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Billy había estado muy unido a Peaty. Y Billy tenía genio.
¿Era tan torpe que no se daba cuenta de las implicaciones que podía tener relacionarse con alguien como Peaty? ¿O no había ninguna implicación?
Una cosa sí era probable: las visitas del conserje habían sido algo más que ir a llevar cosas olvidadas.
Mientras conducía por la calle Sexta hacia su fin en San Vicente, valoré la reacción de Billy. Conmoción, ira, deseo de venganza.
Otro hermano que desafía a Brad.
La impulsividad de un niño mezclada con las hormonas de un hombre hecho y derecho puede ser una combinación muy peligrosa. Como Milo había señalado, Billy había empezado a vivir solo justo en la misma época en que asesinaron a Tori Giacomo y desaparecieron los Gaidelas.
¿Era la perfecta oportunidad para que Billy y Peaty llevaran su amistad a otro nivel? Si los dos se habían convertido en un equipo para matar, está claro que la batuta la llevaba Peaty.
Un poco de liderazgo. Un mirón alcohólico aparentemente repulsivo y un medio niño, medio hombre bastante lerdo no parecían poder lograr planificar y tener el cuidado necesario para dejar sin pruebas el escenario del crimen de Michaela y esconder el cuerpo de Tori Giacomo durante el tiempo suficiente para que se convirtiera en un manojo de huesos.
Después estaba el asunto de la llamada susurrante desde el condado de Ventura. No hay forma de que Billy hubiera sido capaz de organizar todo eso.
Rapidez de servicio, cortesía de las líneas telefónicas. Había funcionado.
Ya había hecho mis hipótesis acerca de que los Gaidelas tuvieran un lado cruel, pero había otra pareja de aficionados a la actuación que merecía la pena tener en cuenta.
Nora Dowd era un excéntrica diletante y una actriz fracasada, pero había tenido los suficientes recursos como para convencer a su hermano de que había roto con Dylan Meserve. Solo hay que añadir un amante joven aficionado al sexo duro y a los juegos de la mente para que la cosa se ponga interesante.
Puede que Brad no pudiera encontrar pruebas de lucha en casa de Nora porque no hubiera habido ninguna. Folletos de viajes en la mesilla de noche, ropa que falta y el hecho de que Dylan Meserve no pagara su alquiler desde hacía meses señalaban hacia un viaje planeado con bastante antelación. Albert Beamish no había visto a nadie que viviera con Nora, pero si alguien hubiera entrado o salido de la casa de noche, el anciano no habría podido verlo.
Una mujer que pensaba que volar en avión privado era muy chulo.
El pasaporte de Nora no había sido utilizado recientemente y Meserve nunca había solicitado uno. Pero como había crecido en las calles de Nueva York, bien podía saber dónde conseguir documentos falsos. Pasar por el control de pasaportes del aeropuerto de Los Ángeles podía ser todo un reto. Pero salir en un avión privado desde Santa Mónica hasta un embarcadero en cualquier pueblo del sur de la frontera con dinero en efectivo era otra historia.
Folletos en un cajón, no era un intento de esconder nada. ¿Porque Nora estaba segura de que nadie violaría su intimidad?
Cuando me detuve en un semáforo en rojo en Melrose, miré con más atención los centros turísticos que había seleccionado.
Sitios bonitos de Sudamérica. Puede que por algo más que el clima.
Conduje hasta mi casa todo lo rápido que Sunset me permitió, apenas me dio tiempo para buscar el Audi marrón de Hauser. Un momento después de que me conectara a Internet pude enterarme de que Belice, Brasil y Ecuador tenían tratados de extradición con Estados Unidos y que casi todos los países sin este tratado estaban en África y en Asia.
Esconderse en Ruanda, Burkina Faso o Uganda no sería tan divertido, y no me imaginaba a Nora acostumbrándose a la moda femenina de Arabia Saudí.
Volví a estudiar los folletos con detenimiento. Cada uno de esos centros turísticos estaba en alguna zona remota de la selva.
Para que te extraditaran primero te tenían que encontrar.
Ya me imagino la escena: una pareja de muy diferente edad se registra en una suite de lujo, disfruta de la playa, el bar y la piscina. La noche es el momento ideal para cenar fuera a la luz de las velas y puede que para un masaje en pareja. Los días cálidos, largos e incandescentes aportan el tiempo suficiente para poder buscar un lugar hospitalario entre las hojas para un cliente acaudalado.
