5
Próxima parada: Shapla
Seguro que no podemos negociar? —pregunta Ishtar, que arrastra una gran mochila y procura no perder de vista a Nakki. Éste va ligero como un pájaro, sin ninguna clase de equipaje que lo estorbe.
—No —responde el Gran Consejero, despiadado como siempre, levantando la cabeza para tratar de averiguar en que vía se encuentra su tren.
—¡Oh, va, Nakki…! ¿Seguro que no? ¿Seguro que no puedo entrenar con cualquier otro? ¡Prefiero mil veces hacerlo con Zuk!
Nakki sigue ignorándola y se dirige a buen paso al tren con destino a Shapla.
El andén está atestado. Y es que ese día, precisamente, se han restablecido las comunicaciones ferroviarias entre Zink y Shapla, después de haber estado cortada la vía cierto tiempo, debido al atentado perpetrado por unos terroristas urgugs —la facción radical de los tidnums—, un par de semanas atrás. Miles de habitantes de las diversas partes del planeta pasan a diario por la estación central de Neozink.
Desde la construcción del tren magnético de alta velocidad, esa zona se ha convertido en el principal nudo de comunicaciones terrestres de Ki. En la actualidad hay dos destinos posibles: Shapla, la capital de Zag y los kuzubis, y Limmua, al norte del Ksir. En este última ciudad se está trabajando en un paso subterráneo que permitirá que el tren llegue hasta Glik, pues es completamente imposible construir nada en la superficie por encontrarse allí mismo el paso de los kushus, espacio natural donde cada siete años se reúnen la totalidad de esas magníficas, gigantescas y rápidas tortugas kiitas.
Tras subir, encontrar un compartimento vacío y colocar —no sin dificultades— la mochila en la parte habilitada para el equipaje, Ishtar y Nakki se sientan finalmente, mientras el tren se pone en marcha. Sin embargo, los instantes de tranquilidad se desvanecen enseguida, pues abren la puerta del compartimento.
—¿Hay lugar para alguien más? —pregunta el recién llegado.
—Sí, por supuesto —replica Nakki al tiempo que se desplaza ligeramente y deja espacio libre.
—Muchas gracias —el hombre entra y se quita el sombrero—. Permitan que me presente; soy Douglas Wissel, ingeniero termonuclear de la Corporación Kadingir.
—Oh… Mucho gusto, señor Wissel —dice Nakki saludándolo con una inclinación de cabeza.
—La Corporación Kadingir es la entidad que controla, administra y supervisa la mayor parte de actividades de los zitis residentes en la Tierra —oye Ishtar en la mente.
Es la voz de Nakki.
El ingeniero viste de blanco de pies a cabeza: zapatos, pantalones, camisa y chaqueta; incluso el sombrero es de un blanco intenso, nuclear.
—Y ustedes deben de ser Nakki, el Gran Consejero, y la nueva reina Ishtar, si no me equivoco —añade Douglas mientras coloca una maleta mediana en el portaequipajes del vagón y se sienta en el espacio que ha quedado libre, al lado de Nakki.
—Exactamente. Veo que los medios de comunicación son tan efectivos aquí como en la Tierra. ¿Puedo preguntarle el motivo de su viaje a Ki, señor Wissel?
—¡Oh! Por supuesto. No se trata de ningún secreto. Está relacionado con la Operación Cúpula; trabajamos de forma intergubernamental con el Consejo de los anzuds.
—¡Ah, sí! Estoy al corriente. Quieren limpiar la cúpula del hemisferio sur, ¿verdad?
—Sí. Es una cuestión absolutamente prioritaria. Lo que hace apenas miles de años tan sólo era una mancha oscura encima del volcán Risk, está cubriendo en la actualidad el sesenta y cinco por ciento del hemisferio. Y nuestros cálculos demuestran que, en poco más de doscientos años, puede llegar a cubrirlo del todo. Y a partir de ahí el asunto tiene otras implicaciones mucho más graves… El problema llegaría a afectar también a nuestro hemisferio.
—¡Uooo! Qué chungo, ¿no? —exclama Ishtar, que había permanecido en silencio hasta entonces.
Los compañeros de vagón se vuelven hacia ella, sorprendidos por su reacción.
