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El señor de Zapp

NIRGAAAAAAAAAAAAAAL!! —se oye que grita la voz de Mashua desde el kushu, que está siendo atacado por la gente de Raknud—. ¡Ya han pasado tooooodos!

Y ella, después de haber recibido más de diez impactos del cetro de Usumgal durante la lucha que han mantenido, se levanta fresca como una rosa contra todo pronóstico y, pasando de largo del señor de Zapp que no puede creer lo que ven sus ojos, se acerca al extremo del kushu.

—¿Estás seguroooo? ¿Han pasado tooodos? —grita Nirgal a su vez—. Pero ¿todos, todos?

—¡SÍÍÍÍÍÍ! ¡YA ESTÁ! ¡SÓLO QUEDAN ESOS CUATRO GATOS! —vocifera Mashua haciendo bocina con una mano, mientras con la otra, todavía con la flecha clavada en el brazo, le da un puñetazo tan fuerte a Raknud, sin mirarlo siquiera, que lo hace saltar a las dunas.

—¡VALEEEE! ¡¡Pues ahora ya puedes luchar de verdad!! Pero procura no matar a nadie, ¿eh? ¡Lo habéis hecho todos pero que muy bien! —responde Nirgal.

Y entonces los ojos de Mashua cambian completamente: se le enciende la mirada y, por debajo de la temerosa sonrisa, le asoman dos colmillos afilados; se arranca la flecha del brazo como si apartara un molesto mosquito y, con energía renovada, empieza a repartir leña de forma extraordinaria haciendo saltar a todos los musdagurs del kushu.

—¡Gracias a Nissi! —dice Galam, que se levanta del suelo mientras busca algo en los bolsillos—. ¡Pensaba que no terminarían nunca de pasar! ¡Mira que llega a ser lenta esa tropa!

Diciendo esto, saca una glimp blanca del bolsillo y la echa con fuerza a las dunas de arena. Cuando la cápsula toca el suelo, como no podía ser de otra manera, emite un pequeño chispazo azul de electricidad estática y, acto seguido… se funde.

Pero al fundirse, deja una pequeña mancha blanca y ésta empieza a crecer de forma concéntrica y cubre cada vez más y más superficie. Es hielo. Una fría, fuerte y gruesa capa de hielo que, entre otras cualidades y características, tiene la particularidad de ser impenetrable por un murgal, por muchas veces que lo intente. Así pues, la capa de hielo se va expandiendo hasta llegar a las plataformas en las que se halla el ejército de los reptiles, cuyos integrantes, cuando ven un suelo firme y libre de posibles ataques de gusanos gigantes, saltan decididos y se dirigen a toda velocidad a hacer frente al resto del ejército de Usumgal.

Por otra parte, Ishtar y Galam, que hasta el momento estaban teóricamente acorralados, saltan la mar de tranquilos del kushu y se van paseando hacia el de Usumgal, seguidos de una procesión de xíbits. Éstos, si bien al poner los pies sobre la pista de hielo se han asustado y echado a temblar de frío, han descubierto que pueden deslizarse por ella y se lo pasan pipa patinando arriba y abajo, a pesar de los temblores y escalofríos que sienten.

—Pero… ¿se puede saber qué está pasando? —pregunta el señor de Zapp, que asiste como si fuera un invitado de piedra a los recientes, inesperados y extraños acontecimientos.

—¡Ay, Usumgal! ¿De verdad creías que nos estabas ganando? ¡Cómo se nota que el divorcio te ha afectado! —exclama Nirgal, divertida mientras se acerca al musdagur, muy tranquila.

Usumgal la mira con cara de no entender nada de nada.

—Como me parece que no has entendido nada, trataré de explicártelo. En realidad tus soldados no han cruzado el portal. Bueno, sí lo han cruzado, pero no del todo. Lo que han hecho ha sido entrar por aquí, pero en vez de salir a la Tierra, han cogido un atajo, ¡gracias a un agujero entre portales!

—¿Un agujero entre portales? Pero… ¿qué?