Los criminales de guerra nazis se habían escondido durante décadas en Latinoamérica y habían vivido como la nobleza. ¿Por qué no lo iban a hacer una pareja de asesinos en busca de emociones fuertes?
De todos modos, si Nora y Dylan se habían logrado escapar, ¿por qué iban a dejar los folletos en cualquier sitio para que los descubrieran?
A no ser que fueran para desorientar.
Miré los alquileres de reactores, los chárters y las empresas de compartición de aviones del sur de California, confeccioné una lista sorprendentemente larga y me pasé las siguientes dos horas afirmando ser Bradley Dowd y tener una «emergencia familiar» y necesitar encontrar con urgencia a su hermana y a su sobrino Dylan. Muchos rechazos y los pocos que sí comprobaron sus listas de pasajeros no encontraron ni a Nora ni a Meserve en ellas. Lo que tampoco quería decir nada si es que la pareja había cambiado de identidad.
Para que Milo consiguiera que le dieran las órdenes para acceder a los registros era necesario que tuviera pruebas del comportamiento criminal de los implicados y por el momento todo lo que Dowd y Meserve habían hecho era desaparecer.
A no ser que la condena por falta menor de Meserve pudiera usarse contra él.
En aquel momento Milo estaría seguramente liado con «las aburridas labores del trabajo policial». De todas maneras lo llamé y le conté el comportamiento de Billy Dowd.
Milo dijo:
— Interesante. Acabo de recibir el resultado completo de la autopsia de Michaela. También es interesante.
Quedamos a las nueve en una pizzería en Colorado Boulevard, en el corazón de la vieja Pasadena. Jóvenes estudiantes y hombres de negocios jóvenes se ponían las botas con la fina masa del lugar y jarras de cerveza.
Milo había estado comprobando las posibilidades de encontrar pruebas del almacenamiento extraoficial de Peaty en todos los edificios de BNB de las afueras de la zona este y me había preguntado si podía quedar con él. Cuando me iba de casa a las ocho y cuarto sonó el teléfono, pero decidí no hacerle caso.
Cuando llegué, Milo ya estaba sentado en un reservado de la parte de delante, alejado de toda la acción y muy concentrado en dar cuenta de su pizza de cuarenta centímetros de diámetro plagada de alimentos inidentificables, con su propia jarra de cerveza helada ya por la mitad. En el cristal de la jarra se veía reflejada su cara contenta. Sus facciones se habían difuminado y se habían vuelto algo taciturnas, psiquiátricamente prometían mucho.
Antes de que pudiera sentarme, levantó su maletín, sacó el informe del forense y se lo puso en el regazo.
— Cuando estés listo. No te quiero estropear la cena — dijo entre bocado y bocado.
— Ya he cenado.
— Eso no es muy sociable, por tu parte. — Acarició la jarra y cambió la expresión— . ¿Quieres una?
Yo dije:
— No, gracias — De todas maneras se levantó y fue a por una, dejó el informe en su silla.
Las primeras páginas eran los formularios de rutina que iban firmados por el forense de la policía A. C. Yee. En las fotos, lo que una vez fue Michaela Brand se había convertido en un maniquí de grandes almacenes hecho pedazos. Cuando se ven las suficientes fotos de autopsias se aprende a reducir el cuerpo humano a sus componentes, se intenta olvidar que en algún momento fue divino. Si se piensa demasiado no se duerme nunca más.
Milo volvió y me sirvió una cerveza.
— Murió por estrangulamiento y todos los cortes se los hicieron después de matarla. Los que son interesantes son el número seis y el número doce.
El número seis era un primer plano del lado derecho de su cuello. La herida era de unos dos centímetros y medio de longitud, estaba un poco hinchada en el centro, como si se hubiera metido algo en la ranura y se hubiera dejado allí el tiempo suficiente como para hacer un pequeño hueco. El forense había destacado la lesión y había escrito un código de referencia sobre el segmento de regla utilizado para dar la escala. Fui al resumen y encontré la nota.
Incisión postmortem, borde superior del hueco esternoclavicular, evidencia de extensión de tejidos y exploración de la superficie de la yugular derecha.
