37
Hurkel
Los musens de Usumgal ya ven las primeras dunas del peligroso territorio de Hurkel cuando Kili ilumina, descarado, el grandioso espectáculo de los cincuenta kushus arrastrando a ochenta mil musdagurs.
Hurkel, después de la región Nuzua, es una de las zonas menos conocidas del planeta Ki. En los archivos akásikos no aparece casi información sobre ella, pues ningún explorador que se ha atrevido a visitarla ha vuelto jamás. Incluso los musens y los anzuds evitan sobrevolarla siempre que pueden y prefieren rodearla, aunque esto signifique una importante pérdida de tiempo.
A simple vista, Hurkel parece un desierto más, muy similar al de Arua, el que está al norte del Ksir. Grandes dunas se extienden hasta el horizonte, hasta allá donde es posible abarcar con la vista. Ningún elemento de referencia permite saber con exactitud dónde te encuentras; no hay montañas, ni oasis, ni siquiera ríos secos de lava, como en el resto del hemisferio. No hay absolutamente nada más que arena, arena y más arena aún.
Pero, en el fondo, ése es el problema menos importante de Hurkel. En realidad lo que debe preocupar a los insensatos que se atrevan a pisar el suelo de esa región, no es la arena, sino lo que hay debajo de ella.
Y es que la región entera está habitada por una raza de animales muy peculiares. Y decir animales es sólo un eufemismo un tanto absurdo, por no denominarlos directamente monstruos, puesto que ésa es la primera palabra que acude a tu mente cuando tienes ocasión de ver a un murgal.
Los murgals pertenecen a la familia de los platizoos, una especie de gusanos gigantes; su grosor puede llegar a los cuarenta metros y su longitud total es un misterio, pues nadie ha visto jamás a uno entero, aun cuando se habla de algunos de más de trescientos metros; el cuerpo está formado por una cabeza redondeada, provista de una gran abertura —una boca sin dientes—, y una cola larga con un sistema digestivo unidireccional, es decir, que no expulsan lo que comen; son hermafroditas y en el subsuelo de Hurkel se calcula, a ojo de buen cubero, que puede haber unos veinticinco mil.
Pero lo más peligroso de estos animales no es que tengan dimensiones gigantescas, ni que sean omnívoros (y por lo tanto capaces de comerse cualquier ser u objeto que se mueva en su entorno inmediato), sino su depurada técnica para atrapar a sus víctimas. Ése es el gran problema que revisten y lo que incrementa de veras su peligrosidad.
Los murgals permanecen en general quietos y escondidos en las profundidades de Hurkel, casi sin moverse; no suelen alterarse o menearse, aunque detecten presencias en el exterior, y acostumbran a estar tranquilos, ser mansos y buenecitos… hasta que atacan.
El ataque de un murgal es uno de los espectáculos más interesantes de todo el planeta e incluso se podría calificar de espléndido, si no fuera porque siempre acaba con la muerte de sus víctimas. Dicho ataque se convierte en algo excepcional porque no responde en absoluto a la forma de ser y hacer, en general, de estas bestias porque, en estado de reposo, se mueven de forma lenta y ceremoniosa haciendo constantemente eses bajo tierra.
Pero en cuanto localiza a su víctima, el murgal prepara su ataque desde el subsuelo. En primer lugar, enfoca la boca en dirección a la presa y, acto seguido, contrae el cuerpo como si se tratara de un acordeón gigante. Mientras mantiene la cabeza inmóvil para no perder de vista a la víctima, dobla la cola, como si disminuyera de tamaño por momentos.
Una vez que ha llegado a la contracción máxima, la cola, terminada en gancho, se clava como un ancla al subsuelo y el murgal se activa. Como si se tratara de una espiral, el cuerpo se le dispara hacia arriba y sale al exterior, pudiendo llegar a más de doscientos metros de altura en caso de que su víctima sea un musen, un anzud, o cualquier otro animal volador.
Cuando aparece en el exterior, ya tiene la boca abierta para atrapar a la víctima, y la cierra de inmediato. La cola, anclada en el subsuelo, vuelve a contraer automáticamente el larguirucho cuerpo del murgal, que regresa a las profundidades tan rápidamente como ha aparecido. El único rastro que deja es un agujero en medio del desierto que la arena tapa poco a poco, eliminando así el testigo de su ataque.
Por eso todo el mundo, sin conocer exactamente cómo funciona ese proceso, intuye que no es nada recomendable pasearse por la región de Hurkel.
