CAPÍTULO 2

EL ESTUDIO DE LA ESCENA DEL CRIMEN.
¿QUIÉN MANDA AQUÍ?

En la introducción he mencionado que la fascinación que sentimos por el crimen se debe en gran medida a las series y películas del género. En todas ellas existe un momento en el que alguien descubre un hecho delictivo, ya sea un cuerpo en el bosque, en el maletero de un coche o una casa que han asaltado y desvalijado. En otros casos, la trama empieza con una llamada al servicio de emergencias, o con un personaje que avisa a los demás de que se ha cometido un crimen en alguna parte de la ciudad. Cambio de plano e instantáneamente ya tenemos la escena del crimen acordonada y a todo el personal alrededor del cadáver recogiendo muestras. En este momento suele ser cuando más se mete la pata en los guiones y en el que la ficción más se aleja de la realidad.

Todos conocemos la escena típica de CSI en la que Grissom u Horatio Caine llegan, miran el cadáver, lo toquetean y se ponen a dar órdenes… Luego, se quitan las gafas, descubren el indicio que nadie había visto y, treinta minutos después, saben quién es el malo. Grissom quitándose las gafas es el equivalente al primer plano del doctor House frunciendo el ceño. Otras versiones son Patrick Jane en El mentalista, Richard Castle en la serie que lleva su apellido —en la que el protagonista hace dos chistecillos mientras saca o mete algo en el bolsillo del cadáver o se pone a comer magdalenas del escenario del crimen— y Don Eppes en Numb3rs, quien pone en antecedentes a su hermano Charlie y este hace un modelo matemático. La realidad no se parece en nada a esto y las películas no son un buen referente ya que la legislación cambia mucho de un país a otro.

INVESTIGACIÓN DE LA ESCENA

En España la investigación puede llevarla a cabo, según los casos, la Policía, la Guardia Civil o algún cuerpo autonómico. La primera obligación de los responsables de la escena del crimen es apartar a los curiosos. Para una investigación, lo mejor es que la gente simplemente avise a la policía y se vaya, pero esto no siempre pasa. Siempre hay quien toquetea el cadáver para ver si está vivo o trata de reanimarlo aunque esté frío como un témpano, o quien le roba la cartera y los objetos de valor y sale corriendo, e incluso suceden hechos más estrambóticos. En el caso del crimen del cortijo de Los Galindos, en agosto del año 1975, todo el pueblo pasó por allí mientras buscaban al juez, que estaba de vacaciones, lo que influyó en que el caso siga sin resolver. Cuando llegaron los primeros investigadores, la escena del crimen estaba absolutamente contaminada. En el de los marqueses de Urquijo, asesinados a sangre fría en 1980 mientras dormían, el mayordomo limpió y adecentó los cadáveres antes de que apareciera la policía, para, según él, que no vieran a los señores en pijama y camisón.

El primero que debe tener claro lo de no contaminar es el propio policía científico. Normalmente cuando se investiga la escena del crimen es muy importante que los propios policías no dejen huellas ni señales que puedan confundir la investigación, y para eso se utilizan guantes, patucos o lo que haga falta. Aunque esto no siempre lo vemos en las películas. En las seis primeras temporadas de CSI Miami, el papel de forense (Alexx Woods) es interpretado por Khandi Alexander y su larga melena negra, melena que hemos visto pasearse por todas las escenas del crimen que investiga, en algunos casos incluso encima del cadáver al que le está haciendo la autopsia. Lo normal en estos casos es ponerse una redecilla desechable para recogerse el cabello. También es importante tener claro el orden en el que se procesa todo lo que se va encontrando, para que el trabajo de uno no interfiera en el de otro. Normalmente van primero los fluidos biológicos; luego, las huellas dactilares y, finalmente, las pruebas relacionadas con armas de fuego. Esto se basa en la facilidad para degradarse de cada una de las muestras y en el hecho de que unos análisis pueden interferir en otros.