El doce era una vista frontal del suave y pleno pecho de una mujer. Los implantes de Michaela estaban desplegados como si estuvieran deshinchados.
El doctor Yee había señalado los puntos donde se habían cosido y había anotado «buena cicatrización». En la suave llanura entre los montículos había cinco heridas pequeñas. Sin ninguna bolsa como la de la herida del cuello. Las medidas que daba Yee las hacían superficiales, un par de ellas apenas llegaba a atravesar la piel.
Volví a la descripción de la herida del cuello.
— «Exploración de la superficie.» ¿Jugaron con la vena?
— Puede que fuera algún tipo especial de juego — dijo Milo— . Yee no lo escribiría, pero me dijo que el corte le recordaba al que suelen hacer los embalsamadores cuando empiezan a preparar un cuerpo. La ubicación es exactamente la que se elegiría para dejar expuesta la yugular y la carótida para drenarlas. Después de eso se abre más la herida para dejar expuestos los vasos sanguíneos y poder insertarles cánulas a ambos. La sangre sale por la vena mientras el conservante entra por la arteria.
— Pero eso no es lo que ocurrió aquí — dije yo.
— No, solo había un rasguño en la vena.
— ¿Un aprendiz de embalsamador que perdió la paciencia?
— O que cambió de idea. O al que le faltaban el equipo y los conocimientos como para continuar. Yee dijo que el asesinato tenía un carácter «inmaduro». De lo del cuello y de las laceraciones del pecho dijo que eran como muy monas y ambivalentes. Tampoco escribiría eso, claro. Dijo que lo tenía que decidir un loquero.
Extendió una de sus palmas.
— Será mejor que encuentres a un loquero que lo decida — dije.
— ¿Miedo al compromiso?
— Eso me han dicho.
Se rió, bebió y comió.
— De todas formas, las cosas raras llegan hasta ahí. No había penetración sexual ni daños en los genitales o muestras de sadismo. Tampoco perdió mucha sangre, la mayor parte coagulada, y por la lividez el cuerpo estuvo boca arriba un tiempo.
— Estrangulación manual — dije yo— . La miró a los ojos y la asfixió hasta dejarla sin vida. Lleva un tiempo. Puede que el suficiente para que te corras.
— Mirar — dijo Milo— . Eso es lo que le gustaba a Peaty. Si le sumas que Billy y él tenían el desarrollo atrofiado y eran unos perdedores, además de inmaduros, me los puedo imaginar perfectamente jugando con un cuerpo, pero temerosos de llegar muy dentro. Y ahora tú me dices que el viejo Billy tiene genio.
— Lo tiene.
— ¿Pero?
— ¿Pero qué?
— No estás muy convencido.
— No veo que Billy y Peaty fueran lo suficientemente inteligentes. Más aún, y más importante, lo que sí que no veo es a Billy tendiéndole una trampa a Peaty con la llamada.
— Puede que no sea tan tonto como parece. Puede que sea el verdadero actor de la familia.
— Es obvio que es fácil engañar a Brad — dije yo— , pero Billy y él pasaban el día juntos y dudo mucho que lo lograra engañar hasta ese extremo. ¿Descubriste algo acerca del móvil robado?
Abrió su maletín y sacó su libreta de notas.
— Un Motorola V551, contrato con Singular, registrado a nombre de la señora Angelina Wasserman, de Bundy Drive, Brentwood. Diseñadora de interiores, casada con un banquero de inversión. Tenía el móvil en el bolso cuando se lo robaron el mismo día que hicieron la llamada, nueve horas antes. La señora Wasserman estaba de compras, se distrajo un momento, volvió la cabeza y ¡puf! Su mayor preocupación era lo del robo de identidad. El bolso también, costaba varios miles de dólares, un Badgley no se qué.
— Badgley Mischka.
— ¿Tu marca favorita?
— Conozco unas cuantas mujeres.
— ¡Ja! ¿Quieres intentar adivinar dónde estaba de compras?
— En las tiendas de saldos de Camarillo — dije yo.
— Para ser más concretos en las oportunidades de Barneys. Mañana, cuando abra a las diez, estaré allí mostrando fotos de Peaty, Billy, los Gaidelas, Nora y Meserve, y del juez Carter, Amelia Earhart y de quién se te ocurra más.
