CAPÍTULO 6

TOXICOLOGÍA FORENSE. NO TE FÍES DE UNA BOTELLITA EN LA QUE PONE «BÉBEME»

Las drogas y venenos son los príncipes destronados en los asesinatos. Hace varios siglos eran la forma más habitual de asesinar a alguien, dado que muchos de ellos podían disimular sus efectos como producto de una enfermedad. Además, para su uso no se requería fuerza física ni mancharse las manos de sangre, y ejercían su acción aunque no estuvieras presente. Podías matar a alguien limpiamente solo con unos polvitos incoloros e inodoros o con un extracto de hierbas del campo. Dado que los métodos diagnósticos y de análisis de la época estaban muy distantes de los actuales, en muchos casos era fácil salir impune. Hoy en día, con los métodos de análisis químico existente y la experiencia acumulada sobre venenos, es muy difícil que un envenenamiento intencionado pase inadvertido. Sin embargo, los venenos o los fármacos mal utilizados siguen causando millones de muertes cada año, debido a que son una de las formas preferidas de suicidarse, al margen de que muchos de ellos son sustancias que pueden producir la muerte por sobredosis o por los efectos secundarios de su uso.

En un suicidio la gente suele utilizar lo que tiene más a mano, lo que le es familiar, y ponerse cómodo. En la ciudad la forma más común de suicidarse es atiborrarse de fármacos como somníferos o calmantes, o incluso de aspirinas o paracetamol. Otra forma muy típica es por monóxido de carbono, con los gases del tubo de escape del coche. En el campo, en cambio, la gente suele suicidarse con la escopeta de caza o con herbicidas o insecticidas. Lo de ponerse cómodo no es baladí, ya que este ha sido un factor determinante para averiguar que algunos presuntos suicidios no eran tales. El caso paradigmático es el de Roberto Calvi, el principal implicado en el caso del Banco Ambrosiano que inspira la trama de El Padrino III (Francis Ford Coppola, 1990). El Banco Ambrosiano gestionaba el dinero del Vaticano. Se descubrió que había un agujero de más de mil millones de dólares y que altos cargos de la Iglesia como el cardenal Paul Marcinkus estaban implicados en la trama. Roberto Calvi, el presidente del banco, desapareció y su secretaria se suicidó tirándose por la ventana del despacho, pero dejando una nota acusatoria contra Calvi. Días después, el 19 de junio de 1982, se encontró a Calvi colgado debajo del puente de Blackfriars, en Londres. La primera conclusión apuntaba a suicidio, pero una investigación posterior solicitada por la familia lo descartó. Para empezar, estaba alojado en un lujoso hotel en la otra punta de Londres, así que lo lógico es que se hubiera suicidado allí, con sobredosis o tirándose por la ventana. Se consultó con todos los taxistas y conductores de autobuses de Londres y nadie lo había visto desplazarse por la ciudad. También tenía piedras en los bolsillos como si pensara tirarse al río, pero estaba ahorcado… sin tener el cuello roto cuando es frecuente que se fracture en el proceso de ahorcamiento. Uno de los hallazgos más significativos fue que el puente estaba en obras y el día en que apareció su cadáver había un andamio recién pintado. Si Calvi hubiera escalado el andamio, hubieran quedado restos de pintura, que no aparecieron. Además, tenía las maletas hechas, como si estuviera listo para irse. Esto es similar a la trama de Algunos hombres buenos (Rob Steiner, 1992) en la que se trata de camuflar un asesinato como suicidio, y una de las pistas es que tenía las maletas hechas. Nadie hace las maletas si va a suicidarse. El crimen de Roberto Calvi sigue sin resolverse; el de Algunos hombres buenos fue culpa de Jack Nicholson que ordenó un código rojo.

El tema de los suicidios es algo que en medicina forense está muy estudiado para poder descartar un asesinato camuflado. Normalmente se distinguen tres tipos: suicidio por balance global, es decir, alguien que no se encuentra a gusto con la vida que lleva y decide quitársela; suicidio en cortocircuito, cuando una situación puntual lleva a una persona a matarse por un impulso; suicidio como consecuencia de una enfermedad mental, por ejemplo, una depresión o una paranoia. Respecto a las notas de suicidio hay de todo tipo, desde las que dan información del estado económico para que la familia pueda hacer los trámites administrativos, hasta los que confiesan algún secreto oculto o los que la dejan en casa y dicen en ella dónde van a suicidarse para que rescaten el cadáver. En España hubo un caso en el que el suicida escenificó un intento de asesinato atándose las manos con unas esposas, tragándose la llave y asfixiándose con una bolsa de plástico. Esta forma tan truculenta de suicidarse es la misma que aparece en la película La vida de David Gale (Alan Parker, 2003).