Otra cosa que hemos visto en las series es el maletín de inspección ocular, negro y grande. Una imagen icónica de CSI es esa en la que Nick Stokes o Catherine Willows llegan a la escena del crimen y, rodilla en el suelo, abren el maletín para sacar la linterna, el pincel de huellas dactilares o las pinzas. En España los primeros maletines oficiales para la inspección ocular datan de la década de 1930 y estuvieron vigentes hasta los años sesenta. Más que maletines eran maletones por su voluminoso tamaño. Esta maleta incorporaba reactivos como sangre de drago, carbonato de plomo y negro de humo, que se utilizan para ver las huellas dactilares en función de que estén en fondos claros u oscuros, y productos químicos como el yodo metaloideo, material para hacer moldes de huellas e instrumental para trazar planos y hacer reconstrucciones. Este maletín se ha renovado y simplificado a medida que han aparecido nuevos reactivos, como la ninhidrina para las huellas dactilares y actualmente el 5MTN o el DFO. Hoy en día no existe un maletín oficial, sino varios, en función del tipo de delito investigado, ya sean homicidios, incendios o atentados con bomba. Incluso cuenta con equipamiento para la obtención de huellas dactilares latentes que deben fijarse con vapores de cianocrilato y luego revelarse con un láser de arco de xenón. Pero además del equipo para la obtención de huellas dactilares, presente ya en los años treinta, se ha incorporado material para la obtención de muestras de ADN y reactivos para ver muestras de sangre o de otros fluidos biológicos por quimioluminiscencia. Además del maletín, es necesario un equipo fotográfico completo para documentarlo todo y un vehículo policial que, en ocasiones, se destina especialmente a tal efecto.

Otra de las cosas que se buscan son las huellas. Las huellas de pisadas correctamente analizadas también sirven para identificar a los autores o a la gente presente en el lugar del crimen. El dibujo de la suela puede servir para analizar el tipo de calzado utilizado y el desgaste de un zapato en concreto. Una observación minuciosa puede dar indicaciones del tamaño, peso o de alguna particularidad física (cojera, diestro o zurdo, etcétera). Existen bases de datos de huellas de neumáticos, de calzado, de pinturas y de todo aquello susceptible de encontrarse en la escena de un crimen. En la película Corazón trueno (Michael Apted, 1992) el policía de la reserva interpretado por Graham Greene —el que hacía de indio en Bailando con lobos (Kevin Costner, 1990)— es capaz de decir el tipo de arma que Val Kilmer lleva en el tobillo solo por las huellas. Puede parecer exagerado, pero un estudio detallado de las huellas puede hacer eso. En 1959 el patólogo forense sir Sidney Smith detalló un caso en Falkirk, Reino Unido, en el cual a partir de las huellas pudo predecir que el autor sería bajito, con la pierna izquierda más corta, la pelvis desequilibrada hacia la izquierda, escoliosis, arrastraba el pie izquierdo y tendría el dedo del pie izquierdo deformado o amputado, posiblemente debido a una poliomelitis. Y acertó[11].

Hay casos en los que la inspección ocular ya resuelve el crimen, porque hay criminales que no son nada cuidadosos y dejan desde colillas a resguardos con su nombre o dentaduras postizas. En el crimen de Alcácer, en la fosa de La Romana donde estaban enterrados los cadáveres de las tres niñas se encontró una receta médica a nombre de un miembro de la familia Anglés. En casos de asaltos a domicilios o allanamiento de morada es frecuente que los delincuentes utilicen guantes para no dejar huellas dactilares, pero antes de entrar en casa ajena comprueban que no hay nadie acercando el oído a la pared o a la ventana, dejando huellas de la oreja o cabellos que pueden servir para inculparles. Las huellas de la oreja se considera que tienen valor para individualizar a una persona y pueden ser utilizadas en un juicio. Algunos incluso se sienten tan impunes robando que, además de buscar objetos de valor, abren la nevera y se toman un tentempié, dejando alimentos con marcas de mordeduras o incluso restos de ADN que también pueden tener valor probatorio. En los crímenes sexuales a veces es frecuente encontrar marcas de mordisco en el cuerpo de la víctima que, en algunos casos, han servido para identificar al culpable. El primer caso resuelto de esta manera fue el de Linda Peacock, una joven de quince años cuyo cuerpo fue hallado estrangulado y con signos de violencia el 6 de agosto de 1967. Una mordedura en el pecho derecho permitió identificar al culpable, que resultó ser Gordon Hay, un vecino de diecisiete años con antecedentes por delincuencia juvenil. Como decía Hannibal Lecter, «deseamos lo que vemos». En muchos delitos sexuales hay que buscar en el entorno más cercano de la víctima.