—Eh… Mmm… Sí, efectivamente —afirma Douglas—. Muy… Esto… Chungo.
—¿Y qué se supone que vamos a hacer? No podemos permitir que nuestro cielo se ensucie como el de Ereshkigal, ¿no? ¿Cómo tomaríamos el sol? ¿Cómo nos pondríamos morenitos?
—No, no… De eso se trata, precisamente. Y me gusta ver que la reina de los zitis está de acuerdo con nosotros en este punto. El caso es que las continuas erupciones del volcán Risk envían a la atmósfera una cantidad diaria de material tal, que…
En ese momento se vuelve a abrir la puerta del compartimento. Son dos anzuds, una de aspecto casi milenario y la otra, un poco más joven, más o menos de la edad de Ullah.
—Perdonen, ¿nos podrían hacer un huequecito? —solicita esta última—. Mi abuela debería sentarse y los otros compartimentos están llenos a rebosar.
Los tres ocupantes del vagón se levantan a la vez. Nakki es quien habla primero.
—No faltaría más. Siéntese donde usted quiera, señora, por favor —dice señalando los asientos.
La anzud más joven ayuda a su abuela a sentarse y, poco a poco, todos se recolocan en los asientos.
—Muchas gracias, jóvenes. Mis alas ya no son lo que eran. ¡Ay! ¡Y pensar que poco tiempo atrás podríamos haber ido a Shapla volando en un suspiro! —le confiesa la yaya a Ishtar.
—¡Oh, pero si se la ve a usted llena de energía! —replica ella—. ¡No le pondría yo más de ciento cincuenta años! —se arriesga a decir sin saber demasiado bien si para una anzud es poco o mucho.
—¡Vaya, gracias niña, gracias! Eres muy campechana, ¿eh? —le dice la anzud, esponjándose de satisfacción, y le sonríe.
—Yaya, un poco de respeto, ¿vale? ¿No sabes quién es esta chica? —dice la joven poniendo cara de circunstancias.
—¿Quién es esta chica? ¿Debo saberlo? —pregunta la vieja, totalmente desorientada.
—Es la reina, yaya… La de los zitis… ¡La de la tele!
De pronto los ojos de la vieja anzud, que hasta el momento expresaban cierta inquietud y desconcierto, se abren de par en par y el aspecto general de la señora parece cambiar cuando reconoce a la joven reina, como si gracias a un remedio milagroso hubiera recuperado la energía y la juventud perdidas.
—¡Ay, nenaaa! ¡¡Es verdad!! ¡Oooh, niña, eres clavada a tu abuela! ¡Ay! ¡Qué tiempos aquéllos! —dice y, levantándose, va a sentarse junto a Ishtar—. Oye, estás muy flacucha, ¿eh? ¿Ya comes suficiente? Ten en cuenta que una reina debe estar fuerte y sana, ¿eh? ¡Porque las chicas delgadas no son resistentes y siempre se ponen enfermas! ¿Y cuándo tendremos un principito? Debes sentar la cabeza y pensar en el futuro. Estas cosas es mejor resolverlas tan pronto como puedas, ¡para evitar problemas de sucesión! Debes buscarle un buen padre, ¿eh? Uno fuerte y sano, ¡para evitar que la criatura salga tonta! Pero después Mul debe meter baza, claro está… Pero más vale estar al quite, no sea que te pase como al rey Kanota, que fue la vergüenza de la corona de Kigal. Sin ir más lejos, recuerdo que durante la Guerra de las Cabezas Cortadas…
El bienestar de los ocupantes del vagón, ligeramente amenazado por la palabrería de la vieja anzud, queda restablecido cuando vuelve a abrirse la puerta y se interrumpe aquella especie de monólogo inacabable que los estaba dejando atontados a todos. Esta vez el recién llegado es un tidnum de aspecto juvenil, vestido con una túnica corta.
—¡Buenas tardes! —saluda con cierta timidez—. ¿Puedo pasar? Es que los otros vagones están llenos y ya he dado un par de vueltas al…
—Sí, sí. ¡Pasa, pasa! ¡No te cortes! —dice Ishtar, interrumpiéndolo con amabilidad—. Estábamos charlando aquí con los colegas. Y pronto iremos a hacer un fogata a la luz de Mul y cantaremos habaneras. ¡Busca sitio!