LA DELGADA LÍNEA ROJA ENTRE FÁRMACO Y VENENO

Muchas sustancias utilizadas como veneno tienen otros usos y solo resultan letales en determinadas dosis. Consideramos veneno cualquier sustancia que, introducida en el cuerpo o al formarse dentro de él, destruye la vida o afecta a la salud. Hay que tener en cuenta que, como dijo Paracelso en el siglo XVI, la dosis hace un veneno, y cualquier sustancia, consumida en exceso, puede llegar a ajustarse a esta definición. Por ejemplo, el agua. Beber siete litros de agua es letal. Los casos de envenenamiento por exceso de agua son infrecuentes, pero existen. Por ejemplo, en Sacramento, Estados Unidos, Jennifer Strange falleció durante un concurso organizado por una emisora de radio que consistía en beber y aguantar la orina para ganar una videoconsola.

BREVE HISTORIA DE LA TOXICOLOGÍA FORENSE

Como muchos aspectos de la ciencia forense, el estudio de los venenos y, sobre todo, de su detección es muy reciente. El padre de la toxicología moderna es el menorquín (concretamente de Mahón) afincado en Francia, Mateo José Buenaventura Orfila y Rotger. El arsénico era hasta el siglo XIX el rey de los venenos, dado que era fácil de conseguir, inodoro, insípido y con solo 0,25 gramos se puede matar a una persona. De hecho se le conocía como «el polvo de la herencia», pero gracias a Mateo Orfila y al método de James Marsh, acabó su reinado. Hasta esa época los métodos para detectar arsénico eran poco fiables y se basaban en la formación de precipitados con determinadas sustancias, pero dado que el veneno solía encontrarse mezclado con comida o bebida, el método fallaba más que las previsiones del FMI (las escopetas de feria son armamento de precisión al lado de los pronósticos de crecimiento del Fondo Monetario Internacional). El otro método en uso, que se remontaba a tiempos del Imperio romano, era dar a probar la comida a algún animal y ver si moría. En la antigua Roma se tenía a un esclavo cuya misión era probar todos los platos que iba a comer el señor antes que este, para detectar la presencia de venenos. De hecho, la séptima acepción de la palabra «salva» según el DRAE es: «f. Prueba que hacía de la comida y bebida la persona encargada de servirla a los reyes y grandes señores, para asegurar que no había en ellas ponzoña». Orfila se dio cuenta de que no existía ningún tratado sistemático que catalogara los venenos, así que en 1813 publicó su Traité des poisons, que fue el primer intento de recopilar todas las sustancias tóxicas conocidas, sus síntomas y efectos en el cuerpo. Ese libro está considerado el inicio de la toxicología moderna y Orfila, su fundador.