Otro punto importante en la primera inspección en casos de asesinatos u homicidios es tratar de buscar el arma del delito. Muchas veces, esta aparece en el mismo lugar o el asesino se deshace de ella en las cercanías, por lo que hay que buscar en contenedores, alcantarillas o en charcas o ríos cercanos. La misma arma y la forma en la que se producen las heridas puede dar una idea bastante acertada de las circunstancias del crimen. Si el delito se ha planificado, el asesino utilizará un arma de fuego o un arma blanca. En general, algo preparado a tal efecto. Si el crimen es resultado de una discusión o un calentón, lo más normal es utilizar un arma de oportunidad, es decir, cualquier objeto que el criminal encuentra en el escenario, como un palo, una herramienta, una botella o algo más exótico todavía. Las señales en el cuerpo de la víctima también son bastante indicativas de lo sucedido en el momento del crimen. ¿Hubo lucha o fue asesinado a sangre fría? ¿Fue atado? ¿El cadáver ha sido movido? Pongamos un ejemplo. En la localidad murciana de Santomera, en el año 2002, aparecen asesinados en sus camas Francisco Miguel y Adrián Leroy, de cuatro y seis años de edad respectivamente, hijos de Paquita González. La madre alega que entraron dos inmigrantes a robar, la atacaron y ella perdió el conocimiento, pero debajo de las uñas de los niños se encontraron restos de piel de la madre, que presentaba unas señales de arañazos en las muñecas, arañazos dados por las víctimas en un intento de evitar su estrangulamiento. ¿Cómo puede una madre asesinar a sus dos hijos pequeños? Este trastorno es conocido como el síndrome de Medea, por el personaje mitológico que mató a sus hijos por vengarse de su marido, Jasón, que la había abandonado. Que el síndrome de matar a los hijos para dañar al cónyuge lleve nombre de mujer es algo machista, porque, si miramos los casos más recientes sucedidos en España, en la mayoría de ellos es el hombre quien mata a los hijos, como en el de José Bretón, que asesinó y quemó a sus dos hijos en Las Quemadillas (Córdoba), o el más reciente, de julio de 2015, en Moraña (Pontevedra), donde David Oubel presuntamente asesinó a sus dos hijas, de cuatro y nueve años de edad[12].

Acordonar la escena del crimen no siempre es fácil. En una casa o un alojamiento cerrado no hay problema. La cosa empieza a complicarse en accidentes de tráfico donde el área es mucho mayor, a veces incluso complicada de calibrar. En 2012, se encontró en Valencia una motocicleta de gran cilindrada, que aparentemente había sufrido un accidente, en medio de la calle, sin denuncia, heridos ni nada. La policía local realizó la inspección ocular de la zona sin encontrar nada destacable, lo que hacía la historia un poco rara. ¿Quién abandona una moto en medio de la calle? Si es un accidente, ¿por qué no hay heridos? La realidad era que el conductor de la motocicleta, conduciendo de madrugada a gran velocidad, había chocado con el bordillo de la acera y había caído en una zona de difícil acceso en la mediana de un viaducto. La motocicleta había seguido, impulsada por la inercia, y se había detenido quinientos metros más adelante. Obviamente no era fácil pensar que había un cadáver a medio kilómetro de allí. Las escenas de un crimen que más superficie abarcan son los resultados de accidentes o atentados en aviones. Los restos pueden acabar esparcidos en centenares de kilómetros cuadrados o no aparecer nunca, como el famoso vuelo 370 de Malaysia Airlines desaparecido en 2014.