Mientras Nakki le recuerda mentalmente a Ishtar que deben hacer un repaso en profundidad referente al protocolo y al lenguaje propios de una reina de los zitis, el tidnum entra y procura encajarse en el mismo banco en el que se sientan Douglas y la joven anzud.
—A ver… ¿Qué hace un tidnum como tú en un tren como éste? —pregunta enseguida Ishtar, antes de que la vieja anzud vuelva a animarse.
—Voy a la región Zag, de vacaciones… —titubea él mirando a Ishtar con expresión de duda.
—Sí, sí… Soy Ishtar, la nueva reina de los zitis. Pero tú tranquilo, ¿eh? Que no muerdo.
—¡Ah, claro! Ya decía yo que…
De nuevo se abre la puerta del compartimento y aparece el revisor, un joven anzud vestido de uniforme.
—Traigo un mensaje urgente para el señor Douglas Wissel. ¿Es alguno de ustedes?
—Sí. Soy yo.
—¡Vaya, qué suerte! —exclama el anzud, y entra con cierta dificultad en el vagón, ya lleno de pasajeros y equipajes—. Hoy esto es una casa de locos. El tren está atestado y para encontrar a alguien puedo pasarme todo el día buscándolo.
En ese instante cuatro musdagurs aparecen paseándose por el techo como lo harían los pequeños dragones. Dos de ellos son adultos y llevan bolsos y equipaje; los siguen dos niños que da la impresión de que se están peleando.
—¡Eh, mirad! ¡Un techo libre! —anuncia el que parece ser el cabeza de familia—. Vamos, vamos, ¡entrad aquí! ¿Queréis hacer el favor de parar? Nork, ¡devuélvele la muñeca a tu hermana! Si no dejáis de pelearos, os juro que es la última vez que vamos de vacaciones a la playa, ¿eh? ¡Nork! ¡¡¡Que le devuelvas la muñeca te digo!!!
La escandalosa familia musdagur se instala en el techo del compartimento, hasta entonces libre, y la anzud milenaria pretende retomar su monólogo acerca del papel social de una buena reina. Su nieta consigue adivinar sus intenciones y se apresura a decir:
—Abuela, déjala ya… ¿No ves que no le hacen falta tus consejos a esta chica? Ya sabe arreglárselas solita… Va, vuelve acá conmigo y siéntate…
De pronto un baúl, justo de la medida del espacio libre que quedaba en el vagón, aparece por el corredor, aprovecha que está la puerta abierta y se encaja en el compartimento, obligando a encoger los pies a todos los pasajeros para evitar que los atropelle. Detrás del equipaje, se presenta un ziti, sudoroso y acalorado.
—¡Oh, perdonen, perdonen! Pero es que llevo más de una hora corredor arriba, corredor abajo, y no hay manera… Y cuando he visto que en este vagón quedaba espacio libre…
—¿En éste hay espacio libre? —salta Ishtar—. ¿Cómo deben de estar los restantes?
—Perdonen, pero yo tengo que salir; ¡sólo he venido a traer un mensaje! —dice el revisor, atrapado ahora en el fondo del vagón, puesto que el baúl le impide el paso.
—Oh, vaya… —masculla Douglas, al leer por fin el mensaje que le han entregado—. Cambio de planes. Debo volver a Zink tan pronto como pueda.
—¿Algo importante? —pregunta Nakki con tranquilidad, apartándose de la cara el bolso de playa que cuelga del brazo del musdagur del techo, como si la situación fuera la más normal del mundo.
—¡Oh! No, nada… Se ve que se ha pospuesto la asamblea y me reclaman en la Tierra.
—Debe de ser preciosa la Tierra, ¿verdad? —comenta la vieja anzud—. Me han dicho que es redonda y que hay varios mares y muchas montañas. Debe de ser extraño eso de tener los mares repartidos, ¿no? ¡Ah, y sólo tienen un sol!
—Perdonen, ¡pero es que yo debo salir! —insiste el revisor, que se ha subido encima del baúl y trata de avanzar esquivando a los musdagurs que cuelgan del techo.
