encontró el cadáver de Dawn Ashworth, en unas circunstancias que hacían pensar que ambos crímenes eran obra del mismo autor. La investigación policial llevó hasta un trabajador de diecisiete años de un hospital mental, Richard Buckland, quien después de un interrogatorio admitió conocer a una de las víctimas pero no recordar haberla matado. La policía solicitó hacer la prueba de ADN a las muestras de semen encontradas en los dos cadáveres y se demostró que el sospechoso era inocente. Por tanto, la primera vez que se hizo la prueba en un caso criminal sirvió para exonerar a un falso culpable. El inspector David Baker, de la policía de Leicestershire, decidió solucionarlo a la brava. Solicitó muestras de sangre de todos los hombres de entre diecisiete y treinta y cinco años de edad en los tres pueblos más cercanos a la escena del crimen, lo que hacía un total de cuatro mil quinientos ensayos. No obstante, el grupo sanguíneo permitió descartar el noventa por ciento de las muestras, por lo que solo se analizaron cuatrocientas cincuenta muestras durante enero de 1987… y todas salieron negativas. La investigación pareció haber llegado a un callejón sin salida. Hasta agosto, cuando una mujer denunció que había escuchado una conversación en el pub local en la que el trabajador de la panadería local Ian Kelly se jactaba de haber falseado la investigación dando sangre en nombre de Colin Pitchfork. La razón de hacerlo fue que Colin tenía antecedentes y le preocupaba que la policía lo detuviese por alguna causa pendiente, de modo que Ian falsificó su pasaporte y se hizo pasar por Colin. La policía detuvo a Pitchfork, que confesó los crímenes. Por tanto, la detención se hizo por medio de una confesión, no gracias a la prueba de ADN. Esta se realizó de todas maneras para confirmar la culpabilidad. Mientras redacto este libro, Pitchfork sigue cumpliendo condena, aunque podría obtener la libertad condicional en cualquier momento.
Esta prueba original tiene varias limitaciones. Para empezar, hay que partir de bastante cantidad de ADN y en bastante buen estado, por lo que en muestras antiguas no es útil. Después está el problema de que el protocolo se basa en una transferencia y una hibridación. En la película española Gordos (Daniel Sánchez Arévalo, 2009), la hija del policía científico interpretado por Fernando Albizu hace una prueba de paternidad en la cocina de su casa y menciona que ha utilizado el horno, por lo que tiene que ser un RFLP ya que hay un paso que precisa temperatura alta. El problema es que para detectar el ADN se utilizan generalmente moléculas marcadas radiactivamente, un pequeño detalle que no mencionan en la película y que dificulta hacerlo en la cocina, ya que no es algo que se compre en una droguería (existen métodos no radiactivos, pero, por mi experiencia, funcionan bastante peor). El método es trabajoso y largo.
No obstante, una revolución fue aprovechada por la ciencia forense. Vino a cargo de una idea genial del científico Kary Mullis, aficionado al surf y a las drogas psicodélicas. Según contó él mismo, yendo en coche a su cabaña del bosque tuvo una idea que cambiaría el mundo. En otra ocasión, en esa misma cabaña, vio a un extraterrestre con la forma de un mapache fluorescente. No sé si el mapache lo vio de verdad o fue un efecto de lo que había consumido —aunque aseguró que ese día no había consumido nada—, pero es cierto que su idea fue revolucionaria. El ADN se replica de manera semiconservativa, es decir, una hebra sirve de molde a la otra. Para entendernos, imaginemos que el ADN es un 69. Cuando se replica el ADN, el 6 y el 9 se separan de modo que a partir del 6 se copia un 9 y viceversa. Si tú pones en un tubo de ensayo (normalmente en biología molecular utilizamos unos tubos de plástico llamados eppendorff) un poco de ADN, las enzimas y los reactivos necesarios (A, T, C y G sueltas, sin unirse a nada), la reacción se producirá sola y copiarás la hebra de ADN. El problema es que, una vez copiada, se quedan unidas. Pero ¿qué pasa si aumentas la temperatura hasta casi los 100 °C? El calor hace que el ADN se separe y, cuando las enzimas y los reactivos vuelvan a encontrarse, se hará otra copia de la cadena. Así, haciendo ciclos de subida y bajada de la temperatura, empiezas con dos hebras y luego obtienes cuatro, ocho… Partes de muy poca muestra y acabas teniendo mucha. Esto es la reacción en cadena de la polimerasa o PCR.
Un pequeño problema es que los enzimas (las proteínas necesarias para que la reacción se lleve a cabo) son muy delicados y, al hervir la muestra, se degradan y la reacción se detiene, pero esto se solventó utilizando enzimas que proceden de organismos extremófilos, es decir, que viven en condiciones extremas. En este caso, provenían de Thermofilus aquaticus, una bacteria que vive en los géiseres del parque nacional de Yellowstone (al noroeste de Estados Unidos) a temperaturas de 80-90 °C. La reacción de PCR es el pan nuestro de cada día en cualquier laboratorio de genética o de biología molecular, con miles de aplicaciones, desde análisis de alimentos a ciencia básica, agricultura y ganadería. En cualquier laboratorio suele haber uno o dos termocicladores —aparatos que puedes programar, a determinada temperatura y tiempo, para que vayan haciendo ciclos— y siempre hay que hacer cola. Por supuesto, Mullis no tenía ningún interés en la ciencia forense, pero para eso estaba Jeffreys.
La mayoría de los descubrimientos o técnicas en medicina llevan el nombre de su descubridor, pero eso es bastante infrecuente en otros campos de la ciencia. Si Mullis hubiera sido médico en vez de biólogo, posiblemente ahora la PCR se llamaría amplificación de Mullis. Hay muy pocos descubrimientos bioquímicos con nombre propio. El ciclo de Krebs —apellido de Hans Adolf Krebs—, el de Calvin —aunque a Melvin Calvin lo ayudaron Andrew Benson y J. Bassham— y poco más. Lo mismo pasa con los elementos químicos, pues ninguno ha sido nombrado en honor a su descubridor, aunque hay una excepción un poco tramposa. El galio se llama así en honor a Francia —la Galia romana—, eso dicen, aunque su descubridor fue Paul Émile (o François, que de las dos formas se hizo llamar) Lecoq de Boisbaudran, cuyo primer apellido en francés significa «el gallo», en latín gallium. Una extraña coincidencia.