No obstante, Orfila no fue quien consiguió destronar al arsénico del trono de los venenos, sino el químico británico James Marsh, un antiguo asistente de Michael Faraday, uno de los físicos más brillantes de la historia. Marsh fue llamado a testificar en el caso contra John Bodle, acusado de envenenar a su propio abuelo (¿entendéis ahora lo de «el polvo de las herencias»?). Hasta ese momento el método usado era el «espejo de arsénico» desarrollado por el alemán Johann Metzger, que consistía en calentar una mezcla y hacer que los vapores de arsénico se depositaran en una superficie fría. El arsénico obtenido de esta forma produce una pátina brillante, de ahí el nombre. Esta técnica no funciona directamente en el contenido estomacal, por lo que había que modificarla tal como describió Valentin Rose. El problema de estos métodos es que no servían para cantidades pequeñas, dado que una gran parte del arsénico se pierde en forma de vapor y el resultado se degrada con el tiempo. De hecho, Bodle salió libre porque la prueba de Marsh detectó cantidades irrisorias de arsénico y se degradaron antes de llegar al juicio, por lo que el jurado no creyó que fueran relevantes. Años después, Bodle confesó el crimen cuando ya vivía fuera del país. Marsh desarrolló otro método con ácido sulfúrico y zinc, que se basaba en utilizar una campana de vidrio cerrada, y consiguió aumentar la sensibilidad hasta los 0,02 mg. Además, el resultado quedaba sellado y era estable. Orfila utilizó la prueba de Marsh en 1840 cuando fue llamado a declarar en el juicio de Marie Lafarge (de soltera Cappelle), una joven viuda de veinticuatro años de edad sobre la que recaía una acusación de haber asesinado a su marido. Una de sus criadas la acusó de haberla visto añadiendo un polvo blanco a la comida de su marido, y se habían encontrado cantidades de arsénico en la comida. Sin embargo, ella alegó que lo utilizaba como matarratas. Ninguno de los peritos judiciales había logrado encontrar restos en el estómago de la víctima. Orfila había publicado recientemente que el arsénico del suelo podía contaminar el cadáver, por lo que la defensa de Marie Lafarge solicitó su presencia con la intención de que atestiguara que el veneno encontrado en el cuerpo provenía del enterramiento y no era la causa de la muerte. Este fue el primer caso en la historia judicial francesa en el que se solicitó la presencia de un científico como experto. No obstante, Orfila aplicó la revolucionaria técnica de Marsh y fue capaz de descubrir arsénico en el estómago de la víctima, por lo que Marie fue definitivamente condenada. Este juicio tuvo amplia trascendencia en toda Europa, y en los años siguientes muchos países dictaron leyes para regular la venta de arsénico; en Gran Bretaña, por ejemplo, en 1851 se aprobó la Poison Act que establecía que los drogueros solo podían vender arsénico a alguien conocido personalmente y que debían llevar un registro por escrito de a quién se lo habían vendido.

En Italia el nombre popular de las envenenadoras es toffana y se llama acqua toffana al veneno. La tradición se remonta a las envenenadoras de Sicilia, destacando entre ellas una anciana, la señora Teofania d’Adamo, la gnura Tuffana, que dio nombre a las que le siguieron. Normalmente utilizaban un compuesto de jugos de hierbas (todo natural y ecológico) que no era detectado por los médicos y que vendían a quien estuviera interesado. Su clientela eran sobre todo mujeres que querían deshacerse de sus maridos o personas que tenían prisa en heredar. La primera de las tofanas fue ejecutada en Palermo en 1633, aunque muchas de sus seguidoras corrieron mejor suerte. La composición del agua tofana sigue siendo desconocida. Según los testimonios de la época, se trataba de un líquido transparente e insípido. Posiblemente entre los ingredientes estuvieran el arsénico y una planta venenosa, la cimbalaria (Linaria cymbalaria).

Orfila dejó, además de su legado personal, un valioso legado humano, ya que muchos de sus discípulos fueron a su vez eminentes toxicólogos. En 1836 Alfred Swaine Taylor publicó los Elementos de jurisprudencia médica, el primer libro de texto sobre toxicología. Otro discípulo de Orfila, Jean-Servais Stas, pudo resolver un problema que trajo de cabeza a su maestro: la detección de alcaloides y opiáceos, es decir, de aquellos venenos derivados de las plantas que tienen el problema de degradarse muy rápido en el estómago. Stas descubrió que el éter no se mezcla con el agua (o con el contenido estomacal), pero es capaz de arrastrar dichas sustancias porque se disuelven mejor en él, lo que permite concentrarlas. En un juicio celebrado en 1850 en Bélgica, Stas fue capaz de demostrar que Gustave Fougnies había sido envenenado por su hermana y su cuñado con nicotina que ellos mismos habían obtenido de la planta del tabaco. En España también hemos tenido crímenes famosos que tenían que ver con veneno. El más mediático, sin duda, fue el de Pilar Prades Expósito Santamaría, la envenenadora de Valencia, una asistenta que asesinó a Adela Pascual Camps con la esperanza de casarse con el marido. En televisión fue magistralmente interpretada por Terele Pávez en un episodio de la serie La huella del crimen (1985). Su caso es especialmente significativo por ser la última mujer condenada a muerte en España. La ejecución de su condena tuvo lugar el 19 de mayo de 1959 y fue bastante accidentada, ya que la leyenda dice que el verdugo Antonio López Sierra no quería finiquitar a la mujer y tuvo que atiborrarse de tranquilizantes. Esta anécdota inspiró la película El verdugo (Luis García Berlanga, 1963), con guion de Rafael Azcona.