EL PAPEL Y LAS LIMITACIONES DE LA CIENCIA FORENSE

Ya hemos hecho la instrucción, es decir, toda la investigación y recopilación de pruebas que se presentarán ante el tribunal, y llegamos al juicio. El proceso de instrucción y juicio también es absolutamente diferente, partiendo de que en Estados Unidos jueces y fiscales se eligen por votación y todos los juicios se hacen con jurado. En España, por la ley aquella del ministro Juan Alberto Belloch, hay algunos delitos que se juzgan con jurado popular, como la causa a Francisco Camps por lo de los trajes o el asesinato de Asunta Basterra, pero la mayoría de los juicios sigue haciéndose por el sistema clásico en el cual el juez dicta sentencia. En Estados Unidos el desarrollo de un juicio está muy basado en la jurisprudencia, en sentencias previas. Por esa razón, en todas las películas de juicios es muy frecuente que siempre hagan citas del tipo «según X contra Y» o «en el caso tal». Lo que están haciendo es aludir a un caso anterior similar y utilizar lo que dictaminó el juez en esa ocasión como argumento para defender su posición. En España la jurisprudencia es una de las fuentes utilizadas en el juicio, pero no tiene tanto peso como en el sistema anglosajón. Un ejemplo de cómo lo que vemos en las películas nos influye en la vida real es el juicio por asesinato de Ricardo S. A., quien, ante las preguntas de la acusación particular y las numerosas contradicciones en las que estaba incurriendo, pidió acogerse a la Quinta Enmienda para no tener que declarar en contra de sí mismo[13]. Posiblemente recordaría alguna de las muchas escenas en las que hemos visto a un malo malote gritando eso mismo desde el estrado, como en La noche cae sobre Manhattan (Sydney Lumet, 1996). A Ricardo el juez tuvo que indicarle que eso pasa en Estados Unidos, que aquí, en todo caso, puede acogerse al artículo 24 de la Constitución. Gritar «Me acojo al artículo 24» no queda tan peliculero, pero habrá que acostumbrarse.

Debemos tener muy claro que la última palabra siempre la va a tener el juez, y que todo el trabajo de la policía científica o del laboratorio forense está encaminado a aportar las pruebas en un juicio, en el cual el encargado de la investigación solo declarará en calidad de perito forense. Luego, deberá someterse a las preguntas de la acusación y de la defensa. Y según presente las pruebas y conteste a las preguntas, el juez (en España) o el jurado (en algunos delitos en España y en todos en Estados Unidos) decidirá sobre la culpabilidad o la inocencia del acusado. El científico forense no puede ir y decir «esta persona lo hizo» o «esta persona es culpable o inocente», porque eso no depende de él. Solo tiene que presentar las pruebas de forma que el encargado de juzgar las entienda y tenga más elementos de juicio. ¿Podría darse el caso de que pruebas sólidas fueran desmontadas por un abogado hábil, o porque el juez o el jurado no entienden lo que quiere decir el experto? Sí. Sucede muchas veces. De hecho, cuando las pruebas son sólidas, la estrategia de la defensa suele ser tratar de anular el procedimiento tratando de encontrar errores en la cadena de custodia, en el procesado de las muestras o en cualquier otra fase. Así ocurrió en el juicio contra O. J. Simpson, en el que unas pruebas de ADN lo señalaban como el culpable por el asesinato de su esposa y el amante de esta, pero fue declarado no culpable porque la defensa consiguió encontrar irregularidades en el procesamiento. Lo más curioso es que sí que fue declarado culpable en el juicio civil y condenado a pagar más de treinta y tres millones de dólares en indemnizaciones. Desde 2008 cumple una condena de treinta y tres años por delitos cometidos posteriormente, como robo y secuestro. Una joya, el famoso exdeportista y actor. ¿O es que no os acordáis de Agárralo como puedas (David Zucker, 1988) donde O. J. Simpson hacía de ayudante de Leslie Nielsen? ¿O de aquella de ciencia ficción, Capricornio Uno (Peter Hyams, 1978), donde falseaban una misión a Marte?

