Proyecto completado

Debajo de eso, una fecha y una hora. Dos de la mañana. Cuatro días antes.

Milo se paseó por la zona un rato, buscaba alguna muestra de que hubieran enterrado a alguien, regresó negando con la cabeza, miró la boca del refugio antibombas.

— Solo Dios sabe qué más hay ahí dentro. El dilema moral es si…

— Si hay alguien ahí abajo a quien todavía se pueda salvar — dije yo— . Si lo hay, ¿intentarlo empeoraría las cosas? Podrías intentar llamarlo por teléfono, si está ahí abajo igual podemos oír la llamada.

— Si nosotros lo podemos oír puede que él ya nos haya oído a nosotros.

— Por lo menos él no se va a ir a ningún sitio. — Miré hacia la cabeza colgante— . Qué me vas a decir de una posible causa.

Milo sacó su móvil y marcó el número de Brad Dowd.

No salió ningún sonido de abajo.

Milo abrió mucho los ojos.

— ¿Señor Dowd? El teniente Sturgis… no, nada importante, pero pensé que igual podíamos hablar acerca de Reynold Peaty… solo estoy intentando atar un par de cabos sueltos… esperaba que pudiera ser esta noche, ¿dónde está usted?… No hemos pasado por ahí antes… sí, debe de ser que nos… escúcheme, señor, no, no tenemos ningún problema en volver a su casa. No estamos tan lejos. Camarillo… la verdad es que sí está relacionado, pero no puedo decirle… lo siento… así que podemos, ¿está seguro? Hoy sería mucho más fácil, señor Dowd… vale, lo entiendo, claro. Entonces mañana.

Clic.

Milo dijo:

— Un día muy duro en Pasadena, fugas de agua, bla, bla, bla. El señor frío y encantador hasta que mencioné Camarillo. Tenía ese ligero tono en la voz. Encantado de poder colaborar, teniente, pero es que hoy no puedo.

Lo has desorientado, necesita reagruparse. Puede que haga lo que le calmaba cuando era pequeño.

¿Qué era?

— Las manualidades.

Milo bajó al agujero otra vez, golpeó la puerta a la vez que se mantenía a cierta distancia de la cosa que colgaba de la puerta. Se alejó sigilosamente y encontró una parte de la puerta a la que podía pegar la oreja sin tener que rozar la carne muerta. Golpeó con los nudillos la puerta de metal y luego con la mano.

Cuando salió fuera se sacudió una suciedad inexistente.

— Si hay alguien ahí, no lo puedo oír y la puerta está muy bien cerrada.

Bajó la trampilla, la limpió, eliminó las huellas que habíamos dejado en el halo de tierra.

Nos pusimos los zapatos y volvimos sobre nuestros pasos hasta el coche, nos esforzamos por disimular nuestro paso.

Conduje el coche hasta salir de la propiedad y repetí el recorrido montaña arriba que hice cuando me pasé de largo. Cuando no encontramos donde esconder el Seville como para volver andando, di media vuelta y bajé.

Dos fincas más debajo de la de Billy Dowd había un buzón con letras doradas en el que se leía: Familia Osgood. Una valla combada bloqueaba la entrada empedrada.

El buzón tenía la bandera levantada. Milo se bajó y lo comprobó.

— Por lo menos más de una semana, entremos.

Abrió el pestillo de la valla, se apartó para que yo pasara con el coche, la cerró y se metió en el coche.

Los Osgood tenían una finca mucho más pequeña que la de Billy Dowd. La misma combinación de robles y secuoyas, una extensión de césped marrón en el lugar de una pradera. En el centro, un rancho sencillo, de los años cincuenta, en verde pálido, con un tejado de piedras blancas detrás de un corral vacío. No había animales ni olía a que los hubiera. Había media docena de cubos de basura apoyados contra un lateral. Un columpio prefabricado barato se inclinaba cerca y un triciclo de plástico bloqueaba la puerta de entrada.

El cielo había empezado a oscurecerse. No salía luz de ninguna de las ventanas.

De todas maneras, Milo pasó por encima del triciclo y llamó a la puerta. Dejó su tarjeta entre la puerta y la jamba y dejó una nota debajo de uno de los limpiaparabrisas del Seville.

Mientras caminábamos hacia la carretera, yo dije:

— ¿Qué has escrito?

— Afortunados ciudadanos — dijo Milo— , están haciendo algo por su país y por Dios.

Volvimos a entrar en la propiedad de Billy a pie. Encontramos un sitio para vigilar escondido entre los árboles y la pradera.

A unos diez metros de la entrada. La tierra estaba esponjosa con las hojas muertas y el polvo. Nos sentamos contra el robusto tronco de un roble de ramas muy bajas, bien escondidos.

Milo y yo, bichos y lagartijas y cosas que correteaban que no podíamos ver.

No teníamos nada de qué hablar. Ninguno de los dos quería hablar. El cielo estaba azul profundo, como si estuviera magullado, luego se puso negro. Pensé en Michaela y en Dylan, de acampada un poco más abajo.

Brad Dowd los llevó hasta el lugar del falso secuestro.

¿Habría albergado planes de terminar el juego con una sorpresa sangrienta, para que Michaela los frustrara al escaparse?

¿Era eso suficiente razón como para matarla?

¿O acaso solo encajaba con un determinado papel?

Lo mismo para Dylan. Me esforcé por recordar su imagen de las fotos y no de la «cosa».

Pasó el tiempo. Sonaban chirridos por encima de nosotros, las hojas temblaban después se oyó el delicado batir de unas alas mientras un murciélago salía volando del árbol y hacía círculos a gran altura sobre la pradera.