La anécdota que dice que Antonio López Sierra no quería ejecutar a una mujer es bastante dudosa puesto que el 16 de febrero de 1954, también en Valencia, había ejecutado a otra mujer, Teresa Gómez Rubio, bajo el cargo de tres asesinatos cometidos entre 1940 y 1941.

LA BOTICA DE LA ABUELA PARA CARGARSE AL ABUELO

El tan alabado saber popular también tiene su parte oscura y es que, tradicionalmente, ciertas plantas se han utilizado no por sus propiedades curativas, sino para elaborar potentes venenos. No hemos de olvidar que en la naturaleza muchas plantas, después de millones de años de evolución, acumulan moléculas muy tóxicas que les permiten, entre otras cosas, defenderse de los depredadores. Estas moléculas, utilizadas fuera de su contexto natural, pueden ser potentes venenos. Si pensamos en un veneno ecológico y natural la primera que nos viene a la cabeza es seguramente la cicuta, que tiene un papel protagonista en la historia del pensamiento occidental ya que fue el veneno que obligaron a tomar a Sócrates, que nunca dejó nada escrito, pero cuyo pensamiento les cundió a Aristóteles y a Platón para, entre otras cosas, llenar los libros de texto de bachillerato durante los siguientes milenios. El extracto de cicuta (Conium malacatum) contiene una sustancia llamada coniina que es capaz de bloquear la interacción entre los nervios y los músculos. De esta manera los músculos se vuelven sordos a las órdenes del cerebro y dejan de contraerse cuando este lo manda. La muerte se produce por asfixia ya que para respirar necesitamos que los músculos del tórax hagan de fuelle. La acción es parecida al curare que los indios del Amazonas utilizaban para emponzoñar las flechas y así paralizar a sus víctimas. Una muerte bastante horrible porque, durante todo el proceso, eres consciente de que tratas de respirar y no puedes y la agonía se puede alargar varios minutos.

Sin embargo la cicuta no es la planta más tóxica que se puede encontrar en Europa, ese honor le corresponde al Aconitum napellus o acónito. Tradicionalmente se usaba en forma de cataplasmas como analgésico de uso local, pero el problema es que debido a su elevada toxicidad a veces quitaba el dolor para toda la eternidad. Su función analgésica se explica porque inactiva todas las células de la zona, incluidas las que transmiten la señal del dolor. Pero claro, si las células dejan de funcionar… te mueres. De forma parecida funciona un veneno muy potente de origen animal, la tetrodotoxina, que se encuentra en el pez globo, o fugu en japonés, además de en el pulpo de anillos azules —el de la película de James Bond Octopussy (John Glen, 1983)— y en las ranas flecha del Amazonas. Se supone que la carne de este pez es exquisita, pero en Japón el cocinero requiere una titulación especial para prepararlo y el emperador tiene prohibido su consumo, y aun así se dan casos de envenenamiento. La gracia es dejar una mínima cantidad de toxina ya que produce un cosquilleo en la lengua y los labios que, se supone, es el summum de la experiencia culinaria. Una de las ilustres víctimas del fugu fue el actor de teatro kabuki Bando Mitsugoro VIII, que alegó que era resistente a la toxina y pidió hígado de fugu. Resultó ser que no. Como diría el torero Rafael el Gallo, «es que en toas partes hay gente pa’ to». La tetrodotoxina también es una parte del polvo zombie, que en Haití se utilizaba para envenenar a la gente e inducirle una especie de catalepsia y luego utilizarlos como esclavos. Al contrario que la aconitina, la tetrodotoxina cierra estos canales en vez de abrirlos, pero el resultado es el mismo ya que impide el normal funcionamiento de las células.