Usumgal puede estar relativamente tranquilo porque viaja en kushu, que es el único animal capaz de pasear por el desierto de Hurkel sin sufrir el ataque de los murgals. Y es que esas tortugas son demasiados grandes y pesadas para beneficiar la dieta de los peculiares habitantes subterráneos.
A pesar de ser consciente de ello, el señor de Zapp no puede dejar de mirar de reojo toda la zona buscando movimientos en la arena o indicios de agujeros cilíndricos, mientras sus tropas se adentran en el corazón de la peligrosa región.
Pero, llegado a este punto, ni siquiera los murgals lograrían detenerlo porque sabe perfectamente que ya no hay marcha atrás, pues los musens que transportan las cargas explosivas deben de estar cruzando ya la región de Ganzer, en dirección al Risk.
No tardarán mucho tiempo en llegar, y cuando hayan echado su carga al fondo del volcán, las cápsulas que contienen los explosivos —fabricadas con cristal de Melam— se hundirán poco a poco hasta el fondo del Risk por entre el magma, que se ocupará de deshacerlas. Y entonces éste, al tocar la volátil carga, la hará explotar.
Cuando llegue ese momento, la explosión provocará la erupción más potente que se haya visto jamás en la historia de Ki, así como la rotura de las paredes de la bolsa de magma que se desparramará por todas las rendijas y, además, aparecerá no sólo en el exterior —en Ereshkigal—, sino también en el subsuelo de Ishtar, en pleno fondo marino del Ksir. De este modo el agua del mar entrará en contacto con la lava del volcán y se destruirán mutuamente.
A consecuencia de la descomposición del Risk, el planeta morirá, pues según la teoría de la compensación, sin la fuente de calor del volcán, el Ksir dejará de hervir y se perderá la estabilidad. Cuando la temperatura del núcleo baje en picado, la estructura interna del planeta se contraerá tan deprisa que estallará, como lo haría un vidrio que pasa bruscamente del calor al frío, y se destruirá del todo.
Teniendo todo esto presente, Usumgal reúne el valor suficiente para adentrarse en Hurkel. Desde el momento en que ha dado la señal a los musens, ha tenido muy claro que ya no puede volver atrás. No le queda otro remedio que conseguir llegar hasta el portal interdimensional y triunfar en su empeño. Si no lo logra, cuando el planeta muera, él morirá también.
—Señor Usumgal… Llegaremos al punto de fricción en cinco minutos —le transmite Abgal.
El rey hace una mueca, que recuerda remotamente una sonrisa, viendo con claridad que ya nada lo detendrá esta vez.
—¡Raknud! —grita el dictador de Zapp—. Que la primera unidad de kushus acelere y forme una circunferencia alrededor del punto de fricción para vigilar el perímetro. Quiero asegurarme de que nadie, nadie, va a interferir en mis planes.
—¡Sí, señor! Estableceremos un perímetro de seguridad alrededor del portal, señor.
—¡Aku! —grita Usumgal a continuación—. ¡Vete inmediatamente a!… ¿Aku?
No es hasta ese momento en que Usumgal se da cuenta de que el recientemente estrenado consejero de Zapp no está entre sus tropas, sino bastante más lejos. En concreto en las afueras de la capital de Ganzer, caminando en dirección a las montañas Hursag. Aun así, Aku, educado como siempre, responde al llamamiento.
—Diga, señor Usumgal —dice el camaleónico musdagur, la mar de tranquilo.
—¡Aku! ¿Se puede saber dónde demonios te has metido? ¿Qué haces todavía en Ganzer? ¡Deberías estar en la segunda unidad!
—Bueno, señor… ¿Sabe una cosa? —transmite Aku, mientras ya ve el gran caparazón de Murguba en el horizonte—. Pues que, aun cuando su oferta de ejercer de Gran Consejero malo es muy tentadora y que estoy seguro de que aprendería muchas cosas del oficio, mis intereses profesionales han cambiado y no creo que me sintiera realizado con ese trabajo. Además, el cetro aquel que me ha dado es un trasto muy voluminoso y nada práctico a la hora de ocultarme.
—Pero… ¿se puede saber qué demonios estás diciendo? ¿¿SE PUEDE SABER QUÉ REQUETEDIABLOS ESTÁS DICIENDO, DESGRACIADO?? —duplica Usumgal, furioso.