Lo de los SNP que cambian sitios de corte está bien, pero es limitado. Solo distingue entre dos posibilidades (cortar o no cortar), que representan cuatro variables (un nucleótido corta, tres no). Con tan pocas posibilidades, puede haber gente que dé perfiles parecidos sin estar emparentados. Esto se solventa mirando en muchos sitios diferentes, así las posibilidades disminuyen exponencialmente. Existe otra zona hipervariable que son las STR, o short tandem repeats, donde lo que cambia es el número de veces que se repite el patrón. Aquí no tenemos dos opciones (corta o no corta), sino múltiples (diez, once, doce, trece, catorce repeticiones), lo que dispara la capacidad de individualizar una muestra puesto que hay muchas más posibilidades, normalmente entre siete y catorce, en cada caso, por lo que es muy difícil que se den coincidencias por azar. Además, esto se hace por PCR amplificando STR concretas, de modo que podemos partir de muy poca muestra. Con solo 250 picogramos de ADN —o sea, 0,000000000250 gramos— se puede realizar una prueba, es decir, simplemente con las pocas células que quedan en un vaso después de haber bebido, por ejemplo. Otra ventaja es que la PCR se puede automatizar y el análisis de los resultados también, por lo que resulta sencilla y barata. Actualmente el análisis de STR es la prueba genética estándar para identificación de personas, paternidades, etcétera.
Para hacer esta prueba se hace lo que se denomina un Multiplex-PCR, esto es, en una misma reacción se amplifican diferentes marcadores determinados. Si el individuo tiene STR con siete, ocho o nueve copias, el fragmento amplificado tendrá una longitud diferente; luego, se separa por tamaño y el aparato nos da una lectura en forma de gráfica en la que vemos diferentes picos. Si es una prueba de paternidad en la que tenemos a la madre o al padre candidato, los picos del hijo tienen que coincidir con los suyos. Si se trata de identificar a un cadáver y tenemos material genético del candidato (obtenidos de un peine, un cepillo de dientes o ropa interior sucia, por ejemplo), los picos han de ser iguales. Estos son los casos más simples. Si tenemos que hacer identificaciones a partir de familiares lejanos o casos de paternidades en los que falta uno de los cónyuges, la cosa se complica.
Entre los éxitos tempranos de las pruebas de ADN hay que destacar la identificación de víctimas de fosas comunes en Bosnia-Herzegovina. Uno de los grupos pioneros fue el de Daniel Corach, en Argentina, que utilizó con éxito la técnica para identificar a las víctimas de atentados múltiples —como el de la embajada de Israel en Buenos Aires en 1992—, la cual se extendió más tarde a víctimas de accidentes aéreos o a las fosas comunes de desaparecidos durante la dictadura.
En muchas películas de ficción hemos visto como se cambiaba un cadáver por otro, por ejemplo en La noche de los cristales rotos (Wolfgang Petersen, 1991), con Tom Berenger y Bob Hoskins, en la española Los sin nombre (Jaume Balagueró, 1999) o incluso en el capítulo final de House (octava temporada, 2012), donde el protagonista finge su muerte cambiando la ficha dental. Yendo al extremo, en Cara a cara (John Woo, 1997) John Travolta y Nicolas Cage intercambian sus caras, algo que, incluso de ser posible, no colaría. Desde que existen las pruebas genéticas, dar un cambiazo se complica ya que ante la menor duda el forense puede solicitar una prueba de ADN, que se realiza a partir de material del cadáver que hay en la sala de autopsias y no por identificación de testigos o por algo a lo que se puede dar el cambiazo como una ficha dental (todo sea dicho, algo nada fácil). Aunque para metedura de pata gorda, el argumento del cuento de Jorge Luis Borges «Emma Zunz». En el relato, publicado en la recopilación El Aleph en 1949, la protagonista quiere vengar la acusación injusta que han hecho a su padre y ha provocado su suicidio. Para conseguirlo, mantiene relaciones sexuales en plan bestia con un marino al azar y luego va a la fábrica donde se encuentra el que acusó a su padre y le pega tres tiros alegando defensa propia después de haber sido violada. Hoy, un simple análisis de ADN hubiera visto que el semen o los pelos púbicos del supuesto agresor no coincidían con los que aparecían en el cuerpo de Emma. Al margen de que una violación deja una serie de lesiones características en la víctima y el agresor que ninguno de los dos presentaría.
FIABILIDAD, CONTROLES Y CUESTIONES ÉTICAS DE LAS PRUEBAS DE ADN
En la actualidad casi todas las pruebas genéticas se hacen por PCR, que tiene la ventaja de ser fácil, barata y hacerse de forma prácticamente automática. Otra ventaja de la PCR es que, al amplificar la muestra, puedes partir de muy poco material de partida, pero eso es a su vez también un problema, porque este es tan sensible que las contaminaciones son frecuentes si no se llevan los controles adecuados. Mis alumnos hacen una práctica en el laboratorio de genética forense de la Ciudad de la Justicia de Valencia (qué majos sois, Manolo y Mercedes, por dejarnos). Lo primero que les digo cuando entramos en el laboratorio es: «No toquéis nada o acabaréis condenados por asesinato o violación o pagando una pensión de manutención a un chaval que no conocéis de nada». Canela fina como estrategia docente. Todos con las manos en los bolsillos y cara de susto. Puede parecer exagerado, pero no lo es. En el caso de Asunta Basterra, el asesinato de una niña de doce años en Santiago de Compostela, se encontró una mancha de semen en la camiseta de la víctima que resultó ser de un aprendiz de panadero de Madrid. El imputado, sin embargo, pudo acreditar que el día de los hechos estaba en Madrid y no en Santiago. El mismo laboratorio estaba procesando una muestra suya procedente de un preservativo que él entregó personalmente a la policía ya que después de una fiesta había sido acusado de violación. Su muestra contaminó la de Asunta, posiblemente por haber utilizado las mismas tijeras y no haberlas limpiado de manera correcta, y eso fue suficiente para imputarle, aunque luego admitieron el error[26]. Normalmente los controles en un laboratorio de genética forense son estrictos, entre ellos, el del perfil genético de todo el personal. Si una prueba coincide con el perfil genético del personal del laboratorio, se repite para confirmar que no hayan contaminado la muestra con su propio ADN.