—Sí, exacto… ¡gracias a la nueva glimp de Malag! Con ella hemos provocado un agujero temporal que permite que se comuniquen portales entre sí, de modo que hemos desviado a tu ejército hacia Kibala, de donde venimos nosotros y donde, en estos momentos, la reina Laima, acompañada de su fiel Sasar, les está contando un bonito sueño que tuvo el otro día.

—Pero… pero… —farfulla Usumgal, desconcertado.

—¿Cómo? ¿Sigues sin entender nada? ¡Pobrecito mío! Mira, es muy sencillo: la única forma de poner el invento de Malag en el portal, para redirigir a tu ejército, era que nosotros entráramos primero en él y apareciéramos aquí a continuación. El problema era que, una vez llegados a este lugar, no podíamos ponernos a pelear contra todo el mundo… ¡Habría sido una masacre! ¡Lo que queríamos era que pasarais tranquilamente! Por eso hemos organizado una bonita comedia para que tu ejército tuviera tiempo de ir pasando, mientras creíais que perdíamos la batalla. Como no somos muy buenos actores, he pensado que era mejor que viniera yo aquí a distraerte un rato mientras los demás representaban su papel…

—Pe… ro… pe… ro… —tartamudea Usumgal—. Los… mur… Los murgals… se… han… comido…

—¡Ajá! —exclama Nirgal con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Estaba esperando que dijeras esto! ¡Je, je! Tachán, tachán… ¡Chicos! ¡Ya podéis salir!

Cuatro enormes columnas blancas se elevan a gran altura detrás de Nirgal. Y cuando los murgals están en su punto más alto y normalmente volverían a contraerse para desaparecer, la cabezota se les hincha de forma sorprendente, explota en mil pedazos y aparecen en su interior unas grandes pelotas de un color amarillentoanaranjado.

Y encima de cada una de las cuatro pelotas se ve a Nakki, Ullah, Zuk y Malag, cabalgándolas al más puro estilo del oeste americano.

—¿¿Cómo?? ¿¿Están vivos?? ¿¿¿Todos??? —grita Usumgal, cada vez en tono más paranoico.

—¡Exactamente! ¿Creíste quizás que estábamos muertos? No, hombre, no. Era una… mmm… una broma —explica el Gran Consejero de los zitis, con un asomo de sonrisa en los labios—. ¡Nirgal! ¡Toma! ¡Todo tuyo! —grita ahora Nakki lanzándole el cetro, que la ziti recoge con agilidad.

—¿Qué? ¿Qué te ha parecido el regreso de los actores? —pregunta ella, sonriente—. Ha quedado bien, ¿no? ¡Has de tener en cuenta que no hemos tenido tiempo de ensayar ni nada! ¡Sólo estaba preparado sobre papel! Bien, Usumgal… ¿Por dónde íbamos? ¡Ah, sí! Creo que tú y yo tenemos una lucha pendiente todavía, ¿no te parece? Pues será mejor que acabemos de una vez por todas, porque nos toca dejar paso a las nuevas generaciones.

Dicho esto, Nirgal lanza un rayo de luz con el cetro de Nakki contra Usumgal, que lo bloquea con el suyo. Pero Nirgal no abandona y sigue apuntando al señor de Zapp, que mantiene el bloqueo y aumenta su concentración.

El duelo es emocionante. La antigua reina de los zitis quiere saldar una cuenta que tiene pendiente desde hace muchos años, pero la rabia y el odio que crecen por momentos en Usumgal hacen que la lucha sea muy equilibrada.

—¿Qué, Nirgal? No te va a ser tan fácil acabar conmigo, ¿verdad? —sonríe el musdagur, malévolo.

—¿Acabar contigo? ¿Yo? —pregunta a su vez la ziti sonriendo con picardía—. ¿Y quién dice que deba hacerlo yo? No, no… ¡Esto le toca a un viejo conocido tuyo! —dice guiñándole el ojo.