—¡Eh! ¡Eh! No pise mi equipaje, que con esto me gano la vida yo, ¿¿eh?? —grita el propietario del voluminoso baúl, alterado.
—Oiga, que yo tengo que salir del vagón y ha sido usted el que ha encajado el baúl aquí en medio, ¿de acuerdo?
—¡NURKA! ¡¡Haz el jodido favor de dejar de molestar a tu hermano o te juro que te vas a casa!! Y tú, ¡devuélvele la muñeca, o te pasará lo mismo! ¡No sé por qué me complico tanto la vida!
—¡Ah, de eso quería yo hablar! —afirma la musdagur—. Ya te dije que fuéramos a Kurgal a esquiar, pero no, ¡¡tú querías playa!! ¡Con lo bien que hubiéramos ido hasta Kurgal en un kushu confortable!
—Pero… A ver, Agarin… ¿No ves que Kurgal está a más de dos semanas de viaje? ¿Cómo debo hacerte entender que sólo tengo veinte días de vacaciones?
—¿Quiere hacer el favor de bajar de mi baúl?
—… cuando yo era joven, los reyes eran otra cosa… Iban siempre ataviados con vestidos relucientes y…
—Yaya, por favor… Cállate un rato.
—¡Aaaah! ¡Mamáááááá! ¡Nork me está pellizcandoooo!
—Ya sé que no es el momento más indicado, pero debería ir un momento al lavabo… —insinúa el joven tidnum, que se levanta lentamente, tropieza con el baúl y hace equilibrios para no caer encima de éste.
—¿Alguien quiere jugar al juego de las sillas? —pregunta Ishtar, divertida con la situación.
Y como si hubiera pronunciado unas palabras mágicas, todo el mundo cambia de lugar en una milésima parte de segundo. Pero no de forma voluntaria, precisamente, sino por una simple ley de la física kiita.
Y es que cuando un tren viaja a quinientos kilómetros por hora y se ve obligado a dar un frenazo de emergencia, estas leyes —no muy diferentes de las de la Tierra— suelen actuar sin el menor asomo de duda y provocan que todo lo que contienen los vagones en su interior se desplace a la misma velocidad del frenazo.
Así pues, en un abrir y cerrar de ojos, pasa todo esto: la escandalosa familia de musdagurs instalada en el techo se incrusta en el departamento de maletas y aplasta la mochila de Ishtar, que hasta entonces reposaba tan tranquila; la joven anzud, Douglas y el tidnum vuelan literalmente por el vagón para acabar pegados a una pared, haciendo de cojín a la anzud milenaria, Ishtar, Nakki y el revisor, que les caen encima sin poder evitarlo.
Y el gran baúl, protagonista indiscutible del vagón, pega un salto sorprendente hasta el techo y vuelve a aterrizar en el suelo, hecho que provoca su total y absoluto aplastamiento y, a la vez, un delicioso reparto de porexpan por todo el vagón, como si un curioso microclima propio hubiera dado lugar a una repentina tormenta de nieve. El propietario del baúl de las narices, que todavía estaba en el corredor, se va a toda velocidad por el pasillo y desaparece de la vista de los presentes. El tren se detiene.
Todo el mundo procura ponerse en pie, aunque despacio. Se escuchan varios «ais» y «uis» mientras los viajeros se desencajan los unos de los otros. Nakki es el primero en levantarse. Sin dudarlo ni un instante se dirige a la ventana, la abre y salta al exterior.
—¡Mira éste! —suelta Ishtar, siempre sorprendida al ver la agilidad de su consejero. Y se apresura a seguirlo—. ¡Eh! ¡Eh! ¿Qué ha pasado? ¿Por que hemos frenado así?
Nakki se dirige a paso rápido a la cabina del maquinista, pero tiene los ojos cerrados y parece concentrado.
—¿Nakki? ¿Qué sucede? ¿Crees que han sido los urgugs otra vez? Yo no he oído ninguna explosión, ahora…
Por fin Nakki abre los ojos y comenta:
—Si no me equivoco y, evidentemente, no creo que sea así… Nos hemos detenido… por culpa de los xíbits.