La revolución del ADN en la ciencia forense permitió reabrir y reinvestigar casos pasados. En 1992 los abogados neoyorquinos Barry C. Sheck y Peter J. Neufeld pusieron en marcha la iniciativa Innocence Project, que pretendía reabrir casos antiguos que se habían procesado antes de que existieran las pruebas de ADN. A día de hoy, el proyecto ha liberado a trescientas personas erróneamente condenadas, de las cuales catorce estaban condenadas a muerte. Por cierto, y por muy estadounidenses que sean, en varios capítulos de CSI se ve cómo llegan con la muestra de ADN y en cuestión de uno o dos minutos el aparato da el resultado. Ya sea en Estados Unidos o en Lesotho, una prueba de ADN requiere tres o cuatro horas, ya que la amplificación se basa en diferentes ciclos a diferentes temperaturas, y cada uno de esos ciclos tiene un tiempo determinado que es imposible de acortar o la prueba no sale. Una PCR siempre requiere tiempo, aunque los guionistas de CSI se empeñen en lo contrario.
Las pruebas de ADN pueden complicarse por la aparición de mutaciones somáticas, que son aquellas que se producen después de la concepción. Durante el desarrollo embrionario se van formando todos los tejidos y órganos a partir de las diferentes capas embrionarias. Si en algún momento hay una mutación, esta se transmitirá a las células que se deriven de esa célula madre. Si además esa mutación se produce en alguno de los marcadores que se utilizan en la identificación forense, puede dar lugar a confusiones, ya que tendrá dos perfiles genéticos diferentes en función de dónde se saque la muestra de ADN. A esto se le llama mosaicismo genético. Andréi Chikatilo, el Carnicero de Rostov, el peor asesino en serie de la Unión Soviética y cuya historia ha sido llevada al cine en las películas Ciudadano X (Chris Gerolmo, 1995) y El niño 44 (Daniel Espinosa, 2015), fue el autor de la violación, asesinato y actos caníbales en más de cincuenta niños y mujeres. La policía lo tenía cercado, pero lo liberó en varias ocasiones puesto que las muestras de semen en el lugar del crimen indicaban un grupo sanguíneo AB, mientras que su sangre era del grupo A. Realmente era el culpable, pero sufría mosaicismo genético y el grupo sanguíneo de su esperma no coincidía con el de su sangre. Algo raro, pero posible. Un caso más extremo es el de las quimeras, que se produce cuando en fases muy tempranas del desarrollo embrionario lo que iban a ser dos gemelos no idénticos se fusionan en un único embrión, por lo que tendremos diferentes células con diferentes genomas. Existe un caso real en que una madre perdió una disputa legal por la custodia de sus hijos y fue acusada de haberlos robado, hasta que nuevas pruebas demostraron que era un caso de quimerismo[27]. Algo tan sugerente y complicado no podía pasar desapercibido para los guionistas de series. El capítulo 23 de la cuarta temporada de CSI lasVegas, titulado «Líneas de sangre», y el segundo episodio de la tercera temporada de House, «Caín y Abel», hacen referencia a este fenómeno. El mosaicismo también puede ser inducido artificialmente, por ejemplo, alguien que haya sufrido un trasplante de médula tendrá un perfil genético en todas las células de la sangre que será igual que el del donante, mientras que en el resto de los tejidos de su cuerpo tendrá su perfil genético original.
Trabajar en un servicio de genética forense presenta, además, muchos dilemas éticos. Pensemos, por ejemplo, en la identificación de un cadáver hallado en un accidente. Los restos están muy deteriorados, por lo que el juez solicita muestras de sangre a los padres para confirmar la identidad. Resultado: el fallecido es hijo de su madre, pero no del que supuestamente es su padre. En cualquier servicio de genética forense, todos los años, se encuentran con algún caso similar.
Pero eso no es lo más grave. Para empezar, del informe que tú le envíes al juez dependerá la inocencia o culpabilidad de una persona, por lo que, como en todo, debes ser competente haciendo tu trabajo. Por desgracia, hay casos en los que no es así. Conviene tener en cuenta que la genética forense es una tecnología muy nueva. Colin Pitchfork, el primer inculpado por una prueba de ADN, sigue vivo en la cárcel; en cambio, Francisca Rojas, la primera inculpada de homicidio por una huella dactilar, murió hace casi cien años. En Estados Unidos la prueba de ADN se acepta desde 1990. La mayoría de los jueces y jurados la consideran la prueba definitiva, por lo que, como le decía el tío Ben a su sobrino Peter Parker/Spiderman, «un gran poder conlleva una gran responsabilidad». Los aciertos son mayoría y suceden todos los días, pero también hay errores. Entre los casos más flagrantes de error en un laboratorio de genética forense está el de Josiah Sutton y Gregory Adams, acusados de violación por un reconocimiento de la víctima. Las pruebas de ADN exoneraron a Adams, pero aparentemente probaron la culpabilidad de Sutton. El problema es que esto ocurrió en 1999 y los controles de calidad en genética forense no estaban tan desarrollados como ahora. Un grupo de periodistas hizo un reportaje sobre las numerosas quejas por los resultados del laboratorio de genética forense de Houston, responsable del análisis. Entre los fallos, la forma en la que presentaban los resultados. En el caso de Sutton habían calculado mal las probabilidades, de forma que hicieron creer al jurado que era culpable prácticamente con toda seguridad, pero la realidad era muy distinta. Una reevaluación de las muestras de Sutton reveló su inocencia. Finalmente, el laboratorio fue cerrado y reinaugurado siguiendo otros estándares de calidad. Por suerte, este caso es una excepción y no tenemos noticias de otros laboratorios de genética forense que se hayan tenido que cerrar por malas prácticas.
Hoy en día las pruebas genéticas se utilizan principalmente en tres situaciones: en criminalística, para el análisis de vestigios biológicos de interés criminal; en procesos de filiación, paternidad y maternidad, y en identificación de cadáveres y/o restos cadavéricos.