— Puede que Nora y Meserve estén tonteando mientras nosotros hablamos. — Le conté lo de los folletos de viajes y lo de mis llamadas a las empresas de reactores privados.
— Eso pide a gritos otra orden, si tuviera pruebas — dijo Milo— . El papel para el registro de llamadas del móvil de la señora Wasserman llegó muy rápido porque habían denunciado su robo pero todavía estoy esperando que me manden el registro de llamadas de la cabina. Con un poco de suerte la tendré esta noche.
— ¿Juez de guardia?
Sonrió a pesar del cansancio.
— Conozco a unos cuantos magistrados.
— ¿La condena de Meserve por el falso secuestro no ayuda con lo del registro de pasajeros? — le pregunté.
— ¿Una falta menor rebajada a ofensa con pena de servicios a la comunidad? Apenas. ¿Ahora los prefieres a él y Nora? ¿Mejor que pensar en Andy y Cathy como psicópatas asesinos?
— Que hayan dejado la ciudad los pone en mi radar.
— Nora y el señor Esfera de Nieve. Escondió su propio coche en el preciado espacio de Brad y tal y como dijo Brad, dejo la esfera de nieve para dar por culo.
— Si Peaty era el objetivo de Meserve y de Nora, podrían haberse enterado de lo de la furgoneta de Peaty. Así podían dejar allí otra esfera de nieve para despistar.
— ¿El equipo de violación también?
— ¿Por qué no? — dije yo— . O también podía pertenecer al propio Peaty. Parece que todos en PlayHouse sabían que le gustaba mirar y Brad sabía lo de los antecedentes de Peaty, así que no es pasarse si pensamos que Nora podía haberse enterado. Si Nora y Dylan querían un chivo expiatorio, tenían el candidato perfecto.
— Años y años de seleccionar a los más débiles, ¿y van y se deciden a largarse al trópico?
— Ya están de vuelta de todo eso. Era hora de explorar nuevos paisajes — dije yo.
— Brad te dijo que si Nora quería pasta de verdad tenía que acudir a él.
— Brad ha metido la pata en muchas cosas.
Volvió a coger el informe del forense y lo hojeó sin prestar mucha atención.
— Dylan hizo que Michaela le pusiera una cuerda fuerte alrededor del cuello. Se hizo el muerto tan bien que la aterrorizó. Ella también dijo que el dolor no era ningún problema para él — dije.
— La vieja insensibilidad de los psicópatas — comentó Milo.
Una camarera joven, negra con trencitas en el pelo se acercó a preguntarnos si queríamos algo.
— Por favor envuélvame esto para llevar y tráigame un helado de brownie, tiene muy buena pinta — le dijo Milo.
Cerró el informe. La camarera pudo ver la etiqueta del forense.
— ¿Ustedes salen en la tele? — dijo— . ¿C. S. I. o algo así?
— Algo así — dijo Milo.
— Se tocó las trencitas con habilidad. Batió las pestañas.
— Soy actriz. — Mostró una enorme sonrisa— . Menuda conmoción, ¿eh?
— ¿De verdad? — dijo Milo.
— La verdad más absoluta. He hecho mucho teatro regional en Santa Cruz y en San Diego, hasta he actuado en el teatro Old Globe, hice del hada principal en El sueño de una noche de verano. También he hecho improvisaciones en el Grounlings y un anuncio en San Francisco, pero nunca lo verá nadie. Era para la empresa de trenes Amtrak y no lo van a emitir.
Puso morritos.
— A veces pasa — expliqué yo.
— Claro que sí. Pero, bueno, está bien. Solo llevo un par de meses en Los Ángeles y un agente de Starlight dice que me va a fichar.
— Eso está muy bien.
— D'Mitra — dijo, mientras extendía la mano.
— Alex. Este es Milo, el jefe.
Milo me miró y le sonrió. Ella se inclinó más para acercarse a él.
— Ese es un nombre estupendo, Milo. Encantada de conocerte. ¿Puedo dejarte mi nombre y mi número?
— Claro — respondió Milo.
— ¡Genial! Gracias. — Se inclinó más aún, apoyó un pecho en el hombro de Milo y garabateó en su libreta de comandas.
— Ahora mismo te traigo el helado de brownie. Invita la casa.