Luego otro. Luego cuatro.

— Genial — dijo Milo— . ¿Cuándo empieza la banda sonora de terror?

— Ta tan, ta taaan.

Milo se rió. Yo también. ¿Por qué no?

Nos turnamos para dormir. El segundo sueñecito de Milo duró solo cinco minutos y cuando se despertó bien dijo: — Debería haber traído agua.

— ¿Quién iba a saber que íbamos a salir de camping?

— Un explorador siempre está preparado. Tú ibas con los exploradores, ¿no?

— Sí.

— Yo también. Si los exploradores de América lo supieran, ¿eh? ¿Crees que hay alguien ahí abajo en ese agujero?

— Con un poco de suerte, no alguien como Dylan — dije yo. Apoyó la cara en una mano. Un momento después dijo:

— Si no aparece esta noche, Alex, ya sabes lo que habrá que hacer.

— Grupo de trabajo.

— No puedo esperar a escribir la petición de la orden: «Sí, señoría, taxidermia».

La noche se había asentado y parecía permanente. Ninguno de los dos dijo nada durante la media hora siguiente. Cuando unas luces tiñeron de amarillo el asfalto los dos estábamos bien despiertos.

Luces antiniebla. El ronroneo de un motor. El bulto más o menos rectangular del coche nos pasó a toda velocidad y se dirigió hacia el establo.

Nos pusimos en pie y siempre bajo la protección de los árboles, avanzamos.

El Range Rover se paró justo a la izquierda de la puerta pequeña, después se silenció. Un hombre se bajó del lado del conductor, y encendió una luz pequeña que había encima de la puerta.

La bombilla tenía un tinte amarillo verdoso y hacía que el pelo blanco de Brad Dowd se viera de color chartreuse.

Dio la vuelta hasta el lado del pasajero y abrió la puerta.

Le tendió la mano a alguien.

Mujer, pequeña. Una chaqueta amplia y unos pantalones escondían sus formas.

Los dos caminaron hacia la puerta y la mujer esperó a que Brad la abriera. Se movió hasta quedar bajo la luz amarilla. Su perfil se definió.

Barbilla firme, nariz pequeña. Pelo gris a media melena, que la luz convertía en verde oliva.

Nora Dowd dijo algo que sonó alegre. Brad Dowd se volvió hacia ella. Abrió los brazos de par en par.

Ella corrió a abrazarlo.

No había nada de cariño entre hermanos en ese gesto. Le acarició la nuca con las manos.

Él le puso las manos en el trasero. Ella se rió.

Ella echó la cabeza hacia atrás cuando se besaron.

Un beso largo, agotador. Ella llevó su mano a la entrepierna de él. Brad se rió. Nora se rió.

Entraron.

Salieron unos momentos después, iban de la mano por la zona sur del establo.

Nora iba a saltitos.

Brad dijo:

— Una noche preciosa, ¿no es esto lo mejor?

Nora dijo:

— Hora de la fiesta.

Llegaron hasta la trampilla del refugio antibombas. Nora se quedó al lado, atusándose la media melena estilo paje mientras Brad subía la tapa. Tuvo que poner todo su peso, igual que Milo.

— ¡Ooh! — dijo ella— . Mi fuerte hombretón.

— Tengo algo beaucoup fuerte para ti, nena.

— Yo tengo algo suave y dulce para ti, nene.

La tapa se abrió. Brad sacó una linterna pequeña y apuntó a la abertura.

— Tenías razón, me gusta como queda ahí.

— Qué me vas a decir de una bienvenida— dijo Nora— . Toc, toc, toc.

— Siempre le gustó ir de colgado.

Nora se rió.

Brad se rió.

Ella se acercó hasta donde él estaba y le apretó el trasero.

— ¿Llevas un misil nuclear en el bolsillo o es que te alegras de verme?

Una atroz interpretación de Mae West.

Brad la besó, la tocó y apagó la linterna.

— Saquemos tus cosas de aquí. Estoy seguro de que ya te has cansado de la vida de topo.

— Estoy lista — dijo ella— . Pero ha sido divertido.

Brad se sentó en el borde de la entrada. Cuando se preparaba para bajar, Milo se abalanzó sobre él, lo cogió por el cuello como para estrangularlo y tiró de él con fuerza hacia atrás para que cayera de espaldas. Con la misma rapidez le dio la vuelta para que quedara boca abajo, le retorció el brazo y le puso las esposas.

Nora no opuso resistencia cuando la cogí y le puse las manos a la espalda.

Milo mantenía a Brad en el suelo con una rodilla clavada en el centro de su espalda. Brad jadeó.

— No puedo respirar.

— Si puedes hablar, puedes respirar.

Noté como Nora se tensaba, así que estaba preparado cuando intentó soltarse. Tenía los brazos blandos, no tenía mucho tono muscular y sus muñecas eran tan finas que podía sujetarle las dos con una mano. De todas maneras usé las dos y tiré lo suficientemente fuerte como para que arqueara la espalda.

— Me hace mucho daño.

— Déjela en paz — dijo Brad.

— Déjelo en paz a él — dijo Nora.

— Unidad familiar — dijo Milo— . Conmovedor.

— No es lo que cree — dijo Nora— . En realidad no es mi hermano.

— ¿Qué es?

Nora se rió. No era un sonido muy bonito. Brad dijo:

— Espere a tener noticias de nuestro abogado.

— ¿Qué es el fiambre? ¿Taxidermus interruptus?

Los dos se callaron.