5
Vi a Michaela durante cinco sesiones más. Se pasó la mayoría del tiempo volviendo a una infancia empañada por la desatención y la soledad. La promiscuidad de su madre y sus diversas patologías iban ganando magnitud en cada sesión. Recordaba cada año de fracaso escolar, cada desprecio adolescente, el aislamiento crónico por parecer «una jirafa con granos».
Los estudios psicométricos revelaron que tenía una inteligencia normal, poco control de sus impulsos y una marcada tendencia a la manipulación. Ninguna señal de problemas de aprendizaje o síndrome de déficit de atención, pero su nivel de la Escala de Mentira MMPI de personalidad múltiple de la Universidad de Minnesota era elevado, lo que quería decir que nunca dejaba de actuar.
A pesar de todo eso, parecía una joven triste, asustada y vulnerable. Eso no hizo que no le preguntara lo que le tenía que preguntar.
— Michaela, el médico encontró hematomas cerca de su vagina.
— Si usted lo dice.
— El médico que la examinó lo dice.
— Puede que fuera él el que me causó los hematomas.
— ¿Fue brusco con usted?
— Tenía los dedos ásperos. Era un tío asiático. Estoy segura de que yo no le gustaba.
— ¿Por qué no le iba a gustar usted?
— Tendrá que preguntárselo a él. — Miró el reloj.
Yo dije:
— ¿Es esa la historia que quiere mantener?
Se estiró. Ese día llevaba vaqueros azules, también muy bajos de cadera y un top de encaje con escote en pico que le dejaba la tripa al aire. Sus pezones eran unos puntos de un gris desvaído.
— ¿Necesito una historia?
— Puede surgir.
— Puede si usted lo menciona.
— No tiene nada que ver conmigo, Michaela. Está en el expediente del caso.
— Expediente del caso — dijo— . Como si hubiera cometido un gran delito.
No respondí.
Tiró del encaje.
— A quién le importa nada de eso? ¿Por qué le importa a usted?
— Me gustaría poder entender lo que pasó allí arriba, en el Cañón de Látigo.
— Lo que pasó fue que Dylan se volvió loco — dijo.
— ¿Loco físicamente?
— Se puso muy fogoso y me hizo moretones.
— ¿Qué ocurrió? — pregunté.
— Lo que suele pasar.
— Y eso quiere decir…
— Es lo que hacíamos — Movió los dedos de una mano— . Nos tocábamos. Las pocas veces.
— Las pocas veces que tuvieron intimidad.
— ¡Nunca tuvimos intimidad! De vez en cuando nos poníamos cachondos y nos tocábamos. Por supuesto que él quería más, pero yo nunca le dejé. — Sacó la lengua— . Alguna vez le dejé que me diera sexo oral pero la mayoría de las veces solo le dejaba acariciarme con los dedos porque no quería estar cerca de él.
— ¿Qué pasó en el Cañón de Látigo?
— No veo qué relación puede tener eso con… lo que pasó.
— Su relación con Dylan seguro que…
— Vale, vale — dijo— . En el cañón fue todo dedos y se puso muy brusco. Cuando me quejé dijo que lo estaba haciendo a propósito. Para darle realismo.
— Para cuando los descubrieran.
— Supongo — dijo.
Miró hacia otro lado.
Esperé.
Ella dijo:
— Fue la primera noche. ¿Qué otra cosa podíamos hacer? Era tan aburrido, estar allí sentado, entraban ganas de no hacerlo.
— ¿Cuento tardó en tener ganas de no seguir con el plan?
— Muy pronto. Porque él estaba con todo el rollito zen del silencio. Se preparaba para la segunda noche. Dijo que teníamos que preparar imágenes en nuestras cabezas. Calentar nuestras emociones, pero no llenar nuestras cabezas de palabras.
Su risa sonaba discordante.
— Mucho rollito zen con el silencio. Hasta que se puso cachondo. Entonces no tuvo ningún problema en decirme lo que quería. Pensó que por estar allí arriba las cosas iban a ser diferentes. Como si me lo fuera a tirar. Allí mismo.
Su mirada se endureció.
— Ahora lo odio bastante.
Me tomé un día antes de escribir el resultado de mi informe.
Su historia se reducía a unas capacidades reducidas combinadas con el método consagrado de la defensa EOTLH: «El Otro Tío Lo Hizo».
Como me preguntaba si Lauritz Montez sería su nuevo profesor de interpretación, decidí llamarlo a su oficina del edificio de los juzgados de Beverly Hills.
— Creo que lo que te voy a decir no te va a hacer feliz.
— La verdad es que ya da igual — dijo.
— ¿Has llegado a un acuerdo extrajudicial?
— Mejor todavía. Un aplazamiento de sesenta días gracias a mi compañera de profesión que representa a Meserve. Marjani Coolidge, ¿la conoces?
— No, para nada.
— Tiene programado un viaje a sus raíces en África e hizo una petición para aplazarlo todo. Una vez que pasen los sesenta días, conseguiremos otro aplazamiento. Y otro. Cuando el acoso de los medios de comunicación haya perdido intensidad y la lista de casos esté plagada de delitos graves, no habrá problema en mantener a raya a los causantes de delitos menores. Para cuando lleguemos a ir a juicio a nadie le importará una mierda. Es todo por la presión del sheriff y su gente, esos tíos tienen la capacidad de atención de un mosquito apaleado. Me figuro que lo peor que les puede pasar a estos dos es que acaben enseñando Shakespeare a niños de zonas urbanas deprimidas.
— Shakespeare no es el fuerte de la chica.
— ¿Entonces qué lo es?
— La improvisación.
— Sí, bueno, estoy seguro de que lo entenderá. Gracias por tu tiempo.
— ¿No necesitas el informe?
— Me lo puedes mandar, pero no te puedo asegurar que nadie se lo vaya a leer. Cosa que tampoco debería importarte porque resulta que lo único que puedo pagarte por tus servicios es el importe de las sesiones a cuarenta dólares por hora, sin honorarios por reseña o pago por desplazamiento.
Me quedé en silencio.
— ¡Eh! — dijo— , recortes de presupuesto y todo eso. Lo siento, tío.
— No lo sientas.
— ¿Te parece bien?
— No soy muy amigo del mundo del espectáculo.