29
Resaca

Galam! ¡Galam! ¿Quieres hacer el favor de responderme, Galam? —exige una voz indefinida en la mente del viejo sabio.

—¿Eh? ¿Mmm? —murmura el ziti despertándose en una habitación que le parece desconocida. En ella todos los sonidos resuenan de forma grotesca, y Galam nota que tiene las percepciones casi atrofiadas del todo.

—¡Galam! ¡Contesta! ¡Estoy intentando comunicar contigo desde hace horas!

Él reconoce poco a poco la estancia. En el fondo lo tiene fácil: es la suya. Así pues, está en el castillo. O al menos eso parece. Intenta hacer memoria y piensa en qué es lo último que recuerda.

Después de haber estado en Zapp con Golik y que éste se enfadara por el asunto de la kiloe, recuerda que habló con Nakki, quien le contó todo aquello de las medidas gigantescas de Grati y de los portales que se abrían y se cerraban sin ningún tipo de control.

Sí… Va dando despacio un repaso mental a lo que ha hecho hasta entonces: tras encerrarse durante horas en el laboratorio sin llegar a ninguna conclusión coherente, Bastian lo invitó a tomar un chocolate a la taza en Casa Bukret… Pero después de ese recuerdo todo es borroso. Ni siquiera se acuerda de haberse tomado la tan apreciada bebida caliente.

¡GALAM! —resuena otra vez la voz de Nakki, aunque ahora el cerebro del ziti la reconoce.

Nakki, Nakki… Baja el volumen, por favor… —ruega el sabio cerrando los ojos y sujetándose la cabeza con las manos—. No grites; ya te oigo… Por favor, tengo la cabeza a punto de explotar

¡Pero si no estoy gritando! ¡Esto es una transmisión telepática! —responde Nakki, ya más tranquilo después de conseguir una respuesta de Galam, que constaba como desaparecido del mapa hasta ese momento.

¡Ostras, Nakki, pues transmite un poco más flojito! —se queja el sabio todavía con las manos en la cabeza—. ¡O mi cabeza va a explotar de verdad y te quedarás sin inventor! ¡Por favor!

—Bien… ¿Se puede saber dónde estás?

—¿Yo? He estado en Zapp con Golik.

Eso ya lo sé. ¡Me lo contaste con pelos y señales! ¡Lo que quiero saber es qué hiciste después! Y todavía estoy esperando que me digas cómo le restituiremos a Grati sus dimensiones y de qué manera la enviaremos de nuevo a Can Sata. ¿Has podido descubrir ya qué pasó exactamente?

Nakki, en este preciso instante soy incapaz de saber qué pasó ayer por la noche… ¡Tengo un dolor de cabeza espectacular y no sé ni cómo he podido llegar a mi habitación! —dice el pobre sabio, incorporándose como buenamente puede y sentándose en la cama.

Bien. Déjalo, de momento. Grati se ha quedado muy a gusto en la villa de los tidnums. Ahora necesitamos tu presencia en Boma.

—¿En Bomaaaa? Pero ¿estás de cachondeo o qué?

¡Por enésima vez! ¡Yo no hago bromas! —dice el Gran Consejero remarcando las palabras, una a una, con tanta contundencia que resuenan como martillazos en la cabeza del desdichado Galam.

Vale, vale… ¡De acuerdo! Me has convencido… Pero no chilleessssss… —suplica él cerrando los ojos con fuerza y tapándose la cara con las manos—. Veamos… ¿Qué haces tú, exactamente, en Boma? ¿Y por qué debo ir yo?

—¿No te has enterado de nada? ¿De nada, de nada?

—Mmm… Hombre… Yo sé muchas cosas… Pero con relación a las últimas horas, debo confesar que no estoy demasiado informado de los acontecimientos que se puedan haber producido… ¿Qué ha ocurrido?

—Bueno, pues haciéndote un breve resumen, te diré lo siguiente: hemos encontrado la cueva donde Nirgal estuvo cautiva, estamos a la espera de saber si murió, Ishtar ha desaparecido sin dejar rastro, ha empezado y terminado la Segunda Guerra de los Reptiles, y en este momento los tidnums están en plena guerra civil, luchando en las afueras de Boma.

—Sí, sí… Ya veo… Y los kushus últimamente llevan gafas de sol, corbata y presentan el noticiero de Ki. A ver, vamos, hablemos en serio… ¿Ha pasado algo realmente importante?

—Galam, no puedo perder mi precioso tiempo charlando contigo. Abreviando, coge la caja negra y ven a toda pastilla hacia Boma. Tienes una hora.