En ese momento una inmensa montaña crece entre las dunas y, cuando la lluvia de arena que ha levantado se desploma, descubre a un gigantesco y furioso murgal que, al llegar a su punto más alto (como ha pasado con los cuatro anteriores), le explota la cabeza y da paso a una pelota de xíbit, montada por un musdagur vestido con una camisa de flores. Éste, dando un salto atlético seguido de un par de volteretas en el aire, aterriza ante el mismísimo Usumgal y coloca la mano encima de la joya del cetro del señor de Zapp.

—¡Adiós, hermanito! —le dice Golik a Usumgal.

Y Usumgal implosiona.

Pero no es una implosión como las de los grandes edificios cuando se derruyen, sino más bien como si una palomita, haciendo marcha atrás, implosionara para volver a ser un grano de maíz.

Y es así como el señor de Zapp se contrae de repente y se convierte en un pequeño, lindo y adorable… osito de peluche.

—¡Ooooooh! ¡¡Qué lindo!! —grita Ishtar, corriendo hacia el pequeño Usumgal de peluche, seguida de varios centenares de xíbits—. ¡Y lo has hecho de color rosa! ¡¡Y lleva una faldita!! ¡Oh, que monooooo! ¿Me lo puedo quedar? ¡Se lo regalaré a Gerard!

—¿Hermanito? —grita Galam, alucinado—. ¿Has llamado hermanito a Usumgal? ¿Has llamado hermanito al señor de Zapp?

—¡Un osito! —grita Nakki, traumatizado, señalando con un índice tembloroso al nuevo Usumgal por quien casi siente piedad en ese momento—. ¿Tenías que convertirlo en osito? ¿En osito, precisamente? Y además… ¿de color rosa? ¿Y con falda?

—¡Eh! —se queja Ishtar abrazando a Usumgal—. ¿Qué pasa con él? ¡Es monísimo! ¡Pero si incluso lleva un tutú de bailarina! ¡Lo que ocurre es que tienes envidia porque cuando tú eras osito no tenías este aspecto tan cuco!

—¡Oh, sí, exactamente! —afirma Nakki, muy serio—. La envidia me está matando.

—No querría interrumpir vuestras tesis sobre la belleza de los ositos de peluche —dice Galam—, pero ¿os habéis fijado que Golik ha llamado hermanito a Usumgal? ¿No lo habéis oído?

—¡Oh! ¡Pues no veo yo que se parezcan demasiado! —replica Ishtar observando atentamente al osito—. ¡Usumgal es de color rosa, pequeño y tiene pelo! ¡Y Golik es verde, mucho más alto y con escamas!

—Golik… Usumgal es… Era, vaya… ¿tu hermano? —pregunta Ullah, sorprendida como todos.

—Sí, en efecto. Éramos hermanos gemelos. Los dos nacimos y crecimos juntos en el castillo de Zapp. Al pueblo, sin embargo, nadie le dijo nada.

—¡Oh, qué típico! —lo corta Ishtar—. Y entonces te encerró en un calabozo con una máscara de hierro para que nadie viera vuestro parecido, ¿verdad? ¡Y estuviste encarcelaaaado! ¡Ooooh! ¡Cuánto doloooor! —escenifica Ishtar, muy dramática ella, dejándose caer de rodillas al suelo y levantando al cielo el osito de color rosa.

—¡No seas burra! —dice Golik—. Deja de decir tonterías… Qué máscaras de hierro ni qué musens muertos. Lo que sucedió es que tras las pruebas del Oráculo, yo me piré. A mí no me interesaba para nada ser el señor de Zapp… Ya tenía otros planes… —afirma con una sonrisa—. Planes que últimamente parecen haber resurgido…

—¿Ah, sí? —pregunta Ishtar, interesada—. Vamos, vamos… Cuenta…

—¡No me da la gana! Es mi vida privada, ¿me oyes? Además, ahora lo que debemos hacer es ayudar al pobre Mashua, ¡que es el único de nosotros que está allí luchando y dando la cara! —dice él señalando la batalla.