Otro de los venenos clásicos se extrae de una planta con un nombre muy evocador. La Atropa belladonna, popularmente conocida como belladona. En italiano, belladonna significa «hermosa mujer» y el nombre le viene porque en el Renacimiento las mujeres utilizaban el extracto de estas plantas para ponérselo en los ojos y dilatar las pupilas, y se suponía que esto las hacía guapas. Ahora quizá nos parezca una tontería, pero no es muy diferente de inyectarse uno de los venenos más potentes que existen, la toxina botulínica, comercialmente llamada Botox, para borrar las patas de gallo. La belladona tiene un principio activo, la atropina, que inhibe un receptor específico de un neurotransmisor llamado acetilcolina y esto provoca los efectos tóxicos.

El tomate, la patata y la berenjena pertenecen a una de las familias de plantas que más veneno son capaces de acumular. Las variedades silvestres siguen siendo muy tóxicas. Si quieres saber lo que es la comida natural de verdad, prueba con un tomate no cultivado, pero no te lo recomiendo. A pesar de que hemos seleccionado variedades que no acumulan compuestos tóxicos como la solanina, estos vegetales no pueden olvidar del todo su pasado salvaje y muchos siguen acumulando estos compuestos antes de madurar. Así que ni se te ocurra comerte un tomate o una patata verde, y en todo caso, como dice la película, solo los tomates verdes fritos. El calor degrada la mayoría de los compuestos tóxicos[32].

A medio camino entre los venenos vegetales y los minerales está el cianuro, ya que se puede obtener por las dos vías. Muchas plantas, sobre todo en las semillas verdes, acumulan un compuesto llamado amigdalina, un azúcar que al entrar en contacto con el ácido del estómago produce cianuro. Entre estas plantas se encuentran las almendras, las castañas y el hueso de los melocotones o de los albaricoques. El cianuro inhibe el sistema que produce el trifosfato de adenosina (o ATP, por sus siglas en inglés), en las mitocondrias, y lo más llamativo es que impide que este utilice el oxígeno que lleva la hemoglobina, por lo cual te mueres por asfixia ya que el oxígeno no se transforma. Como toda la sangre está oxigenada, el envenenamiento por cianuro se detecta porque el cuerpo adquiere un color rojo cereza.

Tradicionalmente, para envenenar a alguien no solo hacía falta saber de plantas, también venían bien unos conceptos de química o geología, puesto que muchos venenos son de origen mineral. El que a todos nos suena es el arsénico, del que hemos hablado anteriormente puesto que fue el primer veneno contra el que se desarrollaron métodos específicos de análisis por ser el más utilizado. De hecho, en la Italia de los Borgia o los Médicis era el veneno favorito. Su toxicidad se debe a que se parece a una molécula esencial para la vida, el fosfato, y la sustituye inactivando muchos enzimas.

La película Arsénico por compasión (Frank Capra, 1944) recrea una situación en la que unas venerables ancianitas envenenaban a todos los mendigos que acudían pidiendo limosna a su puerta para evitarles sufrimientos. En ocasiones el envenenamiento se integra como parte de la sociedad o se quiere hacer ver como justicia social, aunque no lo sea. Es el caso de la húngara Julia Fazekas, comadrona de la pequeña localidad de Nagyrév, un pueblo agrícola de la región de Tiszazug, a 150 km al sudeste de Budapest. Durante la Primera Guerra Mundial los maridos se marcharon al frente y cerca del pueblo se instaló un campo de refugiados aliado, en el que los prisioneros tenían cierta libertad de movimientos. Como era de esperar, muchos acabaron intimando con las nativas. Acabada la guerra volvieron los maridos, lo cual no hizo mucha gracia a algunas de las esposas que habían encontrado mejor acomodo. A partir de aquí arranca lo que podía considerarse la versión macabra de Lisístrata, la comedia de Aristófanes. En la obra griega las mujeres deciden hacer una huelga de sexo para presionar a sus maridos; aquí, en cambio, la sociedad de mujeres del pueblo fue responsable de uno de los casos más graves de asesinato colectivo y continuado que se conoce. Julia, con la ayuda de Zsuzsanna Oláh, popularmente conocida como Tía Susi, se dedicaron a vender a todas las mujeres que querían solucionar algún problema familiar el arsénico que obtenían a partir de las tiras de matarratas que compraban en Budapest. Desde 1914 hasta 1929 se produjo un número indeterminado de crímenes, que según las fuentes pudo ser de entre cincuenta y trescientos. ¿Cómo no se dieron cuenta? Se unieron dos factores, por una parte lo remoto y aislado de la zona, y por otro que el encargado de los certificados de defunción era familiar de Julia Fazekas y participaba de la trama, por lo que cambiaba los motivos de la muerte. Tengamos en cuenta que en el pueblo la máxima autoridad sanitaria era la propia Julia, quien ejercía de comadrona ya que no había médico. Como pasa en estos casos, al saberse impunes, las mujeres del pueblo empezaron a abusar del método y a administrarlo sobre cualquiera que les cayera mal, llegándose a dar casos de mujeres que eliminaron a cinco o seis personas de su familia simplemente porque les molestaban. Al final una denuncia anónima (otras fuentes dicen que el hallazgo de un cadáver flotando en el río al que se le encontraron dosis elevadas de arsénico) hizo que se llevara a cabo una investigación y se descubriera la trama. El resultado fue que Tía Susi y su hermana fueron ahorcadas, y doce personas más sufrieron penas de prisión. Julia Fazekas se suicidó, exactamente como estás pensando. Con arsénico.