Además, según lo establecido por la Ley Orgánica 10/2007, tenemos una base de datos de identificadores de ADN en la que se recogen los perfiles genéticos de las muestras relacionadas con delitos. En España los laboratorios policiales de análisis de ADN están descentralizados, existiendo en ciudades como Madrid, Valencia, Barcelona, Sevilla y Granada, entre otras. Además, en virtud de lo firmado en el Tratado de Prüm (Schengen III), nuestro país se compromete a poner a disposición de los países firmantes del mismo —en aquel momento, solo Austria, Alemania, Bélgica, Francia, Luxemburgo, Holanda y España—, los perfiles genéticos procedentes de estudios realizados en nuestro país, pudiendo, de igual manera, tener acceso a las bases de datos de aquellos países. Por tanto, existe una base de datos genética en el ámbito europeo. En Estados Unidos el equivalente sería el CODIS, que recoge los perfiles genéticos tomados en ese país. Aunque hay una diferencia fundamental. En Estados Unidos la base de datos CODIS está estandarizada en función de trece marcadores, mientras que en Europa se valoran nueve marcadores más la amelogenina, un gen cuya copia en el cromosoma X es seis nucleótidos más corta que en el cromosoma Y, lo que permite en el mismo análisis identificar el sexo de la muestra. Solo siete de estos marcadores coinciden entre Europa y Estados Unidos.
NO TODO EL ADN ESTÁ EN LOS CROMOSOMAS
A menudo decimos que en cada una de nuestras células tenemos dos copias del genoma, aunque esto no es cierto del todo. En el interior de las células, pero fuera del núcleo, hay un orgánulo llamado mitocondria que viene a ser como la central energética de estas. Las mitocondrias tienen la particularidad de tener un ADN propio, como incialmente apuntó Torbjörn Caspersson en 1954 y diez años después confirmaron Nass y Schatz.
En cada mitocondria hay un número variable de copias de este genoma, y la cifra de mitocondrias cambia en función del tipo de célula. Puede llegar a haber entre doscientas cincuenta y mil mitocondrias por célula, y cada una puede tener hasta diez copias del genoma. Por tanto, en una célula tenemos dos copias del genoma nuclear y puede llegar a haber entre mil y diez mil copias del genoma mitocondrial, permitiéndonos muchas aplicaciones forenses. Al ser muy numeroso, en algunos casos el del núcleo está degradado, pero el de la mitocondria todavía es útil. Otra peculiaridad es que el ADN del núcleo procede del padre y de la madre, pero el mitocondrial solo de la madre y no se recombina ni se mezcla, por lo que en una familia, si seguimos el árbol genealógico hacia atrás de madre a madre, todos tendrán exactamente el mismo ADN mitocondrial (salvo mutaciones). Esta herencia matrilineal tiene muchas aplicaciones en la ciencia forense y en los estudios de historia o de arqueología. Al no recombinarse y codificar genes esenciales, el genoma mitocondrial es bastante estable. El estudio del ADN mitocondrial es especialmente útil cuando hay que establecer la maternidad, en la identificación de restos humanos, los casos criminales difíciles en los que las pruebas convencionales de ADN han fallado y la identificación de razas humanas, ya que existen secuencias mitocondriales distintivas de todas ellas.
En general, todos tenemos el mismo genoma mitocondrial en todas las células, pero hay excepciones. Dado que el ADN de la mitocondria se duplica, y además lo hace a su rollo, independientemente de cuándo se duplica la célula, puede aparecer una mutación que se mantenga, de modo que coexistan dos genomas mitocondriales diferentes. Este fenómeno, que llamamos heteroplasmia, se ha dado en algunos casos históricos, como el que cuento al final del capítulo.
Otra aplicación del ADN mitocondrial es la identificación de muestras de origen animal. Esto tiene mucho interés porque en el escenario de un crimen pueden encontrarse restos de pelo de animales domésticos, que pueden proceder de la víctima o del agresor y tener valor probatorio. También es interesante, por ejemplo, para identificar a perros implicados en ataques o en accidentes. En general, para determinar si una muestra es humana o animal se utilizan anticuerpos. Para determinar de qué especie se trata, se hace un análisis del citocromo b, que es una secuencia muy conservada de un gen pero con variaciones propias de cada especie, y para identificar a un animal en concreto, dentro de la misma especie, se utilizan las regiones hipervariables del ADN mitocondrial. Por cierto, en los perros hay bastante variación en el genoma mitocondrial, tanto entre especies como dentro de cada una de ellas, lo cual hace pensar que, cuando se domesticaron a partir del lobo gris, se hizo a partir de una población muy diversa, y que recientemente ha habido cruces con perros o lobos salvajes que han aumentado la variabilidad genética. Esta variabilidad genética nos viene muy bien para identificar los pelos de perro encontrados en la escena de un crimen.
Gracias a los análisis de ADN mitocondrial hemos podido solucionar muchos casos criminales y también históricos. Uno de los primeros casos en los que se utilizaron las pruebas de ADN fue el de Martin Bormann, el número dos de Hitler. Pudo analizarse su ADN mitocondrial comparándolo con el de una prima por línea materna, y los resultados confirmaron que los restos encontrados en 1972 en Berlín Occidental eran suyos y que no había huido. También se utilizó esta técnica para averiguar la identidad de un aviador estadounidense fallecido en la guerra de Vietnam, cuyos restos fueron devueltos a su país natal en 1984. A pesar de que una identificación inicial basada en sus huesos determinó que su identidad era la del teniente Michael Blassie, el ejército no le dio valor a esta identificación y sus restos fueron utilizados con todos los honores en el panteón del soldado desconocido del cementerio de Arlington. No obstante, quedaban bastantes dudas de que fuera tan desconocido como se suponía. En 1993 y gracias al ADN mitocondrial se pudo establecer una identificación positiva respecto a su madre y dos de sus hermanas. Lo más curioso es que esto no le hizo gracia al ejército, que le había concedido la medalla de honor siendo soldado desconocido, pero que no se la transfirió a Michael Blessie una vez fue identificado.
En ocasiones los casos son muy complejos y hay que utilizar varias técnicas a la vez, como en el caso de las identidades de los guerrilleros que iban junto a Che Guevara. El boliviano Chapaco fue identificado por métodos antropológicos, los de los cubanos Moro y Tuma a través del ADN nuclear y el peruano Eustaquio mediante el ADN mitocondrial por comparación con su hermano. El boliviano Pablito fue identificado por exclusión. El ADN mitocondrial también ha llegado al Salvaje Oeste. En 1995 se intentó hacer una identificación del legendario bandido Jesse James a partir de los restos enterrados en el cementerio Mount Olivet en Kearney, Nebraska, pero resultó infructuosa, puesto que el ADN se había degradado. Sin embargo, a partir de dos dientes y dos pelos recogidos en 1978 de la tumba original en la granja de James, se consiguió hacer una identificación positiva a partir de dos parientes maternos.
