Epílogo

 

SARAH estaba tumbada sobre la arena de la playa mirando las estrellas que relucían como una tiara celestial por encima de su cabeza. No se escuchaba sonido alguno más que el murmullo de las olas y el canto nocturno de las cigarras entre las plantas del jardín que quedaba a sus espaldas. Su corazón también estaba cantando. Cantaba de alegría, de una felicidad tan sincera y tan profunda que casi no se podía creer que le perteneciera.

—¿Te acuerdas de cómo mirábamos las estrellas junto a la piscina de mi casa de Cap Pierre? —le preguntó una voz profunda a su lado.

Ella le apretó la mano que tenía entre la suya. Los dos estaban tumbados el uno junto al otro, con los ojos observando la eternidad, que parecía relucir en el cielo griego.

—¿Fue entonces cuando me empecé a enamorar de ti? —susurró ella.

—¿Y yo de ti?

Sarah apretó la mano de él con la suya. El amor había ocurrido tan rápidamente… No se había imaginado que algo así fuera posible. Y el dolor experimentado después…

«Sin embargo, el dolor que sentí era prueba de amor. Me mostró lo que sentía mi propio corazón».

El dolor había desaparecido ya para siempre. En aquellos momentos, allí con Bastiaan, tumbados el uno junto al otro en la primera noche de su vida en común, estaban sellando su amor para siempre. Él le había preguntado dónde quería pasar su luna de miel, pero Sarah había visto en los ojos de Bastiaan que él ya sabía dónde quería que fueran.

—Siempre dije que traería a mi esposa a esta isla —le dijo él—. Que ella sería la única mujer que yo querría aquí conmigo.

Sarah se llevó la mano de él a los labios y le rozó los nudillos con un beso.

—También dije siempre —añadió Bastiaan, con voz triste y apenada—, que sabría quién sería esa mujer en el momento en el que la viera.

Ella se echó a reír. Por fin podía hacerlo. Todo el dolor había desaparecido ya hacía tiempo.

—¡Qué ciego fui! ¡Estaba ciego a todo lo que tú realmente representabas! Excepto…

Bastiaan se apoyó sobre un codo y se giró hacia ella para mirarla. Su adorada Sarah, su amada esposa para todos los años venideros.

—Excepto el deseo que sentía por ti —concluyó.

Los ojos le ardían de deseo. Ella sintió que el pulso se le aceleraba en las venas, como le ocurría siempre cuando Bastiaan la miraba de ese modo. Sintió que los huesos se le deshacían y que se mezclaban con la arena que había debajo de ella.

—¡Eso era lo único cierto y real! Te deseaba entonces y te deseo ahora. Eso nunca terminará, mi hermosa y adorada Sarah…

Siguió mirándola de aquel modo durante un instante más. Entonces, su boca comenzó a saborear la de ella. Sarah tiró de él y la pasión prendió y ardió entre ambos.

De repente, Sarah le impidió que siguiera.

—Bastiaan Karavalas, si crees que voy a pasar mi noche de bodas en una playa y que voy a consumar en ella mi matrimonio con guijarros clavándoseme en la piel y con la arena metiéndose en lugares en los que prefiero no pensar, estás muy…

—¿Acertado? —terminó él esperanzado con una sonrisa en los labios.

—No me tientes —dijo ella. Sintió que su resolución se quebraba y empezó a deshacerse de nuevo por él…

Bastiaan se incorporó y se arrodilló junto a ella. Entonces, sin hacer esfuerzo alguno, la levantó en brazos. Ella lanzó una exclamación de sorpresa y se le abrazó al cuello para no caerse.

—No —dijo él—. Tienes razón. Necesitamos una cama. Una cama grande y cómoda. Y da la casualidad de que tengo una muy cerca.

La llevó a través del jardín hasta la casa. Era mucho más sencilla que la villa de Cap Pierre, pero su privacidad era absoluta.

La boda había tenido lugar en Atenas hacía unas pocas horas. Habían estado acompañados por amigos y familiares. Los padres de Sarah, la tía y el primo de Bastiaan… Philip se había alegrado mucho al enterarse de que se iban a casar. Incluso la madre de Bastiaan había volado desde Los Ángeles para asistir al enlace, del que estaba encantada.

Max había llevado a Sarah al terminar los ensayos de una producción de la Cavalleria Rusticana, en la que él era el director y Sarah interpretaba a Santuzza en una prestigiosa ciudad alemana. Le había dejado muy claro que la única razón por la que toleraba su ausencia era porque se casaba con un hombre extremadamente rico y extremadamente generoso que, además, era mecenas de la ópera y que, por supuesto, no pensaba renunciar al patrocinio continuo que Bastiaan suponía para él.

—¡Que la luna de miel sea breve y apasionada! —le había ordenado Max—. Tu carrera está despegando y tiene que ser lo primero.

Sarah había asentido, pero, en secreto, estaba en desacuerdo. Su arte y su amor siempre estarían al mismo nivel. Su vida sería muy ajetreada, no había duda de ello, y ya tenía más compromisos futuros de los que nunca hubiera podido soñar. Sin embargo, ninguno de esos compromisos desplazaría nunca a la persona que, durante toda su vida, ocuparía el centro del escenario junto con su propia existencia.

Lo miró con el amor ardiéndole en los ojos mientras él la llevaba en brazos hasta el dormitorio. Una vez allí, la depositó suavemente en la cama y se tumbó a su lado.

—¡Cuánto… cuánto te amo! —exclamó él, el hombre al que ella adoraba.

Sarah levantó los labios para unirlos a los de él. Lenta y dulcemente, apasionada y posesivamente, empezaron juntos el que sería su viaje al futuro.