El antimonio tiene efectos similares al arsénico, aunque no es tan famoso por ser más complicado de conseguir. Durante mucho tiempo tuvo uso médico, hasta su declaración como veneno en 1866. A día de hoy todavía aparece referenciado en el tratamiento de infecciones por parásitos graves como la leishmaniasis. Antiguamente se recetaba muy alegremente y se sospecha que una de las causas de la muerte de Mozart pudo ser un tratamiento con antimonio prescrito por el médico. Lo que cuenta la película Amadeus (Milos Forman, 1984) no cuadra realmente con la historia. Ni Salieri ni ninguna logia masónica acabaron con el genio. Todo se basa en que el músico italiano admitió en su lecho de muerte que había asesinado a Mozart, pero dado que la cabeza de Salieri se había ido de este mundo antes que el propio Salieri, no parece que sea otra cosa que un delirio. Realmente, en la época que describe la película, Antonio Salieri y Wolfgang Amadeus Mozart apenas coincidieron. Los últimos estudios basados en los síntomas que iba describiendo en su correspondencia indican que la muerte de Mozart fue por causas naturales y se debió a una afección renal, que pudo haber sido empeorada por el antimonio[33].

CASO REAL: HITLER Y EVA BRAUN, CIANURO PARA LA HISTORIA

Pocos personajes han sido tan infames como Adolf Hitler, cuyo ascenso fue tan fulgurante como catastrófica la caída del Tercer Reich. Al final de todo, apenas quedó nada del derrotado Führer: poco más que un trozo de cráneo en Moscú y numerosas leyendas que situaban a Hitler después de la guerra en varios lugares del mundo. Pero ni las historias ni el trozo de calavera son reales.

Estamos en Berlín, en los últimos días de abril de 1945. Los soviéticos han cercado la ciudad por el norte y por el sur a partir del río Oder. Los ejércitos de Wenck y Steiner tratan de resistir mientras Hitler se refugia en el búnker de la Cancillería con su núcleo más cercano.

La película El hundimiento (Oliver Hirschbiegel, 2004), en la que el actor Bruno Ganz interpreta a Hitler, trata de recrear fielmente estos hechos, aunque es más conocida por los numerosos clips que circulan en YouTube con el doblaje cambiado para hacer chistes sobre cualquier circunstancia. La escena famosa en la que Hitler grita sobre el mapa se supone que sucede en el búnker el 22 de abril, cuando sufre una crisis de nervios por las malas noticias. En ese momento permite que quien no esté con él abandone la Cancillería. A partir de ese día, a su lado solo permanece el núcleo duro.

En el búnker permanecen tres mujeres: Traudl Junge (1920-2002), la última secretaria de Hitler y quien redactó su testamento; Gerda Christian (1915-1997), la anterior secretaria, casada con el chófer personal del Führer; y Eva Braun, amante de Hitler, al que conoció en 1929. Además hay cinco hombres: Otto Günsche (1917-2003), ayudante de campo de Hitler; Heinz Linge (1913-1980), ayuda de cámara y jefe del servicio personal del Führer; Erick Kempa (1910-1975), el último chófer; Martin Bormann, jefe de la Cancillería nazi; y Werner Haase (1900-1950), médico de Hitler. Además, en el búnker se encontraban también Joseph y Magda Goebbels con sus seis hijos.