—¿Una hora? ¿Estás de broma?

¡GALAM! ¡Te repito que no estoy bromeando! Boma. Una hora. Ven. ¡YA! —repite el Gran Consejero, antes de cortar la conexión.

Galam, desesperado, intenta reducir el dolor de cabeza que le ha provocado la telepatía de Nakki sin dejar de mantener los ojos cerrados y tapándose la cabeza con las manos. Todavía no entiende qué ha pasado, ni por qué tiene que ir a Boma, pero lo que sí tiene claro es que lo primero que debe hacer es eliminar ese dolor de cabeza espantoso que lo tortura. Así pues, se levanta, sale de la habitación y se dirige a su laboratorio.

Cada vez que su corazón bombea sangre y ésta le irriga el cerebro, una punzada de dolor le recorre toda la cabeza. Hace doscientos años que Galam no bebía ni una gota de alcohol y, por lo tanto, no había tenido ocasión de sufrir una resaca monumental como la que arrastra ahora.

Mientras cruza los corredores, recuerda el problema que le está amargando la existencia desde hace un par de días: aquel curioso e incontrolado portal de Can Sata que ha reducido el tamaño del tidnum y ha aumentado el de Grati, y, además, se ha abierto en Zapp primero, y en Glik después. No entiende nada. ¡No puede ser! El alud de hechos contradice todas las leyes fundamentales de la tecnología Kadingir que él mismo ha formulado.

Atraviesa con lentitud el pasillo que conduce directamente a su laboratorio, y cuando busca las llaves en su bolsillo, de pronto le viene a la memoria algo referente a ellas. Como si alguien se las hubiera pedido. Pero no puede ser porque están ahí, en su bolsillo, como siempre. Seguramente debe de haberlo soñado.

Al llegar a la entrada del laboratorio, se da cuenta de que la puerta está abierta y se asusta. Entonces vuelve a tocarse el bolsillo y confirma que las llaves siguen ahí. ¡Su llave especial, única, y que no admite copias, la tiene él! ¿Cómo puede ser que alguien haya entrado en su laboratorio sin ella? ¿O quizás fue él quien entró ayer por la noche y después lo dejó abierto? No, imposible; no lo hubiera hecho nunca, ni borracho como una cuba. ¿O sí?

Esta escalofriante suposición desaparece en el momento en que entra en el laboratorio y se horroriza al ver que todos los ordenadores están en marcha haciendo cálculos, la mayoría de periféricos en funcionamiento y los fogones del laboratorio químico encendidos, en los que hierven soluciones líquidas que llenan probetas y espirales.

Y dirigiendo toda esta orquesta de sonido y luz, descubre a un joven ziti, de unos doce o trece años de edad, que corre de punta a punta del laboratorio comprobando los datos de los monitores, haciendo cálculos en la pizarra y vigilando el punto de ebullición de las soluciones químicas. Sin dar crédito a lo que está viendo, Galam sólo es capaz de ponerse una mano en la cabeza, despeinarse todavía más de lo que ya está, al tiempo que coloca la otra en la cadera y procura mantener el equilibrio para no caerse de culo.

El joven ziti, ignorando su entrada en escena, sigue su trabajo con gran animación. Acalorado por el control del montón de tareas simultáneas, hace rato que se ha quitado la chaqueta y el zurrón, los ha dejado encima de una silla y se ha arremangado la camisa, para trabajar con más comodidad. Galam se fija en que, mientras escribe, teclea y comprueba, el chico murmura en voz queda lo que está haciendo en cada momento, como si hablara consigo mismo.

—¡Ejem…! —carraspea Galam en voz baja, todavía resacoso e ignorado del todo por el joven ladrón—. ¡Ejem! —repite en tono más alto procurando no gritar demasiado, a causa del dolor de cabeza terrible que todavía sufre, aunque no logra comunicar su presencia al intruso—. ¡EJEM! —grita finalmente provocándose un nuevo pinchazo en la cabeza, pero consiguiendo que el pequeño ziti se vuelva.

—¡Ah, el borracho! —dice Malag tranquilamente, y vuelve la vista otra vez hacia la pizarra y se dedica a repasar sus apuntes.

Galam, viendo que su presencia no lo intimida lo más mínimo, se maravilla y, resignado, se dirige al laboratorio químico, donde coge una probeta vacía. Con habilidad —algo atrofiada en esos momentos—, mezcla en ella los elementos líquidos y sólidos de varios botes que selecciona rápidamente.