Hay casos mucho más historiados y nobles. En el caso del príncipe siciliano Branciforte Barresi, en Catania, pudo amplificarse el ADN mitocondrial y separar los huesos, ya que aparecieron enterrados los restos de cinco personas diferentes, presuntamente su hermano, dos de sus hijas y su nieto (eso sí que es aprovechar un nicho). No obstante, fue imposible establecer la identificación positiva por la negativa de sus descendientes.
EL CROMOSOMA Y Y LA HERENCIA PATRILINEAL
Todos los hijos, sean chicos o chicas, heredan la mitocondria de su madre, mientras que hay algo que el padre da únicamente a sus hijos varones. Los cromosomas sexuales de cualquier chico constan de un cromosoma X y de otro Y. El cromosoma Y es una ridiculez de cromosoma, que parece un X roto, pero es el que determina el sexo masculino. Además tiene otra particularidad. Durante el proceso de formación de los óvulos o los espermatozoides se producen recombinaciones entre las parejas de cromosomas. A efectos prácticos: tú heredas un juego de cromosomas de papá y otro de mamá, pero los que heredarán tus hijos no serán los del abuelo tal cual los recibiste tú, sino una mezcla de cada uno. Como si los hubieras barajado y vuelto a separar. Esto complica mucho hacer genealogías por la facilidad que tiene el ADN para mezclarse, pero, no obstante, ya hemos visto que la línea de madre a madre sí se puede seguir porque el ADN mitocondrial no se recombina y se mantiene igual. Pues lo mismo ocurre con el cromosoma Y. Salvo unas partes muy pequeñas en los extremos que sí se recombinan, el resto se hereda como un bloque al igual que el ADN mitocondrial, sin cruzarse con nada. Por tanto, de la misma forma que decimos que todos los genomas mitocondriales vienen de uno original, de la Eva mitocondrial, podemos hablar de un Adán Y, a partir del cual vienen todos los cromosomas Y que tenemos los que compartimos el cuarto de baño más sucio y con menos cola en los bares y estaciones.
Se está investigando el cromosoma Y para conocer el destino de la colonia perdida de Roanoke. Esta colonia, el primer intento de asentamiento inglés en Norteamérica, se estableció en la actual Carolina del Norte en 1587. Una vez asentados, el gobernador John White volvió a Inglaterra. Cuando regresó a Roa noke en 1590, lo único que encontró fue la palabra «Croatoan» grabada en un árbol. A día de hoy no se sabe qué pasó. Pudieron tratar de regresar a Gran Bretaña y hundirse por el camino, ser exterminados por los nativos o, directamente, no fueron capaces de organizarse de forma viable y se unieron a los nativos americanos. Si lo que realmente pasó fue esto último, el cromosoma Y de los ingleses debe de permanecer en los actuales descendientes de aquellos amerindios. Existe un proyecto en marcha que rastrea, a través del ADN, esta posibilidad[28].
El estudio del cromosoma Y es muy útil en casos de violación y de abuso sexual donde aparece mezclado el ADN de la víctima con el de la mujer, ya que será específico del hombre. Pero por otra parte, al tener tan poca variabilidad, tiene el problema de que resulta complicado individualizarlo, de modo que es útil para excluir a un sospechoso si el cromosoma Y es diferente, pero, en el caso de que sea el mismo, no sirve para confirmar la culpabilidad y habría que acudir a otro tipo de pruebas.
LAS ESTADÍSTICAS Y LA GENÉTICA
Las pruebas genéticas son muy fiables, pero no infalibles. Uno de los principales problemas que encuentran los profesionales de la genética forense es hacer comprensibles los resultados de sus análisis y, sobre todo, que delante de un juez o de un jurado, y ante las preguntas de un abogado o de un fiscal, pueda llegar a entenderse el resultado de un análisis. Las pruebas genéticas no dan un resultado de blanco o negro, sino que dan una probabilidad. Esta se calcula según el teorema de Bayes, que sirve, por ejemplo, para resolver problemas como este: «En una caja hay veinte bolas negras y ochenta blancas; si cogemos al azar una bola y es negra, ¿cuál es la probabilidad de que la próxima sea blanca?». Para hacer los cálculos del porcentaje de probabilidades de que una persona sea el padre de otra, o simplemente familia, se utiliza la ecuación de Essen-Möller, propuesta en 1938 y basada en el teorema de Bayes. Esta ecuación calcula la probabilidad de que alguien sea el padre partiendo de que, a priori, hay tantas probabilidades de serlo como de no serlo, por lo que el resultado de los marcadores genéticos desviarán esa posibilidad hacia un lado u otro. Para ayudar a interpretar estos resultados, en 1981 Konrad Hummel describió los enunciados que llevan su apellido, que tratan de explicar los diferentes intervalos de probabilidad con las diferentes posibilidades, tratando, por una parte, de hacerlos comprensibles y, por otra, que con un mismo resultado se llegue a la misma conclusión, ya que podría darse el caso de que ante un mismo análisis un juez dijera sí y otro no. Hummel considera que, para considerar probada una paternidad, el valor obtenido debe ser igual o superior al 99,73 por ciento. Este criterio está aceptado internacionalmente en el ámbito de la jurisprudencia (en España, por una sentencia del Tribunal Supremo del 24 de noviembre de 1992).
Para entender esta parrafada, vamos a la práctica. Un niño tiene el grupo sanguíneo A. Si su madre tiene el grupo sanguíneo O y el presunto progenitor tiene el grupo B, sabemos que es imposible que sea el padre biológico, puesto que ninguno de los dos tiene el grupo A… y de alguna parte debe haber salido. Lo del Espíritu Santo ya no cuela, salvo que se dedique a repartir bombonas de butano.