El 30 de abril, dos días después de haberse casado y con el Ejército Rojo a cien metros del búnker, Hitler decide suicidarse junto con Eva Braun. Ambos toman una cápsula de cianuro y él, además, se pega un tiro. De hecho, unos días antes, Hitler había sacrificado a su perra Blondie con cianuro para observar sus efectos. Sus cadáveres son enterrados aprovechando el agujero dejado por un obús soviético, y tratan de quemarlos, aunque debido a las prisas del momento tan solo lograron hacerlo superficialmente.

Ante esa situación la gente que permanecía en el búnker decide huir. (¿Habéis visto que he puesto entre paréntesis las fechas de nacimiento y muerte de algunos? Esos son los que huyeron.) Hubo muchos testigos de lo que pasó con los cuerpos y la mayoría sobrevivió a la guerra y al Tercer Reich, salvo Goebbels —que envenenó a sus seis hijos y a su esposa y luego se suicidó—, los generales Krebs y Burgdorf, que se suicidaron el día 2 de mayo, y Bormann. Del resto, algunos incluso llegaron al siglo XXI.

El 5 de mayo de 1945, la Smersh —el servicio de contraespionaje soviético— encuentra en una fosa común dos cuerpos carbonizados junto con dos perros, y en los alrededores los cadáveres de la familia Goebbels y los de los generales Krebs y Burgdorf. La identificación de los restos carbonizados de Hitler y Eva Braun fue hecha por Käthe Heusermann y Fritz Echtmann, asistente y técnico respectivamente de Hugo Blaschke, el dentista de la élite del Reich, que fueron capturados por los soviéticos. Reconocieron la operación que Blaschke había llevado a cabo en la dentadura de Hitler en octubre de 1944 para solucionar un puente infectado entre los dientes quinto y sexto que él mismo le había hecho en 1933. Se realiza una autopsia oficial por parte de los médicos soviéticos dirigida por F. I. Shkaravski, que es declarada material clasificado. Todos los restos son enterrados.

A pesar de la identificación de la mandíbula, en 1946 Stalin lanza la Operación Mito para esclarecer el fin de Hitler. Para eso cuenta con los testimonios de Linge y Günsche, presos de los soviéticos. Una nueva excavación en el búnker halla un trozo de hueso parietal con una herida de bala, que es enviado a Moscú y allí expuesto. Los restos carbonizados son enterrados y desenterrados varias veces en distintas localizaciones hasta que, finalmente, son depositados en Magdeburgo después de la división de Alemania. En 1970, por orden del jefe de la KGB, Yuri Andropov, y con el visto nuevo de Leónidas Breznev, secretario general del Partido Comunista soviético, los restos son pulverizados y arrojados al río Biderst. El historiador Antony Beevor sostiene que Stalin lanzó esta operación y sostuvo los rumores sobre la no identificación del cadáver de Hitler para crear tensión entre los Aliados, ya que en los primeros días después de la guerra algunas teorías sostenían que Hitler se encontraba en la zona controlada por los americanos y, así, la URSS levantaba suspicacias contra ellos. Realmente Stalin supo en todo momento dónde estaban los restos de Hitler y cómo fueron sus últimos días.

Junto a los soviéticos, el MI6 británico hace una investigación paralela, encargada al historiador Hugh Trevor-Roper, que en noviembre de 1945 anuncia que Hitler se suicidó en el búnker y que las numerosas teorías que empezaban a correr sobre un doble o la posible huida del caído Führer no tenían consistencia.

En 1992, después de la caída del Muro, se hace pública la Operación Mito y la investigación soviética sobre la muerte de Hitler. En 2009 se autoriza la realización de un estudio forense de los dos restos conservados, a cargo del arqueólogo Nick Bellantoni y de Linda Strausbaugh, Craig O’Connor y Heather Nelson, investigadores del Centro de Genética Aplicada de la Universidad de Connecticut. El resultado es que el cráneo pertenecía a una mujer de entre veinte y cuarenta años de edad. Por tanto, lo que se suponía que era el cráneo de Hitler, no era tal. Tampoco es el de Eva Braun, puesto que ella no se disparó. No tenemos ni idea de quién puede ser la dama cuyo hueso parietal estuvo expuesto en Moscú.