También puede pasar que en el laboratorio se utilice una técnica muy novedosa, y al ir al juicio la prueba no sea aceptada porque el juez o el jurado son incapaces de entenderla o no tienen la perspectiva para reconocer la verdadera importancia. Veamos un caso práctico. En 1939 Walter Dinivan es asesinado en Bournemouth, Inglaterra. El móvil del crimen fue el robo. En el lugar del crimen se encontraron colillas fumadas por Walter y por otra persona, lo que indicaba que el autor fue alguien de su entorno cercano con el que había estado antes de morir. El principal sospechoso era Joseph Williams, que tenía el grupo sanguíneo AB, muy extraño en la zona, y al que varios testigos situaban con el asesinado en la noche de autos. La determinación del grupo sanguíneo en la saliva era algo que había descubierto en 1925 el japonés Saburo Sitai. La defensa consiguió que el jurado simplemente no creyera que el grupo sanguíneo se puede determinar por la saliva. El sospechoso confesó después a un periodista que sí que lo había matado. En Estados Unidos se emplea el estándar de Frye, basado en la aceptación por la comunidad científica del método utilizado y en su correcta aplicación, para determinar si una prueba científica puede tener validez en un juicio. En 1994 este criterio fue sustituido por el estándar de Daubert a raíz del pleito Daubert versus Merrell Dow Pharmaceuticals (509 U.S. 579). Este criterio es mucho más complejo que el anterior, pero se puede resumir en que el juez es, en última instancia, quien decide la validez de una prueba, y que esta validez debe basarse en el uso del método científico. En la actualidad, algunos estados se rigen por el criterio de Frye y otros por el de Daubert.

También hay que tener en cuenta un aspecto de la filosofía del derecho. La ciencia forense solo puede determinar los actos, pero no juzgar las intenciones. Hay un principio que establece que «el acto no hace a una persona culpable a menos que la mente también sea culpable». Por ejemplo, dos personas van de caza, a una se le dispara la escopeta y el compañero muere. Ahora imaginemos otra situación: dos personas van de caza, uno dispara la escopeta y el compañero muere. En el primer caso, se trata de un accidente; en el segundo, se ha cometido un homicidio o un asesinato porque el disparo ha sido intencionado. Un perito forense puede determinar en ambos casos el modelo de escopeta, la distancia del disparo y el tipo de cartucho, y un médico forense estudiará las heridas que produjeron los perdigones. Difícilmente ninguno de los dos puede valorar la intencionalidad del disparo, ya que eso debe determinarse en el juicio y, según la conclusión del juez, la condena al tirador será muy diferente.

CASO REAL: EL SECUESTRO DEL BEBÉ LINDBERGH

Para ilustrar el asunto del conflicto de jurisdicción y la investigación de la escena del crimen, qué mejor que analizar un caso que fue un desastre, por cómo fue llevado en todos los aspectos, pero sirvió de excusa para que Edgar J. Hoover impulsara el FBI y que se ampliasen sus competencias, como declarar delito federal los secuestros.

Charles Lindbergh era el prototipo del héroe americano. Hijo de padres suecos emigrados a Estados Unidos y aviador, con veinticinco años hizo el primer vuelo transatlántico en solitario desde Nueva York a París. Casado con Anne Morrow, en 1930 nació su hijo Charles Lindbergh Jr. El 1 de marzo de 1932 el niño es secuestrado por alguien que irrumpe en su habitación utilizando una escalera de madera y se lo lleva de la cuna. En la habitación dejan una nota pidiendo un rescate de cincuenta mil dólares. Alrededor de la casa había muchas huellas, que no se procesaron, y tres peldaños rotos de una escalera. El padre se mostró dispuesto a negociar el rescate, lo que aprovecharon los secuestradores para aumentar la cantidad solicitada en las subsiguientes comunicaciones.

La investigación fue llevada a cabo por la recién creada policía del estado de Nueva Jersey, al mando de la cual estaba Norman Schwarzkopf. ¿Te suena el nombre de algo? Es el padre del general homónimo que comandó las fuerzas aliadas en la operación Tormenta del Desierto en la década de 1990. En todo momento Schwarzkopf vio una oportunidad de lucimiento propio y para el cuerpo que le acababan de asignar, aunque tuvo un agrio enfrentamiento con Hoover y el FBI, que acabó llevando el caso.