Vamos a asumir que la madre es O y el niño y el padre son A, ¿podemos afirmar al cien por cien que es hijo suyo? Aquí habría que ver los valores de referencia de la población. Si resulta que, allí donde viven, el noventa por ciento de la gente es del grupo A, tiene las mismas posibilidades de ser el padre tanto el que se hace el análisis como el noventa por ciento del pueblo. ¿Cómo se soluciona eso? Analizando más marcadores. Cuantas más coincidencias aparezcan con los del hijo, y en el caso de que no aparezcan exclusiones, más seguro se estará de que es el padre. Por tanto, aquí tenemos tres factores: la genética del hijo, la del padre y la de la población donde viven, que marca cuán extraordinario es un marcador genético respecto del entorno. Este hecho debe tenerse muy en cuenta, porque no considerar los valores de referencia adecuados puede ocasionar errores. Por ejemplo, una prueba de paternidad dentro de una comunidad cerrada con gran endogamia (como muchas comunidades religiosas o numerosos pueblos pequeños y aislados), y en la que se tomen como referencia los valores generales del país o de la región. En esta ocasión, minusvaloramos que en el entorno hay poca variabilidad genética y podemos hacer un cálculo al alza de las posibilidades, que nos llevará a dar por buena una paternidad que realmente no lo es. Otro problema que puede inducir a error se da en los casos de supuesto incesto, donde el padre biológico es un familiar cercano de la madre. Hay que tener en cuenta que las ecuaciones de Essen-Möller y Hummel aparecieron antes de la PCR y las STR, por lo que están pensadas para marcadores genéticos no tan concretos y con tanta variabilidad como este último. Y también conviene recordar que el caso más fácil es el de una paternidad en el que se conoce a la madre y se evalúa a un presunto padre. Pero este no es el único caso. Lo hemos vivido en España en el caso de los niños robados, donde la presunta paternidad se tiene que establecer a partir de los abuelos o los tíos, lo que complica el cálculo. En la identificación de víctimas de una catástrofe, en cambio, no hay ni un padre ni una madre seguros. Actualmente también se utiliza un refinamiento de esta idea, las fórmulas de Balding y de Budowle[29]. Para eso existe una disciplina dentro de la genética forense que son las matemáticas aplicadas[30].
Veamos un caso real. En la prensa se han reflejado los casos de Albert Solà y de Ingrid Sartiau, que afirman ser hijos ilegítimos del hoy rey emérito Juan Carlos. Sin entrar a valorar sus historias, Solà afirma que se hizo una prueba a partir de material genético de su presunto padre y que el resultado fue superior al noventa por ciento de probabilidades. También se han hecho pruebas para ver si Ingrid y él son hermanos, y los resultados han sido de un noventa por ciento en una, de un treinta por ciento en otra y aún menos en la tercera[31]. Ante un juez, y según la jurisprudencia, el fallo sería que el rey no es su padre pues no llega al mínimo de valoración, el 99,73 por ciento, y que la atribución de que son hermanos también está por debajo de los niveles exigidos.
LA GENÉTICA QUE VIENE
La genética forense es una disciplina muy reciente y, al contrario que otros campos, no ha tocado su techo, ni mucho menos. Mientras escribo estas líneas estoy oyendo por la radio la resolución del asesinato de Eva Blanco casi veinte años después de producirse. La joven fue violada y asesinada con veinte puñaladas en 1997. En un crimen sexual lo más normal es mirar siempre en su entorno, por aquello de que «deseamos lo que vemos». Sin embargo, la investigación en su entorno cercano se demostró infructuosa, y esto puede significar que fue víctima de un asesino en serie o que su camino se cruzó con la persona menos indicada, en el momento menos indicado y en el lugar más inapropiado. Aquí se añadía un problema y es el hecho de que los delitos prescriben en veinte años, por lo que este delito estaba a punto de no poder ser perseguido, como ha pasado en otras ocasiones. En general, las pruebas de ADN consisten en cotejar la muestra del lugar del crimen con la muestra del sospechoso y ver si coincide o no. El problema es que en este caso no había sospechoso. Desde 1997 hasta aquí, la ciencia ha avanzado mucho. Ahora ya tenemos secuenciado el genoma humano, es decir, hemos leído todas las bases de una persona. Aunque no lo entendemos todo, podemos sacar más información a partir de una secuencia de ADN que la que obtenemos en un análisis corriente, donde el resultado es blanco o negro, es decir, coincide o no coincide. El análisis de ADN determinó el origen étnico del agresor, en este caso magrebí, lo que permitió hacer un análisis genético a todos los magrebíes de la zona donde se había producido la agresión, encontrándose un perfil que tenía un grado de similitud muy alto con el ADN del asesino de Eva Blanco, tanto como para ser el culpable o su hermano. Esto ha permitido identificar al presunto asesino, que había salido de España poco después de los hechos y tenía una vida nueva en Francia, muy cerca de la frontera de Suiza, con su esposa e hijos. Es una muy mala costumbre decir nombres y hacer acusaciones antes del juicio o de que haya una sentencia firme, recordemos los casos ya mencionados de Dolores Vázquez o de Diego P. en Canarias. Esperemos que el detenido tenga un juicio justo y que, en caso de probarse los hechos que se le imputan más allá de toda duda razonable, cumpla la condena. Lo que es importante destacar es que, gracias al uso de una nueva tecnología y al buen hacer de investigadores y científicos forenses, se ha podido llevar al sospechoso de un crimen horrendo ante el juez y aportar pruebas sólidas del delito cometido. Aunque en este caso el juicio nunca tendrá lugar, porque el sospechoso se ahorcó en su celda en enero de 2016.
Existen más pruebas basadas en el ADN que no son la «oficial» de las STR o la más antigua de la RFLP, aunque estas no están estandarizadas y posiblemente no serían admitidas en un juicio. Aun así, tienen muchísima utilidad en el campo de la investigación ya que algunas permiten hacer un análisis rápido de muchas muestras, u obtener información a partir de otras muy antiguas o demasiado degradadas. Por ejemplo, el análisis de heterodúplex de ADN que te permite ver de forma rápida si dos muestras diferentes pertenecen o no a la misma persona basándose en la capacidad del ADN de hibridar con su cadena complementaria.