Lo único que tenemos de Hitler es una mandíbula que en su momento fue reconocida por los auxiliares de su dentista. ¿Pudo ser un montaje y haber huido? Este es el argumento de El séptimo secreto (1985), una novela de Irving Wallace, y de una teoría que mucha gente sostiene. Aunque hay varias versiones, se supone que Hitler huyó del búnker de la Cancillería y se refugió en Sudamérica. Por ejemplo, Gerrard Williams y Simon Dunstan, en su libro Lobo Gris: La fuga de Hitler a la Argentina (2000), sostienen que este falleció en el país austral en la década de 1960, y se basan en el testimonio del aviador Peter Baumgart, que aseguró haber sacado a Hitler de Berlín en los últimos días y haberlo llevado a Dinamarca. También existe otra teoría en la que la aviadora sería Hanna Reitsch. Otras hipótesis afirman que murió a los noventa y cinco años de edad, que pasó por España y, generalmente, sitúan su final en Argentina bajo la protección de Perón o en Paraguay con Stroessner. La mayoría de ellas aportan datos y testimonios de gente alejada de Hitler que asegura haberlo visto. Seamos serios. Perder una guerra mundial genera mucho estrés y, aunque hubiera escapado, Hitler no habría sobrevivido mucho tiempo. Por tanto se supone que, si logró escapar, habría muerto hace tiempo. ¿Dónde está el cadáver? Ninguna de estas teorías ha sido capaz de señalar una tumba y decir «ahí está Hitler», que sería la prueba definitiva. Recordad lo que pasó con Mengele: calavera en la mano, caso cerrado. Además, ninguno de los que vivió los últimos momentos de Hitler ha señalado nada diferente al suicidio, cremación fallida y enterramiento. Y son gente que sobrevivió hasta fechas muy recientes. Si alguno hubiera aportado datos y pruebas sobre la supuesta huida, habría muerto millonario gracias al pago por la exclusiva, pero ninguno de ellos ha hecho ni media declaración sobre una posible huida. Si tenemos en cuenta que, de hecho, lo que sabemos se basa en sus declaraciones, es difícil pensar que todos se hubieran conchabado para mantener el montaje más de sesenta años.

La prueba definitiva de su más que probable fallecimiento, al margen de la identificación de la mandíbula, la hubiera dado una prueba genética, pero tampoco se puede cotejar con el ADN de la familia. Hitler era hijo de Alois Hitler y Klara Pölzl. Cuatro de sus hermanos murieron en la infancia de garrotillo o sarampión; la única superviviente fue su hermana menor Paula, que murió sin descendencia. No obstante, su padre tuvo una esposa anterior, Franziska Matzleberge, con la que tuvo dos hijos, Angela y Alois. Este último tuvo a su vez un hijo, William Patrick, nacido en Liverpool en 1911. Durante el ascenso de los nazis, Willy volvió a Alemania, donde se convirtió en una figura molesta ya que trató de chantajear a Hitler con historias oscuras de su familia (la presunta bigamia del padre de Hitler y que su abuelo era en realidad un mercader judío). Cuando no se sintió seguro allí, emigró a Estados Unidos y durante la segunda guerra mundial sirvió en la Armada estadounidense. Tras dejar el ejército, se cambió el apellido por Stuart-Houston, se casó y tuvo cuatro hijos, uno de los cuales falleció en un accidente automovilístico en 1989. Los tres hijos restantes de William Patrick, sobrinos nietos de Hitler, siguen viviendo en Estados Unidos. Ninguno tiene descendencia y todos ellos se han negado a ceder material genético para ninguna prueba de ADN. De hecho no envidio su vida puesto que, al ser descendientes de Hitler por vía paterna y ser los tres chicos, comparten el cromosoma Y con Hitler. Su material genético es objeto de coleccionista y cuentan que hasta les roban los pañuelos usados. ¿Raro? Existe un escarabajo llamado Anophthalmus hitleri cuyo nombre le fue puesto por el coleccionista alemán Oscar Scheibel en honor a Hitler, y que los coleccionistas de objetos relacionados con este han llevado a su casi extinción.

Este bicho es una víctima de la historia, pero a veces hay otros que nos pueden contar una historia muy interesante y señalarnos al culpable.