Para liar más la cosa, un profesor de escuela jubilado de setenta y dos años, John F. Condon, se ofrece y es aceptado como intermediario. Los secuestradores siguen mandando notas al negociador detallando las instrucciones y subiendo la cantidad, que llega a ser de cien mil dólares. En un primer encuentro con los secuestradores, dicen que el niño goza de buena salud; en el segundo se pagan cincuenta mil dólares y se entregan las instrucciones para encontrar al bebé, que supuestamente estaba en un barco cerca de las islas Elizabeth, algo que era falso. El rescate se pagó en billetes del patrón oro (un sistema que representa que el billete es cambiable por el mismo valor en la reserva de oro del Estado), que se habían retirado de la circulación recientemente.

El 12 de mayo de 1932 el cuerpo del niño fue encontrado, a siete kilómetros de la casa, parcialmente enterrado y en avanzado estado de descomposición. Se le identificó gracias a la camiseta, los dedos del pie superpuestos y el hoyuelo en la barbilla. La autopsia determinó que falleció a causa de un fuerte golpe en la cabeza (se especuló que se cayó al bajarle por la escalera), de modo que lo más probable es que estuviera muerto desde el primer día.

La investigación no llegó a ningún sitio, hasta el 16 de septiembre de 1934. Ese día, un cliente pagó al dueño de la estación de servicio Warner Quintan, en la zona este de Nueva York, con un billete de patrón oro. El dueño, Walter Lyle, apuntó la matrícula del coche por miedo a que en el banco no aceptaran el billete. La investigación llevó hasta el carpintero alemán Bruno Richard Hauptmann, en cuya casa se encontraron catorce mil dólares del rescate escondidos en diferentes partes. Además, se realizó uno de los primeros estudios de biología forense analizando la madera, lo que permitió descubrir que la escalera encontrada cerca de la casa de Lindbergh estaba hecha con el mismo material que el ático de la casa de Hauptmann, gracias a las marcas de la sierra y a los anillos de la madera.

Hauptmann se convirtió en el hombre más odiado de América. El juicio fue una pantomima puesto que la opinión pública, incluidos los miembros del jurado, ya le habían declarado culpable. El veredicto fue condena a muerte. Hauptmann fue ejecutado el 3 de abril de 1936, después de que las apelaciones fueran desestimadas. En el último momento rechazó declararse culpable y confesar a cambio de cadena perpetua. Su esposa, Anna Hauptmann, luchó durante toda su vida por demostrar que su marido era inocente, y fue larga. Falleció en 1994 a los noventa y cinco años de edad. La película El crimen del siglo (Mark Rydell, 1996) recoge la historia del secuestro contada desde su punto de vista y sostiene que Bruno solo guardó el dinero y fue una víctima en este caso. Diferentes publicaciones han querido ver que todo fue un montaje para dar carpetazo al asunto y se eligió a un chivo expiatorio. En los años ochenta, Anna Hauptmann trató de reabrir el caso, incluso rastreó la zona donde se encontró el cadáver y llevó los huesos encontrados para ser analizados por expertos antropólogos forenses con el fin de hallar alguna prueba que exculpara a su marido, pero fue en vano. Aún hoy existen páginas web dedicadas a denunciar el asesinato de Hauptmann[14].

Lo mejor en las conspiraciones es fijarse en las pruebas físicas y dejarse de testimonios. Si eliminamos las declaraciones de los testigos y las pruebas caligráficas por supuesta manipulación, quedan dos circunstancias objetivas en contra de Bruno Richard Hauptmann: tenía quince mil dólares del secuestro y, además, la escalera se hizo con madera de su casa y con su sierra. Es decir, una circunstancia anterior y otra posterior al secuestro. Es difícil pensar que no tuvo nada que ver o que no sabía nada, y más si tenemos en cuenta que, como pasó en España con el caso Alcácer, fue un juicio con una brutal cobertura mediática y casi todos los detalles de la investigación fueron públicos. Por tanto, filtrando todo el ambiente y el racismo, opino que al menos estaba implicado, pero dudo de que lo hiciera solo.

Por cierto, que una de las muchas chapuzas del caso Lindbergh fue la autopsia, que ni siquiera pudo determinar el sexo del cuerpo. En cambio, una autopsia bien llevada da muchísima información.