—¡Que lo dejo! —simplifica Aku al máximo—. He decidido tomarme un año sabático y pasar una temporada en las islas del Ksir. ¿Sabe una cosa? ¡He oído que en el otro hemisferio hay lugares en los que la luz del sol llega a todas partes y las noches están llenas de estrellas! Podría ser un bonito viaje, ¿no cree?
—¡Pero qué demonios estás dicien!… —repite Usumgal, pero se detiene al reconocer esas palabras, que ha oído esa misma mañana—. ¿Musnin?
—¡Hola, Usum! —transmite Musnin con un tono claramente burlesco—. ¿Qué? ¿Cómo va todo?
—¿Musniiiin? ¿Se puede saber qué estás haciendo con Aku?
—¡Oh, tranquilo! ¡Esto no es lo que parece! Bueno… Mira, ¿sabes?, sí, sí es lo que parece. Te estoy traicionando. De hecho, siempre te he traicionado. Tan grande es mi traición que no puedes llegar a imaginártela.
—¡Hola, abuelo! —dice de pronto Mirnin, contenta y feliz.
—¡Mirnin! ¿Tú también? —dice el señor de Zapp, triplemente sorprendido y traicionado.
—¡Uy! ¡Si esto no es nada! —replica Mirnin—. ¿No notas una especie de chichones en tu cabezota? Porque yo sé de una que…
—¡Ya es suficiente, querida! —la corta Musnin—. ¡Bueno, Usumgal! Siento dejarte tan bruscamente, pero tenemos muchas cosas que hacer y tan poco tiempo que no podemos perderlo charlando contigo. El lunes te pondré en contacto con mi abogado y podrás firmar los papeles del divorcio. No te preocupes, puedes quedarte la casa de Zapp. Pero la custodia de Mirnin es para mí; ¡tenemos que recuperar tanto tiempo perdido! ¡Hala, adiós! —dice, y corta de golpe la comunicación.
Por un instante Usumgal se queda petrificado. No es el hecho de perder a su mujer ni a su nieta lo que le afecta. Él ya las había abandonado a su suerte, creyendo que morirían cuando Ki explotara o cuando el pueblo de Zapp asaltara el castillo. Tampoco la pérdida de su nuevo consejero le supone graves problemas emocionales, aunque siempre es una lástima perder un buen espía.
Lo que realmente lo ha dejado fuera de juego es que las tres personas más próximas a él le hayan estado engañando sin que se diera cuenta de nada. Los había subestimado de tal forma que jamás le había pasado por la cabeza que pudieran tomar sus propias decisiones. En realidad siempre los había considerado un estorbo, en el caso de su mujer y de su nieta, o una herramienta, en el caso de Aku. Pero ahora considera que quizás eran mucho más que eso.
—¡Muy bien! De acuerdo… —acepta al fin—. Poco va a duraros la alegría… Disfrutaréis de las mejores vistas cuando empiece la destrucción de Ki…
—¡Señor Usumgal! La primera unidad de kushus ya se ha establecido alrededor del punto de fricción para proteger su acceso. Espero nuevas instrucciones.
—Muy bien. Cuando se abra el portal, quiero que pase la segunda unidad inmediatamente. Yo la seguiré dirigiendo la tercera unidad y, finalmente, entrarás tú con la unidad que ahora rodea el perímetro. ¿Has entendido?
—Sí, señor Usumgal.
—Esta vez no quiero ni un solo error. Estáte alerta hasta que el último de los kushus haya cruzado. Si veis cualquier cosa que no sea arena, abrís fuego y no permitáis que entre en el perímetro de protección establecido por los kushus. ¿Todo claro, Raknud?
—Sí, señor Usumgal.
—¡Abgal! ¿Cómo lo tenemos?
—¡Bien, señor Usumgal! Los alteradores modificados ya están preparados. Cuando la fricción interdimensional llegue a su punto álgido —dentro de cinco minutos y treinta y dos segundos—, los activaremos para crear la distorsión espacio-temporal que abrirá el portal. Podremos mantenerlo abierto siete minutos y veintiún segundos, tiempo suficiente para que todos los kushus lo atraviesen, señor.
Así pues todo está preparado. Los kushus del ejército del dictador, como una poderosa muralla, rodean el perímetro donde va a abrirse el portal. Situadas en su interior, las otras dos unidades esperan, preparadas para cruzar.
Una última mirada a Hurkel confirma a Usumgal que están a solas en medio de la peligrosa región. Ahora ya es imposible que alguien consiga evitar que su plan llegue a buen puerto.
¿O sí?