—¡Eh! No toques lo que estoy haciendo, ¿eh? ¡Que lo vas a estropear! —le advierte Malag al sabio, que lo mira de reojo a través de sus gafas redondas, pero no le responde; una vez mezclada la solución en la probeta, tapa ésta con el dedo y la agita como si fuera una coctelera.

Un poco más tarde, Galam se lleva la probeta a la boca y bebe de un trago su remedio casero contra la resaca. La mente se le despeja y el dolor de cabeza se le desvanece como si nunca hubiera existido. Vuelve a tener claros los conceptos y vivos los reflejos y da gracias a su memoria por recordar todavía con nitidez aquel remedio que tan útil había resultado dos siglos atrás.

—Veamos, joven ziti… ¿puedo saber qué estás haciendo en mi laboratorio y cómo has entrado en él?

—¿Su laboratorio? Vamos, no me joda. Usted es un borracho; lo vi llegar ayer con su amigo, el científico.

—¿Mi amigo? ¿A quién te refieres? ¿A Bastian? ¿Llegué aquí con Bastian?

—¡Oh, yo qué sé! Sólo sé que él lo arrastró hasta una habitación y yo entré aquí gracias a mis instrumentos —explica Malag señalando su abridor de puertas casero, que reposa encima de la mesa—. Pero ¿quiere callarse un momento, por favor? ¡Estoy terminando de hacer unos cálculos y me desconcentra!

—¿Cálculos? ¿Qué cálculos? ¿Y qué te hace pensar que Bastian es un científico? No tiene pinta de eso —comenta Galam mientras observa con curiosidad el invento del chico para abrir cerraduras.

—Nada que usted pueda comprender, créame. ¡Y, por favor, deje eso en su lugar, que es mío!

—Muy ingenioso… —dice Galam mirando el invento de aquel joven que parece tan avispado—. Así pues, ¿crees que no entendería lo que estás haciendo? —pregunta y, dejando el abridor en la mesa, se ajusta las gafas—. ¿Cuánto tiempo hace que estudias física y química, pequeño intruso?

—¡Yo no soy ningún intruso! Me llamo Malag y no he estudiado nunca nada de todo eso —contesta el joven ladrón, enfadado, mientras subraya un par de resultados y, acercándose al laboratorio químico, añade unos componentes a un líquido que está hirviendo—. Sólo he podido leer unos escritos que he encontrado aquí, esta noche, y me han parecido tan interesantes que he querido probar un par de cosas. —Y señala unos diarios que están en el escritorio.

—¿Mis apuntes? ¡Has leído mis apuntes! Pero ¡vaya! ¡Qué te has creído, muchacho! ¡Esto es propiedad privada! No puedes… Y, por cierto, ¿ya has entendido la letra? A veces incluso a mí me cuesta entender lo que apunto. Tengo una libreta en la que…

—Sí, ya he visto que la caligrafía no es precisamente el punto fuerte del autor de los escritos, ¡pero deje de tratar de hacerme creer que lo ha escrito usted! ¡Si no es más que un borracho! ¡El que ha escrito estas notas es sin duda una mente brillante! ¡Un gran sabio y, seguramente, el kiita más inteligente de todos! ¡Tiene una clarividencia extraordinaria! ¡Sus deducciones son sublimes! —dice el ziti, emocionado.

Al escuchar estas palabras, el rostro de Galam cambia de expresión y, mientras su ego se dispara hasta Mul, sonríe de oreja a oreja.

—¿Sí? ¿Eso crees? ¿Tan listo crees que es? —pregunta el sabio, contento.

—¿Listo? ¿Está usted de broma? ¡Listísimo! ¡Un erudito! ¡Un gurú de nuestros tiempos! —exclama Malag, al mismo tiempo que revuelve con una cucharilla el líquido que tiene en un pequeño vaso transparente, que se espesa cada vez más hasta convertirse en una especie de pasta blanca.

—Sí, ¿verdad? ¿Es listo, a que sí? ¿Aún más que Nakki? —insiste en preguntar Galam, que empieza a viciarse por los halagos recibidos.

—Mire, señor, no sé quién es ese tal Nakki, pero ahora debería apartarse, si no le importa —solicita Malag mientras introduce con mucho cuidado una pequeña ración de la espesa pasta en una cápsula vacía—. Esto podría ser peligroso; puede hacerse usted daño si se queda por aquí.

—¿Y qué has hecho, si se puede saber? —pregunta Galam mirando la cápsula que tiene en las manos el joven científico.