Efectivamente, ante el mismo portal interdimensional, el ejército de los reptiles, curiosamente dirigido por Mashua, está luchando todavía contra la unidad personal de musdagurs de Usumgal, aunque ya casi los tienen reducidos a todos. ¿O no?

Porque… aprovechando la confusión del momento, dadas las sorprendentes noticias que han salido a la luz, un integrante de dicha unidad personal (que nadie a echado en falta) se ha desplazado sin ser visto por la pista de hielo, colocada por Galam, hasta el kushu de Usumgal.

Armado con una espada, ha decidido vengarse de la desaparición de su señor y ha escalado el caparazón del kushu por un lateral. Se trata de Raknud, el jefe del ejército de Usumgal, quien aparece de pronto por detrás de Ishtar que, entretenida con su nuevo osito de peluche, no ha detectado su presencia. Como todos están centrando su atención en la lucha, el musdagur desenvaina la espada con un rápido gesto y carga contra la reina de los zitis.

Pero, aunque se ha asegurado de que nadie lo mirara en ese momento, no se ha fijado en las pequeñas manchas amarillas que rodean a Ishtar y que lo observan desde que ha llegado. Éstas no han impedido que se acercara, pero cuando ven que se lanza espada en mano sobre su ziti, les ha cambiado el aspecto de la mirada y, arqueando las cejas, se han puesto a vibrar.

Y en cuanto Raknud está ya en el aire, en pleno salto para atacar a Ishtar, uno de los pequeños xíbits salta a su vez ante él.

Xirribiti ku! Trumulu! —grita el xíbit, y abre la boca a tanta velocidad que nadie tiene tiempo de ver qué ocurre al oír su grito.

Pero no abre la boca como siempre suele hacerlo cuando habla, sonríe o canta, o al coger aire para hincharse, sino que le crece hasta alcanzar una dimensión totalmente insospechada, una magnitud tal que le permite tragarse a Raknud —espada incluida— y todavía sobra espacio para alguien más que se quiera añadir.

Entonces el xíbit cierra la boca, ésta recupera su medida natural y el animalito cae de nuevo encima del kushu.

—¿Qué te pasa, xíbit guapo? —le pregunta Ishtar volviéndose hacia él, pero sin haberse dado cuenta de nada en absoluto—. ¿Has visto algo?

Xirribitsuuuuu! Uli kitumu! —responde el xíbit, muy serio, diciéndole con toda claridad que se trataba de un malo que quería hacerle daño y él se lo ha tragado.

Ishtar lo escucha sin entender nada de lo que le dice mientras un zumbido, que no ha parado de sonar en los últimos siete minutos y veintiún segundos, se interrumpe, y el gran portal que desgarraba el tiempo y el espacio del paisaje de Hurkel se cierra al fin.

—Bien, chicos… Ahora sí que nos tocará andar —se resigna Galam.

—Galam… Respóndeme a una duda… —insinúa Nirgal dirigiéndose al viejo amigo.

—Dime, Nirgal.

—Imagínate una hipótesis, ¿de acuerdo? Imagínate que un ser malo, muy, muy malo, fabrica una especie de glimp de cristal de Melam, ¿vale?, y que la llena de explosivos… y la lanza, pongamos por caso… al interior del Risk… ¿Cuánto tardaría en fundirse?

Prestando atención a aquella extraña y peligrosa pregunta, todos los presentes se quedan mirando a Nirgal, azorados.

—Es una hipótesis, ¿eh? —insiste Nirgal tratando de quitarle importancia al tema, sin que nadie la crea.

—¿Una glimp de cristal de Melam lanzada al Risk, dices? —repite el sabio en voz alta con seriedad haciendo cálculos mentalmente, pues es el único que no ha captado la ironía de la pregunta—. Mmmmmm… Tardaría más o menos… de dos a cuatro… semanas.

—¡Ajá! —exclama Nirgal, sonriente—. Me lo imaginaba. Ni para eso servía el desastre de Usumgal.