Y ahora mismo se están desarrollando técnicas basadas en la utilización de chips de ADN. Un chip de ADN es una lámina de cierto material sobre la que se unen, por métodos químicos, determinadas secuencias de ADN. Si ponemos nuestra muestra en contacto con este chip y reacciona con el ADN que hay en él, el dispositivo emitirá una señal fácilmente detectable e interpretable con métodos electrónicos. Ahora imaginemos que en ese chip ponemos cientos o miles de SNP conocidos del genoma humano, y que la muestra es de un sospechoso. Con este método, que además no se basa, como el RFLP, en corta o no corta, leeríamos de cuál de las cuatro bases se trata, por lo que pasaríamos de dos a cuatro posibilidades. Estamos hablando de que, hoy en día, un análisis de ADN se hace a partir de entre diez y trece marcadores, mientras que el uso de estos chips nos permitirá utilizar cientos de marcadores en un mismo análisis, aumentando de forma exponencial la capacidad de discriminación de las pruebas genéticas.
Y, por último, existe una última frontera dentro de las pruebas genéticas: los gemelos idénticos. Existen varios casos en los que la prueba genética ha señalado a una persona, pero esta tenía un gemelo idéntico, por lo que ha sido imposible dilucidar cuál de los dos era el culpable. En ese caso prevalece la presunción de inocencia. Si se encuentra una huella dactilar el caso se puede resolver, porque incluso los gemelos idénticos tienen huellas dactilares diferentes, pero no siempre es así. Por ejemplo, en 2009 se acusó a un sospechoso de tráfico de drogas en Malasia, pero este tenía un hermano gemelo, por lo que la policía no tenía claro cuál era el culpable. El caso se resolvió porque un testigo en la descripción dijo que al sospechoso le faltaba un diente, como de hecho le pasaba a uno de los hermanos. No siempre se tiene esa suerte. En Marsella una serie de violaciones quedó sin castigo porque el perfil genético coincidía con dos gemelos idénticos. Existen pruebas de ADN capaces de discriminar entre dos gemelos, como el grado de metilación (una alteración en el ADN) o una secuencia completa del genoma. El problema es que esas técnicas hoy por hoy siguen siendo caras y muchas no están puestas al día para el uso forense, por lo que no serían admitidas en un juicio. No obstante, las técnicas de secuenciación masiva de ADN avanzan a pasos agigantados y cada día se abaratan más, por lo que en breve ni siquiera tener el código genético compartido te permitirá ser exonerado de un crimen.
En marzo de 2016, por una extraña carambola del destino, mis alumnos y yo tuvimos la fortuna de que Ángel Carracedo, una de las eminencias mundiales en genética forense, nos diera un seminario en el marco de la asignatura. El grupo de Ángel Carracedo ha participado en la resolución de casos como el de Eva Blanco y el de las niñas de Alcácer, entre otros muchos. Gracias a ello supimos de primera mano hacia dónde va la genética forense. Hoy en día, además del perfil racial, con una prueba de ADN se puede afinar el color de ojos y de pelo del sospechoso. Lo que ahora mismo están investigando es cómo determinar la hora de la muerte a partir del ADN estudiando el patrón de metilación (una modificación química del ADN que ocurre de forma natural en función de diferentes circunstancias) de diferentes genes, ya que se sabe que este patrón cambia según la hora del día. De esta manera, viendo cómo está metilado el ADN, podemos saber a qué hora murió la persona o a qué hora el criminal sangró o se dejó un pelo o un salivazo. Por lo tanto cada vez estamos más cerca de obtener el retrato robot del criminal y las circunstancias del crimen simplemente a partir de un resto biológico. Lo de delinquir cada vez está más complicado.
CASO REAL: LA FAMILIA ROMANOV
Si hay un caso histórico que aúne mitología, glamur y Hollywood, y que se haya podido resolver por una prueba de ADN, ese es el del destino de la familia imperial rusa, los Romanov. Este enigma se asemeja al de la Sábana Santa, solucionado gracias a una prueba científica (en este caso, la del carbono 14) que nos permitió saber que se trata de un lienzo medieval, lo cual coincide con las primeras referencias históricas, aunque hay gente que sigue empecinada en demostrar que proviene de la Palestina del siglo I. Gracias al ADN mitocondrial se ha hecho una identificación segura de los restos de los Romanov, pero siguen apareciendo «documentos oficiosos» que se empeñan en alargar una historia cerrada.
Aunque todo fue muy silenciado por la Unión Soviética durante años, hoy estamos bastante seguros de cuál fue el destino de la familia imperial. En la noche del 16 al 17 de julio de 1918, el zar Nicolás II, la zarina y sus cinco hijos, al igual que el médico del zar, tres de sus sirvientes y los perros, fueron asesinados en Ekaterimburgo, concretamente en el sótano de una casa confiscada a Nicolái Ipátiev, un hombre de negocios local. A la familia imperial se le dijo que iban a hacerles una fotografía para el registro, pero en realidad les dispararon. Las mujeres, salvo la zarina, no murieron porque entre los ropajes habían escondido las joyas y piedras preciosas que habían escamoteado antes de su detención y estas las protegieron de las balas. Esto no hizo más que alargar la agonía ya que fueron rematadas a bayonetazos y culatazos. El responsable fue Yákov Yurovski, el jefe de la checa de la ciudad, que encabezaba una cuadrilla de once hombres y recibía órdenes directamente desde Moscú.
El anuncio oficial se hizo en el periódico ruso Uralski Rabotchi del 23 de julio de 1918. Los testimonios de la época relatan que fallecieron todos, pero hubo rumores de que Anastasia había logrado escapar. También se alega que con posterioridad a la fecha de la ejecución hubo testimonios que aseguraban que Anastasia recibió tratamiento médico después de ser violada.
Los restos fueron quemados y enterrados en una fosa común en un lugar secreto. En 1991 se encontró la fosa, aunque se conocía su lugar desde 1979, pero fue silenciado por las autoridades soviéticas. Este hallazgo avivó la leyenda ya que solo se encontraron nueve cadáveres de los once ejecutados. Faltaban el de Anastasia y el del zarévich Alejandro.
Para identificar los restos hallados se hizo un análisis de ADN mitocondrial. La identidad del zar Nicolás II se confirmó por cotejo con el de Xenia Sfiris, una sobrina-biznieta del zar con la que compartía un antepasado materno común, la abuela del zar y a la vez tatarabuela de Xenia, Luisa de Hessen-Kassel (es una ventaja que la herencia del ADN mitocondrial sea de madre a hijos). El análisis fue bastante complicado ya que los restos del zar presentaban heteroplasmia, es decir, había dos poblaciones diferentes de ADN mitocondriales. Sin embargo, una de las poblaciones coincidía con la descendiente por vía materna, por lo que se pudo confirmar la identidad.