—¡Es una nueva glimp! —afirma el chico, orgulloso—. La llamaré… ¡la glimp de Malag! —Y la lanza al suelo sin darse cuenta.

Al tocar las baldosas, un pequeño chispazo azul de electricidad estática, parecido al que se escapa de los jerséis de lana cuando te los sacas por la noche, salta de la cápsula y ésta explota.

No se trata de una explosión nuclear, ni una deflagración, ni siquiera una explosión de agua, sino una explosión silenciosa que, después de producirse, provoca que desaparezca el espacio que había alrededor de la cápsula y da paso a un gran agujero en el suelo, semejante al que provocan los portales interdimensionales; éste, sin embargo, es distinto, pues permite que se vea lo que hay al otro lado, que es exactamente el piso de abajo, en este caso. De hecho, la biblioteca real. Y el socavón es tan grande, que Malag debe saltar de su radio de acción rápidamente para no caer en él.

No ha tenido tanta suerte la mesa de análisis químicos, al no estar habilitada para saltar como el chico, por el simple hecho de ser un objeto inanimado; al encontrarse sin suelo que la aguante, cae escandalosamente al piso inferior y revienta como un huevo al topar de lleno contra la mesa de lectura de la biblioteca, que no tenía ninguna culpa.

Pero a continuación el agujero desaparece tal como ha aparecido, y el suelo del laboratorio vuelve a quedar en su lugar, sólido y firme como siempre.

—¡Ups…! —exclaman los dos zitis a la vez.

—Pero… ¿qué has hecho? —grita ahora Galam—. ¿Eres consciente de lo que has hecho en mi laboratorio, Malag? ¿Te das cuenta?

—Lo siento… Yo… Es que verá… Yo… La glimp… Creo que el radio de acción de la…

—¡Es realmente fantástico!

—¿Eh?

—¡Es totalmente extraordinario! ¡Has inventado una glimp capaz de desestabilizar la materia temporalmente, mediante la creación de un campo de energía que trabaja en dos niveles dimensionales! Pero… ¿cómo has podido solucionar el problema de la duplicación de la no materia?

—¿Eh? Ah… —titubea Malag dándose cuenta de que aquel anciano no es tan sólo el borracho que él pensaba—. Bien… De hecho, tan sólo he aplicado la teoría de los cuerpos suspendidos, gracias a la cual la segunda…

¡Galam! ¿Me recibes? —dice Nakki interrumpiendo la interesantísima explicación.

¡Adelante, Nakki! —responde el sabio, que de repente recuerda que debería estar en Boma desde hace un buen rato.

—¿Dónde estás? Necesitamos la caja urgentemente, ¡aquí! ¡Tenemos mucho trabajo, pero hasta que llegues, no podemos hacer nada!

—Estoy… Esto… Aquí, en el castillo, todavía. He tenido unos problemillas, y…

—¡Galam! ¿No has salido todavía? ¡Por las amígdalas de Murguba! ¿¿¡¡Quieres hacer el favor de venir inmediatamente!!?? ¡Es urgente!

—Sí, sí… ¡Ahora voy, ahora voy!

¡Ahora no! ¡Ya! —grita Nakki, antes de cortar la comunicación.

—Y ahora ¿qué pasa? ¿Quién es ese Nakki? —pregunta Malag, que ha percibido la transmisión.

—¡Ah! Pero ¿lo has oído? Debemos ir a Boma inmediatamente, ¡pero eso está muy lejos! Hemos de avisar a un anzud, o, quizás puedo tratar de encontrar un zagtag que… Mmm, no… Demasiado arriesgado… Quizás podríamos…

—¿Y por qué no utilizar un portal? —pregunta Malag con aire inocente.

—Uf, no es tan sencillo, Malag… Los portales son unidireccionales, y siempre se dirigen a… —De pronto Galam se calla porque una luz se le enciende en el cerebro. Inmóvil por un instante, con el dedo levantado, esboza una sonrisa y, despacio, vuelve a recuperar la movilidad—. A no seeeeer… que… ¡Claro! ¡Por supuesto! —grita, contento.

Recogiendo el zurrón y la chaqueta de Malag, se los lanza.

—¡Vamos, Malag, vístete que nos vamos! —lo apremia mientras recoge cajas de varios puntos del laboratorio a toda prisa.

—¿Cómo que nos vamos? ¿Adónde nos vamos? —pregunta Malag, sin entender nada, con la chaqueta todavía encima de la cabeza, tal como la ha dejado Galam al arrojársela.

—A la Tierra, joven aprendiz… ¡A la Tierra!