Por supuesto el linaje materno del zar no sirve para averiguar la identidad de los hijos, ya que no comparten el ADN mitocondrial con su padre, y hay que buscar la línea materna. La identidad de la zarina y de sus hijos se confirmó al cotejarlo con el ADN mitocondrial del príncipe Felipe de Edimburgo, el marido de Isabel II de Inglaterra, que es sobrino nieto de la zarina Alejandra. ¿Qué pasó con Alejandro y con Anastasia? Bueno, los científicos rusos atribuyeron parte de los huesos a Anastasia y los enterraron en una tumba con su nombre, con el desacuerdo de los científicos americanos participantes, que dudaban de la identificación. La Unión Soviética, y luego Rusia, siempre ha querido acallar esta historia para evitar núcleos de oposición en el entorno zarista. Que los cuerpos se hubieran quemado por completo sin dejar restos es improbable, a pesar de ser más jóvenes, porque todo el proceso se realizó atropelladamente. En el informe el propio Yurovski indicó que, para confundir a los zaristas en caso de que encontraran la tumba, cogieron dos cadáveres y los enterraron en una tumba apartada. Esta versión nunca se acabó de considerar hasta que en agosto de 2007 se hizo público el hallazgo de una tumba con los restos de Anastasia y Alejandro, cuya identidad fue confirmada con un análisis de ADN mitocondrial, y de este modo se puso fin a las especulaciones sobre si habían sobrevivido.
El hecho de que desde 1918 hasta 2007 no hubiera seguridad sobre cuál fue el destino de la familia Romanov permitió que se disparara la especulación, más o menos interesada. Se han contabilizado hasta diez personas que alegaron ser la princesa Anastasia y haber escapado, pero la más famosa de todas ellas es Anna Anderson. Fue rescatada en 1920 en un puente de Berlín cuando estaba a punto de suicidarse y recluida sin identificación en una institución mental. Dos años después, Anna aseguró ser la gran duquesa Anastasia, hecho que fue apoyado por algunos familiares de los Romanov. El juicio que debía determinar si realmente era Anastasia Romanov sigue siendo, todavía hoy, el más largo de la historia de Alemania, ya que se inició en 1938 y fue oficialmente cerrado en 1970, cuando la demanda se desestimó por falta de pruebas. Detrás de todo esto se encerraba un interés económico ya que, de haberse dado por buena su supuesta identidad, Anastasia tendría derecho a su herencia legítima. Conviene recordar que, en enero de 1917, Nicolás II depositó en Inglaterra a su nombre cuatro toneladas y media de oro. Si las osamentas de Ekaterimburgo son realmente las de los Romanov, no habrá que buscar heredero directo, y el famoso tesoro corresponderá a Gran Bretaña.
Este juicio ha servido de inspiración para películas como Anastasia (Anatole Litvak, 1956), con Ingrid Bergman interpretando un papel inspirado en Anna Anderson, aunque la trama la sitúa en París y no en Berlín, y Yul Brinner como un general ruso que la descubre y trata de utilizarla para cobrar la herencia que le corresponde. Esta película tuvo una versión de animación dirigida por Don Bluth en 1997. Al ver fracasar sus aspiraciones dinásticas, la auténtica Anna Anderson emigró a Estados Unidos, donde se casó y falleció en 1984. No obstante, la llegada del ADN también sirvió para resolver su historia. En 1994 se comparó su ADN mitocondrial con el del príncipe Felipe de Edimburgo y se llegó a la conclusión de que no guardaba ninguna relación con la familia imperial rusa. Una posterior investigación reveló que Anna Anderson era en realidad Franziska Schanzkowska, de origen polaco, trabajadora en una fábrica de Berlín y desaparecida oficialmente en esas fechas. Aquejada de algún trastorno mental, sufrió un ataque de amnesia y asumió como propia la historia de la princesa Anastasia. La comparación de su ADN con el de Carl Maucher, un sobrino por línea materna, acabó de confirmar su identidad y su origen en Polonia. De la misma forma que hay gente que se trastorna y asume una personalidad que no es la suya, ya sea Napoleón, el demonio o el Papa Luna —como Joan Monleón en la película Con el culo al aire (Carles Mira, 1980)—, Anna (o, mejor dicho, Franziska) posiblemente tenía un trastorno mental y luego se rodeó de buitres que querían aprovechar su historia para darle un zarpazo a la herencia, por lo cual lo más probable es que ella fuera una víctima más en toda esta historia. Anna Anderson fue la más famosa de las aspirantes a ser Anastasia, pero no la única. En esta historia también aparecieron un presunto zarévich, llamado Vassili Filatov y muerto en 1988, y varias Anastasias, como Nadezhda Ivánovna Vasílieva y Eugenia Smith. Incluso dos jóvenes que afirmaban ser Anastasia y su hermana María fueron encontradas vagando por los montes Urales y acogidas por un sacerdote. Vivieron como monjas y murieron en 1964, enterradas con los nombres de Anastasia y María Nikoláyevna.
La historia parece rara, pero el mundo de los trastornos mentales es complejo. En la comisaría de Cádiz apareció hace unos años alguien vestido de marino que fue encontrado vagando desorientado por la calle. Su relato era que estaba en Perú y que debía embarcarse al día siguiente, pero que no sabía en qué país estaba ni dónde, y que además, al verse en el espejo, se veía muy viejo y no se reconocía. Al preguntarle en qué año estaban, dijo que en 1962, en una fecha concreta de noviembre. Por suerte el caso no cayó en manos de ningún investigador de lo paranormal, si no ya tendríamos casos de viajeros en el tiempo o la leyenda de Rip van Winkle (que estuvo dormido veinte años) en todos los programas de «misterio». Al día siguiente, una mujer entró en la comisaría para denunciar la desaparición de su marido. La mujer reconoció al sujeto y, cuando los policías le contaron lo sucedido, contestó con gracia gaditana: «Sí, es que cuando se le cruza el cable dice que está en el año 62, pero se le pasa pronto».